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Pasados 30 minutos me llegó un mensaje de un número desconocido. Cuando lo abrí reconocí la misma foto de perfil que había visto en el mensaje que llegó al celular de mi novia en la mañana. Una foto de las tetas de mi novia llenas de leche era el único mensaje que había en la conversación. Debajo de ésta, leí “Qué lástima que no estás para limpiarlas, cornudito”.
Este pendejo estaba aprendiendo rápido.
Me quedé mirando pasmado la foto de las tetas de Pauli enchastradas de leche. En un momento me dí cuenta de que estaba en medio de la playa llena de gente y temí que alguien pasara y me viera viendo eso, y pensara que era un pervertido, depravado y me viera en un lío. Reloejeé el contexto en el que me encontraba girando mi cabeza y mirando por encima de un hombro, luego del otro, y, por suerte, no encontré ninguna mirada indiscreta que me privara de contemplar un poco más el Polock que Felipe había hecho en esas lolas hermosas que hasta hace poco eran todas para mí.
“Así es la vida”, me dije a mí mismo. “Y así son los cornudos como vos”, me dijo otra voz en mi cabeza. No hay plenitud en el cuckold sino el constante estar atravesado por diferentes sensaciones que se dan una a la vez, o todas juntas de repente, y van desde un amor profundo a nuestra pareja, a un odio insoportable a nosotros mismos.
Hay momentos en los que deseo fervientemente no ser un cornudo. No es que en esos momentos quiera ser un macho alfa. Simplemente no sentir ese deseo compulsivo de ponerme a mí mismo en esta situación de dolor. Pero no puedo conmigo, deseo fervientemente ver cómo otros hombres, más hombres que yo, atienden a mi mujer, y se ríen en mi cara.
El atardecer demoró poco más de media hora en llegar, y con él llegaron Pauli y Felipe a la playa. Volvieron charlando, riendo, como dos cómplices de una proeza de la que no debe enterarse nadie. La tarde se había puesto bastante más fresca, como suele ocurrir en el este, y se ve que la calentura que tenía yo no me había permitido percibirlo. Me di cuenta porque Pauli ya no vestía el remerón que apenas le tapaba la cola con el que habíamos llegado a la playa. En su lugar, se había puesto un short y un buzo de algodón holgado. Se la notaba cómoda.
“¿Cómo estuvo esa playita mi amor?”, me dijo Pauli antes de darme un tierno beso de boca abierta. Mientras los veía llegando una parte importante de mi ser esperaba con todas ansias que ese beso tuviese gusto a leche de su nuevo macho. Para mi desgracia, sabía a la Colgate de pomo chico que habíamos llevado para ese fin de semana en el este. “Bien mi amor”, contesté haciendo todo el esfuerzo del mundo por mantenerme relajado. “¿A ustedes cómo les fue?”, les pregunté. Ambos se miraron con mucha complicidad, como conteniéndose la risa.
“Nos fue bárbaro. Ordenamos un poco, pero todavía queda bastante para ordenar”, me dijo Felipe golpeando complacientemente mi hombro. “Sí, me dí cuenta por la foto. Estaba muy desordenado todo”, dije haciéndome el canchero, tirando un chiste para intentar no quedar como el más pelotudo de la playa.
“Capaz esta noche ordenamos un poco más Feli y yo, amor”, me dijo Pauli como pidiéndome disculpas avisándome que nadie estaba hablando de ordenar, sino de coger. No las necesitaba, aunque mi novia estuviese viviendo un amor de verano, dejándome casi plantado en el fin de semana que, se suponía, sería para los dos. Pero… mis cuernos, siempre mis cuernos, le iban a permitir hacer lo que quisiera, sin que yo osara cuestionar sus decisiones.
“Pero esta vez Pauli me va a ayudar a ordenar en casa”, me dijo Felipe mientras me guiñaba un ojo, escondiendo que el verdadero mensaje era que iba a sacudir a mi novia contra las paredes de su casa, colgando de su pija.
“Pero, ¿en tu casa no están tus amigos?”, pregunté sin poder esconder cuánto me asustaba la idea de dejar sola a Pauli entre tanto hombre. Creo que Pauli se dio cuenta.
“No amor, tranqui. Los amigos de Feli están en una casa al lado. Él está en un loft solo”, me dijo intentando tranquilizarme, y dejándome en claro que tenía todo calculado. “¡Ah, ta! Bueno”, solo atiné a decir yo, tan aturdido como si hubiese recibido una piña de Mike Tyson.
“Te la dejo, cornudo. Pasen un ratito juntos”, me tiró Felipe y enfiló hacia sus amigos, que aún seguían en la playa.
