CAPÍTULO 12// CON MI MADRE EN LA BAÑERA
CAPÍTULO 12// CON MI MADRE EN LA BAÑERA
—¿Te gusta muy caliente, amor? —me pregunta mamá, que está inclinada, desnuda, sobre la bañera, aclimatando el agua y vertiéndole aromas y jabón espumoso.
Yo estoy dos metros detrás de ella también desnudo, empalmado, con mi pene en la mano derecha, acariciándolo a conciencia, mientras contemplo las fascinantes vistas de su redondo y brillante culo empinado, su rajita rosada entreabierta, goteando, y sus labios vulvares enrojecidos, hinchados, clamando mi lengua.
—¿Entonces, hijo? —me pregunta de nuevo mamá, que menea las caderas mientras agita el agua.
—¿Eh? —respondo distraído, incapaz de mirar otra cosa que no sea su hermoso y carnoso agujerito, y su diminuto ano de tez más oscura, que luce dilatado en esa obscena posición.
—¿Te gusta caliente, Tito?
—Sí, má, me gustas tú muy caliente.
Escucho su candorosa risa.
Así, empinada, con su coñito expuesto hacia mí, ladea la cabeza para mirarme, sonriendo.
—El agua, travieso, me refiero al agua.
—Ah —trago saliva—, pues tibia.
—Bien.
Y vuelve a lo suyo.
Mamá brilla de pies a cabeza. Su color de piel es blanca como la leche, pero también tiene matices sonrosados. Parece una muñequita. Sus largas piernas lucen maravillosas, firmes, y sus dos nalgas, que vibran en cada movimiento, resplandecen por la luz de la lámpara.
—Te miras deliciosa, mami —le digo atragantado.
No puedo creer que la haya penetrado.
Mamá se inclina, se voltea y me mira.
—¿Empalmado otra vez, amor? —tiene las manos en jarra, y con esa postura la anchura ovalada de sus caderas es más aparatosa.
—Es que no lo puedo evitar, mami, estás muy buena.
Sugey, con sensualidad, se ata su melena dorada en la nuca, extiende su mano y me indica que me acerque.
Los dos grandes melones que le cuelgan en el pecho delatan su calentura a juzgar por lo durito de sus enhiestos pezones. Son tan enormes.
Siento un calor en las mejillas mientras la contemplo.
—¿No te duele la espalda, mami?
—¿Por qué iba a dolerme, mi niño?
—Porque tus tetas se ven súper pesadas y obesas, mami. Te cuelgan con fuerza como si fueses una actriz porno.
Sugey vuelve a sonreír. Me acerco a ella, me toma de la mano y con sus uñas empieza a friccionar mis testículos.
—¡Joder! —aúllo agitado, cuando mis bolsas testiculares quedan a merced de mi madre.
—Bésame, amor —me dice seductora.
Mi pene golpetea su vientre plano, sus deliciosas y duras mamas se pegan a mi pecho estremecido, hundiéndose sus pezones en mi carne, y su lengua se acerca peligrosamente a mi boca, que ya está abierta para recibirla.
—“Muuumgghmmg.”
Las puntas de nuestras lenguas serpentean, húmedas, cuando se encuentran. Me es inevitable juntarme más con mi madre, desparramándose sus pechos contra mí. Mis manos traviesas viajan a su espalda, y con las yemas recorro desde su cuello hasta sus anchas caderas.
Cuando llego a la altura de sus nalgas las estrujo, hundiendo mis dedos sobre las dos masas de carne que tiemblan entre mis palmas.
—¡Ouhgggh! —gime mamá enloquecida.
Los golpeteos de mi pene sobre su vientre insisten, ansiosos de hundirse en su caliente vagina.
“Muuumgghmmg” nos seguimos besando.
Mamá continúa en su tarea de volverme loco mientras fricciona mis huevos, toda vez que su mano libre acaricia mi espalda, empleando la punta de sus uñas, provocándome intensos escalofríos.
—¡Muumhhhmmm! —los chapoteos de nuestras bocas y nuestras lenguas serpenteando y traspasando saliva se vuelven cadentes.
Y los magreos de esa apasionada madre mientras acaricia los huevos de su hijo nos hace secretar.
—Mi amor… pero qué dura la tienes —me halaga mamá sacando su lengua de mi boca.
—¡Así de duro me pones, mami! ¿Me dejas cogerte?
—Oh —sonríe—, ¿mi bebé quiere follar con mami de nuevo?
—¡Sí, mami, sí! —le digo desesperado, estrujando su culo con ansiedad, restregando mi pecho contra sus tetazas para que sus pezones me cosquilleen la piel, a la vez que mi glande mojado humedece con su espesura su vientre.
—Pero antes, mi niño ansioso, tienes que lavar a mami.
—¿Eh? Sí, mami, sí, yo te lavo.
Tengo que separarme de ella para evitar penetrarla ahí mismo. Estoy muy caliente, y el cuerpo exuberante de mamá no me ayuda en nada a controlar mis instintos más primarios.
Sugey, consciente de cómo me tiene de loquito, contonea sus grandes caderas cuando se mete a la bañera, permaneciendo de pie.
—Ven, amor, ven con mami.
No pierdo más el tiempo, mientras mi madre se sumerge en el agua, yo me meto dentro de la bañera e intento echarme sobre ella.
—Eh, eh, eh —me detiene sonriente, poniendo hábilmente sus pies sobre mi pecho para evitar echarme hacia sí.
—¡Mamá… déjame echarme sobre ti!
—No, amorcito, primero tenemos que ducharnos.
—¡Pero mamáaa!
—Pero nada, hijo. Vamos, siéntate en la parte opuesta de la bañera.
Rabiando, cual niño caprichudo, me sumerjo con cuidado sobre la calientísima agua.
—¡Súper caliente, mamá!
—Claro que no, bebé, está tibia.
—¡Tibia para ti!
—Los hombres siempre tan llorones —se echa a reír.
—Y las mujeres siempre tan diablitas. Seguramente no sienten que el agua está tan caliente porque son parte del infierno.
—Ah, mira, tú —sigue carcajeándose mamá.
Cuando logro por fin sumergirme, olvido que mi cuerpo hierve dentro del agua cuando veo que la mitad de sus pezones y areolas sobresalen entre la espuma que se concentra en el agua.
Trago saliva y estiro mis pies, metiéndolos debajo de las gordas piernas de mi madre.
—Dime, mamá, cómo se supone que te lave si estamos esquina contra esquina.
Sugey es tan seductora, que apenas concibo que aquella mirada lujuriosa que me echa entre sus ojazos azules, mordiéndose el labio inferior como si estuviese hambrienta, sea la misma mirada de una amorosa madre que durante toda mi vida me vio como tal.
—La distancia no impide nuestro contacto, hijo.
De pronto emergen sus deditos del pie derecho sobre las aguas, repletos de espuma y humedad.
—Comienza por mis dedos, amor.
Sus uñas están sensualmente pintadas con morado brillante, y son tan blancos y tan pequeños que sin demora me los llevo a mi boca.
La suavidad de sus dedos, que tiemblan entre mi lengua y paladar, le provocan espasmos. Mamá se revuelve en las aguas y mi lengua se desliza hasta su empeine y luego le pucho sus deditos otra vez.
—¡Ho, cielo… que lengua…! ¡Hoooh!
Muerdo suavemente sus deditos de uno en uno y los sigo chupando hasta que mamá considera que ha sido suficiente.
—Ahora sigue el otro pie, mamá —le digo.
—No —responde, repentinamente enrojecida de las mejillas—, ahora sigo yo.
