Sábado
Como eracostumbre en los últimos meses, y más en fin de semana, me desperté ya con lamesa puesta. Mis padres me estaban esperando para comer los deliciososmacarrones con tomate que mi madre hacía todos los sábados. Solo por esomerecía la pena levantarse de la cama después de una larga noche de fiesta.
En realidad, el plato de pasta no era el único motivo por el que me gustaba comer en familia. Desde que tenía uso de razón, mi hermana mayor, Lola, se había convertido en algo muy parecido a una obsesión para mí. Al principio no era más que admiración infantil, pero con los años se fue convirtiendo en algo más serio y preocupante.
Pero ese sábado,Lola no comió con nosotros. Cuando ella no estaba todo era diferente, aburrido,incluso los macarrones parecían insípidos. Siempre había disfrutado con supresencia, pero en los últimos meses mucho más. Medio año antes, la obra deteatro de la que formaba parte mi hermana había terminado y desde entoncesbuscaba trabajo. Mientras lo encontraba, su presencia en casa se vioincrementada.
Era una deliciaverla pasar ligera de ropa. Mi hermana no tenía demasiaas curvas, pero suslargas y perfectas piernas y su elegante andar la hacían parecer un ángel entierra. Eso sin tener en cuenta que la ropa de lino que solía usar solo porencima del bikini resaltaba sus pequeñas pero torneadas curvas y suspuntiagudos pezones.
Aquel sábado seme hizo raro que Lola no estuviera en casa. La mala suerte en la búsqueda deempleo la tenía desanimada y no solía salir demasiado. Cuando terminamos decomer, sorprendí a mi madre siguiéndola a la cocina con la intención deayudarla a fregar los platos, aunque en realidad quería preguntar por mihermana.
- ¿Dónde está Lola?
- Ha ido a hablar con una amiga que conoce a alguien que podría conseguirle trabajo.
- ¿Desde cuando tiene amigos?
- No seas así, Dieguito, sabes que tu hermana tiene buenas amistades.
Lola nunca fuedemasiado sociable, pero sí que sabía que tenía unas cuantas amigas. A mí mevenía bien que tuviese esa personalidad, ya que sufría siempre que salía conchicos.
Desconocía dóndeestaba exactamente mi hermana, pero debía de ser lejos, ya que llegada la noche seguía sin aparecer. Aunque me metiera mucho con ella, deseaba que volviera y me dijese que al fin le había ido bien, aunque eso supusiera tenerla mucho menos por casa. Llegaba mi hora de salir de nuevo de fiesta, así que parecía que no tendría esa información hasta el día siguiente.
Domingo
Un amigo me pasó a buscar en su nuevo auto. Empezaba a llover cuando al fin pudimos acceder al interior del boliche. Me sorprendía y excitaba a partes iguales que, todas las chicas tuvieran exquisitos vestidos cortos. A mí me parecía perfecto, más carne fresca para ver, aunque ninguna me calentaba tanto como mi hermana, incluso aunque fuese totalmente cubierta.
Lo mejor de quelas chavalas lo mostraran casi todo era poder ver sus tatuajes. Siempre tuveclaro que mi prototipo de mujer ideal llevaba unos cuantos. La piel entintada me resultaba de lo más erótico, incluso yo llevaba tiempo queriendo hacerme uno, pero aún no tenía claro lo que me quería tatuar ni en qué parte del cuerpo.
Esa noche, cuando ya había perdido la esperanza de conseguir algo interesante, una piba rubia se me acercó. No vi nada en ella que llamara mi atención, así que decidí ignorarla. Siguió bailando a mi alrededor, hasta que me di cuenta de que llevaba un pequeño tatuaje en la muñeca derecha. Eso cambió de inmediato la percepción que tenía de ella y me mostré receptivo.
Apenas tardamos cinco minutos en empezar a comernos la boca. Tenía poco culo y menos pecho todavía, pero besaba de maravilla. Como si fuera algo casual, la fui encaminando hacia los lavabos con la intención de meterla dentro e ir a más. La muchacha, de la que ni siquiera sabía su nombre, no puso ninguna objeción, así que me metí con ella en uno de los cubículos y la pasión se desató.
Metí la mano por debajo de su falda y ella comenzó a frotar mi paquete. Estábamos dispuestos a coger ahí mismo, solo necesitaba encontrar la posición idónea. Me senté en el váter con la idea de que ella se colocara encima, pero antes se bajó los tirantes del vestido. Al ver sus pequeñas, pero muy bien puestas, tetas, no pude evitar llevármelas a la boca.
Posiblemente fue el tiempo que perdí lamiendo sus rosados pezones lo que impidió que pudiéramos echar el polvo. Justo en el momento en que se la iba a meter, apareció un patovica para echarnos de allí. Estaba dispuesto a continuar en el auto de mi amigo, pero ella, avergonzada, salió corriendo y no la volví a ver más.
