Mi marido y yo recorrimos la avenida en nuestra vieja furgoneta Econoline Deluxe de 1965 y puedo decir que causamos un gran revuelo. Mi marido, Jimmy, la había pintado de morado intenso y había tintado las ventanillas. Tenía las palabras 2El chulo” escritas en letra cursiva dorada, justo debajo de la ventanilla de la puerta del conductor. A mí no me gustaba mucho el nombre, pero él lo puso de todos modos.
Recorríamos la avenida durante tres kilómetros y luego, en el semáforo en rojo, dábamos media vuelta y volvíamos al otro lado. Lo hacíamos una y otra vez a la friolera de 40 kilómetros por hora. Así lo hacían los niños, así lo hacíamos nosotros. Puedo decir niños porque tengo cuarenta y ocho y Jimmy tiene cincuenta y uno. En la carretera había algunos vehículos de hoy en día muy buenos como, Corvettes, Porsche, ferraris, etc. Pero no había coches vintage, a excepción de nuestra vieja 65 y eso es probablemente donde comenzó nuestro problema. Eso y el deseo de Jimmy de competir.
Un gran Ford F-150 se detuvo a nuestro lado mientras dábamos una vuelta. Era una camioneta bonita, roja con muchos cromados. Había tres tipos en ella y cuatro más atrás. Todos se reían y se lo pasaban bien. Mi marido metió segunda y pisó a fondo, nuestra furgoneta dio una sacudida hacia delante y chirrió los neumáticos. Dejamos atrás a los niños en un santiamén.
- Cariño ten cuidado. ¡Más despacio!
Yo soy la que piensa de los dos cuando Jimmy se pone en uno de sus impulsivos estados de ánimo. Jimmy aulló y gritó y finalmente soltó el acelerador cuando llegamos a cincuenta y cinco.
- ¡Siente ese puto motor, Carly! ¿No te moja el coño, nena?
Solté una risita y asentí. La velocidad tendía a humedecerme, pero Jimmy ya lo sabía. Cuando nos conocimos, hace más de veinticinco años, tenía un Mustang del 63 que era una mierda, ¡pero por Dios que el coche corría! Me llevó a una cita al circuito de velocidad abandonado. Me mostró lo que el viejo Mustang podía hacer. Y en el proceso me mojé tanto que mi coño virgen goteaba a través de mis bragas.
Jimmy sintió que me excitaba o tal vez pudo olerme. No lo se. Pero se detuvo en la zona de césped y le dejé tomar mi virginidad allí mismo, sobre el capó de ese viejo Mustang. Sangré horriblemente mientras me follaba duro. Tuve mi primer orgasmo esa noche y cuando él se corrió dentro de mí, supe en mi corazón que estaríamos juntos el resto de nuestras vidas. Él es mi único amor.
La camioneta roja finalmente nos alcanzó en el semáforo en rojo. El conductor saca la cabeza por la ventanilla, me sonríe lascivamente y me chasquea la lengua. Ignoré su juego infantil. Era un chico feo, con la cara llena de granos y un corte de pelo rubio. Parecía que jugaba al fútbol para la universidad local, así como los otros chicos que estaban en su camioneta.
Jimmy se cabrea y le manda al cuerno.
- ¿Tanto te hemos jodido dejándote atrás?
- Déjame joder a tu vieja y estamos en paz - le grito el conductor.
- Ninguno de vosotros podría con mi mujer. - se río Jimmy.
Miré a mi marido con los ojos muy abiertos, no me podía creer que le dijera algo como eso a un niñato. En ese momento el semáforo se puso en verde, Jimmy aceleró y la camioneta también. La furgoneta se alejó dejando atrás a la bonita camioneta roja. Jimmy soltó una carcajada.
- ¡Qué pedazo de mierda roja y brillante!
- Es lenta, ¿verdad? - dije riéndome también.
Miré a la camioneta por el retrovisor mientras se quedaba cada vez más atrás. El semáforo en rojo nos pilló y tuvimos que volver a parar. La camioneta se detuvo esta vez un poco más cerca. Tragué saliva y miré a mi marido. El conductor bajó la ventanilla.
- Eso no es justo, viejo. No nos dijiste que querías correr. - dijo acelerando el motor.
- ¡Vete a la mierda! No podías seguir el ritmo.
- Bueno, veamos lo que ese pedazo de mierda puede hacer. Corramos por una apuesta.
- ¿Una apuesta? ¿Qué clase de apuesta?
Agitó un billete de cien dólares por la ventana hacia nosotros.
- No llevo cien dólares encima, hijo.
