Esmeralda se ajusta la mochila sobre los hombros mientras sube las escaleras del edificio de la estación de radio. Aún no puede creer que ha conseguido hacer su servicio social en ese lugar. La idea de estar rodeada de profesionales en el mundo de la comunicación la llena de emoción. Este podría ser el primer paso hacia la carrera de sus sueños, y nada puede salir mal. Con cada paso que da, su mente se llena de expectativas sobre lo que aprenderá, sobre lo mucho que podría crecer en ese ambiente.
Su silueta es esbelta y atlética, fruto de las largas caminatas que hace diariamente para llegar a la universidad. Mide alrededor de 1.68 metros, con un rostro joven, marcado por ojos grandes y oscuros que siempre parecen estar buscando respuestas. Su piel es tersa y morena clara, lo que le da un aire exótico y natural que nunca ha sido consciente de tener. Su cabello negro y ondulado cae en cascada hasta la mitad de su espalda, siempre alborotado y suelto. Hoy lleva un vestido sencillo de verano, con flores pequeñas, que destaca sus curvas sin ser demasiado llamativo. No es alguien que disfrute de atraer miradas innecesarias, pero su cuerpo siempre parece captar la atención, aunque ella no lo note.
Al llegar al tercer piso, se encuentra con la puerta de la oficina de Manuel. Había escuchado mucho sobre él: un hombre carismático, de éxito, conocido por ser un buen mentor para los jóvenes aspirantes. Aunque algunos comentarios en los pasillos sugerían que tenía un carácter algo dominante, nadie cuestionaba su habilidad para hacer que la estación brillara.
Manuel es un hombre de unos 40 años, alto y de complexión robusta. Mide alrededor de 1.85 metros, con hombros anchos y una presencia imponente. Su piel es morena, y lleva el cabello peinado hacia atrás, con apenas algunas canas que le otorgan un aire de madurez. Su rostro es anguloso, con una barba bien cuidada que acentúa su mandíbula fuerte. Siempre viste de manera impecable, con camisas de botones que marcan la amplitud de su pecho y pantalones oscuros que le dan un aire de autoridad. Pero lo más intimidante de él son sus ojos oscuros, que parecen analizar cada movimiento, cada expresión. Son fríos y calculadores, aunque trata de ocultarlo detrás de una sonrisa encantadora.
Toca la puerta con suavidad, y la voz profunda de Manuel la invita a pasar.
—Esmeralda, ¿cierto? —pregunta él al verla entrar. Su sonrisa parece amistosa, pero algo en sus ojos la hace sentir observada de una forma distinta. La invita a sentarse frente a su escritorio, donde su figura imponente parece dominar el espacio.
—Sí, mucho gusto, señor Manuel. Estoy emocionada por aprender de usted y de todos aquí en la estación.
Él sonríe, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Llámame Manuel, por favor. Aquí tratamos de mantener las cosas informales. Quiero que te sientas cómoda, como en casa.
Esmeralda sonríe, aunque hay algo en su tono que la hace sentir una leve incomodidad. Él le habla sobre las expectativas, las tareas que va a realizar, y cómo estará a su disposición para guiarla en su crecimiento. Todo parece ir bien, hasta que su mirada se intensifica y el ambiente cambia sutilmente.
—Esmeralda, te voy a ser sincero —dice Manuel, su tono suave pero cargado de intención—. Aquí el ambiente puede ser algo duro. Yo me aseguro de que mis protegidos se sientan seguros… pero, claro, eso implica que trabajemos muy de cerca.
Esmeralda asiente, sin saber exactamente qué responder. Algo en la forma en que lo dice, y en cómo él mantiene su mirada fija en ella, hace que se sienta acorralada.
—Y cuando digo de cerca… —su mano cruza el escritorio, acercándose lentamente hacia ella—, quiero decir… muy de cerca.
Antes de que pueda reaccionar, su mano roza suavemente la suya. Esmeralda se tensa, su respiración se acelera mientras intenta procesar lo que está ocurriendo. Él no se detiene, acaricia el dorso de su mano con suavidad, como si fuera lo más normal del mundo.
Su mente está en blanco, pero su instinto le dice que se aparte. Sin embargo, su cuerpo no reacciona. Está paralizada, atrapada entre el respeto que siente hacia su superior y el temor de lo que podría pasar si lo rechaza.
—Esmeralda —susurra él, casi en tono confidencial—, espero que entiendas lo importante que es para mí confiar en ti. Y para que todo esto funcione, necesitamos estar en la misma sintonía, ¿me entiendes?
Ella siente un nudo en el estómago. No sabe qué responder. Siente que si rechaza este primer acercamiento, todo lo que ha conseguido hasta ahora se desmoronará. ¿Qué va a hacer si Manuel decide que no es "colaborativa"?
Finalmente, asiente con una sonrisa tensa, tratando de convencerse de que todo esto es parte del trabajo, que tal vez está exagerando.
