Fui de viaje de fin de semana a un lindo hotel en Mar del Plata que incluía piscina, sauna seco y húmedo y sesiones de masajes. Pero resulta que los masajes no estaban disponibles. Como ya me había hecho la idea del relax completo me puse a averiguar por masajistas cerca del hotel. Así encontré a Oscar, a solo tres cuadras del hotel donde me hospedaba. Reservé un turno y fui dispuesto a relajarme.
Oscar era un hombre de unos cincuenta años, de espalda enorme, brazos abultados y abdomen marcado. Lo sé porque me recibió en musculosa. Al ingresar al salón de masajes me dió una toalla y me pidió que me pusiera cómodo. Yo me preparé y él volvió con el clásico ambo de masoterapeuta.
Me pidió que me acomodara boca abajo y empezó con sus masajes en la espalda, siguió por los brazos y luego las piernas. Después, repitió el masaje en los brazos pero desde el lado contrario. Esto es, situado a mi derecha, empezó a masajear mi brazo del otro lado de mi cuerpo. Y para eso, tenía que inclinarse y llegar a aplicar la presión necesaria. Y en esos estiramientos, noté como, sin querer, apoyaba su entrepierna en mi brazo. Supuse que era casualidad. Luego, repitió el masaje en el otro brazo y la apoyada continuó, y empecé a notar mas rigidez rozando mi brazo.
Mientras, como si nada raro estuviera sucediendo, hablábamos de temas diversos, de los turistas, del invierno en Mar del Plata y cosas así.
Después, llegó el turno de masajear mis piernas. Empezó desde los pies y fue subiendo hasta la espalda, de un lado por vez. Para masajear con facilidad, corrió la toalla que tapaba mi cola hacia un costado. Al ir y venir, los dedos se apoyaban, rozaban, innecesariamente, la línea de mi cola, donde se separan los cachetes.
Luego, para masajear la otra pierna, en vez de correr la toalla para el otro lado, la quitó totalmente. Así, quedé boca abajo desnudo ante él.
Entonces, varias cosas empezaron a suceder al mismo tiempo. Puso una enorme cantidad de crema en mi espalda y la fue desparramando hacia abajo, y una parte cayó en mi cola. Él quiso recuperarla y la buscó con su mano. Ese contacto, suave y fresco, me gustó. Involuntariamente levanté mi cola, y el entendió eso como una luz verde. A partir de ese momento, el masaje fue nuevamente de costado, y otra vez me apoyaba su dureza en el brazo. Masajeaba las piernas, los glúteos y terminaba con una de sus manos acariciando el espacio entre mis nalgas.
Yo no dejaba de lavantar la cola cada vez que metía sus dedos ahí, como buscando extender el tiempo del contacto. Y el empezó a masajearme pero se ubicó más abajo, parado a la altura de mis piernas. Su bulto estaba cada vez más duro, y ahora lo apoyaba, quizá haciendo un poco de esfuerzo, sobre el revés de mi mano. Así que aproveché un momento en que Oscar se retiró, para dar vuelta mi brazo y él, al volver, apoyó todo sobre la palma de mi mano. Se quedó quieto, pero yo empecé a mover mis dedos con suavidad. Acaricié sus huevos y el tallo y su pija empezó a crecer. Noté que bajo el pantalón no tenía nada más. Él, envalentonado por mis caricias, comenzó a rozar con sus dedos, el agujerito de mi cola. Yo ya estaba agarrando y soltando su pija con mi mano siguiendo el ritmo de sus masajes.
Su pija crecía en mi manos y parecía que iba a romper la tela del pantalón. Al mismo tiempo, también crecía el espacio que sus dedos iban colonizando en mi agujero.
