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Capítulo 08.
La Bruja.
Al despertarse vio que Maylén no estaba. Rebeca se había quedado a esperarla en su cuarto y ya había amanecido. Salió de la pieza vistiendo solo una blusa sin mangas que le marcaba mucho los pezones y una pequeña tanga de encaje que dejaba ver su rojizo vello púbico.
—¿Viste a Maylén? —le preguntó a Lilén, que estaba bajando la escalera para ir a desayunar.
—No. ¿Todavía no volvió? —La pequeña parecía asustada—. ¿Se quedó toda la noche en el monte?
A Rebeca se le subió el corazón a la boca. De por sí era difícil imaginar a Maylén dos horas en esa espesura, mucho menos podía imaginarla pasando toda la noche allí.
—¿Creés que le pasó algo?
—No nos precipitemos —dijo Rebeca, intentando tranquilizar a su hija y a sí misma.
En el comedor Catriel, Inara y Soraya tomaban café con leche y tostadas con manteca. Se pusieron en alerta al ver las caras de Lilén y Rebeca.
—¿Pasó algo? —Preguntó Catriel.
—Maylén no volvió a casa —respondió Lilén.
—Ya mismo salgo a buscarla.
—No, esperá… —lo detuvo Rebeca—. No conocés el monte. Es muy peligroso. ¿Por dónde vas a empezar?
—Voy a preguntarle a alguien del pueblo. Ellos conocen bien la zona.
El muchacho salió corriendo del comedor, cruzó el hall y cuando abrió la puerta de entrada se encontró con una mujer parada justo debajo de la escalinata. Su familia, que siguió sus pasos, se sorprendió al verlo detenerse de forma abrupta. Se asomaron y observaron a la recién llegada.
La mujer tenía más de cuarenta años, aunque bien conservados. Cabello negro azabache, algo desprolijo pero muy limpio. Brillaba bajo la luz del sol. Tenía labios sensuales ensombrecidos con labial negro y usaba maquillaje de un violeta oscuro en los párpados. Sus ojos grises eran capaces de helar la sangre. Llevaba un bolso negro colgado del lado izquierdo, adornado con plumas blancas y grises. Tenía puesta una extraña túnica, también negra, adaptada para el clima cálido del litoral argentino. Era muy escotado, tanto que sus grandes pechos se veían hasta el borde de los pezones. Sus torneadas piernas sobresalían por los cortes laterales. El vestido era más ancho por detrás, pero delante solo era una cinta que bajaba desde su vientre casi hasta el piso. Esta cinta era tan angosta que por los lados sobresalía el pubis lampiño de la mujer, dándole un aspecto sumamente sensual e imponente. Parecía un ser salido de un cuento (erótico) de fantasía.
A Catriel le quedó clarísimo quién era esa mujer que le recordaba un poco a Morticia Addams, aunque con los pelos alborotados.
—¿Usted es la bruja que fue a buscar mi hermana?
—Soy la bruja, sí.
A todos les sorprendió que no se sintiera ofendida por el término “bruja”. Lo dijo con absoluta normalidad, como quien se presenta como un médico o un abogado.
—¿Viste a mi hija? Estuvimos esperándola toda la noche…
—¿Maylén? ¿La chica que me dejó esta nota? —Les mostró el papelito—. No la vi.
—¿Y dónde podría estar? —Preguntó Rebeca, con la voz entrecortada.
—En el monte.
—Pero, pero… Maylén no tiene idea de cómo cuidarse en el monte —comentó Inara.
—Me imagino que no estará sola.
A Catriel ya le estaba irritando que esa mujer hablara de forma tan escueta.
—Dijo que iba acompañada de un tal Guillermo y un tal Mauricio.
—Ah, si está con Guillermo y Mauricio entonces está bien. Seguramente los agarró la noche. Yo sé moverme rápido. Una persona que no conoce el monte solo ralentiza la caminata.
—¿Podemos confiar en esos dos? —Preguntó Rebeca, su ritmo cardíaco comenzó a desacelerarse lentamente.
—Sí. Son los mejores guías de la zona. Para ellos el monte es como el patio de su casa. Seguramente acamparon. No se preocupen.
Esto no dejó del todo tranquila a Rebeca, pero entendió que su hija debería estar bien. Quizás cuando oscureció ella no se animó a seguir el viaje y consideró que lo más sensato era acampar.
—¿Vino para ayudarnos con los fantasmas? —Preguntó Lilén.
—¿Ustedes también notaron presencias extrañas en la casa? —La bruja respondió con otra pregunta.
—Sí, en varias ocasiones —dijo Soraya—. Puedo sentir una presencia maligna en la casa. Un poder que está más allá de lo humano.
—Yo también lo siento —aseguró la bruja—. Usted debe tener una gran percepción. Quizás algún vínculo con una fuerte energía.
—Em… Me llamo Soraya. Fui monja durante muchos años, y sigo siendo creyente. Puede que se deba a eso.
—Es posible, sí. Las monjas suelen ser muy perceptivas. En esta casa vivieron varias. No todas fueron buenas. ¿Puedo pasar?
—Sí, claro —dijo Rebeca—. ¿Cómo es su nombre?
—Me llamo Narcisa. Aunque en el pueblo todos me dicen “La bruja”.
A Soraya le dio un escalofrío. No le agradaba estar en presencia de una auténtica bruja.
—¿Es usted devota del Maligno?
—No, Soraya. No se preocupe. No toda la brujería está asociada a demonios. Mi vínculo es con la naturaleza. Se podría decir que estoy más emparentada con ustedes, las monjas, que con las brujas de magia negra.
A Soraya le agradó oír eso, mostró una afable sonrisa y se relajó. La familia Korvacik dejó pasar a Narcisa. La mujer deambuló por todo el hall de entrada, como si estuviera persiguiendo una fuerza invisible. Después de unos segundos giró la cabeza para mirar a Rebeca y dijo:
—Arriba. Hay una fuerza poderosa. ¿Encontraron algo llamativo?
—La habitación once —dijo Inara, al instante.
Narcisa no pidió permiso. Subió la escalera e Inara fue la primera en reaccionar. La siguió de cerca y pudo ver debajo de la fina tela del vestido negro que bailó con cada paso. Pudo ver, por un segundo, gajos femeninos entre sus piernas. Así descubrió que la bruja no tenía ropa interior. Eso fue como una punzada de incertidumbre… y erotismo.
—¡La puerta está cerrada! —Gritó Rebeca, mientras subía la escalera—. Y no hay luz. Catriel, buscá tu linterna.
—Es mejor usar velas —dijo Narcisa, ya estaba caminando por el pasillo—. La luz eléctrica pone incómodos a los espíritus. Debe haber candelabros antiguos en algún lugar de la casa. Quizás en el sótano.
—Lilén, ¿podés traerlos? —Preguntó Rebeca, desde arriba. Su hija menor había quedado rezagada.
—Ni loca bajo al sótano.
—Vamos, hija… por favor. Todos tenemos que colaborar. Maylén se cruzó medio monte para contactar a Narcisa. Catriel y Soraya encontraron el cementerio…
—¿Encontraron el cementerio de los Val Kavian? —Narcisa parecía tan intrigada como sorprendida.
—Sí. Está hecho una ruina —comentó Soraya—. Seguramente eso pone intranquilos a los espíritus. Creemos que restaurarlo sería una buena idea.
—Sí. Lo es. Es más, debería ser una de las prioridades.
A Soraya le agradó esa respuesta.
