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Compendio III
La seguí al baño. Quería saber el resto, porque lo que vi esa mañana, no daba lugar a cuestionamientos: la confianza con la que Aisha y Calliope se tocaban, se miraban y se hablaban no era el típico diálogo de madre e hija. Sino de 2 mujeres que habían compartido sexualmente el lecho.
Pero olvidé mis preguntas al verla en la ducha…
Pude entender por qué David armó un gimnasio casero. Con una esposa e hija así de curvilíneas, sus cuernos alcanzarían la ionosfera si fueran a un gimnasio público.
Me recordaba a las perras en celo, levantando la cola para el macho. Aunque en este caso, era su culo enorme y marrón y una mirada coqueta.
A pesar de que me acababa de correr en su boca, con solo verla así, empecé a endurecerme de nuevo.
Y como si necesitara mayor confirmación sobre qué era lo que quería, empezó a jabonar sus tobillos, realzando más su culazo hacia mí.
Su piel estaba enrojecida y humeante por el calor de la ducha; sus nalgas completamente abiertas y marcadas, revelando la estrecha y apretada entrada que requería mi atención.
Sentía el hormigueo en mis manos y mi respiración agitada, con mis ojos abiertos de par en par y con mi pene ardientemente duro y excitado al verla. Tuve que lamerme los labios y tragar saliva, sintiendo parte de su sabor en mi boca. Como una verdadera hembra en celo, se estaba entregando a su macho, yo, para demostrarme que era completamente mía, de todas las maneras deseables posibles.
Me coloqué detrás de ella, sin que ninguno dijéramos palabras, con ella manteniéndose bastante tranquila a pesar de que mi pene hinchado estaba a punto de penetrarla. Se estremeció levemente mientras la empezaba a empujar adentro. La firmeza de su culo era alucinante, puesto que jamás pensé cuando la vi aquella primera vez que esta modesta y dedicada dueña de casa ya no era virgen de su agujero más estrecho.
El ruido de nuestros cuerpos azotándose fue llenando el baño, en una sinfonía rítmica que seguía el eco de nuestros gemidos y los agitados latidos de nuestros corazones.
Las palmas de Aisha se extendían sobre las baldosas, con sus gemidos ahogando el salpicar del agua caliente, sus ojos cerrándose mientras la iba penetrando, y su cuerpo estirándose, ajustándose a mi tamaño. Para ella, era una danza de dolor y placer, una danza que había aprendido y practicado junto a su marido solamente. Mas conmigo, la estaba refinando…
Al igual que lo hago con Marisol, busqué su clítoris y lo acaricié suavemente mientras la penetraba. Semejante inmenso placer jamás se le había pasado en la poco creativa e inocente mente de David. Pero la doble sensación fue demasiado para Aisha, que gritó mi nombre a medida que un irrefrenable e intenso orgasmo la invadía como un maremoto, favoreciendo nuestros movimientos.
No tardé demasiado tiempo en seguirle, puesto que una mujer así de escultural era demasiado para cualquiera y mi calor se derramó dentro de ella, llenándola, marcándola como mía. A duras penas, pudimos afirmarnos en la pared de la ducha, con nuestros cuerpos entrelazados, nuestros corazones latiendo al unísono.
Pero esta admirable mujer aun no tenía suficiente. Como si estuviese hambrienta, famélica por tener sexo, se volteó hacia mí, con sus masivos pechos todavía jadeando por cada respiro que daba.
La miré a los ojos, sintiendo su deseo y sin decirnos nada, la aprisioné contra las baldosas. El frescor de la pared contrastaba con el sofocante calor de nuestros cuerpos, provocándonos un delicioso y reconfortante escalofrío.
Como a Marisol le encanta, levanté a Aisha por su sexo, volviendo a penetrarla de una manera descabellada, que la hizo rodear sus piernas en torno a mi cintura sin intención de dejarme ir.
El agua caía quemante entre nosotros, como si fuera una cascada, mezclándose con nuestros labios, nuestros rostros y nuestras lenguas, mientras que, por abajo, se combinaban con nuestros jugos, a medida que nos movíamos frenéticamente.
