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Mi esposa, la puta del edificio - Parte 10

Pasaron las semanas y por suerte Mariana se calmó notablemente. La experiencia extrema que habíamos tenido en el galpón aquella noche se ve que la marcó y le marcó un límite. No se por que digo “habíamos”, ya que la peor parte se la había llevado ella. Ni siquiera se veía con Don Julio, al menos que yo sepa, y su Whatsapp al que yo aun tenía acceso no me mostraba nada extraño. Parecía que todo había vuelto a la normalidad. A nuestra vida normal de casados, antes de toda ésta historia, antes de todo.

Gracias a Dios los resultados de los análisis que nos hicimos los dos nos dió negativo en todo. Estábamos bien y sanos, y ninguno de los dos tenía nada. Ni ella, después de la cogida brutal que le dieron los villeros en el galpón, ni yo al tener sexo con ella mientras tenía sus otras aventuras.

Si debo reconocer que por un largo tiempo luego de lo del galpón, mis fantasías y mis pajas privadas se habían centrado solamente en eso. En esas imágenes que me habían quedado marcadas a fuego. Ver a ese grupo de villeros prácticamente violando a mi refinada y dulce esposa, usándola, llenándola por todos lados con su semen y la forma que ella orgasmeaba y gozaba con eso, aun hoy reconozco que me la pone dura y es una de mis fantasías predilectas. Si hubiese sido una violación propiamente dicha, y Mariana hubiese quedado verdaderamente lastimada y marcada, física o mentalmente, creo que otro sería el cantar y no me animaría ni siquiera a recordarlo. Pero sabía que ella lo disfrutó. Creo que era el disfrute de ella lo que peor me ponía y mas me calentaba. Cuando yo me masturbaba, pensar en el éxtasis tan profundo que tuvo con los cartoneros, sin que yo lo pueda evitar, me llevaba a seguir la fantasía a otros lugares mas profundos y feos.

Otros lugares en los que me la imaginaba escapándose al galpón sin decirme, para que todos se la cojan como la puta que era. Pasándose noches enteras ahí, satisfaciendo gustosamente el desfile de pijas villeras que pasaban por su cuerpo. Finalmente pariéndoles ahí mismo en el galpón todos los hijos que ellos le hacían. Me la imaginé sentada en la falda del gordo, abrazándolo y acariciándolo con una sonrisa, mientras el villero le pasaba una tosca mano por su panza desnuda que ya explotaba de embarazo y a sus tetas ya infladas, ya llenas de leche materna. Su hembra. Su puta. Su propiedad. El gordo se la prestaba a los otros de vez en cuando para que se diviertan, pero sabía que Mariana era de el. Y Mariana a su vez tenía un pequeño clímax por dentro cada vez que se sentía propiedad del gordo. Los nervios en su vagina le centelleaban suavemente cada vez que se imaginaba la verga y la leche del gordo llenándola, haciéndole otro hijo mas. Su hombre. Su macho predilecto.

Fantasías. Algún psicólogo diría que como yo ya no estaba viendo a Mariana en sus aventuras y su Whatsapp había vuelto a la normalidad, mi mente sola se ponía a llenar ese vacío que se había formado y lo llenaba con eso. Algún conflicto inconsciente no resuelto. Puede ser. No se.

A los pocos días recibí un llamado de Don Alberto, de Córdoba, diciéndome que había arreglado para que vaya gente a ver el departamento al dia siguiente, un Miércoles.  Que lo disculpe, que el solía avisarme con mas anticipación, pero que le salió esto de urgencia porque era gente que aparentemente quería comprar algo ya. Yo sabía que iba a estar tapado de trabajo esa semana y no iba a poder, pero le dije que iba a chequear con Mariana a ver si ella podía. Corté con el y la llamé a su trabajo, explicándole.

