Era una mañana como cualquier otra en la oficina, pero C sabía que este día sería diferente. Apenas comenzaba su horario laboral cuando sonó su teléfono celular. Al mirar la pantalla, vio que había recibido un mensaje de M. El sonido de una notificación no era inusual, pero el nombre de M en la pantalla siempre aceleraba su corazón. No podía ignorarlo, así que, con un leve temblor en las manos, abrió el mensaje.
Lo que encontró no era un simple texto, sino un mensaje de audio. Sintió una mezcla de ansiedad y excitación. Bajó el volumen del teléfono de inmediato, temerosa de que alguien pudiera escucharlo. ¿Qué le estaría ordenando esta vez? Con un nudo en el estómago, reprodujo el mensaje y la voz grave de M llenó sus oídos.
—Lo primero que harás al llegar a la oficina es dirigirte al baño. Quiero que te saques la tanga que llevas puesta y que la guardes en el primer cajón de tu escritorio. No te atrevas a desobedecerme o serás castigada.
El corazón de C comenzó a latir con fuerza. Sus ojos recorrieron la oficina con rapidez, como si todos pudieran notar lo que acababa de escuchar. Se sentía observada, incluso aunque nadie había prestado atención al leve sonido del mensaje. La posibilidad de que M la estuviera vigilando la asustaba, pero también la excitaba profundamente. Sin embargo, no podía permitirse dudar. Con pasos rápidos, pero tratando de no llamar la atención, se dirigió al baño. Una vez allí, cerró la puerta con cuidado, asegurándose de que nadie la viera. Con las manos temblorosas, se bajó la calza y se quitó la tanga diminuta. La escondió en su puño cerrado y regresó a su escritorio, donde la guardó en el primer cajón, tal como M le había ordenado.
El resto de la mañana transcurrió en un tenso equilibrio entre el trabajo y la constante sensación de vulnerabilidad. Cada vez que alguien se acercaba a su escritorio, C sentía un escalofrío recorrer su cuerpo. ¿Cómo podría M saber si había cumplido? ¿Estaba cerca? ¿La estaba observando de alguna manera? Una duda se instaló en su mente: ¿por qué M le pedía que guardara la tanga en el cajón? La incertidumbre la mantenía en un estado de alerta constante, y la humedad que comenzaba a formarse entre sus piernas era un claro indicio de su creciente excitación.
A media mañana, su teléfono vibró nuevamente. Otro mensaje de M. Esta vez, otro audio. C miró alrededor nerviosamente antes de reproducirlo, asegurándose de que el volumen estuviera lo suficientemente bajo como para que solo ella pudiera escucharlo.
—Dirígete al baño y colócate el plug que siempre debes llevar en tu bolso. Quiero que lo sientas dentro tuyo. Hazlo ahora.
El cuerpo de C se tensó al escuchar la orden. Sabía que debía obedecer, pero la idea de llevar el plug durante el resto del día la hizo sentir insegura. Estaba usando una calza ajustada y temía que pudiera delatarla. Sin embargo, la posibilidad de desobedecer ni siquiera cruzó por su mente. Con el pulso acelerado y el plug en mano, se dirigió al baño. Sentía los ojos de sus compañeros sobre ella, aunque sabía que eso era solo su imaginación. Aun así, la sensación de ser observada no la abandonaba, y su rostro se sonrojó cuando pensó en lo que estaba a punto de hacer.
En el baño, introdujo el plug en su boca y lo lamió como si fuera la pija de M. Lo lubricó con bastante saliva y lo introdujo con cuidado en su culo, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a la invasión. Cuando terminó, se miró al espejo, tratando de asegurarse de que no había señales visibles de su sumisión. No veía nada inusual, pero la sensación de llevar el plug dentro la mantenía en un estado de excitación constante. Volvió a su escritorio, sentándose con cuidado, sintiendo el plug en cada movimiento, como un recordatorio constante de su obediencia a M.
Mientras el día avanzaba, su excitación crecía. Cada vibración del teléfono la hacía saltar, y sus pensamientos se centraban en M y en las órdenes que le había dado. Apenas podía concentrarse en su trabajo, y la humedad en su calza se hacía cada vez más evidente. La anticipación de lo que vendría la consumía. De repente recordó la tanga y abrió el cajón para verificar. Todavía estaba ahí, pero ¿alguien la habrá visto mientras ella había ido al baño a colocarse el plug?
Pasó poco tiempo antes de que otro mensaje llegara. C lo vio y, con el corazón en la garganta, lo reprodujo.