Me quedé con un calentón descomunal, pero mi amigo, que casi no se aguantaba en pie, quería irse ya. Entre la lluvia y la borrachera, consiguió de milagro llevarme hasta casa y subí los escalones de dos en dos. Al contrario que mi hermana, yo siempre cogía el ascensor, pero esa madrugada tenía prisa por llegar a mi cama y clavarme una paja para aliviarme.
Antes de ir a mi cuarto, pasé por el de Lola para asegurarme de que ya había llegado. Dormía plácidamente bajo un montón de mantas. Lo tenía todo preparado para masturbarme, pero en cuanto mi cuerpo entró en contacto con el cómodo colchón, decidí cerrar los ojos y ya no pude volver a abrirlos. Por desgracia, esa sensación de descanso solo me duró un par de horas.
- Dieguito, ¡despierta!
- Lola... ¿qué pasa?
- Tengo que pedirte un favor muy importante.
- ¿Qué hora es?
- Las nueve y cuarto.
- ¿De la noche?
- No, tonto, dela mañana.
- Por dios, Lola,no hace ni dos horas que me acosté.
- Te digo esto y dejo que sigas durmiendo.
- Está bien.
- He conseguido una entrevista de trabajo muy importante.
- Me alegro por ti, pero ¿yo qué pinto en esto?
- ¿Conoces el edificio donde está la productora del Bailando?
- Nunca he estado dentro, pero sí.
- La entrevista será allí.
- ¿Y qué?
- Que es la planta diecinueve.
- Insisto... ¿y qué?
- Sabes que yo nunca subo en ascensor.
- Pero habrá escaleras, ¿no?
- ¿Quieres que cause buena impresión después de subir diecinueve pisos?
- Hermanita, veal grano porque no te estoy entendiendo.
- Quiero que meacompañes, solo tú me sabes calmar.
- ¿Ahora?
- No, hombre,mañana a las doce.
- Si me dejasdormir, voy contigo a cualquier parte.
- Okis. Te avisoa la hora de comer.
Seguí durmiendohasta que unas horas después mi hermana me avisó de que ya estaba la comida.Seguía teniendo mucho sueño, pero el estómago me rugía por el hambre. Me sentéa comer con mi familia y tuve que escuchar las constantes alabanzas a Lola porhaber conseguido esa entrevista. Yo estaba contento por ella, aunque noentendía tanto optimismo. Todavía no había conseguido nada y la oportunidad quetenía era gracias a tirar de contactos.
Después de comervolví a acostarme. Dormir me gustaba en todas las circunstancias, peroespecialmente mientras escuchaba la lluvia golpeando contra mi ventana. Sinembargo, parecía que Lola no estaba por la labor de dejarme descansar ese día.
Irrumpió en mihabitación con miles de preguntas sobre cómo debería hablar o vestirse para laentrevista. No entendía por qué me preguntaba a mí, sabiendo que no tenía niidea del tema, pero en el fondo me gustaba que contara conmigo para cualquiercosa. Hicimos incluso un simulacro en el que yo era el entrevistador. Pero loque más le preocupaba a ella era el asunto del ascensor.
- ¿Y si se quedaparado y no puedo llegar a tiempo?
- Llevodieciocho años subiendo en ascensor estos tres pisos y no ha pasado nada.
- Pero estálloviendo mucho y se espera que mañana aún más.
- ¿Y eso quétiene que ver?
- No lo sé, pero me pone muy nerviosa.
- Lola es crucial que vayas tranquila a la entrevista.
- Tienes razón, pero no lo puedo evitar.
- Este edificio tiene un montón de plantas, debe de estar preparado para cualquier contratiempo que pueda surgir.
- Tú cógeme la mano y no me la sueltes hasta que lleguemos arriba.
- Cuenta con ello.
Al final tuve que renunciar a la siesta y me entretuve el resto del día como pude. Lola seguía apareciendo por mi habitación para hacerme nuevas preguntas, darme el último parte del tiempo que se preveía para el día siguiente y para repetirme que saldríamos con más de una hora de antelación
Lunes
Le dije a Lola que me despertara quince minutos antes de salir, tiempo justo para desayunar y vestirme, pero decidió hacerlo dos horas antes. Volvió a hacerme todo tipo de preguntas sobre la vestimenta que debía llevar. Se encerró en su habitación y se cambió de ropa un montón de veces hasta que se decantó por una blusa blanca y un pantalón beige, complementado con una chaqueta negra larga. Un look muy formal con el que no estaba acostumbrado a verla.
Se bañó en perfume y salimos de casa para ir a coger el autobús. Nunca la había visto tan nerviosa, pero era normal, se enfrentaba a su primera oportunidad real de conseguir un empleo. La miraba y me costaba creer que hubiera pasado tanto tiempo desde que era aquella muchachita que me cautivó con dulzura y con su cuerpo en pleno desarrollo.
