En el tranquilo resplandor de mi computadora, note una notificación en Facebook. Un viejo amigo de la secundaria, Roberto, me había enviado una solicitud de amistad. Con una sonrisa nostálgica, acepte. Recordaba a Roberto como el chico que siempre me hacía reír, el cómplice de travesuras y maldades y con quién pase tardes escuchando música y viendo películas y revistas prohibidas jeje.
Los mensajes fluían con la facilidad de los viejos tiempos. Nos contamos a detalle nuestras vidas, nuestros triunfos y desafíos, y cómo, a pesar de los años, ciertos recuerdos permanecían frescos como una mañana de un día de primavera. Me se sorprendió descubrir que Roberto aún recordaba el color exacto de mi vestido de XV años y como me peinaba en la secundaria, me tenía muy presente en sus recuerdos.
Después de mucha plática y de mucho intercambio de fotos una tarde, Roberto me invitó a salir a un lugar donde solíamos compartir nuestras tardes y confidencias. Al vernos, algo cambió. No éramos solo dos viejos amigos recordando; era como si el tiempo hubiera tejido nuestras historias separadas en una sola. Las risas se mezclaban con miradas que revelaban un profundo deseo de el uno por el otro.
Nuestros encuentros se hicieron más frecuentes, y las despedidas, cada vez más cariñosas. Una tarde, bajo un puente de una avenida, Roberto tomó mi mano y me confesó que siempre me había tendido ganas, y que esas ganas habían permanecido presentes hasta nuestro reencuentro, me confesó que aunque amaba a su esposa yo siempre había estado en sus pensamientos más perversos y que nunca había dejado de pensar en mi.
Yo, con el corazón acelerado y mi entre pierna húmeda, admití sentir lo mismo. Habíamos sido amigos, sí, pero ahora, después de tanto tiempo, nos dimos cuenta de que lo que compartíamos era un fuerte deseo. Un deseo maduro y perverso de dos adultos casados que querían darse un gusto tardío. Nos besamos bajo ese puente y nos acariciamos, nuestra pasión era tan grande que decidimos irnos a un hotel de paso. Ahí tuvimos sexo como adolescentes una y otra vez. Yo gemía fuertemente mientras el arremetió ferozmente en mi vagina. El jalaba mi cabello y me daba nalgadas y yo cada que su pene se salía lo metía nuevamente con deseo y lujuria mientras pedía que no se detuviera.
Y así, lo que comenzó con una simple solicitud de amistad termino en una gran infidelidad para nuestras parejas, demostrando que algunas personas, simplemente, están destinadas a tener sexo algún día con ese amor de juventud.
Los mensajes fluían con la facilidad de los viejos tiempos. Nos contamos a detalle nuestras vidas, nuestros triunfos y desafíos, y cómo, a pesar de los años, ciertos recuerdos permanecían frescos como una mañana de un día de primavera. Me se sorprendió descubrir que Roberto aún recordaba el color exacto de mi vestido de XV años y como me peinaba en la secundaria, me tenía muy presente en sus recuerdos.
Después de mucha plática y de mucho intercambio de fotos una tarde, Roberto me invitó a salir a un lugar donde solíamos compartir nuestras tardes y confidencias. Al vernos, algo cambió. No éramos solo dos viejos amigos recordando; era como si el tiempo hubiera tejido nuestras historias separadas en una sola. Las risas se mezclaban con miradas que revelaban un profundo deseo de el uno por el otro.
Nuestros encuentros se hicieron más frecuentes, y las despedidas, cada vez más cariñosas. Una tarde, bajo un puente de una avenida, Roberto tomó mi mano y me confesó que siempre me había tendido ganas, y que esas ganas habían permanecido presentes hasta nuestro reencuentro, me confesó que aunque amaba a su esposa yo siempre había estado en sus pensamientos más perversos y que nunca había dejado de pensar en mi.
Yo, con el corazón acelerado y mi entre pierna húmeda, admití sentir lo mismo. Habíamos sido amigos, sí, pero ahora, después de tanto tiempo, nos dimos cuenta de que lo que compartíamos era un fuerte deseo. Un deseo maduro y perverso de dos adultos casados que querían darse un gusto tardío. Nos besamos bajo ese puente y nos acariciamos, nuestra pasión era tan grande que decidimos irnos a un hotel de paso. Ahí tuvimos sexo como adolescentes una y otra vez. Yo gemía fuertemente mientras el arremetió ferozmente en mi vagina. El jalaba mi cabello y me daba nalgadas y yo cada que su pene se salía lo metía nuevamente con deseo y lujuria mientras pedía que no se detuviera.
Y así, lo que comenzó con una simple solicitud de amistad termino en una gran infidelidad para nuestras parejas, demostrando que algunas personas, simplemente, están destinadas a tener sexo algún día con ese amor de juventud.
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