- Ahí tienes a tu vieja. - dijo el chico riéndose. - Pierdes, se quita toda la ropa y me la chupa delante de todos mis chicos.
Me quedé boquiabierto y miré a Jimmy. Jimmy se rió y me dio una palmadita en la rodilla.
- ¿No hay trato?
Volvió a meter la mano en la camioneta y sacó otros dos billetes de cien dólares. Así que ahora eran trescientos dólares los que nos agitaba. Jimmy dejó de reír y yo me di cuenta.
- Trescientos dólares. me susurró.
- ¿Jimmy? - Miré por la ventanilla a los tres tíos del asiento delantero y a los cuatro de la parte trasera de la camioneta. -Hay siete tíos en esa camioneta.
- No podemos perder, nena. Además, te gusta dar mamadas.
- ¡Sólo a ti, Jimmy!¡A nadie más! - Le susurré.
- Una polla es una polla. Además, no vamos a perder. - me apretó la mano. - Vamos, nena, compraremos un masaje en pareja con el dinero. Y no hemos tenido un masaje en pareja en bastante tiempo.
- Desde luego que no lo hemos tenido. -dije sonriendo.
Pensé en el vino, el queso y esas maravillosas fresas cubiertas de chocolate. Ah, y esas batas tan cómodas y calentitas.
- De acuerdo. Pero Jimmy, más te vale no perder.
Me sonrió y aceleró el motor
- No vamos a perder, nena.
¡Perdimos, joder! El camión rojo nos dejó tomar la delantera y luego nos pasó volando. Y todo tomó menos de dos minutos. Miré a Jimmy y él me miraba asustado. Empecé a pegarle en el hombro.
- ¡Hemos perdido, Jimmy! ¡Dijiste que no podíamos perder! ¡¡¡Qué demonios!!! - Grité enfadada.
- Lo siento, Carly. El chico nos la jugó.
- Jugó contigo, no conmigo. Ahora voy a tener que... - Dios, me sentía tan mareada ahora. Mi presión sanguínea estaba por las nubes.
El conductor sacó el dedo corazón por la ventanilla y nos hizo un gesto para que le siguiéramos. Y Jimmy lo hizo, justo en el oscuro aparcamiento de un supermercado abandonado. El aparcamiento tenía bastantes coches aparcados. Las ventanas estaban empañadas en la mayoría de ellos. Era un lugar tranquilo para las parejas. Seguimos al camión por detrás del edificio y, de repente, se puso en marcha y giró en 180 grados. No sé cómo no se cayeron los tipos que iban en la camioneta. Sus luces casi nos ciegan. Jimmy aparcó la furgoneta y apagó el motor.
- Déjame hablar con ellos.
Todos los chicos salieron de la furgoneta y se dirigieron a la parte delantera. Eran universitarios y me miraban con sus ojos jóvenes y hambrientos.
- No creo que te escuchen, cariño. - le dije.
Los chicos estaban todos allí para verme chupársela a su líder. Jimmy salió de la furgoneta y el conductor se reunió con él a mitad de camino. Parecía mucho más grande fuera de la camioneta y era ciertamente más grande que marido. Empecé a ponerme muy nerviosa al ver a los dos intercambiando palabras. De repente, el conductor empujó a mi marido y éste cayó de culo.
Jimmy se levantó y volvió a la furgoneta con la cabeza gacha. Se paró junto a la puerta del conductor, pero no subió. El conductor se acercó a mi lado de la furgoneta y me miró, yo le miré a él y él metió la mano por la ventanilla.
- Me llamo Peter, ¿y tú? - dijo presentándose.
Miré su mano y luego a él. No le cogí la mano.
- Carly. - dije sin ningún entusiasmo.
- Tu marido y yo lo hemos hablado y hemos acordado dejarlo en tus manos. O pagas la apuesta, o tu marido me da este bonito coche y podéis seguir vuestro camino. ¿Qué te parece? - se rió. - De cualquier manera, salgo ganando.
En ese momento me cabreé por completo:
- Eres un gilipollas arrogante, Peter. Presumiendo así ante tus amigos. Apuesto a que también tienes una polla pequeña. Apuesto a que ni siquiera vale mi tiempo. - le espeté.
La estúpida sonrisa de Peter desapareció de su cara:
- ¡Maldita vaca vieja! ¿Cómo te atreves? Te estoy dando la oportunidad de chupar una gran polla joven y me respondes así.
- Seguro que no es tan grande como para alardear. - le guiñé un ojo.
Lentamente, en sus labios se fue dibujando una sonrisa.
- Apuesto a que no eres tan buena chupando pollas.
- ¿Apostamos? Porque es una apuesta segura que perderás. - dije entre risas.
