Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 19.
Acorralada.
Explicarle a Renzo lo que hizo con Malik fue divertido. Despiadado, sí… pero también jodidamente divertido. En cambio ahora tiene miedo de que la relación con su novio llegue a su fin. Aún no entiende muy bien por qué esto le preocupa tanto. Quizás sea por saber que es su culpa. Renzo hace muchas estupideces; pero ninguna de ellas llega a justificar lo inapropiado de su comportamiento. Además ahora lo tiene que mirar a la cara sabiendo que en los últimos tres días, dos hombres se la metieron por el culo… y bien metida.
Estaban en living, sentados frente a la compu. Renzo abrió su casilla de correos sin molestarse en esconder su contraseña, cosa que hizo sentir aún peor a Silvana. Era su forma de decirle “No tengo nada que ocultar”. Abrió el e-mail que le envió Rogelio, de contabilidad. El tipo había tomado precauciones, usó una dirección falsa.
—No entiendo de dónde salieron todas estas fotos —comentó Renzo—. En tu computadora no están.
—No, y nunca estuvieron. Las tenía guardadas en el celular que perdí el año pasado. ¿Te acordás de eso?
—Sí, yo mismo te acompañé a comprar uno nuevo.
—Bueno, resulta que no lo perdí. Alguien me lo robó —Renzo la miró en silencio, sin ninguna expresión. Silvana entendió que la estaba estudiando, para saber si mentía. Supo que lo mejor era ser lo más sincera posible. No completamente sincera… pero sí en parte—. Fue un compañero de mi trabajo. Él te mandó el e-mail.
—¿Y por qué haría eso?
—Porque me odia —Silvana se encogió de hombros, como restándole importancia al asunto—. Simplemente me quiere joder, y sabe que la mejor forma de hacerlo es molestándote a vos.
—Pero… ¿por qué no lo denunciás?
—No puedo. Si lo hago va a publicar todo esto en internet.
Renzo se puso pálido. Por nada del mundo quería a su novia expuesta en internet… y Silvana lo sabe muy bien. Sabe que Renzo ni siquiera tolera que ella suba una foto a Instagram mostrando el culo en calza, por eso dejó de hacerlo. Prefiere evitar conflictos innecesarios. Si este material pornográfico llegara a internet, Renzo sabe que Silvana se volvería furor. Tendría a todos sus amigos y conocidos haciéndole comentarios de mal gusto. No puede vivir con eso. Ya es suficiente con las cosas que le dicen solo por tener una novia tan linda… e incluso hasta se meten con Yamila, su hermana. Por suerte Yamila nunca sube nada inapropiado a internet, eso es un gran alivio para él.
—¿Sabés quién es el tipo que mandó esto?
—Sí, pero por ahora no te lo voy a decir. No quiero que vayas a hacer quilombo en mi oficina. Ese trabajo es muy importante para mí y necesito cuidarlo.
—Pero… algo tenés que hacer.
—Sí, claro. Esto no se va a quedar así. Solo necesito tiempo para pensar.
La siguiente pregunta tomó a Silvana por sorpresa. Fue como recibir un mazazo en el pecho.
—¿Por qué no me dijiste nada? Me duele mucho enterarme así de que me fuiste infiel.
—No, no… esperá Renzo. Te juro que puedo explicar todo esto. Estas fotos las saqué antes de que fueras mi novio. Es más, ni siquiera te conocía. ¿Cómo va a ser infidelidad, si ni siquiera nos conocíamos?
—Ah… emm… no había pensado eso. Aún así… me duele mucho.
—¿Por qué?
—Porque… creí que eras otra clase de mujer. Me sorprendió mucho verte… en esta actitud, con tantos hombres. Y haciendo esas cosas…
—A ver, que no son tantos…
—Y me dijiste mil veces que no te gustan los tipos con la verga grande, porque sos estrecha. Esto me parece una verga grande, Silvana.
En pantalla apareció una foto de ella, muy sonriente, con una gran verga erecta a pocos milímetros de la boca. En la siguiente imagen, ya se había tragado el miembro hasta la mitad.
—Me acuerdo que cuando empezamos a salir te pregunté si habías chupado vergas… y me dijiste que no. Que la mía fue la primera.
Silvana se mordió el labio inferior y se quedó mirando fijamente la pantalla. Esa mujer con las tetas al aire y una gran pija en la boca no parecía ella. No se reconocía a sí misma en esa actitud. Recordaba claramente lo que le dijo a Renzo. Él tenía razón.
—Perdón, amor. Fue una mentira piadosa. No creí que fuera a ser tan importante. Además, cuando te lo dije apenas nos estábamos conociendo. Que se yo… no me pareció apropiado iniciar una relación diciendo: “Sí, chupé un montón de vergas”.
—Pero sí chupaste un montón. Es la verdad. Es parte de tu vida, y no me lo contaste.
Comenzó a pasar fotos donde aparecían distintos penes, todos de buen calibre (mucho más grandes que el de Renzo). Se notaba que pertenecían a diferentes hombres. Dos, tres, cinco, diez hombres distintos… y más. Incluso había algunos videos donde Silvana aparecía chupando esas pijas hábilmente, con mucho énfasis.
—No son tantos —dijo, sin saber cuál era el número exacto que Renzo consideraba “demasiado”—. Y yo no sentía nada por esos hombres. Algunos ni los conocía.
En pantalla Silvana estaba tragando una buena verga hasta el fondo de su garganta. Se podían escuchar los sonidos guturales que producía ella al intentar tragar más.
—No puedo entender por qué se la chupabas así a hombres que ni conocías. —Otra vez Silvana sintió un duro golpe emocional. Solita puso la trampa y cayó en ella—. ¿Cómo pudiste rebajarte así? O sea, de verdad, Silvana… cuando empecé a salir con vos, creía que eras una mujer decente.
Silvana tuvo ganas de decirle que siempre fue una mujer decente, y que lo sigue siendo; pero consideró que no tenía argumentos para justificar eso. Al menos no para los rigurosos estándares de Renzo.
—No puedo decirte por qué hice esas cosas, aunque sí te puedo decir que me arrepiento de haberlo hecho.
—Mmmm… bueno, eso es algo importante. Al menos entendés que estuvo mal.
—Sí. Lo sé. —Silvana bajó la cabeza—. A veces, cuando salía a bailar, perdía la cabeza. Si conocía a un tipo que me resultara lindo, después de dos tragos terminaba aceptando su invitación para ir a un telo. Me considero una mujer decente. Esos fueron… deslices.
Renzo cambió a otra imágen, Silvana estaba acostada boca arriba, desnuda y con las piernas abiertas. Le estaban metiendo una buena pija en la concha y parecía estar disfrutándolo a pleno, con la cabeza ladeada y los ojos cerrados.
—¿Siempre terminaban así esos “deslices”?
—Sí. Siempre —aceptó Silvana—. Es que… después de chuparla, me quedaba muy caliente. Cuando me la querían meter, yo no me oponía. Aunque me dolía… esa verga me dolió. Mirá lo grande que es.
—Si te dolía, ¿por qué en todas las fotos estás con tipos que tienen la verga más o menos de ese tamaño?
—No sé… fue casualidad. —Ni ella se creyó esa excusa. Notó que Renzo volvía a perder la confianza en ella. Debía hacerlo mejor—. Está bien… está bien. Yo los elegía así. Me ponía a bailar con ellos y a veces… iba tanteando. Si notaba que la tenían grande, los manoseaba más. Para demostrarles que tenía ganas de ir a un telo. A veces… a veces hasta se las chupaba ahí mismo, en la discoteca. En algún rincón oscuro. No me mires con esa cara, Renzo. Intento ser sincera. Te estoy contando las cosas tal y como fueron.
—¿Y por qué elegías hombres… tan bien dotados?