—Cuando llegues a casa, mírate al espejo y repite lo que eres para mí: mi perra, mi juguete.
Las palabras de M resonaron en su mente, y la mezcla de vergüenza y excitación la invadió por completo. Miró a su alrededor, asegurándose de que nadie pudiera notar su reacción. La idea de ser observada, de que alguien pudiera escuchar el mensaje, la hacía sentir vulnerable, pero también más sumisa que nunca.
El siguiente mensaje llegó poco después:
—Ponte ese vestido negro que resalta tus curvas. Nada de ropa interior. Quiero ver tu cuerpo listo para servirme.
C sintió cómo su corazón latía más rápido. Sabía que debía cumplir con todas las instrucciones, que no tenía opción. El deseo de complacer a M, combinado con la vergüenza de ser descubierta, la estaba volviendo loca.
Finalmente, recibió el último mensaje del día:
—Cuando cruce la puerta, estarás de rodillas en el centro de la sala, mirando al suelo. No levantes la mirada hasta que te lo ordene.
Las palabras de M la invadieron por completo. C cerró los ojos, sabiendo que no podía resistirse. No importaba lo nerviosa que estuviera, lo observada que se sintiera; debía obedecer. Esa era su realidad. Se levantó de su escritorio y, mientras caminaba por la oficina, sintió la humedad en su calza. Sabía que estaba completamente mojada, y no podía esperar para llegar a casa.
Al regresar a casa, siguió las instrucciones de M al pie de la letra. Se puso el vestido negro, sin ropa interior, dejando su concha accesible a los deseos de su amo. Se miró al espejo, repitiendo las palabras que él le había ordenado y se arrodilló en el centro de la sala, esperando con la puerta entreabierta.
El tiempo se hizo eterno mientras esperaba a M, su cuerpo ya vibrando con la anticipación. No se atrevió a tocarse, respetando la orden de M, aunque la excitación la estaba volviendo loca.
Finalmente, M llegó a casa. La encontró exactamente como la había ordenado: arrodillada, con la cabeza gacha, en total sumisión. La visión de C obediente y lista para él le hizo sentir una oleada de poder. Se acercó despacio, disfrutando de cada momento, sabiendo que ella estaba a su merced.
—Buena chica —dijo M, su voz firme y dominante. C sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar esas palabras, sabiendo que había cumplido con sus expectativas.
M se acercó a ella y la rodeó, inspeccionando cada detalle de su postura, su vestido, su actitud. Le gustaba lo que veía, y lo hizo saber al colocar su mano bajo su barbilla, levantando su rostro para que lo mirara.
—Hoy no tendrás placer hasta que yo lo decida —dijo M con una sonrisa cruel, mientras veía la reacción en los ojos de C. Ella asintió débilmente, sabiendo que no tenía elección, que su placer estaba completamente en manos de M.
M la hizo levantarse y quitarse el vestido, dejando al descubierto su cuerpo desnudo y vulnerable. Luego, sin ninguna advertencia, comenzó a lamer su vagina, haciendo que C gimiera de inmediato. C intentó moverse, pero M la detuvo, sujetándola firmemente en su lugar.
—No te muevas —ordenó M con voz autoritaria, mientras con una de sus manos presionaba su cuello provocándole una sensación de asfixia. C se quedó quieta, dejando que M hiciera lo que quisiera con ella. Sentía su lengua explorando cada rincón, mientras su cuerpo se estremecía de placer, pero sabía que no debía dejarse llevar.
Luego, M se levantó y tomó su pija, endurecida y lista, y la empujó hacia los labios de C.
—Chúpala como la puta que eres —dijo M, mirándola fijamente mientras ella obedecía. C comenzó a lamer su pija, con movimientos lentos y precisos, intentando complacerlo en cada movimiento. M la miraba, disfrutando de su sumisión, controlando cada movimiento.
Finalmente, M no pudo resistir más y se dejó llevar por el placer. Sujetó la cabeza de C con firmeza, empujó su pija más profundamente y empezó a coger su boca, hasta que sintió que estaba por acabar. M eyaculó en la boca de C, asegurándose de que no desperdiciara ni una gota de semen .
—Traga todo, perra —murmuró M mientras ella obedecía, sintiendo cómo el semen bajaba por su garganta.
M apartó bruscamente a C, negándole el orgasmo que tanto deseaba. C lo miró con ojos llenos de necesidad, sabiendo que él tenía todo el control sobre su placer. Pero M la empujó de nuevo al sofá, dejándola humillada y con su cuerpo temblando por el orgasmo que le estaban negando, mientras él la miraba con una sonrisa de satisfacción.