Apenas entiendo a qué se refiere hasta que siento que uno de sus pies, específicamente sus uñas, se meten entre mis huevos, mientras que con el pie libre frota el largo de mi falo erecto.
—¡Joder! —tiemblo de gusto.
—Quédate quieto, amor —me dice mientras yo me muero de excitación—, y deja que mami acaricie tus bolitas y tu pene.
Los dedos de mamá acarician mis bolsas testiculares con suavidad, enterrando sus uñitas entre mis pliegues. Yo me estremezco y mi pelvis se pone caliente, casi eléctrica, y mi glande comienza a babear y a palpitar cuando la planta de uno de sus pies lo frota delicadamente, produciéndome espasmos.
—¡Oh, mami… mami… qué me haces… mamiii!
Ella tiene la punta de su lengua en su labio superior, sonriendo perversamente, y yo tengo mis brazos estirados en las posaderas de la tina de baño mientras tiemblo y hago gestos ridículos.
—¡Me matas… má… me mataaas!
Y considero que no es justo que mi madre me tenga subyugado a tal placer. Por eso, en un descuido, saco mi pie derecho de debajo de su pierna, y ladeándolo un poco, restriego mi dedo gordo entre los pliegues de su vulva, y ella respinga.
—¡Ougggh!
—Para que veas lo que se sienteee —le sonrío malévolo.
Mamá sigue masajeando mis huevos y mi verga entre espasmos, y yo, a su vez, intento introducir mis dedos a su caliente vagina, que palpita sobre mis yemas, y despide una espesura muy magna.
—¡Hijoooo… uffff, cómo me frotas el coñito, amor… cómo me lo frotas…!
—¡Hoooh… mami…!
Es parpadear y sentir que dentro del agua mamá aprieta mi pie con sus muslos, toda vez que ha hecho un movimiento preciso para que ahora me esté masturbando con las plantas de sus pies.
—¡Hoooh mamiii!
Entre sollozos veo sus pezones puntiagudos sumergirse y llenarse de espuma cada vez que ella se agita. Mientras tanto, me entrego al placer de sentir cómo sus hermosos pies aplastan mi pene desde el tronco, y se deslizan hasta el glande, para volver a descender hasta la base.
—¡Joder! ¡Cómo masturbas a tu hijo, mami… qué rico…!
—¡Sí! ¡Sí! —ella jadea mientras yo hago lo propio en su vulva.
Antes de que podamos continuar, mamá libera mi miembro y yo su vagina. Ella se incorpora, se pone de rodillas en la tina y veo cómo sus enormes senos flotan sobre las aguas y la espuma mientras ella, como una fiera, gatea hasta posicionarse sobre mí.
—¿Quieres penetrar a mami, mi amor? —me pregunta con un tono de putón.
—¡S----í! —respondo con dificultad.
Siento sus pesadas y gordas nalgas buscando mis piernas para sentarse sobre ellas, toda vez que mi erección busca su húmeda cuevita para enterrarse dentro de ella.
—¿Qué hago, mamá? —le pregunto cuando ya está completamente trepada sobre mí, con sus poderosas mamas a la altura de mi boca—. No quiero cometer ningún error.
Me parece mentira que aquella majestuosa y voluptuosa madre esté sentada sobre su hijo, muy cerquita a su verga.
Mamá sonríe, cachondísima, y con sus dos manos levanta su par de tetazas y me las acerca a la cara.
—¿Puedo morderlas? —le pregunto.
La rubia Sugey asiente con la cabeza, al tiempo que eleva sus caderas.
—Guía tu pene sobre mi rajita, amor —me pide—, con una de tus manos. Me voy a levantar un poco y tú la clavarás dentro de mami, ¿entendido, mi bebé?
—Sí, má… lo que tú digas.
Sus dos tetazas se posicionan frente a mí, mientras que yo, temblando de gozo, agarro mi palpitante pene en busca del agujero de mi madre.
—¡Justo ahí, amor! —gime ella cual golfa, al mismo tiempo que ella se para hacia sus costados cada una de sus bubis para que yo meta mi cara entre ellos y me aplaste—. ¡Siento tu pollita, mi bebé… justo ahí… la siento en mis labios vulvares, que están calientes, vibrándome, y buscan que los acaricies!
—¡Tus tetas son más grandes que mi cabeza, mami! —digo sorprendido, mientras ella aplasta mis mejillas con ellas.
Me sorprende que a pesar de que el agua esté caliente, la babaza que escapada de la vagina de mamá sea aún más tórrida.
—Frotame con tu glande, mi amor —jadea mamá, que comienza a menear sus caderas en círculos para sentir la punta de mi capullo en su umbral—. ¡Antes de metérmela quiero que me restriegues tu glande sobre mi clítoris, sobre mis labios mayores…! ¡Hoooh bebé… eso es… eso es… qué rico lo haces!
Saco mi cabeza de sus tetazas y mientras enloquezco frotando la exteriores de la abertura de mamá, me llevo sus pezones a la boca, primero uno y luego el otro.
—¡Cómtelas, mi niño! —jadea ella, oscilando sobre la punta de mi verga, que ya no aguanta sólo acariciar sus exteriores—. ¡Cómete las tetazas de tu mami, cielo! ¡Cómeteas! ¡Así, amorcito! ¡Justo así! ¡Y frótame abajito, con tu pene… así, justo así! ¡Hoooh, mi amor, estoy temblando!
—¡Sí, sí, mami, sí!
—¡Muérdeme mis pezones, corazón… estíralos, mami quiere que los estires más fuerte! Y ahora sí, rey… ve metiendo poco a poco tu pollita sobre mi chochito caliente…. ¡Huuuuumhh! ¡Madre míaaaa!
—¡Mamiiii!
—¡Hijooooo!
Mi tieso falo va hundiéndose dentro de mi madre. Ella jadea, se estremece, echa la cabeza hacia atrás y sus pechos con los pezones duros resplandecen.
—¡Qué bien aprietas, mami… qué bien lo haces!
Mi madre estrangula mi polla cuando logra comérsela toda. Hace contracciones que me aplastan todo mi tallo y me la calienta.
—¡Voy a levantarme un poco, mi niño…, poco a poco, para que sientas cómo te fricciono! ¡Para que las venas de tu falo se restrieguen contra mis paredes vaginales!
—¡Síiii!
—¡Ahí voy….!
Mamá se levanta, y conforme va liberando mi pene, su interior me va apretando muy fuerte.
—¡Hooooh mamáaaa!
Mamá se asegura de no salirse completamente, sino que cuando está friccionando la punta de mi glande, ella vuelve a sentarse y yo a empujo hacia arriba, para que nuestro encuentro sea íntimo y voraz.
—¡Mamáaaa!
—¡Síiiii bebéeee!
—¡Bésame, mamá, bésame!
Mamá tiene sus ojitos cerrados. Y ahora que mi polla está enterrada dentro de sí, la sujeto de la nuca, meto mis dedos entre su peli mojado, que se ha desanudado de su nuca y ahora se pega en su espalda, y la empujo hacia mi boca.
—¡Muuummm!
Se encuentran nuestros labios y nos besamos. Mi falo se desliza sobre su interior cada vez que ella echa las nalgas hacia arriba para luego dejarlas caer otra vez.
—¡Oummmghgg!
Nuestras lenguas chapoteando, mamá subiendo y bajando. Mi pene apretado dentro de su vagina. Mis manos apretando los globos de sus nalgas.
—¡Iré un poco más rápido! —me avisa, acomodando sus rodillas en mis costados.
—Sí, má, sí.