Lilén estaba ofuscada y asustada. Sabía que debía hacerle frente a sus miedos, pero le hubiera gustado que al menos Inara la acompañara. Abrió la puerta del sótano y observó esa larga escalera que se perdía en la oscuridad. Parecía la boca de un enorme monstruo. Para alumbrarse encendió una vela que tomó de la cocina. Con el corazón latiendo a toda velocidad comenzó a bajar los escalones. A cada paso temió que el escalón cediera bajo sus pies y que podría caer a una muerte segura… o quizás quedaría con múltiples fracturas…
Intentó apartar estas horrorosas ideas de su cabeza y siguió adelante. Por suerte la persona que almacenó los candelabros no los dejó demasiado lejos del pie de la escalera. Eran de algún metal similar al bronce, aunque no tan pesados. Tomó tres y los subió por la escalera, haciendo un gran esfuerzo por no tropezar… y por no mirar atrás.
Creyó que tres no serían suficientes y volvió por más. Bajó la escalera lentamente y al llegar abajo sujetó otros tres candelabros. Esta vez se animó a mirar más allá, entender qué había en ese sótano. Encontró cajas y muebles tapados por viejas sábanas. Fijó su vista en un rincón oscuro y allí fue cuando la vio.
Una figura humana, perfectamente definida, cortaba la penumbra. Lilén no gritó, porque no pudo. El pánico fue tanto que le paralizó las cuerdas vocales. Abrazó los candelabros torpemente y comenzó a correr hacia arriba, saltando los escalones de dos en dos. Pisó mal. Su pie derecho resbaló y cayó de bruces contra los escalones de madera. Uno de los candelabros rodó hacia abajo, provocando un estruendo metálico al chocar con los que habían quedado en el sótano. Su vela se apagó.
—¡Lilén! ¿Pasó algo? —Escuchó la voz lejana de su madre.
—¡No pasa nada! ¡Ya voy!
No quería quedar como una cobarde frente a toda su familia… otra vez. Lo bueno de perder su única fuente de luz es que la figura humana desapareció. Lo malo es que la completa oscuridad la asusta aún más.
Subió los escalones prácticamente a gatas. Se había golpeado fuerte la rodilla derecha y le dolía cada vez más. Intentó hacer movimientos lentos porque creía que de esa forma no alertaría tanto a ese ser de pura sombra. Cuando llegó arriba ni siquiera se dio un minuto para reflexionar. Cerró la puerta del sótano y corrió con los cinco candelabros entre sus brazos.
—¡Ya subí las velas! —Le gritó Soraya, desde arriba.
Eso fue un alivio, no tenía ganas de volver a la cocina, que estaba tan cerca del sótano. Subió al segundo piso y agitada le entregó los candelabros a la bruja. Ella se encargó de poner tres velas en cada uno y le dio instrucciones a la familia de dónde colocarlos, dentro de la habitación once.
—Esto no me gusta —dijo Soraya—. Quedaron formando un pentagrama. Eso es diabólico.
—El pentagrama no tiene nada que ver con el diablo —aseguró la bruja—. Esas siempre fueron mentiras de los cristianos.
Soraya estaba ganando respeto por esa mujer, pero este comentario le resultó ofensivo. Aún así no dijo nada, no quería provocar una discusión. Mucho menos ahora que, al ver esa tenebrosa habitación iluminada por velas, podía sentir la presencia maligna con más intensidad.
—Es impresionante —dijo la bruja, mirando las incontables fotos pornográficas que empapelaban toda la habitación—. Alguien hizo rituales en este cuarto. Hay una fuerte energía maligna… y sexual.
Esto heló la sangre de los presentes.
—¿Hay una forma de revertir lo que hayan hecho en este cuarto? —Preguntó Soraya.
—Sí. Lo primero es quitar las cajas de las cuatro esquinas.
—¿Por qué? —Preguntó Catriel.
—Lo van a entender cuando lo hagan.
Inara y Catriel trabajaron juntos en la esquina que más cajas tenía. Soraya y Rebeca se encargaron de otras dos y Narcisa de la última. Lilén se quedó en el centro, admirando todo. Las danzantes luces de las velas le daban a todo el cuarto un aspecto aún más morboso, como si las personas en esas fotos ahora se movieran. Pudo ver a un hombre penetrando a una joven chica, que se parecía mucho a ella. Y a esa misma chica tragando un grueso pene. Recorrió las paredes con la mirada, buscando la cara que más se parecía a la suya. Encontró otras dos fotos en la pared de su izquierda: la jovencita estaba desnuda junto a otra mujer joven, paradas las dos, como si posaran para un catálogo de lencería. La segunda foto las mostraba lamiéndose las conchas la una a la otra. Lilén no tuvo que usar mucho su cabeza para llegar a la conclusión de que esas dos chicas eran hermanas. No gemelas, como ella e Inara. Pero sí hermanas. Se parecían mucho. Se preguntó quiénes podrían ser. Aparecían en muchas fotografías de aspecto muy antiguo. Todas en blanco y negro.
—¡Ay! ¿Qué es esto? —Preguntó Inara al ver lo que había debajo de las cajas—. Es algo rojo. ¿Es sangre?
—No, es pintura —dijo Rebeca, quien había encontrado algo similar en su esquina—. Está vieja y reseca.
—Acá también hay una marca de esas —dijo Soraya.
—Están en las cuatro esquinas —dijo Narcisa—. Son runas para rituales. Tenemos que borrarlas inmediatamente.
—Esa idea sí me gusta —dijo Soraya—. Rebeca, traé tus disolventes de pintura.
—Ya mismo.
Ayudándose con cepillos de acero, pudieron deshacerse de las runas en pocos minutos. Que la pintura estuviera tan reseca ayudó mucho. El parqué quedó todo rayado, pero eso era lo de menos. Seguramente lo pulirían más adelante. La bruja pidió que le trajeran un pincel ancho y pintura blanca. Dibujó nuevas runas donde antes estuvieron las otras, los símbolos eran incomprensibles, pero a Soraya le bastó con ver que eran diferentes.
De su bolso, Narcisa sacó unas hierbas secas y las puso en un pequeño cuenco extraño en el centro de la habitación. Rebeca supo que eso era un hornito para incienso. La bruja usó una sustancia aceitosa para que las hierbas quedaran flotando allí y encendió la mecha del hornito. Un fuerte olor invadió el cuarto. Era una mezcla entre flores, yuyo quemado y lavanda. No era feo, aunque sí demasiado intenso.
—Muy bien, ahora tenemos que llevar a cabo un ritual.
—¿Con eso se van a ir los malos espíritus? —Preguntó Lilén.
—¿Con un solo ritual? No, imposible. Harán falta muchos.
—¿Y de qué clase de rituales estamos hablando? —Preguntó Soraya, incómoda. Podía entender una misa o un bautismo; pero la brujería seguía pareciéndole algo malévolo, por más vínculo con la naturaleza que tuviera.
—Esta es la parte que no les va a gustar. ¿Ven todas esas fotos? ¿Qué es lo primero que se les viene a la mente?
—Sexo —dijo Catriel.
—Lujuria —comentó Rebeca.
—Pecado —respondió Soraya.
—Incesto —añadió Lilén.
—¿Incesto? —Inara pareció desconcertada.
—Sí. Mirá a las chicas de esa foto… son hermanas. Y acá están teniendo sexo.
—Es cierto… —respondió su hermana gemela, llena de curiosidad—. Y este tipo parece ser su padre.