Llegamos con bastante tiempo de antelación, cosa que nos vino genial, ya que no contábamos con que hubiera cola en los ascensores. Nos pusimos en la que daba acceso al número tres y mientras esperábamos, mi hermana iba repasando el discurso que llevaba preparado. Solo los sonoros truenos la sacaban de su tarea.
Subimos en el ascensor y Lola se puso pálida de inmediato. Me agarró con fuerza la mano, cerró los ojos y comenzó a respirar profundamente, tratando de deshacerse delos nervios que la atenazaban. Yo le iba diciendo por qué piso íbamos. El once,doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho... ¡mierda!
Al pararse el ascensor, Lola abrió los ojos creyendo que ya habíamos llegado, pero se encontró a oscuras y entró en pánico. Acto seguido se encendieron las luces de emergencia, pero eso no hizo que mi hermana saliera del shock en el que se encontraba. Parecía al borde del llanto, pero ni siquiera eso le salía, estaba paralizada.
- Tranquila, esto lo solucionan enseguida.
- No voy allegar...
- ¿Qué?
- La entrevista, no voy a llegar a tiempo.
- No te preocupes por eso, tendrán en cuenta lo que ha sucedido.
- No me encuentro bien, Dieguito.
- Son los nervios, tratá de relajarte.
- Tengo mucho calor.
- Pero si hace frío.
- Pues yo estoy sudando.
- Quítate la chaqueta.
Se quitó la chaqueta y me la dio. Después se dejó caer y quedó sentada en el suelo. A los pocos segundos ya volvía a estar de pie, para volverse a sentar casi de inmediato. Estuvo haciendo lo mismo durante minutos que parecían horas. Yo permanecía quieto, tratando de calmarla, pero nada de lo que le dijera servía para nada.
Sacaba todo el rato el móvil de su bolsillo como si se le acabara de ocurrir una gran idea, pero entonces volvía a caer en la cuenta de que no había cobertura. Estaba desesperada y comenzaba a desesperarme a mí. Intenté abrazarla para que se calmara, pero no dejaba de repetir que tenía mucho calor. A pesar de lo agobiante que era, ahí adentro hacía frío, así que me preocupaba que le estuviera pasando algo grave.
- ¿Cuántas horas llevamos aquí atrapados?
- Solo han pasado treinta minutos.
- Eso es imposible.
- Te digo la verdad, Lola.
- Si no nos sacan ya me voy a asfixiar.
- No te va a pasar nada.
- ¿Y si escapamos por arriba? Ya casi estamos en la diecinueve.
- Eso solo funciona en ls películas.
- Seguro que en el techo hay una trampilla, alzame.
Se le estaba yendo la cabeza. Me obligó a agarrarla y se colocó sobre mis hombros, tratando de levantar el techo, como si alguno de los fuésemos a atrevernos a huir por ahí. Lo único positivo fue sentirla sobre mí, tener sus muslos alrededor de mi cuello y el sexo pegado a la nuca. Estaba realmente caliente, sobre todo después de hacer aquel esfuerzo en balde.
Sofocada por el calor que sentía, mi hermana comenzó a desabrorcharse los botones de la blusa. No pude evitar excitarme ante la expectativa de volver a ver su modesto pero atractivo escote, pero fue a más. No se dejó ni un solo botón, haciendo que su bonito escote se revelara ante mis ojos. Me sentí mal por calentarme en una situación así, mientras ella lo pasaba mal.
Pero no fue ver más piel de la cuenta lo que hizo que me excitara hasta un límite inimaginable. Lo que me volvió loco fue darme cuenta de que mi hermanase había hecho un pequeño tatuaje justo en el pecho izquierdo. Era una mariposa diminuta, pero hizo que me encendiera como nunca.
- ¿Desde cuando llevas ese tatuaje?
- ¿Qué? ¡Mierda!
- Lola, ¿me lo estabas ocultando?
- Sí, pero no por ti. Sabes lo que opina mamá de los tatuajes.
- Pero tenes veintidos años, no debes darle explicaciones.
- La única manera de no dárselas era ocultándolo.
- Yo te lo hubiera contado.
- ¿Te gusta?
- La verdad es que sí, es muy bonito.
- ¿No eres de esos que piensan que la chicas no deberían tatuarse?
- Para nada, las tías tatuadas me calientan un montón.
- Cuidado, que soy tu hermana.
- Para que veas que yo sí que soy sincero contigo.
- Tampoco demasiado.
- ¿Por qué lo dices?
- Llevas años raro y no quieres decirme qué te pasa.
- Es que no me pasa nada.
- Antes venías más a mi habitación y me contabas tus cosas.
- Supongo que la adolescencia nos cambia a todos.
- Sigo teniendo mucho calor, Dieguito.
- Pero no podes quitarte más ropa.
- Claro que puedo.
No sabía si realmente tenía tanto calor o simplemente se estaba volviendo loca, pero Lola se bajó los pantalones hasta los tobillos. Llevaba unas braguitas negras a conjunto, pero fueron sus perfectamente torneados muslos lo que me llamó la atención. Respiraba con dificultad y pude ver como el sudor resbalaba entre sus pechos. Realmente estaba acalorada.
