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Compendio III
Luego de lo que pasó el primer día de clases, la relación con mi esposa mejoró drásticamente.
Por lo general, normalmente soy yo quien termina con ganas de seguir intimando con Marisol. Sin embargo, luego de lo ocurrido con Emma y las chicas y tras la atrevida invitación de Cheryl para que fuese a su casa, la libido de mi ruiseñor creció exponencialmente, a tal punto que, para el jueves, me dejaba completamente rendido.
Pero fuera de todo este contexto, tanto Pamelita como Verito me miraban con ojitos brillantes de deseo para que esta semana, le enseñase a Cheryl a preparar sushi relleno con salmón, algo que sorpresivamente no sucedió.
Wednesday, MEL 6:27 PM | GMT: 8:27 AM
Marco (M): Hey, Cheryl. ¿Cómo estás?
Cheryl (C): ¡Hola, Marco! Estoy bastante bien, ahora que puedo conversar contigo. ¿Qué tal tú?
M: jeje, yo también estoy bien al conversar contigo. Me gusta verte más confiada. Quería preguntarte sobre nuestra reunión de este sábado. Mis hijas me están insistiendo que te enseñe a preparar rollos de salmón de sushi.
C: Suena delicioso, Marco, pero en realidad, pensaba algo diferente. Me gustaría que probaras mucho mi sushi. He estado practicando a solas durante estas semanas y me gustaría saber cuánto ha mejorado mi sabor contigo desde la última lección.
Cuando leí aquello, no pude evitar empezar a excitarme. Como les digo, “probar sushi” se ha vuelto nuestra frase código para tener sexo y si bien, la forma en que ella lo expresaba era bastante inocente, el mensaje encubierto sonaba bastante prometedor…
Por lo que, para descifrarlo, seguí el juego de la primera interpretación.
M: ¿En serio? Me encantaría probar tu sushi, Cheryl. Pero no me incomoda llevarte ingredientes si los necesitas.
C: Gracias, Marco, pero no tienes que preocuparte. Compraré los ingredientes yo misma, como cuando empezaste a enseñarme, ¿Recuerdas? Es importante para mí mostrarte cuánto ha mejorado mi juicio y mi progreso en esta relación. Además, quiero disfrutar nuestro tiempo juntos al máximo.
Cuando leí su respuesta, tragué saliva, porque si estaba leyendo bien entre líneas, Cheryl quería darme fuerte y duro…
M: Me parece bien, Cheryl. Aprecio eso. Tu confianza en tus habilidades es impresionante. ¿A qué hora debería presentarme en tu casa?
C: Mhm. Estaba pensando que quiero mostrarte todo lo que he aprendido contigo, por lo que pensaba recibirte al mediodía y así, pasar toda la tarde juntos, mostrándote cuánto he mejorado. ¿Me entiendes?
Para esas alturas, pensaba en dónde estaba Marisol. Necesitaba urgentemente de ella para bajar mi desbordante erección…
M: Por supuesto que te entiendo y no creo que debería haber problemas. Como sabes, a mis hijas también les interesa que prepares un excelente sushi y a mi generosa esposa no le molesta compartir mis dotes culinarios contigo.
C: Muchas gracias, Marco, por tu tiempo. Espero dejarte muy satisfecho con mis habilidades.
Afortunadamente, encontré a mi esposa en la cocina y prácticamente, le salté encima…
Aprovechando que el viernes “me dio un descanso”, para que recuperase mis fuerzas, Marisol me contó que la situación con Cheryl le recordaba mucho a lo que ella vivía cuando yo trabajaba en Broken Hill.
En esos tiempos, a vísperas de mi regreso, tanto ella como Lizzie (la niñera que vivía con nosotros) se tocaban discretamente los días previos a mi retorno y que sin importar que Marisol tuviese una amante/compañera de universidad lesbiana (Lara), las caricias entre ellas no la ayudaban a menguar su ansiedad.
Por mi parte, le comentaba que con Hannah me pasaba una situación parecida, dado que con el esposo que ella tenía en esa época, solamente hacían el amor 3 veces en toda la semana de descanso, siendo que conmigo en faena llegábamos a hacerlo en un promedio entre 12 y 17 veces durante la semana de turno (sin contar las veces que le daba sexo anal), por lo que generalmente vivía “ansiosa” por volver a trabajar.