- ¡No! - dijo sacudiendo la cabeza. - Ganaría esa apuesta tan fácilmente como le pateé el culo a tu marido en nuestra carrera.
- Bueno, ¿dejemos que tu cuerpo tome esa decisión? - sonreí.
- ¿Qué quieres decir con eso? - me pregunto con una mirada confundida
Puse los ojos azules en blanco, me eché el pelo rubio hacia atrás y suspiré.
- Mira, tonto del culo. Te apuesto lo que quieras a que puedo hacer que te corras en cinco minutos o menos.
- ¡Y una mierda! - dijo soltando una carcajada. - Tengo más aguante que tu puto marido, zorra.
- Yo puedo hacer que mi marido se corra en tres minutos, chiquitín. He tenido en cuenta que tú podrías durar un poco más, así que he llegado a los cinco minutos.
Peter sonrió tontamente. Creo que pensó que lo que dije era un cumplido a su destreza. Puse los ojos en blanco. ¡Hombres!
- Vale, zorrita. ¿Qué quieres apostar?
Sonreí y acepté su comentario.
- De acuerdo, te apuesto mi coño si aguantas más de cinco minutos, cariño. Y cuando pierdas, que sin duda lo harás, me darás los trescientos dólares con los que tentaste a mi marido.
- ¡Te has ganado una apuesta, zorra! - Se ríe. -Déjame ir a decírselo a los chicos.
- Quiero que esto quede entre tú y yo, no entre ellos. - dije sacudiendo la cabeza. - No quiero que te distraigas. Quiero toda tu atención en mí.
- Me parece bien. Pero tengo que decirles que han cambiado los planes.
Sonreí y asentí. Luego me acerqué y llamé a la puerta del conductor: Jimmy abrió la puerta y subió con cara de preocupación.
- Jimmy, quiero que saques el móvil y programes cinco minutos.
Jimmy me miró confundido. Le lancé una mirada gélida.
- Sólo hazlo, ¿de acuerdo, cariño? - le espeté.
Asintió rápidamente y sacó su móvil del bolsillo. Miré a Peter hablando con su grupo de idiotas. Hablaron durante dos o tres minutos.
- ¿Qué pasa cariño?
- ¿Qué te parece, Jim? - le respondí sin mirarle.
Sentí a mi marido tenso. Sabía que se metía en un lío cuando le llamaba Jim y no Jimmy. Le expliqué la apuesta que había hecho con Peter y él asintió con los ojos bajos. Esto le estaba destrozando, saber que iba a tener que poner mis labios en la polla de otro hombre. Después de unos minutos Peter volvió corriendo a mi lado de la furgoneta.
- Cambio de planes.
- ¿Qué quieres decir, Peter?
- Lo he hablado con los chicos y creen que tenemos que endulzar el asunto. Si yo aguanto más de cinco minutos, pasa uno de mis chicos. Así hasta que uno no aguante más de cinco minutos. ¿Qué me dices?
- ¡De ninguna manera, imbécil! - respondió Jimmy antes de que yo pudiera abrir la boca.
Me reí y le di una palmadita en la rodilla a mi marido.
- Cálmate, cariño. ¿No fuiste tú el que me dijo que una polla es una polla? ¿Recuerdas? - le pellizqué la mejilla. - Además, yo sí que no voy a perder.
Miré a Peter a los ojos y asentí:
- Entra y déjame hacer que te corras, cariño.
- ¡Joder, sí! - exclamó Peter.
Tiró del pestillo de la gran puerta corredera y entró de un salto. Miré a mi marido y sonreí y luego me metí en la parte de atrás con Peter.
- Te diré cuándo poner en marcha el temporizador. - le dije a Jimmy y él asintió.
Nos subimos a la litera de atrás que era bastante espaciosa, Jimmy y yo hemos follado en ella varias veces. Me gusta porque es bastante firme. Peter metió la directa conmigo al principio, metiendo sus zarpas por la parte delantera de mi vestido para agarrar mis pechos y otra entre mis piernas. Sentí que mi vestido se rasgaba por delante y le empujé hacia atrás. Era mi vestido de verano amarillo y blanco favorito y no quería que lo destrozara, ¡por el amor de Dios!
- Tienes que calmarte, Peter, o voy a ganar esta apuesta sin siquiera poner mi boca en tu polla. - dije soltando una risita.
Empecé a desabrocharme la parte delantera del vestido, me lo quité y lo dejé sobre el respaldo de mi asiento. Vi su boca caer al verme en mi sujetador blanco de encaje y mi tanga a juego.
- ¡Oh, mierda! - dijo Peter, quitándose la camisa y tirándola sobre mi vestido.
