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Compendio III
Durante la 3era semana de diciembre, volví a visitar la panadería donde trabaja Doris. Cuando pregunté por ella, la dueña, una mujer de unos 40 años, de piel medianamente morena, ojos negros, rizos castaños, labios regordetes y pechos medianos, que sé que a Marisol habría desagradado, por tener cara y cuerpo de puta, me dijo que estaba trabajando en el horno, retirando las bandejas con galletas.
o ¡Doris, “el tipo” vino a verte! – comentó en un tono burlón.
Las otras vendedoras empezaron a corear, destacando siempre “el tipo”, “el tipo” (the guy) cuando la llamaban.
Finalmente, la vi llegar cargando una enorme bandeja entre sus manos con galletas y dulces de chocolate. Su mirada se veía incómoda, por los comentarios de sus compañeras de trabajo.
· ¡Por favor, no digan eso! – les suplicó, llegando al estante donde debía guardar los bocadillos y tratando de hacerlo lo más rápido posible.
o ¿Por qué no deberíamos hacerlo? – preguntó la jefa, con un tono de malicia. – Tú misma dijiste que él es “el tipo”: el que mejor te ha cogido en toda tu vida.
Aunque claramente, lo hacían para abochornar a Doris, me traía recuerdos de cuando iba a visitar al equipo de Tom cuando trabajaba en la faena de Broken Hills, ya que también me molestaban con esa “charla de camerinos” de la misma manera porque me acostaba con su jefa, Hannah.
- Disculpen, pero no fue tan así. – corregí a la jefa, tomándole del brazo. - El novio que tenía Doris en ese entonces dejaba mucho qué desear.
o ¿Cómo? Eso fue lo que nos dijo ella. ¿Qué fue lo que en realidad pasó? – preguntó la mujer, motivada por el chisme.
Entonces, les narré de cómo conocí a Miles: cómo se comportaba conmigo en la oficina que trabajaba con mis compañeras y cómo, en el fondo, era un patán abusivo mujeriego obsesionado con las apuestas.
Y les hablé de la vez que acepté su invitación para apostar en su casa. Les describí el patético y pobre mobiliario que él tenía en su departamento, con la salvedad de que, sin lugar a duda, lo más bonito del apartamento era Doris, haciendo que ella se avergonzara.
Les comenté de cómo esa tarde, me sentía cansado y quería volver a mi casa y cómo Miles insistió que siguiéramos apostando, aunque él ya no tenía nada de valor; sobre cómo le dije a Miles, con la intención de hacerlo desistir, que me apostara algo que nadie en su sano juicio podría apostar, como 4 horas con Doris, si yo le ganaba la mano y cómo el muy estúpido aceptó, la arriesgada apuesta que llevé a cabo y mi eventual victoria. Finalmente, les relaté cómo quedamos encerrados en el dormitorio, cómo nos fuimos conociendo y cómo terminamos teniendo relaciones, tratando de no entrar en muchos detalles.
Quizás, movida por todo lo que dije, Doris nos compartió su versión de los eventos de esa noche.
Según ella, marqué una gran impresión al conocerme por la elegancia y finura de mis modales. A diferencia del resto de los amigos de Miles, yo me mostraba mucho más elegante en comparación de la ruda compañía que Miles frecuentaba, actitud que cautivó su curiosidad. Por otro lado, mi manera educada, respetuosa y sincera contrastaba mucho con el descaro y la fanfarronería que Miles siempre mostraba y que incluso, mi trato deferente hacia ella era distinto, dado que tanto Miles como sus amigos la veían frecuentemente como una mucama o una sirviente, siendo que yo la trataba con el respeto de una persona. Todas esas cosas le hicieron que fuera estudiándome con mayor atención y discreción a la distancia, percatándose de mi confianza tranquila y sencillo comportamiento, completamente ajeno a las payasadas inmaduras de Miles.