Señaló una foto donde un hombre de espeso bigote estaba sentado desnudo en una silla antigua y ornamentada. Sonreía con aire de grandeza y tenía la verga bien dura. Las dos hermanas estaban de rodillas, una a cada lado. La mayor tenía el glande dentro de la boca, la otra estaba pasando la lengua por el tronco.
—¡Ay… por favor! —Exclamó Soraya—. Hacer eso con sus propias hijas…
Al instante se arrepintió y sintió la pesada culpa. Ella había hecho lo mismo con su sobrino. «Aunque… un sobrino no es lo mismo que un hijo», intentó convencerse.
—Todo lo que mencionaron es cierto —continuó la bruja—. Estas fotos están acá para fortalecer una conexión con los espíritus. Fueron invocados con el poder del sexo, de la lujuria, del pecado, del incesto… del morbo. Y de la misma forma deben ser expulsados.
—¿Qué estás queriendo decir? —Rebeca pareció preocupada.
—No se preocupen. No significa que deban hacer todo lo que se ve en las fotos. También podemos ayudarnos con otros métodos, como restaurar el cementerio. Pero será necesario hacer algunos rituales con vínculo sexual. Solo que ahora los haremos con runas de expulsión, no de invocación.
—Esto no me gusta nada —aseguró Soraya.
—A mí lo que no me gustan son los fantasmas —dijo Lilén.
—Si hacemos estos… rituales. ¿Van a funcionar? —Preguntó Rebeca.
—Si se hacen de forma apropiada, sí. Van a funcionar. Y para que se tranquilicen, les prometo que haremos la menor cantidad de rituales posibles. Pero tendrán que seguir mis instrucciones al pie de la letra. Cualquier alteración en el ritual podría significar un fallo. Y cuando un ritual falla, no solo se anula su efecto, sino que se crea el efecto contrario.
—O sea… —dijo Catriel—. Si lo hacemos mal, en vez de alejar a los espíritus… ¿los estaríamos invocando?
—Así es.
Los miembros de la familia intercambiaron miradas de preocupación.
—Yo me ofrezco para cualquier ritual —dijo Rebeca—, si con esto puedo evitar que mis hijos lo hagan.
—Los rituales siempre son voluntarios. No se pueden efectuar si la persona no accede a participar en el acto sexual. Aunque no sepa que eso es parte de un ritual. De lo contrario no sirve.
—Ah, eso me deja más tranquila. Ya escucharon, chicas… no las quiero haciendo esto. ¿Está claro?
—Pero mamá —protestó Inara.
—Nada. Los haré yo.
—El ritual es más fuerte si participa más de una persona.
—Soraya ¿me ayudás?
La ex monja se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos.
—Lo siento, hermana. Esto de los rituales no me gusta nada. Soy una mujer de fe, siento que estaría traicionando al Señor.
—Eso no te impidió incurrir en el pecado —dijo la bruja. Para Soraya eso fue como un cachetazo en toda la cara—. Puedo ver el halo del pecado envolviendo tu alma. Tu impureza altera a los espíritus. Los enfurece y los hace más fuertes.
—No hables así de mi hermana —intervino Rebeca—. Ella siempre fue monja. Y cuando dejó de serlo, no cometió ningún pecado. Esta vez al ritual lo haré sola.
—Yo también quiero participar —dijo Catriel—. Si queremos hacer la menor cantidad de rituales posibles, vamos a realizar los más efectivos.
—El chico tiene razón.
—Pero… pero… ¿Qué tendríamos que hacer?
—Se colocan en el centro, cerca del incienso, y siguen mis órdenes. Antes de empezar quiero preguntar algo. No hace falta que respondan con detalles, basta con un sí o un no. En los días que llevan en esta casa ¿se vieron tentados a realizar actos sexuales poco éticos? —Todos asintieron con la cabeza—. ¿Y cayeron en esa tentación? —Todos respondieron con un sí—. Entonces esto es peor de lo que me imaginaba. No se sientan culpables. Esos son los espíritus, actuando a través de ustedes.
Por absurda que pareciera la explicación, Soraya se sintió aliviada. Ella había chupado la verga de su sobrino por culpa de un ente maligno que la llevó a hacerlo. De lo contrario… y allí fue cuando recordó que también habían ocurrido cosas extrañas antes de mudarse. ¿Tendrían que ver los espíritus con eso también?
—¿Empezamos? —Preguntó Rebeca, nerviosa.
Narcisa meditó unos segundos en silencio, como evaluando la situación, y dijo:
—Todavía hay que verificar algo. Salgamos de la casa y busquemos en las cuatro esquinas. Podría haber runas de invocación allá afuera.
Se movieron rápido y se separaron para cubrir todas las esquinas. El primero en encontrar una runa, pintada en una piedra, fue Catriel. Narcisa lo puso a cepillar la roca para borrarla y luego Inara encontró otra en la parte trasera de la casa. Soraya y Lilén se pusieron a limpiar de inmediato una tercera piedra con uno de esos extraños símbolos rojos. Rebeca encontró la última cerca de la orilla del arroyo. Narcisa recorrió las cuatro esquinas pintando sobre las piedras ya limpias las nuevas ruinas en blanco. Luego se reunió con la familia Korvacik en el hall de entrada.
—Esas runas convirtieron a toda la casa en un círculo de invocación —comentó.
—¿Y eso qué significa exactamente? —Preguntó Soraya.
—Que todas las actitudes sexuales que tuvieron en estos últimos días alteraron a los espíritus dormidos.
—Eso no suena nada bien —dijo Lilén.
—De todas maneras no es tan preocupante, las invocaciones más potentes se hacen dentro de la habitación once. Si no hicieron nada sexual allí dentro, entonces la situación no es tan grave.
—Ahí no hicimos nada más que mirar y salir —aseguró Rebeca.
—Emm… eso no es del todo cierto —dijo Inara—. Yo me llevé el diario de la monja…
—Y yo saqué algunas fotos —dijo Catriel.
—¿De la pared o de una caja? —Preguntó Narcisa, parecía preocupada.
—De una caja. De la pared no tocamos nada.
—Ah, bien… eso es importante. Los objetos de la caja no están vinculados al ritual, pero los de las paredes sí. No toquen las fotos de las paredes hasta que yo se los diga. Y esos actos no fueron sexuales, así que no hay ningún problema.
—Este… em… perdón, pero yo sí hice algo sexual allí dentro —dijo Inara, avergonzada.
—Decime ya mismo qué hiciste y cómo —dijo Narcisa, con los ojos muy abiertos.
—Encontré un dildo metálico en una de las cajas y… lo usé dentro de la habitación.
—¡No! ¡No! ¡No!
Narcisa subió las escaleras corriendo, todos los demás la siguieron. El pánico empezó a crecer en los miembros de la familia. No entendían nada, pero si la bruja estaba tan asustada esto debía ser malo… muy malo.
—¿Dónde está? ¿Dónde está? —Preguntó Narcisa, mientras miraba alrededor.
—Acá… en esta caja —señaló Inara—. Ahí lo encontré, ahí lo dejé.
Narcisa abrió la caja y sacó el dichoso dildo. Lo observó atentamente bajo la luz de las velas y todos pudieron ver extrañas inscripciones en relieve, formaban tres anillos cerca de la base del pene.
—¡No, no! ¡Esto es muy malo, nena! ¡Lo que hiciste fue una estupidez! ¡Pero qué estúpida!