“Mañana, justo? A la tarde?”, me dijo, “No tengo forma, amor…”
“Uf.. bueh… le decimos a Don Julio entonces?”
“No. No es su trabajo y no creo que quiera”, me dijo Mariana, “Aparte nunca se llevaron bien. Don Julio nunca le cayó bien a Alberto, y el tampoco creo que quiera… a ver, pará…”, me dijo mientras me imaginé que estaría revisando algo de su agenda, luego de un rato de silencio me habló de nuevo, “Ya está, amor, le digo a Sole. Que lo muestre ella el depto.”
“A Soledad?”, le pregunté, “Seguro?”
“Si es de confianza. Le damos la llave y después la devuelve, que problema hay? La mando yo.”
“Y va a saber que hacer?”
“Ay, Juan Carlos, es abrir la puerta y quedarse ahí mientras la gente ve el depto…”, se rió en el teléfono, “Le anoto un par de boludeces de datos del depto por si le preguntan y listo. No tiene que ser una experta inmobiliaria, che.”
“Bueno, si te parece, no está mal”, le dije.
Escuché a Mariana reírse, “Aparte que haga algo distinto la nena, también. Anda medio depre.”
“Que le pasó?”
“Me dijo que se peleó con Don Julio. Hace unos días?”
“No me digas…”, comenté, “Pasó algo?”
“No, me dijo que ya venían medio mal desde hace un tiempo. Discutiendo. Bueh.”
“Que habrá pasado?”

Mariana suspiró y se rió, “Para mi fue que Don Julio es muy Don Julio y Sole es muy Sole.”
Me quedé unos segundos en silencio, “No se que mierda quiere decir eso”, me reí, “Bueno, tenés el terreno allanado de nuevo entonces…”, le dije pícaramente.
Mariana se rió, “Siempre lo tuve, querido. Oíme te tengo que dejar, estamos a mil aca. Hoy llego mas tarde. Escuchame, ofrecele algo de comer a Soledad cuando te de las llaves, no seas un bruto, okey? Sabés que ella no te va a pedir.”
Me reí, “Si, despreocupate. Nos vemos, amor.”

Volví a casa a las 19 como siempre, abrí la puerta del departamento y dije “Hola? Ya llegué…?”. Escuché la voz de Soledad desde la cocina, contestándome. Entré a la cocina y la vi ahí sentada. Estaba con su celular, pasando el rato mientras me esperaba, con un vaso de agua frente a ella. 

La vi sentada ahí y cuando me vió me dio una sonrisa de bienvenida. Le vi esos ojazos verdes que tenía, alegrándose al verme y juro que sentí un chispazo. En todo el cuerpo. No fue en la pija, no fue sexual. Fue por todos lados. Verla ahí sentada a ella, con su cuerpito de nena y su pelo rubio largo… donde tantas otras incontables veces me había recibido Mariana, de la misma forma…

“Hola Sole!”, le dije con una sonrisa, “Todo bien? Hacía mucho que esperabas?”
Me regaló una sonrisa dulce y se levantó a saludarme, con un beso en la mejilla, “Hola Juan Carlos, cómo estás? No… un par de horas desde que se fue la gente.”
“Comiste algo? Tomaste algo?”, le pregunté.
“No, me serví un vaso de agua de la canilla, tenía sed.”, se rió.
“Uf… de la canilla, Sole?“, me molesté, “Pero te hubieses agarrado cualquier cosa de la heladera… por favor!”
“Ay no, cómo me voy a tomar ese atrevimiento…”
“Sos amiga, Soledad. Estás en tu casa.”, nos sonreímos dulcemente, “Comiste? Tenés hambre?”
“No, gracias…”
Le hice una mueca chistosa, “No comiste o no tenés hambre?”
Se rió musicalmente, “No… no comí nada.”
“Bueno, dame un toque que me cambio y nos hago unos sanguchitos, querés? Yo también tengo hambre”, le dije. La vi que empezaba a protestar algo pero la frené, “… yo soy de madera cocinando, pero eso te puedo hacer.”
“Ay… bueno, okey, dale.”

