Jenny había comenzado a trabajar recientemente. Algo que la ilusionaba pues hacía poco que su vida había dado un giro de ciento ochenta grados pues, emigró de su país donde la mugre y la pobreza lo impregnaba todo, además de la corrupción de los políticos que era el pan nuestro de cada día.
Ahora en cambio, en su nueva residencia todo era mucho más luminoso, la gente era amable con ella y su madre y se podía salir a la calle con total seguridad. No como en su país, ¡donde la noche era oscura y albergaba horrores!
De forma que estaba encantada. Había comenzado su trabajo como acompañante de personas mayores. Nada del otro mundo, sólo tenía que sacarlos a pasear y estar con ellos una hora.
Pero había alguien especial, un abuelo de más de setenta años que la trataba como a su nieta preferida aunque en realidad no era abuelo y no tenía nietos, pues tampoco tuvo hijos. Le contaba historias de su pasado y la hora que disfrutaban juntos se le hacía corta, quedándose con ganas de más.
Roberto, que así se llamaba su abuelo especial, la miraba con unos ojos penetrantes que le atravesaban el alma. Jenny era consciente de ello, le hacía carantoñas pero todo era muy inocente para ella, la trataba muy bien y de vez en cuando se dejaba caer con algún regalo.
En su cumpleaños le regaló flores y una tarta para que la disfrutase con su madre. Aunque Jenny casi le obligó a tomar el primer trozo de pastel con ella en su casa aquella tarde tan especial.
Estaban comiendo cuando un trozo de merengue se le calló en su generoso escote y el abuelo la miró con ternura y le soltó un medio piropo.
—¡Ya me gustaría probar a mí la tarta en ese plato! —le dijo y rieron juntos la ocurrencia.
Las tetas de Jenny eran redondas y grandes. Su piel era del color del azúcar moreno y su pelo era negro, largo y lacio. Sus rasgos físicos delataban su origen latino, algo que no era costumbre en su nuevo país de acogida, pero que cada vez sí que era más frecuente.
Entonces ella cogió el pegote de nata de sus tetas con el dedo índice y graciosamente lo llevó a los labios del abuelo, quien lo chupó de su dedos saboreándolo como si fuese un manjar de los dioses.
Lo hizo sin maldad pero el coqueteo le encantó al anciano, quien a partir de ese día de vez en cuando le hacía insinuaciones subidas de tono.
Jenny tenía familia en su país, sus abuelos sin ir más lejos y sus hermanos, a los que ayudaban ella y su madre ahora que ambas tenían trabajo, mandándoles remesas de dinero, algo muy necesario para subsistir.
Por lo que el abuelo de vez en cuando le daba alguna propina y le decía, esto para tu familia en tu país… Y ella se lo agradecía con un beso.
En todo momento el abuelo se portaba bien con ella, caballerosamente y aunque picarón, nunca le habría puesto la mano encima sin su consentimiento.
—¡Oh Jenny, hoy hace muy buen día! Además de que me he despertado como nunca antes en muchos meses o tal vez años —le dijo aquella bonita mañana durante el paseo.
—¡Ah sí, y eso!
—¡No sé, supongo que será la felicidad que tú me das! —le dijo el anciano.
—¡Ay qué cosas tiene Roberto! —dijo Jenny cogida de su brazo para que este caminase.
Unos pocos pasos más adelante, el anciano le dijo algo más…
—Me da vergüenza confesártelo, pero es que ha sido algo maravilloso, casi mágico —le dijo.
—En serio, ¿pero qué es lo que ha pasado?
El anciano se lo pensó un poco y finalmente confesó…
—Verás hija, uno ya no está para muchos trotes. Algo de lo que te das cuenta con los años, y que poco a poco se va apagando como la vela que se consume. Pero esta mañana, mi vela ha vuelto a lucir alta y reluciente —le insinuó.
Jenny se lo pensó un poco también antes de contestar, pues de forma muy elegante el anciano le había dicho que había sufrido una erección matutina.
