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Compendio III
A pesar de todavía estar parcialmente sucia con semen en sus pechos, Maya se veía sorprendida por mi erección.
>¿No debería… estar haciéndose más pequeña? – preguntó a Cheryl con timidez.
Cheryl le sonrió.
•Bueno, por esto estoy enganchada con él. – respondió Cheryl sin tapujos, posando su femineidad sobre mi dilatado pene. - Marco tiene mucho aguante…
>¿Vas a tener sexo con él aquí? – consultó Maya atónita.
•¡Sí! – le respondió Cheryl, sintiendo la punta en sus labios húmedos, a medida que dejaba su cuerpo caer. – Maya, cariño. Sé que eres virgen, pero esto es una lección para ti.
La sonrisa de Cheryl se hacía más grande a medida que me miraba a los ojos, montándose sobre mi regazo, con sus muslos presionando los míos. Se posicionó sobre mi verga dura, pudiendo sentir cómo mi punta rozaba su humedad.
Maya nos miraba en trance, con ojos enormes producto de la curiosidad, mientras que Cheryl empezaba a bajar su cuerpo…
>¿Debería… ayudar? – preguntó con una voz levemente temblorosa.
•Si tú quieres. – le respondió Cheryl con simpleza, sin dejar de mirar a Maya. Se inclinó y tomó la mano de Maya, ubicándola sobre su propio pecho. – Pero recuerda, esto es sólo para que lo disfrutemos. No hay presiones.
Maya asintió rubicunda, empezando a masajear el enorme pecho de Cheryl. El enorme pecho parecía derretirse sobre su mano, la suavidad de su carne bajo la palma. La diferencia en texturas entre ambas era tan diferente y aun así, parecía completamente normal que la tocase de aquella manera.
Entretanto, Cheryl soltó un grito ahogado al absorberme por completo. Echó la cabeza hacia atrás y su pelo cayó como una cascada de fuego. No pude contener mis gemidos por más tiempo tras sentir su calidez y humedad, agarrando sus caderas mientras ella empezaba a cabalgarme.
Claramente, en esos momentos, mi opinión o pensamientos no importaban. Para Cheryl, era casi un objeto de placer.
Maya, en cambio, no podía creer lo que veía. Ver a Cheryl, su amiga y confidente, cogiendo con el padre de Bastián era lo más erótico que había presenciado en su vida. Era evidente lo incómoda que se sentía al usar sus pantalones y no poder acariciarse su hendidura, que probablemente debía estar anegada, dada su fuerte resolución de participar con nosotros.
•¿Quieres tocarlo? - le propuso Cheryl, con la voz entrecortada. – Puedes hacerlo si quieres.
Cheryl controlaba la situación.
Maya asintió animosamente y se inclinó hacia nosotros, tomando con timidez la base de mi pene, que ahora estaba resbaladiza por los jugos de Cheryl. El morbo que sentía en esos momentos era terrible, dado que me rodeó con sus dedos, palpando mi excitación.
Abrí los ojos y miré a Maya. No pude decirle nada, pero de alguna manera, comprendió que era algo que todos queríamos.
Maya me fue acariciando al compás de los movimientos de Cheryl, subiendo y bajando la mano por el tronco. Sentía que mi pene se volvía enorme y podía darse cuenta de que estaba a punto de correrme de nuevo.
Los gemidos de Cheryl se hacían más fuertes y empezó a moverse más deprisa, con sus enormes pechos rebotando como campanas con cada embestida. Podía apreciar en los ojos de Maya un leve deje de celos, siendo eclipsada por la emoción de ser parte de aquel intenso momento.
Cuando Cheryl alcanzó su orgasmo, se inclinó hacia adelante, derramando sus senos sobre mi pecho y buscando desesperadamente mis labios. Maya aprovechó la oportunidad para sacar su mano y lamerla, saboreando la mezcla entre los jugos de Cheryl y mis trazos de semen.
En cambio, yo seguí meneando la cintura, acariciando ese maravilloso culo angelical, hasta que pude llegar al orgasmo, llenando a Cheryl completamente. Ella se desplomó jadeando sobre mi pecho.