En un intervalo, Aisha echó la cabeza hacia atrás, soltando un gemido seductor y cautivante que me estremecía hasta los huesos, con el agua acariciándole la cara mientras gemía, como si se tratase de una nereida de la mitología griega.
Podía sentir mi verga golpeándola profundamente, con una fuerza y virilidad que marcaban un enorme contraste con las suaves, pusilánimes y cariñosas embestidas que David podría haberle dado.
Agarré sus carnosos y exquisitos pechos, amasándolos metódicamente mientras la penetraba. La sensación era abrumadora para ella dado que, de un segundo a otro, pasaba de una suave caricia a un doloroso estiramiento, resultando en una sinfonía de placer que la hacía gritar hasta hacerle desvariar.
Para entonces, llevábamos un ritmo frenético, con nuestros cuerpos resbaladizos de agua y sudor. Aisha sentía su orgasmo conformarse, a medida que mi pene se adentraba en ella con tal intensidad, que me parecía que terminaría quebrándola.
No le voy a mentir, mi estimado lector, que la idea de fecundarla, de dejarla con un pedazo mío dentro de ella para siempre, era tanto estimulante como aterradora a la vez.
La idea de dejarle un recordatorio permanente a David que yo le había usurpado su lugar como macho, el poder que su esposa me había dado con completa libertad y que tendría que encargarse de mi potencial simiente, era una idea que me enloquecía y la hacía a ella gritar más y más.
Y cuando alcanzamos la cima, el agua golpeó nuestros cuerpos de forma quemante, en una cacofonía de pasión, placer y necesidad, que poco o nada nos importaba si nos quemaba. Aisha se estrechó de una manera increíble en torno a mí, al punto que su orgasmo creció hasta convertirse en lo único que podía concentrarse y que me hizo sentir que estrujaba mis jugos hasta el punto de que creía morir.
Mi semilla la desbordó nuevamente, con nuestros cuerpos acoplándose en intensos espasmos que fusionaban nuestros espíritus y nuestros cuerpos en uno solo. El agua caliente, siempre generosa, borraba las pruebas de nuestro amor y las culpas de este amor ilícito.
A medida que pudimos recuperar el aliento, sin poder darnos espacio para besarnos ni hablarnos, Aisha logró despegarse y quedar de rodillas frente a mí, con sus ojos verdes mirándome en una mezcla de sumisión y amor. Sin siquiera dudarlo, tomó mi pene a media erección que, a esas alturas, hormigueaba dolorosamente, dentro de la calidez de su boca, con su boca danzando en la punta de mi glande, degustando el sabor de nuestros jugos entremezclados.
El acto era casi como un ritual para ella. Como si fuese una promesa silenciosa de su dedicación hacia mí. Era claro que nunca había mostrado este nivel de intimidad con su marido, pero conmigo, ni siquiera lo dudaba. Le encantaba mi tamaño, mi sabor, la manera que la hacía gozar, de una manera embriagadora.
Reposé mi mano en su nuca, acariciando sus cabellos mojados sintiendo otra vez cómo se la metía hasta el fondo de su garganta. De alguna manera, mi pene volvió a ponerse duro, sacudiéndose en respuesta. Su hambre por mí era emocionante y enviciante, al punto que en sus ojos divisaba a una puta insaciable.
Me limpió al detalle, dejándome turulato. Y de alguna manera, pensé en el cornudo. ¿Se terminará dando cuenta que me acuesto con su mujer? ¿Podrá darse cuenta del fuego incontrolable que residía ahora en ella?
Con un suspiro, Aisha salió de la ducha, con gotas de agua aún pegadas a la piel. Se envolvió en una toalla blanca, probablemente, la misma que mencionó en su historia, cuyo suave tejido contrastaba con la aspereza de las baldosas.
La miré en el espejo y la devoré su cuerpo de diosa de ébano con los ojos. Como si fuese la primera vez que lo veía.
Pero sus propios ojos se clavaban ocasionalmente en mi entrepierna, donde mi pene reposaba hinchado, pero dolorosamente inútil. Podía notar en sus ojos cautivantes sus deseos por tenerme en su boca. Sus ganas de probarme un poco más.
