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Ascensores rumbo al Bailando I

Sábado

A pesar de que mis amigos me recomendaron no casarme porque decían que así terminaba la vida sexual de todas las parejas, cinco meses después de la boda mi mujer y yo seguíamos haciéndolo a diario. Quizás fuese por inercia y comenzara a ser un tanto repetitivo, especialmente durante el diciembre tan frío que tuvimos aquelaño, pero yo me dormía cada noche satisfecho.
Bajo mi grueso cubrecama, caía en un profundo sueño que nada podía perturbar. Una inoportuna llamada de teléfono era casi la única excepción. Esa noche mi celular resonó en nuestra habitación. Odiaba esa maldita melodía, pero no podía ignorarla. Apenas abrí los ojos, pero fue suficiente para ver la hora.
Eran las cuatro y media de la madrugada. Mi mente se despejó de inmediato al pensar que una llamada a esas horas nunca podía ser para buenas noticias. Supliqué para mis adentros que se hubieran equivocado, pero entonces tomé la llamada y escuché. Del otro lado de la línea estaba mi hermana, Sol.
Cuando colgué estaba muy consternado, por lo que mi mujer (que ya se había despertado) me preguntó con preocupación:
- ¿Qué ha pasado?
- Mi cuñado murió.
- No puede ser.
- ¿Crees que me lo estoy inventando? Me lo acaba de decir mi hermana.
- Mierda... lo siento mucho, mi amor.
- Solo tenía cincuenta años y le ha dado un puto infarto.
- Los ataques al corazón son imprevisibles.
- No se lo merecía.
- Ya lo sé, cariño. ¿Cómo está tu hermana?
- Destrozada, se ha muerto en sus brazos.
- ¿Dónde está ahora?
- Ha ido con el en la ambulancia, está en el hospital.
- Vamos para allá.
Mi cuñado era lo mejor que le había pasado a mi hermana. Desde que lo conocí, había pasado a formar parte de nuestra familia, así que para mí también fue un golpe muy grande. Guido era un hombre íntegro, trabajador y tremendamente divertido, siempre me trató como a un hermano más. Me costaba mucho creer que ya no estaba entre nosotros. Obviamente sabía que uno no puede elegir quien muere, pero, de haber podido hacerlo, no lo hubiera escogido a él.
Sol, mi hermana, era una persona muy particular. La apreciaba por ser mi hermana, pero nunca había conocido a una persona tan insoportable. Aunque la nuestra era una familia bastante humilde, Sol tenía unos aires de grandeza imposibles de comprender. Siempre pensé su soberbia se debía a saberse físicamente superior a casi cualquier mujer.
En el auto, camino al hospital, solo podía arrepentirme de la cantidad de veces que le había dicho a mi mujer que no entendía como Guido soportaba a mi hermana, más allá de su físico, claro.
Matías.
- ¿Qué?
- Tratala bien, por favor.
Entré yo solo en el hospital y pregunté en recepción. Me guiaron hasta una pequeña habitación y, tras avisarme de lo que había dentro, me dejaron pasar. Sol estaba sentada en una silla, a los pies del cuerpo sin vida de su marido. Tenía los ojos hinchados de llorar, ni siquiera se percató de mi presencia.
Tosí sutilmente para que alzara la vista y se diera cuenta de que estaba allí. En el momento en que me vio, las lágrimas volvieron a aparecer y se abrazó a mí como nunca antes lo había hecho, con mucha fuerza. Yo también la estreché entre los brazos y traté de reconfortarla con palabras que poco le podían servir ante esa situación.
- Te acompaño en el sentimiento, hermanita.
- No me lo puedo creer.
- Ni yo tampoco, pero hay que empezar a asumirlo.
- Estabamos acostados, por dormirnos, se agarró el pecho y murió.
- Estas cosas vienen cuando menos lo esperas…
- No me quiero separar de Guido.
- Tranquila, pronto lo volverás a ver.
Acompañé a mi hermana hasta el auto de nuestros padres que acababan de llegar para contener a su hija y yo volví para hacer las gestiones pertinentes de cara a la ceremonia fúnebre. Nunca me había enfrentado a algo así, pero no podía pedirle a Sol que pasara ese mal trago. Me dijeron que tenían que hacerle la autopsia para determinar la causa de la muerte y después lo enviarían al lugar correspondiente.
Ya era de día cuando llegamos a casa de mi hermana. Estuvimos allí horas con ella, tratando de animarla. Me dejaron la tarea de seleccionar el traje con el que iban a enterrar al pobre Guido mientras recordaban anécdotas que hacían que llorara más todavía, aunque también le sacaba alguna sonrisa.
Mi hermana parecía estar muy afectada, pero aún era muy joven y tenía unas curvas ideales para conquistar a otro ingenuo. Pensando en eso, en las curvas de mi hermana,me quedé dormido.



