Así comienza el diario íntimo y secreto de mi cónyuge, con toda una confesión:
Mientras mi hijo reía a carcajadas junto con sus amigos en la sala de estar, yo preparaba el bolso de trabajo de mi marido, habían vuelto a cambiar su turno en la fábrica y hoy le tocaría trabajar durante la noche.
En cuanto todo estuvo listo despedí a mi esposo con un beso en la boca, él me dio una palmadita en la cola y me saludó con la mano mientras se alejaba.
A pesar de los años que llevamos casados seguimos siendo muy felices juntos y aún nos comportamos como una pareja de adolescentes, tenemos sexo cada vez que podemos y lo disfrutamos mucho, lamentaba que él tuviera que trabajar esta noche ya que yo estaba en perfecto humor para hacerle el amor apasionadamente, pero bueno, no tenía más remedio que esperar hasta el día siguiente.
Tuvimos nuestro primer y único hijo cuando yo contaba con apenas 24 años, no fue una mala edad para ser madre, me puse sumamente feliz cuando Alexis llegó a nuestras vidas. Hoy ya tiene 18 años y acaba de terminar sus estudios secundarios, ya está listo para salir al mundo y estudiar una carrera universitaria. Nunca nos dio mayores problemas, siempre fue un chico obediente y tranquilo, con buenos amigos que no lo llevan por el mal camino.
En este momento cinco de sus amigos se encontraban con él en la sala.
Me acerqué a ellos para preguntarle si no les hacía falta nada, sus amigos se comportan de una manera un tanto boba conmigo. Creo que los intimidaba un poco mi apariencia.
Soy una mujer de físico privilegiado y sé que despierto fantasías eróticas en muchos hombres, pero a pesar de las tentaciones, nunca engañé a mi esposo.
Tengo el cabello largo y ondulado, color castaño oscuro, aunque esté teñido se acerca mucho a mi color natural.
Debo admitir que mantenerme cerca de los gimnasios han favorecido mucho mi figura, conservo un cintura bien torneada y una cola que se mantiene redonda y paradita.
Mi piel es clara, pero este último verano me ocupé de broncearla un poco y aún conservo algo de ese color.
Noté que uno de los amigos de mi hijo no dejaba de mirar mi escote, y eso que no era muy prominente, aunque el tener los pechos de tamaño considerable, hacía que llamaran más la atención.
El curioso era Manuel, un joven delgado y alto, de casi 1,80 m. Parecía ser un chico muy tímido por eso no lo reprendía por mirarme, eso tal vez lo mataría de la vergüenza, además no me hacía ningún daño.
Hijo: - En un rato nos vamos, mamá – me anunció mi hijo luego de decirme que no necesitaban nada.
Madre: - ¿Puedo preguntar a dónde van?
Hijo: - A la casa de Mauro, vamos a… mirar unas películas – me llamó un poco la atención el tono que empleó, pero mi hijo no era de mentir, así que debía confiar en él.
Madre: - ¿Por qué no se quedan acá? – les sugerí.
La verdad es que me daba un poco de temor quedarme sola en la casa toda la noche – tu padre no vuelve hasta mañana al mediodía, hace horas extras, así que no molestarían para nada.
Hijo: - ¿Y vos mamá?
Madre: - Yo me quedo en mi cuarto mirando televisión, estoy algo cansada así que me voy a acostar temprano – no era cierto pero no quería que pensaran que les aguaría la fiesta quedándome con ellos – podemos pedir unas pizzas para la cena y todo.
Estuvieron de acuerdo con mi idea, cada uno de los chicos telefoneó a su casa avisando dónde estarían, yo me sentí muy aliviada, como madre estaba más tranquila sabiendo que mi hijo se quedaba en casa y a su vez me tranquilizaba la idea de no quedarme sola.
Comimos las pizzas en cuanto llegaron, a ninguno le disgustó que yo cenara con ellos, de hecho parecían alegres.
De vez en cuando escuché comentarios por lo bajo en los cuales los chicos me halagaban, le decían a Alexis cosas como “que buena es tu mamá”, “que linda está tu mamá”, etc.
Yo me hacía la sorda pero esos comentarios me dibujaban una sonrisa en el rostro.
Fabio, otro de los amigos de mi hijo, parecía que iba a quebrarse el cuello intentando mirar bajo mi vestido, que no era muy largo y mis estilizadas piernas se sentían libres.
El muchacho estaba sentado frente a mí y como sólo había una mesita ratona entre nosotros, podía tener una buena visión de mis extremidades inferiores.
Al principio me sentí un tanto incómoda, el chico disimulaba muy mal su comportamiento, pero me provocaba cierta ternura verlo intentar. Al contrario de Mauro, Fabio era un muchacho bajito, de hombros anchos y nariz de chimpancé, daba toda la apariencia de ser un poco lento, pero según Alexis era bastante listo. Si lo era no lo estaba demostrando en ese momento.