—¡Hey! No le hables así a mi hija —intervino Rebeca—. Ella no tenía idea de lo que hacía.
—Da igual, lo hizo de forma voluntaria. Este objeto forma parte de un ritual de invocación para un espíritu muy poderoso: el Pombero.
—Pensé que eso era solo una leyenda local —dijo Soraya, con un nudo en la garganta.
—Toda leyenda tiene algo de cierto —dijo Narcisa—. Y si ya se realizó un ritual para invocar al Pombero, entonces tenemos que ponernos a trabajar ahora mismo. Rebeca, arrodillate en el centro de la habitación. —Ella obedeció, aunque no parecía muy convencida—. Y vos Catriel… necesito ver tu pene. —El chico dudó unos segundos, cuando su madre asintió con la cabeza, liberó su miembro. La bruja lo acarició con sus suaves dedos. Esas manos delicadas y sensuales lo hicieron vibrar de placer—. Está muy bien. Parece que tenés mucha energía viril. Esto es excelente. Vas a ser un elemento fundamental en nuestros rituales. Ahora parate frente a tu madre.
Catriel se posicionó delante de Rebeca, dejando el pene aún flácido colgado a pocos centímetros de su cara.
—¿Qué tengo que hacer? —Preguntó su madre, ya claramente nerviosa.
—Lo que quieras. Y eso es importante. El ritual no se puede forzar. Si hacés cosas contra tu voluntad, solo vas a lograr enfurecer a los espíritus. Cualquier cosa que hagas a partir de ahora, tiene que nacer de vos. De tu propio deseo.
—Pero… es mi hijo…
—Lo sé. Y no te olvides que el deseo incestuoso también está en las paredes, fue utilizado en el ritual y eso es muy poderoso. No se puede contrarrestar de otra forma.
—O sea… ¿tengo que desear la verga de mi propio hijo?
—Sí. Yo tal vez te pida cosas específicas; pero no deberías seguir mis palabras como si fueran órdenes. Solo son sugerencias. La que decide actuar sos vos. El deseo debe nacer en vos. De lo contrario, no sirve.
Rebeca se mordió el labio inferior y estiró lentamente la mano hasta el pene de su hijo. Ya lo había tocado antes… lo había masturbado. Culpó por eso a la influencia dañina de los espíritus. De otra forma no lo hubiera hecho, no hubiera llegado tan lejos. Pero ahora… ¿qué debía hacer? ¿Qué le dictaban sus propios deseos?
—Tranquila, mamá —dijo Catriel—. Nada de lo que hagas me va a molestar. Entiendo por qué lo hacés.
Catriel no estaba muy convencido con este asunto de los rituales. Ni siquiera estaba seguro de que los fantasmas existieran. Quizás Maylén tenía razón y todo es pura sugestión. Sin embargo, sabe muy bien que el resto de su familia no va a poder vivir en paz hasta que hagan algo al respecto.
Rebeca comenzó a sacudir la verga de su hijo y ésta se fue poniendo dura de a poco. Le resultaba chocante ser ella la causante de esta erección. Una madre haciendo que a su hijo se le ponga la verga dura como un garrote. Si le hubieran dicho que tenía que hacer algo en específico, solo por seguir órdenes y pasos específicos del ritual, hubiera apagado su cerebro. Intentaría tener la mente en blanco para actuar y no reprocharse nada. Pero debía sentirlo, para no enfurecer a los espíritus. El pene de Catriel es hermoso, viril, varonil, por eso lo pintó en sus cuadros. Podía ver cierto atractivo en eso. Quizás no un atractivo sexual, pero sí artístico. Se imaginó qué hermoso sería pintar un cuadro con esa verga entre sus tetas.
Rebeca se quitó la blusa y liberó sus espléndidos pechos. Colocó el miembro de su hijo entre ellos y apretó con las manos a los lados de las tetas. Narcisa asintió con la cabeza. Esto servía, pero necesitaban más. La alentó a seguir. Rebeca comenzó a masturbar a su hijo usando exclusivamente la presión generada por sus tetas. Catriel ya había experimentado algo similar con una amante; pero ninguna tenía los pechos como los de su madre. Se le puso aún más rígida, lo que facilitó la masturbación.
«Esto es agradable —pensó Rebeca—. No estoy engañando a los espíritus».
Aceleró el ritmo de la “paja turca”. Llevaba años sin hacer una, pero aún recordaba cómo hacerlo.
—¿Necesitás un poco de ayuda para entrar en calor? —Preguntó Narcisa—. Que estés excitada al hacerlo es muy importante.
—Em… sí —respondió Rebeca, sin entender cuál era realmente la propuesta de la bruja.
Narcisa se agachó junto a la pelirroja, flexionando las rodillas. Quedó con las piernas muy separadas y Catriel pudo ver que esa cinta frontal del vestido, colgando frente a su pubis, apenas era capaz de cubrirle la concha. Al estar tan abierta incluso se veían los gajos vaginales asomando por los lados. Lo único que quedaba oculto era el clítoris y la división de los labios. Aún así Narcisa no hizo esto para ayudar a Catriel. Metió la mano por debajo del pareo floreado que estaba usando Rebeca y apartó su tanga. Sin decir nada, comenzó a acariciarle la concha.
Esa mujer que no conocía de nada, ahora la estaba masturbando. Rebeca no podía creer lo rápido que estaba ocurriendo todo. Para colmo lo hacía con gran maestría. Narcisa era capaz de encontrar puntos muy sensibles en su sexo y no dudó en meterle dos dedos.
—Estás lubricando muy bien —dijo la bruja—. Esa es una buena señal. Pero no te detengas. Necesitamos más que esto.
Rebeca tuvo que admitir que los toqueteos surtieron efecto. La calentura empezó a notarse y con eso llegó la pérdida de las inhibiciones. Empezó a mirar la verga de su hijo con otros ojos… y la tenía demasiado cerca como para ignorarlas. En un movimiento mal calculado, el glande le rozó los labios. Eso le hizo hervir la sangre.
Narcisa se colocó detrás de la pelirroja. Catriel se lamentó porque ya no podía verle la entrepierna, no imaginó que esto en realidad era bueno para él.
La bruja, dando cátedra de sensualidad, comenzó a rozar el cuello de Rebeca con sus labios. Al oído le susurraba palabras de aliento: “Seguí así, lo estás haciendo muy bien”. Esto, sumado a los dedos entrando y saliendo de su concha, hicieron vibrar a la pelirroja. No le agradaba que una mujer la hiciera sentir de esta manera, pero tampoco lo podía evitar.
—Tenés que ir un poco más allá, Rebeca… tenés que darle más a los espíritus.
La llama de las velas comenzó a bailar, una brisa había entrado a la habitación… ¿o era más que una simple brisa?
Narcisa lamió el cuello de Rebeca y cuando llegó a su mentón, buscó el glande de Catriel y lo lamió. Luego se lo tragó. Lo retuvo dentro de su boca apenas unos segundos. Después besó en los labios a Rebeca. Ella no se opuso. Lo que hacía la bruja era demasiado excitante como para rechazarlo. Esos labios tenían sabor a miel y se dio cuenta de que podría besarlos mil veces.