Por lo que el día en cuestión, tanto mi esposa como yo estábamos nerviosos. Probablemente, de la misma manera que en los matrimonios cornudos, el marido se preocupa de arreglar a la esposa para reunirse con el amante, lo mismo sucedía con mi ruiseñor, que quería que me vistiera prácticamente de manera formal.
Sin embargo, le recordaba que tenía que vestirme de forma casual, dado que debíamos mantener las apariencias, por lo que me vestí con una camiseta polo y unos jeans, aunque sí acepté a que me perfumara bastante.
Mis hijas, curiosamente, estaban contentas por verme partir. Aunque solamente a Alicia le incomodaba que tuviese que salir un sábado por gran parte de la tarde visitando a una desconocida, las gemelas estaban extasiadas por probar los bocadillos que traería de vuelta, lo cual resultaba un cambio radical con respecto a su rechazo por ver partir a su padre, dejando en evidencia su inocente e inquebrantable confianza en mí.
Pues ese día, me esperaba en el estacionamiento vistiendo una falda de gasa corta hasta las rodillas, la cual fluía con bastante libertad, así también con una blusa escotada en corte V, con un detalle de encaje en el escote, un par de sandalias de tiras y unos pendientes de aro.
Como era de esperarse, nos saludamos besándonos como verdaderos enamorados, con sus manos envolviendo mi cintura y atrayéndome hacia la suya, mientras que las mías se afirmaban de sus contundentes nalgas, haciéndola sonreír feliz al notar que nuestros sexos prácticamente se tocaban bajo nuestras ropas. Sin embargo, sentir sus pechos y notar el cautivante sendero entre ellos aglutinarse sobre mi torso me daba el puntapié de partida en mis pantalones para las actividades de esa tarde.
Mucho más confiada y satisfecha de sí misma, me consultó:
· ¿Te molesta que te salude de esa manera? – sonriendo encantada mientras me tomaba de las manos, llevándome a su departamento.
Mientras ella subía las escaleras, meneaba gustosa su retaguardia, sabiendo que seguía atentamente el vuelo de su falda, buscando ver su ropa interior. Y comprendiendo mis intenciones, se detuvo improvisadamente en el último paso de la escalinata de su piso, levantando de sorpresa su falda y haciendo que mi rostro chocara alegremente con sus nalgas, las cuales estaban cubiertas por un precioso calzón purpura de encaje, el cual estaba impregnado con su magnífico aroma.
Una vez en el departamento, nuestra excitación estaba a flor de piel. Nos besábamos con ansiedad y nuestras manos exploraban nuestros cuerpos a sus anchas. Las suyas, ansiosas por palpar lo que pugnaba por salir por mi entrepierna, mientras que las mías no tenían abasto de sobar esa impresionante delantera.
Con completa libertad y confianza y sin dejar de besarme, Cheryl fue desabrochando mi cinturón y mis pantalones, masajeando constantemente mi hinchado falo y una vez que lo dejó libre, se agachó para besarlo con una gran pasión.
Su lengua tibia recorría el largo, provocándome escalofríos, mientras que su mirada se deleitaba al ver mi rostro lleno de placer. Posteriormente, puso mi glande sobre su calurosa cavidad bucal y poco a poco, fue buscando tragar más y más.
Su mano serpenteaba sobre mi falo, con la intención de incentivar el flujo, mientras que la otra, tibiamente apretaba mis testículos, como si palpase la firmeza de un tomate.
Mis manos sujetaban esa cálida mata de rizos, forzando paulatinamente mi glande hacia su garganta. Cheryl, apasionada, seguía succionando deliciosamente a pesar de la falta de aire.
Podía sentir el calor en su mirada que quería que la alimentara, que le acabara en la boca y cómo sus ojos, suplicantes, me prometían que se lo tragarían todo. Por ese motivo, empecé a embestir con mayor violencia con mi cintura, mientras que ella cerraba los ojos, disfrutando cómo abusaba de su boca sin recato, hasta que me corrí en sus labios.
