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PDB41 Madeleine (I)
Compendio III
Todavía me cuesta asimilar la nueva vida que estoy viviendo. Aun me encuentro el tipo normal que trabajaba desde las 8 hasta las 18 horas que vivía en mi país. En ningún momento, se me ha subido a la cabeza la idea que soy un semental o algo por el estilo, aunque Marisol insista que siempre lo he sido.
Incluso estoy muy seguro de que, de haberme casado con otra mujer, habría sido yo el que llevaba las cornamentas y ni siquiera me habría percatado si esos hijos hubiesen sido míos o no, porque al igual que ahora, me habría abocado de lleno a mi trabajo sin darme cuenta.
Más ahora, me doy cuenta de que capto más miradas, ya sea si voy a los restaurants de comida rápida junto con las pequeñas, si acompaño a mi esposa a comprar ropa, o hasta cuando hago ejercicio en el gimnasio, donde mujeres que estoy seguro de que están fuera de mi alcance se quedan a ratos mirando mi rutina de máquinas.
Como fuese, el lunes, antes que empezara la junta administrativa, bromeaba con Sonia, mi jefa directa y madre de Bastián que, durante las últimas semanas, he estado tan ocupado y complicado con el trabajo que no he tenido ni tiempo ni para enfermarme ni morirme.
Edith, nuestra CEO, escuchó mi broma y agregó:
Es por eso por lo que acepté a triplicarte el salario. – estudiando mi apariencia agotada.
Ambas saben que, a este punto, ya no trabajo tanto por el dinero, sino que por la responsabilidad que conlleva mi labor.
Y en la reunión, me tocó reportar la situación que tanto me complica…
Durante las últimas semanas, uno de nuestros proveedores de servicio de mantenimiento para equipos críticos en el área centro sur de Australia nos ha estado fallando. Las fechas de mantenimiento comienzan a expirar, lo cual me ha ido llenando de ansiedad.
He ido contactando los jefes del departamento de mantenimiento, incluyendo a Tom, en la faena donde trabajaba. Fue bueno volver a verlo y escucharle llamarme “sabihondo” (wiseguy). Aunque ahora tiene 70 años, se ve igual de viejo al tiempo en que Hannah y yo trabajábamos con él.
Sin darnos tiempo a sentimentalismos por ser hombres de minería, me informó que pueden aguantar alrededor de 2 meses con los recursos actuales. Cuando le consulté si tenía alguna idea de cómo poder solucionarlo, me propuso algunos proveedores secundarios, aunque según él, la calidad no daba el estándar que llevábamos. Incluso me propuso la atrevida idea de comprar el equipo de las faenas de la competencia cercana. Luego de hablar con él y despedirme, me dirigí a los otros jefes de mantenimiento y escuché historias similares. Todos son hombres honestos, trabajadores y confío en su juicio.
En el intertanto, he estado estudiando la posibilidad de improvisar soluciones, entregando el equipamiento crítico de forma directa. O la de emplear nuestro stock excedente de nuestras faenas cercanas para cumplir la demanda. Incluso, he estado estudiando los reportes de fallas de los últimos años para tratar de predecir con mayor exactitud la eventual falla.
Mientras yo hablaba, Edith meditaba con mucha atención, a diferencia de los expositores anteriores. Confiaba en mi opinión, al no conocer a fondo sobre el tema y me solicitó mi opinión personal al respecto. Le aseguré que por el momento no es tan grave y que confío en el personal con el que hablé. Me pidió que la mantuviese informada y le avisara si era necesario desviar recursos adicionales en el caso que fuese necesario, haciéndome destacar por encima de los otros miembros de la junta, quienes todavía no visualizan la importancia de mi trabajo.
Luego de la reunión, mi ex-secretaria Gloria se acercó a hablar conmigo. En vista que hoy en día, se dedica exclusivamente a los procesos ambientales, también tiene una lista de proveedores de servicios, los cuales estaba dispuesta a compartir conmigo para ayudarme a “aliviar mi carga”.