—Eres mía, y harás lo que te diga. Recuerda eso, puta —susurró M en su oído, mientras la dejaba allí, deseosa, insatisfecha y todavía con el plug puesto, completamente bajo su control.
Lo que encontró no era un simple texto, sino un mensaje de audio. Sintió una mezcla de ansiedad y excitación. Bajó el volumen del teléfono de inmediato, temerosa de que alguien pudiera escucharlo. ¿Qué le estaría ordenando esta vez? Con un nudo en el estómago, reprodujo el mensaje y la voz grave de M llenó sus oídos.
—Lo primero que harás al llegar a la oficina es dirigirte al baño. Quiero que te saques la tanga que llevas puesta y que la guardes en el primer cajón de tu escritorio. No te atrevas a desobedecerme o serás castigada.
El corazón de C comenzó a latir con fuerza. Sus ojos recorrieron la oficina con rapidez, como si todos pudieran notar lo que acababa de escuchar. Se sentía observada, incluso aunque nadie había prestado atención al leve sonido del mensaje. La posibilidad de que M la estuviera vigilando la asustaba, pero también la excitaba profundamente. Sin embargo, no podía permitirse dudar. Con pasos rápidos, pero tratando de no llamar la atención, se dirigió al baño. Una vez allí, cerró la puerta con cuidado, asegurándose de que nadie la viera. Con las manos temblorosas, se bajó la calza y se quitó la tanga diminuta. La escondió en su puño cerrado y regresó a su escritorio, donde la guardó en el primer cajón, tal como M le había ordenado.
El resto de la mañana transcurrió en un tenso equilibrio entre el trabajo y la constante sensación de vulnerabilidad. Cada vez que alguien se acercaba a su escritorio, C sentía un escalofrío recorrer su cuerpo. ¿Cómo podría M saber si había cumplido? ¿Estaba cerca? ¿La estaba observando de alguna manera? Una duda se instaló en su mente: ¿por qué M le pedía que guardara la tanga en el cajón? La incertidumbre la mantenía en un estado de alerta constante, y la humedad que comenzaba a formarse entre sus piernas era un claro indicio de su creciente excitación.
A media mañana, su teléfono vibró nuevamente. Otro mensaje de M. Esta vez, otro audio. C miró alrededor nerviosamente antes de reproducirlo, asegurándose de que el volumen estuviera lo suficientemente bajo como para que solo ella pudiera escucharlo.
—Dirígete al baño y colócate el plug que siempre debes llevar en tu bolso. Quiero que lo sientas dentro tuyo. Hazlo ahora.
El cuerpo de C se tensó al escuchar la orden. Sabía que debía obedecer, pero la idea de llevar el plug durante el resto del día la hizo sentir insegura. Estaba usando una calza ajustada y temía que pudiera delatarla. Sin embargo, la posibilidad de desobedecer ni siquiera cruzó por su mente. Con el pulso acelerado y el plug en mano, se dirigió al baño. Sentía los ojos de sus compañeros sobre ella, aunque sabía que eso era solo su imaginación. Aun así, la sensación de ser observada no la abandonaba, y su rostro se sonrojó cuando pensó en lo que estaba a punto de hacer.
En el baño, introdujo el plug en su boca y lo lamió como si fuera la pija de M. Lo lubricó con bastante saliva y lo introdujo con cuidado en su culo, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a la invasión. Cuando terminó, se miró al espejo, tratando de asegurarse de que no había señales visibles de su sumisión. No veía nada inusual, pero la sensación de llevar el plug dentro la mantenía en un estado de excitación constante. Volvió a su escritorio, sentándose con cuidado, sintiendo el plug en cada movimiento, como un recordatorio constante de su obediencia a M.
Mientras el día avanzaba, su excitación crecía. Cada vibración del teléfono la hacía saltar, y sus pensamientos se centraban en M y en las órdenes que le había dado. Apenas podía concentrarse en su trabajo, y la humedad en su calza se hacía cada vez más evidente. La anticipación de lo que vendría la consumía. De repente recordó la tanga y abrió el cajón para verificar. Todavía estaba ahí, pero ¿alguien la habrá visto mientras ella había ido al baño a colocarse el plug?
Pasó poco tiempo antes de que otro mensaje llegara. C lo vio y, con el corazón en la garganta, lo reprodujo.
—Cuando llegues a casa, mírate al espejo y repite lo que eres para mí: mi perra, mi juguete.
