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Mi Vecino Superdotado [21].

Mi Vecino Superdotado [21].



Capítulo 21.

Sos lo peor, Silvana.

Lo único que le faltaba. No solo era responsable de la ruptura de su relación con Renzo, sino que además se las ingenió para destruir un matrimonio. Karina se quedó en su cama, llorando toda la noche. Esto le provocó un fuerte insomnio a Silvana. Logró dormirse a las cuatro y media de la madrugada y al despertar descubrió que ya eran las diez y veinte. Había faltado al trabajo. 
Tenía mensajes de su jefe, de Rocío y de Renzo. Salió de la cama sin hacer ruido, no quería despertar a Karina, después de lo mucho que le costó dormirse. 
Respondió primero a su jefe. Pidió disculpas por faltar sin avisar y dijo que no se sentía bien. Que tenía un problema personal. Solicitó licencia por unos días. Pensó que no se la darían, pero José le dijo que se tomara el tiempo que fuera necesario, siempre y cuando no fuera más de una semana. 
«Entiendo que después de algo así puede ser difícil de asimilar. Lo siento mucho».
Ese último mensaje le resultó extraño. Luego recordó las palabras de Rocío y temió lo peor. Durante la noche Karina intentó convencerla de que su esposa no haría una cosa semejante. Solo habló en un estado de ira.
Leyó el mensaje de Rocío. Lo escribió a las cinco de la madrugada.  
«Debería insultarte, pero ya no me quedan fuerzas para hacerlo. Nos estábamos llevando muy bien, Silvana. De verdad creí que podrías convertirte en nuestra mejor amiga. Una confidente con la que incluso podíamos compartir la cama. No sé qué te dijo Karina; pero existía un acuerdo entre nosotras. Ninguna de las dos puede acostarse con nadie sin permiso de la otra. Y lo segundo, y más importante: Nada de hombres. Nunca. Bajo ninguna circunstancia. Estoy segura de que ella no te contó esto, por eso no me quiero enojar con vos. Pero tampoco puedo perdonarte. Por el motivo que sea, vos la ayudaste a coger con Malik. Con él me pasa lo mismo. No puedo odiarlo. Pero entre los tres me arruinaron la vida. Espero que ambos entiendan lo mucho que duele una traición».
Silvana no supo cómo responder a eso. Le dijo que quería hablar con ella, en persona, cuando lo considerase apropiado. 
«Este es un tema delicado y no se puede tratar por celular. Me hago cargo de la parte que me toca. Pido perdón. Voy a hacer todo lo posible para que las cosas entre vos y Karina vuelvan a ser como antes».
La respuesta fue inmediata.
«Eso es imposible. Nada volverá a ser como antes. No quiero hablar con vos. Mucho menos con Karina. Hoy voy a cambiar la cerradura de mi departamento. Voy a dejar las cosas de Karina en el depósito del edificio. Al divorcio que lo arregle con mi abogada. Y decile que sí, me voy a coger a la abogada todos los días, le voy a sacar jugo de la concha hasta dejarla seca. Es hermosa y la voy a pasar muy bien con ella. Ah, y voy a cambiar el número del celular, así que ni te molestes en volver a escribir. Subí el video a internet, y no me arrepiento de nada. Sos una puta y todo el mundo tiene que saberlo».
A Silvana le pareció injusta esta reacción tan agresiva. Estuvo a punto de decirle que ella no sabía nada del acuerdo. Entendió que podía tener sexo con cualquiera de las dos en cualquier momento. Pero se dio cuenta que posicionarse como víctima solo empeoraría las cosas. Además eso de incluir a Malik sí fue su culpa… y de Karina. A Rocío nunca se le consultó sobre esto. Se dio cuenta de que no le importaba ni un poquito que Dalina le fuera infiel a Silvio, porque Silvio es un imbécil. Pero le rompió el corazón ver a las reposteras separadas. 
El mensaje de Renzo era simple. Corto. Específico. 
«Sos lo peor, Silvana».
La destrozó.

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Lo más difícil fue comunicarle a Karina que su matrimonio se había terminado. Lo hizo mientras tomaban un café con leche y comían algo de cheesecake. Bah, en realidad la que lo comía, dando cucharadas a lo bestia, era Karina. Tragó bocados inmensos de esa torta sin dejar de llorar a mares. Desconsolada. Hipando y tragando. Tosiendo. Y volviendo a tragar. Silvana temió que fuera a ahogarse y muriera allí, en su cocina. 
Por suerte esto no ocurrió, aunque la situación no mejoró. 
—¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? —Preguntó Karina, mirándola con los inyectados de sangre—. Rocío era mi vida. ¿Cómo pude ser tan imbécil? 