Aunque podía sentir su ruidosa garganta tragar mi corrida, el volumen era tal, que aun parte de ella escapaba por sus preciosos labios. Sin embargo, siempre golosa, untaba con sus dedos el puente de babas que colgaba entre nosotros, para volver a saborearlo sin desperdiciar una gota y su lengua, muy amable, se encargaba de limpiar los restos que quedaban sobre mi hombría.
· Extrañaba tu sabor. – dijo antes de besarme nuevamente. – He pensado en ti todos estos días.
Podía sentir mi calor por ella crecer como una flama. Mis manos, con mayor confianza, se centraban sobre su baja cintura, trazando sutiles surcos sobre aquella apetecible y jugosa hendidura que reposaba entre sus piernas y que ya adivinaba húmeda.
En efecto, y sabiendo mis intenciones, deslizó mi cabeza entre sus piernas, restregándola a propósito entre sus fabulosos pechos, los cuales empezaban a destacar su excitación.
Pero el tesoro entre sus piernas se veía admirable: gruesas gotas de flujo caían sobre su calzón, a medida que lo iba removiendo, haciendo que ella suspirase en alivio.
El sabor y la esencia de su cuerpo era inigualable. Saboreaba su excitado clítoris con fruición, mientras que ella miraba a los cielos en agradecimiento y acariciando mi cabeza con cariño y delicadeza.
Bebía de su miel y succionaba ruidosamente, ocasionándole espasmos. Atosigaba mis dedos en su hambriento interior, el cual los apretaba y succionaba con la intención de tragárselos por completo, brindándole un gran placer.
Besaba tiernamente su vientre, mientras que mis 3 dedos aliviaban parte de su hambre por sexo enfáticamente, moviendo mi mano cada vez con mayor velocidad. Aun así, los restos de la tierna y tímida maestra seguían resistiendo sus impulsos, conteniendo sus gemidos placenteros, haciendo que poco a poco, se fuera encorvando.
Eventualmente, detonó en una explosión, de la cual mi ansiosa boca también se encargó de lamer detalladamente, haciéndola sonreír de felicidad, a medida que iba bebiendo cada uno de sus jugos.
Nos besamos nuevamente, con ella sonriendo al ver que una vez más, mi enorme “rollo de sushi” estaba listo para probarlo.
La deseaba tomar en ese mismo lugar. En la cocina, donde su cautivadora, inocente y virginal colita me llamó la atención.
Y aunque no les niego que estuve tentado de desflorarla, o al menos, de empezar a prepararla, mi mente sometió a mi apéndice, dado que no quiero probar a ninguna de ellas antes que Isabella me entregue la suya.
Sin embargo, no le molestó que deslizara mi glande entre sus piernas. Se estremecía de placer al sentir la cercanía de nuestras carnes, con la punta ardiente rozando a propósito sus labios. Pero mi intención ese día era excitarla lo suficiente para que ella misma me pidiera que dejara de usar condones.
Por ese motivo, me meneaba con paciencia, haciéndola que suspirase de placer al sentir que sus labios inferiores recibían a mi cálido caballero. Cuando su mano se aproximaba hacia mi miembro, me retiraba, haciendo que se quejara en un lastimoso “¡Nooo!”
- Lo siento. – le dije. – También me gustaría hacerlo. Pero la primera vez que lo hice sin condón, embaracé sin querer a mi mujer.
· ¡Pero a lo mejor, conmigo es distinto! – protestó ella con desesperación, con su mano apareciendo entre sus piernas de forma graciosa.
Me reí sutilmente…
- No. Lo siento. No quiero arriesgarme. – le dije, abriendo el paquete del preservativo y colocándomelo sobre el pene. – Ya es difícil ser padre de Bastián y tener que ir a dejarlo donde su madre.
Soltó un suspiro, como si hubiese recordado que era la profesora de mi hijo, aparte de ser mujer…
- Sería distinto si tú te cuidaras. – agregué, presentando mi glande cubierto entre sus ansiosos dedos.
· Pero podrías tomar algo tú también, ¿No? – preguntó, para luego soltar un suspiro luego de depositarla en sus labios vaginales.