—Porque en ese entonces me creía lo que decían algunas de mis amigas. Que se disfruta más si el tipo la tiene grande. Cuando te conocí a vos, cambié de opinión —esto hizo sonreír a Renzo—. También me di cuenta de que, en realidad, no disfrutaba tanto con esos tipos. Porque me dolía mucho porque soy estrecha.
Esas palabras quedaron dando vuelta en su mente. Ya no tenían el mismo peso que antes. Después de la charla con Malik y de la cogida que le dio Rogelio, ya no estaba segura de si era estrecha. Sí le dolió cuando aquellos tipos la penetraron; pero también recuerda la culpa que sentía entonces. ¿Y si fuera eso lo que la ponía tan nerviosa?
Lo siguiente que apareció en pantalla fue un video de Silvana recibiendo una abundante descarga de semen en la boca. Se podía ver claramente cómo su lengua quedaba cubierta por ese líquido blanco. Ella tragó todo y luego siguió chupando. No era la misma verga que en la foto anterior.
—¿Por qué tragabas el semen? Me dijiste muchas veces que eso te desagrada.
—¡Y es cierto! —Exclamó. No sonó muy convincente. Ni siquiera para ella misma—. O sea… sí, lo hice muchas veces. No te voy a mentir. Hay como quince videos igual que este, donde estoy tragando semen. También vas a ver un montón de fotos donde tengo semen en la cara… o en la boca. Lo hacía siempre que terminaba en un telo con uno de estos tipos. Y lo que te voy a decir no te va a gustar. Lo hacía porque me hacía sentir puta.
Renzo quedó boquiabierto.
—¿Y por qué querías sentirte puta?
—Porque todo eso era como un juego, Renzo. Yo no conocía a esos tipos. Ellos no sabían nada de mí. Con ellos podía fingir que era muy puta. Con ellos sacaba una parte de mí que no me gusta nada. Una parte de la que siempre me arrepiento. Me gustaba sentirme puta, porque no había consecuencias. Nadie se enteraba de mis aventuras. Ni siquiera le contaba a mis amigas todos los detalles de esos encuentros.
—¿Lo hacías muy seguido? —Preguntó Renzo. Parecía abatido.
—No, no. Em… bueno, quizás sí. Depende de cómo lo veas. Al principio no eran muy frecuentes estas salidas. Una vez cada dos o tres meses. Después se volvió algo que hacía por lo menos una vez al mes. Casi siempre con hombres distintos. A menos que me encontrara de casualidad con uno con el que ya había estado. Si me gustó la experiencia, lo hacía otra vez con ese. La idea era no generar vínculos.
—¿Se volvió más frecuente con el tiempo?
—Sí. —Miró la pantalla, allí estaba ella en cuatro, recibiendo una gruesa verga por la concha. Ni se acordaba de la cara de ese amante—. Empecé a hacerlo dos veces al mes. Después una vez a la semana. Y en los últimos tiempos… em… uf… perdón amor. Lo hacía dos o tres veces por semana.
—¿Tanto? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Te acordás de cuánto fue lo máximo?
—Al final de todo… cogí con siete tipos seguidos. Uno por cada día de la semana.
—¿Durante una semana?
—No. Durante dos meses. Repetí los mismos, todos los días. A uno le tocaba el martes, a otro el miércoles. Y así…
—Por dios, Silvana…
—Frené antes de conocerte a vos. Ya no quería seguir con esa vida. Era como una adicción. No podía parar de pensar en sexo. Iba a trabajar y en lo único que podía pensar era que al salir me encontraría con uno de mis amantes. Iríamos a un hotel y… me daría una buena cogida.
—Esto me destruye.
—Pero cambié, amor. Te juro que cambié. Cuando te conocí a vos me di cuenta que podía llevar una vida mucho más sana. Entendí que necesitaba alejarme de esa adicción. Porque así lo considero. Fue como ser adicta a las drogas, aunque por un corto tiempo.
—¿Un corto tiempo? Si pasaron tantos meses… debieron ser años.
—No, amor. Acordate que al principio lo hacía muy poco. Eso no lo consideraba como algo tan malo. Al fin y al cabo yo estaba soltera. El problema llegó en los últimos meses, cuando ya se me fueron las cosas de las manos. Y sí, sé que no estuvo bien, pero… no podés considerar que te fui infiel. Ni siquiera nos conocíamos.
—Está bien, eso lo entiendo. Aunque no me guste, es parte de tu vida y lo era antes de que me conocieras. No puedo hacer nada para cambiarlo. Pero… ¿Qué pasó con Osvaldo?
El pecho de Silvana se comprimió. Se había olvidado por completo de eso.
—¿De verdad querés saber?
—Sí, quiero saber todos los detalles. Lo que más me destruye es la incertidumbre. Prefiero saber. Y no omitas nada.
—Mmm… está bien. Voy a ser totalmente sincera.
Eso era una mentira. No pensaba contarle que el portero se la metió por el culo. No si no era estrictamente necesario.
—¿Se la chupaste de verdad? —Quiso saber su novio.
—Sí. De verdad —ella lo miró fijamente a los ojos, intentando adivinar qué estaba pensando—. Me la metí en la boca y la chupé… así —señaló la pantalla donde ella estaba comiendo una gruesa pija. El video se repetía en un loop infinito.
—¿Por qué lo hiciste?
—Por bronca. Solo por eso. No lo hice porque me guste la verga de Osvaldo ni nada por el estilo.
—¿Sólo por bronca me fuiste infiel?
La destruía que la mirara con esos ojitos de cachorro hambriento.
—Sí. Te pido perdón por eso. Vos rompiste mi ducha.
—No es lo mismo.
—Lo sé, pero… lo que quiero decir es… ¿por qué lo hiciste? Tenías bronca y perdiste el control. Actuaste sin pensar.
—Bueno sí…
—A mí me pasó lo mismo. Actué sin pensar. Me enojé mucho con vos. Osvaldo estaba cerca, le vi la verga y… no sé. Simplemente me la metí en la boca y empecé a chupar. Chupé con rabia. Para colmo sentí mucha frustración.
—¿Por qué?
—Porque… porque es una verga muy grande. A ver si se entiende esto. En ese momento yo sentía que mientras más la tragara, más te iba a molestar. Aunque no lo vieras. No te olvides que yo estaba muy enojada. Y me frustró mucho no poder tragarla toda. Intenté varias veces. Me atraganté. No hubo caso. La verga de Osvaldo no me entra completa. Aún así… seguí chupando. Y chupé fuerte. Muy fuerte. Quería hacerlo acabar lo más rápido posible.
—¿Cuánto tiempo estuviste chupando?
—No sé… porque… em… cuando Osvaldo acabó, no dejé de chupar. —Pudo notar cómo el corazón de su novio se rompía en mil pedazos. Casi que pudo escuchar los pedazos cayendo el vacío de su interior—. Lo siento mucho, Renzo. Intento ser sincera. Te mandé la primera foto con la cara llena de leche, y me pareció que no era suficiente. Por eso seguí chupando…
—¿Tragaste semen?
—Sí, obvio. Un montón. Es que mientras seguí chupando, siguió saliendo leche. Eso me entusiasmó. Sé que quedo como una malvada al decirlo, pero acordate que yo no estaba pensando con claridad. Simplemente actué. Dejé que más semen me cayera en la cara y saqué otras fotos. Después te las mandé.
—¿Después de la última foto seguiste chupando?
Silvana sabía que podía evadir esa pregunta. Renzo no tendría forma de saber qué pasó después. Sin embargo, un absurdo instinto de autoboicot la hizo hablar.