—La culpa es mía, yo…
—No, Silvana. No. Es mi culpa. Vos no me obligaste a nada. Yo vine a buscarte, rompiendo el trato que tenía con mi esposa. 
—Pero yo lo busqué a Malik.
—¡Y yo le pedí que me cogiera toda! ¿Te das cuenta? Soy lesbiana. Estoy casada con una mujer. ¡Y vine a suplicarle pija a un tipo! Traicioné a mi esposa, solo porque no pude controlar la calentura. Porque me obsesioné con vos… 
A Silvana le pareció gracioso ver a Karina con la cara toda manchada de mascarpone y frutos rojos. Con esos ojos tan grande y la boca a rebalsar de cheesecake parecía una niña. Una niña que sufre porque se rompió su juguete favorito. 
—Pensé que en realidad habías venido porque querías probar… a Malik.
—Eso… eso me llamaba la atención —ahora lloraba menos, pero seguía tragando grandes cucharadas de cheesecake—. Pero en realidad vine por vos, Silvana. No sé como explicarlo. Desde que te vi, no puedo dejar de pensar en vos. Creo que fue un error llevar tan lejos esos jueguitos sexuales. Mirá que con Rocío hicimos un montón de tríos con otras chicas; pero nunca me pasó esto. Nunca me quedé obsesionada con una de ellas. Yo… yo solo tenía ojos para Rocío. Me divertía muchísimo que ella dirigiera esos jueguitos sexuales. 
—Cualquier obsesión que tengas conmigo, es puramente física, Karina. Lo que sentís por tu esposa es distinto. 
—No, Silvana. No es solo por tu atractivo físico. Si así fuera, no hubiera venido a buscarte de esa forma.
Silvana no supo qué decir. 
Pasaron el resto del día acurrucadas, una junto a la otra, completamente desnudas y frente al televisor. Pusieron películas de comedias ligeras, para despejarse un poco. No se atrevieron a tener sexo. Aún se sentían culpables y asqueadas por su comportamiento del día anterior. 

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Al llegar a su oficina se encontró con Vanina Marchetti. Silvana se quedó paralizada, con los vellos erizados como un gato ante una amenaza. ¿Qué carajo hacía Vanina sentada en su silla? 
—Hola, Silvana. ¡Tanto tiempo! ¿Me extrañaste?
Ella estaba tan elegante como siempre, con un vestido negro con detalles en rojo. Los labios pintados haciendo juego. Arandelas inmensas colgaban de sus orejas. Parecía vestida para una fiesta de gala; pero en Vanina esto se considera “atuendo informal”. 
—Hola, Vanina. ¿A qué se debe esta sorpresa? —Tuvo que esforzarse mucho para sonreír. 
—Ya vi que le diste un buen uso al consolador que me compraste. No estaba segura de si te iba a entrar todo por el culo, porque es bastante grande. Pero te las ingeniaste para meterlo todito. 
Silvana se mareó. Se le bajó la presión. Su peor pesadilla se había hecho realidad. Y de la forma más brusca posible, con Vanina diciéndole las cosas en toda la cara, sin filtros. 
—Yo… em…
—Siempre supe que eras una vulgar, Silvana. —Se balanceó en la silla, tenía las piernas cruzadas de forma elegante y movía su mano derecha en un gesto que simbolizaba tanto seguridad como desprecio por la persona con la que hablaba—. Aunque me sorprendió cuando me llegó tu pedido de lubricante anal. Ahí entendí para qué querías el dildo. No creí que fueras capaz de rebajarte tanto. 
Silvana intentó sacar fuerzas. Se sostuvo apoyando una mano en el escritorio e intentó mostrarse segura de sí misma, sin mucho éxito. 
—La que vende esos juguetes sos vos, Vanina. Me extraña que de pronto vengas con un discurso de moral. 
—Vendí esos artículos durante la pandemia porque vi un negocio. Imaginé muchas mujeres encerradas en sus casas, sin poder salir a buscar amantes… algunas quizás ni siquiera vivían en las mismas casas que sus novios. Era el momento perfecto para vender juguetes eróticos. Gané mucho dinero con eso… y me mantuvo entretenida durante el encierro. Pero yo no uso esas cosas. 
—¿Nunca? ¿En toda la pandemia no sentiste la tentación de usarlos?
—Para nada. Ni siquiera los tenía en mi casa. Estaban en un depósito. 
La puerta de la oficina se abrió. José Nahuelpán entró acompañado de Rogelio DiLorenzo. Que sus dos jefes estuvieran ahí no podía ser bueno. Lo peor era que los acompañaba la metiche de Margarita Rawson. La gordita entró meneando sus grandes caderas. Rogelio no perdió la oportunidad de mirarle el culo. Lo tenía enfundado en un triste vestido gris, de oficina; pero era fácil imaginar que la secretaria contaba con muy buenas posaderas. 