Domingo



Mis últimos pensamientos justo antes de dormirme me jugaron una mala pasada y tuve un sueño erótico con mi hermana. No era la primer vez que me sucedía, pero en esas circunstancias me hizo amanecer con sentimiento de culpabilidad. No tenía ganas de desayunar, así que me fui directo a la ducha y después me afeité.
Una vez aseado, seleccioné mi ropa y agarré el vestido que mi mujer me había pedido que le llevara. Por si el frío no fuera suficiente, ese día estaba diluviando. Conseguí llegar hasta la casa de Sol y subí.
Me tocó a mí limpiar y ordenar todo mientras ella se duchaba y también tuve que llamar a los familiares y amigos de Guido. En mi opinión, se estaba aprovechando de mi buena fe, pero no era momento para protestar. Cuando estuvo lista, partimos hacia el salón velatorio para lo que se suponía que iba a ser un día tan largo como duro.
Al no haber avisado a nadie hasta esa misma mañana, las primeras horas las pasamos solos. Sol parecía haber perdido las ganas que tenía el día anterior de no separarse del cadáver. Al rato de estar allí se fue al bar para tomar un café, dejándonos solos a mí y a mis padres velando al difunto. Eso me cuadraba bastante más con la Sol que yo conocía.
Cuando comenzó a llegar gente, mi hermana se volvió a meter en el papel de viuda devastada. Se convirtió de inmediato en el centro de atención con su llanto claramente fingido. Yo empezaba a sentir vergüenza ajena por el bochornoso numerito, pero mis padres parecían creerse que realmente estaba sufriendo.
- No puedo correr el espectáculo.
- ¿Qué decís?
- Nos ha dejado para irse al bar y ahora finge tristeza.
- Claro que está triste, pero a ratos es como si no lo asumiera.
- Bueno, no me hagas hablar.
- ¿Qué tienes en contra de tu hermana, Matías?
- Nada, pero me gustaría que no fuera tan falsa.
El día se hizo eterno. Llegó un momento en que parecía que ya nadie se acordaba del finado. Los presentes charlaban de forma animada entre ellos y solo muy de vez en cuando alguien parecía lamentar de forma sincera el deceso. Llegó un momento en que tuve la sensación de que yo era la persona que peor estaba llevando el triste final de mi cuñado.
A última hora nos despedimos de la familia, a la que volveríamos a ver al día siguiente en elentierro, y nos dirigimos hacia casa. Justo cuando la íbamos a dejar, Sol volvió a montar un show desproporcionado, obligando a mis padres a quedarse con ella de nuevo.
Quizás fuese muy irrespetuoso por mi parte, teniendo en cuenta que el cuerpo de mi cuñado todavía estaba caliente, pero esa noche me hice una paja. Necesitaba desconectar de todo y no se me ocurría mejor manera. Mientras me estaba masturbando pensaba en mi mujer, pero no pude evitar que se me colara alguna imagen del inoportuno sueño de la noche anterior.