- Lamentablemente, no. –respondí, empezando a penetrarla, haciendo que se quejara placenteramente. -Mis espermatozoides son aproximadamente 250 millones por eyaculación, pero una mujer, cuenta con uno, 2 o a lo más, 5 óvulos a la vez.
Sorpresivamente, al escuchar mi número de espermatozoides, se excitó y empezó a menearse con mayor violencia…
· Pero… no sería malo… si me embarazas tú…- soltó de repente, como si negociara al respecto.
Sonreí, sabiendo que eso pondría como loca a mi esposa una vez que se lo dijera…
- ¿Y qué harás? ¿Serás madre soltera? – pregunté, embistiendo con violencia. - ¿Cómo serás profesora de mi hijo, si a la vez, eres madre de su hermano?
Sorpresivamente, el morbo le ocasionó un orgasmo…
· ¡No!... solo digo… que sueltas mucho semen… cuando te corres… agh… quiero sentirlo… dentro de mí…
Empecé a bombearla a fondo. Sus enormes pechos se arrastraban por encima del mueble.
- Es que me corro tanto… porque tienes un cuerpo tan lascivo…- le mentí en el momento.
Volvió a quejarse, al sentir otro orgasmo más…
· ¿De verdad… piensas eso? –consultó, meneando su cintura a favor de mis embestidas.
(Do you really… think that?)
- Sí. ¿No viste a las chicas el lunes? – le pregunté, tomándola de la cintura y meneándome con mayor profundidad. – Las madres de Lily y Karen no podían creer que tuvieras un pecho tan grande.
· ¡Ogh! – Exclamó placentera, soltando levemente las piernas.
- Y yo, ahora, los estoy tomando. Como deseaba hacerlo el día que te conocí…- continué, embistiendo más profundo y manoseando tremendas ubres.
El contraste entre la frialdad del estante y la tibieza y maleabilidad de sus mamas era asombroso, dado que su volumen era tal, que podía esconder completamente mis palmas extendidas.
· Mmh… agh… ¿Querías hacer eso?
- Sí, te encontraba tan sexy. –le respondí, agarrándolos, haciendo que levantara su torso para que pudiera besarla.
Claro está que, con el movimiento, noté que mi pene se empezaba a salir de su cálida y húmeda gruta, por lo que tuve que pararla, mientras ella se relamía los labios.
Nos empezamos a reír, una vez que notó por qué la detuve y se tendió sobre el mueble, porque también prefería disfrutar más de la penetración.
· Ese día, pensaba… cómo sería besarte…- confesó ella, tendiéndose agradecida.
Su calor era delicioso y seguía estando apretadísima. Además, su cuerpo lucía lujurioso y aunque tiene unos kilos de más, sus carnes se sacudían de manera sensual con la fuerza de mis embestidas.
Por lo que no tardé mucho en llenar el preservativo tras tomarla dela cintura y dar una, dos, tres, cuatro y cinco estocadas profundas, que ya dejaban nuestros cuerpos sudados.
Pero ni ella ni yo queríamos parar. Luego que nos despegamos, fuimos hasta su sofá besándonos. Y en esta oportunidad, quería ir ella arriba.
- Espera un poco. – le dije, sujetándola por la palma de sus manos. – Quiero sentirte sin condón, metiendo solo la puntita.
Se relamió los labios al notar cómo el condón viejo caía al suelo y gotas de mi semen salpicaban un poco el piso.
Aunque todo cambió al sentirme penetrarla: soltó un enorme suspiro de alivio, al sentir cómo mi glande abría sus húmedos labios pegajosos, mientras que penetraba su candente, apretado y húmedo interior.
· ¡Dios! ¡Es tan grande! –exclamó, permaneciendo de rodillas estática, meciéndose levemente sobre mí.
- Sí. Estás tan ardiente y húmeda. – respondí, disfrutándola plena.
Sin importar cuánto lo estaba disfrutando, ya que ella mecía su cadera en un movimiento circular, como con la intención de rozarlo a través de todo el perímetro de mi falo, se puso tensa cuando me vio intentar sacarla.
· ¡Espera! ¡Espera! ¡Espera! –replicó ansiosa. – Por favor, métela un poco más adentro.