Llevábamos másde una hora encerrados y nada hacía indicar que eso fuese a cambiar. Mi hermana pasaba del agobio absoluto a contarme historias de su vida que yo desconocía. La situación comenzaba a ser desesperante, pero al menos me estaba sirviendo para conocerla mejor. Aunque nada de lo que dijera iba a conseguir que dejara de desear recorrer su piel con mis labios, al menos una vez en la vida.
- Una vez, cuando tenía novio...
- Espera, ¿cuándo has tenido novio?
- Me temo que esa es otra de las cosas que nunca te conté.
- Creía que eras mejor hermana.
- Fue hace un año... solo duramos siete meses, pero fueron muy intensos.
- ¿Por qué?
- Yo empecé a aparecer en los medios y atraía demasiada atención, y eso me ponía muy ansiosa.
- ¿Y él no lo llevaba bien?
- Sí, incluso encontró un método para calmarme.
- Contamelo, que ahora te vendría bien.
- No, no puedo contarte eso.
- ¿Por qué no?
- Porque no y punto.
- Es algo sexual.
- Exacto.
- Ya soy mayorcito, no pasa nada porque nos contemos eso.
- ¿En serio queres saber que tu hermana solo se relaja cuando le comen la almeja?
Y tanto que quería saberlo, aunque me jodía mucho pensar que era otro el que se lo había hecho. Después de confesar, Lola entró de nuevo en pánico y se colocó en una esquina del ascensor, hecha un ovillo. Yo ya no sabía qué más decirle ni cómo gestionar la excitación que tenía en ese momento, solo quería salir de allí lo antes posible.
Llevábamos unos ochenta minutos encerrados cuando Lola comenzó a tener una especie de convulsiones. Su cuerpo sudoroso temblaba en el suelo mientras yo trataba de calmarla. Lola comenzó a decir que nunca saldríamos del ascensor, que nos quedaríamos allí hasta que ya no hubiera oxígeno. Sus gritos y su llanto me tenían muy preocupado, necesitaba que se relajara... y solo se me ocurría una manera de conseguirlo.
Me senté a su lado en el suelo y fui directo a quitarle las braguitas. Ella ni siquiera se inmutó, siguió temblando y lamentando la situación que nos había tocado vivir. Me repetí a mí mismo que lo que iba a hacer era una medida desesperada, que lo hacía por ella, pero la realidad era que deseaba exprimir con mi boca el jugo del delicioso coño de mi hermana.
Le abrí las piernas todo lo que el reducido espacio me permitió y coloqué mi cabeza en medio. Me di el gusto de manosear bien sus muslos y acto seguido acerqué mi lengua a su rajita. Un primer lametazo cargado de su genuino sabor me supo a gloria e hizo que ella se detuviera de inmediato, como si acabara de caer en la cuenta de lo que estaba sucediendo.
No solo dejó de protestar, si no que me acarició tímidamente el pelo, como si aprobara lo que estaba sucediendo. Hundí mi lengua en su agujero y ella gimió de placer. Tardó segundos en lubricar. Mi boca entera recorría la zona más íntima de mi hermana, repartiendo besos y lametazos por todas partes. Sabía perfectamente hacia donde debía dirigirme, pero me lo tomé con calma.
Lola cada vez se aferraba con más fuerza a mi cabello y me apretaba contra su conchita, obligándome a seguir dándole placer. Tras haberlo lamido entero, fui a buscarle el clítoris, sabiendo que a partir de ese momento el gusto se multiplicaría. Sus gemidos aumentaron mientras mi lengua pasaba una y otra vez por su botoncito y a la vez se lo iba succionando. En ese momento aproveché y le empecé a dar pequeños apretones a sus perfectas tetas, ahora completamente libre y que no paraban de agitarse mientras mi hermana se retorcía con cada lamida.
Mi hermana gritaba cada vez más fuerte, estaba gozando mucho. Yo también estaba muy excitado, pero me conformaba con haber tenido el privilegio de catar su vagina, esa con la que había fantaseado tantísimas veces. Lola parecía haberse olvidado de que estábamos encerrados y solo estaba concentrada en su inminente orgasmo, ese que hizo que cerrara las piernas con tanta fuerza que me dejó sin respiración.
Justo en el momento en que se corrió, en que sus fluidos empaparon mi boca, las luces se encendieron y el ascensor recorrió la breve distancia hasta llegar a la planta diecinueve. Cuando las puertas de abrieron, mi boca seguía en la concha de mi hermana, pero por suerte no había nadie allí para vernos. Lola se vistió a toda prisa con la intención de llegar a su entrevista, sin saber la situación en laque se encontraba el hombre que debía darle trabajo.
- Lola, esto que ha sucedido...
- ¿A qué te referis?
- A nada, olvídalo. Suerte en la entrevista.
- Gracias, hermanito.