Sin embargo, por el contexto y la mirada que me dio cuando me lo dijo, lo más seguro era que dicha conversación tomaría lugar en una cama. Y aunque Gloria sigue viéndose sexy, todavía vive con Oscar, el enfermero con diabetes con el cual continúa comprometido, y no olvidando que además se acuesta con mi buen amigo Nelson, con quien trabaja en mi antigua oficina.
Pero todo esto quedó en evidencia cuando Madeleine carraspeó su garganta tras ella. Las 2 mujeres se miraron con genuino odio y celos, particularmente de Gloria, que sabe que generalmente, cuando otra mujer me busca es para acostarse conmigo, y que fue Madeleine la principal responsable por la que yo terminase trabajando desde casa.
•¿Ya nos vamos? – me preguntó Maddie, tomando la promesa que le hice la semana pasada.
Mientras me esperaba en la recepción del hotel, la cara de asombro del administrador era imposible. Ahora, no solo iba los martes, con Emma y los jueves, con Izzie. Sino que también, parece que los lunes empezaré a ir con Maddie.
Pero una vez que abrí la puerta de la habitación, Maddie solo sonrió. Me dio un sonoro beso en los labios y ubicó mis manos en torno a sus nalgas, colgándose de mi cuello mientras que sus senos se restregaban sobre mi pecho.
•¡Te deseo tanto! – me susurró al oído, con su respiración caliente sobre mi oreja. - ¡He deseado tenerte por más de 5 años!
Sus palabras me causaron un escalofrío sobre mi espalda. Madeleine se apartó, tomando de nuevo mis manos y consciente de sus encantos, las ubicó sobre sus suaves y maleables pechos.
Me besó de nuevo, mucho más profundo, con nuestras lenguas enredándose mientras que sus manos bajaban por mi cintura, buscando desabrochar mi pantalón. La levanté agarrándola de las nalgas, mientras que ella envolvía sus piernas alrededor de mi cintura y yo la cargaba hacia la cama. La dejé caer suavemente, con sus ojos nunca dejando de mirarme a medida que me desnudaba, revelando mi torso desnudo y más tonificado.
Me subí a la cama junto con ella, apoyando mi cabeza sobre mi codo y apreciando su cuerpo lujurioso. Sus pechos blanquecinos destacaban por excelencia, en un escote que finalmente, podía contemplar sin temores a demandas por acoso.
Mientras que mis dedos trazaban círculos sobre sus pezones, haciéndola jadear, ella me devolvía el favor, acariciando mi hinchado falo.
•¡Te quiero dentro de mí! – me susurró. - ¡Por favor!
Un golpe de energía nació desde mi espalda, que me obligó a besar sus labios con sutileza. Era increíble verla que era ella la que hacía todo el trabajo para ubicarme entre sus piernas.
Dio un gemido de sorpresa al desnudar definitivamente mi excitado pene y verlo por primera vez.
•¡Dios, Marco! – murmuró en un tono sensual, a medida que empezaba a sobarme con sus tibias manos. - ¡No sabes cuánto he deseado hacer esto!
Y mientras me estiraba hacia al velador, buscando desesperado un preservativo, mi pene se deshacía en su boca, el cual succionaba como si le faltara el aire.
Al igual que cuando lo hacía con Marisol, Maddie mostró un rechazo al verme abrir el paquete. Pero lamentablemente, con una mujer como ella, no podía arriesgarme: meses antes, se estaba acostando con Victor, el marido de Izzie y era bien sabido cuando yo trabajaba en la oficina que cada 2 semanas, “rotaba de asistente”.
Para acelerar los tiempos, fue ella la que terminó de colocármelo. Una vez hecho, me miró con una expresión intensa.
-¿Estás segura? – pregunté, con la voz áspera por la calentura. – Porque una vez dentro de ti, no habrá vuelta atrás.
Ella asintió, clavándome los dedos sobre mis hombros.
•¡Quiero esto! – me dijo con una voz temblorosa. - ¡Te quiero a ti!
Entonces, me deslicé en su candente interior, con nuestras caderas encontrándose en un movimiento suave y poderoso, causándole una sacudida de placer por todo el cuerpo. Estiró su espalda, gimiendo a medida que la iba llenando, rodeándola con el calor y la fuerza de mi cuerpo.