—¡En serio Roberto! ¡Pues qué buena noticia! —dijo la chica cogida de su brazo.
—¿No te ha molestado no? —repitió él para asegurarse.
—¡Oh no, claro que no Roberto! Es sólo algo íntimo que has querido compartir conmigo.
—¡Gracias hija, no quiero que te sientas mal por las insinuaciones de este carcamal! —rio Roberto, pues así se llamaba él desde pequeño.
—¡Tranquilo! —dijo ella caminando con él.
Llegaron a un banco tras un rato caminando y se sentaron. Jenny lucía un vestido estampado que le envolvía sus tetas redondas y el dibujaba un generoso escote. Su cara era redonda y su rostro denotaba juventud e inocencia.
—¡Qué guapa eres Jenny! —le dijo Roberto ahora que estaban descansando.
—¡Qué cosas tienes Roberto! —replicó ella.
—Esta mañana no he podido evitar pensar en ti cuando tenía mi vela en alto, perdona que te lo confiese, pero es que es así —se atrevió a confesarle.
—Bueno Roberto, me siento alagada —dijo ella.
—¿En tu país tenías novio?
—¡Novio, no! —dijo ella—. Allí todos los tíos lo único que querían de una era ya sabe… su cuerpo —le confesó.
—¡Oh vaya, más o menos como aquí! —rio Roberto.
—Bueno, pero aquí al menos no te babean en las tetas —dijo ella aludiendo a que se sentía más respetada como mujer.
—Supongo que te gustan más aquí los chicos entonces, ¿no?
—Bueno sí, aunque aún no he tenido oportunidad de conocer a nadie —confesó Jenny.
—Pues es una pena hija, con lo guapa que eres y un desperdicio de tu tiempo diría yo. La vida está para gozar y divertirse y trabajar en la medida de lo posible para olvidarse de la preocupación del dinero. Yo ya del dinero no me preocupo, pero sí de lo que ya no tengo, entre otras cosas, compañera —le confesó Roberto.
—Me dijiste que eras viudo, ¿no?
—¡Sí! Mi querida esposa murió hace unos cinco años y desde entonces estoy solo. Hasta que comencé a conocer chicas como tú y pasear con ellas, pero ha habido muchas antes que tú, pero ninguna tan graciosa y buena como tú —le dijo Roberto.
—¿En serio? ¡Pues gracias! —le dijo Jenny—. Yo en mi país también tengo un abuelo y me recuerda un poco a ti, por eso pienso que soy más cariñosa que las demás chicas, porque yo le echo de menos.
—¡Oh vaya! Ya me gustaría ser tu abuelo de verdad —rio Roberto—. Con una nieta tan guapa luciría mucho en las fiestas —añadió.
—Y yo estaría encantada de bailar contigo.
—¿Bailarías conmigo esta noche en la verbena? ¿Y si te pago por estar un rato conmigo y te invito a cenar, qué me dirías?
La propuesta de Roberto era tentadora, ganar más dinero se grabó en la cabeza de la chica que ya veía como sus ahorros comenzaban a crecer tras el tiempo que llevaba trabajando como acompañante de personas mayores.
—¡No sé si nos lo permiten Roberto! Pero estaría encantada de hacerlo —le confesó.
—Bueno hija, pues no digas nada, ¿no? Total cuando tu terminas tu trabajo puedes hacer lo que quieras con tu vida, ¿no? Mira te doy cincuenta euros por cenar y pasar un rato conmigo.
—¡Cincuenta euros! Eres muy generoso Roberto —dijo la chica asombrada.
—Pues son tuyos si aceptas.
Jenny volvió a pensarlo unos segundos.
—Está bien Roberto, lo hablaré con mi madre si te parece bien pues, necesito que ella lo apruebe.
—¡Me parece fantástico Jenny!