Y fue entonces que, en ese momento de racionalidad producto de mi agotamiento y mientras nos vestíamos, que le pedí que continuara con su historia con Calliope, pues sabía que todavía no me lo había dicho todo…
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LA NOCHE QUE ROMPIÓ EL MATRIMONIO…
David estaba encantado con las caricias de Aisha. Ella le contemplaba indiferente en la cama y él ni siquiera se daba cuenta. Los movimientos de Aisha eran mecánicos, pero sus pensamientos estaban en otra parte.
Aumentó el ritmo de sus caricias, sintiendo una necesidad desesperada de hacerle llegar al clímax. David gimió ruidosamente, agitando sus caderas contra su mano. Aisha sintió la cálida y pequeña descarga de su esposo derramarse entre sus dedos, pero apenas se dio cuenta.
Aun así, quería poner a prueba la masculinidad de su marido en comparación conmigo. Por lo cual, a pesar de su asco, se metió el pene de su marido en la boca y empezó a chuparlo.
David casi se quejaba, pero Aisha estaba haciendo un trabajo bucal impresionante…
Su lengua bailaba alrededor de su insignificante glande, como si se burlara de él. Podía sentir cómo se le endurecía de nuevo en su boca. Le pareció patético lo fácil que era excitarlo. Sin embargo, se recordó a sí misma que David era solo un hombre y que los hombres son fáciles de manipular.
Siguió chupando y acariciando a su marido, con su mente distraída pensando en mi sabor. La imagen en su mente era tan vivida, que casi podía saborearme…
Pero su fantasía duró poco tiempo cuando su esposo le llenó la boca con su semen. Lo escupió, sintiéndose nauseabunda. Su semen era inferior y sucio, no mereciendo ser tragado, a diferencia del mío.
Mientras su marido se daba la vuelta y se dormía, Aisha salió de la cama y tomó otra de las botellas de Calliope. Respirando profundo, colocó la botella en su entrada y la empujó en su hambrienta feminidad.
Era increíble, mucho mejor que el deplorable pene de su marido. Empezó a empujar la botella, pérdida en el placer. La sensación era tan intensa que se sentía más y más cerca del orgasmo. Con cada embestida, me imaginaba a mí, reclamándola como mujer.
Su orgasmo fue creciendo dentro de ella, cada vez más fuerte y poderoso. Finalmente, gritó para liberarse, tapando sus gemidos con la mano para no despertar al inútil de su marido, mientras que su cuerpo se estremecía de placer al vaciarse sobre la botella. Se desplomó sobre la cama, agotada, con las piernas temblorosas.
Pensó en esos momentos en mi pene. Al igual que la botella de su hija, seguiría duro y rígido después de correrme dentro de ella. La noche era joven. Podría darle otra probada a la botella…
A la mañana siguiente, Aisha se despertó de muy buen humor. Haber jugado con la botella cuatro veces seguida durante la noche hizo maravillas en ella. Se sentía fresca y viva, su cuerpo ansiando más. Contempló a su marido durmiendo, inconsciente de sus actividades nocturnas, y le hizo sentir… pervertida.
David era igual de inútil cuando despierto y se dio cuenta que para ella, él nunca más volvería a ser suficiente…
LA NOCHE QUE TODO CAMBIÓ…
La siguiente mañana de viernes, Emma les contó a las chicas que había sido invitada a la fiesta del día de las madres en la casa de Bastián y lo preocupaba que estaba de tener que conocer a mi esposa, Marisol…
Pero durante el resto del día, Aisha visualizó a mi ruiseñor como la mujer más afortunada del mundo, puesto que tiene acceso libre a mi pene. Y que, a diferencia de ella y sus amigas, no le está siendo infiel a nadie para obtenerlo…
Los dedos de Aisha se movían cada vez más rápido, pensando en el día a día junto a mi esposa. Nos imaginaba haciendo el amor apasionadamente a través de la casa, con nuestros cuerpos moviéndose en perfecta armonía y discreción, balanceando el hecho de ser padres y ocultar nuestros fogosos y ardientes deseos de los ojos de nuestras hijas.