Sonreí y señalé con la cabeza sus pantalones cortos de baloncesto rojos y negros. Inmediatamente se los quitó con ropa interior y todo, su suave polla sin circuncidar rebotó libremente mientras tiraba los calzoncillos al suelo.
Miré a mi marido, que me observaba atentamente desde el asiento del conductor. Sonreí a Jimmy y asentí con la cabeza y él me devolvió la sonrisa.
- Chúpame la polla, Carly. - dijo Peter casi desesperadamente.
- ¡Shhh!
Sus largas piernas colgaban del borde de la litera. Le besé en los labios y le pasé la mano por la barriga.
- No te la voy a chupar hasta que se te levante del todo, cielo. Y cuando mis labios toquen tu polla, mi marido pondrá en marcha el temporizador. ¿De acuerdo?
Bajé mi mano y toqué su polla. No la agarré ni nada, sólo pasé mis dedos sobre ella y la froté ligeramente.
- ¿Te gusta eso, Peter? ¿Te gusta como acaricio tu gran polla con la punta de mis dedos? - le pregunté.
- Sí. - respondió asintiendo con la cabeza.
Sonreí, le besé los labios y me metió la lengua en la boca. La chupé y lamí dentro de su boca. No había estado con otro hombre que no fuera mi marido, así que sólo sabía complacerle a él. Y ahora estaba usando ese conocimiento para complacer a Peter. Y estaba haciendo un buen trabajo porque su polla se estaba poniendo muy dura, y a decir verdad tampoco era tan pequeña. Más gruesa que la de Jimmy. Envolví mis dedos alrededor de su polla y empecé a acariciarla.
- ¿Quieres mis labios en tu polla, cariño?
- Hazlo, cariño. Chúpamela como la puta que eres.
- ¿Así que crees que soy una puta? - pregunte sonriendo.
- Eres una puta, así que baja ahí y chúpala.
Le guiñé un ojo. Sabía que le excitaba decir esas cosas y sabía que cuanto más le excitara más cerca estaría de correrse.
- Quieres correrte en mi boca de puta, Peter. Quieres descargar tu carga tan profunda dentro de mi garganta, que me ahogue. - dije sin ni siquiera intentar que sonara a pregunta.
- Sí, quiero. - siseó.
- Tomaré todo lo que tienes y algo más, Peter.
Me levante y me baje de la litera y me posicione entre sus piernas. Luego miré a Jimmy y le hice un gesto con la cabeza para que pusiera en marcha el temporizador y así lo hizo. Acerqué mi boca a la polla de Peter y me la metí hasta el fondo. Su grosor estiró mi esófago mientras me lo tragaba. Y lo hice sin la más mínima arcada. Peter jadeó y empezó a mover las caderas al ritmo de mi boca.
Ahora podía saborear su liquido preseminal y sabía maravilloso, sabía a victoria. En realidad, sabía mejor que el de Jimmy. Me detuve un momento e hice pequeños círculos con mi lengua en su punta.
- ¡Oh mierda! ¡Oh joder, Carly!
Empujé la punta de mi lengua dentro de su agujero y eso fue todo lo que tomó. Peter empezó a rociar chorros de semen dentro de mi boca mientras llegaba al orgasmo. Y yo me lo tragué todo con gusto. Cuando dejó de correrse, chupé con avidez la cabeza de su polla y me metí en la boca más de su cálida y pegajosa leche. Peter arqueó la espalda.
- ¡Para! Mierda, por favor. ¡No puedo más! - gritó.
Aparté los labios del pequeño bebé llorón y miré a Jimmy por encima del hombro. Estaba sonriendo. Levantó el cronómetro y me quedé boquiabierta.
- Dos minutos y treinta y ocho segundos. - dije riéndome.
Luego miré a Peter, que ahora estaba sentado sobre los codos, con aspecto absolutamente agotado y mortificado.
- Dios mío, qué pensará ahora tu pandilla de ti, Peter. - Solté una risita, cogí el móvil y traté de abrir la puerta.
- No, por favor, no.
Le ignoré y abrí la puerta para encontrar a sus seis amigos de pie justo fuera de la furgoneta. Me reí y levanté el teléfono para que vieran la hora. Y empezaron a reírse.
Peter estaba tan avergonzado que se puso sólo los pantalones cortos de baloncesto. Cogió los trescientos dólares de su bolsillo y me los tiró.
- ¡Perra! - Grito mientras salía de la furgoneta.
Empujando a sus amigos, se fue corriendo literalmente hacia su camioneta.
- Lo siento chicos, no hay coño para vosotros aquí. - dije mirándoles a todos.
