Pasaron varios días sin que tuviéramos relaciones, la rutina familiar, el cansancio, y los problemas económicos, hicieron que no nos buscáramos más que para algún beso, alguna caricia. Intenté enfriar mí cabeza, salir de ese estado de excitación permanente, típico de cornudo. Traté de que la cosa fluyera, de no presionar, no imponer, no volver a tocar el tema.
Y como era de esperar, surgió sólo, una noche viendo una serie de esas que estiras el momento de detenerla, cómo dándole una oportunidad más, esperando que algo interesante suceda. Posé mí mano izquierda sobre su muslo derecho, comencé a acariciarla en forma ascendente, automáticamente se recostó y abrió sus piernas. Cómo era habitual, llevé mí mano a su entrepierna, humedecí mí dedo índice en su vulva, y comencé una suave paja frotando su clítoris. Cada tanto, hurgaba en su vagina con ese mismo dedo, lo retiraba y me lo metía en la boca. María se sonrió, y soltó: “Sos chancho… Te gusta el sabor de mí concha? Vení, olemelá, méteme tu nariz que es más larga que tu pija, la voy a sentir más, y te va a quedar impregnado mí aroma…” Metí mí cabeza entre sus piernas, introduje mí nariz en su vagina, e inhalé con desesperación, al tiempo que seguía estimulando su clítoris con mi pulgar. Luego exhalé mí respiración caliente, saqué mí nariz, y comencé a lamer con delicadeza ese rosado manjar. María se retorcía de placer, gemía cada vez más fuerte, su respiración se notaba agitada. Con su voz entre cortada me dijo: “Si no te corres, te voy a mojar toda la cara”. Me separé levemente de su concha, para poder apreciar cómo brotaba de su ser ese líquido trasparente, que segundos más tarde degustaría. Debo confesar que esa primera vez, no me gustó para nada su sabor, pero de todas maneras, por la calentura, en cuanto lo ví salir, abrí la boca y le comí la concha con tal desesperación, que no había terminado de tragar esa acabada, que ya estaba acabando nuevamente en mí boca, mientras emitía una risa burlona. No pude tragar todo, esas primeras acabadas fueron muy abundantes, pero nunca dejé de chupar y masturbar. Me preguntó: “Te gusta cornudo? Querés más?” A lo que respondí, que sí, pero que me estaba ahogando. Le dí pie para que me chicanee: “Ves que no te la bancas, sos puro bla bla, menos mal que se te ocurrió comprarme juguetes, porque si es por vos me dejas siempre con ganas… Necesito sentir algo en la concha.” Dí por sentado que “sentir algo” no se refería a mí pequeñín, me incorporé, y me dirigí al placard en busca de algún juguete. Tomé en mis manos el primero que encontré, el más chico de los dos, y volví a la cama. María permanecía extasiada, con sus ojos cerrados, y las piernas bien abiertas, completamente entregada al placer. Acerqué el dildo a su concha, y lo hice desaparecer lentamente dentro de su ser mientras estimulaba su clítoris, emitió un gemido, pero a los pocos segundos me detuvo: “Cuál trajiste?”. Le respondí: “El primero que encontré, el más chico…” Ella ordenó: “Andá a buscar el grande, este me gusta, pero siento que me falta algo, no me llena…” Mientras volvía al placard, siguió: “Vos me diste el dulce, ahora no quieras sacarmelo, bancate que prefiera el que me llena bien la concha, y me la deja como una cacerola, para que la tuya baile”. En el instante que finalizó de pronunciar esa frase, sentí que mí “Caramelito”, cómo llamaba cariñosamente a mí pijita en la intimidad, expulsó buena parte de su relleno de líquido preseminal. María se percató de lo sucedido, y con una malvada sonrisa dibujada en su boca, me ordenó: “Vení precoz, trae de una vez ese monstruo, y haceme gozar de verdad”.