Manuel retira su mano lentamente, como si no hubiera sucedido nada fuera de lo común, y vuelve a su postura relajada. Pero la atmósfera en la habitación se ha transformado. Esmeralda siente que ya ha cruzado una línea sin siquiera haberse dado cuenta. Se levanta con la excusa de que tiene que empezar a organizar su área de trabajo y se despide rápidamente.
—Nos vemos pronto, Esmeralda. Me alegra que hayas entendido —dice Manuel con una sonrisa que, lejos de ser amable, le parece depredadora.
Esa noche, al llegar a su departamento, Esmeralda está sumida en un torbellino de pensamientos. Deja su mochila en el suelo y se arroja sobre la cama, tratando de sacudirse la sensación pegajosa que ha estado con ella desde el momento en que salió de la oficina de Manuel. ¿Qué fue lo que pasó exactamente? ¿Acaso fue tan grave? La forma en que le tocó la mano… el tono de su voz. Todo fue tan sutil, pero al mismo tiempo tan intrusivo.
Se repite una y otra vez que fue solo un malentendido, pero su cuerpo le dice otra cosa. Siente su piel ardiendo, el eco de la caricia de Manuel aún persiste en su mente. Y aunque lo odia, no puede evitar sentir algo más profundo. Una parte de ella está excitada, pero no entiende por qué.
Suspira y se da la vuelta en la cama, las sábanas frías contra su piel caliente. Cierra los ojos, tratando de calmar su mente, pero la tensión sigue ahí, en su cuerpo, en el bajo vientre. Algo en la forma en que Manuel la tocó y la miró sigue encendiendo una chispa que no puede apagar. ¿Por qué, si se sintió tan incómoda, ahora se siente así?
Sin pensarlo demasiado, su mano comienza a deslizarse suavemente por su abdomen, bajando lentamente. Al principio lo hace de manera inconsciente, pero pronto el calor en su cuerpo aumenta, y empieza a moverse con más intención. No puede evitarlo; su mente sigue reproduciendo la escena, las palabras de Manuel, su mirada, la presión de su mano sobre la suya.
Un gemido suave se escapa de sus labios mientras sus dedos encuentran su centro, acariciando lentamente. La vergüenza trata de abrirse paso, pero el placer es más fuerte. Cierra los ojos con fuerza, dejándose llevar por las sensaciones. Es como si en ese momento no pudiera detenerse, como si la tensión acumulada en su cuerpo necesitara ser liberada de alguna forma.
Finalmente, el clímax la invade, dejándola jadeante y temblorosa. El alivio físico es inmediato, pero tan pronto como se disipa, la vergüenza regresa. ¿Qué acaba de hacer? No puede entender cómo, después de todo lo que ocurrió hoy, terminó excitada. Algo está mal, muy mal, pero no puede descifrar qué es.
Se da la vuelta en la cama, intentando ignorar el peso que ahora siente en su pecho. Pero sabe que esto es solo el comienzo.
El día había sido un torbellino de emociones para Esmeralda. No había podido quitarse de la mente lo sucedido en la oficina de Manuel. Incluso después de aquella intensa y confusa sensación que la invadió en la intimidad de su cuarto, al llegar la mañana, la vergüenza y la culpa seguían presentes. No podía entender cómo había reaccionado de esa manera la noche anterior, ni por qué su cuerpo parecía traicionarla. Se sentía dividida entre el deseo y el repudio, atrapada en una red de emociones contradictorias que no lograba desenredar.
Al llegar nuevamente a la estación de radio, sintió un nudo en el estómago. La puerta de la oficina de Manuel parecía un umbral hacia algo oscuro, un lugar del que intuía que no podría salir ilesa. Caminó por el pasillo con los pies pesados, casi deseando no tener que enfrentarlo ese día.
Pero no había escapatoria.
Antes de poder tocar, la puerta se abrió lentamente, como si Manuel la hubiera estado esperando. Él estaba ahí, de pie, con su camisa perfectamente planchada y una sonrisa en sus labios. No había rastro de la incomodidad que ella sentía; para él, todo parecía normal.
—Esmeralda, me alegra verte —dijo, su tono amable, pero cargado de una autoridad que la hacía sentir pequeña.
Ella entró en la oficina, su piel comenzando a arder bajo su vestido. Trató de convencerse de que todo estaba en su cabeza, de que no debía dejarse llevar por sus miedos, pero la realidad se sentía mucho más pesada que sus pensamientos.
Manuel cerró la puerta tras ella, el clic del seguro resonando en el pequeño espacio. Su corazón se aceleró.
—Espero que hoy estés lista para trabajar de cerca, tal como hablamos ayer —dijo Manuel mientras se acercaba a ella, sus ojos fijos en su cuerpo, recorriéndola de arriba abajo. Cada palabra parecía cargada de una intención oculta, y aunque no lo decía abiertamente, ambos sabían exactamente a qué se refería.
—Yo… sí, estoy aquí para aprender —murmuró Esmeralda, intentando mantener su compostura. Pero su voz sonaba débil, vulnerable.
Manuel se colocó detrás de ella, tan cerca que podía sentir su aliento en el cuello. Su mano, pesada y decidida, se posó en su hombro, haciendo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. Ella tragó saliva, tratando de mantener el control, pero sabía que ya lo había perdido.