La miré a Pauli, con todo el amor posible, y nos abrazamos. “¿Estás bien mi amor?”, le pregunté intentando que se sintiera protegida. “¡Reee bien!”, me contestó con una exclamación de felicidad casi adolescente. “Está re bueno este finde. ¡Gracias por todo mi amor!”, me dijo y me dio otro abrazo fuerte. “No tenés que agradecerme. ¡Todo para vos!”, le respondí. “Ya sabés, sos todo. Soy tu cornudo. Y siempre voy a estar para esto”, agregué. “Ya sé mi amor. Sos el más cornudo del mundo, además”, redobló la apuesta mi novia. “Me encanta este pibe”, me dijo. “Ya sé si, se nota. Es re fachero”, contesté. “Más allá de que sea fachero. Me gusta. No sé qué es lo que tiene pero me calienta la idea de tenerlo cerca. Como que lo quiero coger todo el tiempo desde que lo vimos ayer en la playa. ¡Y cómo me coge mi amor! ¡Y qué pija linda que tiene! ¡Me encanta!”, me contaba Pauli. Yo escuchaba atento esas verdades que se me iban clavando como flechas romanas en el corazón, pero que a la vez me hacían volar los ratones en mi cabeza.
Pauli me contó que además de la cogida que se dieron, estuvieron charlando mucho, y que el pibe le caía de diez. Que él se interesó muchísimo por este estilo de vida que manteníamos en secreto y que quería saber todo, qué cosas habíamos hecho, cuáles teníamos ganas de hacer, y cuáles no haríamos nunca. Dice que ella le contó todo, fascinada, y que hasta le mostró algunas fotos de mí feminizado. Me morí de la vergüenza. Un poco me enojé porque no me consultó si yo quería compartir eso, pero no pude decirle nada. Me quedé callado mirando al frente mientras íbamos camino a la casa alquilada. Pauli se dio cuenta y enseguida me abrazo y me hizo unos mimos de los que a mí me gustan. Me contuvo, y así seguimos.
Cuando llegamos a la casa el día ya estaba entre la luz del día y la noche. Ese momento en que el cielo está estéticamente increíble, hermoso, y sucede así nomás, como sin esfuerzo alguno. Algo parecido a lo que me pasa con Pauli, es hermosa, en todo su ser, incluyendo su costado Hotwife. Parecía no querer esforzarse en lo más mínimo por buscar eso, solo le salía. Y a mí me derretía más que el sol del mediodía.
Merendamos algo en el parrillerito que tenía la casa, afuera, estaba fresquito y lindo. La hora iba pasando y yo sabía que tenía a mi novia por un ratito más. Fumamos uno, nos reimos mucho, nos pensamos otro poco, nos amamos más.
“Bueno amor, me escribió Feli que está en la casa pronto. Si no te jode capaz yo me voy a dar una ducha y aprontar, y después voy arrancando”, me dijo Pauli con el celular en la mano. “Dale amor, no hay problema. Gozate”, le dije como siempre.
Estaba algo molesto con toda la situación de que Pauli me abandonara todo el fin de semana que iba a ser para nosotros, por lo que decidí no participar de la preparación, y quedarme ahí afuera, medio que a lo oscuro, en soledad, contemplando el vacío de la noche. Mis ratones revoloteaban por ahí pero yo no les daba mucha cabida. Estaba en uno de esos momentos que todos los cornudos atravesamos. Ese en el que rechazamos lo que deseamos, nos resistimos y nos creemos íntegros. Estaba justo en esa. Como con la necesidad de decirle a mi novia que no me parecía lo que estaba haciendo, que quería pasar con ella, coger con ella, disfrutar juntos. Estuve batallando conmigo todo el tiempo que le llevó a ella aprontarse. Deben haber pasado 40 minutos en los que estuve enroscado conmigo mismo, enojado.
“Estás seguro que no te molesta que vaya amor, ¿No?”, la voz de Pauli me sacó de mi letargo. Alcé la vista para mirarla, aún empantanado en mis pensamientos. El contacto de mi vista con su imagen fue inicio del hechizo que me sacó cualquier incógnita acerca del sentido de todo esto que alojara en mi cerebro. Verla ahí, con esa remera en strapless que había elegido para la ocasión, que daba la sensación de ser un muy débil rival para toda la potencia de las tetas de mi reina, poniendo ansioso a hombres y mujeres por igual, ante la inminente sensación de que se le iban a escapar las tetas en cualquier momento. Siguiendo el paneo hacia abajo se encontrarían con una mini de colores, que le quedaba ajustada y corta, pero no lo suficiente para tener que estársela bajando todo el tiempo para que no se le vea el culo. Fresca, pero rajaba la tierra de lo sexy que se veía. ¡Qué pedazo de mujer que era mi novia! Sentí que tenía que dejarme de quejar internamente, que tenía que disfrutar de lo que el destino me estaba dando, la posibilidad de ser el cornudo más grande del mundo, como me decía siempre Pauli.