Mi vestido era bastante suelto, con cualquier movimiento se ondeaba.
Decidí darle una pequeña recompensa por sus esfuerzos y separé un poco las piernas, lo justo y necesario como para que sólo él pudiera ver mi ropa interior, pero lo suficiente como para que la notara con facilidad.
Yo tenía puesta una bombacha blanca común y corriente, no era mucho lo que iba a ver, pero seguramente le gustaría.
Estuve en esa posición durante unos segundos y cuando lo miré con el rabillo del ojo me sorprendí al notar un pequeño bulto sobresaliendo de su pantalón. Inmediatamente cerré las piernas, no quería provocarle una erección al chico.
Me sentía avergonzada, yo una mujer grande haciéndole esas cosas a un chico de 18 años. De todas formas me sorprendió que el chico se excitara tanto con tan poco. Era como ver un bikini, a lo sumo.
La cena terminó y yo me encargué de recoger las sobras y limpiar todo.
Los chicos se fueron a la sala de estar donde se encontraba el televisor.
Con mi marido nos habíamos encargado de construir un pequeño cine hogareño, teníamos un televisor moderno y de gran pantalla, un buen equipo de audio conectado a él y un gran sillón en el que entraban cuatro o cinco personas cómodamente.
Además había otros dos sillones individuales, uno a cada lado del sillón mayor.
Me despedí de ellos tan rápido como pude, no quería robarles más tiempo, me dirigí a mi cuarto quitándome las sandalias mientras caminaba y en cuanto cerré la puerta me quité el vestido.
Me llevé una sorpresa al hacerlo, de pronto recordé que no vestía una simple bombacha blanca, eso fue en la mañana, luego de bañarme en la tarde me la cambié por algo más sugerente para mi esposo, una tanga roja bastante diminuta y con una tela que transparentaba un poco, lo peor era que hacía sobresalir mis pelitos por los huecos de la tela y por los lados.
Ahora comprendía por qué Fabio se había excitado tanto, pobre chico, debo haberle generado un trauma. Un involuntario calor invadió mi zona púbica, en parte me calentaba un poco el saber que el chico había visto eso.
Me quité el corpiño dejando mis tetas respirar, mis pezones estaban un poco erectos, los toqué apenas y comprobé que en efecto, me había puesto cachonda.
Decidí ignorar las reacciones de mi cuerpo.
Me acosté en la cama y encendí el televisor, estuve mirando algunos programas buenos durante casi una hora y media, pero algunos pensamientos habían vuelto para atormentarme.
No podía sacarme de la cabeza la idea de que esos chicos fantasean con mi cuerpo y que me miraran de esa forma.
Deslicé mi mano hacia mi entrepierna y toqué mi vello púbico, el cual llevo al natural.
En menos de un minuto ya estaba estimulando mi clítoris y podía sentir mi vagina humedeciéndose.
No comprendía bien qué me pasaba, no solía excitarme de esta forma por alguien que no sea mi marido.
Mordí mi labio inferior cuando una loca idea se cruzó por mi cabeza, la rechacé inmediatamente, pero de a poco fui convenciéndome de que podría hacerlo sin mayores consecuencias, no sería más que un jueguito divertido.
Acomodé mi tanga y me levanté.
Busqué entre mis cajones algunos de mis mejores camisones, encontré uno color celeste, tipo falda con ondas.
Era levemente transparente, por un momento me pareció demasiado provocativo, pero sin meditarlo mucho, me lo puse.
Se aferraba muy bien a mis pechos, hasta hacía que los pezones se marcaran un poco, y si la luz era buena, tal vez podría verse la aureola oscura que los rodeaba.
Más abajo el camisón era todo lo contrario, no era ajustado para nada, parecía flotar sobre mis piernas sin casi tocarlas.
Cubría apenas lo necesario como para que mi tanga no se viera, el tema es que ésta era roja y llamaría mucho la atención. Me la quité y busqué alguna otra del mismo color que el camisón.
Solamente pude encontrar una, que era apenas un triangulito con un fino elástico, me la puse, de todas formas esta vez no pretendía llegar tan lejos, sería algo de apenas unos segundos.
Ya más decidida, pero con el pulso acelerado, abandoné mi cuarto dispuesta a pasearme delante de los chicos vistiendo un conjunto sumamente erótico.
Luego regresaría a mi cuarto a masturbarme.
Por suerte necesitaba pasar por la sala de estar para poder llegar a la cocina con la inocente excusa de buscar algo para tomar.
Entré en la sala de nuestro cine hogareño desde una puerta que miraba hacia el costado izquierdo del sofá. Apenas vi a los chicos me quedé congelada, con los ojos abiertos como platos, ellos escucharon mi llegada y reaccionaron de la misma forma que yo.
Un silencio sumamente incómodo se manifestó, pero rápidamente fue interrumpido por unos gemidos a poco volumen provenientes del televisor.
Nada de lo que pudiera imaginar me hubiera preparado para semejante escena.
Dejo la continuación
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