Permanecimos descansando unos momentos, con nuestra respiración acompasada mientras bajábamos de nuestro mutuo éxtasis. Fue entonces que Cheryl contempló a Maya, con ojos traviesamente brillantes.
•Ahora te toca a ti. – logró susurrar, en una voz comandante. - ¿Quieres probar montarlo?
Maya se encontraba en una encrucijada: estaba tentada, puesto que la expresión de satisfacción de Cheryl era envidiable. Pero al mismo tiempo, se sentía culpable.
La culpa provenía del deseo porque un hombre que no era su esposo tomase su virginidad. Podía darme cuenta por la forma que me miraba que yo le atraía. Le costaba admitir que este hombre casado le estaba haciendo considerar darle su posesión más preciada.
Pero la influencia que ejercía Cheryl sobre nosotros era incuestionable. A pesar de que las mejillas de Maya ardían en vergüenza, no podía negar el deseo que la invadía. Asintió una vez más y una vez que pudimos despegarnos, Cheryl la ayudó a levantarse, guiándola para que se sentara a horcajadas sobre mis caderas.
Con solo verla, mi verga se puso dura de nuevo, brillando por las últimas contiendas. La idea de montarme, de sentir mi dureza en su interior, la aterraba y encantaba a la vez. Pero cuando nuestros ojos se encontraron, el hambre que sentíamos por el otro la misma.
Su respiración se cortó brevemente al subir al sofá, a horcajadas sobre mis caderas. Sus lindas y fibrosas piernas temblaban y la humedad se hacía notoria entre sus piernas, ansiosa por lo que iba a ocurrir.
Al verla tan nerviosa, levanté mi mano y acaricié su rostro, con mi pulgar deslizándose suavemente bajo su labio.
-Eres preciosa. – contemplé, admirando su belleza.
Los ojos de Maya se dilataron emocionados. Probablemente, nunca le habían llamado así, ni siquiera Krishna. Sin embargo, le conmovía que yo le dijera lo hermosa que es.
>Gracias. – susurró con una voz temblorosa.
Cheryl le tomó la mano y la puso sobre la punta de mi pene.
•¡Relájate! – le aconsejó con una voz más tranquila. – Déjalo entrar.
Maya suspiró profundo y se colocó sobre mí, sintiendo mi glande en su entrada. Miró a mis ojos, buscando seguridad.
-Tomate tu tiempo. - le dije con voz suave, ante la inminencia de la situación. – Tú tienes el control.
Maya inspiró profundo y fue bajando sobre mí, sintiendo cómo la iba llenando por primera vez. La tomé por las caderas, guiándola lentamente hacia abajo. Jadeó un poco a medida que la iba llenando, haciendo una pequeña mueca de dolor. Le dolía, pero por lo que se veía, era un dolor bueno, que la hacía sentir viva, experimentando una sensación abrumadora y nueva.
Cheryl nos observó y alargó su mano para acariciar la espalda de Maya.
•Lo estás haciendo muy bien. Tómate tu tiempo. – le animó Cheryl con un susurro reconfortante al oído. – Sigue así, bebé. Deja que tu cuerpo se adapte.
Maya asintió, sin apartar su vista de mis ojos. Empezó a moverse con timidez, pero luego agarró más confianza a medida que su cuerpo empezaba a responder al mío.
Con la ayuda de Cheryl y mi paciencia, Maya empezó a moverse paulatinamente, moviendo las caderas de un lado a otro. Luego de romper el himen, el dolor dio paso al placer y se encontró a sí misma perdiéndose en el gozo.
Mis manos se dirigieron a sus pechos, apretándolos suavemente. Mis ojos no se apartaban de los suyos a medida que me cabalgaba, pudiendo presenciar la transfiguración dentro de sus ojos.
Cuando la culpa empezó a desaparecer, los ojos de Maya adquirieron otro brillo diferente. Era su reclamación del poder. El poder en su propia sexualidad, poder en el acto entregarse al hombre que su cuerpo deseaba.
Sus caderas se fueron acelerando, alcanzando su límite. La mano de Cheryl apretaba su clítoris, frotándolo en círculos pequeños, haciéndola volar por los cielos.
