Salí de casa esa noche con el corazón a mil. Mi marido me había dado un beso de despedida antes de que cerrara la puerta. Íbamos a cumplir una fantasía que habíamos hablado durante meses: yo sería una prostituta por una noche y él me seguiría de cerca, observando cada detalle.
Llevaba un vestido rojo ajustado que resaltaba cada curva de mi cuerpo, mis labios pintados de un rojo intenso, y unos tacones altos que me hacían sentir poderosa y sexy. Caminé unas cuadras hasta la esquina acordada, y ahí estaba él, el hombre que me había contratado. Se llamaba Cristian, un empresario robusto, alto y musculoso, con una presencia que me hacía sentir pequeña a su lado.
Cristian me miró de arriba a abajo y sonrió, abriendo la puerta del auto. Me subí, sintiendo una mezcla de nervios y excitación. "Hola, preciosa," dijo mientras arrancaba el auto. "Vamos a pasar una noche inolvidable."
El trayecto hasta el hotel fue corto, pero mi mente estaba a mil por hora. Sabía que mi marido estaba siguiéndonos en su propio auto, seguramente con el corazón latiendo tan rápido como el mío. Llegamos al hotel y subimos a la habitación que Cristian había reservado.
En cuanto entramos, Cristian me empujó suavemente contra la pared y comenzó a besarme con fuerza. Sus manos recorrían mi cuerpo con una urgencia que me encendió al instante. Respondí con la misma intensidad, dejándome llevar por la situación. Mientras sus labios se encontraban y sus manos exploraban, me llevó hasta la cama.
Cristian se apartó un momento y se quitó la ropa, dejando a la vista un cuerpo trabajado y un pene sorprendentemente grande y grueso. No pude evitar morderme el labio al verlo, un escalofrío recorriéndome la espalda al imaginar lo que vendría a continuación.
Él me desnudó lentamente, saboreando cada momento. Cuando ambos estuvimos desnudos, me empujó suavemente sobre la cama, colocándose encima de mí. Sentía la anticipación creciendo, sabiendo que mi marido estaba en algún lugar cercano, observando cada segundo.
"Quiero que me chupes bien la pija," dijo Cristian, su voz ronca y autoritaria. Me arrodillé frente a él y tomé su pija en mis manos. Era tan grande que apenas podía rodearlo con mis dedos. Empecé a lamer la punta, sintiendo el sabor salado de su pre-semen. Lentamente, fui introduciéndolo en mi boca, pero era tan grueso que me costaba acomodarlo.
Cristian agarró mi cabello y empujó su verga más adentro. Me atraganté un poco, mis ojos lagrimeando mientras intentaba acomodar su tamaño. "Tragátela toda, putita," gruñó, empujando más fuerte. Sentía su dureza en mi garganta, y aunque me costaba respirar, la excitación crecía dentro de mí.
Después de unos minutos de sexo oral intenso, Cristian me levantó y me giró, empujándome suavemente sobre la cama. Me colocó a cuatro patas y comenzó a lamerme la conchita, su lengua jugando con mi clítoris y enviando olas de placer por todo mi cuerpo. "Hijo de puta, sí... así," gemí, mis manos agarrando las sábanas con fuerza.
Después de unos minutos de placer oral, Cristian se incorporó y posicionó su pene enorme en la entrada de mi conchita. Jadeé al sentir el tamaño, pero estaba lista, deseando sentirlo dentro. Con un movimiento lento y firme, Cristian comenzó a penetrarme, su grosor separándome y llenándome de una manera que ningún otro hombre había hecho antes.
"Gritá, putita," dijo mientras comenzaba a moverse rítmicamente. "Hijo de puta, qué grande que la tenés," grité, mis piernas rodeando su cintura mientras él me llenaba completamente.
Mientras Cristian me cogía con fuerza y determinación, no podía dejar de pensar en mi marido, imaginando su mirada ardiente mientras veía a su esposa siendo poseída por otro hombre. La idea me excitaba aún más, llevándome a un orgasmo explosivo que me dejó temblando y gimiendo debajo de Cristian.
Pero Cristian no había terminado. Me levantó y me giró, colocándome a cuatro patas sobre la cama. "Ahora te voy a hacer el culo," dijo con una sonrisa maliciosa. Con una mano firme en mi cadera, me penetró de nuevo, esta vez en el culo. La fuerza de sus embestidas me hizo gritar de nuevo, mis manos agarrando las sábanas mientras me dejaba llevar por el placer brutal.
Cristian tomó mi cabello, tirándolo ligeramente mientras continuaba penetrándome con fuerza. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación, junto con mis gemidos y sus gruñidos de placer. Sentía que me acercaba a otro orgasmo, mi cuerpo respondiendo a cada movimiento de Cristian.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad de placer intenso, Cristian aceleró su ritmo, sus embestidas volviéndose más frenéticas. Con un último grito de placer, sentí mi segundo orgasmo arrasador, justo cuando Cristian alcanzó el clímax, derramando su leche caliente profundamente dentro de mí.
Ambos quedamos exhaustos, jadeando y sudorosos sobre la cama. Cristian me abrazó por un momento antes de apartarse, dejándome recuperar el aliento. Me quedé tumbada, con una sonrisa de satisfacción en mi rostro, sabiendo que mi marido había visto todo.
Más tarde, me levanté y empecé a vestirme. Cristian se acercó y, con una sonrisa satisfecha, me entregó un sobre con 500 dólares. "Gracias por una noche inolvidable," dijo antes de besarme suavemente y salir de la habitación.