Como eracostumbre en los últimos meses, y más en fin de semana, me desperté ya con lamesa puesta. Mis padres me estaban esperando para comer los deliciososmacarrones con tomate que mi madre hacía todos los sábados. Solo por esomerecía la pena levantarse de la cama después de una larga noche de fiesta.
En realidad, el plato de pasta no era el único motivo por el que me gustaba comer en familia. Desde que tenía uso de razón, mi hermana mayor, Lola, se había convertido en algo muy parecido a una obsesión para mí. Al principio no era más que admiración infantil, pero con los años se fue convirtiendo en algo más serio y preocupante.
Pero ese sábado,Lola no comió con nosotros. Cuando ella no estaba todo era diferente, aburrido,incluso los macarrones parecían insípidos. Siempre había disfrutado con supresencia, pero en los últimos meses mucho más. Medio año antes, la obra deteatro de la que formaba parte mi hermana había terminado y desde entoncesbuscaba trabajo. Mientras lo encontraba, su presencia en casa se vioincrementada.
Era una deliciaverla pasar ligera de ropa. Mi hermana no tenía demasiaas curvas, pero suslargas y perfectas piernas y su elegante andar la hacían parecer un ángel entierra. Eso sin tener en cuenta que la ropa de lino que solía usar solo porencima del bikini resaltaba sus pequeñas pero torneadas curvas y suspuntiagudos pezones.
Aquel sábado seme hizo raro que Lola no estuviera en casa. La mala suerte en la búsqueda deempleo la tenía desanimada y no solía salir demasiado. Cuando terminamos decomer, sorprendí a mi madre siguiéndola a la cocina con la intención deayudarla a fregar los platos, aunque en realidad quería preguntar por mihermana.
- ¿Dónde está Lola?
- Ha ido a hablar con una amiga que conoce a alguien que podría conseguirle trabajo.
- ¿Desde cuando tiene amigos?
- No seas así, Dieguito, sabes que tu hermana tiene buenas amistades.
Lola nunca fuedemasiado sociable, pero sí que sabía que tenía unas cuantas amigas. A mí mevenía bien que tuviese esa personalidad, ya que sufría siempre que salía conchicos.
Desconocía dóndeestaba exactamente mi hermana, pero debía de ser lejos, ya que llegada la noche seguía sin aparecer. Aunque me metiera mucho con ella, deseaba que volviera y me dijese que al fin le había ido bien, aunque eso supusiera tenerla mucho menos por casa. Llegaba mi hora de salir de nuevo de fiesta, así que parecía que no tendría esa información hasta el día siguiente.
Domingo
Un amigo me pasó a buscar en su nuevo auto. Empezaba a llover cuando al fin pudimos acceder al interior del boliche. Me sorprendía y excitaba a partes iguales que, todas las chicas tuvieran exquisitos vestidos cortos. A mí me parecía perfecto, más carne fresca para ver, aunque ninguna me calentaba tanto como mi hermana, incluso aunque fuese totalmente cubierta.
Lo mejor de quelas chavalas lo mostraran casi todo era poder ver sus tatuajes. Siempre tuveclaro que mi prototipo de mujer ideal llevaba unos cuantos. La piel entintada me resultaba de lo más erótico, incluso yo llevaba tiempo queriendo hacerme uno, pero aún no tenía claro lo que me quería tatuar ni en qué parte del cuerpo.
Esa noche, cuando ya había perdido la esperanza de conseguir algo interesante, una piba rubia se me acercó. No vi nada en ella que llamara mi atención, así que decidí ignorarla. Siguió bailando a mi alrededor, hasta que me di cuenta de que llevaba un pequeño tatuaje en la muñeca derecha. Eso cambió de inmediato la percepción que tenía de ella y me mostré receptivo.
Apenas tardamos cinco minutos en empezar a comernos la boca. Tenía poco culo y menos pecho todavía, pero besaba de maravilla. Como si fuera algo casual, la fui encaminando hacia los lavabos con la intención de meterla dentro e ir a más. La muchacha, de la que ni siquiera sabía su nombre, no puso ninguna objeción, así que me metí con ella en uno de los cubículos y la pasión se desató.
Metí la mano por debajo de su falda y ella comenzó a frotar mi paquete. Estábamos dispuestos a coger ahí mismo, solo necesitaba encontrar la posición idónea. Me senté en el váter con la idea de que ella se colocara encima, pero antes se bajó los tirantes del vestido. Al ver sus pequeñas, pero muy bien puestas, tetas, no pude evitar llevármelas a la boca.
Posiblemente fue el tiempo que perdí lamiendo sus rosados pezones lo que impidió que pudiéramos echar el polvo. Justo en el momento en que se la iba a meter, apareció un patovica para echarnos de allí. Estaba dispuesto a continuar en el auto de mi amigo, pero ella, avergonzada, salió corriendo y no la volví a ver más.