Lo otro que a ella le llamó mucho la atención de mí fue que cuando nos ofreció bebidas al grupo, yo rechacé educadamente mi trago, siendo que era costumbre que los invitados de Miles bebieran cerveza. De hecho, el consumo de alcohol era tal, que en muchas ocasiones ella se molestó que no hubiera comestibles, pero sí había alcohol. Pero para evitar que saliera innecesariamente a comprar, le sugerí humildemente que me sirviera del té de hierbas que bebía ella para tranquilizarse, lo que le hizo sentirse valorada.
Sin importar la burla de Miles y del otro tipo, cuyo nombre ella no recordaba (Gerry), me mantuve compuesto y no dudé sobre mi petición por el té. Ella confesó que no pudo más que admirar mi confianza e integridad, dado que otros habrían sucumbido a la presión del grupo, además de empezar a darse cuenta de que, nuevamente, si bien no tenía el encanto físico de Miles, sí tenía un atractivo distinto en la mirada, producto de la inteligencia y años de madurez.
No obstante, la apuesta final marcó un punto de cambio. Doris estaba inicialmente decepcionada conmigo por haber sido considerada como un objeto, pero tras ver mi rostro afligido por la situación, su ira cambió hacia Miles, incrementándose más cuando este silenció sus protestas.
A medida que tensión en la partida crecía, no pudo resistir su propio deseo porque yo fuese el vencedor, a pesar de ser el oponente de su novio y ella, el mismo objeto de la apuesta. Lo que más le llamaba la atención fue mi manera tan particular de jugar la partida, siendo que desafiaba a Miles sin voltear las cartas, algo que ella misma reconocía vital a pesar de su total desconocimiento de las reglas del póker. Particularmente, le impresionó mucho mi postura desafiante ante Miles que, a pesar de estar apostando una cantidad considerable de dinero, me mantenía tranquilo e insondable, siendo que Miles me asediaba constantemente. Ella reconoció que nunca sería capaz de tener la valentía de enfrentarse contra Miles de esa manera.
Pero cuando revelé mi mano y el rostro de Miles palideció en sorpresa ante su derrota, una ola de arrepentimiento la abordó. No pudo evitar sentirse culpable al traicionar a Miles, a pesar de que su comportamiento a menudo la dejaba frustrada y menospreciada. Y detrás de todo eso, un sentimiento de terror inminente, a medida que se preparaba para la inevitable explosión que seguiría tras la derrota y que, por suerte, la socorrí rápidamente al sacarla de la zona de peligro.
Sin importarle que estábamos relativamente seguros de la furia de Miles en el dormitorio, vislumbró la posibilidad de experimentar conmigo algo nuevo. No obstante, que mi primera reacción fuese llamar a mi esposa para informarle que volvería más tarde le resultó una gran decepción, dado que, hasta ese momento, me consideraba ella como un hombre soltero. Aun así, le llamó mucho la atención la confianza de mi mujer, quien no se alteró a pesar de decirle que yo estaba atrapado en un dormitorio con otra mujer.
Durante nuestro cautiverio, conversamos de muchas cosas. Particularmente, agradeció que me abriera sobre mi vida, contando historias de mi relación con Marisol y mis hijas. A medida que me iba escuchando, contrastó mi relación con la que ella tenía con Miles, dándose cuenta de que la suya parecía seguir un solo sentido, donde Miles trataba con indiferencia sus sentimientos y su bienestar, mientras que mi matrimonio estaba fundado por el respeto mutuo y el afecto.
Al escucharme ella hablar esa noche, le invadió un sentimiento de anhelo. Empezó a desear el tipo de cariño y camaradería que yo le describía, donde el apoyo y cariño era mutuo en la pareja. Mis palabras cálidas y la manera afectuosa con la que me refería a mi mujer distaban mucho del trato frío y cortante que a menudo recibía de Miles, avivando la esperanza de que tal vez, solo tal vez, había algo mucho mejor afuera de la relación que ella estaba viviendo con Miles.
Pero lo que más le llamó la atención en el transcurso de las breves horas fue que desarrollamos tal nivel de confianza que, a pesar de encontrarse a solas en un dormitorio con un desconocido, ella aceptó a que le diera un masaje en la espalda, al percatarme de su molestia tras tanto estar acostada.