Me fui a cambiar al cuarto, volví y nos hice unos sándwiches de jamón y queso, mientras charlábamos alegremente y la tarde caía. Saqué una gaseosa de la heladera y le serví el plato a Soledad junto con unas papas fritas de la bolsa, “Francis Mallman, un poroto.”, le dije. Se cagó de la risa mal. Nos sentamos y nos pusimos a charlar, muy alegremente, los dos comiendo y bebiendo.

“Y cómo te fue hoy con el depto? Todo bien?”, le pregunté.
“Si, por suerte. Lo revisaron de arriba abajo. Me dijeron que les gustó mucho.”
“Que onda la gente?”, le pregunté mientras la miraba. No podía dejar de mirarle la forma que sus largas mechas rubias y hermosas se mecían al mover la cabeza.
“Bien.”, me dijo, “Es un matrimonio de afuera. Tienen una nena chiquita, divina.”
“De afuera de dónde?”, le pregunté.
“Ella es Colombiana y el de Venezuela. No les quise preguntar mucho mas, no me parecía.”
“Y lo van a comprar?”
“Ay, no se Juan Carlos, no me dijeron eso…”, me contestó con una sonrisa.
“Bueno, pero que te parece… cómo lo viste…”
“Por?”
“Porque el dueño del depto me va a preguntar, seguro”, le dije, “Y además me gusta saber que onda con potenciales vecinos de piso.”. Reconozco que me daba un poco de pena la idea de perder el departamento de al lado que tan bellos recuerdos me había dejado, y que tantos bellos recuerdos le había dejado yo, pero no había nada que pueda hacer. Sabía que eventualmente se iba a vender.

Soledad lo pensó por un momento, mientras masticaba delicadamente, “No se… a la mujer la vi muy entusiasmada. Le gustó mucho, creo. Al tipo no se, por ahí no tanto.”
“Uh, listo”, dije riendo, “Si la mujer lo quiere ya está.”, dije y Soledad se rió, “El hombre propone y la mujer dispone…”
“Mmm… “, dijo ella, “Si tan sólo fuese asi en serio y no sólo un refrán…”

Terminamos de comer y nos quedamos ahí en la cocina mientras yo levantaba los platos. Soledad insistió en querer ayudarme a limpiar lo poco que habíamos ensuciado y no la pude disuadir. Puse para hacernos un café mientras arreglábamos la cocina, “Y ellos que onda?”
Soledad pensó un momento, “Ella es re simpática, re amable. Me cayó re bien. La nena también es divina, chiquita. Super educados y respetuosos los dos.”
“Y el tipo?”
La escuché a Soledad que largó un suspiro que no se si quiso hacerlo, la miré, me miró y nos reímos, finalmente dijo, “… muy buenmozo…”
Yo me reí, “A la pelota…”, Soledad se sonrojó y me tanteó con el codo, avergonzada, tratando que me deje de joderla mientras también reía.

Nos pusimos a tomar el café y la verdad que la estábamos pasando tan bien, la charla fluía tan bien y me sentía tan cómodo que me animé a preguntarle en un momento.
“Che… Sole…sabés que te quería preguntar… nada mas porque me quedó la duda, de hace un montón.”
“Que cosa?”, me miró mientras jugaba con el borde de su taza de café
“Mira, no quiero por ahí… uh… cómo lo explico… hacerte retraer a un momento feo. Te juro que no es mi intención”, le dije amorosamente, “Pero siempre me quedó la duda de esa vez que viniste al edificio a ver a Mariana…”
“Ah… si…”, dijo y noté que cambió un poco la cara.
“Bah, en realidad no de ese-ese momento… el que me contaste.”, le dije, “Mas bien lo que pasó después, que nunca me enteré.”
“Que cosa?”
“Y… es que pasamos de lo que me dijiste que ocurrió ese dia aca en el edificio… que tuvieron ese momento muy, muy feo con Mariana y el portero… y que un par de semanas después se hicieron amigas y empezaste a trabajar con ella?”, le pregunté honestamente, “Se entiende?”
Soledad asintió, “Si, claro… se cómo se puede ver de afuera, si…”
“Entonces que pasó?”