Entonces me entregué por completo.
“¡Opa mi amor! ¡Lo linda que sos! ¡Lo hermosa que estás!”, le halagué de la forma más exagerada que pude. “¿En serio decís que estoy linda? No tenía mucho más que ponerme, no había planificado tener una cita, jajaja”, decía desconfiada. “Sí, mi amor. Estás hermosa. Igual, no sé si te va a durar mucho este look, igual, me parece”, dije como intentándola tranquilizar. “¿Decís que le gustaría a Feli? Tampoco es que estoy re puta, ¿no?”, me dijo y frunció el entrecejo de una forma que me pareció divertida. Yo nunca pude hacer ese tipo de gestos. “Amor, me parece que el tipo no precisa que te vistas de ninguna manera particular para saber que sos una puta. Me parece que esa faceta de vos ya la conoce bastante”, me animé a decirle a riesgo de ofenderla. “Bueno, me encantaría llegar en bolas y que me coja de una. Pero una no tiene que perder el decoro. Pija voy a tener igual”, me dijo con una naturalidad asombrosa, como si estuviese hablando con una amiga íntima.
No terminó de decirme eso y las luces de un auto iluminaron la calle frente a la casa. “Bueno amor. Ahí vino”, me dijo escuetamente. Me agarró la cara con las dos manos y me dio un beso suave y dulce. Mi miró a los ojos y me dijo “Te amo”. Sonreí como un estúpido, como con cara como derretida seguramente, “Te amo mucho”, le respondí haciendo un tonto énfasis en la “ch” que me pareció un poco ridículo.
La vi alejarse de mí casi corriendo hacia la calle, donde ya había parado el auto de Felipe. Dio media vuelta por detrás de él y se subió por la puerta del acompañante, sintiendo que tenía 20 de nuevo, seguramente.
El auto demoró unos cuantos segundos en arrancar, quizás 20, no lo sé. El hecho es que yo me quedé ahí parado mirando, sin poder ver nada de lo que pasaba en el interior del vehículo, podía ser cualquier cosa. Podían estar charlando, podían estar saludándose amistosamente, podían estar discutiendo los planes de la noche, halagándose mutuamente, o cualquier otra cosa. Yo, por supuesto, había elegido ya pensar en que se estaban re comiendo la boca, y que las manos de Feli, como le gustaba decirle a Pauli, ya estaban bajando el strapless de mi novia.
Dos bocinazos tímidos y el auto poniéndose en marcha fue la señal de que ya no tenía nada más que hacer ahí. Ya se la había llevado. Me fui para adentro de la casa a seguir dándole a la imaineta, viendo dentro de mi cabeza cómo quería que Felipe se cogiera a mi novia. Como ella, que era una reina, se lo merecía.
Me senté en el sillón que había en el living/comedor/cocina, puse algo de música, y me puse a recorrer redes sociales y mirar algo de porno en el celular. Como para matar el tiempo y a la vez nutrir la fantasía.
Me imaginaba, por supuesto, que irían en el auto y él, siendo tan canchero, lograría de alguna forma que mi novia le chupara la pija de camino a la casa. Total, ya se la había chupado en la playa a la salida de una fiesta. Era claro que no tenía demasiados problemas con que la vieran con él, o estaba segura de que nadie conocido lo haría. ¿Acabaría él con esa chupada de pija antes de llegar al destino? De alguna forma yo estaba convencido que no.
También pensaba que ella podía levantar las piernas por sobre el portaguantes del auto, las abriría y correría su tanguita para mostrarle cuan empapada tenía la concha, y le dejaría colar algunos dedos, mientras se imaginaba su pija llenándola.
¿Hablarían de mí? Tenía algunas ideas persecutorias que los ponían a ambos haciendo referencia a mi persona en la poca conversación que tuviesen de camino a donde fuera que iban. Él, probablemente, hiciera mención a la suerte de que yo fuera tan cornudo, y seguramente se mostraría incrédulo ante la posibilidad de que él mismo quisiera ser cornudo en algún momento. Ella hablaría muy bien de mí, seguramente, me cuidaría. Salvo que él se pusiera en modo macho alfa, e hiciera muchas referencias a mi cornudismo, y a lo poco hombre que soy, llevando a mi reina a entusiasmarse con la idea y subirse de lleno a pensarme como un micro hombre.
“Llegamos mi amor. Voy a dejar el cel por un ratito, porque me voy a coger rico a este pendejo de una. No lo voy a dejar ni entrar a la casa, creo. Jajajaja. Besos. Te amo”, decía el mensaje que recibí de Pauli unos pocos minutos después de que había reposado mi cuerpo en el sillón. La calentura que tenía me agarraba el corazón con las dos manos, y le daba unos golpes contra el piso. ¡Pero qué bien se sentía!