Así fue, que sus orgasmos se fueron sucediendo, uno tras otro, hasta perder la cuenta. Su vulva, la cama, y mis manos completamente empapadas, mezcla de lubricante y sus acabadas. Ese mástil de goma no encontraba ningún tipo de oposición, entraba en su vagina como si la hubiesen usado de molde para fabricarlo, entraba justo y con gran facilidad. Pensé para mí: “Hija de puta, cuántas veces en los primeros años juntos, se quejó de dolor, o de la intensidad. Ahora se come una poronga de 20 x 5,5 cm. sin emitir queja, y se moja toda sin parar”.
Giró su cabeza hacía mí, me besó, y me sacó de mis pensamientos: “No querés cogerme un poco vos? Necesito sentirte…” Sólo pude responder: “Sí, claro que quiero… Pero está muerta…” Inmediatamente se puso en su rol dominante: “Y chorreante… Ni sueñes que te la voy a chupar así mojada… Por Dios, nunca ví algo igual… Me genera ternura de tan chico que es. El lugar de esta cosita es entre dos de mis dedos, en mí concha ya tengo algo que me llena y me hace gozar como una puta. Esto querías cornudo?” Con la pijita ya dura, pude balbucear: “Sí, mí amor, ubicame en mí lugar mientras te comes flor de poronga. Uff, no doy más, no voy a aguantar nada”. María continuó bardeandome al tiempo que se ponía en cuatro patas: “Eso ya lo sé, marido cornudo, manisero, pajero, y precoz, pero vení que en unos segundos te mojo el caramelito”. Me coloqué un preservativo, apoyé la puntita de mí pijita en su vulva, moví la pelvis hacia adelante, y mí verguita siguió de largo, sin rozar sus paredes vaginales en ningún momento, hasta sentir el golpe de mí abdomen contra sus glúteos. Y siguió humillándome: “Ya la pusiste? No siento nada… Ni siquiera cosquillas… Y eso que estoy en cuatro que es como más te siento… Vas a tener que empezar a cogerme vos primero, sino no vas a gozar nada…” Haciendo un gran esfuerzo, pude responder algo, me encontraba extasiado, el placer era total, tanto físico como mental: “Me vuelve loco que estés tan abierta, no puedo creer que te comas todo esto con tanta facilidad, me encanta ser el último y que te baile.” Ella insistió: “Yo lo digo por vos… Baila tanto que me causa gracia… Pero si a vos te gusta… El que se jode sos vos, porque está poronga de goma me hace gozar como loca, le estoy tomando el gusto a sólo pajearte, y creo que vos también porque aguantas cada vez menos. Es tu problema si te conformas con eso…” Automáticamente, acabé potentes chorros de leche caliente, llenando de tal manera el preservativo, que se rebalsaba de leche. Entonces, un poco preocupada por estar cerca del período de ovulación, y otro tanto por humillarme nomás, me mandoneó: “Asegúrate de sostener el forro, y sacarla con cuidado, lo más rápido posible, que estoy toda abierta, y a vos se te muere enseguida. No quiero quedar embarazada…” Me levanté, descarté el preservativo, pasé por el banco a higienizarme, y cuando volví a la habitación, María ya dormía.
Con el correr de los días, fue intensificándose la nueva dinámica sexual de la que María me había advertido en más de una ocasión: menos penetración y más paja. Esta práctica podía darse con dos, y hasta sólo uno de sus dedos, con sus pies, o con sus increíbles tetas. No sé si consciente o inconscientemente, motivado por mí ferviente deseo de convertirme en un verdadero cornudo, mí “Caramelito” pasaba más tiempo que el habitual en estado de mortandad, completamente arrugado y reducido a su mínima expresión, y cada vez duraba menos en estado de erección, a tal punto de llegar a eyacular en reposo. Paralelamente, comencé a fantasear con la dominación femenina, reconociendo cómo único límite el uso de la fuerza. Quién entiende de lo que hablo, sabe que en ese momento saqué boleto de ida hacía un lugar del que no sé vuelve, por el contrario, cada vez querés transgredir más, y llegas a los confines más oscuros del ser humano. Fue un largo proceso, poder abrir mí lado oscuro a la persona que amo, encontrar las palabras adecuadas, que asimile el shok, que comience a llevar a la práctica determinadas acciones sólo por complacerme, y que termine disfrutando de esas situaciones. El tiempo pone las cosas en su lugar, y si bien aún no lleguamos a concretar la fantasía del cornudo, en el camino hemos disfrutado de actos impensados.