Maya echó su cabeza hacia atrás, gimiendo con sus pechos maravillosos rebotando, haciendo eco en el departamento de Cheryl. No había duda de que nunca había sentido algo parecido. Nunca había imaginado que el sexo pudiese ser tan intenso, tan absorbente.
La afirmé con fuerza por las caderas, con ella sintiendo su inminente orgasmo llegar. Podía ver en su seductora mirada que haciéndole aquello, no hacía más que excitarla todavía más.
Con un último y desesperado empujón, Maya se corrió y su cuerpo se convulsiono alrededor de mi pene. Cuando sintió las ondas de su primer orgasmo sobre mí, comprendió finalmente lo que Cheryl le había descrito. La seguía embistiendo enérgicamente y se encontró a si misma deseando más de mi tacto, de mi presencia en su interior. La sensación no se parecía a nada que hubiese experimentado antes y estaba completamente perdida en el momento.
Mis ojos en ningún momento se apartaron de los suyos a medida que seguía sus movimientos, empujando mis caderas hacia arriba para encontrar su cuerpo descendente. Cada embestida le producía una sacudida inimaginable de placer, con Maya gimiendo en respuesta sintiendo cómo su cuerpo empezaba a tensarse en torno a mí.
El departamento de Cheryl se llenó de intensos sonidos de su sexo: el roce de piel contra piel, el húmedo sonido de nuestra unión y nuestros jadeos y gemidos entremezclados. Parecía una sinfonía de pasión que iba creciendo con cada movimiento.
Las manos de Maya se agarraron desesperadas a los cojines del sofá, intentando aguantar la intensidad de las sensaciones dentro de ella. Podía sentir otro orgasmo más conformándose en su interior y se entregó a mí, cabalgándome como una hembra en celo.
A pesar de todo, mantenía mi concentración y deseo enfocados, con los músculos tensos mientras la penetraba. No tenía prisa por terminar, saboreando cada segundo de nuestra conexión.
Maya cerraba los ojos, en una expresión que parecía entremezclar la confusión con el placer.
¿Cómo podía sentirse tan bien con un hombre que no era su marido? ¿Cómo podía traicionar así a Krishna?
Pero la voz de la razón fue anegada por la implacable marea de lujuria que la arrebató.
Su segundo orgasmo le impactó de lleno y gritó, con su cuerpo espasmódico en tanto hundía mi pene profundamente en su interior. Ella sintió mi orgasmo, rellenándola con tibio semen en su interior.
Nos desplomamos juntos, con la cabeza de Maya apoyada en mi pecho y nuestros cuerpos resbaladizos por la transpiración. Cheryl se acomodó junto a nosotros y acarició cariñosamente la espalda de Maya.
Tuvimos un breve momento de silencio, solo interrumpido por nuestras respiraciones entrecortadas. Fue entonces que Cheryl decidió hablar, con un tono lleno de picardía.
•¡Bien hecho, Maya! – le animó con ojos brillantes. - ¡Creo que tienes talento para esto!
Maya no pudo resistir sonreír, sintiendo una extraña combinación de orgullo y culpa. Nunca se había sentido así de viva, deseada y poderosa.
>¿Pero qué pasará con Krishna? – preguntó con una voz suave, con en un tono teñido por el temor y el remordimiento.
La abracé y la acogí entre mis brazos.
-¡No te preocupes! – le dije, guareciéndola. – Esto quedará entre nosotros.
Permanecimos unos minutos en silencio, abrazados, con el peso de nuestros actos y la realidad de la situación presionándonos. Sin embargo, Maya se acomodaba deleitándose con el placer de su nueva sexualidad.
Sin embargo, la situación se complicó un poco más cuando Cheryl, cuya pasión todavía no era saciada, se unió a nuestro tórrido abrazo. Con una sonrisa sensual, pasó su pierna por encima de mi cabeza, colocándose de forma tal que su húmedo sexo quedase encima de mi cara.
No perdí un segundo, moviendo las manos para sostener a las caderas de Cheryl mientras lamía y besaba sus pliegues animosamente. Cheryl gimió en la boca de Maya, haciendo que las vibraciones viajaran por su garganta y tensaron los pezones de Maya en respuesta.