Soledad me contó, finalmente. Me dijo que una tarde, un par de días después de que ella había renunciado a mi empresa, se le apareció Mariana directamente en su departamento. Tocándole el timbre. Sabía donde vivía porque se lo había preguntado cuando estaban en la oficinita de Don Julio. Al principio Soledad me dijo que se asustó al verla de nuevo ahí, que no sabía que hacer, si venía a pegarle o a quizás algo peor, pero que Mariana la frenó, la calmó y le empezó a hablar bien. Me dijo que la notó distinta a Mariana, mas calmada, no estaba ahí para pelear.

Estuvieron hablando un rato en la puerta del edificio y Mariana la invitó a que vayan a un bar ahí cerquita a tomarse un café y charlar. En el bar Mariana le contó todo. Que antes que nada que no se preocupe mas, que nunca hubo un video. Que se quede tranquila, que lo del video había sido todo un acto para asustarla. Mariana le dijo que estaba muy afligida y confundida por lo que le había hecho a ella. Que había perdido la cabeza y que por favor trate de entenderla, que era una mujer que se desesperó cuando vió que otra mujer le estaba soplando al marido. Que por favor se ponga en el lugar de ella, de mujer a mujer, y que la perdone.

Soledad por supuesto la perdonó y comenzaron a tener una muy buena charla, a lo largo de varias rondas de café ahí en el bar. Lentamente fueron entendiéndose y haciéndose amigas, contándose poco a poco sus intimidades. Al final de la charla Mariana se sonrió y pidiéndole disculpas una vez mas, le dijo que la había juzgado a Soledad de una forma errónea, y de mala manera, y que ella había estado equivocada todo éste tiempo. Que ya que había renunciado a la farmacéutica por su culpa, que lo menos que podía hacer era ofrecerle una buena posición en el estudio de abogados de ella. Que si Soledad lo quería, el puesto era suyo. Que ya no le importaba lo que pasó o no pasó conmigo, que ya estaba. Que sabía que Soledad era una chica buena y que tratar de ayudarla a rehacer su vida, al menos laboralmente, era lo mínimo que Mariana podía hacer. Y que estaba a su disposición, siempre, si necesitaba algo mas.

Me terminó de contar eso y me miró, sorbiendo su café, “La verdad que Mariana me impresionó, por su honestidad y lo buena gente que resultó ser.”
“La perdonaste en serio?”, le pregunté.
“Si, obvio.”, me dijo asintiendo, “Hay que perdonar en la vida, sino…”
“Claro…”
“Y… la verdad, Juanca, es que yo viviendo sola acá necesito un buen trabajo. Está todo muy caro. No tengo otra fuente de ingresos y la posibilidad que me dió Mariana en su empresa…”
Le hice un gesto con la mano, que no necesitaba seguir, “Obvio, ni lo dudes, Sole. Hiciste bien en agarrar.”

Debo reconocer que en ese momento, en lo mas profundo de mi cabeza, casi en mi inconsciente, en el tablero de control de mi mente donde están las luces y medidores que lo controlan todo, se encendió una pequeña luz roja que titilaba en silencio, perdida entre todas las demás, y que todos los otros sistemas ignoraban.  Pensé si todo esto no era parte de alguno de los planes dentro de planes de Mariana, que desde adentro nunca se podían percibir en su totalidad. Me sentí en una habitación que podía ver y entender perfectamente, pero no sabía cuántas otras habitaciones, recovecos y laberintos la gran arquitecta se había diseñado alrededor. Me sentí como una mosca empalagada en una tela de araña, y a la araña no se la veía en ningún lado.