Ya decidida, con su instinto sexual a flor de piel, Rebeca lamió la verga de su hijo. “No está mal —pensó—. Nada mal”. En un sentido ético sí estaba mal, y lo sabía. Pero en la práctica, era agradable. Narcisa tragó una buena parte de la verga, la soltó y después Rebeca metió el glande en su boca. Lo dejó salir casi al instante, como si todavía no se animara a chuparlo realmente. La bruja insistió, mostrándole lo que debía hacer. Chupó la verga durante unos segundos, haciendo palpitar a Catriel. El muchacho no podía creer que tuviera esas dos hermosas mujeres jugando con su miembro.
Esta vez Rebeca chupó un poco más. Succionó el glande con firmeza y decisión. Permitió que Narcisa hiciera lo mismo y la próxima vez que la verga entró en la boca de la pelirroja, ésta empezó a chuparla. Movió la cabeza como si estuviera haciendo una auténtica mamada… y sin olvidar que esa verga era la de su hijo. Estaba haciéndole un genuino pete a Catriel… y Narcisa la estaba ayudando. Ni los dedos ni la lengua de la bruja se detuvieron. La concha de Rebeca estaba sumamente húmeda y Catriel se sintió en el paraíso. Cada sutil lamida de Narcisa era de una precisión extraordinaria. Encontraba los puntos más sensibles con suma facilidad. Rebeca notó esto y lamió las mismas zonas por las que había pasado la bruja. Después las dos se turnaron para darle a Catriel una buena mamada a dúo.
—¿La querés en la cara? —Preguntó la bruja—. ¿Querés que te deje llena de semen?
A Rebeca se le paralizó el corazón. Siguió chupando a buen ritmo, tragando el pene hasta donde le era posible. El semen le resultaba extrañamente atractivo… y llevaba tiempo sin probarlo. Sin realmente probarlo. Semen en su cara, en su boca… en su lengua.
—Sí, quiero que me acabe en la cara.
Esas fueron palabras mágicas para Catriel, que después de tanta paja turca y tantas mamadas, ya no podía aguantar más. En especial si tenía en cuenta el extraño morbo que le producía tener a su madre chupándosela.
Su verga soltó todo, como una manguera de bombero. Aquí fue cuando Narcisa se apartó, ella entendía que ese premio solo le correspondía a Rebeca. La pelirroja abrió la boca y la ofreció como receptáculo para todo el néctar sexual de su hijo. Una ofrenda para los espíritus… y para su propia libido. La leche le cubrió buena parte de la cara y también dejó una abundante cantidad dentro de su boca. Rebeca metió la verga en su boca y la chupó con fuerza, con esto no solo tragó el semen que ya tenía sobre la lengua sino que además tragó todo lo que salió después. Catriel, por puro instinto, movió su cadera, como si estuviera cogiendo la boca de su madre. Una última descarga de leche saltó y fue tragada por Rebeca al instante.
—Esto salió mucho mejor de lo que me imaginaba —aseguró Narcisa—. No creí que el primer ritual fuera a resultar tan bien. Aunque no crean que solo con esto será suficiente. Debemos ofrecerle diversidad a los espíritus. Y situaciones con energía sexual más poderosa.
—¿Pero por ahora podemos darlo por concluído? —Preguntó Soraya.
—Sí, por ahora sí. Seguiremos otro día.
El ritual llegó a su fin y Rebeca se limpió el semen de la cara usando su blusa. Dándole la espalda al resto tragó el esperma que había quedado en sus dedos. Estaba delicioso… porque venía con el sabor del morbo. Algo que ella había intentado evitar toda su vida, y que ahora estaba comenzando a disfrutar. Esto la hizo sentir culpable. Aunque no podía lidiar con estas dudas ahora mismo.
Apagaron las velas y el hornito de incienso, pero dejaron todos los accesorios dentro de la habitación, volverían a necesitarlos.
En el hall de entrada, antes de despedirse, Narcisa dijo:
—Masturbarse, en cualquier lugar de la casa, ayuda al ritual.
—Uf, mi mamá se va a encargar de eso —dijo Lilén—. Es la más pajera de la familia.
—También sirve contarle anécdotas sexuales a otra persona, siempre y cuando esa persona no haya escuchado antes esa misma anécdota. La confesión, al igual que en la fe católica, tiene efectos muy poderosos. —Soraya mostró una sonrisa, algunas cosas de estos rituales le resultaban agradables, otras no tanto—. Y si van a hacer algo sexual, más allá de la masturbación… bueno, lo mejor es que no se limiten. Mientras más rienda suelta le den a sus actos, es mejor.
—Siempre y cuando sintamos genuino deseo de hacerlo —comentó Inara.
—Exacto. Me alegra que hayan entendido todo tan bien. Deberían tomarse muy en serio estos rituales y las energías que acechan en esta casa. Estamos lidiando con fuerzas muy poderosas… y potencialmente dañinas. Necesito recolectar algunas cosas, para futuros rituales. Pero, debido a lo delicada que es la situación, tengo que pedirles que me preparen una habitación. Esto llevará tiempo y es mejor si estoy acá para ver qué ocurre.
—Por eso no hay problema —aseguró Rebeca—. Nos sobran las habitaciones. Acá no vas a ser ninguna molestia.
Soraya no estaba tan convencida de dejar a una desconocida compartir la casa con ellos. Pero no se atrevió a negarse. No quería iniciar una discusión familiar.
—Creo que eso sería todo… ah, una última cosa. Les aconsejo que hagan algunas amistades en el pueblo, podríamos necesitar ayuda externa. Aunque sea para reparar la casa y el cementerio. Y por nada del mundo le cuenten a nadie sobre los rituales, y eviten hablar de fantasmas o espectros. En este pueblo son demasiado susceptibles. Si creen que corren peligro, va a haber problemas.
—En el pueblo odian a los pelirrojos —dijo Lilén—. ¿Cómo vamos a hacer para agradarles?
—No todos en el pueblo tienen la misma superstición. Eso les va a dar una señal de a quién deben acercarse y a quien mejor es ignorar. Y a vos, Soraya, tengo que pedirte que no reces dentro de la casa hasta que terminemos los rituales.
—¿Por qué no? —Preguntó ofuscada.
—Se podría decir que tu fe proviene de una fuente de energía diferente… y eso confundiría a los espíritus. Los volvería más agresivos. Deberías quitar todos los crucifijos, pero no los tires. Llevalos al cementerio. Ahí sí podés rezar.
—Bueno, al menos me queda un lugar para hacerlo.
—Y no se preocupen por Maylén. Sé que está bien. Puedo sentirlo.
Narcisa salió de la casa, dejando a la familia Korvacik mirando la puerta en silencio. Estaban aterrados y confundidos. De pronto todo este asunto de los espíritus se sentía más real que nunca. ¿Qué pasaría si no eran capaces de expulsarlos a tiempo?
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Capítulo 08.
La Bruja.
Al despertarse vio que Maylén no estaba. Rebeca se había quedado a esperarla en su cuarto y ya había amanecido. Salió de la pieza vistiendo solo una blusa sin mangas que le marcaba mucho los pezones y una pequeña tanga de encaje que dejaba ver su rojizo vello púbico.
—¿Viste a Maylén? —le preguntó a Lilén, que estaba bajando la escalera para ir a desayunar.
—No. ¿Todavía no volvió? —La pequeña parecía asustada—. ¿Se quedó toda la noche en el monte?
A Rebeca se le subió el corazón a la boca. De por sí era difícil imaginar a Maylén dos horas en esa espesura, mucho menos podía imaginarla pasando toda la noche allí.
—¿Creés que le pasó algo?
—No nos precipitemos —dijo Rebeca, intentando tranquilizar a su hija y a sí misma.