Continuará
Y como era de esperar, surgió sólo, una noche viendo una serie de esas que estiras el momento de detenerla, cómo dándole una oportunidad más, esperando que algo interesante suceda. Posé mí mano izquierda sobre su muslo derecho, comencé a acariciarla en forma ascendente, automáticamente se recostó y abrió sus piernas. Cómo era habitual, llevé mí mano a su entrepierna, humedecí mí dedo índice en su vulva, y comencé una suave paja frotando su clítoris. Cada tanto, hurgaba en su vagina con ese mismo dedo, lo retiraba y me lo metía en la boca. María se sonrió, y soltó: “Sos chancho… Te gusta el sabor de mí concha? Vení, olemelá, méteme tu nariz que es más larga que tu pija, la voy a sentir más, y te va a quedar impregnado mí aroma…” Metí mí cabeza entre sus piernas, introduje mí nariz en su vagina, e inhalé con desesperación, al tiempo que seguía estimulando su clítoris con mi pulgar. Luego exhalé mí respiración caliente, saqué mí nariz, y comencé a lamer con delicadeza ese rosado manjar. María se retorcía de placer, gemía cada vez más fuerte, su respiración se notaba agitada. Con su voz entre cortada me dijo: “Si no te corres, te voy a mojar toda la cara”. Me separé levemente de su concha, para poder apreciar cómo brotaba de su ser ese líquido trasparente, que segundos más tarde degustaría. Debo confesar que esa primera vez, no me gustó para nada su sabor, pero de todas maneras, por la calentura, en cuanto lo ví salir, abrí la boca y le comí la concha con tal desesperación, que no había terminado de tragar esa acabada, que ya estaba acabando nuevamente en mí boca, mientras emitía una risa burlona. No pude tragar todo, esas primeras acabadas fueron muy abundantes, pero nunca dejé de chupar y masturbar. Me preguntó: “Te gusta cornudo? Querés más?” A lo que respondí, que sí, pero que me estaba ahogando. Le dí pie para que me chicanee: “Ves que no te la bancas, sos puro bla bla, menos mal que se te ocurrió comprarme juguetes, porque si es por vos me dejas siempre con ganas… Necesito sentir algo en la concha.” Dí por sentado que “sentir algo” no se refería a mí pequeñín, me incorporé, y me dirigí al placard en busca de algún juguete. Tomé en mis manos el primero que encontré, el más chico de los dos, y volví a la cama. María permanecía extasiada, con sus ojos cerrados, y las piernas bien abiertas, completamente entregada al placer. Acerqué el dildo a su concha, y lo hice desaparecer lentamente dentro de su ser mientras estimulaba su clítoris, emitió un gemido, pero a los pocos segundos me detuvo: “Cuál trajiste?”. Le respondí: “El primero que encontré, el más chico…” Ella ordenó: “Andá a buscar el grande, este me gusta, pero siento que me falta algo, no me llena…” Mientras volvía al placard, siguió: “Vos me diste el dulce, ahora no quieras sacarmelo, bancate que prefiera el que me llena bien la concha, y me la deja como una cacerola, para que la tuya baile”. En el instante que finalizó de pronunciar esa frase, sentí que mí “Caramelito”, cómo llamaba cariñosamente a mí pijita en la intimidad, expulsó buena parte de su relleno de líquido preseminal. María se percató de lo sucedido, y con una malvada sonrisa dibujada en su boca, me ordenó: “Vení precoz, trae de una vez ese monstruo, y haceme gozar de verdad”.
Así fue, que sus orgasmos se fueron sucediendo, uno tras otro, hasta perder la cuenta. Su vulva, la cama, y mis manos completamente empapadas, mezcla de lubricante y sus acabadas. Ese mástil de goma no encontraba ningún tipo de oposición, entraba en su vagina como si la hubiesen usado de molde para fabricarlo, entraba justo y con gran facilidad. Pensé para mí: “Hija de puta, cuántas veces en los primeros años juntos, se quejó de dolor, o de la intensidad. Ahora se come una poronga de 20 x 5,5 cm. sin emitir queja, y se moja toda sin parar”.