Luchando con las risas maliciosas de sus compañeras de trabajo, insistió que no hubo connotación sexual en ello. Que mi interés era genuino por aliviar sus dolencias.
Les dijo que a medida que mis habilidosas manos trabajaban sus tensos hombros, no pudo evitar sentir una ola de relajamiento sobre ella, que la hizo bajar la guardia. Mi toque era firme y gentil a la vez, alisando con experticia los nudos y la tensión que se le había almacenado durante el transcurso de la noche. Y que a medida que cerraba sus ojos y se permitía derretirse en mi atención, no pudo negar el sentimiento de excitación que la embargó.
Con el paso de los minutos y notando mis cuidados se percató que, a pesar de estar indefensa, los movimientos de mis manos permanecían inocentes, sin importar la intimidad del ambiente o la cercanía de nuestros cuerpos, en donde yo solo buscaba proveer su muy necesitado alivio.
De hecho, se dio cuenta que sus mismas emociones le empezaron a traicionar, al sentirse un poco decepcionada de mi actuar caballeresco. Parte de ella esperaba un poco más, para aliviar esa hambre constante por afecto que Miles le había hecho sentir y que yo, en esos momentos, había reemplazado con creces, luchando fieramente con la lujuria que mis manos lentamente iban desencadenando.
Sin embargo, al notar que mis caricias se retiraban y la tensión en su cuerpo se desvanecía y al avisarle que nuestro tiempo de cautiverio llegaba a su fin, no pudo resistirse más y sus labios buscaron los míos, hasta el punto en donde tuvimos relaciones.
Afortunadamente, estuvimos en un horario bajo, porque ningún otro cliente interrumpió el relato. Pero pensando que eso sería todo y no sería necesario entrar en mayores detalles, al ver a la jefa y las compañeras de Doris sonrientes con satisfacción, sus recuerdos parecieron despertar el escarnio que sintió por Miles en esos momentos.
Les comentó que aparte que la besaba con una gran experticia, le excitaba enormemente la forma que se vislumbraba en mi pantalón. En esos momentos, Doris no había tenido sexo con Miles durante 2 semanas y no le sorprendía la idea que él tuviese otras novias.
Aunque le llamó mucho la atención que la tuviese 1/3 más grande que la de Miles, yo también la tenía considerablemente más gorda y que su libido sexual la llevó a probar el sabor de mi “bulboso glande”, el cual encontró simplemente exquisito.
Doris soltó un claro suspiro relleno de excitación al admitir que su cuerpo le pedía tenerme dentro de ella, sin importar las consecuencias, mas, aun así, yo no paraba de sorprenderla, dado que pude contenerme lo suficiente para buscar un preservativo.
Esos momentos le hicieron recapacitar, porque nunca le había sido infiel a Miles. Sin embargo, que yo la mirase y le dijera que dependía exclusivamente de ella, sin intentar hacer algo, le hizo tomar la resolución.
Insistió nuevamente que era la más grande que había tenido y por lo mismo, le preocupaba mucho que no le fuese a caber. Pero a medida que fue enterrándose en ella, el dolor la hizo sentir refrescantemente más viva, al sentir que la iba enanchando cada vez más.
En todo ese tiempo, me mantuve paciente, asegurándome que no sintiera mucho dolor o molestia, otro gran contraste con Miles, que en ocasiones era impetuoso y egoísta, dejándola muchas noches con la necesidad de masturbarse para conseguir su orgasmo.
Pero conmigo, tenía la confianza que las cosas eran diferentes. A pesar de que yo también la deseaba y la besaba con gran pasión, podía darse cuenta de que hacerlo con un hombre maduro estaba a otro nivel, porque ella podía darse cuenta de que yo no buscaba solamente mi propio placer, pero compartirlo junto con ella.
Comentó que al tenerla yo más grande y ancha, le estiraba completamente los tejidos internos, rellenándola de un placer inimaginable, algo que Miles nunca podría hacer. Y que al apretarle el útero y comprimirlo, le hice experimentar una seguidilla de orgasmos, otra cosa que jamás vivió con Miles.