Empecé a moverme con un ritmo firme y seguro, con mi piel deslizándose sobre la suya, fundiéndonos en una sola.
La contemplé agradado, con los ojos fijos en los suyos y le sonreí.
-¡Te sientes tan bien! – le susurré, con una voz cargada de deseo al poder sentir lo quemantemente ardiente y apretado que era su interior. - ¡Tan condenadamente bien!
Nuestras caderas agilizaron su compás, embistiéndola cada vez más profundo, cuando ella empezó a sentir que se acercaba al límite. Me enterraba las uñas en los hombros al recibir cada una de mis embestidas, incitándome a seguir. Podía sentirme crecer dentro de ella e irla abriendo, la tensión y expectación que irradiaba mi cuerpo.
Bajé la cabeza y me llevé uno de sus pezones a la boca, chupándolo con fuerza mientras la seguía clavando. Su espalda entera se dobló, con un gemido escapando de sus labios. La sensación era excesiva para ella y con un grito de liberación, se vino por primera vez, con su cuerpo convulsionándose en una oleada de intenso placer.
Seguí embistiéndola hasta que me vine, con mis caderas rígidas mientras me corría, llenando la bolsa entre nosotros y enviando otra sacudida de placer a través de ella. Permanecimos tumbados, jadeantes y sudorosos, conmigo apegado en su interior, mientras que el resplandor del orgasmo nos bañaba.
Finalmente, cuando su cuerpo me dejó ir, me aparté de ella y me apoyé sobre el codo para mirarla.
Madeleine me contemplaba con ternura y satisfacción.
-¡Gracias! – le dije, todavía agitado. – Por esperarme. Por darme esto.
Ella sonrió, con el corazón hinchado de felicidad.
•¡No hay de qué! - me respondió en una voz baja y suave. – Esperarte valió la pena.
Y parecido a como si fuera una gata, jugueteaba con el preservativo hinchado colgando de mi falo.
De un momento a otro, se las arregló para sacármelo y se vio incapaz de resistir sus ganas de probarme. Lentamente, bajó su cabeza, tomando mi erección en su boca, deslizando su lengua a través de mi largo.
Apenas contenía mis gemidos, con mis manos enredándose en sus cabellos.
-¡Madeleine! – suspiré. - ¡Lo haces demasiado bien!
Nuestros ojos se encontraron, a medida que me seguía acariciando con su lengua. Mis caderas empezaron a moverse, bombeando dentro de su boca, hasta que esparcí mi semilla sobre su lengua. Se la tragó ansiosa, disfrutando mi sabor, mientras gemía su nombre y colapsaba de vuelta en la cama.
Reposamos unos momentos, con su boca negándose a soltar mi falo. Finalmente, le acaricié la mejilla y nos besamos un poco más.
Mientras la llevaba a la ducha, la tensión entre nosotros permanecía palpable. Ninguno de los 2 había tenido suficiente y Madeleine se sentía igual de caliente por el implacable deseo que sentíamos el uno por el otro. Cuando nos metimos bajo el chorro de agua caliente, la giré y la apreté contra el frío azulejo de la pared.
Con un gruñido y sin preocuparme de nada, empecé a penetrarla con nuestros cuerpos deslizándose uniformemente con un ritmo húmedo y resbaladizo. Mis manos se agarraban con fuerza a las suyas, manteniéndola en su lugar mientras la iba penetrando. La sensación de mi pene erecto y desnudo frotándose sobre su clítoris le ocasionó espasmos de placer que recorrían su cuerpo.
Una vez más, sus dedos se clavaron sobre la piel de mis hombros, con sus piernas rodeando mi cintura, incitándome a penetrarla más profundo y fuerte. Se lo concedí, volviendo nuestras embestidas cada vez más frenéticas a medida que nos acercábamos al orgasmo. Ella también podía sentirlo en su interior, con su cuerpo tensándose en anticipación.
Con una última y poderosa embestida, me corrí en su interior, con mi semilla derramándose dentro de ella y mis músculos tensándose mientras dejaba escapar un ronco grito de placer. Madeleine estremeció su cuerpo con la fuerza de su propio orgasmo aferrándose a mí, con su piel deslizándose en contra de la mía en el aire vaporoso.