Me quedé unos momentos más, ajustando mi ropa y recogiendo mis cosas, antes de salir también. Sabía que mi marido estaría esperándome, listo para llevarme a casa y continuar nuestra noche con una nueva chispa de deseo y complicidad.
Llevaba un vestido rojo ajustado que resaltaba cada curva de mi cuerpo, mis labios pintados de un rojo intenso, y unos tacones altos que me hacían sentir poderosa y sexy. Caminé unas cuadras hasta la esquina acordada, y ahí estaba él, el hombre que me había contratado. Se llamaba Cristian, un empresario robusto, alto y musculoso, con una presencia que me hacía sentir pequeña a su lado.
Cristian me miró de arriba a abajo y sonrió, abriendo la puerta del auto. Me subí, sintiendo una mezcla de nervios y excitación. "Hola, preciosa," dijo mientras arrancaba el auto. "Vamos a pasar una noche inolvidable."
El trayecto hasta el hotel fue corto, pero mi mente estaba a mil por hora. Sabía que mi marido estaba siguiéndonos en su propio auto, seguramente con el corazón latiendo tan rápido como el mío. Llegamos al hotel y subimos a la habitación que Cristian había reservado.
En cuanto entramos, Cristian me empujó suavemente contra la pared y comenzó a besarme con fuerza. Sus manos recorrían mi cuerpo con una urgencia que me encendió al instante. Respondí con la misma intensidad, dejándome llevar por la situación. Mientras sus labios se encontraban y sus manos exploraban, me llevó hasta la cama.
Cristian se apartó un momento y se quitó la ropa, dejando a la vista un cuerpo trabajado y un pene sorprendentemente grande y grueso. No pude evitar morderme el labio al verlo, un escalofrío recorriéndome la espalda al imaginar lo que vendría a continuación.
Él me desnudó lentamente, saboreando cada momento. Cuando ambos estuvimos desnudos, me empujó suavemente sobre la cama, colocándose encima de mí. Sentía la anticipación creciendo, sabiendo que mi marido estaba en algún lugar cercano, observando cada segundo.
"Quiero que me chupes bien la pija," dijo Cristian, su voz ronca y autoritaria. Me arrodillé frente a él y tomé su pija en mis manos. Era tan grande que apenas podía rodearlo con mis dedos. Empecé a lamer la punta, sintiendo el sabor salado de su pre-semen. Lentamente, fui introduciéndolo en mi boca, pero era tan grueso que me costaba acomodarlo.
Cristian agarró mi cabello y empujó su verga más adentro. Me atraganté un poco, mis ojos lagrimeando mientras intentaba acomodar su tamaño. "Tragátela toda, putita," gruñó, empujando más fuerte. Sentía su dureza en mi garganta, y aunque me costaba respirar, la excitación crecía dentro de mí.
Después de unos minutos de sexo oral intenso, Cristian me levantó y me giró, empujándome suavemente sobre la cama. Me colocó a cuatro patas y comenzó a lamerme la conchita, su lengua jugando con mi clítoris y enviando olas de placer por todo mi cuerpo. "Hijo de puta, sí... así," gemí, mis manos agarrando las sábanas con fuerza.
Después de unos minutos de placer oral, Cristian se incorporó y posicionó su pene enorme en la entrada de mi conchita. Jadeé al sentir el tamaño, pero estaba lista, deseando sentirlo dentro. Con un movimiento lento y firme, Cristian comenzó a penetrarme, su grosor separándome y llenándome de una manera que ningún otro hombre había hecho antes.
"Gritá, putita," dijo mientras comenzaba a moverse rítmicamente. "Hijo de puta, qué grande que la tenés," grité, mis piernas rodeando su cintura mientras él me llenaba completamente.
Mientras Cristian me cogía con fuerza y determinación, no podía dejar de pensar en mi marido, imaginando su mirada ardiente mientras veía a su esposa siendo poseída por otro hombre. La idea me excitaba aún más, llevándome a un orgasmo explosivo que me dejó temblando y gimiendo debajo de Cristian.
Pero Cristian no había terminado. Me levantó y me giró, colocándome a cuatro patas sobre la cama. "Ahora te voy a hacer el culo," dijo con una sonrisa maliciosa. Con una mano firme en mi cadera, me penetró de nuevo, esta vez en el culo. La fuerza de sus embestidas me hizo gritar de nuevo, mis manos agarrando las sábanas mientras me dejaba llevar por el placer brutal.
Cristian tomó mi cabello, tirándolo ligeramente mientras continuaba penetrándome con fuerza. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación, junto con mis gemidos y sus gruñidos de placer. Sentía que me acercaba a otro orgasmo, mi cuerpo respondiendo a cada movimiento de Cristian.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad de placer intenso, Cristian aceleró su ritmo, sus embestidas volviéndose más frenéticas. Con un último grito de placer, sentí mi segundo orgasmo arrasador, justo cuando Cristian alcanzó el clímax, derramando su leche caliente profundamente dentro de mí.
Ambos quedamos exhaustos, jadeando y sudorosos sobre la cama. Cristian me abrazó por un momento antes de apartarse, dejándome recuperar el aliento. Me quedé tumbada, con una sonrisa de satisfacción en mi rostro, sabiendo que mi marido había visto todo.
Más tarde, me levanté y empecé a vestirme. Cristian se acercó y, con una sonrisa satisfecha, me entregó un sobre con 500 dólares. "Gracias por una noche inolvidable," dijo antes de besarme suavemente y salir de la habitación.
Me quedé unos momentos más, ajustando mi ropa y recogiendo mis cosas, antes de salir también. Sabía que mi marido estaría esperándome, listo para llevarme a casa y continuar nuestra noche con una nueva chispa de deseo y complicidad.
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