Me reí y les cerré la puerta en las narices. Mi marido y yo nos fuimos a casa esa noche trescientos dólares más ricos, y a la mañana siguiente desde luego que llamé y reservé una cita para un masaje en pareja.
Recorríamos la avenida durante tres kilómetros y luego, en el semáforo en rojo, dábamos media vuelta y volvíamos al otro lado. Lo hacíamos una y otra vez a la friolera de 40 kilómetros por hora. Así lo hacían los niños, así lo hacíamos nosotros. Puedo decir niños porque tengo cuarenta y ocho y Jimmy tiene cincuenta y uno. En la carretera había algunos vehículos de hoy en día muy buenos como, Corvettes, Porsche, ferraris, etc. Pero no había coches vintage, a excepción de nuestra vieja 65 y eso es probablemente donde comenzó nuestro problema. Eso y el deseo de Jimmy de competir.
Un gran Ford F-150 se detuvo a nuestro lado mientras dábamos una vuelta. Era una camioneta bonita, roja con muchos cromados. Había tres tipos en ella y cuatro más atrás. Todos se reían y se lo pasaban bien. Mi marido metió segunda y pisó a fondo, nuestra furgoneta dio una sacudida hacia delante y chirrió los neumáticos. Dejamos atrás a los niños en un santiamén.
- Cariño ten cuidado. ¡Más despacio!
Yo soy la que piensa de los dos cuando Jimmy se pone en uno de sus impulsivos estados de ánimo. Jimmy aulló y gritó y finalmente soltó el acelerador cuando llegamos a cincuenta y cinco.
- ¡Siente ese puto motor, Carly! ¿No te moja el coño, nena?
Solté una risita y asentí. La velocidad tendía a humedecerme, pero Jimmy ya lo sabía. Cuando nos conocimos, hace más de veinticinco años, tenía un Mustang del 63 que era una mierda, ¡pero por Dios que el coche corría! Me llevó a una cita al circuito de velocidad abandonado. Me mostró lo que el viejo Mustang podía hacer. Y en el proceso me mojé tanto que mi coño virgen goteaba a través de mis bragas.
Jimmy sintió que me excitaba o tal vez pudo olerme. No lo se. Pero se detuvo en la zona de césped y le dejé tomar mi virginidad allí mismo, sobre el capó de ese viejo Mustang. Sangré horriblemente mientras me follaba duro. Tuve mi primer orgasmo esa noche y cuando él se corrió dentro de mí, supe en mi corazón que estaríamos juntos el resto de nuestras vidas. Él es mi único amor.
La camioneta roja finalmente nos alcanzó en el semáforo en rojo. El conductor saca la cabeza por la ventanilla, me sonríe lascivamente y me chasquea la lengua. Ignoré su juego infantil. Era un chico feo, con la cara llena de granos y un corte de pelo rubio. Parecía que jugaba al fútbol para la universidad local, así como los otros chicos que estaban en su camioneta.
Jimmy se cabrea y le manda al cuerno.
- ¿Tanto te hemos jodido dejándote atrás?
- Déjame joder a tu vieja y estamos en paz - le grito el conductor.
- Ninguno de vosotros podría con mi mujer. - se río Jimmy.
Miré a mi marido con los ojos muy abiertos, no me podía creer que le dijera algo como eso a un niñato. En ese momento el semáforo se puso en verde, Jimmy aceleró y la camioneta también. La furgoneta se alejó dejando atrás a la bonita camioneta roja. Jimmy soltó una carcajada.
- ¡Qué pedazo de mierda roja y brillante!
- Es lenta, ¿verdad? - dije riéndome también.
Miré a la camioneta por el retrovisor mientras se quedaba cada vez más atrás. El semáforo en rojo nos pilló y tuvimos que volver a parar. La camioneta se detuvo esta vez un poco más cerca. Tragué saliva y miré a mi marido. El conductor bajó la ventanilla.
- Eso no es justo, viejo. No nos dijiste que querías correr. - dijo acelerando el motor.
- ¡Vete a la mierda! No podías seguir el ritmo.
- Bueno, veamos lo que ese pedazo de mierda puede hacer. Corramos por una apuesta.
- ¿Una apuesta? ¿Qué clase de apuesta?
Agitó un billete de cien dólares por la ventana hacia nosotros.
- No llevo cien dólares encima, hijo.
- Ahí tienes a tu vieja. - dijo el chico riéndose. - Pierdes, se quita toda la ropa y me la chupa delante de todos mis chicos.
Me quedé boquiabierto y miré a Jimmy. Jimmy se rió y me dio una palmadita en la rodilla.
- ¿No hay trato?
