Un día de pronto me dijo que saldríamos en la noche, quedamos de vernos fuera de mi casa y cuando llegó el momento salí, él estaba afuera, traía consigo un maletín deportivo. Nos saludamos con un abrazo y él me dió una nalgada. Me dijo que si me portaba bien me daría un premio y me indicó que pasaríamos por zonas interesantes y acordes a mi, pero primero me debía cambiar, y tenía que ser en un callejón cercano. Me desnudé y el me dió mis prendas, linda lencería roja para todo el cuerpo, aunque sin calzon. Él me dió un hilo de látex apretadísimo. Además una minifalda, un crop top escotado, unas medias muy largas, botas de plataforma, aretes, una mascarilla y una enorme gabardina con la cual cubrirme. No tardé en darme la vuelta cuando él me atacó por detrás y ahí en medio lo hicimos, me ponía nerviosa a la vez que me excitaba hacerlo en un callejón, en un lugar público, en cualquier momento nos podrían ver. Él terminó rápido, aún quedaba mucha noche. Caminamos durante un rato hasta llegar a un barrio lleno de prostitutas y prostíbulos en cada esquina. “Acá perteneces” me dijo. Era verdad. Ni bien llegamos cuando él, con mucha gracia y sigilo, me quitó la gabardina y me dejó expuesta. Puso la mano en mi culo y seguimos avanzando. Estuvimos toda la noche por esos lugares. Los hombres me miraban sin ninguna discreción, ofrecían pagos, pero él los rechazaba. Las mujeres eran hermosas, grandes caderas y pechos, con sus agridulces caras que resultaban tan provocativas. El ambiente era sumamente vulgar y eso me excitaba demasiado. Salimos a un lugar sin gente, aunque muy transitado de día, ahí, en una señal de tráfico él me volvió a coger por sorpresa y a entregarme su pasión. Se corrió fuera y encima mió, me dijo que no podía limpiarme en ningún momento. Recorrimos más la ciudad, él trajo consigo una cámara con la que me sacó una sesión de fotos a lo largo de varios lugares, en la serie de fotos se podía ver el progreso de la recolección de semen sobre mi cuerpo. Cogimos mucho esa noche, tanto que se me quitó el miedo de hacerlo en público y me sentía preparada para hacerlo en frente de una gran multitud, en un escenario. Faltaba poco para el amanecer, me dejó en mi casa y antes de despedirse sacó un paquete pequeño y envuelto y me lo entregó. Lo abrí, grande y grata fue mi sorpresa al darme cuenta que se trataba de una jaula de castidad. Estaba tan feliz, finalmente mi sueño de empequeñecer mi micropene daría inicio, tanto él como yo estábamos de acuerdo en empezar el proceso para hacerlo más pequeño. La jaula era de metal, me dió una llave y él se quedó la otra, me dijo que cuando me acostumbrara él se quedaría con las dos.
Coger no nos cansaba, por más activos que fueramos, él siempre tenía ganas y su negro pene estaba erecto, yo nunca me negué a aceptarlo dentro de mi y mi culo nunca rechazó otra descarga de leche. Excepto por un día que cogimos tanto que su negro pene ya no pudo pararse y mi ano estaba tan flojo y mojado y ya no podía más
Coger no nos cansaba, por más activos que fueramos, él siempre tenía ganas y su negro pene estaba erecto, yo nunca me negué a aceptarlo dentro de mi y mi culo nunca rechazó otra descarga de leche. Excepto por un día que cogimos tanto que su negro pene ya no pudo pararse y mi ano estaba tan flojo y mojado y ya no podía más
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