—Siempre supe qué clase de mujer sos —le dijo Margarita—. Sin embargo, esto supera todas mis expectativas. 
Colocó un pen-drive sobre el escritorio. 
—Hola Silvana —saludó José. Tenía las mejillas rojas y era evidente que no tenía ganas de estar ahí—. Emm… tenemos que hablar. 
—¿De qué? 
—Hubo una filtración… em, de carácter íntimo. 
—Porno, diría yo —acotó Margarita.
—¿Podemos hablar de eso en otro momento? No creo que sea apropiado debatirlo frente a una de nuestras clientas más importantes. 
—La señorita Vanina Marchetti va a presenciar la reunión —dijo José Nahuelpán.
—¿Por qué? ¿Qué tiene que ver ella?
—Ay, chiquita… ¿no te enteraste? Compré un montón de acciones. Ahora soy socia mayoritaria de la empresa. Prácticamente soy la dueña. —Silvana se puso pálida. Todo su mundo comenzó a tambalearse—. Debería agradecerte a vos por eso. Todo empezó con la reunión que tuvimos hace unos años. ¿Te acordás? 
Por supuesto que lo recordaba. Aún estaba traumada con esa reunión. Vanina demostró que puede ser una verdadera tirana, si se lo propone. Y para colmo ahora… prácticamente es su jefa. Si es la socia mayoritaria, se puede decir que casi es la dueña de la empresa. 
Margarita conectó el pen-drive a la computadora de Silvana. Luego reprodujo el primer archivo. Se trataba del video que filmó Rocío. Sabía que ya estaba en internet. Seguramente muchos de sus conocidos ya lo habrían visto. Aún así el impacto fue inmenso. No se atrevió a buscar el video y ésta era la primera vez que lo veía, frente a la mirada inquisidora de sus jefes… y de esa secretaria metiche. 
Se avergonzó de sí misma. No le gustó que se le vieran tanto las tetas al desnudo; pero ese fue el menor de sus problemas. Cuando se vio a sí misma pegando la cara a la concha de Karina, no se reconoció. Le costaba concebir que esa mujer, en actitud lésbica pornográfica, podía ser ella. Fue extraño verse a sí misma desde la perspectiva de otra persona. Ella que siempre evitó las tentaciones lésbicas ahora quedaba expuesta como una tortillera.
—No sabía que además tenías un gusto tan marcado por las mujeres —dijo Margarita, con una sonrisa altanera.
—No estamos acá para juzgar las inclinaciones sexuales de nadie —dijo José Nahuelpán—. Además creo que ya todos sabemos qué hay en esos archivos. No considero necesario verlos.
—Yo sí lo considero necesario —dijo Vanina—. Es… fascinante. Miren lo que hace… y no siente ni un poquito de asco. Al contrario, parece gustarle. 
Silvana sintió una punzada en el pecho al escuchar a Vanina hablando de ella como si fuera un animal de zoológico. Pero más le dolió verse con la cara toda enchastrada de semen y jugos vaginales. Además le dio un buen chupón a la pija de Malik y tragó más semen. Cuando lo hizo no pudo ver la cantidad de leche que quedó impregnada en su cara. Era mucha. Muchísima. Más de lo que había imaginado. 
—Es una inmundicia —dijo Margarita, con una exagerada expresión de asco—. Y esta es la imagen que va a dar la empresa. Tuviste que atender personalmente a muchos de nuestros clientes. Muchos de ellos te conocen bien la cara, y cuando vean esto…
Margarita sabe cómo meter el dedo en la llaga. Silvana volvió a sentirse mareada. Muchos de esos clientes la felicitaron por su buena presencia, por su profesionalismo. Ahora ese profesionalismo se fue al diablo. Ahora la verían como una sucia puta que chupa conchas con la cara llena de semen. 
—Se ve que te gustan grandes. ¿Qué tamaño tiene eso? 
La pregunta de Vanina quedó en el aire, sin respuesta. La verga de Malik no se veía completa en pantalla. Solo se llegaba a ver el glande y un poco más. Aún así se notaba que el tamaño era descomunal. 
—El video es muy malo, para nuestra imagen —dijo Margarita—, pero hay más. 
Aparecieron en pantalla las fotos que una vez supieron estar en su celular. Las mismas que tuvo que justificar frente a Renzo. Fulminó con la mirada a Rogelio. El tipo ni siquiera se inmutó. 
—¿Quién pudo haber filtrado todo esto? —Preguntó Vanina. 