En un movimiento rápido, como si algo lo apurara, giró hasta quedar en la cabecera de la camilla. En un solo movimiento, bajó sus pantalones y volvió a llevar sus manos a mi espalda, que se fueron desplazando hasta mi cola, con su cuerpo inclinándose sobre mi, y su pija acercándose a mi cara. Volví a agarrarla con la mano y empecé a respirar bien cerca. Sé que sintió el aire de la inspiración y la expiración abrazando la piel de sus huevos y su mástil, que apuntaba solo al cielo. Y yo sentía como con una mano masajeaba una de mis piernas y con la otra hundía y quitaba y volvía a hundir uno de sus dedos dentro mío. Yo levantaba mi cola, como para apresar más cada ingreso de su índice.
Mi excitación iba en aumento. Abrí mi boca y apoyé la lengua en sus testìculos. Fui subiendo lentamente, recorriendo cada centìmetro de piel hasta llegar al prepucio, desde ahí bajaba de nuevo y volvía a comenzar, un poco más a la derecha. Repetí el recorrido varia veces hasta que todos sus huevos y el tallo de su pija quedaron bien mojados. Entonces, mi lengua empezó a rozar apenas su glande. A veces el borde de la abeza, otras el ojo y también el frenillo. Recién luego de escucharlo gemir varias veces, y porque yo ya no aguantaba más las ganas, me metí la pija en la boca. Como si fuera un chupetín la llevé por distintas partes de mi boca, mientras la lengua intentaba deshacer ese helado caliente con furia. Era riquísima, muy gruesa y lo suficientemente larga como para que no entrara entera en mi boca.
El masajeaba mi espalda con ambas manos y luego los dos dedos ìndice entraron en mi, al principio uno por vez, luego peleando por entrar juntos.
Ambos parecíamos dialogar con gemidos: yo por el placer de sus dedos en mi cola, él por mi chupada. Pero entonces, me habló con palabras para preguntarme si me la podía apoyar. Le dije que sí y se subió a la camilla arriba mío, apoyando sus rodillas a mi lado. Estirándose, llegó a tomar crema de masajes y la dejó caer parte en mi espalda y parte en mi cola, que se refrescó un poco. Luego, sentí el calor de su cabeza recorriendo el inicio de mi culito, pasando por el agujero y llegando hasta mis huevos. Repitió ese recorrido varias veces, la sensación era hermosa. Dibujó círculos sobre mi cola con su cabeza, guiando la pija con su mano, como si estuviera escribiendo sobre mí un mapa de placer. Hasta que el lápiz quiso buscar un papel dentro mío. La cabeza poco a poco fue entrando, con movimientos suaves, saliendo y entrando. Yo acompañaba ese movimiento empujando en sentido contrario, generando un vaiven coordinado que, en unos instantes, terminó con toda su pija dentro mío. Allí se quedó quieto unos instantes, mientras mi cola apretaba con fuerza. Luego, cuando sintió que había más comodidad, recomenzó el movimiento y a cada propuesta, iba mi respuesta.
Me pidió que me pusiera de costado sobre a camilla. Se paró detrás mío y con total facilidad volvió a entrar en mi culo. Desde esa posición, y agarrándome de la cadera, me penetraba con fuerza, se retiraba lentamente, me penetraba con fuerza otra vez y repitió ese ritual hasta que empecé a gemir, expresando algo de molestia pero mucho más de placer. Me decía que le gustaba mucho mi cola, y yo le creía. Siguió cogiéndome mientras me acariciaba los pechos primeros y me pajeaba la pija después.
Tomó mis pies con sus manos, me giró, los levantó y me acomodó para penetrarme desde adelante. Descansé mis pies en sus hombros y me agarré a su cintura mientras él entraba y salía de mi con fuerza y con toda la profundidad posible. También aproveché para recorrer sus enormes brazos y su abultado abdomen. Él también gemía sin parar con cada embestida. Cada tanto, tomaba mi pija con su mano y la pajeaba.
Cuando sintió que estaba por acabar, sacó su pija, la apoyó sobre la mía, armó una bolsa con sus manos y siguió moviendo el cuerpo y los brazos, hacia arriba y hacia abajo, hasta que, como un volcán en erupción, la lava caliente voló por los aires y cayó en mi piel, en sus manos, en la camilla. Se acostó a mi lado y empezamos a jugar, llevando la viscosidad de mi cuerpo al suyo y viceversa, hasta que nos dió frío, nos limpiamos y nos vestimos nuevamente.