Me quedé con un calentón descomunal, pero mi amigo, que casi no se aguantaba en pie, quería irse ya. Entre la lluvia y la borrachera, consiguió de milagro llevarme hasta casa y subí los escalones de dos en dos. Al contrario que mi hermana, yo siempre cogía el ascensor, pero esa madrugada tenía prisa por llegar a mi cama y clavarme una paja para aliviarme.
Antes de ir a mi cuarto, pasé por el de Lola para asegurarme de que ya había llegado. Dormía plácidamente bajo un montón de mantas. Lo tenía todo preparado para masturbarme, pero en cuanto mi cuerpo entró en contacto con el cómodo colchón, decidí cerrar los ojos y ya no pude volver a abrirlos. Por desgracia, esa sensación de descanso solo me duró un par de horas.
- Dieguito, ¡despierta!
- Lola... ¿qué pasa?
- Tengo que pedirte un favor muy importante.
- ¿Qué hora es?
- Las nueve y cuarto.
- ¿De la noche?
- No, tonto, dela mañana.
- Por dios, Lola,no hace ni dos horas que me acosté.
- Te digo esto y dejo que sigas durmiendo.
- Está bien.
- He conseguido una entrevista de trabajo muy importante.
- Me alegro por ti, pero ¿yo qué pinto en esto?
- ¿Conoces el edificio donde está la productora del Bailando?
- Nunca he estado dentro, pero sí.
- La entrevista será allí.
- ¿Y qué?
- Que es la planta diecinueve.
- Insisto... ¿y qué?
- Sabes que yo nunca subo en ascensor.
- Pero habrá escaleras, ¿no?
- ¿Quieres que cause buena impresión después de subir diecinueve pisos?
- Hermanita, veal grano porque no te estoy entendiendo.
- Quiero que meacompañes, solo tú me sabes calmar.
- ¿Ahora?
- No, hombre,mañana a las doce.
- Si me dejasdormir, voy contigo a cualquier parte.
- Okis. Te avisoa la hora de comer.
Seguí durmiendohasta que unas horas después mi hermana me avisó de que ya estaba la comida.Seguía teniendo mucho sueño, pero el estómago me rugía por el hambre. Me sentéa comer con mi familia y tuve que escuchar las constantes alabanzas a Lola porhaber conseguido esa entrevista. Yo estaba contento por ella, aunque noentendía tanto optimismo. Todavía no había conseguido nada y la oportunidad quetenía era gracias a tirar de contactos.
Después de comervolví a acostarme. Dormir me gustaba en todas las circunstancias, peroespecialmente mientras escuchaba la lluvia golpeando contra mi ventana. Sinembargo, parecía que Lola no estaba por la labor de dejarme descansar ese día.
Irrumpió en mihabitación con miles de preguntas sobre cómo debería hablar o vestirse para laentrevista. No entendía por qué me preguntaba a mí, sabiendo que no tenía niidea del tema, pero en el fondo me gustaba que contara conmigo para cualquiercosa. Hicimos incluso un simulacro en el que yo era el entrevistador. Pero loque más le preocupaba a ella era el asunto del ascensor.
- ¿Y si se quedaparado y no puedo llegar a tiempo?
- Llevodieciocho años subiendo en ascensor estos tres pisos y no ha pasado nada.
- Pero estálloviendo mucho y se espera que mañana aún más.
- ¿Y eso quétiene que ver?
- No lo sé, pero me pone muy nerviosa.
- Lola es crucial que vayas tranquila a la entrevista.
- Tienes razón, pero no lo puedo evitar.
- Este edificio tiene un montón de plantas, debe de estar preparado para cualquier contratiempo que pueda surgir.
- Tú cógeme la mano y no me la sueltes hasta que lleguemos arriba.
- Cuenta con ello.
Al final tuve que renunciar a la siesta y me entretuve el resto del día como pude. Lola seguía apareciendo por mi habitación para hacerme nuevas preguntas, darme el último parte del tiempo que se preveía para el día siguiente y para repetirme que saldríamos con más de una hora de antelación
Lunes
Le dije a Lola que me despertara quince minutos antes de salir, tiempo justo para desayunar y vestirme, pero decidió hacerlo dos horas antes. Volvió a hacerme todo tipo de preguntas sobre la vestimenta que debía llevar. Se encerró en su habitación y se cambió de ropa un montón de veces hasta que se decantó por una blusa blanca y un pantalón beige, complementado con una chaqueta negra larga. Un look muy formal con el que no estaba acostumbrado a verla.
Se bañó en perfume y salimos de casa para ir a coger el autobús. Nunca la había visto tan nerviosa, pero era normal, se enfrentaba a su primera oportunidad real de conseguir un empleo. La miraba y me costaba creer que hubiera pasado tanto tiempo desde que era aquella muchachita que me cautivó con dulzura y con su cuerpo en pleno desarrollo.
Llegamos con bastante tiempo de antelación, cosa que nos vino genial, ya que no contábamos con que hubiera cola en los ascensores. Nos pusimos en la que daba acceso al número tres y mientras esperábamos, mi hermana iba repasando el discurso que llevaba preparado. Solo los sonoros truenos la sacaban de su tarea.