Y se sienta de nuevo sobre mi pene, y éste nada dentro de ella sintiendo una gran viscosidad muy caliente. Hay un cosquilleo justo en mi pubis, y las fricciones de mi glande contra sus paredes vaginales se vuelven más intensas.
—¡Más fuerte!—dice ella.
Y al cabo de unos segundos las aguas chapotean muy fuerte, los sentones de mamá son constantes, calientes y abruptos. Cada vez que el culo de mamá choca contra mis piernas, mi pene vibra y palpita dentro de ella, comprimiéndose.
—¡Se está saliendo toda el agua! —digo cuando miro hacia afuera de la bañera y veo una laguna.
—¡Que se salga toda… pero ahora fóllame, bebé, fóllame!
—¡Te amo mamá, te amo!
Mamá tiene unas caderas tan grandes que contrastan contra mi menudo cuerpo. Es ver unas nalgas gigantes aplastando a un joven enjuto que intenta dar lo mejor de sí. Y no quiero decepcionarla. Un mujerón como ella merece una buena follada.
—¡Estrújame los pechos, mi hombrecito! ¡Y clávamela duro… así como cuando te masturbabas pensando en mí!
—¿Eh? —me sorprendo tanto por su intuición como por la forma burda en que lanza aquellas palabras.
Esa no es la forma moral en que hablaría una madre de familia que encima se la pasa metida en la iglesia.
—¿Lo hacías, amor? —me pregunta insistente—, ¿te masturbabas pensando en mamá?
—¡Sí, mami…!
—¿Cuántas veces, hijo?
—¡Muchas veces, mamá…!
—¿En qué pensabas?
—¡En este momento! ¡En tus gigantescos melones, en tu coñito tan rosadito! ¡En tu enorme culo aplastándome los huevos!
—¡Oh, bebé, qué rico!
Mamá y yo haciendo el amor dentro de una tina. ¡Qué locura, joder!
—¡Yo te vi masturbándote hace semanas, mamá!
Es mi turno de trastornarla.
—¿Eh?
—¡Con un utensilio de cocina!
—¡Hoooh, mi amor! —No sé si está caliente o avergonzada.
—¡Jadeabas muy fuerte, mami… estabas muy caliente!
—¿Cómo ahora…? —me pregunta mientras me cabalga.
—¡Ahora estás más!
—¿Espiabas a mami mientras me duchaba, malcriado?
—¡Muchas veces, mamá! —respondo con orgullo.
Mamá menea sus caderas sobre mi verga y yo siento que no aguantaré más.
—¡Eres un niño malo, muy malo!
—¿Merezco una reprimenda? —digo, lamiendo de pasada sus gorditos pezones.
—¡Y ahora te la voy a dar!
—¿Cómo vas a castigarme, mami?
—¡Voy a tragarme tu verga hasta que se quede atorada dentro de mí!
—¡Hoooh síiii!
Mamá arrecia los sentones. Los chapoteos se intensifican. Los golpes de su culo que rebota sobre mis piernas me ponen cachondísimo.
—¡Mami! ¡Mamiiii!
—¡Hoooh, hijo, síiiiii!
Me siento incrédulo ante la forma desesperada con que ella me folla, como una posesa.
—¿Hace cuánto que no follabas con papá…?
—¡Mucho… mucho tiempo, amorrr!
Sí, se nota… pero… pero…
—¿Y con Nacho?
Su respuesta es un largo gemido.
—¡Haaaaa!
—¡Hoooo, mami!
Mamá cabalga sobre mí. Sus pechos se agitan en mi cara. En cada cabalgata intento atrapar una teta con mis dientes, y cuando consigo que uno de sus pezones se atore entre mis dientes, mamá grita de placer, pues se los restiro mientras ella sube y baja.
—¡Mamiiiii!¡No voy aguantar mucho!
—¡Aguanta, cielo, aguantaaa más!
Sus tetazas bambolean. Y mi pene está muy caliente, cosquillándome, a punto de explotar.
—¡Amo tus pechos, mamá, son tan grandes!
—¡Ohg, mi amor, que duro estás!
Aprieto mis manos contra sus caderas, como pretendiendo impulsarla arriba y abajo. Pero ella se entierra sola en mi falo. Lo hace con habilidad.
—¡Voy a explotaaar mamiiii!
La mitad del agua se ha salido de la bañera, pero la espuma se ha multiplicado tanto en cada sacudida, que parece que la tina está llena de nuevo.
Entonces, cuando estoy a punto de correrme dentro de ella, el teléfono de la casa suena.
“¡Riiing!”
—¡Hooooh! —gime mi madre, desconcentrándose, pero aun botando sobre mi verga, apretándomela en cada embestida.
—¡No contestes, mamá!
—¡Puede ser tu padre!
“¡Riiing!”
—¡Mamá… voy a explotaaar!
Sus tetazas rebotándome en la cara. Mi verga calientísima palpitando dentro de su coño.
“¡Riiing!”
—¡Hijo…!
—¡No contestes, mamá!
“¡Riiing!”
—¡Es tu padre… es tu padreee..!
—¡Me corroooo!
—¡Nooo!¡Mi bebéeee!
—¡Mamiiiii!
“¡Riiing!”
***
¡Valiendo mierda! ¡Joder! ¡Mil veces joder!
No puedo creer que mi madre me haya dejado con los huevos llenos de leche, con mi pene a punto de explotar. Me duele el glande de verdad, me duelen los testículos.
Mamá ha ido por su teléfono celular cuando el teléfono dejó de sonar, dejándome allí en la bañera empalmado. Sugey vuelve con su móvil pero luego papá la llama por ahí.
Yo estoy enfadadísimo, y mamá con un gesto me pide que me tranquilice, que ya pasará.
Antes de contestar, mamá pone el altavoz, para mantenerme al tanto y saber por qué mierdas mi padre ha interrumpido esta mega follada, ¿es que no puede ser un padre normal? ¿Es que en serio no pudo esperar al menos un puto minuto más, mientras su hijo le rellenaba a su esposa su hambriento coñito?
—Ya voy llegando, mujer —escucho que dice mi padre, y mamá y yo nos miramos asustados a la cara.
¡Lo que me faltaba!
—¿Qué? —grita mamá con asombro—. Lorenzo, pero si me dijiste que volvías hasta las diez.
—Se fue la luz en casa de mi hermano, Sugey. A un estúpido se le ocurrió chocar contra el poste que suministra electricidad a la cuadra y ahora nos quedamos a dos velas, a la mitad del partido.
—¡Pero Lorenzo!
Yo no lo puedo creer.
—Ya, ya, Sugey, te aviso para que nos prepares algunas botadas.
—¿Qué? ¡Pero…!
—Vienen mi hermano Freddy y un nuevo amigo suyo que estaba viendo el partido con nosotros. No tardaremos mucho en llegar, mujer. Menos mal se fue la luz justo cuando iba a comenzar el medio tiempo.
—¡Lorenzo, por Dios!
—Preparate unos cacahuates y frituras —continúa don mandón—. Dile a Tito que se lance a la tienda por unas cervezas, que creo que ya no hay. Ah, y unas coca-colas. Y tú hazte unas salchichas con chipotle, sal y limón, de esas que te salen de puta madre. Que te ayude Tito a sacar la mesa de la cocina, y la ponen en el centro de la sala, para que pongan las cosas.
—¡Lorenzo, yo no estoy preparada para recibir visitas!