—Eso es lo que quiero oír —susurró él en su oído, su tono envolvente, como un veneno dulce.
Sin darle tiempo a reaccionar, Manuel la tomó suavemente por los brazos y la guió hacia el escritorio. Esmeralda sintió el borde frío del mueble contra sus piernas mientras él la obligaba a inclinarse ligeramente hacia adelante, su mano deslizándose con demasiada familiaridad por su espalda baja. Su mente gritaba que debía detenerlo, que esto no estaba bien, pero su cuerpo permanecía paralizado, incapaz de moverse o siquiera protestar. El peso de su autoridad la aplastaba.
—Sé que esto es lo que realmente quieres, Esmeralda. Lo veo en tus ojos —murmuró Manuel, sus manos recorriendo su cintura mientras sus palabras la envolvían como cadenas invisibles—. Solo tienes que dejarte llevar.
Ella cerró los ojos, tratando de desconectarse de la situación, de bloquear lo que estaba por suceder, pero era imposible. Su respiración se volvió entrecortada cuando él deslizó su mano más abajo, tocando su piel con una mezcla de posesividad y control. Sus movimientos eran lentos, calculados, como si estuviera saboreando cada segundo de su sumisión.
Esmeralda sabía que debía decir algo, que debía detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, pero cada vez que abría la boca, las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. El miedo y la confusión la paralizaban, mientras la presión de las manos de Manuel se hacía cada vez más insistente.
El sonido de su respiración, su cercanía, todo la envolvía en un manto pesado de sumisión. Él la había llevado al límite, y aunque su mente quería escapar, su cuerpo parecía reaccionar por sí solo. A cada toque, el calor en su vientre aumentaba, mezclándose con el asco que sentía al saberse completamente vulnerable.
Manuel la giró con suavidad, sus manos firmes pero cuidadosas, como si estuviera en completo control de la situación. Sus dedos recorrieron el contorno de su rostro, apartando algunos mechones de su cabello que caían sobre su frente, y sus ojos oscuros se clavaron en los de ella.
—Eres hermosa, Esmeralda. ¿No lo sabías?
El cumplido, en otro contexto, podría haberla hecho sonreír, pero en ese momento solo la hizo sentir más atrapada. No podía escapar de la realidad de lo que estaba sucediendo, de cómo cada palabra, cada gesto, la estaba sometiendo.
Manuel no dejó de mirarla mientras su mano bajaba por su pecho, acariciando su ropa de manera posesiva. Esmeralda respiraba con dificultad, sintiendo cómo el poder que él tenía sobre ella era absoluto. Aun cuando todo dentro de ella gritaba que debía huir, sus piernas no se movían.
No hay salida.
Ella comprendió, en ese preciso momento, que no tenía opciones. No era solo la fuerza física de Manuel lo que la mantenía atrapada, era el control psicológico que había ejercido sobre ella desde el primer día. Sabía que si lo rechazaba, todo lo que había trabajado podría desmoronarse. Sus sueños, su carrera, todo.
Finalmente, con un susurro apenas audible, se rindió:
—Está bien.
Manuel sonrió, satisfecho, como un depredador que había logrado atrapar a su presa.
Lo siguiente sucedió rápido, con una precisión que solo podía tener alguien que había hecho esto antes. Esmeralda sintió cómo las manos de Manuel bajaban por sus caderas, su respiración caliente y pesada mientras la rodeaba, presionándola contra él. Todo su cuerpo se tensó, pero no dijo nada. No podía.
El silencio en la habitación era insoportable, roto solo por los suaves sonidos de su respiración acelerada. Y en medio de ese silencio, Esmeralda se dio cuenta de que ya no podía distinguir entre el miedo, la confusión y el extraño, oscuro placer que su cuerpo comenzaba a experimentar.
La luz del sol filtrándose por las persianas la despertó lentamente. Esmeralda aún estaba enredada entre las sábanas, su cuerpo cansado y pesado, como si su mente no quisiera abandonar el recuerdo de lo que había sucedido la tarde anterior. Abrió los ojos lentamente, el sonido del tráfico afuera invadiendo la habitación, pero nada podía sacarla de la neblina en la que se encontraba. En ese instante sonó el teléfono, y Manuel se vio obligado a contestar. Esmeralda rápidamente salió de la oficina y de la radio prácticamente corriendo hacia su hogar…
Se giró sobre su costado, apretando las sábanas contra su pecho, mientras su mente repasaba una y otra vez cada detalle de lo que había ocurrido con Manuel. Al principio, había sentido una enorme confusión, una mezcla de repulsión y miedo que la paralizaba. Pero lo que más la inquietaba ahora no era el hecho en sí, sino la forma en que su cuerpo había reaccionado. Había algo que no podía negar: una parte de ella había disfrutado de aquello, aunque no quisiera admitirlo.