Subimos en el ascensor y Lola se puso pálida de inmediato. Me agarró con fuerza la mano, cerró los ojos y comenzó a respirar profundamente, tratando de deshacerse delos nervios que la atenazaban. Yo le iba diciendo por qué piso íbamos. El once,doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho... ¡mierda!
Al pararse el ascensor, Lola abrió los ojos creyendo que ya habíamos llegado, pero se encontró a oscuras y entró en pánico. Acto seguido se encendieron las luces de emergencia, pero eso no hizo que mi hermana saliera del shock en el que se encontraba. Parecía al borde del llanto, pero ni siquiera eso le salía, estaba paralizada.
- Tranquila, esto lo solucionan enseguida.
- No voy allegar...
- ¿Qué?
- La entrevista, no voy a llegar a tiempo.
- No te preocupes por eso, tendrán en cuenta lo que ha sucedido.
- No me encuentro bien, Dieguito.
- Son los nervios, tratá de relajarte.
- Tengo mucho calor.
- Pero si hace frío.
- Pues yo estoy sudando.
- Quítate la chaqueta.
Se quitó la chaqueta y me la dio. Después se dejó caer y quedó sentada en el suelo. A los pocos segundos ya volvía a estar de pie, para volverse a sentar casi de inmediato. Estuvo haciendo lo mismo durante minutos que parecían horas. Yo permanecía quieto, tratando de calmarla, pero nada de lo que le dijera servía para nada.
Sacaba todo el rato el móvil de su bolsillo como si se le acabara de ocurrir una gran idea, pero entonces volvía a caer en la cuenta de que no había cobertura. Estaba desesperada y comenzaba a desesperarme a mí. Intenté abrazarla para que se calmara, pero no dejaba de repetir que tenía mucho calor. A pesar de lo agobiante que era, ahí adentro hacía frío, así que me preocupaba que le estuviera pasando algo grave.
- ¿Cuántas horas llevamos aquí atrapados?
- Solo han pasado treinta minutos.
- Eso es imposible.
- Te digo la verdad, Lola.
- Si no nos sacan ya me voy a asfixiar.
- No te va a pasar nada.
- ¿Y si escapamos por arriba? Ya casi estamos en la diecinueve.
- Eso solo funciona en ls películas.
- Seguro que en el techo hay una trampilla, alzame.
Se le estaba yendo la cabeza. Me obligó a agarrarla y se colocó sobre mis hombros, tratando de levantar el techo, como si alguno de los fuésemos a atrevernos a huir por ahí. Lo único positivo fue sentirla sobre mí, tener sus muslos alrededor de mi cuello y el sexo pegado a la nuca. Estaba realmente caliente, sobre todo después de hacer aquel esfuerzo en balde.
Sofocada por el calor que sentía, mi hermana comenzó a desabrorcharse los botones de la blusa. No pude evitar excitarme ante la expectativa de volver a ver su modesto pero atractivo escote, pero fue a más. No se dejó ni un solo botón, haciendo que su bonito escote se revelara ante mis ojos. Me sentí mal por calentarme en una situación así, mientras ella lo pasaba mal.
Pero no fue ver más piel de la cuenta lo que hizo que me excitara hasta un límite inimaginable. Lo que me volvió loco fue darme cuenta de que mi hermanase había hecho un pequeño tatuaje justo en el pecho izquierdo. Era una mariposa diminuta, pero hizo que me encendiera como nunca.
- ¿Desde cuando llevas ese tatuaje?
- ¿Qué? ¡Mierda!
- Lola, ¿me lo estabas ocultando?
- Sí, pero no por ti. Sabes lo que opina mamá de los tatuajes.
- Pero tenes veintidos años, no debes darle explicaciones.
- La única manera de no dárselas era ocultándolo.
- Yo te lo hubiera contado.
- ¿Te gusta?
- La verdad es que sí, es muy bonito.
- ¿No eres de esos que piensan que la chicas no deberían tatuarse?
- Para nada, las tías tatuadas me calientan un montón.
- Cuidado, que soy tu hermana.
- Para que veas que yo sí que soy sincero contigo.
- Tampoco demasiado.
- ¿Por qué lo dices?
- Llevas años raro y no quieres decirme qué te pasa.
- Es que no me pasa nada.
- Antes venías más a mi habitación y me contabas tus cosas.
- Supongo que la adolescencia nos cambia a todos.
- Sigo teniendo mucho calor, Dieguito.
- Pero no podes quitarte más ropa.
- Claro que puedo.
No sabía si realmente tenía tanto calor o simplemente se estaba volviendo loca, pero Lola se bajó los pantalones hasta los tobillos. Llevaba unas braguitas negras a conjunto, pero fueron sus perfectamente torneados muslos lo que me llamó la atención. Respiraba con dificultad y pude ver como el sudor resbalaba entre sus pechos. Realmente estaba acalorada.