En el comedor Catriel, Inara y Soraya tomaban café con leche y tostadas con manteca. Se pusieron en alerta al ver las caras de Lilén y Rebeca.
—¿Pasó algo? —Preguntó Catriel.
—Maylén no volvió a casa —respondió Lilén.
—Ya mismo salgo a buscarla.
—No, esperá… —lo detuvo Rebeca—. No conocés el monte. Es muy peligroso. ¿Por dónde vas a empezar?
—Voy a preguntarle a alguien del pueblo. Ellos conocen bien la zona.
El muchacho salió corriendo del comedor, cruzó el hall y cuando abrió la puerta de entrada se encontró con una mujer parada justo debajo de la escalinata. Su familia, que siguió sus pasos, se sorprendió al verlo detenerse de forma abrupta. Se asomaron y observaron a la recién llegada.
La mujer tenía más de cuarenta años, aunque bien conservados. Cabello negro azabache, algo desprolijo pero muy limpio. Brillaba bajo la luz del sol. Tenía labios sensuales ensombrecidos con labial negro y usaba maquillaje de un violeta oscuro en los párpados. Sus ojos grises eran capaces de helar la sangre. Llevaba un bolso negro colgado del lado izquierdo, adornado con plumas blancas y grises. Tenía puesta una extraña túnica, también negra, adaptada para el clima cálido del litoral argentino. Era muy escotado, tanto que sus grandes pechos se veían hasta el borde de los pezones. Sus torneadas piernas sobresalían por los cortes laterales. El vestido era más ancho por detrás, pero delante solo era una cinta que bajaba desde su vientre casi hasta el piso. Esta cinta era tan angosta que por los lados sobresalía el pubis lampiño de la mujer, dándole un aspecto sumamente sensual e imponente. Parecía un ser salido de un cuento (erótico) de fantasía.
A Catriel le quedó clarísimo quién era esa mujer que le recordaba un poco a Morticia Addams, aunque con los pelos alborotados.
—¿Usted es la bruja que fue a buscar mi hermana?
—Soy la bruja, sí.
A todos les sorprendió que no se sintiera ofendida por el término “bruja”. Lo dijo con absoluta normalidad, como quien se presenta como un médico o un abogado.
—¿Viste a mi hija? Estuvimos esperándola toda la noche…
—¿Maylén? ¿La chica que me dejó esta nota? —Les mostró el papelito—. No la vi.
—¿Y dónde podría estar? —Preguntó Rebeca, con la voz entrecortada.
—En el monte.
—Pero, pero… Maylén no tiene idea de cómo cuidarse en el monte —comentó Inara.
—Me imagino que no estará sola.
A Catriel ya le estaba irritando que esa mujer hablara de forma tan escueta.
—Dijo que iba acompañada de un tal Guillermo y un tal Mauricio.
—Ah, si está con Guillermo y Mauricio entonces está bien. Seguramente los agarró la noche. Yo sé moverme rápido. Una persona que no conoce el monte solo ralentiza la caminata.
—¿Podemos confiar en esos dos? —Preguntó Rebeca, su ritmo cardíaco comenzó a desacelerarse lentamente.
—Sí. Son los mejores guías de la zona. Para ellos el monte es como el patio de su casa. Seguramente acamparon. No se preocupen.
Esto no dejó del todo tranquila a Rebeca, pero entendió que su hija debería estar bien. Quizás cuando oscureció ella no se animó a seguir el viaje y consideró que lo más sensato era acampar.
—¿Vino para ayudarnos con los fantasmas? —Preguntó Lilén.
—¿Ustedes también notaron presencias extrañas en la casa? —La bruja respondió con otra pregunta.
—Sí, en varias ocasiones —dijo Soraya—. Puedo sentir una presencia maligna en la casa. Un poder que está más allá de lo humano.
—Yo también lo siento —aseguró la bruja—. Usted debe tener una gran percepción. Quizás algún vínculo con una fuerte energía.
—Em… Me llamo Soraya. Fui monja durante muchos años, y sigo siendo creyente. Puede que se deba a eso.
—Es posible, sí. Las monjas suelen ser muy perceptivas. En esta casa vivieron varias. No todas fueron buenas. ¿Puedo pasar?
—Sí, claro —dijo Rebeca—. ¿Cómo es su nombre?
—Me llamo Narcisa. Aunque en el pueblo todos me dicen “La bruja”.
A Soraya le dio un escalofrío. No le agradaba estar en presencia de una auténtica bruja.
—¿Es usted devota del Maligno?
—No, Soraya. No se preocupe. No toda la brujería está asociada a demonios. Mi vínculo es con la naturaleza. Se podría decir que estoy más emparentada con ustedes, las monjas, que con las brujas de magia negra.
A Soraya le agradó oír eso, mostró una afable sonrisa y se relajó. La familia Korvacik dejó pasar a Narcisa. La mujer deambuló por todo el hall de entrada, como si estuviera persiguiendo una fuerza invisible. Después de unos segundos giró la cabeza para mirar a Rebeca y dijo:
—Arriba. Hay una fuerza poderosa. ¿Encontraron algo llamativo?
—La habitación once —dijo Inara, al instante.
Narcisa no pidió permiso. Subió la escalera e Inara fue la primera en reaccionar. La siguió de cerca y pudo ver debajo de la fina tela del vestido negro que bailó con cada paso. Pudo ver, por un segundo, gajos femeninos entre sus piernas. Así descubrió que la bruja no tenía ropa interior. Eso fue como una punzada de incertidumbre… y erotismo.
—¡La puerta está cerrada! —Gritó Rebeca, mientras subía la escalera—. Y no hay luz. Catriel, buscá tu linterna.
—Es mejor usar velas —dijo Narcisa, ya estaba caminando por el pasillo—. La luz eléctrica pone incómodos a los espíritus. Debe haber candelabros antiguos en algún lugar de la casa. Quizás en el sótano.
—Lilén, ¿podés traerlos? —Preguntó Rebeca, desde arriba. Su hija menor había quedado rezagada.
—Ni loca bajo al sótano.
—Vamos, hija… por favor. Todos tenemos que colaborar. Maylén se cruzó medio monte para contactar a Narcisa. Catriel y Soraya encontraron el cementerio…
—¿Encontraron el cementerio de los Val Kavian? —Narcisa parecía tan intrigada como sorprendida.
—Sí. Está hecho una ruina —comentó Soraya—. Seguramente eso pone intranquilos a los espíritus. Creemos que restaurarlo sería una buena idea.
—Sí. Lo es. Es más, debería ser una de las prioridades.
A Soraya le agradó esa respuesta.
Lilén estaba ofuscada y asustada. Sabía que debía hacerle frente a sus miedos, pero le hubiera gustado que al menos Inara la acompañara. Abrió la puerta del sótano y observó esa larga escalera que se perdía en la oscuridad. Parecía la boca de un enorme monstruo. Para alumbrarse encendió una vela que tomó de la cocina. Con el corazón latiendo a toda velocidad comenzó a bajar los escalones. A cada paso temió que el escalón cediera bajo sus pies y que podría caer a una muerte segura… o quizás quedaría con múltiples fracturas…
Intentó apartar estas horrorosas ideas de su cabeza y siguió adelante. Por suerte la persona que almacenó los candelabros no los dejó demasiado lejos del pie de la escalera. Eran de algún metal similar al bronce, aunque no tan pesados. Tomó tres y los subió por la escalera, haciendo un gran esfuerzo por no tropezar… y por no mirar atrás.