Me devolvió la atención un suspiro de Soledad, quien había agarrado su teléfono, “… como tarda Mariana… le mandé un par de mensajes pero no me contestó.”
“Me dijo que iba a venir tarde”, le contesté, “No es que están con mucho laburo, me dijo?”
Soledad asintió, “Si, muchísimo. Pero vos hacé lo que tengas que hacer, Juanca… yo la espero un rato mas y me voy. No te molesto.”
Yo me reí, “Primero que no molestás, Sole. Nunca.”, me sonrió dulcemente al oir eso, “Y segundo que… no tengo un pomo que hacer. Me iba a poner a ver algo de tele, vení.”
“Bueno…”, me sonrió. Agarré la botella de gaseosa, ella agarró los vasos y nos sentamos a ver tele en el sillón.

Nos sentamos frente a la TV y nos quedamos ahí un rato larguísimo. Debió haber sido larguísimo, según el reloj del celu, pero para mi fueron diez minutos. Charlamos, mirábamos la TV, nos reíamos, la estábamos pasando muy bien. La miré en un momento y me quedé mirándola. Mi cabeza se retrajo a aquella noche con ella en mi auto, cuando la traje de la cena de mi empresa. Aquella fatídica noche en la que por mi descuido empezó toda ésta historia. El mismo sentimiento de confort y comodidad con la otra persona lo estaba sintiendo ahora también, de nuevo con Soledad. A veces con algunas personas uno se siente naturalmente cómodo, como que la otra persona es su hogar, algo asi. Yo no podía entender cómo podía ser que…

“Juanca…”, la escuché decir a Soledad bajito al lado mio. Me estaba mirando fijo y cerca, con esos faroles verdes hermosos. Volví en mi. “… te colgaste?”
“No… perdoname, Sole… yo…”

Nos miramos. Nos miramos fijo a los ojos, en silencio. Diciéndonos tan poco y tanto a la vez. No sabía que hora era, ni cuánto tiempo había pasado. No sabía si Mariana iba a llegar a casa en ese momento y se iba a dar una reedición de mi primer encuentro con Soledad. No sabía nada.

Y tampoco, en ese momento, me importaba nada.

Me incliné hacia esa carita de ángel, la tomé suavemente de la nuca y la empecé a besar. Dulce, apasionada, amorosamente. Me estaba atajando para una protesta de ella. O un cachetazo. En lugar de eso, lo que sentí inmediatamente fueron los finos labios de Soledad respondiéndome el beso. Respondiéndolo aun con mas. Nos abrazamos y comenzamos a comernos las bocas, entre gemidos de una pasión que los dos sabíamos que teníamos aprisionada y recién ahora la estábamos sacando a la luz. El amor y la entrega con la que sentía que ella me besaba me hacía querer darle mas y mas con cada uno de mis besos, mientras nuestras lenguas se enredaban, felices de por fin estar jugando juntas.

La sentí moverse y montarse encima mio, sin dejar de besarme. Sus brazos me aprisionaron el cuello y mis manos empezaron a recorrerle todo el cuerpo, ese cuerpito flaquito que aun era poco mas que el de una mujer, que recién hacía poco había dejado de ser nena. Necesitaba aire y mi boca se movió a ese cuellito fino y delicado, tomando aire y sintiendo su perfume, mientras ella estiró la cabeza para darme acceso me abrazaba el cuello fuerte, recuperando también su aire, repitiendo mi nombre entre susurros forzados. De repente me tomó la cabeza en la cara, irguiéndose un poco en mi falda y chocó su frente contra la mia, haciendo que su pelo largo y rubio nos cubra los rostros. Escondiéndonos del mundo, haciéndonos cómplices de la pasión y la calentura que los dos teníamos por el otro.