—¿Algún amante despechado, quizás? —Dijo Rogelio. Esta vez Silvana pudo ver que se esforzaba por no sonreír. 
Tenía ganas de insultarlo. De golpearlo. De denunciarlo. Estaba convencida de que él publicó este material en internet. Pero… ¿por qué lo haría? ¿Y si en realidad fue Renzo quien filtró todo?
No. No es posible. Renzo jamás haría una cosa así. 
Aunque…
El pobre estaba muy dolido. Se sentía traicionado. La vio cogiendo con Osvaldo y para colmo le llegó ese video con Karina y Malik. Una acción que no podía justificar. Además estaba segura de que Rocío le había contado en qué circunstancias lo grabó. 
Estaba acabada. Toda su buena reputación se fue a la mierda, junto con su relación con Renzo. Podía quedarse allí, lamentándose por las filtraciones. Llorando porque su vida privada había quedado expuesta ante miles de desconocidos. Pero Silvana prefirió mantener aunque sea un poquito de su orgullo intacto. 
—Yo no publiqué esto. Es una invasión a mi privacidad. Lo que yo haga en mi vida privada, no les importa.
—Nos importa —dijo Vanina—, porque como bien explicó Margarita, sos la encargada de negociar contratos. Las relaciones públicas son tu área, Silvana. Y para eso se necesita tener buena presencia… y buena reputación. 
Eso lo entendía perfectamente. Si algún cliente la reconocía por este material, no se la tomaría en serio jamás. Incluso algunos hasta podrían hacerle propuestas indecentes. Su carrera en relaciones públicas estaba acabada. 
—Pero no te vamos a echar —dijo Vanina—, como si hubiera leído sus pensamientos.
—¿Y qué piensan hacer?
—Vamos a hacer un trato con vos. Este es un tema que prefiero tratar en privado con Silvana. Se pueden retirar. Vos Margarita, si querés quedate. Al fin y al cabo fuiste vos la que me informó de este inconveniente y quiero que veas cómo lo vamos a resolver. 
La secretaria se sentó en una de las sillas frente al escritorio, con una sonrisa triunfal. 
—Emmm… muy bien. Espero que todo se resuelva —dijo José. 
El pobre diablo no tenía ninguna autoridad frente a Vanina. Se retiró acompañado por Rogelio. Este último no parecía muy contento de tener que retirarse.
Las tres mujeres aguardaron en silencio y cuando estuvieron solas, Vanina usó el teléfono fijo para comunicarse con alguien de recepción.
—Hacelos pasar. Sí, a la oficina de Silvana DaCosta. 
Un minuto más tarde, tres hombres entraron a la oficina y se acercaron a Vanina Marchetti con una sonrisa en los labios. Ella extendió su mano derecha, como si fuese una emperatriz y ellos besaron la mano con una reverencia. Tenían trajes costosos y zapatos italianos de primera. Obviamente eran hombres de “grandes negocios”. 
—Él es Boris —presentó al tipo rubio de hombros anchos, cabeza cuadrada y corte cepillo. Hubiera pasado por militar de no ser por su postura tan desganada y casual. Metió las manos en sus bolsillos y saludó a Silvana con un gesto en la cabeza—. Es de Bélgica. Este otro es Gregory —era el más bajo de los tres. Retacón con barba de unos días y cabello castaño oscuro. También tenía los hombros anchos y las manos pesadas. Parecía jugador de Rugby—. Es inglés. Y por último tenemos a Jacques, que es francés. —El tercero fue el que más llamó la atención de Silvana. Era un negro alto, de cabeza afeitada. Muy apuesto. Se parecía un poco a Malik, aunque no tenía un rostro tan masculino como el del senegalés. Jaques era de facciones más delicadas. 
—Encantada de conocerlos —dijo Silvana con una sonrisa forzada. 
—No hablan ni una palabra de español —dijo Vanina. 
Luego se dirigió a ellos hablando en un francés muy correcto. Silvana no entendía de qué iba todo esto. Sin embargo ellos parecían contentos con lo que escuchaban. Asintieron con la cabeza, miraron a Silvana y sonrieron. 
—Son nuevos inversores —dijo Margarita—. Unos muy importantes. Tienen mucho dinero y nos vendría muy bien tenerlos como socios comerciales. A la señorita Marchetti se le ocurrió una buena idea para cerrar el trato con ellos. Deberías alegrarte, esa idea es la que salvó tu puesto de trabajo. 
—¿En qué consiste? —Preguntó Silvana.
—Tenés que convencerlos de que firmen con nosotros.
—Puedo hacer eso, dialogar con inversores es parte de mi trabajo. 