Y que llegó un momento que me suplicó que me viniera: que la estaba penetrando tan profundo y bombeando de una manera tan intensa, sintiendo que el placer consecutivo que sentía, aunado a su abstinencia sexual, le causaba dolor en el clítoris.
Cuando alcanzamos el orgasmo juntos, por primera vez en la vida se sintió toda una mujer. Exquisita. Atractiva.Pulsante.
La experiencia fue tan buena, que la llevó a preguntarme si la disfruté yo también, a lo que mi respuesta la sorprendió, porque yo quería hacerlo de nuevo…
· Y él tiene la herramienta…- comentó con una voz y sonrisa lasciva. – Nunca había estado con un hombre que no perdiera la erección.
Y proseguimos nuevamente, con fuerzas renovadas. Miles se había dado cuenta que estábamos teniendo relaciones, pero Doris lo disfrutaba tanto que a ella ya no le importaba.
Les dijo que, por primera vez, había tenido sexo por horas consecutivas, a tal punto que no se dio cuenta que había llegado la mañana. Y fue entonces que, sintiéndose completamente satisfecha, le pregunté si podía tener sexo anal con ella, a manera de desquitarnos de Miles.
Aunque Miles constantemente se lo vivía preguntando, le causaba mucho temor, puesto que como había mencionado antes, Miles no podía controlarse.
Sin embargo, a ella le daba la curiosidad de hacerlo conmigo. Porque aparte de tenerla mucho más grande y gruesa que la de Miles, hasta lo que llevábamos de esa velada, ella lo había disfrutado bastante y le daba la impresión de que tampoco lo iba a pasar mal.
Les comentó que le hice experimentar un placer completamente desconocido, al lamerla, masturbarla y calentarla, hasta que ella misma reconoció que quería experimentar sentirla en su ano y sin condón.
Que la cantidad considerable de semen que yo me había sacado del preservativo usado le hizo preguntarse cómo se sentiría tener tanta leche dentro de ella, siendo que Miles lograba correrse de forma tan generosa en contadas ocasiones.
Y que fue sintiendo cómo le fui estirando el ano. Cómo la embargó un placer, que inconscientemente le hizo acabar, al sentir un dolor y un ardor reminiscente a la vez que perdió su virginidad vaginal. Que el ritmo que llevaba era agradable y constante y que si bien, sentía un poco de dolor y ardor, era superado con creces por el placer que estaba sintiendo.
Contó que ella misma buscaba empalarse, sintiendo la completa magnitud de mi pene abriéndole una vez más a placeres que ella nunca había experimentado. Y que los constantes gimoteos de Miles, que en esos momentos lloraba detrás de la puerta, la excitaban en sobremanera, porque era una de las primeras veces que se sentía sobre la voluntad de quien creía ella estar enamorada.
Les dijo que jamás experimentó una satisfacción tan salvaje como sentir el semen caliente de un hombre por su ano, que incluso podía palpar en su mismo vientre. Y lo más insólito de todo para ella era que a pesar de que me había venido 3 veces, ella podía sentir que mi pene no había perdido consistencia.
Cuando acabamos, les dijo que fui un hombre responsable, preocupado por mi familia y aunque me preocupé de que ella estaría protegida de Miles, tuve que marcharme, habiéndose olvidado en el éxtasis pedirme mi teléfono para volver a vernos.
De ahí en adelante, las cosas cambiaron completamente en su vida. Aunque Miles estaba claramente enfadado, ella ya no lo veía a él de la misma manera: Había pasado la noche entera en la cama con alguien que Miles ni siquiera alcanzaba las rodillas.
Aunque le suplicó que se quedara y prometió que no apostaría más, Doris sabía en su interior que Miles no era suficiente para ella y que simplemente, tenía que dejarlo.
Y ese era el motivo por el que ella me consideraba a mí como “El tipo”, porque cambié completamente su vida.
Fuimos a la trastienda besándonos. Los recuerdos nos pusieron extremadamente calientes y teníamos la necesidad imperiosa de hacer el amor.
La apoyé, sentándola sobre cajas de alimentos, abriendo sus piernas para lamer con anhelo la miel que se derramaba entre ellas. Doris suspiraba agradecida, guiando mi rostro hacia las zonas que ella creía que necesitaban más cariño.
