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Amiga caliente

Llegamos al hotel. Me metí en la ducha, salí con una toalla, y sólo con ella, me metí en la cama. Él creía que íbamos a hablar, o al menos eso era lo que yo le había hecho creer.
De besos inofensivos pasó a acariciar, y de las caricias, a llenarme con un par de dedos que entraron deslizándose muy fácilmente. Del resto apenas recuerdo imágenes o sonidos inconexos.
Dejé mi cuerpo abandonado al abandono. Viví y sentí sin prejuicios ni remordimientos. Sudé y grité sin pensar en quién me oía o el calor que tenía. Acaricié y rasgué hasta la última telaraña de placer en mi sistema nervioso.
Jadeé y gemí sin pensar que lo hacía, escuchando mis sonidos segundos después de crearlos.

Sonreí y me reí de aquellos que encontraran maldad en nuestros actos.
Me convertí en un ser primitivo a merced de la naturaleza, que no piensa y sólo actúa para satisfacer sus deseos.
Sucumbí a la oscuridad de un cielo que se expandía en mi pecho despejando cualquier resquicio de corrupción.
Me corrompí y fue perversa, sumisa, masoquista, un poco puta y un poco fulana, un poco elegante y un poco cerda.
Nunca me arrepentí. 



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