Nos empezamos a comer la boca nuevamente, suave y profundo, con hambre del otro, y mis manos ya no sabían que mas tocar de ese cuerpito flaquito y suave que se estaba regalando sin reservas. Las manos y los deditos finitos de Soledad también viajaban por mi cuerpo, sintiendo y descubriendo con placer lo que ella quería. Los dos nos estábamos disfrutando, por fin. Cuando sentí que sus caderas se sentaron sobre las mías, gruñí en la boca. Sentí su peso sobre mi bulto y me di cuenta lo dura que ya la tenía bajo el pantalón. Ella también lo sintió, mi pija dura aprisionada bajo la tela y presionándole dulcemente entre sus piernas. Mientras me besaba, Soledad comenzó a mover las caderas suavemente para adelante y atrás, casi por instinto, el de querer sentir como mi bulto la frotaba  y atendía en su zona mas íntima y placentera.

Casi me pierdo ahí. En ese momento, en ese cuerpo, en esos besos. Me levanté sosteniéndola. Años de estar acostumbrado al peso del cuerpo de Mariana me hizo anticipar un poco de esfuerzo, pero a Soledad la levanté como a una pluma. La sujeté con las dos manos en el culo y ella enredó sus piernas alrededor de mi cadera, sin dejar de besarme, jadear y gemir. Mis manos empezaron a sentir esas nalguitas, chiquitas a comparación de la obra de arte que eran las de Mariana, pero también tan firmes, tan bien formadas, tan bien de nena… Mis manos se sentían enormes en ese culito hermoso. Me la llevé asi directo a nuestro dormitorio y la apoyé suavemente en la cama.

Soledad no me largaba, seguía besándome y jadeando, aferrada a mi como un osito koala a un árbol, aun cuando me hizo tirarme encima de ella al depositarla en la cama. Me incorporé como pude y me empecé a desvestir, mirándola. Ella hacía exactamente lo mismo, yaciendo en la cama. Nos mirábamos con fuego en los ojos. 

Yo me desvestí primero y vi como ella me admiraba, sus ojos verdes hermosos recorriendo mi cuerpo erguido frente al de ella, mi verga ya tiesa como un mástil. Ella se deshizo también de sus ropas y por fin la pude ver, finalmente, mas allá de la oscura foto que una vez Mariana me había mandado cuando habían hecho ese trío con Don Julio.

Era un ángel. No, era un Arcángel. Tenía la piel pálida y fina, suave, sin una marca a la vista. Los pechos, mas bien pequeños pero firmes y tan bien formados, con sus pezoncitos rosados ya erguidos por su excitación. Yacía asi frente a mi sobre su larga cabellera rubia, hermosa, parecía una cascada de oro. Respiraba un poco rápido, en excitación y anticipación, y en sus labios finitos se le dibujó  una sonrisa al mirarme.

Era apenas una nena. Era apenas una mujer.

Me arrodillé frente a ese templo y ella me abrió las puertas, dejándome ver su altar. Tenía la conchita chiquita y afeitada prolijamente, pero sus labios vaginales eran notablemente largos, con mucha piel que le sobresalía. Ya se los veía húmedos al igual que lo que podía ver entre ellos, el suave tono rosa de la entrada a su vagina. Casi bruscamente le enterré la boca entre las piernas y comencé a chupar y a lamer. Ella se estremeció y largó un fuerte gemido de placer al sentir mi lengua y mis labios probándole todo, sintiéndole todo. Yo me llevaba la larga piel de esos labios profundos dentro de la boca y sentí que casi acababa ahí mismo del dulce sabor y la sensación de estar probándolos asi. Luego le presioné el mentón en la entrada de su vagina y empecé a chuparle y besarle el clítoris, mientras mis manos le retenían las caderitas. Soledad chillaba y se retorcía de placer, repitiendo mi nombre entre susurros apasionados una y otra vez, sus deditos tirándome suavemente del pelo para que  yo le de mas.. mas…

Me incorporé súbitamente, lamiéndome los labios y la tomé de las piernas, “… date vuelta…”, le gruñi un poco. Con los ojitos brillantes me sonrió y obedeció mientras la ayudaba. Se puso de rodillas y bajó su cuerpito hasta apoyar los codos en la cama, torciéndose para mirarme con una cara de calentura que me demolió, dejándome ver su culito de nena en el aire, ofrecido a mi, su conchita húmeda y reluciente, y el agujerito apenas mas oscuro, suavemente marrón y apretadito, de su estrechito ano. La pija me pulsaba sola. El culo de Soledad me gritaba, pero yo solo quería su conchita de nena para hacerla mia. La tomé fuerte de una de sus nalguitas y sin usar las manos empecé a guiar la punta hinchada de mi pija, frotándole sus húmedos labios vaginales y abriéndome paso con prisa se la deslicé adentro sin dificultad de lo húmeda que estaba ella.