Las palabras de M resonaron en su mente, y la mezcla de vergüenza y excitación la invadió por completo. Miró a su alrededor, asegurándose de que nadie pudiera notar su reacción. La idea de ser observada, de que alguien pudiera escuchar el mensaje, la hacía sentir vulnerable, pero también más sumisa que nunca.
El siguiente mensaje llegó poco después:
—Ponte ese vestido negro que resalta tus curvas. Nada de ropa interior. Quiero ver tu cuerpo listo para servirme.
C sintió cómo su corazón latía más rápido. Sabía que debía cumplir con todas las instrucciones, que no tenía opción. El deseo de complacer a M, combinado con la vergüenza de ser descubierta, la estaba volviendo loca.
Finalmente, recibió el último mensaje del día:
—Cuando cruce la puerta, estarás de rodillas en el centro de la sala, mirando al suelo. No levantes la mirada hasta que te lo ordene.
Las palabras de M la invadieron por completo. C cerró los ojos, sabiendo que no podía resistirse. No importaba lo nerviosa que estuviera, lo observada que se sintiera; debía obedecer. Esa era su realidad. Se levantó de su escritorio y, mientras caminaba por la oficina, sintió la humedad en su calza. Sabía que estaba completamente mojada, y no podía esperar para llegar a casa.
Al regresar a casa, siguió las instrucciones de M al pie de la letra. Se puso el vestido negro, sin ropa interior, dejando su concha accesible a los deseos de su amo. Se miró al espejo, repitiendo las palabras que él le había ordenado y se arrodilló en el centro de la sala, esperando con la puerta entreabierta.
El tiempo se hizo eterno mientras esperaba a M, su cuerpo ya vibrando con la anticipación. No se atrevió a tocarse, respetando la orden de M, aunque la excitación la estaba volviendo loca.
Finalmente, M llegó a casa. La encontró exactamente como la había ordenado: arrodillada, con la cabeza gacha, en total sumisión. La visión de C obediente y lista para él le hizo sentir una oleada de poder. Se acercó despacio, disfrutando de cada momento, sabiendo que ella estaba a su merced.
—Buena chica —dijo M, su voz firme y dominante. C sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar esas palabras, sabiendo que había cumplido con sus expectativas.
M se acercó a ella y la rodeó, inspeccionando cada detalle de su postura, su vestido, su actitud. Le gustaba lo que veía, y lo hizo saber al colocar su mano bajo su barbilla, levantando su rostro para que lo mirara.
—Hoy no tendrás placer hasta que yo lo decida —dijo M con una sonrisa cruel, mientras veía la reacción en los ojos de C. Ella asintió débilmente, sabiendo que no tenía elección, que su placer estaba completamente en manos de M.
M la hizo levantarse y quitarse el vestido, dejando al descubierto su cuerpo desnudo y vulnerable. Luego, sin ninguna advertencia, comenzó a lamer su vagina, haciendo que C gimiera de inmediato. C intentó moverse, pero M la detuvo, sujetándola firmemente en su lugar.
—No te muevas —ordenó M con voz autoritaria, mientras con una de sus manos presionaba su cuello provocándole una sensación de asfixia. C se quedó quieta, dejando que M hiciera lo que quisiera con ella. Sentía su lengua explorando cada rincón, mientras su cuerpo se estremecía de placer, pero sabía que no debía dejarse llevar.
Luego, M se levantó y tomó su pija, endurecida y lista, y la empujó hacia los labios de C.
—Chúpala como la puta que eres —dijo M, mirándola fijamente mientras ella obedecía. C comenzó a lamer su pija, con movimientos lentos y precisos, intentando complacerlo en cada movimiento. M la miraba, disfrutando de su sumisión, controlando cada movimiento.
Finalmente, M no pudo resistir más y se dejó llevar por el placer. Sujetó la cabeza de C con firmeza, empujó su pija más profundamente y empezó a coger su boca, hasta que sintió que estaba por acabar. M eyaculó en la boca de C, asegurándose de que no desperdiciara ni una gota de semen .
—Traga todo, perra —murmuró M mientras ella obedecía, sintiendo cómo el semen bajaba por su garganta.
M apartó bruscamente a C, negándole el orgasmo que tanto deseaba. C lo miró con ojos llenos de necesidad, sabiendo que él tenía todo el control sobre su placer. Pero M la empujó de nuevo al sofá, dejándola humillada y con su cuerpo temblando por el orgasmo que le estaban negando, mientras él la miraba con una sonrisa de satisfacción.
—Eres mía, y harás lo que te diga. Recuerda eso, puta —susurró M en su oído, mientras la dejaba allí, deseosa, insatisfecha y todavía con el plug puesto, completamente bajo su control.
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