Y por la noche, se sintió inquieta. Sabía que, en esos momentos, Emma debía estar en la fiesta conociendo a Marisol, por lo que luego de masturbar a su marido para que la dejase en paz, no podía dormir.
Su sangre ardía. Necesitaba enfriarse. Deseaba amar y ser amada. Y en esos pensamientos, caminó al dormitorio de su hija…
Calliope, ¿Puedo pasar? -preguntó, sintiendo su feminidad fluir.
Aisha entró en el dormitorio y encontró a Calliope reposando en la cama, aparentando dormir.
Sin embargo, era claro que algo estaba pasando. Su esencia a sexo juvenil le pareció tan celestial, como el hecho que ella estaba transpirando y resoplando…
Se dio cuenta que la había interrumpido dándose placer…
Disculpa por molestarte… pero me estaba sintiendo sola. Y bueno… tu padre…- le dijo con timidez.
No quería comentarle lo incompetente que él era en la cama…
¡Claro, mamá! ¡Puedes pasar! – le respondió Calliope, abriendo sus frazadas para ella.
La esencia de sexo de mujer joven se volvió casi intoxicante. Aisha saltó a la cama, sabiendo que la próxima mañana, las cosas serían distintas entre ellas…
Calliope no desperdició la oportunidad y besó a Aisha abiertamente. Ambas mujeres empezaron a expresar sus deseos manoseando, agarrando, tocando todo lo que pudieran desear, compartiendo un solo pensamiento: brindar placer a la otra.
Aisha regresó su beso, sintiendo la suavidad de los labios de su hija. Nunca se había sentido tan caliente ni tan viva por otra mujer. Agarró sus pechos, chuponeándolos, besando los pezones endurecidos. Se movió hacia abajo, tomando una de las piernas de su hija y abrió sus labios humedecidos. Lamió su intimidad, saboreando el sabroso néctar de los deseos de Calliope.
Empezó a mover su cabeza, besando y chupando, usando la lengua para darle placer. Podía sentir las manos de su hija sobre su cabeza, guiándola, urgiéndola a que continuara.
¡Oh, Calliope!- Gimió, al sentir el orgasmo de su hija crecer.- ¡Me encanta tu sabor!
Chupó incluso más fuerte, saboreando la sensación de la abertura de su hija apretándose en torno a su lengua.
¡Déjalo salir!... ¡Déjalo salir todo! – ordenó la codiciosa madre.
Con un grito de alivio, Calliope se contorsionó y acabó, su miel desbordando sobre la cara y labios de Aisha. Mientras que el cuerpo de su hija se relajaba bajo ella, sus cuerpos permanecieron entrelazados.
¡Eso fue… increíble! – Calliope jadeaba, con un rostro rubicundo de placer. – Nunca creí… que las cosas podían ser así entre nosotras.
¡Me alegra! – respondió Aisha enternecida, acariciando los cabellos de Calliope con el corazón saltando de alegría. – Porque no creo que podamos volver a como eran las cosas antes.
Las 2 guardaron silencio, perdidas en sus pensamientos. Finalmente, Calliope se volvió a su madre y preguntó:
¿Tú crees que… podríamos hacer esto otra vez?
Calliope la miró a los ojos, y por primera vez, no la vio como hija, sino como amante. Sentía el mismo deseo quemando sus entrañas y sabía que, de ahí en adelante, no las cosas volverían atrás…
Yo creo…- musitó Aisha, con la voz temblando de la emoción. – Yo creo que deberíamos…
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Y aunque era claro que no fue lo único que pasó esa noche, cuando Aisha terminó su relato, se me notaba punzando dolorosamente en el pantalón.
Sus ojos hambrientos buscaban aliviarme, pero a pesar de su hogar queda a pasos de la escuela, irremediablemente nos atrasaríamos si hacíamos algo…
Por lo que tras acomodarme lo mejor que pude, agradecí sinceramente que Cheryl me estuviera ya esperando junto con Bastián para dejarlo en la clase de Maya…
Porque con la calentura que tenía, dejé literalmente a Cheryl desecha en su oficina…
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1 comentarios - PDB 49 Aisha… (Final)
Excelente relato