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Sumiso o esclavo?

Me encontraba solo en casa, el sol de la tarde filtrándose por las cortinas entreabiertas. Un impulso me llevó al cajón de su ropa interior. Mis manos temblorosas buscaron entre sus prendas hasta encontrar la tanga de encaje rosa que tanto me gustaba. Sin pensarlo dos veces, me la coloqué, dejando que la tela suave acariciara mi piel.
No pasó mucho tiempo antes de que escuchara el sonido de la puerta principal abrirse. Mi corazón saltó a mi garganta mientras el miedo me invadía. Sabía que había cruzado una línea, que este juego solitario con la ropa de mi novia no sería bien recibido. Pero ya era demasiado tarde para deshacer lo hecho.
Su voz resonó por el pasillo, y antes de que pudiera reaccionar, la vi parada en la entrada. La expresión en su rostro cambió de sorpresa a furia en un instante. Sus ojos, llenos de desdén, se clavaron en mí, sentenciándome con su mirada.
"No puedo creer que estés usando eso", dijo, su tono lleno de desprecio. Sentí el peso de sus palabras como si fueran puñales en mi pecho.
Intenté disculparme, tartamudeando palabras de arrepentimiento, pero ella no me dejó hablar. Sus manos se convirtieron en un torbellino de golpes, castigando mi cuerpo con cada palabra no dicha, cada secreto guardado
El dolor físico se mezcló con la vergüenza y la humillación mientras me arrastraba por el suelo, suplicando perdón por mi indiscreción. Pero sus golpes no cesaron, cada uno más contundente que el anterior.
Finalmente, exhausto y derrotado, me arrastré a sus pies, suplicando clemencia. Pero ella solo me miró con desprecio, su mirada helada como el acero.
"Estás patético", dijo con desdén, antes de darme la espalda y abandonar la habitación, dejándome solo en la oscuridad de mi propia vergüenza.
Las lágrimas brotaban de mis ojos mientras me acurrucaba en la esquina de la habitación, sintiendo el peso abrumador de mi vergüenza y mi fracaso. Cada sollozo resonaba en la habitación vacía, un eco de mi propia desesperación.

De repente, la puerta se abrió de golpe, y allí estaba ella, con una mirada de furia en sus ojos. Sin decir una palabra, se quitó la camisa y la arrojó en mi dirección, golpeándome en el rostro.

"¡Ponte esto!", exclamó, su voz llena de ira contenida. "¡Ahora!"

Miré la prenda que había caído a mis pies, la tela suave y familiar de su ropa interior, junto con una calza y una remera. Sacudí la cabeza en negación.

"No", dije con voz temblorosa, negándome a obedecerla.

Su mano se estrelló contra mi mejilla con un golpe doloroso, y me encontré en el suelo, aturdido y confundido.

"¡Te dije que te la pusieras!", gritó, su voz llena de furia. "¡Obedece mis órdenes, puto de mierda!"

El miedo se apoderó de mí mientras la miraba con ojos suplicantes, sabiendo que no tenía otra opción más que obedecerla. Con manos temblorosas, recogí la ropa del suelo y me la puse, sintiendo el peso de su autoridad sobre mí
Ella me miró con desprecio mientras me ponía la ropa, sus ojos brillando con triunfo y satisfacción. Sabía que me tenía exactamente donde quería, bajo su control absoluto.

"Ahora, limpia tus lágrimas y prepárate para recibir tu castigo", dijo con una sonrisa maliciosa, su voz llena de promesas de dolor y humillación.
Su mano ágil y experta me sujetaba con fuerza mientras aplicaba el maquillaje, sus dedos crueles trazaban líneas de humillación en mi rostro, cada brochazo una marca de mi rendición. Yo sollozaba y rogaba que se detuviera, pero mis súplicas solo parecían alimentar su sadismo.

"¡Por favor, para!", supliqué, mis palabras ahogadas por el sonido del pincel sobre mi piel.

Ella ignoró mis ruegos, dedicada a su tarea con una determinación fría y calculada. Cada vez que intentaba esconderme, me golpeaba con fuerza, obligándome a permanecer quieto mientras ella se burlaba de mi desesperación.

"¡Quieto, puto!", gruñó, sus palabras como látigos en mi alma.

Finalmente, cuando mi rostro estaba completamente transformado por su mano cruel, ella se apartó y me miró con satisfacción, disfrutando de su obra maestra de humillación.

"Ahora, vamos a tomar algunas fotos", anunció, sacando su teléfono y comenzando a capturar mi vergüenza en imágenes.

Traté de esconderme, de cubrir mi rostro con las manos, pero ella me golpeó de nuevo, su voz llena de desprecio mientras me obligaba a enfrentar la cámara.
Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras me veía atrapado en su juego retorcido, sabiendo que no había escapatoria. Ella tenía el control total sobre mí, y estaba decidida a usarlo para su propio placer sádico.

"¿Qué harías si les envío estas fotos a tus amigos?", preguntó, su voz suave y sibilante mientras jugaba con el teléfono en su mano.

Mi corazón se detuvo ante la idea, el pánico se apoderó de mí mientras imaginaba las consecuencias de sus acciones. Ella sabía exactamente cómo atacar mis puntos débiles, cómo manipularme hasta que me quebrara por completo.

"No lo hagas, por favor", supliqué, mis palabras apenas audibles entre sollozos. "Te lo ruego, no lo hagas".
En la penumbra de la habitación, me encontré arrodillado ante ella, mis ojos llenos de lágrimas mientras sus palabras resonaban en mi mente. Mis manos temblaban, sintiendo el frío de la ropa interior femenina que me había visto obligado a vestir.

"¡Chupa mis pies, putito!", ordenó, empujando su pie desnudo hacia mi rostro.

Mis labios rozaron la suela de sus pies, un sabor amargo de humillación llenando mi boca. Cada lamida era como una afrenta a mi masculinidad, una rendición ante su poderosa voluntad.

"Más, mariconcito", gruñó, sus ojos brillando con malicia. "Demuéstrame cuánto deseas servirme".

Con cada lamida, sentía el peso de su dominio aplastándome, haciéndome sentir pequeño y débil. Ella se regocijaba en mi sumisión, en mi vergüenza, alimentándose de mi desesperación.

"¿Te imaginas lo que pensarían tus amigos si vieran esto?", susurró, su voz cargada de malicia. "Un machote como tú, arrastrándose ante su ama, chupando mis pies como el puto afeminado que eres".
Las lágrimas fluían libremente por mis mejillas mientras me enfrentaba a la cruel realidad de mi sumisión. Estaba atrapado en su juego retorcido, condenado a satisfacer sus deseos más oscuros sin esperanza de escape.
"No, por favor", sollocé, pero mis súplicas fueron recibidas con una risa burlona.
"Eres inútil", escupió, su tono lleno de desprecio. "Pero eso es lo que te hace tan excitante".
Mis palabras se perdieron en el aire, ahogadas por el peso de mi propia humillación. Sabía que no había vuelta atrás, que mi destino estaba sellado por las cadenas invisibles de mi sumisión.

2 comentarios - Sumiso o esclavo?

GabOficial +1
bueno, tenia q pasar... ahora a depilarse y ver q quiere tu ama. me gustaria cogerlas a las 2
matyvani +1
Mmm me encanta
GabOficial +1
preguntale a ella, a ver si entre las 2 me chupan la pija