Permanecimos por ahí un momento, sin aliento y saciados, antes de dejarnos caer sobre la alfombrilla fuera de la ducha, con nuestros cuerpos todavía entrelazados y los corazones acelerados. Madeleine me miró, con las mejillas rojas por el calor y la contienda y con unos ojos resplandecientes en deseo.
•¡Fue increíble! – exclamó agitada.
Y aunque estábamos saciados y satisfechos, sus ganas por mí no cesaban. Madeleine contempló mi cuerpo agotado, con ojos llenos de deseo y ternura. Se arrodilló entre mis piernas y recorrió con ojos sedientos mi erección latente. La seguía teniendo dura y rígida, aun vibrando a pesar de nuestros recientes esfuerzos. Extendió su mano, rodeando la base con sus dedos y apretándome suavemente.
Sentí un escalofrío, imaginando lo que quería. Dejé escapar un gemido y mis caderas se agitaron en respuesta.
-Madeleine. – suspiré, en tono de súplica.
Ella se inclinó hacia adelante, separó sus labios y sacó su lengua para mojar mi glande.
•Quiero saborearte. – susurró. – Adorarte.
Se la metió en la boca de nuevo, con sus labios estirándose en torno a mi grosor y con su lengua arremolinándose alrededor de mi sensible parte inferior.
Aunque no podía más, mis manos se enredaron en su pelo, incitándola a seguir. Nunca había conocido a nadie así, aparte de Marisol, que chupara de esta manera. Era como si estuviera hecha para esto, como si su boca hubiese sido diseñada para encajar perfectamente alrededor mío. Dejé mi cuerpo ir y gemí cuando se lo metió más profundo en la boca, con su garganta moviéndose rítmicamente arriba y abajo.
Mientras me iba chupando, su mano se movió hacia abajo, entre nuestros cuerpos, y empezó acariciarme los huevos, haciéndolos rodar suavemente en su palma. Mis caderas se agitaron y mi pene se hinchó aún más en su boca. Me faltaba tan poco…
Sintió mi semen brotar, caliente y espeso en el fondo de su garganta. Podía sentir mi sabor salado sobre su lengua, mientras amenazaba con derramarse. Con una última embestida, me corrí en su boca, llenándola con esperma. Se tragó hasta la última gota, mientras su mano seguía moviéndose lenta y tiernamente sobre mis huevos, enroscando sus dedos suavemente alrededor de ellos.
Cuando por fin se apartó de mí, nuestros ojos se encontraron, mirándola tanto agradecido como asombrado. Tomé su mejilla y acomodé un cabello rebelde tras su oreja.
-¡Gracias! - Le respondí, con voz ronca por la emoción y el cansancio. - ¡Por todo!
Madeleine sintió un nudo en su garganta y se inclinó hacia mí, encontrando un suave y cariñoso beso en sus labios, sintiendo el peso de la conexión que habíamos formado, la profundidad de nuestro afecto.
Luego de definitivamente vestirnos, la dejé en la oficina. Tenía que irme. Bastián estaba a punto de salir y las responsabilidades que con él conllevan. Le prometí que nos veríamos la próxima semana, luego de besarnos.
Y en la escuela, tuve que imponerme: no me quedaban muchas fuerzas y no quería atrasarme una vez más con Maya al retirar a Bastián, por lo que tuve que complacer a Cheryl con mi boca y mis labios, algo que le encantó bastante.
Pero por la noche, mientras le hacía el amor con mucho esfuerzo a mi esposa tras haberle contado todo lo transcurrido en ese día, le pregunté si aún me encontraba digno de ella, porque pienso que es la única que aguanta mis manías.
Me respondió que así lo era. Que incluso, me amaba por mis manías. Pero una de las cosas que le gustaba era mi noble corazón y que esa era una de las razones por la que se había enamorado de mí.
La abracé por la cintura, aferrándola por sus pechos. No tanto por apetito sexual, pero porque necesitaba su calidez, su amor y su comprensión. Y aunque deslicé mi pene entre sus piernas, durmió satisfecha, al saber que ella ya había logrado calmarme.
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1 comentarios - PDB 45 Madeleine (II)
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