Giró su cabeza hacía mí, me besó, y me sacó de mis pensamientos: “No querés cogerme un poco vos? Necesito sentirte…” Sólo pude responder: “Sí, claro que quiero… Pero está muerta…” Inmediatamente se puso en su rol dominante: “Y chorreante… Ni sueñes que te la voy a chupar así mojada… Por Dios, nunca ví algo igual… Me genera ternura de tan chico que es. El lugar de esta cosita es entre dos de mis dedos, en mí concha ya tengo algo que me llena y me hace gozar como una puta. Esto querías cornudo?” Con la pijita ya dura, pude balbucear: “Sí, mí amor, ubicame en mí lugar mientras te comes flor de poronga. Uff, no doy más, no voy a aguantar nada”. María continuó bardeandome al tiempo que se ponía en cuatro patas: “Eso ya lo sé, marido cornudo, manisero, pajero, y precoz, pero vení que en unos segundos te mojo el caramelito”. Me coloqué un preservativo, apoyé la puntita de mí pijita en su vulva, moví la pelvis hacia adelante, y mí verguita siguió de largo, sin rozar sus paredes vaginales en ningún momento, hasta sentir el golpe de mí abdomen contra sus glúteos. Y siguió humillándome: “Ya la pusiste? No siento nada… Ni siquiera cosquillas… Y eso que estoy en cuatro que es como más te siento… Vas a tener que empezar a cogerme vos primero, sino no vas a gozar nada…” Haciendo un gran esfuerzo, pude responder algo, me encontraba extasiado, el placer era total, tanto físico como mental: “Me vuelve loco que estés tan abierta, no puedo creer que te comas todo esto con tanta facilidad, me encanta ser el último y que te baile.” Ella insistió: “Yo lo digo por vos… Baila tanto que me causa gracia… Pero si a vos te gusta… El que se jode sos vos, porque está poronga de goma me hace gozar como loca, le estoy tomando el gusto a sólo pajearte, y creo que vos también porque aguantas cada vez menos. Es tu problema si te conformas con eso…” Automáticamente, acabé potentes chorros de leche caliente, llenando de tal manera el preservativo, que se rebalsaba de leche. Entonces, un poco preocupada por estar cerca del período de ovulación, y otro tanto por humillarme nomás, me mandoneó: “Asegúrate de sostener el forro, y sacarla con cuidado, lo más rápido posible, que estoy toda abierta, y a vos se te muere enseguida. No quiero quedar embarazada…” Me levanté, descarté el preservativo, pasé por el banco a higienizarme, y cuando volví a la habitación, María ya dormía.
Con el correr de los días, fue intensificándose la nueva dinámica sexual de la que María me había advertido en más de una ocasión: menos penetración y más paja. Esta práctica podía darse con dos, y hasta sólo uno de sus dedos, con sus pies, o con sus increíbles tetas. No sé si consciente o inconscientemente, motivado por mí ferviente deseo de convertirme en un verdadero cornudo, mí “Caramelito” pasaba más tiempo que el habitual en estado de mortandad, completamente arrugado y reducido a su mínima expresión, y cada vez duraba menos en estado de erección, a tal punto de llegar a eyacular en reposo. Paralelamente, comencé a fantasear con la dominación femenina, reconociendo cómo único límite el uso de la fuerza. Quién entiende de lo que hablo, sabe que en ese momento saqué boleto de ida hacía un lugar del que no sé vuelve, por el contrario, cada vez querés transgredir más, y llegas a los confines más oscuros del ser humano. Fue un largo proceso, poder abrir mí lado oscuro a la persona que amo, encontrar las palabras adecuadas, que asimile el shok, que comience a llevar a la práctica determinadas acciones sólo por complacerme, y que termine disfrutando de esas situaciones. El tiempo pone las cosas en su lugar, y si bien aún no lleguamos a concretar la fantasía del cornudo, en el camino hemos disfrutado de actos impensados.
Continuará
5 comentarios - Un viaje de ida...