—Lo sabemos —dijo Margarita, con una sonrisa cruel—. Vanina se enteró del método que utilizaste para convencer a David Viscaldi. Por cierto, él quedó encantado. El acuerdo fue todo un éxito. 
Silvana se quedó muy rígida, con los dientes apretados, esperando a oír lo que no quería oír. 
—Te van a coger, Silvana —dijo Vanina—. Te van a recontra coger. Entre los tres. Se nota que no tenés problemas con eso. Hasta te gusta. Te gusta que te usen como un pedazo de carne. Seguramente vas a disfrutar mucho complaciendo a nuestros inversores europeos.
Lo sabía. Sabía que esa sería la petición. Aunque no imaginó que Marchetti se lo pidiera de forma tan directa. Eso fue como un cachetazo en toda la cara.  
—¿Qué pasa si me niego?
—Entonces podrías empezar a repartir currículums en otras oficinas —respondió Vanina—. Porque acá no trabajarías más. Y con el revuelo que van a causar tus fotos y videos porno, bueno… me puedo encargar de que te cueste encontrar trabajo. 
—Sos una hija de puta. 
Vanina Marchetti soltó una risotada. Margarita parecía estar disfrutándolo mucho. 
—Silvana, es lo que te merecés. Por puta —dijo la secretaria—. Si vas a dañar la imagen de esta empresa, al menos deberías compensarnos de alguna forma. Ellos estuvieron mirando todo lo que se filtró y están encantados. Mirá… si hasta se les está poniendo dura la pija de solo mirarte. Sentite halagada, Silvana. Pocas mujeres son capaces de provocar eso en los hombres. 
Silvana sintió que en esas últimas palabras había mucho resentimiento. Quizás hasta envidia. 
¿Tenía alguna alternativa? 
Sí, claro. Podría irse de allí con la mitad de su orgullo intacto. Sabe que aceptar esta propuesta sería un gran error. Pero… ¿de qué trabajaría?
Al final tomó la decisión más coherente. Se iría de allí. Renunciaría a su trabajo. No pensaba ser “puta VIP” de ningún inversor millonario. 
—Tomalo como una oportunidad, Silvana —le dijo Vanina—. Tomé el recaudo de buscar inversores de muy buen ver… y bien dotados. 
—Por lo que vimos en tus videítos —acotó Margarita—, quizás la pases mejor vos que ellos. Hasta podrías verlo como un regalito para vos. 
Los tres hombres liberaron sus miembros. Silvana se quedó boquiabierta. Estaban flácidos, pero aún así se notaban que eran más o menos como la verga de Osvaldo. El que la desilusionó un poco fue Jacques. El negro no la tenía como Malik, ni de cerca. Aunque sí era más ancha que la de sus compañeros. 
—Te recomiendo que arranques rápido —le sugirió Vanina—. No tenemos todo el día… y cerrar este trato es importante para la empresa. ¿Sabés cuánto dinero tienen estos tipos? Podrían comprar mil putas mejores que vos. Sin embargo… estan re calientes con la trolita esa de relaciones públicas que ahora es furor en internet.
“Furor en internet”. Silvana no quería ser furor, mucho menos por contenido sexual explícito. Pero eso era algo que ella no podía controlar. Lo que sí podía controlar era su destino…
Sin embargo, cuando miró fijamente esas vergas… algo se activó dentro de ella. Como si se tratase de una alarma de emergencias imposible de apagar. «No, Silvana. No. Comportate, carajo». Y cuando menos se lo imaginó ya estaba de rodillas ante Jaques, tragando toda esa verga negra como si fuera la puta VIP más puta de todas. Los tres hombres intercambiaron palabras en francés, parecían estar encantados con su actitud. 
«¿Qué hacés, pelotuda? ¿Qué hacés?» Se preguntaba mientras tragaba pija. No podía entender por qué le costaba tanto controlarse. Cuando Boris se acercó con su miembro en la mano y se lo ofreció, ella lo aceptó con una sonrisa cordial. Luego se lo metió en la boca. No lo chupó mucho, porque quería demostrarle a Gregory que también se haría cargo de él. No sentía esta euforia desde la primera vez que probó tres pijas al mismo tiempo. La invadió una calentura que nació en su concha y subió hasta la punta de su lengua. Se la trasmitió a sus tres nuevos amantes dando chupones concentrados en sus glandes. Ellos la incentivaron a seguir, no entendía francés, pero el gesto universal de meterle la pija hasta la garganta sí que lo entendía. 
—Te dije que es tan puta que no se iba a negar —comentó Margarita.
—Realmente estoy sorprendida. Pensé que todavía le quedaba algo de dignidad. ¿Tanto te gusta humillarte, Silvana?