El beso húmedo que compartieron se reflejó en las mejillas de Maya, las cuales se encendieron a medida que se excitaba. La esencia al sexo de ambas se permeaba en la habitación, un perfume cautivador que embriagaba los sentidos.
A medida que Cheryl apoyaba su conchita más cerca de mi rostro, Maya fue sintiendo cómo mi pene se iba hinchando en ella. La sensación era irresistible y no pudo evitar mover sus caderas en respuesta, con un orgasmo empezando a conformarse nuevamente.
A causa de esto, su beso se intensificó, con ambas lenguas luchando por reclamar su dominio. Las manos de Maya encontraron los enormes pechos de Cheryl, apretando y pellizcando los pezones erectos mientras se iban moviendo en esta maravillosa danza de deseo.
Mis gemidos de placer eran ahogados por la maravillosa concha de Cheryl, haciendo que Maya se calentara aun más. Me traía recuerdos de esos cálidos días donde mi suegra y la mayor de mis cuñadas eran mis amantes en la casa de mi suegro.
El mundo fuera de nosotros se empezó a desvanecer mientras nos perdíamos en nuestro propio universo de pasión y lujuria. Si en la mente de Maya pasaron pensamientos por Krishna, el placer era demasiado intenso para permitir que la culpa lo apagase.
A medida que el orgasmo de Cheryl se acercaba, sus movimientos se iban volviendo más erráticos, con sus caderas agitándose salvajemente contra mi rostro. En cierta forma, recordaba cómo mi suegra me ahogaba codiciosamente a medida que buscaba su propio placer. Por otra parte, Maya fue sintiendo la llegada de su propio orgasmo y echó su cabeza hacia atrás, con su melena cayendo por su espalda como una cascada.
Con un grito desesperado, Cheryl se corrió y sus jugos me empaparon la cara y el cuello. Unos segundos después, Maya le siguió y su sexo estrujó mi pene, mientras soportaba las olas de placer.
El ambiente sudoroso y excitante me volvió maniático y a medida que embestía más y más a Maya, sus gemidos resonaban por el departamento de forma desesperada, hasta que finalmente, pude venirme y colapsamos todos, jadeando exhaustos. Las piernas de Cheryl envolvían mi garganta como una gruesa bufanda, mientras que Maya resoplaba, sintiendo mi gruesa hombría en su interior.
No podíamos borrar nuestras sonrisas de satisfacción, al sentir nuestros cuerpos de alguna u otra forma interconectados, con el pegajoso calor de nuestro sudor entremezclándose. Entonces, con guiño travieso en sus ojos, Cheryl le sonrió y le informó a Maya:
•¡Bienvenida al club, cariño! – exclamó Cheryl satisfecha. – Ahora eres una de nosotras.
El corazón de Maya se aceleró al reconocer lo que habíamos vivido. Pero, aun así, no podía contener la sonrisa en sus labios. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía realmente viva.
El resto de la tarde fue un remolino de placer, tabú y deseo. Los remordimientos de Maya sobre su matrimonio con Krishna pasaron a un segundo plano, sustituidos por la cruda e innegable necesidad de sentir las caricias de Cheryl y mías.
Mi pene seguía insaciable, rellenando tanto a Maya como a Cheryl en una mezcla de placer y dolor mientras se turnaban para cabalgarme. El cuerpo de Maya era un lienzo de sensaciones, donde tanto yo como Cheryl nos encargábamos de dar pinceladas en un cuadro de pasión.
Llegó a un punto que hasta la misma Maya se sorprendió que a pesar de su excelente condición física, estaba quedando sin aliento, mientras que Cheryl y yo nos besábamos a medida que me cabalgaba de nuevo.
Se quejó sonriente que le dolía ligeramente la vagina, aunque solo la había llenado 2 veces, alcanzando su parte más íntima y desbordándola de semen. La pobre nos compartió su preocupación de que si nuestra relación seguía siendo así de intensa, necesitaría píldora anticonceptivas, algo que Cheryl le ofreció compartir si nos dejaba acabar una vez.
Maya observaba atentamente cómo el cuerpo de Cheryl se estremecía de placer, cómo sus ojos se ponían en blanco mientras que mi pene la iba penetrando una y otra vez. Claramente, la visión parecía hipnótica y nos contemplaba con creciente ansiedad.
