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Compendio III
La llamada que recibí esa tarde no me fue inesperada…
-Consejero Victor, ¿En qué puedo ayudarlo? – pregunté en un tono fingido.
¡Corta tus payasadas, Marco! – me insultó al instante. - ¡Dime qué está pasando entre tú y mi mujer!
-No sé de qué me está hablando, señor…- respondí, manteniendo la calma.
¿A dónde fuiste con ella hoy? ¡Responde! – demandó furioso.
-Ya le dije que solo la llevé para que aprendiese a conducir…
¡Mentira! ¡Sé que te estás acostando con ella! – el cornudo dio en el clavo.
Sin embargo, aunque sonreí, mantuve mi postura a la perfección.
-¡No sé de qué me está hablando, señor! – respondí con cordialidad. – Si ese fuese el caso, ¿No cree usted que me aprovecharía para que vistiera mucho más escotada que cuando asiste a las reuniones de padres y apoderados?
El energúmeno guardó silencio por unos momentos, en una mezcla de confusión y furia.
¿Dónde la llevaste hoy? – volvió a insistir, obcecado.
-Ya se lo dije. La llevé a un estacionamiento baldío, a las afueras de la ciudad, para que pudiese practicar sin arriesgar a los demás.
¿Estás seguro, estúpido? – me insultó al instante. - ¿Estás seguro de que no la llevaste a ningún otro lugar hoy?
-Disculpe, señor, pero yo…
¡RESPONDE MI PREGUNTA, MARCO! – me interrumpió, gritándome por el teléfono. - ¿ACASO NO LA LLEVASTE A OTRO LUGAR HOY?
Su voz sonaba desequilibrada…
-No, señor. Ya le dije que solo la llevé a un estacionamiento a las afueras de la ciudad… aunque… bueno…-agregué críptico.
¿QUÉ? – insistió furioso.
-Bueno, Isabella olvidó hoy su celular en el auto. – proseguí con mi actuación. – Y en el camino al estacionamiento, me pidió que pasáramos a un mall, para que le comprase uno nuevo. Pensé que estaba loca y exagerando, por lo que nos marchamos de inmediato. Disculpe, señor, pero ¿Cómo pudo saber usted…?
Y cortó la llamada abruptamente.
Admito que quedé frustrado por el insulto que me dio. Pero a la vez, sonreí satisfecho, más convencido que nunca sobre la efectividad de mi estrategia.
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Versión de Isabella.
Después de muchos, muchos, muchos años, Victor finalmente pareció prestarle atención. Era la forma en la que estaba vestida. Cuando Isabella era su mujer, sabía que le gustaba usar prendas atrevidas, para tentar las miradas de los hombres.
Mas, ahí estaba ella, vistiendo ropas comunes…
•¡Marco me estaba enseñando a conducir! – le respondió hastiada a Victor, quien la interrogaba durante la cena. - ¿Crees que es muy fácil presionar los pedales usando zapatos de tacón?
Izzie llevó a Lily a su pieza, para peinarla antes de dormir. Sabía que Victor no le había creído, por la forma que levantó su ceja.
Cuando era su esposa, sabía que no le interesaba conducir. Que era una de esas cosas que no quería aprender. Pero ahora, le estaba sorprendiendo con que estaba aprendiendo conmigo. Sabía que sospechaba algo, pero, aun así, no podía probarlo.
Fue así como Izzie reconoció que mi estrategia era efectiva: Si bien, Victor sospechaba de su infidelidad, el hecho que ella vistiera “tan poco atractiva” contradecía la premisa, puesto que uno pensaría que, al encontrarse con el amante, usaría la vestimenta más reveladora de todas.
Ese fue el momento en que Isabella se dio cuenta que el amor de Victor por ella hace tiempo acabó. Ya no la miraba a ella con celos. Más bien, le veía enojado, como si alguien le hubiese quitado uno de sus juguetes favoritos y jugado con él.
Y ahí fue que se dio cuenta que se había vuelto tan egocéntrica como él: de alguna manera, se había convencido a si misma que una vida con dinero y posesiones era lo más importante en el mundo.
Yo le recordé que las cosas no eran así.
Mientras se bañaba, empezó a pensar en mí. Empezó a acariciar su feminidad con un pedazo de jabón, mordiendo sus labios carmesíes. El agua caliente quemaba levemente sus pechos, empezó a pellizcarlos, pensando y recordando cómo la había tocado horas antes. Se empapó su cabellera negra, como si la limpiara, bautizándola en una nueva mujer preocupada.
La lujuria la sobrepasó. Reconoció que Victor era más apuesto y fuerte que yo. Pero también se dio cuenta que le faltaba algo, y no era precisamente el tamaño de mi pene.
Según ella, aunque la tiene un poco más pequeña que yo, la mayor diferencia era cómo le hacía sentir Victor. Él era arrogante, poderoso, dominante. Mientras que yo era igual de poderoso, pero cariñoso y complaciente.
Se dio cuenta que había soltado el jabón y se estaba masturbando directamente, pensando en mí.
El agua, refrescante y seductora, le hizo sentirse viva. Mientras manoseaba y frotaba su cuerpo, tomó la decisión que su cuerpo me pertenecería a mí y solamente a mí.
Una vez seca, se puso su camisón favorito, que deja ver su escote y su trasero redondo. Fue al dormitorio, donde Victor ya dormía.
Le venía sin importancia. Llevaban varios meses en donde él no la buscaba.
Se subió a la cama con cuidado, sin intención de despertarlo. Se tumbó de espalda a él, apretando sus pechos contra las refrescantes sábanas.