Ella obviamente no respondió, tenía la boca ocupada con tres vergas que ya estaban bien erectas. Aunque sí se preguntó si era la humillación lo que, de alguna forma extraña, le atraía tanto. Y llegó a la conclusión de que no era eso. Al contrario, la humillación le hacía todo más difícil. Había otra cosa. Algo que aún no era capaz de comprender. 
Se demostró que podía caer aún más bajo cuando ella misma se quitó la tanga y levantó su minifalda. Apoyó las manos en un lateral del escritorio e invitó a los europeos a disfrutar de su cuerpo mientras meneaba la cola como una perra en celo. 
No se hicieron esperar. El primero que reclamó su lugar fue Boris. La tomó por la cintura y la clavó hasta el fondo. Por lo mojada que estaba Silvana la penetración fue sencilla. El tipo comentó este detalle a sus amigos, en francés. 
Silvana comenzó a gemir cuando él inició el bombeo. Los otros dos la flanquearon y ella, sin dudarlo, siguió chupándoles las vergas. Entró en un trance sexual. Un éxtasis maravilloso. Todo su cuerpo ardía y vibraba al ritmo de las penetraciones. Boris era un amante digno de una mujer como Silvana. No solo por el calibre de su arma, sino también por lo bien que la usa. 
«Renzo nunca me cogió así», ese pensamiento la incomodó. No quería echarle la culpa a su novio por sus “deslices”. Y ahora debería sentirse mal por estar comportándose de esa manera, pero… ¿acaso ya no es soltera otra vez? ¿Qué importa si quiere acostarse con mil hombres?
Gregory tomó el lugar de Boris y enseguida le demostró que él también estaba a la altura y que, incluso, era más brusco que el belga. Sus embestidas fueron tan potentes que todo el escritorio se sacudió estrepitosamente. De reojo, mientras chupaba una y otra verga, Silvana miró a Margarita y a Vanina. Una a su derecha y la otra a la izquierda. Parecían sorprendidas por su actitud. Ella se mostró aún más desafiante. Acompañó el movimiento con sus caderas. Sus nalgas se sacudieron con sensualidad. Gregory parecía estar extasiado. Silvana pensó que seguramente se había cogido muchas mujeres hermosas; pero nunca una como ella. 
Cuando llegó el turno de Jacques se sintió aún más empoderada. Esa ancha verga negra entró en su concha con gran facilidad, alimentando la teoría de Malik: “No sos estrecha, solo te ponés nerviosa”. Y sí, un poco nerviosa estaba. Pero también quería llevarse una pequeña victoria. No quería que esas dos arpías la vieran sufrir. Gimió de placer al sentir las primeras embestidas del francés y luego tragó una pija. Ni siquiera se fijó si era la de Boris o la de Gregory. Le daba igual. Solo quería sentir algo duro dentro de la boca. Succionó con ganas, más que nada para que sus gemidos no se escucharan fuera de la oficina. No quería que algún curioso viniera a ver qué pasaba. En especial si se trataba de Rogelio. Ese hijo de puta no dudaría en sumarse a la fiestita. 
Vanina Marchetti sacó un tarrito con gel transparente de su bolso y se lo arrojó a Jacques diciendo algo en francés. Silvana no entendió en un principio de qué se trataba esto, pero le quedó claro cuando el negro empezó a llenarle el culo con ese gel. 
«La puta madre, me van a romper el orto». 
Tendría que haberlo sospechado. Vanina hizo referencias al sexo anal antes de dar inicio a esta negociación poco ortodoxa. Silvana podría haberle puesto fin a esta locura. Siguió adelante solo porque estaba convencida de que la verga de Jacques no entraría en su culo. Él la sacó de la concha y cambió de agujero. Presionó con delicadeza y las rodillas de Silvana temblaron. Cuando el glande comenzó a entrar, la invadió una morbosa sensación. Inconscientemente retrocedió. Fue en busca de esa pija. Facilitó la entrada en su culo. Le dolió bastante, pero aún así siguió retrocediendo. Jacques demostró que no es un tipo paciente. Él quería el premio mayor… y lo quería ya. 
La verga entró en su culo y le dolió tanto que estuvo a punto de morderle el pene a Boris. Tuvo que sacarlo de la boca para poder apretar los dientes. Respiró por la nariz, su cara se puso roja y su agujero anal se dilató. El lubricante hizo su magia y la verga se fue bien adentro. Lo suficiente como para que Jacques comenzara a bombear. Lo hizo con la misma intensidad con la que Gregory le dio por la concha. Sacudió todo el escritorio y Silvana creyó que no podría resistirlo mucho más tiempo. 