—Sí. Seguí chupando. No sé por qué. No pude parar. Lo intenté, pero mientras más chupaba, más natural me resultaba hacerlo. Me recordó a esos… tiempos oscuros. —Señaló el video de la compu—. En aquellos tiempos también actuaba sin pensar. Se me nublaba el juicio y hacía cosas de las que después me arrepentía. Para colmo Osvaldo se entusiasmó un poco y… me agarró de los pelos. Empezó a… o sea, como a cogerme por la boca. ¿Me explico? —Renzo no dio señales de vida. Permaneció estático, con los ojos muy abiertos—. No sé por qué te estoy contando esto. Sé que te hace mal. Pero… me pediste que fuera sincera. Osvaldo no se fue hasta que acabó por segunda vez. En esa ocasión yo… em… perdón amor… me tragué toda la leche. Todita. No dejé nada. Hasta le limpié la verga con la lengua. Lo sé. Soy de lo peor. Si estás enojado conmigo, lo voy a entender. Sos un buen chico. No te merecés que tu novia te haga esto. Si hay algo que puedo decir a mi favor es que…
—Perdiste el control. Como me pasó a mí cuando rompí la ducha.
—Así es.
La seguidilla de fotos y videos pasaba automáticamente. Los dos se habían olvidado de la pantalla hasta ese momento. Silvana sabía que este momento iba a llegar; pero prefería hacer de cuenta que no pasaría. Que por algún milagro Rogelio omitiría ese video en específico. Obviamente no lo hizo.
En pantalla se pudo ver claramente a Silvana montando una verga con rápidos movimientos de cadera. Por supuesto que era una de las grandes. Y eso no era todo. En cada una de las manos tenía otra pija erecta. Se iba turnando para chupar las dos. Primero tragó la de su derecha, después hizo lo mismo con la izquierda.
Renzo llevaba tanto tiempo sin respirar que Silvana comenzó a preocuparse.
—¿Estás bien?
—¿Qué… qué es eso?
—Perdón. Sé que no te debe gustar nada enterarte que tu novia hizo una cosa así. Te dije, la situación se me fue de las manos. Ahí fue cuando supe que había llegado demasiado lejos.
—¿Tres tipos? ¿Te cogieron tres tipos a la vez?
—Sí, Renzo. Eso pasó. Me la metieron entre los tres. No te lo voy a negar. El video es bastante explícito. Vas a ver cómo cada uno de ellos me penetró durante un buen rato. Y sí… al final me acabaron en la cara. Los tres. Y me tragué la leche. Hice cosas espantosas, lo sé. Pero no tiene sentido negarlo. Está todo grabado.
—Me dijiste que dejaste de hacer esto antes de conocerme.
—Así es.
—Entonces… ¿por qué tenés puesto el collar que yo te regalé?
Silvana sintió que todo su mundo se desmoronaba. Llevaba más de un año sin ver ese video. Ni siquiera recordaba haber visto el collar antes. Era un detalle insignificante. Se trataba de una cadenita plateada y un dije en forma de corazón. El corazón estaba pintado de blanco y negro, simbolizando el shing y el shang.
—Ay, Renzo…
—Me engañaste —no era una acusación, era una certeza.
—No. De verdad que no. Puedo explicarlo. Te dije una pequeña mentira…
—Dijiste que ibas a ser sincera conmigo. ¿Hasta cuándo tengo que aguantar que me mientas?
—Perdón… perdón. Tenés razón. No lo dije antes, porque no quería lastimarte. Pero no te engañé. Al menos yo no lo veo así. ¿Puedo explicarlo?
—Sí, pero no me mientas.
—Bien, bien… —Silvana estaba nerviosa. Si quería salir de esta situación incómoda, debía decir la verdad. Al menos su versión de la verdad—. Cuando te conocí me di cuenta que eras distinto a los tipos con los que yo andaba. Ellos solo pensaban en cogerme. Nada más. Para ellos yo no era más que una puta a la que le podían meter la pija cuando quisieran. En cambio vos me trataste de otra manera, desde el principio. Me mostraste respeto y cariño.
»Empezamos a salir y a mí me gustabas cada vez más. Me pareció muy tierno que me regalaras ese collar. Entonces me di cuenta que ya no podía seguir con mis aventuras sexuales. Necesitaba… sentar cabeza. Hablé con mis amantes… los siete —al decir el número se sintió sucia—. Les dije que ya no quería verlos.
«Ay, sí… cómo me gusta la pija —dijo la Silvana del video, mientras se la cogían en la cama, con las piernas levantadas. Sacudía los pies con cada embestida y seguía chupando vergas a dos manos—. Metemela toda. Quiero que me dejen bien llena de verga… como a una buena puta».
—No hagas caso a las cosas que dije ese día, amor. Esa no soy yo. Es decir… yo odiaría ser vista como una puta. Es algo que me aterra. En ese momento de calentura dije cualquier cosa, sin pensarlo. —Renzo no dijo nada. Se limitó a mirar la pantalla donde tres tipos se cogían a su novia de forma salvaje—. Te estarás preguntando cómo fue que llegamos a eso, si dije que no quería verlos más. Es que uno de ellos me citó para que nos despidiéramos personalmente. Me dijo que me quería dar un lindo regalo. Cuando llegué me encontré que estaba con estos dos, que también fueron mis amantes. Se conocieron de casualidad, en una discoteca. Se dieron cuenta de que los tres se cogían a la misma mina. Entonces se les ocurrió “hacerme la fiesta”, entre los tres. Yo les dije que no. Que ni loca cogía con tres tipos a la vez. Además les aclaré que ya había conocido a una persona muy especial. Me propusieron tomar una última cerveza juntos. Eso sí lo acepté.
»Para hacértela corta, porque ya sabés cómo sigue la cosa. Sí, al final me llevaron al telo… y me cogieron entre los tres. Me convencieron con manoseos por debajo de la mesa. Me calenté mucho. Me dijeron: “Si vas a estar de novia, te merecés una buena despedida de la soltería”. Y… pensé que sí. Que sería lindo hacer algo más. Técnicamente vos y yo aún no eramos novios, Renzo. Estábamos saliendo nomás. Por eso no lo puedo considerar infidelidad. Yo ni siquiera sabía que ibas a ser mi novio.
—Pero… mientras salías conmigo te cogieron tres tipos. Tres. O sea, Silvana… cuando yo empecé a salir con vos, ni siquiera le respondí mensajes a otras chicas. No quería defraudarte. Y vos… vos te cogiste tres tipos. Te cogiste tres tipos, Silvana… tres.
—Ay, Renzo. No me lo digas así, me hacés sentir como la peor puta del mundo. Sí, lo sé… me cogieron entre tres. Todavía me siento culpable por eso. ¿Acaso creés que me gusta saber que perdí el control de esa manera? Yo no soy ninguna puta, Renzo.
«Uf… sí. Dámela toda —dijo la Silvana de la pantalla, entre gemidos—. Cómo voy a extrañar las pijas grandes. Dale… metela más adentro. La quiero sentir toda. Mmmm… sí, así, qué rico. Hasta el fondo. Dame duro».
«¿El que te coge ahora no la tiene grande?», preguntó uno de los tres amantes.
Renzo miraba la pantalla atónito.
«No, para nada —Silvana comenzó a reírse—. Pero es un buen chico… y muy lindo. Aunque… sí que voy a extrañar las pijas como esta. Por eso quiero que me dejen bien llena de poronga. No sé cuándo voy a poder probar una buena verga otra vez».
El tipo que estaba delante de ella empezó a darle con todo. Los otros dos le dieron de tomar una gran cantidad de semen.
—Renzo, yo…
Renzo se puso de pie, con los ojos vidriosos. Estaba luchando por contener sus ganas de llorar.
—Perdón, amor… —insistió Silvana—. Lo dije sin pensar… no creas que yo…
Pero su novio no estaba escuchando a la Silvana de carne y hueso, sino a la del video.