Le hice caso y empecé a sentir cómo sus contracciones vaginales me trataban de absorber, haciendo que se quejara de forma placentera y refrescante.
· ¡No! ¡No! ¡No! ¡No la saques aun! – me pidió, cuando trataba de escapar de esa tempestad.
- ¡Es que quiero meterla! – le imploré, resistiéndome al placer.
Ella soltó una exhalación…
· Solo un poquito…- accedió ella, soltando un poco más de su cuerpo.
Podía sentir sus cálidos y refrescantes tejidos deslizarse sobre mi glande…
- Es que, aun así, te puedo embarazar. – le dije, meneando mi cadera. – un espermatozoide puede sobrevivir hasta unas seis horas.
Y créanme: de mala gana nos separamos. Cuando mi glande salió, una gruesa gota de fluido salió con él y fue un martirio para ambos ver cómo me colocaba el segundo condón encima.
Pero una vez puesto, ella no perdió un instante en ubicarse encima de él.
· ¡Se sentía mejor antes! –protestó levemente, al repetir sus movimientos.
- ¡Sí, lo sé! Por eso, quería pedirte que fueras al médico y pidieras anticonceptivos.
Empezó a soltar su cuerpo sobre mi falo de una manera demoledora. Le explicaba a Marisol que por el solo hecho que tuviera unos kilos de más, sus movimientos de cadera parecían tempestivos. Su cadera se movía de una manera maquinal, como si me buscara polinizar, haciendo que la sensación fuese mucho más intensa y un tanto dolorosa para mi espalda.
Sus pechos, en cambio, permanecían relativamente estáticos e hinchados como cantimploras.
· ¡No! ¡No! ¡Espera! – protestó ella demasiado tarde.
Me metí ambos pezones en la boca, mordisqueando y succionando como un bebé hambriento e insolente. Por la forma de abrir su boca, le gustaba, porque parecía no poder aguantar el placer.
Pero no me quedé solo con eso: como mencioné, Cheryl es soltera y nadie le revisa sus tetas, por lo que me dediqué a morderla y chupetearla, hasta hacerle que cerrase sus ojos, meneando su cadera con la frecuencia de una máquina de coser.
Pero sus pezones eran míos y los succionaba con locura. Por supuesto, no me iban a dar leche, pero por lo mismo, no importaba si los mordía, succionaba y marcaba como mi posesión, algo que a Cheryl parecía encantarle.
Pero cuando sentía que me venía una vez más, la agarré de su cintura y lo enterré una vez más, en lo más profundo de su ser, sumergiéndome en ese mar intoxicante de tetas refrescantemente sudorosas, mientras que su dueña misma se clavaba mi lanceta dentro de ella con todo su peso, como con la intención de robarme la última gota de semen.
Reposamos en el sofá satisfechos. Su levemente tosco rostro sonreía con ensoñación mientras nos besábamos, contenta de sentirse rellena por mí.
Sin darnos cuenta, ya eran las 4 de la tarde y, aun así, ninguno satisfacía sus ganas por completo.
En esta oportunidad, quise ir yo arriba. Y una vez más, quería incitarla con mi barra libre de toda protección.
- Creo que ahora cuesta menos para que entre. – le dije, sopesándola hinchada entre mis manos.
· ¿Tú crees? – preguntó, siguiendo ansiosa mi falo.
- Sí. ¿Me dejas probar?
Y sin decir más, empecé a meterla dentro de ella. En realidad, fue un alivio para ambos, porque si bien, estaba un poco más suelta, su interior me recibió con mucha humedad.
Perniciosamente, la fui hundiendo hasta la base, hasta casi llegar a sus labios uterinos.
· Agghh… ¡Es tan… grande… y caliente! – comentó, envolviéndome entre sus piernas.
- Sí. Se siente bastante bien. –le dije, meneándome levemente y muy tentado por dejarme llevar…
· ¡Espera! ¡Espera! – me pidió, forzándome hacia sus deliciosos pechos. - ¡Déjala un poco más! ¡Por favor!¡Nadie ha llegado tan adentro como tú!