Creyó que tres no serían suficientes y volvió por más. Bajó la escalera lentamente y al llegar abajo sujetó otros tres candelabros. Esta vez se animó a mirar más allá, entender qué había en ese sótano. Encontró cajas y muebles tapados por viejas sábanas. Fijó su vista en un rincón oscuro y allí fue cuando la vio.
Una figura humana, perfectamente definida, cortaba la penumbra. Lilén no gritó, porque no pudo. El pánico fue tanto que le paralizó las cuerdas vocales. Abrazó los candelabros torpemente y comenzó a correr hacia arriba, saltando los escalones de dos en dos. Pisó mal. Su pie derecho resbaló y cayó de bruces contra los escalones de madera. Uno de los candelabros rodó hacia abajo, provocando un estruendo metálico al chocar con los que habían quedado en el sótano. Su vela se apagó.
—¡Lilén! ¿Pasó algo? —Escuchó la voz lejana de su madre.
—¡No pasa nada! ¡Ya voy!
No quería quedar como una cobarde frente a toda su familia… otra vez. Lo bueno de perder su única fuente de luz es que la figura humana desapareció. Lo malo es que la completa oscuridad la asusta aún más.
Subió los escalones prácticamente a gatas. Se había golpeado fuerte la rodilla derecha y le dolía cada vez más. Intentó hacer movimientos lentos porque creía que de esa forma no alertaría tanto a ese ser de pura sombra. Cuando llegó arriba ni siquiera se dio un minuto para reflexionar. Cerró la puerta del sótano y corrió con los cinco candelabros entre sus brazos.
—¡Ya subí las velas! —Le gritó Soraya, desde arriba.
Eso fue un alivio, no tenía ganas de volver a la cocina, que estaba tan cerca del sótano. Subió al segundo piso y agitada le entregó los candelabros a la bruja. Ella se encargó de poner tres velas en cada uno y le dio instrucciones a la familia de dónde colocarlos, dentro de la habitación once.
—Esto no me gusta —dijo Soraya—. Quedaron formando un pentagrama. Eso es diabólico.
—El pentagrama no tiene nada que ver con el diablo —aseguró la bruja—. Esas siempre fueron mentiras de los cristianos.
Soraya estaba ganando respeto por esa mujer, pero este comentario le resultó ofensivo. Aún así no dijo nada, no quería provocar una discusión. Mucho menos ahora que, al ver esa tenebrosa habitación iluminada por velas, podía sentir la presencia maligna con más intensidad.
—Es impresionante —dijo la bruja, mirando las incontables fotos pornográficas que empapelaban toda la habitación—. Alguien hizo rituales en este cuarto. Hay una fuerte energía maligna… y sexual.
Esto heló la sangre de los presentes.
—¿Hay una forma de revertir lo que hayan hecho en este cuarto? —Preguntó Soraya.
—Sí. Lo primero es quitar las cajas de las cuatro esquinas.
—¿Por qué? —Preguntó Catriel.
—Lo van a entender cuando lo hagan.
Inara y Catriel trabajaron juntos en la esquina que más cajas tenía. Soraya y Rebeca se encargaron de otras dos y Narcisa de la última. Lilén se quedó en el centro, admirando todo. Las danzantes luces de las velas le daban a todo el cuarto un aspecto aún más morboso, como si las personas en esas fotos ahora se movieran. Pudo ver a un hombre penetrando a una joven chica, que se parecía mucho a ella. Y a esa misma chica tragando un grueso pene. Recorrió las paredes con la mirada, buscando la cara que más se parecía a la suya. Encontró otras dos fotos en la pared de su izquierda: la jovencita estaba desnuda junto a otra mujer joven, paradas las dos, como si posaran para un catálogo de lencería. La segunda foto las mostraba lamiéndose las conchas la una a la otra. Lilén no tuvo que usar mucho su cabeza para llegar a la conclusión de que esas dos chicas eran hermanas. No gemelas, como ella e Inara. Pero sí hermanas. Se parecían mucho. Se preguntó quiénes podrían ser. Aparecían en muchas fotografías de aspecto muy antiguo. Todas en blanco y negro.
—¡Ay! ¿Qué es esto? —Preguntó Inara al ver lo que había debajo de las cajas—. Es algo rojo. ¿Es sangre?
—No, es pintura —dijo Rebeca, quien había encontrado algo similar en su esquina—. Está vieja y reseca.
—Acá también hay una marca de esas —dijo Soraya.
—Están en las cuatro esquinas —dijo Narcisa—. Son runas para rituales. Tenemos que borrarlas inmediatamente.
—Esa idea sí me gusta —dijo Soraya—. Rebeca, traé tus disolventes de pintura.
—Ya mismo.
Ayudándose con cepillos de acero, pudieron deshacerse de las runas en pocos minutos. Que la pintura estuviera tan reseca ayudó mucho. El parqué quedó todo rayado, pero eso era lo de menos. Seguramente lo pulirían más adelante. La bruja pidió que le trajeran un pincel ancho y pintura blanca. Dibujó nuevas runas donde antes estuvieron las otras, los símbolos eran incomprensibles, pero a Soraya le bastó con ver que eran diferentes.
De su bolso, Narcisa sacó unas hierbas secas y las puso en un pequeño cuenco extraño en el centro de la habitación. Rebeca supo que eso era un hornito para incienso. La bruja usó una sustancia aceitosa para que las hierbas quedaran flotando allí y encendió la mecha del hornito. Un fuerte olor invadió el cuarto. Era una mezcla entre flores, yuyo quemado y lavanda. No era feo, aunque sí demasiado intenso.
—Muy bien, ahora tenemos que llevar a cabo un ritual.
—¿Con eso se van a ir los malos espíritus? —Preguntó Lilén.
—¿Con un solo ritual? No, imposible. Harán falta muchos.
—¿Y de qué clase de rituales estamos hablando? —Preguntó Soraya, incómoda. Podía entender una misa o un bautismo; pero la brujería seguía pareciéndole algo malévolo, por más vínculo con la naturaleza que tuviera.
—Esta es la parte que no les va a gustar. ¿Ven todas esas fotos? ¿Qué es lo primero que se les viene a la mente?
—Sexo —dijo Catriel.
—Lujuria —comentó Rebeca.
—Pecado —respondió Soraya.
—Incesto —añadió Lilén.
—¿Incesto? —Inara pareció desconcertada.
—Sí. Mirá a las chicas de esa foto… son hermanas. Y acá están teniendo sexo.
—Es cierto… —respondió su hermana gemela, llena de curiosidad—. Y este tipo parece ser su padre.
Señaló una foto donde un hombre de espeso bigote estaba sentado desnudo en una silla antigua y ornamentada. Sonreía con aire de grandeza y tenía la verga bien dura. Las dos hermanas estaban de rodillas, una a cada lado. La mayor tenía el glande dentro de la boca, la otra estaba pasando la lengua por el tronco.
—¡Ay… por favor! —Exclamó Soraya—. Hacer eso con sus propias hijas…
Al instante se arrepintió y sintió la pesada culpa. Ella había hecho lo mismo con su sobrino. «Aunque… un sobrino no es lo mismo que un hijo», intentó convencerse.
—Todo lo que mencionaron es cierto —continuó la bruja—. Estas fotos están acá para fortalecer una conexión con los espíritus. Fueron invocados con el poder del sexo, de la lujuria, del pecado, del incesto… del morbo. Y de la misma forma deben ser expulsados.