—¡Déjate de tantas quejas, Sugey, y entiende lo que te digo! Que yo toda la semana me la paso trabajando, y un puto favor no me lo puedes hacer. Anda, y dile a tu hijo que te ayude, que también es otro que nunca está para ayudar a su padre. Pero la culpa la tienes tú, por tenerlo entre tus faldas —Entre sus piernas, mejor dicho, pienso—. En fin, Sugey. Ah, y en cuanto puedas hazte unas pizzas, que tenemos hambre, que creo que tienes masa para hornear en el refrigerador. Llegamos en un rato.
—¡Lorenzo, yo no haré na…!
Tiiii
Tiiiiii
Tiiiiiiii
Papá ha colgado.
El gesto de mi madre y el mío es de rabia y sorpresa.
Me salgo de la bañera y me pongo las chanclas, para no resbalarme entre el aguacero.
—¡Ya has oído a tu padre, Tito! ¡Y yo es que no me lo puedo creer!
Mamá tiene lágrimas en los ojos, y yo me apresuro a cogerla entre mis brazos, y los dos desnudos respiramos.
—No hagas nada, má, no me jodas, que te trata como su criada.
Ella gimotea, rodeándome con sus brazos. Los dos nos abrazamos, juntando nuestros desnudos cuerpos.
—¡Ay, hijo… lo siento tanto…!
—¡Papá cree que tiene una sirvienta en casa y no es verdad, mamá! ¡Cree que porque te quedas en casa no trabajas, cuando el mayor trabajo radica en las labores del hogar!
—Gracias… mi cielo.
—No, mami, no llores más.
Me da rabia que mi padre se porte así con ella.
—No sé qué haría sin ti, amor —me dice, separándose un poco de mí—, anda, cámbiate, que hay que hacer lo que Lorenz…
—¡No, mamá, mi papá está pendejo si cree que nosotros somos sus esclavos!
—Vístete, hijo, que no tardan en llegar, ya oíste. Y, por favor, antes ayúdame a secar todo este desastre.
—¡Pero mamá!
Y veo cómo mi progenitora sale corriendo desnuda hasta su cuarto para cambiarse, con su culazo y sus tetazas bamboleando.
—¡Mierda! —maldigo al inútil y machista de mi padre—. ¡Ni fornicar a gusto nos dejas, cabrón!
Y yo también, rabiando, hago lo que mamá me ha dicho y luego me cambio de ropa, que encima tengo que ir de mandadero a la tienda por cervezas y refrescos.
—¡MIERDA! —grito más fuerte, muy enojado.
¿Quién se cree que es papá, para pensar que tiene derecho de hablarle a mi madre con semejante frialdad? Ella en el fondo debe de tenerle miedo, o no se habría echado a llorar ni mucho menos se habría puesto a hacer lo que él le ha ordenado.
—¡No me lo puedo creer, justo cuando estaba a punto de eyacular!
Me pongo unos vaqueros, un par de tenis negros y una camisa blanca con cuello de polo. Reviso mi teléfono y veo mil mensajes de Elvira.
¡Mierda!
Menos mal tenía mis notificaciones en silencio.
Apago el celular y ya luego veo qué invento para justificar la plantada que le puse. Seguro me querrá matar, pero algo podré hacer para contentarla.
Cuando salgo de mi cuarto veo que mi madre ya no está en el suyo, sino que está acomodando todo en la sala para recibir a ese montón de flojos vaquetones que han interrumpido un polvo tremendo entre mamá y yo.
—Mamá, espera, que te ayudo.
Ella se ha puesto los leggins grises que le marcan el culo y la vulvita, pero sé que lo hizo para andar cómoda y poder moverse mientras prepara las botanas. Al menos la blusita que lleva puesta es holgada, que ya bastante tendré con las miradas lujuriosas que le echará mi tío Freddy a su culo, y ahora con el amigo ese que vendrá con ellos.
—¡No somos sus esclavos, madre! —vuelvo a gritar, arrastrando la mesa para llevarla a la sala de estar.
—¡Mi niño, deja de rabiar y levanta la mesa, que las patas rayarán el piso!
—¡Es que no es justo, mamá!
—Yo sé que no es justo, Tito, pero es tu papá y lo tenemos que obedecer.
—¡Li tinimis qui ibidicir! —la remedo, incrédulo de su sumisión.
Cuando pongo la mesa en la sala de estar, siento que mamá me llega por detrás y me rodea con sus brazos, de forma tierna.
—¡Oh! —gimo.
Siento su lengua en mi cuello y una de sus manos deslizándose hasta mi bragueta, que la soba y me relaja.
—Voy a compensarte luego, amor —me promete.
—¿Cuándo? —le digo, girándome, para besarle sus carnosos labios, metiendo mis dedos entre su pelo.
—Un día de estos.
—Hoy, mami.
—Tu padre ya viene.
—A media noche —se me ocurre, cuando me giro por completo y comienzo a estrujarle las nalgas.
—No, amor, es peligroso.
—Papá tiene el sueño pesado, y si encima se emborracha…
—Eres tremendo, Tito.
Nos seguimos besando, nuestras lenguas chapoteando una contra la otra y mis dedos enterrándose en su gordo culo.
—¿Entonces te vienes a mi cuarto en la madrugada, mami?
—Ya veremos —jadea mientras absorbe mis labios con su boca.
¡Qué bien besa!
—Esa no es una respuesta, má.
—Anda, Tito, deja de magrearme el culo que harás que me moje y los líquidos se trasparentarán en mis leggins.
Estamos todavía con nuestras lenguas húmedas jugueteando en nuestras bocas cuando oímos que el auto de papá se estaciona afuera de la casa. Mamá y yo nos soltamos, nos ajustamos la ropa y oímos otros dos autos que se estacionan uno delante del coche de papá, y otro detrás de él.
—Tu tío y su amigo, deben de ser —intuye mamá fastidiada.
Volvemos los dos a la cocina para terminar de servir frituras en varios platos. Veo que mamá echa el culo hacia el refrigerador en busca de algo.
—¿En serio vas hacerles pizza a esos cabrones, mamá? —le pregunto quisquilloso.
—No lo sé —dice ella encogiéndose de hombros—, bueno sería no hacerles nada.
—Buenas, mujer —es la voz de papá cuando entra a casa.
Mamá y yo nos miramos fastidiados.
Por el caos que escuchamos, pareciera que entró una estampida de toros. Miro por el umbral de la cocina y veo que mi hermana Lucy y mi prima Esther se meten en el cuarto de la primera, para continuar con sus chismes.
Papá hace pasar al tío Fred y a su amigo, a quienes veo de espaldas.
—Ven, Tito, ayúdame con la bandeja —me pide mamá.
Todavía encabritado, recojo la bandeja con frituras y voy detrás de ella, que lleva dos refrescos que encontró en el refri. Al menos me concentro viendo su culazo rebotar detrás de ella.
—Bonita cosa —mascullo entre dientes—, de amantes terminamos siendo camareros.
—Shhh —me calla mamá.
Papá nos mira desde la sala y nos pide que avanecemos más aprisa.
—Sugey, que bueno que traes refrescos, que venimos sedientos. Mira, este es Nacho, el amigo de Freddy. Nacho, esta es mi esposa Sugey.
Cuando escucho un jadeo de terror de mi madre apenas advierto el motivo de su desconcierto.
El nombre de “Nacho” no sólo hace eco en mi cabeza, sino que cuando miro hacia la sala de estar, entiendo el estado de asombro y terror de mi madre.
Junto a mi padre está Nacho, el presunto amante de mamá, con el que la he visto un par de veces; la última vez, mientras se la llevaba en su coche por ahí.
Y mamá, que evidentemente no esperaba su presencia allí, está más que asustada, porque sabe, como yo, que la visita de ese hijo de puta en nuestra casa no es ninguna casualidad.