Pero me tenía que desembarazar. Insisto, estaba tentado y quería hacerlo a pelo, pero si quería que ella lo deseara, tenía que aguantar y contenerme.
- Lo siento, pero no te quiero embarazar. – le expliqué, sintiendo sus contracciones internas que me incitaban a pecar.
· ¡Pero mantente así un poco! ¡Un poquito! – me imploraba ella, sin darse cuenta de que, levemente, mecía mi cintura hacia ella.
- ¡Lo siento! Pero si sigo así, te rellenaré con semen.
· ¡No! ¡No! ¡Noo!- me trató de agarrar mientras ella acababa, pero me las arreglé para zafarme.
Mientras me colocaba el condón, ya no miraba mi hinchado falo con lujuria, sino que con completa devoción.
Pero cuando volví a meterlo, la situación se normalizó.
- Sé que es molesto, pero debes ir al médico, para que te receten anticonceptivos y que compres la píldora del día después.
· Pero es que es injusto. ¿Por qué no puedes tomar algo también tú? – protestó como niña mimada, abrazándome a los hombros mientras la empezaba a penetrar.
Me reí…
- Te lo dije: según mi último conteo, tengo un promedio de casi 250 millones de espermatozoides… (una vez más, le ocasionó un pequeño orgasmo) … quiero decir, está bien, me puedo arriesgar. Pero ¿Quieres que te embarace?
Y empezamos a hacerlo a lo loco. Como dice mi esposa, llega un punto que la sola idea que las embarace las prende tremendamente.
Sus tetas se meneaban de forma frenética; sus piernas me afirmaban con fuerza, mientras que sus manos en mi trasero y su mirada penetrante, colindando con la furia, parecía enfocada en que mis estocadas terminaran forzando el preservativo y derramando su contenido en su ardiente interior.
En cierta forma, Cheryl me estaba obligando a tener sexo animal y a la fuerza, dado que no reaccionaba ni a mis besos ni mis caricias, sino que se enfocaba más y más en el frenético movimiento de cadera que llevaba.
Y eventualmente, cuando llegué una vez más al orgasmo fue que ella sintió alivio. Se había corrido varias veces en el intervalo, pero estaba tan afanada que solo pudo descansar cuando acabé yo.
Al igual que mi esposa, resoplaba, aprovechando de lamer y morder mi hombro, a medida que su placer la envolvía en su cuerpo.
Para ese entonces, ya era noche y tuvimos que encender las luces. Mientras que comía una de las tiras de rollos de sushi que Cheryl había preparado la noche anterior, ella estaba enfrascada bajo la mesa, lamiendo entusiasmada el enorme rollo que le traje yo bajo los pantalones, como si fuese justicia poética.
Luego de acabar una vez más en sus labios y que se lo bebiera todo, nos besamos y la llevé al baño, para rematarla una vez más.
Esta vez, tomé la ducha teléfono y enjuagué su vagina con agua caliente, a medida que mi lengua lamía y mis dedos jugaban con su templo del placer.
- ¿Ves lo bien que se siente si te acabase adentro? – pregunté una última vez, sometiendo su autoridad.
Hicimos el amor de pie mientras nos duchábamos. Lamentablemente, su peso es más grande, por lo que no me atrevía a tomarla de la manera que lo hago con Marisol y con las otras.
Sin embargo, me permitió saborear sus tetas ante su excitada mirada. Sabía que era completamente mía en esos momentos y no sería necesario un gran esfuerzo para que sucumbiera a mis oscuras perversiones.
Y mientras nos vestíamos (Y me contenía hasta con los dientes para no obligarle a que me diera una mamada, al verla cómo se movían esos suculentos pechos), le azucé por una última vez.
- Y si tomas anticonceptivos, puede que podamos hacerlo más veces durante la semana…
A lo que respondió con su habitual (Y ahora, mucho más seductor):
· ¡Eso me gustaría mucho!
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Sin embargo, para mis hijas fue una pequeña decepción que su padre se extraviase la mitad de un día completo, solamente para les que trajera 5 tiras de sushi, razón por la que me pidieron que, para la próxima oportunidad, fuese yo quien llevara los ingredientes.
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1 comentarios - PDB 19 Quiero probar tu sushi… (IV)