Lunes



Lo primero que hice al despertar fue avisar a mi jefe de lo sucedido. No quise molestarle durante el fin de semana, pero tenía que saber que ese día no podría acudir al trabajo. Después inicié la misma rutina de aseo de la anterior mañana con el objetivo de estar presentable para el último adiós a mi añorado cuñado.
La novedad de esa mañana fue que al llegar me encontré a mi hermana ya lista. Iba de negro, tal y como dictaba el protocolo, pero me sorprendió la poquísima tela que tenía ese vestido. Nunca había visto a una mujer enterrando a su marido con un escote de vértigo y una falda que tenía un tajo hipersensual en los muslos.
No sabía si me había dejado más estupefacto la visión en sí de ese cuerpazo, o el descaro de mi hermana queriendo lucir esa figura en un acontecimiento tan poco apropiado. Una vez más, mi madre parecía no inmutarse, así que la seguí a la habitación mientras se cambiaba, para pedirle que intentara disuadirla.
- ¿Te parece normal que tu hija vaya así?
- ¿A qué te refieres?
- Tiene más tela mi corbata que su vestido entero.
- No seas exagerado. Es el único vestido negro que tenía.
- Dile que se cambie de ropa.
Matías, lo último que me preocupa ahora es el atuendo de tu hermana.
Sol estaba tranquila, más preocupada por lo que opinaría la gente sobre su estilismo que del hecho de que se dirigiera a enterrar a su marido. Una vez llegamos al velatorio, se metió en el papel de la misma manera que lo hace un actor cuando el director de la película grita "acción". Volvió a convertirse en la protagonista absoluta.
Su actuación comenzó en los últimos compases del velatorio, continuó durante la misa de despedida y estaba a punto de culminar, de forma magistral, mientras se llevaba a cabo el entierro en el cementerio. Pero en el peor momento, cuando su falso llanto era más desconsolado, le sonó el teléfono. Nadie esperaba que respondiera la llamada, pero lo hizo. Todos esperamos atónitos mientras hablaba de forma animada. Cuando colgó, en vez de seguir con su actuación, se acercó a mí.
- ¿Sabes dónde está la sede de la productora del Bailando?
- Sí, es el edificio enorme que hay en el centro.
- Necesito queme lleves.
- ¿Ahora?
- En cuanto termine esto.
- ¿Es urgente?
- Tengo que arreglar unos papeles con los productores.
En cuanto le dije que la llevaría, mi hermana retomó su papel como si nada ante la incredulidad de todo el mundo. Una vez que el cuerpo de mi cuñado estuvo bajo tierra, Sol me pidió que la llevara de inmediato al edificio, sugiriendo que dejáramos en el cementerio a su hija para llegar lo antes posible.
Tras dejar el auto en el parking de la calle de enfrente corrimos hacia el gigantesco edificio mientras el agua caía sobre nuestras cabezas. Los truenos cada vez eran más sonoros y yo solo podía maldecir a mi hermana por haberme obligado a hacer algo que ni siquiera sabía qué era, pero que, sin duda, solo la iba a beneficiar a ella.
La oficina a laque nos dirigíamos estaba en la decimocuarta planta, así que teníamos que subir en ascensor. Nos dirigimos a una zona en la que había varios, numerados del uno al cinco. Detrás de cada uno de ellos había una cola de gente enorme y nosotros decidimos esperar al primero.
Tuvimos que esperar casi media hora, pero finalmente conseguimos subir. Yo estaba muy nervioso, algo me decía que montar en ese cubo de hierro de dudosa calidad era una idea nefasta. Por desgracia, mi instinto acertó. Íbamos por la séptima planta cuando las luces del ascensor se apagaron y nos quedamos atrapados dentro, suspendidos a más de veinte metros de altura.
- No, mierda...esto no puede estar pasando.
- Relájate, Matías, este edificio es lo último en tecnología, serán unos segundos.
- Seguro que ha habido un corte eléctrico por la tormenta.
- Todo volverá a la normalidad en unos segundos.
- Como me pase algo por tu culpa...
- Después de perder a mi Guido, a mí ya todo me da igual.
- Por favor, dejá ya ese cuento.
- ¿Cómo te atrevés? Estaba perdidamente enamorada de mi marido.
- Eso creía yo, pero estos días has sido muy descarada.
- ¿Tanto se me ha notado?
- No te van a dar un premio a la mejor interpretación, eso seguro.
- ¿Qué queres que te diga? Me tenía un poco harta.
- Pero si era un bendito.
- Pues por eso mismo, yo necesitaba acción en mi vida.
- ¿Y esperabas a que se muriera para tenerla?
- Obvio que no, esperaba a que la palmara para dejar de esconderme.8
- ¿No me habrás traído a ver a un amante?
- No, vengo a asegurarme mi propio futuro.
- Te tendrías merecido que se cayera el ascensor, pero no conmigo dentro.
Los segundos que mi hermana me había prometido se convirtieron en minutos. En muchos, de hecho. Llevábamos un cuarto de hora encerrados y yo sentía que me faltaba el aire, aunque ella parecía estar muy tranquila. Me aflojé el nudo de la corbata y miré el móvil desesperado, por si volvía a tener cobertura. Aunque era evidente que ya deberían saber que estábamos allí atrapados.
A la media hora yo ya no podía más. Estaba tirado por los suelos, y mi hermana, mostrando humanidad por primera vez desde que la conocía ,se sentó a mi lado para tratar de calmarle. Agradecía su gesto de buena voluntad, pero tener de cerca su exagerado escote y esa falda que casi mostraba su ropa interior me puso todavía más nervioso.

Ascensores rumbo al Bailando  I


- Gracias por intentar que me tranquilice.
 
- Tú hiciste lo mismo la otra noche.
 
- Porque pensaba que estabas triste de verdad.
 
- Por supuesto que lo estaba. Mis aventuras nosignifican que no lo quisiera.
 
- ¿Desde cuando lo engañabas?
 
- Si te lo cuento, ¿me guardarás el secreto?
 
- Sí, solo quiero que hables para no pensar en quenos vamos a matar.
 
- Desde la noche siguiente a la primera cita, creo.
 
- ¿Crees?
 
- Estoy convencida al noventa por ciento.
 