Algo trama, el infeliz, y yo no sé qué mierdas va a pasar ahora.
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—¿Te gusta muy caliente, amor? —me pregunta mamá, que está inclinada, desnuda, sobre la bañera, aclimatando el agua y vertiéndole aromas y jabón espumoso.
Yo estoy dos metros detrás de ella también desnudo, empalmado, con mi pene en la mano derecha, acariciándolo a conciencia, mientras contemplo las fascinantes vistas de su redondo y brillante culo empinado, su rajita rosada entreabierta, goteando, y sus labios vulvares enrojecidos, hinchados, clamando mi lengua.
—¿Entonces, hijo? —me pregunta de nuevo mamá, que menea las caderas mientras agita el agua.
—¿Eh? —respondo distraído, incapaz de mirar otra cosa que no sea su hermoso y carnoso agujerito, y su diminuto ano de tez más oscura, que luce dilatado en esa obscena posición.
—¿Te gusta caliente, Tito?
—Sí, má, me gustas tú muy caliente.
Escucho su candorosa risa.
Así, empinada, con su coñito expuesto hacia mí, ladea la cabeza para mirarme, sonriendo.
—El agua, travieso, me refiero al agua.
—Ah —trago saliva—, pues tibia.
—Bien.
Y vuelve a lo suyo.
Mamá brilla de pies a cabeza. Su color de piel es blanca como la leche, pero también tiene matices sonrosados. Parece una muñequita. Sus largas piernas lucen maravillosas, firmes, y sus dos nalgas, que vibran en cada movimiento, resplandecen por la luz de la lámpara.
—Te miras deliciosa, mami —le digo atragantado.
No puedo creer que la haya penetrado.
Mamá se inclina, se voltea y me mira.
—¿Empalmado otra vez, amor? —tiene las manos en jarra, y con esa postura la anchura ovalada de sus caderas es más aparatosa.
—Es que no lo puedo evitar, mami, estás muy buena.
Sugey, con sensualidad, se ata su melena dorada en la nuca, extiende su mano y me indica que me acerque.
Los dos grandes melones que le cuelgan en el pecho delatan su calentura a juzgar por lo durito de sus enhiestos pezones. Son tan enormes.
Siento un calor en las mejillas mientras la contemplo.
—¿No te duele la espalda, mami?
—¿Por qué iba a dolerme, mi niño?
—Porque tus tetas se ven súper pesadas y obesas, mami. Te cuelgan con fuerza como si fueses una actriz porno.
Sugey vuelve a sonreír. Me acerco a ella, me toma de la mano y con sus uñas empieza a friccionar mis testículos.
—¡Joder! —aúllo agitado, cuando mis bolsas testiculares quedan a merced de mi madre.
—Bésame, amor —me dice seductora.
Mi pene golpetea su vientre plano, sus deliciosas y duras mamas se pegan a mi pecho estremecido, hundiéndose sus pezones en mi carne, y su lengua se acerca peligrosamente a mi boca, que ya está abierta para recibirla.
—“Muuumgghmmg.”
Las puntas de nuestras lenguas serpentean, húmedas, cuando se encuentran. Me es inevitable juntarme más con mi madre, desparramándose sus pechos contra mí. Mis manos traviesas viajan a su espalda, y con las yemas recorro desde su cuello hasta sus anchas caderas.
Cuando llego a la altura de sus nalgas las estrujo, hundiendo mis dedos sobre las dos masas de carne que tiemblan entre mis palmas.
—¡Ouhgggh! —gime mamá enloquecida.
Los golpeteos de mi pene sobre su vientre insisten, ansiosos de hundirse en su caliente vagina.
“Muuumgghmmg” nos seguimos besando.
Mamá continúa en su tarea de volverme loco mientras fricciona mis huevos, toda vez que su mano libre acaricia mi espalda, empleando la punta de sus uñas, provocándome intensos escalofríos.
—¡Muumhhhmmm! —los chapoteos de nuestras bocas y nuestras lenguas serpenteando y traspasando saliva se vuelven cadentes.
Y los magreos de esa apasionada madre mientras acaricia los huevos de su hijo nos hace secretar.
—Mi amor… pero qué dura la tienes —me halaga mamá sacando su lengua de mi boca.
—¡Así de duro me pones, mami! ¿Me dejas cogerte?
—Oh —sonríe—, ¿mi bebé quiere follar con mami de nuevo?
—¡Sí, mami, sí! —le digo desesperado, estrujando su culo con ansiedad, restregando mi pecho contra sus tetazas para que sus pezones me cosquilleen la piel, a la vez que mi glande mojado humedece con su espesura su vientre.
—Pero antes, mi niño ansioso, tienes que lavar a mami.
—¿Eh? Sí, mami, sí, yo te lavo.
Tengo que separarme de ella para evitar penetrarla ahí mismo. Estoy muy caliente, y el cuerpo exuberante de mamá no me ayuda en nada a controlar mis instintos más primarios.
Sugey, consciente de cómo me tiene de loquito, contonea sus grandes caderas cuando se mete a la bañera, permaneciendo de pie.
—Ven, amor, ven con mami.
No pierdo más el tiempo, mientras mi madre se sumerge en el agua, yo me meto dentro de la bañera e intento echarme sobre ella.
—Eh, eh, eh —me detiene sonriente, poniendo hábilmente sus pies sobre mi pecho para evitar echarme hacia sí.
—¡Mamá… déjame echarme sobre ti!
—No, amorcito, primero tenemos que ducharnos.
—¡Pero mamáaa!
—Pero nada, hijo. Vamos, siéntate en la parte opuesta de la bañera.
Rabiando, cual niño caprichudo, me sumerjo con cuidado sobre la calientísima agua.
—¡Súper caliente, mamá!
—Claro que no, bebé, está tibia.
—¡Tibia para ti!
—Los hombres siempre tan llorones —se echa a reír.
—Y las mujeres siempre tan diablitas. Seguramente no sienten que el agua está tan caliente porque son parte del infierno.
—Ah, mira, tú —sigue carcajeándose mamá.
Cuando logro por fin sumergirme, olvido que mi cuerpo hierve dentro del agua cuando veo que la mitad de sus pezones y areolas sobresalen entre la espuma que se concentra en el agua.
Trago saliva y estiro mis pies, metiéndolos debajo de las gordas piernas de mi madre.
—Dime, mamá, cómo se supone que te lave si estamos esquina contra esquina.
Sugey es tan seductora, que apenas concibo que aquella mirada lujuriosa que me echa entre sus ojazos azules, mordiéndose el labio inferior como si estuviese hambrienta, sea la misma mirada de una amorosa madre que durante toda mi vida me vio como tal.
—La distancia no impide nuestro contacto, hijo.
De pronto emergen sus deditos del pie derecho sobre las aguas, repletos de espuma y humedad.
—Comienza por mis dedos, amor.
Sus uñas están sensualmente pintadas con morado brillante, y son tan blancos y tan pequeños que sin demora me los llevo a mi boca.
La suavidad de sus dedos, que tiemblan entre mi lengua y paladar, le provocan espasmos. Mamá se revuelve en las aguas y mi lengua se desliza hasta su empeine y luego le pucho sus deditos otra vez.
—¡Ho, cielo… que lengua…! ¡Hoooh!
Muerdo suavemente sus deditos de uno en uno y los sigo chupando hasta que mamá considera que ha sido suficiente.
—Ahora sigue el otro pie, mamá —le digo.
—No —responde, repentinamente enrojecida de las mejillas—, ahora sigo yo.
Apenas entiendo a qué se refiere hasta que siento que uno de sus pies, específicamente sus uñas, se meten entre mis huevos, mientras que con el pie libre frota el largo de mi falo erecto.