Volvió a meter la mano en la camioneta y sacó otros dos billetes de cien dólares. Así que ahora eran trescientos dólares los que nos agitaba. Jimmy dejó de reír y yo me di cuenta.
- Trescientos dólares. me susurró.
- ¿Jimmy? - Miré por la ventanilla a los tres tíos del asiento delantero y a los cuatro de la parte trasera de la camioneta. -Hay siete tíos en esa camioneta.
- No podemos perder, nena. Además, te gusta dar mamadas.
- ¡Sólo a ti, Jimmy!¡A nadie más! - Le susurré.
- Una polla es una polla. Además, no vamos a perder. - me apretó la mano. - Vamos, nena, compraremos un masaje en pareja con el dinero. Y no hemos tenido un masaje en pareja en bastante tiempo.
- Desde luego que no lo hemos tenido. -dije sonriendo.
Pensé en el vino, el queso y esas maravillosas fresas cubiertas de chocolate. Ah, y esas batas tan cómodas y calentitas.
- De acuerdo. Pero Jimmy, más te vale no perder.
Me sonrió y aceleró el motor
- No vamos a perder, nena.
¡Perdimos, joder! El camión rojo nos dejó tomar la delantera y luego nos pasó volando. Y todo tomó menos de dos minutos. Miré a Jimmy y él me miraba asustado. Empecé a pegarle en el hombro.
- ¡Hemos perdido, Jimmy! ¡Dijiste que no podíamos perder! ¡¡¡Qué demonios!!! - Grité enfadada.
- Lo siento, Carly. El chico nos la jugó.
- Jugó contigo, no conmigo. Ahora voy a tener que... - Dios, me sentía tan mareada ahora. Mi presión sanguínea estaba por las nubes.
El conductor sacó el dedo corazón por la ventanilla y nos hizo un gesto para que le siguiéramos. Y Jimmy lo hizo, justo en el oscuro aparcamiento de un supermercado abandonado. El aparcamiento tenía bastantes coches aparcados. Las ventanas estaban empañadas en la mayoría de ellos. Era un lugar tranquilo para las parejas. Seguimos al camión por detrás del edificio y, de repente, se puso en marcha y giró en 180 grados. No sé cómo no se cayeron los tipos que iban en la camioneta. Sus luces casi nos ciegan. Jimmy aparcó la furgoneta y apagó el motor.
- Déjame hablar con ellos.
Todos los chicos salieron de la furgoneta y se dirigieron a la parte delantera. Eran universitarios y me miraban con sus ojos jóvenes y hambrientos.
- No creo que te escuchen, cariño. - le dije.
Los chicos estaban todos allí para verme chupársela a su líder. Jimmy salió de la furgoneta y el conductor se reunió con él a mitad de camino. Parecía mucho más grande fuera de la camioneta y era ciertamente más grande que marido. Empecé a ponerme muy nerviosa al ver a los dos intercambiando palabras. De repente, el conductor empujó a mi marido y éste cayó de culo.
Jimmy se levantó y volvió a la furgoneta con la cabeza gacha. Se paró junto a la puerta del conductor, pero no subió. El conductor se acercó a mi lado de la furgoneta y me miró, yo le miré a él y él metió la mano por la ventanilla.
- Me llamo Peter, ¿y tú? - dijo presentándose.
Miré su mano y luego a él. No le cogí la mano.
- Carly. - dije sin ningún entusiasmo.
- Tu marido y yo lo hemos hablado y hemos acordado dejarlo en tus manos. O pagas la apuesta, o tu marido me da este bonito coche y podéis seguir vuestro camino. ¿Qué te parece? - se rió. - De cualquier manera, salgo ganando.
En ese momento me cabreé por completo:
- Eres un gilipollas arrogante, Peter. Presumiendo así ante tus amigos. Apuesto a que también tienes una polla pequeña. Apuesto a que ni siquiera vale mi tiempo. - le espeté.
La estúpida sonrisa de Peter desapareció de su cara:
- ¡Maldita vaca vieja! ¿Cómo te atreves? Te estoy dando la oportunidad de chupar una gran polla joven y me respondes así.
- Seguro que no es tan grande como para alardear. - le guiñé un ojo.
Lentamente, en sus labios se fue dibujando una sonrisa.
- Apuesto a que no eres tan buena chupando pollas.
- ¿Apostamos? Porque es una apuesta segura que perderás. - dije entre risas.
- ¡No! - dijo sacudiendo la cabeza. - Ganaría esa apuesta tan fácilmente como le pateé el culo a tu marido en nuestra carrera.
- Bueno, ¿dejemos que tu cuerpo tome esa decisión? - sonreí.
