Voy a contar exactamente lo que pasó. Sin ahorrar en detalles. Sin exagerar un milímetro. Todo por complacer mi capricho, de querer ver reflejado en un relato lo que pasó aquella noche, pero también para compartirlo, para que se sepa lo que se puede lograr cuando tres personas se encuentran.
Ya la conocía a ella, a quien llamaremos Claudia, para ser cuidadosos, porque pese a ser joven, es madre y está casada, y le había prometido que la próxima vez que nos encontremos le cumpliría su sueño, una fantasía que le rondaba la cabeza y que tenía ganas de cumplir. Y yo tenía ganas de prometérsela, porque, la verdad, la había pasado tan bien con ella, que se lo merecía.
Así que hubo próxima vez, y fue más o menos un mes después de nuestro primer encuentro, esa noche en que nos sacamos chispas en la cama, y en la que a los dos nos gustó mucho fundir nuestras pieles en la hoguera de las sábanas.
El ritual fue más o menos el mismo: la esperé en el banco de la plaza que queda enfrente al hotel donde parábamos -suelo viajar periódicamente a esa ciudad, por cuestiones de trabajo-. Llegó me dio dos besos -uno por mejilla- y caminamos hasta la habitación en silencio. Claudia temblaba porque sabía lo que la esperaba esta vez.
Llegamos a la habitación y le ordené -porque sí, no fue un pedido, fue una orden- que se sentara en la silla, que se desprendiera la camisa y se desabrochara el corpiño. Con la misma soga que había usado aquella vez, le até las manos hacia atrás. Debo decirlo francamente: quedó preciosa.
No sólo porque los nudos quedaran perfectos, sino porque sus tetas, que son grandes, en esa posición quedaron mucho más turgentes, y se acompasaban con el ritmo de la respiración agitada.
-Ahora vas a ser una nena buena y vas a hacer todo lo que yo te diga
-Si, señor
-Así me gusta
Se esforzaba la chiquita. Claudia tiene veintipico, y se la rebancaba, en la cama es una fiera, pero la situación la tenía tensa. Casi no podía controlar sus nervios. Ni su calentura. Pero confiaba en mí. Sabía que si bien yo la trataba duramente, la estaba cuidando, y nada malo le iba a ocurrir.
Así que una vez atada, le dije que iba a empezar el juego. Le mandé un WhatsApp a Juan Cruz -lo llamaremos así porque es un hombre casado- diciéndole que estaba todo listo. Juan Cruz es mi colaborador, y ya teníamos todo listo para la audiencia de la mañana. Habíamos trabajado mucho.
Y, se sabe, cuando hay mucho trabajo, no hay nada mejor para descontracturar que armar una fiestonga. Juan Cruz también tiene veintipico, una joven promesa profesional. Y no se hizo esperar.
En dos minutos estaba golpeando la puerta. No podía demorarse mucho porque estaba hospedándose a dos habitaciones de la mía. Entró y la vio atada. Fue una sorpresa. No se esperaba algo así. Todo estaba saliendo según mis planes.
Apagué las luces y dejé que la habitación estuviera iluminada sólo por los reflejos de la calle.
Eso ayudaría a que nadie se ponga más nervioso de lo que estaban naturalmente.
-Juan, querido... Esta putita hace lo que yo quiero, así que mi amigo, acérquese, y desabroche ese pantalón y póngale la pija en la boca, que la señorita es muy golosa.
Los jóvenes fueron muy obedientes. Los dos sabían que en la medida de que me hicieran caso, las cosas iban a fluir de maravillas.
Y lo que vi fue un espectáculo para mi costado voyeur. Juan bajó su bóxer y apoyó en los labios de Claudia su pija.
Ella, primero, la besó, le pasó los labios por toda su longitud, y empezó a hacerle círculos con la lengua en la cabeza.
Él volaba y se dejaba hacer. Ella aún atada a la silla, tenía el control de la situación. Con la boca dominaba la voluntad del visitante, que dejó escapar un gemido cuando ella se tragó toda la verga, y empezó a hacer movimientos con su cara, que fueron acompañados por las caderas de él.
La agarró del pelo y la acercó todavía más hasta el tronco de la pija. Claudia se atragantó pero no abandonó su posición.
Yo sabía que en ese momento, ella había apoyado la pija en el paladar, y con la lengua le estaba dando las caricias que sabía perfectamente cómo hacer.
Mi platea era inconmesurable. Cuando noté que Juan Cruz estaba muy agitado, me dio miedo de que acabara el muy pelotudo, así que empecé a desatarla, y la ayudé a pararse. Le ordené que se sacara toda la ropa y antes de que se tirara en la cama, le metí un dedo en la concha. La pendeja estaba muy mojada, de sólo chuparle la pija a mi invitado. Quiso besarme pero no la dejé, solo por hacerme desear un poco.