Recomiendo ampliamente el servicio de masajes de Oscar. Quedas super relajado después de cada sesión.
Oscar era un hombre de unos cincuenta años, de espalda enorme, brazos abultados y abdomen marcado. Lo sé porque me recibió en musculosa. Al ingresar al salón de masajes me dió una toalla y me pidió que me pusiera cómodo. Yo me preparé y él volvió con el clásico ambo de masoterapeuta.
Me pidió que me acomodara boca abajo y empezó con sus masajes en la espalda, siguió por los brazos y luego las piernas. Después, repitió el masaje en los brazos pero desde el lado contrario. Esto es, situado a mi derecha, empezó a masajear mi brazo del otro lado de mi cuerpo. Y para eso, tenía que inclinarse y llegar a aplicar la presión necesaria. Y en esos estiramientos, noté como, sin querer, apoyaba su entrepierna en mi brazo. Supuse que era casualidad. Luego, repitió el masaje en el otro brazo y la apoyada continuó, y empecé a notar mas rigidez rozando mi brazo.
Mientras, como si nada raro estuviera sucediendo, hablábamos de temas diversos, de los turistas, del invierno en Mar del Plata y cosas así.
Después, llegó el turno de masajear mis piernas. Empezó desde los pies y fue subiendo hasta la espalda, de un lado por vez. Para masajear con facilidad, corrió la toalla que tapaba mi cola hacia un costado. Al ir y venir, los dedos se apoyaban, rozaban, innecesariamente, la línea de mi cola, donde se separan los cachetes.
Luego, para masajear la otra pierna, en vez de correr la toalla para el otro lado, la quitó totalmente. Así, quedé boca abajo desnudo ante él.
Entonces, varias cosas empezaron a suceder al mismo tiempo. Puso una enorme cantidad de crema en mi espalda y la fue desparramando hacia abajo, y una parte cayó en mi cola. Él quiso recuperarla y la buscó con su mano. Ese contacto, suave y fresco, me gustó. Involuntariamente levanté mi cola, y el entendió eso como una luz verde. A partir de ese momento, el masaje fue nuevamente de costado, y otra vez me apoyaba su dureza en el brazo. Masajeaba las piernas, los glúteos y terminaba con una de sus manos acariciando el espacio entre mis nalgas.
Yo no dejaba de lavantar la cola cada vez que metía sus dedos ahí, como buscando extender el tiempo del contacto. Y el empezó a masajearme pero se ubicó más abajo, parado a la altura de mis piernas. Su bulto estaba cada vez más duro, y ahora lo apoyaba, quizá haciendo un poco de esfuerzo, sobre el revés de mi mano. Así que aproveché un momento en que Oscar se retiró, para dar vuelta mi brazo y él, al volver, apoyó todo sobre la palma de mi mano. Se quedó quieto, pero yo empecé a mover mis dedos con suavidad. Acaricié sus huevos y el tallo y su pija empezó a crecer. Noté que bajo el pantalón no tenía nada más. Él, envalentonado por mis caricias, comenzó a rozar con sus dedos, el agujerito de mi cola. Yo ya estaba agarrando y soltando su pija con mi mano siguiendo el ritmo de sus masajes.
Su pija crecía en mi manos y parecía que iba a romper la tela del pantalón. Al mismo tiempo, también crecía el espacio que sus dedos iban colonizando en mi agujero.
En un movimiento rápido, como si algo lo apurara, giró hasta quedar en la cabecera de la camilla. En un solo movimiento, bajó sus pantalones y volvió a llevar sus manos a mi espalda, que se fueron desplazando hasta mi cola, con su cuerpo inclinándose sobre mi, y su pija acercándose a mi cara. Volví a agarrarla con la mano y empecé a respirar bien cerca. Sé que sintió el aire de la inspiración y la expiración abrazando la piel de sus huevos y su mástil, que apuntaba solo al cielo. Y yo sentía como con una mano masajeaba una de mis piernas y con la otra hundía y quitaba y volvía a hundir uno de sus dedos dentro mío. Yo levantaba mi cola, como para apresar más cada ingreso de su índice.