- ¿Qué quieres decir con eso? - me pregunto con una mirada confundida
Puse los ojos azules en blanco, me eché el pelo rubio hacia atrás y suspiré.
- Mira, tonto del culo. Te apuesto lo que quieras a que puedo hacer que te corras en cinco minutos o menos.
- ¡Y una mierda! - dijo soltando una carcajada. - Tengo más aguante que tu puto marido, zorra.
- Yo puedo hacer que mi marido se corra en tres minutos, chiquitín. He tenido en cuenta que tú podrías durar un poco más, así que he llegado a los cinco minutos.
Peter sonrió tontamente. Creo que pensó que lo que dije era un cumplido a su destreza. Puse los ojos en blanco. ¡Hombres!
- Vale, zorrita. ¿Qué quieres apostar?
Sonreí y acepté su comentario.
- De acuerdo, te apuesto mi coño si aguantas más de cinco minutos, cariño. Y cuando pierdas, que sin duda lo harás, me darás los trescientos dólares con los que tentaste a mi marido.
- ¡Te has ganado una apuesta, zorra! - Se ríe. -Déjame ir a decírselo a los chicos.
- Quiero que esto quede entre tú y yo, no entre ellos. - dije sacudiendo la cabeza. - No quiero que te distraigas. Quiero toda tu atención en mí.
- Me parece bien. Pero tengo que decirles que han cambiado los planes.
Sonreí y asentí. Luego me acerqué y llamé a la puerta del conductor: Jimmy abrió la puerta y subió con cara de preocupación.
- Jimmy, quiero que saques el móvil y programes cinco minutos.
Jimmy me miró confundido. Le lancé una mirada gélida.
- Sólo hazlo, ¿de acuerdo, cariño? - le espeté.
Asintió rápidamente y sacó su móvil del bolsillo. Miré a Peter hablando con su grupo de idiotas. Hablaron durante dos o tres minutos.
- ¿Qué pasa cariño?
- ¿Qué te parece, Jim? - le respondí sin mirarle.
Sentí a mi marido tenso. Sabía que se metía en un lío cuando le llamaba Jim y no Jimmy. Le expliqué la apuesta que había hecho con Peter y él asintió con los ojos bajos. Esto le estaba destrozando, saber que iba a tener que poner mis labios en la polla de otro hombre. Después de unos minutos Peter volvió corriendo a mi lado de la furgoneta.
- Cambio de planes.
- ¿Qué quieres decir, Peter?
- Lo he hablado con los chicos y creen que tenemos que endulzar el asunto. Si yo aguanto más de cinco minutos, pasa uno de mis chicos. Así hasta que uno no aguante más de cinco minutos. ¿Qué me dices?
- ¡De ninguna manera, imbécil! - respondió Jimmy antes de que yo pudiera abrir la boca.
Me reí y le di una palmadita en la rodilla a mi marido.
- Cálmate, cariño. ¿No fuiste tú el que me dijo que una polla es una polla? ¿Recuerdas? - le pellizqué la mejilla. - Además, yo sí que no voy a perder.
Miré a Peter a los ojos y asentí:
- Entra y déjame hacer que te corras, cariño.
- ¡Joder, sí! - exclamó Peter.
Tiró del pestillo de la gran puerta corredera y entró de un salto. Miré a mi marido y sonreí y luego me metí en la parte de atrás con Peter.
- Te diré cuándo poner en marcha el temporizador. - le dije a Jimmy y él asintió.
Nos subimos a la litera de atrás que era bastante espaciosa, Jimmy y yo hemos follado en ella varias veces. Me gusta porque es bastante firme. Peter metió la directa conmigo al principio, metiendo sus zarpas por la parte delantera de mi vestido para agarrar mis pechos y otra entre mis piernas. Sentí que mi vestido se rasgaba por delante y le empujé hacia atrás. Era mi vestido de verano amarillo y blanco favorito y no quería que lo destrozara, ¡por el amor de Dios!
- Tienes que calmarte, Peter, o voy a ganar esta apuesta sin siquiera poner mi boca en tu polla. - dije soltando una risita.
Empecé a desabrocharme la parte delantera del vestido, me lo quité y lo dejé sobre el respaldo de mi asiento. Vi su boca caer al verme en mi sujetador blanco de encaje y mi tanga a juego.
- ¡Oh, mierda! - dijo Peter, quitándose la camisa y tirándola sobre mi vestido.
Sonreí y señalé con la cabeza sus pantalones cortos de baloncesto rojos y negros. Inmediatamente se los quitó con ropa interior y todo, su suave polla sin circuncidar rebotó libremente mientras tiraba los calzoncillos al suelo.