Cerró los ojos con fuerza, deseando que los recuerdos se esfumaran, pero en lugar de desvanecerse, las imágenes se volvían más vívidas. Podía sentir aún la presión de las manos de Manuel sobre su piel, sus dedos recorriendo su cuerpo con una mezcla de dominio y deseo. Recordaba su respiración entrecortada, su cercanía, y cómo su propio cuerpo había comenzado a reaccionar de una manera que nunca antes había experimentado. No podía entenderlo.
Se incorporó lentamente en la cama, sintiendo cómo su piel se erizaba con cada pensamiento que la asaltaba. Sabía que lo que había pasado no estaba bien, que Manuel había cruzado una línea. Y, sin embargo, había algo en aquella experiencia que la atraía de una forma perturbadora. Se había sentido… deseada, poderosa y, al mismo tiempo, completamente sometida. Aquella dualidad la estaba volviendo loca.
Bajó los pies al suelo, el frío de las baldosas despertando aún más sus sentidos. Mientras caminaba hacia el baño, su cuerpo respondía con una tensión extraña, como si aún no hubiera terminado de procesar lo que había vivido. Se miró en el espejo, su reflejo le devolvió una imagen de alguien diferente, alguien que no reconocía del todo. Sus mejillas estaban ligeramente enrojecidas, y sus labios entreabiertos parecían sugerir una emoción que no terminaba de comprender.
Se metió bajo el chorro de agua caliente de la ducha, esperando que el calor la ayudara a despejar su mente. Pero el agua solo intensificó las sensaciones, y con cada gota que caía sobre su piel, recordaba cómo se había sentido cuando las manos de Manuel la habían tocado. No podía evitarlo. Sus dedos rozaron su vientre, trazando el mismo camino que él había recorrido, y el simple hecho de revivir esos momentos hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo.
¿Por qué? Esa era la pregunta que no dejaba de hacerse. ¿Por qué había reaccionado así? ¿Por qué su cuerpo había respondido de esa manera? Intentó convencerse de que solo había sido una reacción física, algo que no podía controlar. Pero muy en el fondo sabía que había algo más.
Apoyó las manos en las paredes de la ducha, inclinando la cabeza bajo el agua, mientras dejaba que el calor la envolviera. El vapor subía a su alrededor, creando una atmósfera sofocante que no hacía más que intensificar el deseo que comenzaba a florecer nuevamente dentro de ella. Cerró los ojos, y por un instante, permitió que su mente viajara de vuelta a esa oficina, a los momentos en que Manuel había tomado el control de su cuerpo.
El calor que había sentido la tarde anterior comenzó a regresar, y sus manos, sin que lo planeara, comenzaron a deslizarse por su propio cuerpo, explorando aquellas zonas que aún ardían con el recuerdo. El agua recorría su piel, pero lo que la excitaba no era el calor de la ducha, sino el recuerdo de las caricias de Manuel. Era como si su mente no pudiera escapar de esa experiencia, y su cuerpo… su cuerpo la traicionaba de nuevo, respondiendo de la misma manera que lo había hecho en su oficina.
Sus dedos temblaban mientras se deslizaban por sus muslos, su respiración se volvía errática, y el deseo que había tratado de ignorar se apoderaba de ella por completo. Se mordió el labio, intentando acallar el gemido que luchaba por salir de su garganta, pero no pudo evitarlo. Lo necesitaba.
Lo deseaba.
El agua se llevaba las últimas resistencias que quedaban en su mente, y en cuestión de segundos, Esmeralda se dejó llevar por completo. Sus manos se movían con urgencia, como si estuviera desesperada por alcanzar algo que solo podía encontrar en el recuerdo de lo sucedido con Manuel. Cada toque la hacía estremecerse, y su cuerpo respondía de una manera que nunca antes había experimentado.
Mientras el placer crecía dentro de ella, una parte de su mente trataba de resistir, de recordar que todo aquello había comenzado de manera errónea. Pero era inútil. El control de Manuel sobre ella iba más allá de lo físico. Se había colado en su mente, y ahora, ella no podía evitar buscar ese mismo poder en sus propias caricias.
Y entonces, lo alcanzó.
El clímax llegó como una tormenta, violento y abrumador. Su cuerpo se arqueó bajo el agua, y un gemido bajo escapó de sus labios mientras la sensación la recorría por completo. Sintió como si todo su cuerpo se derrumbara, dejándola exhausta y temblorosa bajo el chorro de agua caliente.
Se quedó ahí, jadeando, con el agua cayendo sobre su piel, mientras el eco de su orgasmo aún vibraba dentro de ella. ¿Qué me está pasando?, pensó, mientras el sentimiento de culpa comenzaba a envolverla lentamente. Pero, al mismo tiempo, no podía negar que había sido una de las experiencias más intensas de su vida.
Cuando finalmente salió de la ducha, envuelta en una toalla, se sentó al borde de la cama. Su mente seguía enredada en los recuerdos de Manuel, y aunque sabía que todo esto era peligroso, había algo en esa sensación de ser dominada, de ser deseada, que no podía ignorar. Por más que quisiera luchar contra ello, una parte de ella ya había cedido.