_____________________
La Cuidadora es mi nueva novela, una historia diferente a las anteriores pues siempre busco la originalidad si ya me conoces y si no es un buen momento para adentrarte en esta bonita y excitante historia.
Ahora en cambio, en su nueva residencia todo era mucho más luminoso, la gente era amable con ella y su madre y se podía salir a la calle con total seguridad. No como en su país, ¡donde la noche era oscura y albergaba horrores!
De forma que estaba encantada. Había comenzado su trabajo como acompañante de personas mayores. Nada del otro mundo, sólo tenía que sacarlos a pasear y estar con ellos una hora.
Pero había alguien especial, un abuelo de más de setenta años que la trataba como a su nieta preferida aunque en realidad no era abuelo y no tenía nietos, pues tampoco tuvo hijos. Le contaba historias de su pasado y la hora que disfrutaban juntos se le hacía corta, quedándose con ganas de más.
Roberto, que así se llamaba su abuelo especial, la miraba con unos ojos penetrantes que le atravesaban el alma. Jenny era consciente de ello, le hacía carantoñas pero todo era muy inocente para ella, la trataba muy bien y de vez en cuando se dejaba caer con algún regalo.
En su cumpleaños le regaló flores y una tarta para que la disfrutase con su madre. Aunque Jenny casi le obligó a tomar el primer trozo de pastel con ella en su casa aquella tarde tan especial.
Estaban comiendo cuando un trozo de merengue se le calló en su generoso escote y el abuelo la miró con ternura y le soltó un medio piropo.
—¡Ya me gustaría probar a mí la tarta en ese plato! —le dijo y rieron juntos la ocurrencia.
Las tetas de Jenny eran redondas y grandes. Su piel era del color del azúcar moreno y su pelo era negro, largo y lacio. Sus rasgos físicos delataban su origen latino, algo que no era costumbre en su nuevo país de acogida, pero que cada vez sí que era más frecuente.
Entonces ella cogió el pegote de nata de sus tetas con el dedo índice y graciosamente lo llevó a los labios del abuelo, quien lo chupó de su dedos saboreándolo como si fuese un manjar de los dioses.
Lo hizo sin maldad pero el coqueteo le encantó al anciano, quien a partir de ese día de vez en cuando le hacía insinuaciones subidas de tono.
Jenny tenía familia en su país, sus abuelos sin ir más lejos y sus hermanos, a los que ayudaban ella y su madre ahora que ambas tenían trabajo, mandándoles remesas de dinero, algo muy necesario para subsistir.
Por lo que el abuelo de vez en cuando le daba alguna propina y le decía, esto para tu familia en tu país… Y ella se lo agradecía con un beso.
En todo momento el abuelo se portaba bien con ella, caballerosamente y aunque picarón, nunca le habría puesto la mano encima sin su consentimiento.
—¡Oh Jenny, hoy hace muy buen día! Además de que me he despertado como nunca antes en muchos meses o tal vez años —le dijo aquella bonita mañana durante el paseo.
—¡Ah sí, y eso!
—¡No sé, supongo que será la felicidad que tú me das! —le dijo el anciano.
—¡Ay qué cosas tiene Roberto! —dijo Jenny cogida de su brazo para que este caminase.
Unos pocos pasos más adelante, el anciano le dijo algo más…
—Me da vergüenza confesártelo, pero es que ha sido algo maravilloso, casi mágico —le dijo.
—En serio, ¿pero qué es lo que ha pasado?
El anciano se lo pensó un poco y finalmente confesó…
—Verás hija, uno ya no está para muchos trotes. Algo de lo que te das cuenta con los años, y que poco a poco se va apagando como la vela que se consume. Pero esta mañana, mi vela ha vuelto a lucir alta y reluciente —le insinuó.
Jenny se lo pensó un poco también antes de contestar, pues de forma muy elegante el anciano le había dicho que había sufrido una erección matutina.
—¡En serio Roberto! ¡Pues qué buena noticia! —dijo la chica cogida de su brazo.