Sabía que mi amada no le iba a perdonar ni medio segundo. Se lo quería re garchar. Tanto así que no más de diez minutos después, recibí otro mensaje, esta vez de Felipe, con una foto de mi novia, aún con el strapless puesto, pero sin pollera, en cuatro, con el culo en pompa encima de una cama que yo no conocía. “Cornudito. Mirá como se me pone la putita de tu mujer. ¿Sabés qué vino a buscar?”, decía debajo de la foto. Me prendí en el juego de una, y le respondí “pija”. Como contrarrespuesta recibí otra foto que decía “La pija que ya se está comiendo. Desesperada. Nos vemos”, y en la que se veía el abdomen todo marcado de Felipe semi tapado por la cabeza de Pauli, que se notaba ya le estaba llenando la pija de baba, en la misma posición que la foto anterior.
Mi propia pija saltó afuera de mi bermuda como un resorte, y empecé la operación paja tortuosa. Esa paja que te hacés hasta casi acabar, pero que no te dejás acabar, porque no querés perder el nivel de calentura al que estás llegando. Querés saber si hay más calentura para sumar allá adelante. Me imaginaba al tipo montando a mi novia, preguntándole si era una puta, ella contestándole que sí muy convencida. Él preguntándole de nuevo, como queriendo estar bien seguro, y ella gritándole que sí, que sí, que sí. Todo esto mientras no paraba de darle pija.
Pasó algo más de media hora sin tener ninguna novedad de Pauli. Ya había vuelto al porno, pero seguía haciéndome la paja tortuosa. De repente me llega un mensaje de Pauli. “Hola amor. ¿Cómo estás?”, así coloquial, como si nada estuviese pasando. Yo todo desesperado, le contesté “Hola mi amor. Bien, acá. ¿Cómo estás vos? ¿Ya se acabó? ¿Cómo estuvo?”, todo casi a la misma vez. “Jajajaja. Estuvo demaaaaaaaás.”, me puso. “No, no se acabó todavía”, agregó respondiendo otra de mis preguntas. “Es aguantador el muchacho”, dijo halagándolo. No deje entrar a la envidia, e intenté regocijarme por mi novia, amigándome con la calentura exorbitante que llevaba. “¿Y vos cómo te sentiste?”, le pregunté. “Amor. Perdí la cuenta de cuántas veces acabé. Más de 10 seguro. Jajajaja”, me dijo dejándome atónito. Aceleré la paja tortuosa y la frené de golpe. “¡Wow! ¡Qué bueno! ¡Me encanta que disfrutes así!”, le respondí como para responderle algo. Ella no me respondió más.
Al rato me llega ahora un mensaje, ahora nuevamente de Felipe. Era un video de 5 segundos de mi novia devorándole toda la banana ecuatoriana. La recorría de arriba abajo y de abajo arriba una y otra vez con su lengua, la besaba por partes, se metía la cabeza en la boca, hacía intentos por meterse más pija adentro, y la sacaba por un costado. Toda una diosa. “Se viene. Se viene.”, decía abajo del video.
Por lo que se veía en esos 5 segundos, podía apostar que mi novia no iba a demorar ni un minuto en empezar a montar esa verga que la tenía completamente hipnotizada. Seguramente se enterrara toda la verga, y sacudiría las caderas en varias direcciones, intercalando movimientos fuertes y lentos y profundos. Seguramente acabándose muchas veces más que en la etapa anterior, porque sabía yo que esa era su posición preferida para coger, y para acabar.
Demoraron más de lo que yo esperaba en comunicarse de nuevo. El que me escribía ahora otra vez era él, diciéndome “Rica novia tenés, cornudo. Riquisimo polvo”.
Enseguida le escribí a ella para preguntarle como estaba. “Toda acabada”, me respondió simplemente. “¿Te gustó?”, pregunté. Pauli eligió no contestarme esa obviedad, y en su lugar me puso “Nunca acabé tanto amor. No lo puedo creer. Está demás esto. Me regocé. El flaco está divino. Tiene una pija increíble. Y la re sabe usar”, me dijo pasándome la reseña de su ahora amante.
El chat siguió por unos minutos. Pauli me contó sin demasiados detalles algunas cosas que hicieron, destacando que le encantó como le dio en 4. Y que seguro iba a haber otro round.
Me llegó un mensaje de Felipe, con una ubicación. Abajo una foto. Y un texto que decía “Venite, cornudito”.
La foto era una foto mía en tanga y medias de red, con el culo parado hacia la cámara, que solo tenía Pauli, y que él de alguna forma convenció de que era una buena idea compartirle a Felipe.
Creo que el mensaje estaba claro.
Sentí escalofríos de los buenos.
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