Y, para su sorpresa, en lugar de sentirse horrorizada, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
¿Qué me está pasando?
Continuara...
Los capítulos dos y tres de esta serie ya están disponibles en Patreon, para quienes quieran apoyarme con una suscripción. Aquí los subiré semanalmente. Pueden enconttrar el link de mi Patreon en mi perfil.
Su silueta es esbelta y atlética, fruto de las largas caminatas que hace diariamente para llegar a la universidad. Mide alrededor de 1.68 metros, con un rostro joven, marcado por ojos grandes y oscuros que siempre parecen estar buscando respuestas. Su piel es tersa y morena clara, lo que le da un aire exótico y natural que nunca ha sido consciente de tener. Su cabello negro y ondulado cae en cascada hasta la mitad de su espalda, siempre alborotado y suelto. Hoy lleva un vestido sencillo de verano, con flores pequeñas, que destaca sus curvas sin ser demasiado llamativo. No es alguien que disfrute de atraer miradas innecesarias, pero su cuerpo siempre parece captar la atención, aunque ella no lo note.
Al llegar al tercer piso, se encuentra con la puerta de la oficina de Manuel. Había escuchado mucho sobre él: un hombre carismático, de éxito, conocido por ser un buen mentor para los jóvenes aspirantes. Aunque algunos comentarios en los pasillos sugerían que tenía un carácter algo dominante, nadie cuestionaba su habilidad para hacer que la estación brillara.
Manuel es un hombre de unos 40 años, alto y de complexión robusta. Mide alrededor de 1.85 metros, con hombros anchos y una presencia imponente. Su piel es morena, y lleva el cabello peinado hacia atrás, con apenas algunas canas que le otorgan un aire de madurez. Su rostro es anguloso, con una barba bien cuidada que acentúa su mandíbula fuerte. Siempre viste de manera impecable, con camisas de botones que marcan la amplitud de su pecho y pantalones oscuros que le dan un aire de autoridad. Pero lo más intimidante de él son sus ojos oscuros, que parecen analizar cada movimiento, cada expresión. Son fríos y calculadores, aunque trata de ocultarlo detrás de una sonrisa encantadora.
Toca la puerta con suavidad, y la voz profunda de Manuel la invita a pasar.
—Esmeralda, ¿cierto? —pregunta él al verla entrar. Su sonrisa parece amistosa, pero algo en sus ojos la hace sentir observada de una forma distinta. La invita a sentarse frente a su escritorio, donde su figura imponente parece dominar el espacio.
—Sí, mucho gusto, señor Manuel. Estoy emocionada por aprender de usted y de todos aquí en la estación.
Él sonríe, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Llámame Manuel, por favor. Aquí tratamos de mantener las cosas informales. Quiero que te sientas cómoda, como en casa.
Esmeralda sonríe, aunque hay algo en su tono que la hace sentir una leve incomodidad. Él le habla sobre las expectativas, las tareas que va a realizar, y cómo estará a su disposición para guiarla en su crecimiento. Todo parece ir bien, hasta que su mirada se intensifica y el ambiente cambia sutilmente.
—Esmeralda, te voy a ser sincero —dice Manuel, su tono suave pero cargado de intención—. Aquí el ambiente puede ser algo duro. Yo me aseguro de que mis protegidos se sientan seguros… pero, claro, eso implica que trabajemos muy de cerca.
Esmeralda asiente, sin saber exactamente qué responder. Algo en la forma en que lo dice, y en cómo él mantiene su mirada fija en ella, hace que se sienta acorralada.
—Y cuando digo de cerca… —su mano cruza el escritorio, acercándose lentamente hacia ella—, quiero decir… muy de cerca.
Antes de que pueda reaccionar, su mano roza suavemente la suya. Esmeralda se tensa, su respiración se acelera mientras intenta procesar lo que está ocurriendo. Él no se detiene, acaricia el dorso de su mano con suavidad, como si fuera lo más normal del mundo.
Su mente está en blanco, pero su instinto le dice que se aparte. Sin embargo, su cuerpo no reacciona. Está paralizada, atrapada entre el respeto que siente hacia su superior y el temor de lo que podría pasar si lo rechaza.
—Esmeralda —susurra él, casi en tono confidencial—, espero que entiendas lo importante que es para mí confiar en ti. Y para que todo esto funcione, necesitamos estar en la misma sintonía, ¿me entiendes?
Ella siente un nudo en el estómago. No sabe qué responder. Siente que si rechaza este primer acercamiento, todo lo que ha conseguido hasta ahora se desmoronará. ¿Qué va a hacer si Manuel decide que no es "colaborativa"?
Finalmente, asiente con una sonrisa tensa, tratando de convencerse de que todo esto es parte del trabajo, que tal vez está exagerando.
Manuel retira su mano lentamente, como si no hubiera sucedido nada fuera de lo común, y vuelve a su postura relajada. Pero la atmósfera en la habitación se ha transformado. Esmeralda siente que ya ha cruzado una línea sin siquiera haberse dado cuenta. Se levanta con la excusa de que tiene que empezar a organizar su área de trabajo y se despide rápidamente.