Cuando me bajé el pantalón y me puse el preservativo, se mordió el labio, sabiendo que aquello que tanto había hablado y recordado volvería a hacerse uno con ella.
Nos besamos, sintiendo cómo el ligero dolor se combinaba con el placer, a medida que lentamente, me iba acomodando en su estrecho interior.
Lentamente, empecé a bombear, haciendo que clamara leves exclamaciones sobre mi hombro mientras lo hacía.
Cuando los movimientos se tornaron más fluidos, mis manos amasaron sus pechos sobre la camisa, palpando el sostén y las erectas tetillas bajo de ellas.
Sé que también quería que la desnudara, pero en aquellos momentos donde éramos adictos al placer, debíamos guardar un mínimo de mesura, por estar conscientes que era su lugar de trabajo.
Mis embestidas eran tan fuertes, que algunas de las cajas empezaron a caer, perdiendo la estabilidad con el vaivén.Percibíamos mutuamente en nuestros labios, la inminente llegada de nuestro orgasmo y hacíamos un esfuerzo colaborativo por extenderlo hasta el momento que los 2 pudiésemos disfrutarlo.
Doris soltó suspiros compungidos al ir sintiendo cómo el preservativo iba llenándose en su interior, con sus piernas rodeando las mías, sin intención de dejarme escapar.
· ¡Dios!¡Lo haces mucho mejor que mi novio! – reveló sin querer, producto del placer.
- ¿Estás saliendo con alguien? – pregunté, porque nunca se me había pasado la cabeza esa posibilidad, aunque dada su belleza, no era algo fuera de lo normal.
Ella bajó la mirada levemente, casi con vergüenza…
· Solo llevamos medio año juntos. No es nada serio. – respondió, desinflando la importancia del compromiso.
Sentía que mis intenciones de cortejarla y de hacerla sentir amada se iban por el excusado…
- ¿Y lo amas?
Su rostro enrojeció y sonrió un poco…
· Amar a alguien no es tan sencillo, ¿Sabes? - respondió con un cierto tono de descaro. – Él me da cosas… y cuando me siento caliente, lo voy a ver.
Esas palabras reavivaron mis intenciones…
- Entonces…¿No viven juntos? – pregunté, sintiendo cómo mi pene recuperaba parte de su vigor.
Ella también lo sintió y soltó un leve ronroneo.
· No. Vivo con mi compañera de dormitorio… y si te preocupa tanto, no, no hay planes para que me vaya a vivir con él. – comentó ella, sonriendo mientras nos besábamos.
- ¿Y qué quieres hacer? ¿Cómo nos veremos? Porque venía a decirte que a mi esposa le encantaron tus dulces.
Doris sonrió, acariciándome del cabello…
· No lo sé. – respondió titubeante, con una delicada sonrisa. – La jefa dice que podemos hacerlo aquí, las veces que tú vengas…
Una vez más, mi pene palpitó y ella también lo sintió, soltando un suspiro.
- Pero de verdad que yo tenía intenciones de salir contigo. De llevarte en citas, de salir al cine…
Ella solo sonrió…
· No. Eso lo hace “El otro tipo”. – comentó, agarrándome de la camisa para volver a besarme. – “El tipo” se encarga de cogerme bien.
Nos arreglamos y nos despedimos, puesto que ella tenía que ir al baño a limpiarse, antes de volver a trabajar.
Pero cuando doblaba el pasillo que conectaba a la puerta del local, encontré a la dueña sentada en el piso. Claramente, nos estuvo espiando, porque despedía ese aroma tan peculiar de las perras en celo…
- ¡Señora!– le dije, ofreciendo mi mano para que se pusiera de pie.
Tomó mi mano y abochornada, me miró a los ojos.
o ¡Llámame Irene! – se presentó, reajustando sus ropas y limpiándolas de la tierra.
Entré a la tienda y ordené una torta de chocolate y un pie de limón.
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4 comentarios - PDB 17“El tipo”
Excelente
Ahora tienes que atender a Irene 😂