«Ay, sí… sí… amo las pijas grandes. Me vuelven loca. Les juro chicos que si me pongo de novia y ese boludo no me satisface, me hago coger por ustedes todas las semanas. No voy a poder aguantar mucho sin vergas como éstas».
Renzo no necesitaba oír más. Dio media vuelta y abrió la puerta. Estaba por salir, pero se detuvo. Giró la cabeza para mirar a Silvana, ella lo observaba muda.
—Algún día te voy a perdonar por todo lo que dijiste de mí. Pero hoy no.
Salió y cerró la puerta.
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Silvana entendió que su novio necesitaba tiempo para reflexionar… y ella también. Era mejor no insistir. Tendría que buscar la mejor forma de explicarle que había dicho esas cosas en un momento de calentura. Necesitaba hacerlo de forma convincente.
Y justamente era la calentura lo que la tenía tan alterada. Después de pasar una mañana de sexo duro con Rogelio y de reencontrarse con sus viejas “joyas pornográficas”, estaba muy mojada. No podría concentrarse si no hacía algo para bajar la calentura. Se desnudó y empezó a masturbarse mientras miraba todo el material recuperado. Se había olvidado de lo bueno que era. Sumamente explícito. Sumamente gráfico. Vergas entraban por su boca y su concha en diversas formas y colores. Aunque no había ninguna negra y gigante, como la de Malik.
La puerta se abrió mientras Silvana se estaba llenando la concha de dedos.
—Amor, volvis…
Se quedó muda al ver que en realidad se trataba de Osvaldo. El tipo se encontró con un peculiar panorama, con Silvana sentada frente a la computadora, completamente desnuda y con las piernas bien abiertas. Tenía dos dedos bien metidos en su húmeda vagina.
—Hola, Silvana. Perdón por interrumpir. Vine a devolverte tu copia de la llave…
A Silvana le molestó que Osvaldo ni siquiera hubiera tocado el timbre; pero no quería enojarse con él. Al fin y al cabo ¿Qué problema hay si la vió haciéndose una paja? Después de todo lo que pasó entre ellos, ya no debería importarle.
—Ah, está bien, Osvaldo. Muchas gracias. Podés dejar la llave ahí.
Ella volvió a mirar el video porno y siguió pajeándose, como si nada.
—¿Esa sos vos? —Preguntó Osvaldo, al ver a la chica de la pantalla disfrutando de tres pijas a la vez.
—Em… sí. Esto pasó antes de que Renzo fuera mi novio —Técnicamente, pensó—. No estoy orgullosa de haberlo hecho.
—¿Y por qué no?
—Este… em… porque no está bien que una mujer se acueste con tres hombres a la vez.
—¿Cuál sería el problema? Si eras soltera…
—Bueno, quizás otras personas no lo verían como algo malo. Eso depende del criterio de cada uno. Por ejemplo, a Renzo…
Una vez más se quedó muda, al girar la cabeza se encontró con la verga de Osvaldo a pocos centímetros de su cara. Aún estaba flácida, pero aún así era imponente. Ella entendió el mensaje al instante. Él se la estaba ofreciendo. Entendió que Silvana necesitaba ayuda para “satisfacerse”. Aceptarla sería un acto de infidelidad. Lo tenía muy claro.
Recordó cuando su madre, hace ya varios años, le aconsejó que nunca apostara dinero en un casino. «Se genera el hábito —le dijo—. Si apostás una vez, la segunda vez que quieras hacerlo te va a costar más resistirte. Y la tercera aún más… y luego viene la cuarta, y la quinta. Cuando te das cuenta, ya no podés dejar de apostar. Porque ya lo naturalizaste. Y requiere mucha fuerza de voluntad salir de ese círculo vicioso».
En ese preciso momento Silvana entendió que con la infidelidad ocurría lo mismo. Ni siquiera mostró un ápice de resistencia. Agarró la verga de Osvaldo y se la llevó a la boca, sin dejar de masturbarse con la mano izquierda. La chupó como si llevaran años siendo amantes. Fue como trasladarse a sus “épocas oscuras”, antes de estar de novia con Renzo. Intentaba resistirse y no ir a la cama con el primer tipo apuesto que conociera en un bar… pero por mucho que intentara, tarde o temprano lo hacía.
La verga se puso dura dentro de su boca y eso la incentivó aún más. La excitó que Osvaldo se la hubiera ofrecido sin decir ni una sola palabra… y que de la misma forma ella lo aceptó. Era como un acuerdo tácito.
Habían pasado apenas unas horas desde que Rogelio le dio tremenda cogida y eso empeoró las cosas. Su fuerza de voluntad quedó sobrepasada por la calentura. Como le había ocurrido tantas veces cuando no tenía pareja estable, perdió el control de sus propias acciones. Abandonó la silla, para acercarse a uno de los sillones del living. Se arrodilló en él, ofreciendo su retaguardia al portero.
Osvaldo es un tipo de carácter muy particular, le cuesta comprender las indirectas. Sin embargo esa la entendió a la perfección. Con el miembro bien duro, se acercó a Silvana por detrás y la penetró en la concha.
—Fuerte, Osvaldo… metela fuerte.
—¿No te va a doler? Me dijiste que sos estrecha.
—Eso no importa. Quiero que la metas bien fuerte.
Y así lo hizo. Le pegó una clavada monumental, que la hizo gemir de placer. No sintió ningún dolor, Rogelio se había encargado de dejársela bien abierta y la memoria muscular de su vagina aún seguía funcionando. Agradeció que Osvaldo no precisara más instrucciones. El tipo la tomó por la cintura con sus pesadas manos y comenzó a darle una cogida de campeonato. Mucho más potente que las que podía darle su novio. Esta verga se parecía mucho más a la de sus viejos amantes, eso que poblaban las fotos porno del e-mail condenatorio. ¿Será cierto que el tamaño importa? ¿O es solo por el tóxico morbo que le genera la infidelidad?
«La infidelidad no me genera morbo. Sé que está mal», se respondió a sí misma, sin lograr convencerse del todo.
En ese momento ocurrió la catástrofe.
Renzo volvió, con la intención de resolver el conflicto. No quería estar peleado con su novia. La amaba demasiado como para estar lejos de ella. Y la escena con la que se encontró lo desconcertó tanto que al principio creyó que se había equivocado de piso. ¿Había irrumpido en la casa de un desconocido? No… esas nalgas… conocía muy bien esas nalgas. Y cuando ella se dio vuelta…
—¡Renzo! —Exclamó Silvana, con un nudo en la garganta—. Esperá, amor… esperá. ¡No es lo que parece! —Se sintió una estúpida por recurrir a esa frase tan manida—. Puedo explicarlo, te juro que…
—Ya está Silvana, no importa —el muchacho parecía abatido. No lloró, pero su rostro era un monumento a la desazón—. Ya me queda claro que no puedo confiar en vos. Lo nuestro se terminó.
—¡Renzo! ¡Por favor!
Lo vio salir. Ni siquiera dio un portazo lleno de rabia. Eso significa que quedó completamente destruído.
Debió correr detrás de él. Lo sabía perfectamente. Era su deber como novia. Tendría que haber juntado la ropa del piso… o incluso podría haber salido desnuda y detenerlo antes de que suba al ascensor. Sin embargo, no se movió de allí. Osvaldo le estaba metiendo pijazos tan duros, con tanta potencia, que ni siquiera podía pensar con claridad. Era demasiado placentero, demasiado embriagador. Quería más… y más… y él se lo daba sin parar. Parecía una máquina. Los golpeteos rítmicos contra las nalgas de Silvana resonaban en toda la habitación junto con sus gemidos. Se sumergió en una vorágine de puro placer. Sintió cómo su vagina se llenaba de jugos vaginales. El esperma la inundó por completo.
Su concha acabó, al igual que lo hizo su relación con Renzo.