—Nos vemos pronto, Esmeralda. Me alegra que hayas entendido —dice Manuel con una sonrisa que, lejos de ser amable, le parece depredadora.
Esa noche, al llegar a su departamento, Esmeralda está sumida en un torbellino de pensamientos. Deja su mochila en el suelo y se arroja sobre la cama, tratando de sacudirse la sensación pegajosa que ha estado con ella desde el momento en que salió de la oficina de Manuel. ¿Qué fue lo que pasó exactamente? ¿Acaso fue tan grave? La forma en que le tocó la mano… el tono de su voz. Todo fue tan sutil, pero al mismo tiempo tan intrusivo.
Se repite una y otra vez que fue solo un malentendido, pero su cuerpo le dice otra cosa. Siente su piel ardiendo, el eco de la caricia de Manuel aún persiste en su mente. Y aunque lo odia, no puede evitar sentir algo más profundo. Una parte de ella está excitada, pero no entiende por qué.
Suspira y se da la vuelta en la cama, las sábanas frías contra su piel caliente. Cierra los ojos, tratando de calmar su mente, pero la tensión sigue ahí, en su cuerpo, en el bajo vientre. Algo en la forma en que Manuel la tocó y la miró sigue encendiendo una chispa que no puede apagar. ¿Por qué, si se sintió tan incómoda, ahora se siente así?
Sin pensarlo demasiado, su mano comienza a deslizarse suavemente por su abdomen, bajando lentamente. Al principio lo hace de manera inconsciente, pero pronto el calor en su cuerpo aumenta, y empieza a moverse con más intención. No puede evitarlo; su mente sigue reproduciendo la escena, las palabras de Manuel, su mirada, la presión de su mano sobre la suya.
Un gemido suave se escapa de sus labios mientras sus dedos encuentran su centro, acariciando lentamente. La vergüenza trata de abrirse paso, pero el placer es más fuerte. Cierra los ojos con fuerza, dejándose llevar por las sensaciones. Es como si en ese momento no pudiera detenerse, como si la tensión acumulada en su cuerpo necesitara ser liberada de alguna forma.
Finalmente, el clímax la invade, dejándola jadeante y temblorosa. El alivio físico es inmediato, pero tan pronto como se disipa, la vergüenza regresa. ¿Qué acaba de hacer? No puede entender cómo, después de todo lo que ocurrió hoy, terminó excitada. Algo está mal, muy mal, pero no puede descifrar qué es.
Se da la vuelta en la cama, intentando ignorar el peso que ahora siente en su pecho. Pero sabe que esto es solo el comienzo.
El día había sido un torbellino de emociones para Esmeralda. No había podido quitarse de la mente lo sucedido en la oficina de Manuel. Incluso después de aquella intensa y confusa sensación que la invadió en la intimidad de su cuarto, al llegar la mañana, la vergüenza y la culpa seguían presentes. No podía entender cómo había reaccionado de esa manera la noche anterior, ni por qué su cuerpo parecía traicionarla. Se sentía dividida entre el deseo y el repudio, atrapada en una red de emociones contradictorias que no lograba desenredar.
Al llegar nuevamente a la estación de radio, sintió un nudo en el estómago. La puerta de la oficina de Manuel parecía un umbral hacia algo oscuro, un lugar del que intuía que no podría salir ilesa. Caminó por el pasillo con los pies pesados, casi deseando no tener que enfrentarlo ese día.
Pero no había escapatoria.
Antes de poder tocar, la puerta se abrió lentamente, como si Manuel la hubiera estado esperando. Él estaba ahí, de pie, con su camisa perfectamente planchada y una sonrisa en sus labios. No había rastro de la incomodidad que ella sentía; para él, todo parecía normal.
—Esmeralda, me alegra verte —dijo, su tono amable, pero cargado de una autoridad que la hacía sentir pequeña.
Ella entró en la oficina, su piel comenzando a arder bajo su vestido. Trató de convencerse de que todo estaba en su cabeza, de que no debía dejarse llevar por sus miedos, pero la realidad se sentía mucho más pesada que sus pensamientos.
Manuel cerró la puerta tras ella, el clic del seguro resonando en el pequeño espacio. Su corazón se aceleró.
—Espero que hoy estés lista para trabajar de cerca, tal como hablamos ayer —dijo Manuel mientras se acercaba a ella, sus ojos fijos en su cuerpo, recorriéndola de arriba abajo. Cada palabra parecía cargada de una intención oculta, y aunque no lo decía abiertamente, ambos sabían exactamente a qué se refería.
—Yo… sí, estoy aquí para aprender —murmuró Esmeralda, intentando mantener su compostura. Pero su voz sonaba débil, vulnerable.
Manuel se colocó detrás de ella, tan cerca que podía sentir su aliento en el cuello. Su mano, pesada y decidida, se posó en su hombro, haciendo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. Ella tragó saliva, tratando de mantener el control, pero sabía que ya lo había perdido.
