En cualquiermomento, en cualquier lugar; para una mente activa todo es sexo. Estabasentado, esperando. Ella se acercó para atenderme. Sus ojos rasgados me miraronsolamente un segundo. Escuchó lo que dije que quería, aunque estaba mintiendo. Quiénquisiera ante ella un café negro, solo. Tampoco coger. Sexo y coger son dosgalerías diferentes. O, más bien; coger es una de las galerías internas dentrodel palacio del sexo. Lo que estaba pagando con ese café era una melodíacirculante. Existente y danzante en todos los aires de ese palacio. La vi irsey la imaginaba de vuelta. Sus tetitas eran la armonía de su vuelo. Ella sesentaría de piernas abiertas. En la mesa. Adelante mío. Sonreía apenas. De unlado. A labio partido. Sacó su delantal y lo tiró hacia mi cara. No quise hacernada. Lo dejé ahí y ella se sentó arriba mío. Se frotó dos veces que parecieronuna cogida entera. Se levantó y caminó detrás de mí. Me sacó el delantal ymientras yo la buscaba, tomó mi cabeza y me hizo mirarla. Llevando mi cuellohacia atrás. Acarició mi mentón mirándome. Lamió mi nariz y me besó. De cabeza.Pasó su mano por mi pecho. Casi llegando a mi pija. Sentía a la gente mirar.También mi bulto crecer. Ella ya no estaba. Nunca había vuelto. Estaba en elbaño. Con sus pantalones bajos. Arrinconada a la pared. Sentada en el inodoro ysu camisa levantada. En su boca. La mano metida por debajo de su tanga. Losojos delineados, cerrados. La escucharía gemir a kilómetros de distancia.Amordazada con la tela de su camisa. Con una mano en el bolsillo yo me laacariciaba. A lo lejos, también a ella. Una de sus manos se arrastraba por lacerámica fría de la pared del baño. Desaceleraba el ritmo de calor. Se dabapausa. Mi pija traspiraba en una caldera aparte. Su pantalón terminaría en elsuelo. Una de sus piernas apoyada en el aparador del papel higiénico. Su conchaquedaría en acceso directo. Entraba uno de sus dedos y acariciaba su clítoris.Se reclinaba sobre el inodoro, se recostaba, se hacía agua. No pude retenerlomás. Me levanté apresurado y fui hacia el baño. Ella se puso de pie, todavíacon la camisa en su boca. Apoyó una mano contra la pared. Una pierna se anclósobre el inodoro y su culo quedó cedido al aire caluroso. Recargado. Entré sinmedir si habría alguien o no. Entré con el apuro de una carga excedida en peso.Ella ya tenía el hombro contra la pared y sus dos manos entre las piernas.Mordía sus ropas con salvajismo incontinente. Aferrándose a la represión. Mipija estaba liberada y mi mano apretaba la cabeza para retener la explosión. Sustalones se desprendían del suelo. Las puntas de sus pies cargaban rígidos conla liberación, sus muslos con los fluidos. Me apoyé contra la pared y sentíapenetrarla solamente para acabar juntos. Sobre el agua caía mi semen agitado,desprolijo. Un vomito de eso que impedía respirar. Estaba pegado a su culo,liberándolo todo. Ella se comía toda mi pija y se dejaba ir entera. Los dosterminados, seguíamos complaciendo a nuestra necesidad de carne. Entre espasmosentraba aún más adentro de ella. Ella volvía a las paredes que la contagiabande calma. De quietud. De dejarse ser. Mientras mi pija se enamoraba de todossus fluidos, mi mano recorría sus tetas y esparcían los jugos de sus piernas.Nos apretamos con la obligación de tapar cualquier fuga. Ya su camisa estaba tirada,mordida y arrugada. Las piernas se abrían para dejarse trabar por las paredes.Querría que ella acariciara mis huevos. Ella seguramente lo hacía. Ella en elbaño de hombres, esperándome. Yo, en el de mujeres queriendo encontrarla. Losdos acabamos solos pensando el uno en el otro. Desprendía los últimos hilos desemen queriendo reposar en su culo, en su espalda. Ella se dejaba caer sobre elinodoro para limpiar los restos que quería que fuesen míos. Mirando la ropa quedebería volver a ponerse, sola, y la camisa que ya no podría volver a arreglar.Nos cruzamos en el pasillo y nos reconocimos tan errados como acertados.Habríamos elegido el baño incorrecto mil veces más, antes de querer encontrarnos.
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