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Capítulo 19.
Acorralada.
Explicarle a Renzo lo que hizo con Malik fue divertido. Despiadado, sí… pero también jodidamente divertido. En cambio ahora tiene miedo de que la relación con su novio llegue a su fin. Aún no entiende muy bien por qué esto le preocupa tanto. Quizás sea por saber que es su culpa. Renzo hace muchas estupideces; pero ninguna de ellas llega a justificar lo inapropiado de su comportamiento. Además ahora lo tiene que mirar a la cara sabiendo que en los últimos tres días, dos hombres se la metieron por el culo… y bien metida.
Estaban en living, sentados frente a la compu. Renzo abrió su casilla de correos sin molestarse en esconder su contraseña, cosa que hizo sentir aún peor a Silvana. Era su forma de decirle “No tengo nada que ocultar”. Abrió el e-mail que le envió Rogelio, de contabilidad. El tipo había tomado precauciones, usó una dirección falsa.
—No entiendo de dónde salieron todas estas fotos —comentó Renzo—. En tu computadora no están.
—No, y nunca estuvieron. Las tenía guardadas en el celular que perdí el año pasado. ¿Te acordás de eso?
—Sí, yo mismo te acompañé a comprar uno nuevo.
—Bueno, resulta que no lo perdí. Alguien me lo robó —Renzo la miró en silencio, sin ninguna expresión. Silvana entendió que la estaba estudiando, para saber si mentía. Supo que lo mejor era ser lo más sincera posible. No completamente sincera… pero sí en parte—. Fue un compañero de mi trabajo. Él te mandó el e-mail.
—¿Y por qué haría eso?
—Porque me odia —Silvana se encogió de hombros, como restándole importancia al asunto—. Simplemente me quiere joder, y sabe que la mejor forma de hacerlo es molestándote a vos.
—Pero… ¿por qué no lo denunciás?
—No puedo. Si lo hago va a publicar todo esto en internet.
Renzo se puso pálido. Por nada del mundo quería a su novia expuesta en internet… y Silvana lo sabe muy bien. Sabe que Renzo ni siquiera tolera que ella suba una foto a Instagram mostrando el culo en calza, por eso dejó de hacerlo. Prefiere evitar conflictos innecesarios. Si este material pornográfico llegara a internet, Renzo sabe que Silvana se volvería furor. Tendría a todos sus amigos y conocidos haciéndole comentarios de mal gusto. No puede vivir con eso. Ya es suficiente con las cosas que le dicen solo por tener una novia tan linda… e incluso hasta se meten con Yamila, su hermana. Por suerte Yamila nunca sube nada inapropiado a internet, eso es un gran alivio para él.
—¿Sabés quién es el tipo que mandó esto?
—Sí, pero por ahora no te lo voy a decir. No quiero que vayas a hacer quilombo en mi oficina. Ese trabajo es muy importante para mí y necesito cuidarlo.
—Pero… algo tenés que hacer.
—Sí, claro. Esto no se va a quedar así. Solo necesito tiempo para pensar.
La siguiente pregunta tomó a Silvana por sorpresa. Fue como recibir un mazazo en el pecho.
—¿Por qué no me dijiste nada? Me duele mucho enterarme así de que me fuiste infiel.
—No, no… esperá Renzo. Te juro que puedo explicar todo esto. Estas fotos las saqué antes de que fueras mi novio. Es más, ni siquiera te conocía. ¿Cómo va a ser infidelidad, si ni siquiera nos conocíamos?
—Ah… emm… no había pensado eso. Aún así… me duele mucho.
—¿Por qué?
—Porque… creí que eras otra clase de mujer. Me sorprendió mucho verte… en esta actitud, con tantos hombres. Y haciendo esas cosas…
—A ver, que no son tantos…
—Y me dijiste mil veces que no te gustan los tipos con la verga grande, porque sos estrecha. Esto me parece una verga grande, Silvana.
En pantalla apareció una foto de ella, muy sonriente, con una gran verga erecta a pocos milímetros de la boca. En la siguiente imagen, ya se había tragado el miembro hasta la mitad.
—Me acuerdo que cuando empezamos a salir te pregunté si habías chupado vergas… y me dijiste que no. Que la mía fue la primera.
Silvana se mordió el labio inferior y se quedó mirando fijamente la pantalla. Esa mujer con las tetas al aire y una gran pija en la boca no parecía ella. No se reconocía a sí misma en esa actitud. Recordaba claramente lo que le dijo a Renzo. Él tenía razón.
—Perdón, amor. Fue una mentira piadosa. No creí que fuera a ser tan importante. Además, cuando te lo dije apenas nos estábamos conociendo. Que se yo… no me pareció apropiado iniciar una relación diciendo: “Sí, chupé un montón de vergas”.
—Pero sí chupaste un montón. Es la verdad. Es parte de tu vida, y no me lo contaste.
Comenzó a pasar fotos donde aparecían distintos penes, todos de buen calibre (mucho más grandes que el de Renzo). Se notaba que pertenecían a diferentes hombres. Dos, tres, cinco, diez hombres distintos… y más. Incluso había algunos videos donde Silvana aparecía chupando esas pijas hábilmente, con mucho énfasis.
—No son tantos —dijo, sin saber cuál era el número exacto que Renzo consideraba “demasiado”—. Y yo no sentía nada por esos hombres. Algunos ni los conocía.
En pantalla Silvana estaba tragando una buena verga hasta el fondo de su garganta. Se podían escuchar los sonidos guturales que producía ella al intentar tragar más.
—No puedo entender por qué se la chupabas así a hombres que ni conocías. —Otra vez Silvana sintió un duro golpe emocional. Solita puso la trampa y cayó en ella—. ¿Cómo pudiste rebajarte así? O sea, de verdad, Silvana… cuando empecé a salir con vos, creía que eras una mujer decente.
Silvana tuvo ganas de decirle que siempre fue una mujer decente, y que lo sigue siendo; pero consideró que no tenía argumentos para justificar eso. Al menos no para los rigurosos estándares de Renzo.
—No puedo decirte por qué hice esas cosas, aunque sí te puedo decir que me arrepiento de haberlo hecho.
—Mmmm… bueno, eso es algo importante. Al menos entendés que estuvo mal.
—Sí. Lo sé. —Silvana bajó la cabeza—. A veces, cuando salía a bailar, perdía la cabeza. Si conocía a un tipo que me resultara lindo, después de dos tragos terminaba aceptando su invitación para ir a un telo. Me considero una mujer decente. Esos fueron… deslices.
Renzo cambió a otra imágen, Silvana estaba acostada boca arriba, desnuda y con las piernas abiertas. Le estaban metiendo una buena pija en la concha y parecía estar disfrutándolo a pleno, con la cabeza ladeada y los ojos cerrados.
—¿Siempre terminaban así esos “deslices”?
—Sí. Siempre —aceptó Silvana—. Es que… después de chuparla, me quedaba muy caliente. Cuando me la querían meter, yo no me oponía. Aunque me dolía… esa verga me dolió. Mirá lo grande que es.
—Si te dolía, ¿por qué en todas las fotos estás con tipos que tienen la verga más o menos de ese tamaño?
—No sé… fue casualidad. —Ni ella se creyó esa excusa. Notó que Renzo volvía a perder la confianza en ella. Debía hacerlo mejor—. Está bien… está bien. Yo los elegía así. Me ponía a bailar con ellos y a veces… iba tanteando. Si notaba que la tenían grande, los manoseaba más. Para demostrarles que tenía ganas de ir a un telo. A veces… a veces hasta se las chupaba ahí mismo, en la discoteca. En algún rincón oscuro. No me mires con esa cara, Renzo. Intento ser sincera. Te estoy contando las cosas tal y como fueron.
—¿Y por qué elegías hombres… tan bien dotados?