—No te preocupes —dijo Vanina, entendiendo el dolor que estaba sufriendo—. Jacques va a ser el único que te dé por el culo. Él es el inversor principal. El que más dinero tiene. Por eso le prometí algo especial. No dejes que se quede con las ganas. 
Resignada, Silvana volvió a tragar una verga. Siguió chupando intentando llevar su mente a otro sitio. Le fue imposible. El placer anal no tardó en llegar. Mientras más se la metía el francés, más le gustaba. «Dios… ¿por qué carajo me tiene que gustar tanto?». Durante años intentó evitar el sexo anal, porque lo consideraba algo de “putas arrastradas”. Y ahora ella se estaba comportando de esa manera. Silvana no tendría que ser la que recibía esa poronga negra por el culo. Ella debía estar en la posición de Vanina Marchetti. Siempre quiso ser como ella. Una mujer segura de sí misma, respetable… y capaz de controlar sus impulsos. 
«Uno no es quien quiere ser, sino quien puede ser», le dijo la molesta voz de su conciencia. 
«¿Y esto es lo mejor que puedo ser?»
Esa pregunta no tuvo respuesta. Jacques volvió a traerla a la realidad con una dura embestida. Toda su verga había entrado hasta el fondo de su culo. El negro se movía con gran energía, sin mostrar signos de cansancio. Los otros dos lo alentaban en francés. 
Le fue dando progresivamente más duro hasta que llegó el gran momento. Le llenó el culo de leche. Fue una descarga monumental. Quizás no tan abundante como las de Malik, pero casi. Cuando la sacó, de su culo chorreó semen en gran cantidad. Hasta las putas VIP eran más elegantes que eso. Ella solo era una puta con el culo roto y lleno de leche. 
Y aún podía caer más bajo. Boris y Gregory también descargaron todas su reservas… directamente en su boca. El semen comenzó a saltarle en toda la cara y sobre la lengua. Fue un enchastre, no muy distinto al que hizo cuando le chupó la concha a Karina. 
—Sos una vulgar puta, Silvana —dijo Margarita—. Siempre fuiste una hipócrita. Te mostrabas como si fueras una dama… y no sos más que una vulgar puta. 
Harta de este maltrato, Silvana se acercó a la rolliza secretaria. La sujetó con fuerza del cuello. Margarita entró en pánico. Creyó que la iba a ahorcar, por eso lo que ocurrió a continuación la sorprendió tanto. 
Silvana la besó en la boca. Fue un beso apasionado, con mucha lengua. A Margarita no le quedó más alternativa que tragar todo el semen que fue cayendo dentro. Con la lengua de Silvana metida casi hasta la garganta era muy difícil evitarlo. El beso se prolongó el tiempo suficiente como para que los europeos aplaudieran. Ellos creían que éste era el gran final del espectáculo, algo organizado previamente. Silvana metió la mano izquierda por debajo de la pollera de Margarita y le corrió la bombacha. Encontró una concha peluda. La invadió con dos dedos, sin dejar de besarla. Cuando el improvisado acto lésbico terminó, Silvana le enseñó esos dedos a Margarita.
—Tenés la concha toda mojada. Se ve que te calienta verme coger. Me parece que vos también sos un poquito hipócrita.
Vanina Marchetti ignoró esta secuencia. A ella le daba igual Margarita, y si a los europeos les gustó, entonces sumaba puntos. Se despidió de los tres hombres hablando en francés. Cuando éstos se retiraron ni se molestaron en saludar a Silvana. ¿Para qué? Ya la habían usado. Una puta usada pierde el encanto. Ya se habían llevado su premio. 
—Felicitaciones, Silvana. Los convenciste de firmar el contrato. Al final no sos tan inútil como imaginaba. Vas a ser la putita de todos los que quieran un “trato especial”. Esa va a ser tu vida de ahora en adelante. Ahí es donde está tu verdadero talento: en ser puta. Espero que te acostumbres rápido.
Silvana tenía ganas de llorar, pero no le dio el gusto a Vanina. Que la llamara “puta” le dolía muchísimo. Esa arpía podía leerla como un libro abierto. Sabía que su mayor miedo era ese, quedar como una vulgar puta. Una amante de la pija. Una trola que se deja usar y que ama que le dejen el culo abierto y lleno de leche.
Y lo peor de todo es que quizás Vanina tenía razón. 

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No volvió de inmediato a su casa. Se quedó más de veinte minutos llorando en su auto, dentro del garaje de la oficina. En pocos días todas sus pesadillas se hicieron realidad. Ahora todo el mundo pensaba que era una puta. ¡Una puta! Ella que tanto se esforzó por ser correcta, responsable, por cuidar su relación con su novio. ¿Cuándo fue que todo empezó a irse a la mierda? Destrozó su noviazgo y el matrimonio de sus nuevas amigas, las reposteras. ¿Por qué? Por no poder controlar su calentura. Un demonio que la persiguió durante meses. Que la llevó a probar quién sabe cuántas vergas distintas. Ese demonio, que ella creía haber dejado olvidado en el pasado, despertó para hacer de su vida un infierno. 