—¡Joder! —tiemblo de gusto.
—Quédate quieto, amor —me dice mientras yo me muero de excitación—, y deja que mami acaricie tus bolitas y tu pene.
Los dedos de mamá acarician mis bolsas testiculares con suavidad, enterrando sus uñitas entre mis pliegues. Yo me estremezco y mi pelvis se pone caliente, casi eléctrica, y mi glande comienza a babear y a palpitar cuando la planta de uno de sus pies lo frota delicadamente, produciéndome espasmos.
—¡Oh, mami… mami… qué me haces… mamiii!
Ella tiene la punta de su lengua en su labio superior, sonriendo perversamente, y yo tengo mis brazos estirados en las posaderas de la tina de baño mientras tiemblo y hago gestos ridículos.
—¡Me matas… má… me mataaas!
Y considero que no es justo que mi madre me tenga subyugado a tal placer. Por eso, en un descuido, saco mi pie derecho de debajo de su pierna, y ladeándolo un poco, restriego mi dedo gordo entre los pliegues de su vulva, y ella respinga.
—¡Ougggh!
—Para que veas lo que se sienteee —le sonrío malévolo.
Mamá sigue masajeando mis huevos y mi verga entre espasmos, y yo, a su vez, intento introducir mis dedos a su caliente vagina, que palpita sobre mis yemas, y despide una espesura muy magna.
—¡Hijoooo… uffff, cómo me frotas el coñito, amor… cómo me lo frotas…!
—¡Hoooh… mami…!
Es parpadear y sentir que dentro del agua mamá aprieta mi pie con sus muslos, toda vez que ha hecho un movimiento preciso para que ahora me esté masturbando con las plantas de sus pies.
—¡Hoooh mamiii!
Entre sollozos veo sus pezones puntiagudos sumergirse y llenarse de espuma cada vez que ella se agita. Mientras tanto, me entrego al placer de sentir cómo sus hermosos pies aplastan mi pene desde el tronco, y se deslizan hasta el glande, para volver a descender hasta la base.
—¡Joder! ¡Cómo masturbas a tu hijo, mami… qué rico…!
—¡Sí! ¡Sí! —ella jadea mientras yo hago lo propio en su vulva.
Antes de que podamos continuar, mamá libera mi miembro y yo su vagina. Ella se incorpora, se pone de rodillas en la tina y veo cómo sus enormes senos flotan sobre las aguas y la espuma mientras ella, como una fiera, gatea hasta posicionarse sobre mí.
—¿Quieres penetrar a mami, mi amor? —me pregunta con un tono de putón.
—¡S----í! —respondo con dificultad.
Siento sus pesadas y gordas nalgas buscando mis piernas para sentarse sobre ellas, toda vez que mi erección busca su húmeda cuevita para enterrarse dentro de ella.
—¿Qué hago, mamá? —le pregunto cuando ya está completamente trepada sobre mí, con sus poderosas mamas a la altura de mi boca—. No quiero cometer ningún error.
Me parece mentira que aquella majestuosa y voluptuosa madre esté sentada sobre su hijo, muy cerquita a su verga.
Mamá sonríe, cachondísima, y con sus dos manos levanta su par de tetazas y me las acerca a la cara.
—¿Puedo morderlas? —le pregunto.
La rubia Sugey asiente con la cabeza, al tiempo que eleva sus caderas.
—Guía tu pene sobre mi rajita, amor —me pide—, con una de tus manos. Me voy a levantar un poco y tú la clavarás dentro de mami, ¿entendido, mi bebé?
—Sí, má… lo que tú digas.
Sus dos tetazas se posicionan frente a mí, mientras que yo, temblando de gozo, agarro mi palpitante pene en busca del agujero de mi madre.
—¡Justo ahí, amor! —gime ella cual golfa, al mismo tiempo que ella se para hacia sus costados cada una de sus bubis para que yo meta mi cara entre ellos y me aplaste—. ¡Siento tu pollita, mi bebé… justo ahí… la siento en mis labios vulvares, que están calientes, vibrándome, y buscan que los acaricies!
—¡Tus tetas son más grandes que mi cabeza, mami! —digo sorprendido, mientras ella aplasta mis mejillas con ellas.
Me sorprende que a pesar de que el agua esté caliente, la babaza que escapada de la vagina de mamá sea aún más tórrida.
—Frotame con tu glande, mi amor —jadea mamá, que comienza a menear sus caderas en círculos para sentir la punta de mi capullo en su umbral—. ¡Antes de metérmela quiero que me restriegues tu glande sobre mi clítoris, sobre mis labios mayores…! ¡Hoooh bebé… eso es… eso es… qué rico lo haces!
Saco mi cabeza de sus tetazas y mientras enloquezco frotando la exteriores de la abertura de mamá, me llevo sus pezones a la boca, primero uno y luego el otro.
—¡Cómtelas, mi niño! —jadea ella, oscilando sobre la punta de mi verga, que ya no aguanta sólo acariciar sus exteriores—. ¡Cómete las tetazas de tu mami, cielo! ¡Cómeteas! ¡Así, amorcito! ¡Justo así! ¡Y frótame abajito, con tu pene… así, justo así! ¡Hoooh, mi amor, estoy temblando!
—¡Sí, sí, mami, sí!
—¡Muérdeme mis pezones, corazón… estíralos, mami quiere que los estires más fuerte! Y ahora sí, rey… ve metiendo poco a poco tu pollita sobre mi chochito caliente…. ¡Huuuuumhh! ¡Madre míaaaa!
—¡Mamiiii!
—¡Hijooooo!
Mi tieso falo va hundiéndose dentro de mi madre. Ella jadea, se estremece, echa la cabeza hacia atrás y sus pechos con los pezones duros resplandecen.
—¡Qué bien aprietas, mami… qué bien lo haces!
Mi madre estrangula mi polla cuando logra comérsela toda. Hace contracciones que me aplastan todo mi tallo y me la calienta.
—¡Voy a levantarme un poco, mi niño…, poco a poco, para que sientas cómo te fricciono! ¡Para que las venas de tu falo se restrieguen contra mis paredes vaginales!
—¡Síiii!
—¡Ahí voy….!
Mamá se levanta, y conforme va liberando mi pene, su interior me va apretando muy fuerte.
—¡Hooooh mamáaaa!
Mamá se asegura de no salirse completamente, sino que cuando está friccionando la punta de mi glande, ella vuelve a sentarse y yo a empujo hacia arriba, para que nuestro encuentro sea íntimo y voraz.
—¡Mamáaaa!
—¡Síiiii bebéeee!
—¡Bésame, mamá, bésame!
Mamá tiene sus ojitos cerrados. Y ahora que mi polla está enterrada dentro de sí, la sujeto de la nuca, meto mis dedos entre su peli mojado, que se ha desanudado de su nuca y ahora se pega en su espalda, y la empujo hacia mi boca.
—¡Muuummm!
Se encuentran nuestros labios y nos besamos. Mi falo se desliza sobre su interior cada vez que ella echa las nalgas hacia arriba para luego dejarlas caer otra vez.
—¡Oummmghgg!
Nuestras lenguas chapoteando, mamá subiendo y bajando. Mi pene apretado dentro de su vagina. Mis manos apretando los globos de sus nalgas.
—¡Iré un poco más rápido! —me avisa, acomodando sus rodillas en mis costados.
—Sí, má, sí.
Y se sienta de nuevo sobre mi pene, y éste nada dentro de ella sintiendo una gran viscosidad muy caliente. Hay un cosquilleo justo en mi pubis, y las fricciones de mi glande contra sus paredes vaginales se vuelven más intensas.