- Ahí va.
 
- Sé lo que estás pensando de mí, Matías.
 
- No, ni te lo imaginas.
 
- Siempre he sido muy fogosa, pero Guido no me seguía el ritmo.
 
- ¿Y cuántos te lo seguían?
 
- Según la época. Ahora mismo me veo con cinco hombres diferentes.
 
- Por Dios...
 
- No me juzgues, por favor, creo que tengo un problema.
 
En cualquier otra circunstancia le hubiera confirmado que sí, que tenía un problema muy grande, pero en ese momento estaba demasiado concentrado en no morir. Aun así, su insistencia en contarme algunas de sus aventuras y en menearse hasta el punto de que casi se le salieran las tetas me mantenía distraído e incluso a un paso de la excitación.
 
Lo último que me faltaba para redondear esos tres días de pesadilla era calentarme con mi hermana, pero ella, supuestamente deforma involuntaria, parecía dispuesta a conseguirlo. Cuando Sol se rindió y dejó de pedir auxilio, decidió sentarse enfrente de mí, con las piernas ligeramente abiertas. No llevaba ropa interior.
 
A pesar de ser un edificio majestuoso, los ascensores dejaban mucho que desear, especialmente por el tamaño y por la escasa luz que emitía el generador de emergencia. Pero aun así era suficiente para que pudiera verle la entrepierna a mi hermana. No tenía ni un solo pelo, dejando claro que la tragedia no le había impedido depilarse.
 
- Al final nos quedaremos sin oxígeno.
 
- Hermana, no digas eso.
 
- Solo era una broma para descomprimir.
 
- ¿No tenes frío?
 
- Mucho, pero para presumir hay que sufrir.
 
- Toma mi saco.
 
- Te lo agradezco, Matías. Si queres, yo también te puedo ayudar a entrar en calor.
 
- Me conformo con que me des una parte de lo que te deje el contrato que estás a punto de firmar.
 
- ¿Qué?
 
- También puedo bromear, ¿no?
 
- Claro, pero lo de echarte una mano lo decía de verdad.
 
- Claro claro, me lo creo.
 
- Si vamos a morir, ¿no prefieres hacerlo satisfecho?
 
- Bueno, si tengo que elegir…
 

- Tú no hagas nada. Solo respira y déjame a mí.

tetona


Se juntaron todas las cosas necesarias para que dejara que esa mujer hiciera lo que quisiese sin atreverme a llevarle la contraria. Mi hermana me bajó la cremallera y no tardó ni un segundo en sacarme el pene y en sonreír de forma pícara al comprobar que ya estaba listo para la acción. Su manera de moverse me dejó claro que su experiencia iba más allá del matrimonio.
 
En un abrir y cerrar de ojos se había subido la falda hasta la cintura y estaba colocada sobre mí, dispuesta a clavarse mi estaca hasta el fondo. Todas mis ideas preconcebidas sobre coger con una mujer de mi propia familia se fueron a la basura al sentir mi pene dentro de su cálida y humedecida vagina. No estaba preparado para lo que estaba a punto de suceder.
 
Agarrada a mis hombros, Sol comenzó a rebotar con una energía propia de una chica fanática del fitness como ella. Me agarré de inmediato a sus nalgas, aunque más que por morbo o placer fue por miedo, ya que pensaba que sus violentos movimientos iban a hacer que el ascensor cayera los siete pisos hasta dejarnos reventados ahí dentro.
 
Intenté no pensar en nada que no fuera en el placer que mi hermana me estaba dando, pero no lo conseguí hasta que se le salieron las tetas. Eran grandes, muy grandes, pero se mantenían en muy buena posición .Los pezones eran oscuros y pedían ser lamidos, incluso mordidos. Me mantuve quieto, pero ella se dio cuenta de cómo los miraba y me los acercó a la boca.
 
Cuando ella ya iba camino de su tercer orgasmo, sin haber dejado de gemir de forma escandalosa en ningún momento, volviendo su papel de actriz, en ese caso porno, sentí que yo también estaba a punto de acabar. Con las dos manos en su culo y uno de los pezones entre mis labios, me animé a dar unos últimos empujones desde abajo que me llevaron a terminar dentro de mi hermana.
 
Fue el frenesí de nuestros cuerpos entrando en calor, la sensación placentera de descargar mi leche caliente en su vagina, lo que hizo que no nos diéramos cuenta de que, hora y media después, el ascensor se había puesto en marcha de nuevo. Sol seguía sentada a horcajadas sobre mí cuando las puertas se abrieron y varias decenas de personas nos descubrieron.
 
- Bueno, espero que no haya ningún periodista entre esa gente. A tu mujer no le gustaría…

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