—Porque en ese entonces me creía lo que decían algunas de mis amigas. Que se disfruta más si el tipo la tiene grande. Cuando te conocí a vos, cambié de opinión —esto hizo sonreír a Renzo—. También me di cuenta de que, en realidad, no disfrutaba tanto con esos tipos. Porque me dolía mucho porque soy estrecha.
Esas palabras quedaron dando vuelta en su mente. Ya no tenían el mismo peso que antes. Después de la charla con Malik y de la cogida que le dio Rogelio, ya no estaba segura de si era estrecha. Sí le dolió cuando aquellos tipos la penetraron; pero también recuerda la culpa que sentía entonces. ¿Y si fuera eso lo que la ponía tan nerviosa?
Lo siguiente que apareció en pantalla fue un video de Silvana recibiendo una abundante descarga de semen en la boca. Se podía ver claramente cómo su lengua quedaba cubierta por ese líquido blanco. Ella tragó todo y luego siguió chupando. No era la misma verga que en la foto anterior.
—¿Por qué tragabas el semen? Me dijiste muchas veces que eso te desagrada.
—¡Y es cierto! —Exclamó. No sonó muy convincente. Ni siquiera para ella misma—. O sea… sí, lo hice muchas veces. No te voy a mentir. Hay como quince videos igual que este, donde estoy tragando semen. También vas a ver un montón de fotos donde tengo semen en la cara… o en la boca. Lo hacía siempre que terminaba en un telo con uno de estos tipos. Y lo que te voy a decir no te va a gustar. Lo hacía porque me hacía sentir puta.
Renzo quedó boquiabierto.
—¿Y por qué querías sentirte puta?
—Porque todo eso era como un juego, Renzo. Yo no conocía a esos tipos. Ellos no sabían nada de mí. Con ellos podía fingir que era muy puta. Con ellos sacaba una parte de mí que no me gusta nada. Una parte de la que siempre me arrepiento. Me gustaba sentirme puta, porque no había consecuencias. Nadie se enteraba de mis aventuras. Ni siquiera le contaba a mis amigas todos los detalles de esos encuentros.
—¿Lo hacías muy seguido? —Preguntó Renzo. Parecía abatido.
—No, no. Em… bueno, quizás sí. Depende de cómo lo veas. Al principio no eran muy frecuentes estas salidas. Una vez cada dos o tres meses. Después se volvió algo que hacía por lo menos una vez al mes. Casi siempre con hombres distintos. A menos que me encontrara de casualidad con uno con el que ya había estado. Si me gustó la experiencia, lo hacía otra vez con ese. La idea era no generar vínculos.
—¿Se volvió más frecuente con el tiempo?
—Sí. —Miró la pantalla, allí estaba ella en cuatro, recibiendo una gruesa verga por la concha. Ni se acordaba de la cara de ese amante—. Empecé a hacerlo dos veces al mes. Después una vez a la semana. Y en los últimos tiempos… em… uf… perdón amor. Lo hacía dos o tres veces por semana.
—¿Tanto? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Te acordás de cuánto fue lo máximo?
—Al final de todo… cogí con siete tipos seguidos. Uno por cada día de la semana.
—¿Durante una semana?
—No. Durante dos meses. Repetí los mismos, todos los días. A uno le tocaba el martes, a otro el miércoles. Y así…
—Por dios, Silvana…
—Frené antes de conocerte a vos. Ya no quería seguir con esa vida. Era como una adicción. No podía parar de pensar en sexo. Iba a trabajar y en lo único que podía pensar era que al salir me encontraría con uno de mis amantes. Iríamos a un hotel y… me daría una buena cogida.
—Esto me destruye.
—Pero cambié, amor. Te juro que cambié. Cuando te conocí a vos me di cuenta que podía llevar una vida mucho más sana. Entendí que necesitaba alejarme de esa adicción. Porque así lo considero. Fue como ser adicta a las drogas, aunque por un corto tiempo.
—¿Un corto tiempo? Si pasaron tantos meses… debieron ser años.
—No, amor. Acordate que al principio lo hacía muy poco. Eso no lo consideraba como algo tan malo. Al fin y al cabo yo estaba soltera. El problema llegó en los últimos meses, cuando ya se me fueron las cosas de las manos. Y sí, sé que no estuvo bien, pero… no podés considerar que te fui infiel. Ni siquiera nos conocíamos.
—Está bien, eso lo entiendo. Aunque no me guste, es parte de tu vida y lo era antes de que me conocieras. No puedo hacer nada para cambiarlo. Pero… ¿Qué pasó con Osvaldo?
El pecho de Silvana se comprimió. Se había olvidado por completo de eso.
—¿De verdad querés saber?
—Sí, quiero saber todos los detalles. Lo que más me destruye es la incertidumbre. Prefiero saber. Y no omitas nada.
—Mmm… está bien. Voy a ser totalmente sincera.
Eso era una mentira. No pensaba contarle que el portero se la metió por el culo. No si no era estrictamente necesario.
—¿Se la chupaste de verdad? —Quiso saber su novio.
—Sí. De verdad —ella lo miró fijamente a los ojos, intentando adivinar qué estaba pensando—. Me la metí en la boca y la chupé… así —señaló la pantalla donde ella estaba comiendo una gruesa pija. El video se repetía en un loop infinito.
—¿Por qué lo hiciste?
—Por bronca. Solo por eso. No lo hice porque me guste la verga de Osvaldo ni nada por el estilo.
—¿Sólo por bronca me fuiste infiel?
La destruía que la mirara con esos ojitos de cachorro hambriento.
—Sí. Te pido perdón por eso. Vos rompiste mi ducha.
—No es lo mismo.
—Lo sé, pero… lo que quiero decir es… ¿por qué lo hiciste? Tenías bronca y perdiste el control. Actuaste sin pensar.
—Bueno sí…
—A mí me pasó lo mismo. Actué sin pensar. Me enojé mucho con vos. Osvaldo estaba cerca, le vi la verga y… no sé. Simplemente me la metí en la boca y empecé a chupar. Chupé con rabia. Para colmo sentí mucha frustración.
—¿Por qué?
—Porque… porque es una verga muy grande. A ver si se entiende esto. En ese momento yo sentía que mientras más la tragara, más te iba a molestar. Aunque no lo vieras. No te olvides que yo estaba muy enojada. Y me frustró mucho no poder tragarla toda. Intenté varias veces. Me atraganté. No hubo caso. La verga de Osvaldo no me entra completa. Aún así… seguí chupando. Y chupé fuerte. Muy fuerte. Quería hacerlo acabar lo más rápido posible.
—¿Cuánto tiempo estuviste chupando?
—No sé… porque… em… cuando Osvaldo acabó, no dejé de chupar. —Pudo notar cómo el corazón de su novio se rompía en mil pedazos. Casi que pudo escuchar los pedazos cayendo el vacío de su interior—. Lo siento mucho, Renzo. Intento ser sincera. Te mandé la primera foto con la cara llena de leche, y me pareció que no era suficiente. Por eso seguí chupando…
—¿Tragaste semen?
—Sí, obvio. Un montón. Es que mientras seguí chupando, siguió saliendo leche. Eso me entusiasmó. Sé que quedo como una malvada al decirlo, pero acordate que yo no estaba pensando con claridad. Simplemente actué. Dejé que más semen me cayera en la cara y saqué otras fotos. Después te las mandé.
—¿Después de la última foto seguiste chupando?
Silvana sabía que podía evadir esa pregunta. Renzo no tendría forma de saber qué pasó después. Sin embargo, un absurdo instinto de autoboicot la hizo hablar.