-Querido! Me haces un favor? Te pones un forro y te cogés a esta pendeja que está muerta de hambre de pija
-Si, Jefe jajajajaj!
Mientras Juan Cruz se paraba en el borde de la cama, para cogérsela parado yo me puse enfrente. Fueron pocos minutos pero muy intensos.
Él se aferró a las caderas de Claudia y empezó a bombearle, salvaje y brutalmente.
Ella gemía descontrolada, y yo, por el contrario, estaba controlándolo todo.
En un momento me di cuenta de que si seguía así, el iba a acabar y ella no.
Así que, para desconcentrarlo un poco, acaricié el clítoris, y como sin querer le rocé la pija.
Eso lo enfrió un poco, pero no como para detenerse.
Entraba y salía de la concha de Claudia y ahora sí, era ella la que estaba por acabar. Entonces la tomé del cuello.
Lo que debía sentir esa mujer en ese momento, es indescriptible.
Las manos de Juan sobre su cintura, la pija entrando y saliendo, mis manos en su cuello, presionándola, sin asfixiarla, pero lo suficientemente fuerte para que se le corte la circulación.
Todo su cuerpo se tensó, casi suspendido en el aire, y exhaló un gemido gutural que nació desde lo más profundo de su vientre, y lo sentí en mis manos.
Fue la acabada más intensa que vi en mi vida.
Por supuesto, Juan Cruz no pudo más.
Yo se lo que estaba pasando ahí abajo.
Cuando Claudia acaba, contrae la concha como si fuera una mano.
Salió de allí, se sacó el forro, y le llenó las tetas de leche. Se derrumbó en la cama. Cuando ambos recuperaron el aliento, le pedí a Juan Cruz que se fuera, que vaya a descansar porque al otro día teníamos que trabajar
-Bien hecho, amigo. Pero ahora quiero ocuparme personalmente de terminar la tarea.
-Gracias, Jefe. Hasta mañana.
Lo que pasó después no tiene mucha importancia. Podría resumirlo en que me cobré una deuda que tenía con el culo de Claudia y que todo fue muy rico, porque yo también estaba muy caliente y le llené de leche ese culo goloso que tiene mi joven amiga.
Nos despedimos, y ahí me prometió que la próxima vez me regalaría un encuentro con una amiga de ella.
Me pareció justo.
Ya la conocía a ella, a quien llamaremos Claudia, para ser cuidadosos, porque pese a ser joven, es madre y está casada, y le había prometido que la próxima vez que nos encontremos le cumpliría su sueño, una fantasía que le rondaba la cabeza y que tenía ganas de cumplir. Y yo tenía ganas de prometérsela, porque, la verdad, la había pasado tan bien con ella, que se lo merecía.
Así que hubo próxima vez, y fue más o menos un mes después de nuestro primer encuentro, esa noche en que nos sacamos chispas en la cama, y en la que a los dos nos gustó mucho fundir nuestras pieles en la hoguera de las sábanas.
El ritual fue más o menos el mismo: la esperé en el banco de la plaza que queda enfrente al hotel donde parábamos -suelo viajar periódicamente a esa ciudad, por cuestiones de trabajo-. Llegó me dio dos besos -uno por mejilla- y caminamos hasta la habitación en silencio. Claudia temblaba porque sabía lo que la esperaba esta vez.
Llegamos a la habitación y le ordené -porque sí, no fue un pedido, fue una orden- que se sentara en la silla, que se desprendiera la camisa y se desabrochara el corpiño. Con la misma soga que había usado aquella vez, le até las manos hacia atrás. Debo decirlo francamente: quedó preciosa.
No sólo porque los nudos quedaran perfectos, sino porque sus tetas, que son grandes, en esa posición quedaron mucho más turgentes, y se acompasaban con el ritmo de la respiración agitada.
-Ahora vas a ser una nena buena y vas a hacer todo lo que yo te diga
-Si, señor
-Así me gusta
Se esforzaba la chiquita. Claudia tiene veintipico, y se la rebancaba, en la cama es una fiera, pero la situación la tenía tensa. Casi no podía controlar sus nervios. Ni su calentura. Pero confiaba en mí. Sabía que si bien yo la trataba duramente, la estaba cuidando, y nada malo le iba a ocurrir.
Así que una vez atada, le dije que iba a empezar el juego. Le mandé un WhatsApp a Juan Cruz -lo llamaremos así porque es un hombre casado- diciéndole que estaba todo listo. Juan Cruz es mi colaborador, y ya teníamos todo listo para la audiencia de la mañana. Habíamos trabajado mucho.