Mi esposa, la puta del edificio - Parte 10


La sensación fue tremenda. El interior de ella estaba tan caliente…parecía afiebrado… mi intención era llevar las cosas tranquilo, pero no pude. Esa sensación me sobrepasó. Le metí mi pija con los ojos cerrados en esa conchita increíble y la senti gemir largo de placer, hasta que yo sentí también que mis caderas se encontraban con el culo de Soledad. La aferré con los dedos y sentía como comenzaba a perder el control. Mis caderas tenían vida propia, instintiva, y mi pija se endureció aun mas dentro de ella, lista para hacer lo que estaba programada genéticamente para hacer – cogerse hembritas.

La sensación fue inigualable. Los labios vaginales de Soledad se sentían como un guante de terciopelo que ayudaba a mi pija a entrarle mas y mas, invitando a mi verga con ganas a darle placer. Ella gemía y se retorcía en mis manos, repitiendo mi nombre entre susurros y jadeos, con una de sus manitos aferrada dulcemente a la sábana. Miré hacia abajo y vi el grosor de mi verga hinchada entrándole una y otra vez a Soledad, y cada vez que salía lo hacía brillante, embadurnada de los flujos abundantes de esa rubia divina, de esa Venus.

Me agaché, la tomé de los pechitos y la hice incorporarse, pegando su espalda a mi pecho casi sin esfuerzo. Hundí mis labios en su cuellito delicado y le empecé a estrujar y sentir las tetas mientras retomé mi cogida en esa posición, reteniendo su cuerpo ahí para asegurarme que no se iba a mover. Ella abrió mas las piernas y llevó una de sus manos para atrás, aferrándose a mi nuca, jadeando y gimiendo, su cara al lado de la mia.

Me sentía un ladrón, un profanador, un bandido. Sentí, o me pareció imaginar, que en mis empujes y embates fuertes la punta de mi pija parecía tocarle fondo a Soledad en su conchita y me volvía aun mas loco. Me la quería coger mas. Mas duro. Mas fuerte. Mas profundo. De pronto ella se sujetó fuerte de mi y dejo salir un largo y orgásmico quejido, mientras sentía que sus caderas se estremecían y su vagina parecía espasmear y querer aprisionar mi pija ahí. Esa criatura hermosa estaba llegando al éxtasis en mis brazos, en mi pija, y yo estaba ya al borde de explotar.

No se cómo seguía en mis cabales todavía, pero logre decirle entre mis jadeos, “… no tengo … forro….”
Ella se sonrió aun disfrutando el suave fin de su orgasmo y me dijo sin mirar, “… tengo … DIU… dale….”

Le jalé la cara de un tirón con la mano y le enterré la lengua en la boca, chuponeándomela apasionadamente una vez mas y disfrutando sus gemidos en mi boca y la respiración de su nariz en mi cara. Y ahí fue cuando exploté. Exploté dentro de ella. Sentí tensarse y sacudirse a mi pija, sentí mis huevos doler y estrujarse un poco solos y me empecé a vaciar dentro de ella a gritos. Gritos que su boca apaciguó dulcemente. La estrujé fuerte contra mi cuerpo y le gruñí mi orgasmo en la boca, mi pija enterrada hasta el fondo de su conchita chiquita, caliente y estrecha, llenándola de mi leche una y otra vez, unoa y otra vez, vaciándome en ella, perdiéndome en ella…