Llevábamos másde una hora encerrados y nada hacía indicar que eso fuese a cambiar. Mi hermana pasaba del agobio absoluto a contarme historias de su vida que yo desconocía. La situación comenzaba a ser desesperante, pero al menos me estaba sirviendo para conocerla mejor. Aunque nada de lo que dijera iba a conseguir que dejara de desear recorrer su piel con mis labios, al menos una vez en la vida.
- Una vez, cuando tenía novio...
- Espera, ¿cuándo has tenido novio?
- Me temo que esa es otra de las cosas que nunca te conté.
- Creía que eras mejor hermana.
- Fue hace un año... solo duramos siete meses, pero fueron muy intensos.
- ¿Por qué?
- Yo empecé a aparecer en los medios y atraía demasiada atención, y eso me ponía muy ansiosa.
- ¿Y él no lo llevaba bien?
- Sí, incluso encontró un método para calmarme.
- Contamelo, que ahora te vendría bien.
- No, no puedo contarte eso.
- ¿Por qué no?
- Porque no y punto.
- Es algo sexual.
- Exacto.
- Ya soy mayorcito, no pasa nada porque nos contemos eso.
- ¿En serio queres saber que tu hermana solo se relaja cuando le comen la almeja?
Y tanto que quería saberlo, aunque me jodía mucho pensar que era otro el que se lo había hecho. Después de confesar, Lola entró de nuevo en pánico y se colocó en una esquina del ascensor, hecha un ovillo. Yo ya no sabía qué más decirle ni cómo gestionar la excitación que tenía en ese momento, solo quería salir de allí lo antes posible.
Llevábamos unos ochenta minutos encerrados cuando Lola comenzó a tener una especie de convulsiones. Su cuerpo sudoroso temblaba en el suelo mientras yo trataba de calmarla. Lola comenzó a decir que nunca saldríamos del ascensor, que nos quedaríamos allí hasta que ya no hubiera oxígeno. Sus gritos y su llanto me tenían muy preocupado, necesitaba que se relajara... y solo se me ocurría una manera de conseguirlo.
Me senté a su lado en el suelo y fui directo a quitarle las braguitas. Ella ni siquiera se inmutó, siguió temblando y lamentando la situación que nos había tocado vivir. Me repetí a mí mismo que lo que iba a hacer era una medida desesperada, que lo hacía por ella, pero la realidad era que deseaba exprimir con mi boca el jugo del delicioso coño de mi hermana.
Le abrí las piernas todo lo que el reducido espacio me permitió y coloqué mi cabeza en medio. Me di el gusto de manosear bien sus muslos y acto seguido acerqué mi lengua a su rajita. Un primer lametazo cargado de su genuino sabor me supo a gloria e hizo que ella se detuviera de inmediato, como si acabara de caer en la cuenta de lo que estaba sucediendo.
No solo dejó de protestar, si no que me acarició tímidamente el pelo, como si aprobara lo que estaba sucediendo. Hundí mi lengua en su agujero y ella gimió de placer. Tardó segundos en lubricar. Mi boca entera recorría la zona más íntima de mi hermana, repartiendo besos y lametazos por todas partes. Sabía perfectamente hacia donde debía dirigirme, pero me lo tomé con calma.
Lola cada vez se aferraba con más fuerza a mi cabello y me apretaba contra su conchita, obligándome a seguir dándole placer. Tras haberlo lamido entero, fui a buscarle el clítoris, sabiendo que a partir de ese momento el gusto se multiplicaría. Sus gemidos aumentaron mientras mi lengua pasaba una y otra vez por su botoncito y a la vez se lo iba succionando. En ese momento aproveché y le empecé a dar pequeños apretones a sus perfectas tetas, ahora completamente libre y que no paraban de agitarse mientras mi hermana se retorcía con cada lamida.
Mi hermana gritaba cada vez más fuerte, estaba gozando mucho. Yo también estaba muy excitado, pero me conformaba con haber tenido el privilegio de catar su vagina, esa con la que había fantaseado tantísimas veces. Lola parecía haberse olvidado de que estábamos encerrados y solo estaba concentrada en su inminente orgasmo, ese que hizo que cerrara las piernas con tanta fuerza que me dejó sin respiración.
Justo en el momento en que se corrió, en que sus fluidos empaparon mi boca, las luces se encendieron y el ascensor recorrió la breve distancia hasta llegar a la planta diecinueve. Cuando las puertas de abrieron, mi boca seguía en la concha de mi hermana, pero por suerte no había nadie allí para vernos. Lola se vistió a toda prisa con la intención de llegar a su entrevista, sin saber la situación en laque se encontraba el hombre que debía darle trabajo.
- Lola, esto que ha sucedido...
- ¿A qué te referis?
- A nada, olvídalo. Suerte en la entrevista.
- Gracias, hermanito.
1 comentarios - Ascensores rumbo al Bailando III