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Desafío final

-Estoy segura de que no podés… ¡A que no podés!


-Te estás abusando… Vos hacés abuso de mis debilidades


-jajajjaa, claro, nene… si sos Marty McFly… gallina!


-A mi nadie me dice gallina…


Ella lo tenía así desde hacía meses. Comiendo de su mano. Conocía cómo provocarlo y sabía, que desafiándolo, obtenía todo lo que buscaba. Y lo que estaba buscando en ese momento era un choque más, el último de ese encuentro furtivo.


Los dos sabían que contaban con la posibilidad de apenas un poco más de cuatro horas para escarceos, y ya habían tenido buen sexo en las primeras dos… se tenían muchas ganas, acumuladas por las semanas de desencuentro y, si fuera un partido de tenis, estaban dos iguales en games, dos a dos.. dos orgasmos cada uno. El primero de ambos, apenas si duró un puñado de minutos. El segundo fue más intenso. Y recién en ese momento empezaron a hablar de sus cosas, de sus problemas, de sus soluciones. Y aprovecharon el tiempo para comer algo liviano. Fueron precavidos antes de cerrar la puerta de la habitación que los protegía de las miradas indiscretas, y de maridos celosos. Unas piezas de sushi y una gaseosa que compartieron. 


Se ducharon, y ella volvió a ponerse la ropa interior que él no había visto al principio. Y lo hizo lentamente, encajándose la tanga diminuta que se perdía entre sus nalgas. Él la miró sonriente, y luego se puso serio cuando ella, sentada en el borde de la cama, extendió su pierna y se enfundó en una media de seda negra. 


Se puso de pie, y enganchó sus medias en el portaligas. Se puso de espaldas, contra la pared, levantando la cola, y ahí fue que lo desafió, provocándolo, para tener un revolcón más. Sabía que le estaba tocando el orgullo, y que iba a obtener los resultados. La reacción del hombre, frente a la provocación y a la imagen que le regalaba la mujer que deseaba no se hizo rogar. 



Desafío final




La levantó y la apoyó boca abajo en la mesa, y le dio un chirlo en la nalga, como reprimenda a la falta de respeto, pero volvió a sorprenderse. Esperaba que ese castigo provocara una queja, y una reprimenda, pero por el contrario, lo que creo recibir, fue un gemido corto y grave. 


Para corroborarlo, le descargó otro chirlo en la otra nalga, y ella soltó un ay de indudable placer. Así que sin solución de continuidad descargó tres, cuatro chirlos más, y ella, con voz ronca, le rogó que no se detenga.


Un chirlo más, pero no en las nalgas, sino en el centro, desató todo.


Le corrió la tanga, y le pasó un dedo desde el clítoris hasta el ano, y fue como una descarga eléctrica que provocó que ella levantara más la cola. Era indudable que quería ser penetrada, y él no se hizo rogar. Le hundió un dedo en el culo, y recibió como premio un gemido de agradecimiento, y empezó a moverlo lentamente. Sentía en su dedo cómo el culo apretaba para que no lo sacara… como si le estuviera acariciando el dedo, entonces le introdujo otro, y los gemidos subían su volumen. 


Ella estaba expuesta, y él muy cómodo, y decidió utilizar su otra mano, y le hundió dos dedos en su concha, y empezó a moverlos acompasadamente, con mucho cuidado.


-Es como si tuvieras dos pijas adentro


-Pero yo quiero la tuya- le contestó, con una voz grave que no podía reconocer.


Fue como una orden. Tenía la verga dura, lista para un nuevo escarceo, y apoyó la cabeza roja, húmeda de sus propios jugos, que se mezclaron con los del cuerpo de la dama, y de una única estocada, la hundió en su interior, arrancándole un grito gutural, de placer extremo.


Y lo que sintió en sus dedos, lo volvió a sentir en su pija: el culo apretaba como si fuera una mano, tratando de retenerlo, pero consiguiendo su otro cometido, volverlo loco, llevarlo al éxtasis. Ya nadie controlaba nada, él se quedaba quieto y ella hundía su cola en su pija. Ella se quedaba quieta, y él golpeaba con su pelvis buscando penetrarla más y más.


Hasta que llegó el final. Él lo sintió primero en su cuello, y cómo una corriente eléctrica le bajaba por la columna vertebral y se centraba en sus huevos. Una sensación única como si todo su cuerpo se comprimiera, hasta llegar al momento único, en el que todo se desanuda, y explota.


Ella sintió los estertores del cuerpo de su pareja, y la leche que brotaba de su cuerpo llenándole las entrañas. Fue suficiente que se rozara con sus propios dedos el clítoris, para que un orgasmos desbastador le recorriera todo su cuerpo.


Cayeron en la alfombra. Se besaron los labios. Recobraron el aliento. Y ella comenzó a reir, y en medio de su carcajada dijo


-Podemos decir, sin temor a equivocarnos que no sos ninguna gallina, Mc Fly.

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