Cerró los ojos, tratando de imaginar mis caricias. Mis manos acariciando su cuerpo. Mis labios, besando su espalda. Sintió que se mojaba entre las piernas, deseándome con todas sus fuerzas.
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Los preparativos de Emma
o¡No puedo creer que mi ropa te quede tan bien! – le dijo Emma, apreciando a Isabella cómo se estiraba el doblez de la blusa. - ¡Sigues viéndote impresionante, incluso con esto! ¡Estoy seguro de que a Marco le encantará!
Isabella no se notaba muy convencida. No era su estilo habitual…
•¡Me cuesta creer que tú y yo tengamos casi el mismo tamaño de pechos! – le comentó, realzándose el escote.
Emma sonrió, poniéndose a su espalda.
o¡Qué arrogancia, Izzie, por favor! – le dijo Emma, agarrándole de los pechos y acomodándolos mejor. - ¡No todas podemos lucir tan linda como tú!
Entonces, hubo algo en el ambiente…
Algo mágico. Emma me dijo que sabía que era su amiga. Que se tenían confianza. Pero que era la primera vez que estaban físicamente, tan cercanas.
Emma sentía sus pechos excitados, apretándose sobre la espalda de su amiga. Izzie no dijo nada, no queriendo interrumpir la situación.
Pasaron cerca de medio minuto calladas, con el ruido de sus respiraciones cortando el silencio. Las manos tibias de Emma se impregnaban del calor de los pechos de Izzie.
Y fue entonces que Emma rompió el silencio…
o¿Sabes? – preguntó Emma a su oído, deslizando su mano hasta la cintura de su amiga. - ¿Te has dado cuenta de que a Marco le gustan las faldas? Tuviera tu cintura, también usaría una tanga linda como esta…
Isabella empezó a jadear, sintiendo cómo los dedos de Emma se introducían por el contorno de su cintura…
•¡Mmhg! ¡Emma! – se quejó Izzie, excitada.
Las 2 amigas se separaron. Se miraron sin saber bien qué había pasado.
Pero Emma, habiendo trotado por esas lides antes, se dio cuenta que Izzie aun no estaba lista. Al menos, no para pasar al siguiente nivel con ella…
Y mucho menos, hacerlo sin que yo estuviera presente…
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El jueves de la lección amaneció radiante. Luego de dejar a mi cachorro en la escuela, marché con las chicas, donde me esperaba una grata sorpresa: Isabella vestía una blusa blanca, que parecía desbordar sus magnánimos pechos y una falda de tela delgada, que lucía sus estupendas piernas.
-¿Estás lista para tu siguiente lección? – le pregunté, sonriendo agradado por la vista.
Las chicas sonreían, entusiasmadas por lo que seguiría…
•¡Sí! Y no te preocupes… me encargué de “olvidar mi celular” de nuevo en mi auto. – me sonrió, guiñándome un ojo.
-Oh… ok. - le dije un tanto sorprendido, porque eso me venía sin cuidado.
Y en lugar de caminar hacia mi camioneta, en esta oportunidad, caminamos directamente hacia el matón, que me miraba de nuevo como perro bravo.
Podía sentir cómo Izzie se tensaba ante su presencia.
-¿Cómo está, señor? – saludé al chofer muy cordial. – Hemos venido hasta acá, para pedir las llaves de su auto.
Los 2 me contemplaban atónitos…
•¿Qué? – me preguntó Isabella, impactada.
-Tal como lo oyes. – le respondí con simpleza. – No sacamos nada con seguir practicando en mi camioneta, si al final de cuentas, terminarás usando este auto.
¡Lo siento, pero mi señor no me ha dejado instrucciones al respecto! ¡Además, en estos momentos se encuentra en una reunión muy importante! – nos respondió el imponente chofer, claramente nervioso.
Disimulé lo mejor mi sonrisa.
-¿Oyes eso, Isabella? – Le dije, mirándola con picardía. – Dice que tiene que informarle a tu esposo. Pensé que era tu chofer personal. ¿Cómo es posible que aguantes como empleado a un “chico tan malo y desobediente”?
Y fue entonces que Isabella comprendió todo, al usar su palabra favorita cuando me comporto así…
Fue precioso.
Como si liberara a una leona hambrienta y, además, le regalase una motosierra…
Lo mínimo que le dijo fue que era un tarado, un pendejo, un incompetente y un bueno para nada.
Su voz destemplada, subiéndolo y bajándolo a insultos, era incluso inspiradora.
•¡Y dame las llaves de mi propio auto, inútil! – le ordenó con voz firme.
El chofer, sacudiéndose como hoja, se las entrego.
Isabella y yo nos miramos, victoriosos…
-¡Isabella, maneja tu auto! – le dije, al ver que me las ofrecía. - ¡Demuéstrale lo mucho que has aprendido!
Y al ver la oportunidad, recordó todo: desde ajustar el asiento hasta acomodar los espejos.
Titubeaba, al tener por primera vez, el control de su vida en años…
-¡Hazlo! – le alenté, para que insertara la llave en el contacto. - ¡Sabes bien qué hacer!
Dio el contacto y puso el vehículo en marcha. Anonadado y sin saber ya qué hacer, el chofer miraba cómo nos alejábamos a una velocidad prudente.
Claro está que, tras avanzar una cuadra, le tuve que pedir a Izzie que se hiciera a la vereda.
-Aun no te he enseñado sobre las luces de tránsito. – le expliqué, mientras me miraba triste al tener que arrebatar temporalmente lo que con mucho esfuerzo ganó.
Luego de ajustar el asiento y los espejos, le pregunté:
-¿Estás lista para tu última lección, antes de recuperar tu libertad?
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2 comentarios - PDB 43 Lecciones de conducir (III)
Muy bueno este relato