—Sí. Seguí chupando. No sé por qué. No pude parar. Lo intenté, pero mientras más chupaba, más natural me resultaba hacerlo. Me recordó a esos… tiempos oscuros. —Señaló el video de la compu—. En aquellos tiempos también actuaba sin pensar. Se me nublaba el juicio y hacía cosas de las que después me arrepentía. Para colmo Osvaldo se entusiasmó un poco y… me agarró de los pelos. Empezó a… o sea, como a cogerme por la boca. ¿Me explico? —Renzo no dio señales de vida. Permaneció estático, con los ojos muy abiertos—. No sé por qué te estoy contando esto. Sé que te hace mal. Pero… me pediste que fuera sincera. Osvaldo no se fue hasta que acabó por segunda vez. En esa ocasión yo… em… perdón amor… me tragué toda la leche. Todita. No dejé nada. Hasta le limpié la verga con la lengua. Lo sé. Soy de lo peor. Si estás enojado conmigo, lo voy a entender. Sos un buen chico. No te merecés que tu novia te haga esto. Si hay algo que puedo decir a mi favor es que…
—Perdiste el control. Como me pasó a mí cuando rompí la ducha.
—Así es.
La seguidilla de fotos y videos pasaba automáticamente. Los dos se habían olvidado de la pantalla hasta ese momento. Silvana sabía que este momento iba a llegar; pero prefería hacer de cuenta que no pasaría. Que por algún milagro Rogelio omitiría ese video en específico. Obviamente no lo hizo.
En pantalla se pudo ver claramente a Silvana montando una verga con rápidos movimientos de cadera. Por supuesto que era una de las grandes. Y eso no era todo. En cada una de las manos tenía otra pija erecta. Se iba turnando para chupar las dos. Primero tragó la de su derecha, después hizo lo mismo con la izquierda.
Renzo llevaba tanto tiempo sin respirar que Silvana comenzó a preocuparse.
—¿Estás bien?
—¿Qué… qué es eso?
—Perdón. Sé que no te debe gustar nada enterarte que tu novia hizo una cosa así. Te dije, la situación se me fue de las manos. Ahí fue cuando supe que había llegado demasiado lejos.
—¿Tres tipos? ¿Te cogieron tres tipos a la vez?
—Sí, Renzo. Eso pasó. Me la metieron entre los tres. No te lo voy a negar. El video es bastante explícito. Vas a ver cómo cada uno de ellos me penetró durante un buen rato. Y sí… al final me acabaron en la cara. Los tres. Y me tragué la leche. Hice cosas espantosas, lo sé. Pero no tiene sentido negarlo. Está todo grabado.
—Me dijiste que dejaste de hacer esto antes de conocerme.
—Así es.
—Entonces… ¿por qué tenés puesto el collar que yo te regalé?
Silvana sintió que todo su mundo se desmoronaba. Llevaba más de un año sin ver ese video. Ni siquiera recordaba haber visto el collar antes. Era un detalle insignificante. Se trataba de una cadenita plateada y un dije en forma de corazón. El corazón estaba pintado de blanco y negro, simbolizando el shing y el shang.
—Ay, Renzo…
—Me engañaste —no era una acusación, era una certeza.
—No. De verdad que no. Puedo explicarlo. Te dije una pequeña mentira…
—Dijiste que ibas a ser sincera conmigo. ¿Hasta cuándo tengo que aguantar que me mientas?
—Perdón… perdón. Tenés razón. No lo dije antes, porque no quería lastimarte. Pero no te engañé. Al menos yo no lo veo así. ¿Puedo explicarlo?
—Sí, pero no me mientas.
—Bien, bien… —Silvana estaba nerviosa. Si quería salir de esta situación incómoda, debía decir la verdad. Al menos su versión de la verdad—. Cuando te conocí me di cuenta que eras distinto a los tipos con los que yo andaba. Ellos solo pensaban en cogerme. Nada más. Para ellos yo no era más que una puta a la que le podían meter la pija cuando quisieran. En cambio vos me trataste de otra manera, desde el principio. Me mostraste respeto y cariño.
»Empezamos a salir y a mí me gustabas cada vez más. Me pareció muy tierno que me regalaras ese collar. Entonces me di cuenta que ya no podía seguir con mis aventuras sexuales. Necesitaba… sentar cabeza. Hablé con mis amantes… los siete —al decir el número se sintió sucia—. Les dije que ya no quería verlos.
«Ay, sí… cómo me gusta la pija —dijo la Silvana del video, mientras se la cogían en la cama, con las piernas levantadas. Sacudía los pies con cada embestida y seguía chupando vergas a dos manos—. Metemela toda. Quiero que me dejen bien llena de verga… como a una buena puta».
—No hagas caso a las cosas que dije ese día, amor. Esa no soy yo. Es decir… yo odiaría ser vista como una puta. Es algo que me aterra. En ese momento de calentura dije cualquier cosa, sin pensarlo. —Renzo no dijo nada. Se limitó a mirar la pantalla donde tres tipos se cogían a su novia de forma salvaje—. Te estarás preguntando cómo fue que llegamos a eso, si dije que no quería verlos más. Es que uno de ellos me citó para que nos despidiéramos personalmente. Me dijo que me quería dar un lindo regalo. Cuando llegué me encontré que estaba con estos dos, que también fueron mis amantes. Se conocieron de casualidad, en una discoteca. Se dieron cuenta de que los tres se cogían a la misma mina. Entonces se les ocurrió “hacerme la fiesta”, entre los tres. Yo les dije que no. Que ni loca cogía con tres tipos a la vez. Además les aclaré que ya había conocido a una persona muy especial. Me propusieron tomar una última cerveza juntos. Eso sí lo acepté.
»Para hacértela corta, porque ya sabés cómo sigue la cosa. Sí, al final me llevaron al telo… y me cogieron entre los tres. Me convencieron con manoseos por debajo de la mesa. Me calenté mucho. Me dijeron: “Si vas a estar de novia, te merecés una buena despedida de la soltería”. Y… pensé que sí. Que sería lindo hacer algo más. Técnicamente vos y yo aún no eramos novios, Renzo. Estábamos saliendo nomás. Por eso no lo puedo considerar infidelidad. Yo ni siquiera sabía que ibas a ser mi novio.
—Pero… mientras salías conmigo te cogieron tres tipos. Tres. O sea, Silvana… cuando yo empecé a salir con vos, ni siquiera le respondí mensajes a otras chicas. No quería defraudarte. Y vos… vos te cogiste tres tipos. Te cogiste tres tipos, Silvana… tres.
—Ay, Renzo. No me lo digas así, me hacés sentir como la peor puta del mundo. Sí, lo sé… me cogieron entre tres. Todavía me siento culpable por eso. ¿Acaso creés que me gusta saber que perdí el control de esa manera? Yo no soy ninguna puta, Renzo.
«Uf… sí. Dámela toda —dijo la Silvana de la pantalla, entre gemidos—. Cómo voy a extrañar las pijas grandes. Dale… metela más adentro. La quiero sentir toda. Mmmm… sí, así, qué rico. Hasta el fondo. Dame duro».
«¿El que te coge ahora no la tiene grande?», preguntó uno de los tres amantes.
Renzo miraba la pantalla atónito.
«No, para nada —Silvana comenzó a reírse—. Pero es un buen chico… y muy lindo. Aunque… sí que voy a extrañar las pijas como esta. Por eso quiero que me dejen bien llena de poronga. No sé cuándo voy a poder probar una buena verga otra vez».
El tipo que estaba delante de ella empezó a darle con todo. Los otros dos le dieron de tomar una gran cantidad de semen.
—Renzo, yo…
Renzo se puso de pie, con los ojos vidriosos. Estaba luchando por contener sus ganas de llorar.
—Perdón, amor… —insistió Silvana—. Lo dije sin pensar… no creas que yo…
Pero su novio no estaba escuchando a la Silvana de carne y hueso, sino a la del video.