«¿Qué te pasa, Silvana? ¿Por qué te cuesta tanto controlarte? ¡Por dios! Antes no era tan difícil. Renzo te daba paz. ¿Por qué ya no? ¿Qué fue lo que cambió?».
Tenía la sensación de haber pasado los últimos meses en “piloto automático”, actuando solo por su instinto sexual. Y eso la llevó a tocar fondo. 
«Te usaron, Silvana. Te usaron como un pedazo de carne… y te gustó. ¿Qué mierda te pasa?»
Antes de conocer a Renzo los hombres se le acercaban solo para tener sexo con ella. No solo por su atractivo físico, sino por lo fácil que era llevársela a la cama. 
«Fácil si tenés la pija grande», dijo una incómoda vocecita en su interior. 
—No. Nunca me gustaron las pijas grandes.
«Mentirosa».
Intentó hacer memoria. Pensó en todos los amantes que tuvo antes de su noviazgo. No podía recordar ni uno que tuviera la verga como… como la de Renzo. Ni uno solo. Todos estaban mejor dotados que él. 
¿Y si ese demonio se alimenta del morbo secreto que le producen las vergas grandes?
La imagen de una anaconda negra cruzó por su mente. La rechazó de inmediato.
—No. No puede ser. No lo voy a permitir. —Le dio un golpe al volante, con ambas manos—. Basta, Silvana. Tenés que empezar a recomponer tu vida. Dejá de comportarte como una puta… y como una idiota. 
Treinta segundos más tarde estaba pajeándose dentro de su auto mientras su cuerpo vibraba de placer. Solo podía pensar en cómo esos tres europeos le llenaron de verga todos los agujeros. Pensó en eso y en cómo la humilló Vanina. Y por alguna extraña razón, se calentó aún más. Su excitación fue tal que se montó sobre la palanca de cambio. La metió hasta el fondo de su concha. Algo que había hecho una sola vez, estando completamente borracha. Ahora estaba ebria… pero de calentura. 
Actuó sin pensar. Algo que se estaba volviendo costumbre en ella. Frotó su clítoris mientras se las ingeniaba para subir y bajar. No tenía mucho espacio para maniobrar y el techo del vehículo la obligaba a ser precavida. Debía encorvarse un poco para no golpearse la cabeza. 
Esto no fue suficiente. Necesitaba más. Tenía que castigarse, por ser tan puta. Decidió cambiar la palanca de agujero. Aprovechó que aún tenía el culo bien dilatado y con lubricante en gel. Entró con suma facilidad. Le dolió un poco, por la rigidez del material; pero cuando la tuvo toda adentro, soltó un gemido de placer. Comenzó a moverse tan rápido como sus rodillas se lo permitían. Era incómodo, humillante y doloroso… y aún así no podía parar. Tampoco podía dejar de masturbarse. Se metió tres dedos en la concha y los sacaba solo para frotar su clítoris con rudeza. 
Cerró los ojos. El recuerdo tan reciente de esos tres hombres cogiéndola la llevó rápidamente a un nivel de éxtasis brutal. Se movió más rápido, castigando su culo, y el vehículo se llenó con sus gemidos. Perdió completamente la noción del tiempo y el espacio. Tuvo un potente y húmedo orgasmo. Un chorro de líquido transparente saltó de su concha con violencia. Ella se frotó el clítoris, salpicando para todos lados. 
Cuando abrió los ojos, Vanina Marchetti estaba allí, de pie frente a su auto. Esa parodia de Cruella De Vil se reía de ella, rebajándola. Contemplándola en el nivel más bajo de su vida. Deleitándose al verla en una situación tan humillante.  
—Sos peor de lo que imaginé, Silvana. ¡Qué puta, por dios! 
Y se alejó soltando una risotada villanesca que hizo eco en toda la cochera.  


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1 comentarios - Mi Vecino Superdotado [21].

locodantra +1
Pobrecita, es que le puede la pija.
JuanchoR86 +1
Lo mismo pensé. Un poco está bien, pero humillarse así es odiarse a sí misma
locodantra
Partamos de que es un relato de ficción. Pero hay hombres y mujeres, que en el trabajo, y en su vida diaria, son normales o incluso "ganadores" pero que a la hora de practicar sexo, gozan siendo humillados y maltratados. Y es que hay gustos para todo, aunque algunos gustos merecen palos jajajaja