Soledad se recuperó un momento después y lentamente se extrajo de mi, cayendo de costado a la cama y dejándome de rodillas, recuperando mi aliento y con mi pija aun hinchada y dura, cubierta con restitos de mi leche que no le pude dejar dentro de ella. La miré y la vi acostarse boca arriba, retorciéndose suavemente en la cama con una sonrisa, sintiendo las sábanas en su espalda y acariciándose los pechitos, frotándoselos suavemente como para curarlos luego de mis descuidados y fuertes estrujones. Los dos nos miramos y sonreímos en silencio. Vi que ella me hizo un besito con sus labios finitos, en silencio, largo y en el aire, y luego me lo sopló, riéndose.

Yo también me reí y me moví sobre ella suavemente. Nos abrazamos y nos empezamos a besar de nuevo, tiernamente, sentía esos labios finitos sobre los míos, dándome tanto amor y cariño… lo único que quería hacer era devolverlo. Todo lo que Mariana en la cama tenía del diablo, Soledad lo tenía de un ángel. Ella separó sus piernas para darme mas comodidad y yo me asenté sobre ella, reposando mi cuerpo sobre el suyo y mi pija aun tiesa y húmeda sobre su pancita. La vi que me miraba y me acariciaba la cara y el pelo, sonriéndome suavemente…

Este era el otro camino, pensé? Si el destino se bifurcaba, si era una realidad paralela o como lo quieran llamar, esto era lo que se hubiese creado si Mariana no nos descubría aquella noche en el auto? Hubiese ocurrido asi? De otra manera? Que hubiese sido de Mariana? Que hubiese sido de mi, y de Soledad? Y de Benja? De Don Julio, inclusive? Nadie nunca puede entender o preveer que es lo que depara el destino, pero eso no impide el pensarlo. Pensar lo que fue y lo que pudo haber sido. Y ahora que? Acababa de engañar a mi esposa… y se sintió tan bien, tan justo, tan rico… Pero la había engañado, de verdad? El trato de ver y tener encuentros con otra gente era para ella, nada mas? Para la puta? Para mi no? Ella tenía ésta felicidad también al estar con otro? Donde estaba Mariana y dónde estaba la puta? Cuando empezaba una y terminaba l….

“Te colgaste de nuevo…”, se riò Soledad mirándome a los ojos.
Me reí, “Perdón…”
La sentí a Soledad estrecharme en sus bracitos un poco mas y suspirarme, diciéndome bajito en la intimidad pese a que estábamos solos, “… te gustó?”

Yo nada mas me sonreí y la besé lenta, pero apasionadamente. Mi lengua encontró la suya y comenzaron a jugar de nuevo. Me incorporé para volver a estar sobre mis rodillas un poco, la tomé por debajo de sus rodillas, le separé las piernitas y moviendo las caderas llevé la punta de mi pija, aun bastante dura, hasta la vaginita hermosa de Soledad y sin decirle nada de nuevo le entré. Suave. Profundo. Hasta los huevos. Y con un gemido de placer, ahí se la dejé.


rubia


La vi abrir los ojos grande y como que se le cortó la respiración por una fracción de segundo al sentirla, al sentirse llena de nuevo de mi, al sentir las chispitas de placer que mi pija le debía despertar. Tensó la cabeza y quiso erguirla, haciendo que los tendoncitos del cuello le resalten bajo la piel. Tenía un brillito especial en esos ojazos verdes. Ese brillito era yo. Era mi cara, reflejada en esas lagunitas verdes tan hermosas, eran nuestros cuerpos unidos tan dulcemente y entregándonos placer.

Y cuando la vi asi y nuestros ojos se encontraron... ahi fue cuando terminé de enamorarme perdidamente de Soledad.

1 comentarios - Mi esposa, la puta del edificio - Parte 10

Nemocabezon
Fuuaaa, dio un cambio radical la historia... o será algo preparado por marianita, y poder seguir cogiendo con el villerito,??... excelente!!!
Murcielagos77
Que será? Jajaja.