Mi excitación iba en aumento. Abrí mi boca y apoyé la lengua en sus testìculos. Fui subiendo lentamente, recorriendo cada centìmetro de piel hasta llegar al prepucio, desde ahí bajaba de nuevo y volvía a comenzar, un poco más a la derecha. Repetí el recorrido varia veces hasta que todos sus huevos y el tallo de su pija quedaron bien mojados. Entonces, mi lengua empezó a rozar apenas su glande. A veces el borde de la abeza, otras el ojo y también el frenillo. Recién luego de escucharlo gemir varias veces, y porque yo ya no aguantaba más las ganas, me metí la pija en la boca. Como si fuera un chupetín la llevé por distintas partes de mi boca, mientras la lengua intentaba deshacer ese helado caliente con furia. Era riquísima, muy gruesa y lo suficientemente larga como para que no entrara entera en mi boca.
El masajeaba mi espalda con ambas manos y luego los dos dedos ìndice entraron en mi, al principio uno por vez, luego peleando por entrar juntos.
Ambos parecíamos dialogar con gemidos: yo por el placer de sus dedos en mi cola, él por mi chupada. Pero entonces, me habló con palabras para preguntarme si me la podía apoyar. Le dije que sí y se subió a la camilla arriba mío, apoyando sus rodillas a mi lado. Estirándose, llegó a tomar crema de masajes y la dejó caer parte en mi espalda y parte en mi cola, que se refrescó un poco. Luego, sentí el calor de su cabeza recorriendo el inicio de mi culito, pasando por el agujero y llegando hasta mis huevos. Repitió ese recorrido varias veces, la sensación era hermosa. Dibujó círculos sobre mi cola con su cabeza, guiando la pija con su mano, como si estuviera escribiendo sobre mí un mapa de placer. Hasta que el lápiz quiso buscar un papel dentro mío. La cabeza poco a poco fue entrando, con movimientos suaves, saliendo y entrando. Yo acompañaba ese movimiento empujando en sentido contrario, generando un vaiven coordinado que, en unos instantes, terminó con toda su pija dentro mío. Allí se quedó quieto unos instantes, mientras mi cola apretaba con fuerza. Luego, cuando sintió que había más comodidad, recomenzó el movimiento y a cada propuesta, iba mi respuesta.
Me pidió que me pusiera de costado sobre a camilla. Se paró detrás mío y con total facilidad volvió a entrar en mi culo. Desde esa posición, y agarrándome de la cadera, me penetraba con fuerza, se retiraba lentamente, me penetraba con fuerza otra vez y repitió ese ritual hasta que empecé a gemir, expresando algo de molestia pero mucho más de placer. Me decía que le gustaba mucho mi cola, y yo le creía. Siguió cogiéndome mientras me acariciaba los pechos primeros y me pajeaba la pija después.
Tomó mis pies con sus manos, me giró, los levantó y me acomodó para penetrarme desde adelante. Descansé mis pies en sus hombros y me agarré a su cintura mientras él entraba y salía de mi con fuerza y con toda la profundidad posible. También aproveché para recorrer sus enormes brazos y su abultado abdomen. Él también gemía sin parar con cada embestida. Cada tanto, tomaba mi pija con su mano y la pajeaba.
Cuando sintió que estaba por acabar, sacó su pija, la apoyó sobre la mía, armó una bolsa con sus manos y siguió moviendo el cuerpo y los brazos, hacia arriba y hacia abajo, hasta que, como un volcán en erupción, la lava caliente voló por los aires y cayó en mi piel, en sus manos, en la camilla. Se acostó a mi lado y empezamos a jugar, llevando la viscosidad de mi cuerpo al suyo y viceversa, hasta que nos dió frío, nos limpiamos y nos vestimos nuevamente.
Recomiendo ampliamente el servicio de masajes de Oscar. Quedas super relajado después de cada sesión.
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