Y, se sabe, cuando hay mucho trabajo, no hay nada mejor para descontracturar que armar una fiestonga. Juan Cruz también tiene veintipico, una joven promesa profesional. Y no se hizo esperar.
En dos minutos estaba golpeando la puerta. No podía demorarse mucho porque estaba hospedándose a dos habitaciones de la mía. Entró y la vio atada. Fue una sorpresa. No se esperaba algo así. Todo estaba saliendo según mis planes.
Apagué las luces y dejé que la habitación estuviera iluminada sólo por los reflejos de la calle.
Eso ayudaría a que nadie se ponga más nervioso de lo que estaban naturalmente.
-Juan, querido... Esta putita hace lo que yo quiero, así que mi amigo, acérquese, y desabroche ese pantalón y póngale la pija en la boca, que la señorita es muy golosa.
Los jóvenes fueron muy obedientes. Los dos sabían que en la medida de que me hicieran caso, las cosas iban a fluir de maravillas.
Y lo que vi fue un espectáculo para mi costado voyeur. Juan bajó su bóxer y apoyó en los labios de Claudia su pija.
Ella, primero, la besó, le pasó los labios por toda su longitud, y empezó a hacerle círculos con la lengua en la cabeza.
Él volaba y se dejaba hacer. Ella aún atada a la silla, tenía el control de la situación. Con la boca dominaba la voluntad del visitante, que dejó escapar un gemido cuando ella se tragó toda la verga, y empezó a hacer movimientos con su cara, que fueron acompañados por las caderas de él.
La agarró del pelo y la acercó todavía más hasta el tronco de la pija. Claudia se atragantó pero no abandonó su posición.
Yo sabía que en ese momento, ella había apoyado la pija en el paladar, y con la lengua le estaba dando las caricias que sabía perfectamente cómo hacer.
Mi platea era inconmesurable. Cuando noté que Juan Cruz estaba muy agitado, me dio miedo de que acabara el muy pelotudo, así que empecé a desatarla, y la ayudé a pararse. Le ordené que se sacara toda la ropa y antes de que se tirara en la cama, le metí un dedo en la concha. La pendeja estaba muy mojada, de sólo chuparle la pija a mi invitado. Quiso besarme pero no la dejé, solo por hacerme desear un poco.
-Querido! Me haces un favor? Te pones un forro y te cogés a esta pendeja que está muerta de hambre de pija
-Si, Jefe jajajajaj!
Mientras Juan Cruz se paraba en el borde de la cama, para cogérsela parado yo me puse enfrente. Fueron pocos minutos pero muy intensos.
Él se aferró a las caderas de Claudia y empezó a bombearle, salvaje y brutalmente.
Ella gemía descontrolada, y yo, por el contrario, estaba controlándolo todo.
En un momento me di cuenta de que si seguía así, el iba a acabar y ella no.
Así que, para desconcentrarlo un poco, acaricié el clítoris, y como sin querer le rocé la pija.
Eso lo enfrió un poco, pero no como para detenerse.
Entraba y salía de la concha de Claudia y ahora sí, era ella la que estaba por acabar. Entonces la tomé del cuello.
Lo que debía sentir esa mujer en ese momento, es indescriptible.
Las manos de Juan sobre su cintura, la pija entrando y saliendo, mis manos en su cuello, presionándola, sin asfixiarla, pero lo suficientemente fuerte para que se le corte la circulación.
Todo su cuerpo se tensó, casi suspendido en el aire, y exhaló un gemido gutural que nació desde lo más profundo de su vientre, y lo sentí en mis manos.
Fue la acabada más intensa que vi en mi vida.
Por supuesto, Juan Cruz no pudo más.
Yo se lo que estaba pasando ahí abajo.
Cuando Claudia acaba, contrae la concha como si fuera una mano.
Salió de allí, se sacó el forro, y le llenó las tetas de leche. Se derrumbó en la cama. Cuando ambos recuperaron el aliento, le pedí a Juan Cruz que se fuera, que vaya a descansar porque al otro día teníamos que trabajar
-Bien hecho, amigo. Pero ahora quiero ocuparme personalmente de terminar la tarea.
-Gracias, Jefe. Hasta mañana.
Lo que pasó después no tiene mucha importancia. Podría resumirlo en que me cobré una deuda que tenía con el culo de Claudia y que todo fue muy rico, porque yo también estaba muy caliente y le llené de leche ese culo goloso que tiene mi joven amiga.
Nos despedimos, y ahí me prometió que la próxima vez me regalaría un encuentro con una amiga de ella.
Me pareció justo.
2 comentarios - Entregada y atada: una chica obediente