—¿No te ha molestado no? —repitió él para asegurarse.
—¡Oh no, claro que no Roberto! Es sólo algo íntimo que has querido compartir conmigo.
—¡Gracias hija, no quiero que te sientas mal por las insinuaciones de este carcamal! —rio Roberto, pues así se llamaba él desde pequeño.
—¡Tranquilo! —dijo ella caminando con él.
Llegaron a un banco tras un rato caminando y se sentaron. Jenny lucía un vestido estampado que le envolvía sus tetas redondas y el dibujaba un generoso escote. Su cara era redonda y su rostro denotaba juventud e inocencia.
—¡Qué guapa eres Jenny! —le dijo Roberto ahora que estaban descansando.
—¡Qué cosas tienes Roberto! —replicó ella.
—Esta mañana no he podido evitar pensar en ti cuando tenía mi vela en alto, perdona que te lo confiese, pero es que es así —se atrevió a confesarle.
—Bueno Roberto, me siento alagada —dijo ella.
—¿En tu país tenías novio?
—¡Novio, no! —dijo ella—. Allí todos los tíos lo único que querían de una era ya sabe… su cuerpo —le confesó.
—¡Oh vaya, más o menos como aquí! —rio Roberto.
—Bueno, pero aquí al menos no te babean en las tetas —dijo ella aludiendo a que se sentía más respetada como mujer.
—Supongo que te gustan más aquí los chicos entonces, ¿no?
—Bueno sí, aunque aún no he tenido oportunidad de conocer a nadie —confesó Jenny.
—Pues es una pena hija, con lo guapa que eres y un desperdicio de tu tiempo diría yo. La vida está para gozar y divertirse y trabajar en la medida de lo posible para olvidarse de la preocupación del dinero. Yo ya del dinero no me preocupo, pero sí de lo que ya no tengo, entre otras cosas, compañera —le confesó Roberto.
—Me dijiste que eras viudo, ¿no?
—¡Sí! Mi querida esposa murió hace unos cinco años y desde entonces estoy solo. Hasta que comencé a conocer chicas como tú y pasear con ellas, pero ha habido muchas antes que tú, pero ninguna tan graciosa y buena como tú —le dijo Roberto.
—¿En serio? ¡Pues gracias! —le dijo Jenny—. Yo en mi país también tengo un abuelo y me recuerda un poco a ti, por eso pienso que soy más cariñosa que las demás chicas, porque yo le echo de menos.
—¡Oh vaya! Ya me gustaría ser tu abuelo de verdad —rio Roberto—. Con una nieta tan guapa luciría mucho en las fiestas —añadió.
—Y yo estaría encantada de bailar contigo.
—¿Bailarías conmigo esta noche en la verbena? ¿Y si te pago por estar un rato conmigo y te invito a cenar, qué me dirías?
La propuesta de Roberto era tentadora, ganar más dinero se grabó en la cabeza de la chica que ya veía como sus ahorros comenzaban a crecer tras el tiempo que llevaba trabajando como acompañante de personas mayores.
—¡No sé si nos lo permiten Roberto! Pero estaría encantada de hacerlo —le confesó.
—Bueno hija, pues no digas nada, ¿no? Total cuando tu terminas tu trabajo puedes hacer lo que quieras con tu vida, ¿no? Mira te doy cincuenta euros por cenar y pasar un rato conmigo.
—¡Cincuenta euros! Eres muy generoso Roberto —dijo la chica asombrada.
—Pues son tuyos si aceptas.
Jenny volvió a pensarlo unos segundos.
—Está bien Roberto, lo hablaré con mi madre si te parece bien pues, necesito que ella lo apruebe.
—¡Me parece fantástico Jenny!
_____________________
La Cuidadora es mi nueva novela, una historia diferente a las anteriores pues siempre busco la originalidad si ya me conoces y si no es un buen momento para adentrarte en esta bonita y excitante historia.
0 comentarios - La Cuidadora