—¡Más fuerte!—dice ella.
Y al cabo de unos segundos las aguas chapotean muy fuerte, los sentones de mamá son constantes, calientes y abruptos. Cada vez que el culo de mamá choca contra mis piernas, mi pene vibra y palpita dentro de ella, comprimiéndose.
—¡Se está saliendo toda el agua! —digo cuando miro hacia afuera de la bañera y veo una laguna.
—¡Que se salga toda… pero ahora fóllame, bebé, fóllame!
—¡Te amo mamá, te amo!
Mamá tiene unas caderas tan grandes que contrastan contra mi menudo cuerpo. Es ver unas nalgas gigantes aplastando a un joven enjuto que intenta dar lo mejor de sí. Y no quiero decepcionarla. Un mujerón como ella merece una buena follada.
—¡Estrújame los pechos, mi hombrecito! ¡Y clávamela duro… así como cuando te masturbabas pensando en mí!
—¿Eh? —me sorprendo tanto por su intuición como por la forma burda en que lanza aquellas palabras.
Esa no es la forma moral en que hablaría una madre de familia que encima se la pasa metida en la iglesia.
—¿Lo hacías, amor? —me pregunta insistente—, ¿te masturbabas pensando en mamá?
—¡Sí, mami…!
—¿Cuántas veces, hijo?
—¡Muchas veces, mamá…!
—¿En qué pensabas?
—¡En este momento! ¡En tus gigantescos melones, en tu coñito tan rosadito! ¡En tu enorme culo aplastándome los huevos!
—¡Oh, bebé, qué rico!
Mamá y yo haciendo el amor dentro de una tina. ¡Qué locura, joder!
—¡Yo te vi masturbándote hace semanas, mamá!
Es mi turno de trastornarla.
—¿Eh?
—¡Con un utensilio de cocina!
—¡Hoooh, mi amor! —No sé si está caliente o avergonzada.
—¡Jadeabas muy fuerte, mami… estabas muy caliente!
—¿Cómo ahora…? —me pregunta mientras me cabalga.
—¡Ahora estás más!
—¿Espiabas a mami mientras me duchaba, malcriado?
—¡Muchas veces, mamá! —respondo con orgullo.
Mamá menea sus caderas sobre mi verga y yo siento que no aguantaré más.
—¡Eres un niño malo, muy malo!
—¿Merezco una reprimenda? —digo, lamiendo de pasada sus gorditos pezones.
—¡Y ahora te la voy a dar!
—¿Cómo vas a castigarme, mami?
—¡Voy a tragarme tu verga hasta que se quede atorada dentro de mí!
—¡Hoooh síiii!
Mamá arrecia los sentones. Los chapoteos se intensifican. Los golpes de su culo que rebota sobre mis piernas me ponen cachondísimo.
—¡Mami! ¡Mamiiii!
—¡Hoooh, hijo, síiiiii!
Me siento incrédulo ante la forma desesperada con que ella me folla, como una posesa.
—¿Hace cuánto que no follabas con papá…?
—¡Mucho… mucho tiempo, amorrr!
Sí, se nota… pero… pero…
—¿Y con Nacho?
Su respuesta es un largo gemido.
—¡Haaaaa!
—¡Hoooo, mami!
Mamá cabalga sobre mí. Sus pechos se agitan en mi cara. En cada cabalgata intento atrapar una teta con mis dientes, y cuando consigo que uno de sus pezones se atore entre mis dientes, mamá grita de placer, pues se los restiro mientras ella sube y baja.
—¡Mamiiiii!¡No voy aguantar mucho!
—¡Aguanta, cielo, aguantaaa más!
Sus tetazas bambolean. Y mi pene está muy caliente, cosquillándome, a punto de explotar.
—¡Amo tus pechos, mamá, son tan grandes!
—¡Ohg, mi amor, que duro estás!
Aprieto mis manos contra sus caderas, como pretendiendo impulsarla arriba y abajo. Pero ella se entierra sola en mi falo. Lo hace con habilidad.
—¡Voy a explotaaar mamiiii!
La mitad del agua se ha salido de la bañera, pero la espuma se ha multiplicado tanto en cada sacudida, que parece que la tina está llena de nuevo.
Entonces, cuando estoy a punto de correrme dentro de ella, el teléfono de la casa suena.
“¡Riiing!”
—¡Hooooh! —gime mi madre, desconcentrándose, pero aun botando sobre mi verga, apretándomela en cada embestida.
—¡No contestes, mamá!
—¡Puede ser tu padre!
“¡Riiing!”
—¡Mamá… voy a explotaaar!
Sus tetazas rebotándome en la cara. Mi verga calientísima palpitando dentro de su coño.
“¡Riiing!”
—¡Hijo…!
—¡No contestes, mamá!
“¡Riiing!”
—¡Es tu padre… es tu padreee..!
—¡Me corroooo!
—¡Nooo!¡Mi bebéeee!
—¡Mamiiiii!
“¡Riiing!”
***
¡Valiendo mierda! ¡Joder! ¡Mil veces joder!
No puedo creer que mi madre me haya dejado con los huevos llenos de leche, con mi pene a punto de explotar. Me duele el glande de verdad, me duelen los testículos.
Mamá ha ido por su teléfono celular cuando el teléfono dejó de sonar, dejándome allí en la bañera empalmado. Sugey vuelve con su móvil pero luego papá la llama por ahí.
Yo estoy enfadadísimo, y mamá con un gesto me pide que me tranquilice, que ya pasará.
Antes de contestar, mamá pone el altavoz, para mantenerme al tanto y saber por qué mierdas mi padre ha interrumpido esta mega follada, ¿es que no puede ser un padre normal? ¿Es que en serio no pudo esperar al menos un puto minuto más, mientras su hijo le rellenaba a su esposa su hambriento coñito?
—Ya voy llegando, mujer —escucho que dice mi padre, y mamá y yo nos miramos asustados a la cara.
¡Lo que me faltaba!
—¿Qué? —grita mamá con asombro—. Lorenzo, pero si me dijiste que volvías hasta las diez.
—Se fue la luz en casa de mi hermano, Sugey. A un estúpido se le ocurrió chocar contra el poste que suministra electricidad a la cuadra y ahora nos quedamos a dos velas, a la mitad del partido.
—¡Pero Lorenzo!
Yo no lo puedo creer.
—Ya, ya, Sugey, te aviso para que nos prepares algunas botadas.
—¿Qué? ¡Pero…!
—Vienen mi hermano Freddy y un nuevo amigo suyo que estaba viendo el partido con nosotros. No tardaremos mucho en llegar, mujer. Menos mal se fue la luz justo cuando iba a comenzar el medio tiempo.
—¡Lorenzo, por Dios!
—Preparate unos cacahuates y frituras —continúa don mandón—. Dile a Tito que se lance a la tienda por unas cervezas, que creo que ya no hay. Ah, y unas coca-colas. Y tú hazte unas salchichas con chipotle, sal y limón, de esas que te salen de puta madre. Que te ayude Tito a sacar la mesa de la cocina, y la ponen en el centro de la sala, para que pongan las cosas.
—¡Lorenzo, yo no estoy preparada para recibir visitas!
—¡Déjate de tantas quejas, Sugey, y entiende lo que te digo! Que yo toda la semana me la paso trabajando, y un puto favor no me lo puedes hacer. Anda, y dile a tu hijo que te ayude, que también es otro que nunca está para ayudar a su padre. Pero la culpa la tienes tú, por tenerlo entre tus faldas —Entre sus piernas, mejor dicho, pienso—. En fin, Sugey. Ah, y en cuanto puedas hazte unas pizzas, que tenemos hambre, que creo que tienes masa para hornear en el refrigerador. Llegamos en un rato.