«Ay, sí… sí… amo las pijas grandes. Me vuelven loca. Les juro chicos que si me pongo de novia y ese boludo no me satisface, me hago coger por ustedes todas las semanas. No voy a poder aguantar mucho sin vergas como éstas».
Renzo no necesitaba oír más. Dio media vuelta y abrió la puerta. Estaba por salir, pero se detuvo. Giró la cabeza para mirar a Silvana, ella lo observaba muda.
—Algún día te voy a perdonar por todo lo que dijiste de mí. Pero hoy no.
Salió y cerró la puerta.
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Silvana entendió que su novio necesitaba tiempo para reflexionar… y ella también. Era mejor no insistir. Tendría que buscar la mejor forma de explicarle que había dicho esas cosas en un momento de calentura. Necesitaba hacerlo de forma convincente.
Y justamente era la calentura lo que la tenía tan alterada. Después de pasar una mañana de sexo duro con Rogelio y de reencontrarse con sus viejas “joyas pornográficas”, estaba muy mojada. No podría concentrarse si no hacía algo para bajar la calentura. Se desnudó y empezó a masturbarse mientras miraba todo el material recuperado. Se había olvidado de lo bueno que era. Sumamente explícito. Sumamente gráfico. Vergas entraban por su boca y su concha en diversas formas y colores. Aunque no había ninguna negra y gigante, como la de Malik.
La puerta se abrió mientras Silvana se estaba llenando la concha de dedos.
—Amor, volvis…
Se quedó muda al ver que en realidad se trataba de Osvaldo. El tipo se encontró con un peculiar panorama, con Silvana sentada frente a la computadora, completamente desnuda y con las piernas bien abiertas. Tenía dos dedos bien metidos en su húmeda vagina.
—Hola, Silvana. Perdón por interrumpir. Vine a devolverte tu copia de la llave…
A Silvana le molestó que Osvaldo ni siquiera hubiera tocado el timbre; pero no quería enojarse con él. Al fin y al cabo ¿Qué problema hay si la vió haciéndose una paja? Después de todo lo que pasó entre ellos, ya no debería importarle.
—Ah, está bien, Osvaldo. Muchas gracias. Podés dejar la llave ahí.
Ella volvió a mirar el video porno y siguió pajeándose, como si nada.
—¿Esa sos vos? —Preguntó Osvaldo, al ver a la chica de la pantalla disfrutando de tres pijas a la vez.
—Em… sí. Esto pasó antes de que Renzo fuera mi novio —Técnicamente, pensó—. No estoy orgullosa de haberlo hecho.
—¿Y por qué no?
—Este… em… porque no está bien que una mujer se acueste con tres hombres a la vez.
—¿Cuál sería el problema? Si eras soltera…
—Bueno, quizás otras personas no lo verían como algo malo. Eso depende del criterio de cada uno. Por ejemplo, a Renzo…
Una vez más se quedó muda, al girar la cabeza se encontró con la verga de Osvaldo a pocos centímetros de su cara. Aún estaba flácida, pero aún así era imponente. Ella entendió el mensaje al instante. Él se la estaba ofreciendo. Entendió que Silvana necesitaba ayuda para “satisfacerse”. Aceptarla sería un acto de infidelidad. Lo tenía muy claro.
Recordó cuando su madre, hace ya varios años, le aconsejó que nunca apostara dinero en un casino. «Se genera el hábito —le dijo—. Si apostás una vez, la segunda vez que quieras hacerlo te va a costar más resistirte. Y la tercera aún más… y luego viene la cuarta, y la quinta. Cuando te das cuenta, ya no podés dejar de apostar. Porque ya lo naturalizaste. Y requiere mucha fuerza de voluntad salir de ese círculo vicioso».
En ese preciso momento Silvana entendió que con la infidelidad ocurría lo mismo. Ni siquiera mostró un ápice de resistencia. Agarró la verga de Osvaldo y se la llevó a la boca, sin dejar de masturbarse con la mano izquierda. La chupó como si llevaran años siendo amantes. Fue como trasladarse a sus “épocas oscuras”, antes de estar de novia con Renzo. Intentaba resistirse y no ir a la cama con el primer tipo apuesto que conociera en un bar… pero por mucho que intentara, tarde o temprano lo hacía.
La verga se puso dura dentro de su boca y eso la incentivó aún más. La excitó que Osvaldo se la hubiera ofrecido sin decir ni una sola palabra… y que de la misma forma ella lo aceptó. Era como un acuerdo tácito.
Habían pasado apenas unas horas desde que Rogelio le dio tremenda cogida y eso empeoró las cosas. Su fuerza de voluntad quedó sobrepasada por la calentura. Como le había ocurrido tantas veces cuando no tenía pareja estable, perdió el control de sus propias acciones. Abandonó la silla, para acercarse a uno de los sillones del living. Se arrodilló en él, ofreciendo su retaguardia al portero.
Osvaldo es un tipo de carácter muy particular, le cuesta comprender las indirectas. Sin embargo esa la entendió a la perfección. Con el miembro bien duro, se acercó a Silvana por detrás y la penetró en la concha.
—Fuerte, Osvaldo… metela fuerte.
—¿No te va a doler? Me dijiste que sos estrecha.
—Eso no importa. Quiero que la metas bien fuerte.
Y así lo hizo. Le pegó una clavada monumental, que la hizo gemir de placer. No sintió ningún dolor, Rogelio se había encargado de dejársela bien abierta y la memoria muscular de su vagina aún seguía funcionando. Agradeció que Osvaldo no precisara más instrucciones. El tipo la tomó por la cintura con sus pesadas manos y comenzó a darle una cogida de campeonato. Mucho más potente que las que podía darle su novio. Esta verga se parecía mucho más a la de sus viejos amantes, eso que poblaban las fotos porno del e-mail condenatorio. ¿Será cierto que el tamaño importa? ¿O es solo por el tóxico morbo que le genera la infidelidad?
«La infidelidad no me genera morbo. Sé que está mal», se respondió a sí misma, sin lograr convencerse del todo.
En ese momento ocurrió la catástrofe.
Renzo volvió, con la intención de resolver el conflicto. No quería estar peleado con su novia. La amaba demasiado como para estar lejos de ella. Y la escena con la que se encontró lo desconcertó tanto que al principio creyó que se había equivocado de piso. ¿Había irrumpido en la casa de un desconocido? No… esas nalgas… conocía muy bien esas nalgas. Y cuando ella se dio vuelta…
—¡Renzo! —Exclamó Silvana, con un nudo en la garganta—. Esperá, amor… esperá. ¡No es lo que parece! —Se sintió una estúpida por recurrir a esa frase tan manida—. Puedo explicarlo, te juro que…
—Ya está Silvana, no importa —el muchacho parecía abatido. No lloró, pero su rostro era un monumento a la desazón—. Ya me queda claro que no puedo confiar en vos. Lo nuestro se terminó.
—¡Renzo! ¡Por favor!
Lo vio salir. Ni siquiera dio un portazo lleno de rabia. Eso significa que quedó completamente destruído.
Debió correr detrás de él. Lo sabía perfectamente. Era su deber como novia. Tendría que haber juntado la ropa del piso… o incluso podría haber salido desnuda y detenerlo antes de que suba al ascensor. Sin embargo, no se movió de allí. Osvaldo le estaba metiendo pijazos tan duros, con tanta potencia, que ni siquiera podía pensar con claridad. Era demasiado placentero, demasiado embriagador. Quería más… y más… y él se lo daba sin parar. Parecía una máquina. Los golpeteos rítmicos contra las nalgas de Silvana resonaban en toda la habitación junto con sus gemidos. Se sumergió en una vorágine de puro placer. Sintió cómo su vagina se llenaba de jugos vaginales. El esperma la inundó por completo.
Su concha acabó, al igual que lo hizo su relación con Renzo.
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