Mientras veía a Cheryl sacudir su cintura salvajemente, alcanzando otro orgasmo, nos preguntó con timidez cómo nos las arreglábamos, ya que quedaba a la vista que hace tiempo dejamos los condones. Sin embargo, no podía parar de mirar el encanto natural del cuerpo de Cheryl: su pelo rojo rizado, sus pechos blancos increíblemente grandes, su cintura seductora y su culo redondo.
Las manos de Maya parecían hormiguear, ansiando explorar el cuerpo de su amiga. Nos observaba sedienta cómo los voluptuosos pechos de Cheryl rebotaban con cada embestida. Los gemidos de Cheryl se hacían cada vez más fuerte y su piel se ponía más colorada a medida que se acercaba al orgasmo.
Repentinamente, Maya se inclinó y besó a Cheryl, saboreando el placer de besar los labios de otra mujer. El beso se fue haciendo más intenso, sus lenguas explorando la boca de la otra mientras que la mano de Maya se movía entre las piernas de Cheryl, mientras Cheryl seguía rebotando sobre mí.
Las yemas de sus dedos rozaron el clítoris de Cheryl, haciendo a esta maravillosa diosa jadear, arqueando la espalda. El rostro de Maya se alegró, al ver que podía retribuir el placer que Cheryl le había brindado.
Su mano se puso más atrevida, con movimientos más seguros, acoplándose al ritmo que Cheryl llevaba, respondiendo a sus caricias. Las piernas de Cheryl empezaron a temblar y su respiración, a agitarse. El orgasmo mixto que Cheryl sintió asistido por mis embestidas hizo que Maya se sintiera orgullosa, satisfecha de poder dar una alegría a su amiga.
Cuando Cheryl llegó al orgasmo de nuevo, Maya sintió que su calentura se disparaba de nuevo. Se deslizó al lado de nosotros y se arrodilló ante nuestras cinturas, con los ojos pendientes en mi pene deslizándose fuera del sexo de Cheryl.
Sin decir palabra, se lo metió en la boca, saboreando los jugos de Cheryl mezclados con los restos de mi semen. Cheryl la miraba encantada, con su enorme pecho todavía agitado con cada respiración.
Lo hizo de una manera increíble, que me hizo quejarme de gusto.
-¡Cielos! – logré susurrarle, guiando la nuca de Maya con mi mano.
Maya empezó a mamar con mayor intensidad, con la lengua arremolinándose en torno a nuestro pene. Se notaba empoderada. Deseosa. Libre.
Mientras me iba chupando, levantó su otra mano para sobar el pecho de Cheryl, cuyo volumen de carne parecía desbordarle la mano. Cheryl se inclinó hacia ella y la besó, con sus lenguas enredándose mientras la mano de Maya exploraba su suculento cuerpo.
Los tres nos movíamos lujuriosos, con cada roce y cada beso nos ponía tan calientes, acercándonos al límite. Maya sentía su propio orgasmo creciendo, con su conchita mojada e hinchada por las ganas.
Una vez que me dejó moderadamente limpio, me miró con amabilidad y preocupación. Podía ver el cansancio en mis ojos, pero su cuerpo necesitaba urgente alivio.
>¿Puedo…? – me preguntó con timidez, mirando mi erección. Estaba consciente que tanto ella como Cheryl me habían exigido más allá de mis capacidades, y aunque le había confirmado sobre mi resistencia, podía darse cuenta de mi agotamiento.
Aun así, le sonreí cálidamente, haciendo que su rostro se enterneciera.
•¡Por supuesto, cariño! – Añadió Cheryl, comprendiendo la situación. – Vino hoy solo por ti.
Pude ver cómo Maya se conmovió. Al parecer por sus labios y su lengua, nunca había sentido el deseo de besar a un hombre con tanta locura. Sus besos eran tiernos y cálidos. Su lengua dulce y refrescante.
Pero mientras empezaba a cabalgarme, quise enseñarle el significado de “hacer el amor”.
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2 comentarios - PDB 52 Yo también quiero probar tu sushi… (X)
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