—Eso es lo que quiero oír —susurró él en su oído, su tono envolvente, como un veneno dulce.
Sin darle tiempo a reaccionar, Manuel la tomó suavemente por los brazos y la guió hacia el escritorio. Esmeralda sintió el borde frío del mueble contra sus piernas mientras él la obligaba a inclinarse ligeramente hacia adelante, su mano deslizándose con demasiada familiaridad por su espalda baja. Su mente gritaba que debía detenerlo, que esto no estaba bien, pero su cuerpo permanecía paralizado, incapaz de moverse o siquiera protestar. El peso de su autoridad la aplastaba.
—Sé que esto es lo que realmente quieres, Esmeralda. Lo veo en tus ojos —murmuró Manuel, sus manos recorriendo su cintura mientras sus palabras la envolvían como cadenas invisibles—. Solo tienes que dejarte llevar.
Ella cerró los ojos, tratando de desconectarse de la situación, de bloquear lo que estaba por suceder, pero era imposible. Su respiración se volvió entrecortada cuando él deslizó su mano más abajo, tocando su piel con una mezcla de posesividad y control. Sus movimientos eran lentos, calculados, como si estuviera saboreando cada segundo de su sumisión.
Esmeralda sabía que debía decir algo, que debía detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, pero cada vez que abría la boca, las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. El miedo y la confusión la paralizaban, mientras la presión de las manos de Manuel se hacía cada vez más insistente.
El sonido de su respiración, su cercanía, todo la envolvía en un manto pesado de sumisión. Él la había llevado al límite, y aunque su mente quería escapar, su cuerpo parecía reaccionar por sí solo. A cada toque, el calor en su vientre aumentaba, mezclándose con el asco que sentía al saberse completamente vulnerable.
Manuel la giró con suavidad, sus manos firmes pero cuidadosas, como si estuviera en completo control de la situación. Sus dedos recorrieron el contorno de su rostro, apartando algunos mechones de su cabello que caían sobre su frente, y sus ojos oscuros se clavaron en los de ella.
—Eres hermosa, Esmeralda. ¿No lo sabías?
El cumplido, en otro contexto, podría haberla hecho sonreír, pero en ese momento solo la hizo sentir más atrapada. No podía escapar de la realidad de lo que estaba sucediendo, de cómo cada palabra, cada gesto, la estaba sometiendo.
Manuel no dejó de mirarla mientras su mano bajaba por su pecho, acariciando su ropa de manera posesiva. Esmeralda respiraba con dificultad, sintiendo cómo el poder que él tenía sobre ella era absoluto. Aun cuando todo dentro de ella gritaba que debía huir, sus piernas no se movían.
No hay salida.
Ella comprendió, en ese preciso momento, que no tenía opciones. No era solo la fuerza física de Manuel lo que la mantenía atrapada, era el control psicológico que había ejercido sobre ella desde el primer día. Sabía que si lo rechazaba, todo lo que había trabajado podría desmoronarse. Sus sueños, su carrera, todo.
Finalmente, con un susurro apenas audible, se rindió:
—Está bien.
Manuel sonrió, satisfecho, como un depredador que había logrado atrapar a su presa.
Lo siguiente sucedió rápido, con una precisión que solo podía tener alguien que había hecho esto antes. Esmeralda sintió cómo las manos de Manuel bajaban por sus caderas, su respiración caliente y pesada mientras la rodeaba, presionándola contra él. Todo su cuerpo se tensó, pero no dijo nada. No podía.
El silencio en la habitación era insoportable, roto solo por los suaves sonidos de su respiración acelerada. Y en medio de ese silencio, Esmeralda se dio cuenta de que ya no podía distinguir entre el miedo, la confusión y el extraño, oscuro placer que su cuerpo comenzaba a experimentar.
La luz del sol filtrándose por las persianas la despertó lentamente. Esmeralda aún estaba enredada entre las sábanas, su cuerpo cansado y pesado, como si su mente no quisiera abandonar el recuerdo de lo que había sucedido la tarde anterior. Abrió los ojos lentamente, el sonido del tráfico afuera invadiendo la habitación, pero nada podía sacarla de la neblina en la que se encontraba. En ese instante sonó el teléfono, y Manuel se vio obligado a contestar. Esmeralda rápidamente salió de la oficina y de la radio prácticamente corriendo hacia su hogar…
Se giró sobre su costado, apretando las sábanas contra su pecho, mientras su mente repasaba una y otra vez cada detalle de lo que había ocurrido con Manuel. Al principio, había sentido una enorme confusión, una mezcla de repulsión y miedo que la paralizaba. Pero lo que más la inquietaba ahora no era el hecho en sí, sino la forma en que su cuerpo había reaccionado. Había algo que no podía negar: una parte de ella había disfrutado de aquello, aunque no quisiera admitirlo.
Cerró los ojos con fuerza, deseando que los recuerdos se esfumaran, pero en lugar de desvanecerse, las imágenes se volvían más vívidas. Podía sentir aún la presión de las manos de Manuel sobre su piel, sus dedos recorriendo su cuerpo con una mezcla de dominio y deseo. Recordaba su respiración entrecortada, su cercanía, y cómo su propio cuerpo había comenzado a reaccionar de una manera que nunca antes había experimentado. No podía entenderlo.