Miré a mi marido, que me observaba atentamente desde el asiento del conductor. Sonreí a Jimmy y asentí con la cabeza y él me devolvió la sonrisa.
- Chúpame la polla, Carly. - dijo Peter casi desesperadamente.
- ¡Shhh!
Sus largas piernas colgaban del borde de la litera. Le besé en los labios y le pasé la mano por la barriga.
- No te la voy a chupar hasta que se te levante del todo, cielo. Y cuando mis labios toquen tu polla, mi marido pondrá en marcha el temporizador. ¿De acuerdo?
Bajé mi mano y toqué su polla. No la agarré ni nada, sólo pasé mis dedos sobre ella y la froté ligeramente.
- ¿Te gusta eso, Peter? ¿Te gusta como acaricio tu gran polla con la punta de mis dedos? - le pregunté.
- Sí. - respondió asintiendo con la cabeza.
Sonreí, le besé los labios y me metió la lengua en la boca. La chupé y lamí dentro de su boca. No había estado con otro hombre que no fuera mi marido, así que sólo sabía complacerle a él. Y ahora estaba usando ese conocimiento para complacer a Peter. Y estaba haciendo un buen trabajo porque su polla se estaba poniendo muy dura, y a decir verdad tampoco era tan pequeña. Más gruesa que la de Jimmy. Envolví mis dedos alrededor de su polla y empecé a acariciarla.
- ¿Quieres mis labios en tu polla, cariño?
- Hazlo, cariño. Chúpamela como la puta que eres.
- ¿Así que crees que soy una puta? - pregunte sonriendo.
- Eres una puta, así que baja ahí y chúpala.
Le guiñé un ojo. Sabía que le excitaba decir esas cosas y sabía que cuanto más le excitara más cerca estaría de correrse.
- Quieres correrte en mi boca de puta, Peter. Quieres descargar tu carga tan profunda dentro de mi garganta, que me ahogue. - dije sin ni siquiera intentar que sonara a pregunta.
- Sí, quiero. - siseó.
- Tomaré todo lo que tienes y algo más, Peter.
Me levante y me baje de la litera y me posicione entre sus piernas. Luego miré a Jimmy y le hice un gesto con la cabeza para que pusiera en marcha el temporizador y así lo hizo. Acerqué mi boca a la polla de Peter y me la metí hasta el fondo. Su grosor estiró mi esófago mientras me lo tragaba. Y lo hice sin la más mínima arcada. Peter jadeó y empezó a mover las caderas al ritmo de mi boca.
Ahora podía saborear su liquido preseminal y sabía maravilloso, sabía a victoria. En realidad, sabía mejor que el de Jimmy. Me detuve un momento e hice pequeños círculos con mi lengua en su punta.
- ¡Oh mierda! ¡Oh joder, Carly!
Empujé la punta de mi lengua dentro de su agujero y eso fue todo lo que tomó. Peter empezó a rociar chorros de semen dentro de mi boca mientras llegaba al orgasmo. Y yo me lo tragué todo con gusto. Cuando dejó de correrse, chupé con avidez la cabeza de su polla y me metí en la boca más de su cálida y pegajosa leche. Peter arqueó la espalda.
- ¡Para! Mierda, por favor. ¡No puedo más! - gritó.
Aparté los labios del pequeño bebé llorón y miré a Jimmy por encima del hombro. Estaba sonriendo. Levantó el cronómetro y me quedé boquiabierta.
- Dos minutos y treinta y ocho segundos. - dije riéndome.
Luego miré a Peter, que ahora estaba sentado sobre los codos, con aspecto absolutamente agotado y mortificado.
- Dios mío, qué pensará ahora tu pandilla de ti, Peter. - Solté una risita, cogí el móvil y traté de abrir la puerta.
- No, por favor, no.
Le ignoré y abrí la puerta para encontrar a sus seis amigos de pie justo fuera de la furgoneta. Me reí y levanté el teléfono para que vieran la hora. Y empezaron a reírse.
Peter estaba tan avergonzado que se puso sólo los pantalones cortos de baloncesto. Cogió los trescientos dólares de su bolsillo y me los tiró.
- ¡Perra! - Grito mientras salía de la furgoneta.
Empujando a sus amigos, se fue corriendo literalmente hacia su camioneta.
- Lo siento chicos, no hay coño para vosotros aquí. - dije mirándoles a todos.
Me reí y les cerré la puerta en las narices. Mi marido y yo nos fuimos a casa esa noche trescientos dólares más ricos, y a la mañana siguiente desde luego que llamé y reservé una cita para un masaje en pareja.
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0 comentarios - Una horrible noche para apostar