—¡Lorenzo, yo no haré na…!
Tiiii
Tiiiiii
Tiiiiiiii
Papá ha colgado.
El gesto de mi madre y el mío es de rabia y sorpresa.
Me salgo de la bañera y me pongo las chanclas, para no resbalarme entre el aguacero.
—¡Ya has oído a tu padre, Tito! ¡Y yo es que no me lo puedo creer!
Mamá tiene lágrimas en los ojos, y yo me apresuro a cogerla entre mis brazos, y los dos desnudos respiramos.
—No hagas nada, má, no me jodas, que te trata como su criada.
Ella gimotea, rodeándome con sus brazos. Los dos nos abrazamos, juntando nuestros desnudos cuerpos.
—¡Ay, hijo… lo siento tanto…!
—¡Papá cree que tiene una sirvienta en casa y no es verdad, mamá! ¡Cree que porque te quedas en casa no trabajas, cuando el mayor trabajo radica en las labores del hogar!
—Gracias… mi cielo.
—No, mami, no llores más.
Me da rabia que mi padre se porte así con ella.
—No sé qué haría sin ti, amor —me dice, separándose un poco de mí—, anda, cámbiate, que hay que hacer lo que Lorenz…
—¡No, mamá, mi papá está pendejo si cree que nosotros somos sus esclavos!
—Vístete, hijo, que no tardan en llegar, ya oíste. Y, por favor, antes ayúdame a secar todo este desastre.
—¡Pero mamá!
Y veo cómo mi progenitora sale corriendo desnuda hasta su cuarto para cambiarse, con su culazo y sus tetazas bamboleando.
—¡Mierda! —maldigo al inútil y machista de mi padre—. ¡Ni fornicar a gusto nos dejas, cabrón!
Y yo también, rabiando, hago lo que mamá me ha dicho y luego me cambio de ropa, que encima tengo que ir de mandadero a la tienda por cervezas y refrescos.
—¡MIERDA! —grito más fuerte, muy enojado.
¿Quién se cree que es papá, para pensar que tiene derecho de hablarle a mi madre con semejante frialdad? Ella en el fondo debe de tenerle miedo, o no se habría echado a llorar ni mucho menos se habría puesto a hacer lo que él le ha ordenado.
—¡No me lo puedo creer, justo cuando estaba a punto de eyacular!
Me pongo unos vaqueros, un par de tenis negros y una camisa blanca con cuello de polo. Reviso mi teléfono y veo mil mensajes de Elvira.
¡Mierda!
Menos mal tenía mis notificaciones en silencio.
Apago el celular y ya luego veo qué invento para justificar la plantada que le puse. Seguro me querrá matar, pero algo podré hacer para contentarla.
Cuando salgo de mi cuarto veo que mi madre ya no está en el suyo, sino que está acomodando todo en la sala para recibir a ese montón de flojos vaquetones que han interrumpido un polvo tremendo entre mamá y yo.
—Mamá, espera, que te ayudo.
Ella se ha puesto los leggins grises que le marcan el culo y la vulvita, pero sé que lo hizo para andar cómoda y poder moverse mientras prepara las botanas. Al menos la blusita que lleva puesta es holgada, que ya bastante tendré con las miradas lujuriosas que le echará mi tío Freddy a su culo, y ahora con el amigo ese que vendrá con ellos.
—¡No somos sus esclavos, madre! —vuelvo a gritar, arrastrando la mesa para llevarla a la sala de estar.
—¡Mi niño, deja de rabiar y levanta la mesa, que las patas rayarán el piso!
—¡Es que no es justo, mamá!
—Yo sé que no es justo, Tito, pero es tu papá y lo tenemos que obedecer.
—¡Li tinimis qui ibidicir! —la remedo, incrédulo de su sumisión.
Cuando pongo la mesa en la sala de estar, siento que mamá me llega por detrás y me rodea con sus brazos, de forma tierna.
—¡Oh! —gimo.
Siento su lengua en mi cuello y una de sus manos deslizándose hasta mi bragueta, que la soba y me relaja.
—Voy a compensarte luego, amor —me promete.
—¿Cuándo? —le digo, girándome, para besarle sus carnosos labios, metiendo mis dedos entre su pelo.
—Un día de estos.
—Hoy, mami.
—Tu padre ya viene.
—A media noche —se me ocurre, cuando me giro por completo y comienzo a estrujarle las nalgas.
—No, amor, es peligroso.
—Papá tiene el sueño pesado, y si encima se emborracha…
—Eres tremendo, Tito.
Nos seguimos besando, nuestras lenguas chapoteando una contra la otra y mis dedos enterrándose en su gordo culo.
—¿Entonces te vienes a mi cuarto en la madrugada, mami?
—Ya veremos —jadea mientras absorbe mis labios con su boca.
¡Qué bien besa!
—Esa no es una respuesta, má.
—Anda, Tito, deja de magrearme el culo que harás que me moje y los líquidos se trasparentarán en mis leggins.
Estamos todavía con nuestras lenguas húmedas jugueteando en nuestras bocas cuando oímos que el auto de papá se estaciona afuera de la casa. Mamá y yo nos soltamos, nos ajustamos la ropa y oímos otros dos autos que se estacionan uno delante del coche de papá, y otro detrás de él.
—Tu tío y su amigo, deben de ser —intuye mamá fastidiada.
Volvemos los dos a la cocina para terminar de servir frituras en varios platos. Veo que mamá echa el culo hacia el refrigerador en busca de algo.
—¿En serio vas hacerles pizza a esos cabrones, mamá? —le pregunto quisquilloso.
—No lo sé —dice ella encogiéndose de hombros—, bueno sería no hacerles nada.
—Buenas, mujer —es la voz de papá cuando entra a casa.
Mamá y yo nos miramos fastidiados.
Por el caos que escuchamos, pareciera que entró una estampida de toros. Miro por el umbral de la cocina y veo que mi hermana Lucy y mi prima Esther se meten en el cuarto de la primera, para continuar con sus chismes.
Papá hace pasar al tío Fred y a su amigo, a quienes veo de espaldas.
—Ven, Tito, ayúdame con la bandeja —me pide mamá.
Todavía encabritado, recojo la bandeja con frituras y voy detrás de ella, que lleva dos refrescos que encontró en el refri. Al menos me concentro viendo su culazo rebotar detrás de ella.
—Bonita cosa —mascullo entre dientes—, de amantes terminamos siendo camareros.
—Shhh —me calla mamá.
Papá nos mira desde la sala y nos pide que avanecemos más aprisa.
—Sugey, que bueno que traes refrescos, que venimos sedientos. Mira, este es Nacho, el amigo de Freddy. Nacho, esta es mi esposa Sugey.
Cuando escucho un jadeo de terror de mi madre apenas advierto el motivo de su desconcierto.
El nombre de “Nacho” no sólo hace eco en mi cabeza, sino que cuando miro hacia la sala de estar, entiendo el estado de asombro y terror de mi madre.
Junto a mi padre está Nacho, el presunto amante de mamá, con el que la he visto un par de veces; la última vez, mientras se la llevaba en su coche por ahí.
Y mamá, que evidentemente no esperaba su presencia allí, está más que asustada, porque sabe, como yo, que la visita de ese hijo de puta en nuestra casa no es ninguna casualidad.
Algo trama, el infeliz, y yo no sé qué mierdas va a pasar ahora.
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2 comentarios - Corrompiendo a mamá// cap. 12