Se incorporó lentamente en la cama, sintiendo cómo su piel se erizaba con cada pensamiento que la asaltaba. Sabía que lo que había pasado no estaba bien, que Manuel había cruzado una línea. Y, sin embargo, había algo en aquella experiencia que la atraía de una forma perturbadora. Se había sentido… deseada, poderosa y, al mismo tiempo, completamente sometida. Aquella dualidad la estaba volviendo loca.
Bajó los pies al suelo, el frío de las baldosas despertando aún más sus sentidos. Mientras caminaba hacia el baño, su cuerpo respondía con una tensión extraña, como si aún no hubiera terminado de procesar lo que había vivido. Se miró en el espejo, su reflejo le devolvió una imagen de alguien diferente, alguien que no reconocía del todo. Sus mejillas estaban ligeramente enrojecidas, y sus labios entreabiertos parecían sugerir una emoción que no terminaba de comprender.
Se metió bajo el chorro de agua caliente de la ducha, esperando que el calor la ayudara a despejar su mente. Pero el agua solo intensificó las sensaciones, y con cada gota que caía sobre su piel, recordaba cómo se había sentido cuando las manos de Manuel la habían tocado. No podía evitarlo. Sus dedos rozaron su vientre, trazando el mismo camino que él había recorrido, y el simple hecho de revivir esos momentos hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo.
¿Por qué? Esa era la pregunta que no dejaba de hacerse. ¿Por qué había reaccionado así? ¿Por qué su cuerpo había respondido de esa manera? Intentó convencerse de que solo había sido una reacción física, algo que no podía controlar. Pero muy en el fondo sabía que había algo más.
Apoyó las manos en las paredes de la ducha, inclinando la cabeza bajo el agua, mientras dejaba que el calor la envolviera. El vapor subía a su alrededor, creando una atmósfera sofocante que no hacía más que intensificar el deseo que comenzaba a florecer nuevamente dentro de ella. Cerró los ojos, y por un instante, permitió que su mente viajara de vuelta a esa oficina, a los momentos en que Manuel había tomado el control de su cuerpo.
El calor que había sentido la tarde anterior comenzó a regresar, y sus manos, sin que lo planeara, comenzaron a deslizarse por su propio cuerpo, explorando aquellas zonas que aún ardían con el recuerdo. El agua recorría su piel, pero lo que la excitaba no era el calor de la ducha, sino el recuerdo de las caricias de Manuel. Era como si su mente no pudiera escapar de esa experiencia, y su cuerpo… su cuerpo la traicionaba de nuevo, respondiendo de la misma manera que lo había hecho en su oficina.
Sus dedos temblaban mientras se deslizaban por sus muslos, su respiración se volvía errática, y el deseo que había tratado de ignorar se apoderaba de ella por completo. Se mordió el labio, intentando acallar el gemido que luchaba por salir de su garganta, pero no pudo evitarlo. Lo necesitaba.
Lo deseaba.
El agua se llevaba las últimas resistencias que quedaban en su mente, y en cuestión de segundos, Esmeralda se dejó llevar por completo. Sus manos se movían con urgencia, como si estuviera desesperada por alcanzar algo que solo podía encontrar en el recuerdo de lo sucedido con Manuel. Cada toque la hacía estremecerse, y su cuerpo respondía de una manera que nunca antes había experimentado.
Mientras el placer crecía dentro de ella, una parte de su mente trataba de resistir, de recordar que todo aquello había comenzado de manera errónea. Pero era inútil. El control de Manuel sobre ella iba más allá de lo físico. Se había colado en su mente, y ahora, ella no podía evitar buscar ese mismo poder en sus propias caricias.
Y entonces, lo alcanzó.
El clímax llegó como una tormenta, violento y abrumador. Su cuerpo se arqueó bajo el agua, y un gemido bajo escapó de sus labios mientras la sensación la recorría por completo. Sintió como si todo su cuerpo se derrumbara, dejándola exhausta y temblorosa bajo el chorro de agua caliente.
Se quedó ahí, jadeando, con el agua cayendo sobre su piel, mientras el eco de su orgasmo aún vibraba dentro de ella. ¿Qué me está pasando?, pensó, mientras el sentimiento de culpa comenzaba a envolverla lentamente. Pero, al mismo tiempo, no podía negar que había sido una de las experiencias más intensas de su vida.
Cuando finalmente salió de la ducha, envuelta en una toalla, se sentó al borde de la cama. Su mente seguía enredada en los recuerdos de Manuel, y aunque sabía que todo esto era peligroso, había algo en esa sensación de ser dominada, de ser deseada, que no podía ignorar. Por más que quisiera luchar contra ello, una parte de ella ya había cedido.
Y, para su sorpresa, en lugar de sentirse horrorizada, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
¿Qué me está pasando?
Continuara...
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1 comentarios - Esmeralda, la chica del servicio social