—¿Qué estás queriendo decir? —Rebeca pareció preocupada.
—No se preocupen. No significa que deban hacer todo lo que se ve en las fotos. También podemos ayudarnos con otros métodos, como restaurar el cementerio. Pero será necesario hacer algunos rituales con vínculo sexual. Solo que ahora los haremos con runas de expulsión, no de invocación.
—Esto no me gusta nada —aseguró Soraya.
—A mí lo que no me gustan son los fantasmas —dijo Lilén.
—Si hacemos estos… rituales. ¿Van a funcionar? —Preguntó Rebeca.
—Si se hacen de forma apropiada, sí. Van a funcionar. Y para que se tranquilicen, les prometo que haremos la menor cantidad de rituales posibles. Pero tendrán que seguir mis instrucciones al pie de la letra. Cualquier alteración en el ritual podría significar un fallo. Y cuando un ritual falla, no solo se anula su efecto, sino que se crea el efecto contrario.
—O sea… —dijo Catriel—. Si lo hacemos mal, en vez de alejar a los espíritus… ¿los estaríamos invocando?
—Así es.
Los miembros de la familia intercambiaron miradas de preocupación.
—Yo me ofrezco para cualquier ritual —dijo Rebeca—, si con esto puedo evitar que mis hijos lo hagan.
—Los rituales siempre son voluntarios. No se pueden efectuar si la persona no accede a participar en el acto sexual. Aunque no sepa que eso es parte de un ritual. De lo contrario no sirve.
—Ah, eso me deja más tranquila. Ya escucharon, chicas… no las quiero haciendo esto. ¿Está claro?
—Pero mamá —protestó Inara.
—Nada. Los haré yo.
—El ritual es más fuerte si participa más de una persona.
—Soraya ¿me ayudás?
La ex monja se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos.
—Lo siento, hermana. Esto de los rituales no me gusta nada. Soy una mujer de fe, siento que estaría traicionando al Señor.
—Eso no te impidió incurrir en el pecado —dijo la bruja. Para Soraya eso fue como un cachetazo en toda la cara—. Puedo ver el halo del pecado envolviendo tu alma. Tu impureza altera a los espíritus. Los enfurece y los hace más fuertes.
—No hables así de mi hermana —intervino Rebeca—. Ella siempre fue monja. Y cuando dejó de serlo, no cometió ningún pecado. Esta vez al ritual lo haré sola.
—Yo también quiero participar —dijo Catriel—. Si queremos hacer la menor cantidad de rituales posibles, vamos a realizar los más efectivos.
—El chico tiene razón.
—Pero… pero… ¿Qué tendríamos que hacer?
—Se colocan en el centro, cerca del incienso, y siguen mis órdenes. Antes de empezar quiero preguntar algo. No hace falta que respondan con detalles, basta con un sí o un no. En los días que llevan en esta casa ¿se vieron tentados a realizar actos sexuales poco éticos? —Todos asintieron con la cabeza—. ¿Y cayeron en esa tentación? —Todos respondieron con un sí—. Entonces esto es peor de lo que me imaginaba. No se sientan culpables. Esos son los espíritus, actuando a través de ustedes.
Por absurda que pareciera la explicación, Soraya se sintió aliviada. Ella había chupado la verga de su sobrino por culpa de un ente maligno que la llevó a hacerlo. De lo contrario… y allí fue cuando recordó que también habían ocurrido cosas extrañas antes de mudarse. ¿Tendrían que ver los espíritus con eso también?
—¿Empezamos? —Preguntó Rebeca, nerviosa.
Narcisa meditó unos segundos en silencio, como evaluando la situación, y dijo:
—Todavía hay que verificar algo. Salgamos de la casa y busquemos en las cuatro esquinas. Podría haber runas de invocación allá afuera.
Se movieron rápido y se separaron para cubrir todas las esquinas. El primero en encontrar una runa, pintada en una piedra, fue Catriel. Narcisa lo puso a cepillar la roca para borrarla y luego Inara encontró otra en la parte trasera de la casa. Soraya y Lilén se pusieron a limpiar de inmediato una tercera piedra con uno de esos extraños símbolos rojos. Rebeca encontró la última cerca de la orilla del arroyo. Narcisa recorrió las cuatro esquinas pintando sobre las piedras ya limpias las nuevas ruinas en blanco. Luego se reunió con la familia Korvacik en el hall de entrada.
—Esas runas convirtieron a toda la casa en un círculo de invocación —comentó.
—¿Y eso qué significa exactamente? —Preguntó Soraya.
—Que todas las actitudes sexuales que tuvieron en estos últimos días alteraron a los espíritus dormidos.
—Eso no suena nada bien —dijo Lilén.
—De todas maneras no es tan preocupante, las invocaciones más potentes se hacen dentro de la habitación once. Si no hicieron nada sexual allí dentro, entonces la situación no es tan grave.
—Ahí no hicimos nada más que mirar y salir —aseguró Rebeca.
—Emm… eso no es del todo cierto —dijo Inara—. Yo me llevé el diario de la monja…
—Y yo saqué algunas fotos —dijo Catriel.
—¿De la pared o de una caja? —Preguntó Narcisa, parecía preocupada.
—De una caja. De la pared no tocamos nada.
—Ah, bien… eso es importante. Los objetos de la caja no están vinculados al ritual, pero los de las paredes sí. No toquen las fotos de las paredes hasta que yo se los diga. Y esos actos no fueron sexuales, así que no hay ningún problema.
—Este… em… perdón, pero yo sí hice algo sexual allí dentro —dijo Inara, avergonzada.
—Decime ya mismo qué hiciste y cómo —dijo Narcisa, con los ojos muy abiertos.
—Encontré un dildo metálico en una de las cajas y… lo usé dentro de la habitación.
—¡No! ¡No! ¡No!
Narcisa subió las escaleras corriendo, todos los demás la siguieron. El pánico empezó a crecer en los miembros de la familia. No entendían nada, pero si la bruja estaba tan asustada esto debía ser malo… muy malo.
—¿Dónde está? ¿Dónde está? —Preguntó Narcisa, mientras miraba alrededor.
—Acá… en esta caja —señaló Inara—. Ahí lo encontré, ahí lo dejé.
Narcisa abrió la caja y sacó el dichoso dildo. Lo observó atentamente bajo la luz de las velas y todos pudieron ver extrañas inscripciones en relieve, formaban tres anillos cerca de la base del pene.
—¡No, no! ¡Esto es muy malo, nena! ¡Lo que hiciste fue una estupidez! ¡Pero qué estúpida!
—¡Hey! No le hables así a mi hija —intervino Rebeca—. Ella no tenía idea de lo que hacía.
—Da igual, lo hizo de forma voluntaria. Este objeto forma parte de un ritual de invocación para un espíritu muy poderoso: el Pombero.
—Pensé que eso era solo una leyenda local —dijo Soraya, con un nudo en la garganta.
—Toda leyenda tiene algo de cierto —dijo Narcisa—. Y si ya se realizó un ritual para invocar al Pombero, entonces tenemos que ponernos a trabajar ahora mismo. Rebeca, arrodillate en el centro de la habitación. —Ella obedeció, aunque no parecía muy convencida—. Y vos Catriel… necesito ver tu pene. —El chico dudó unos segundos, cuando su madre asintió con la cabeza, liberó su miembro. La bruja lo acarició con sus suaves dedos. Esas manos delicadas y sensuales lo hicieron vibrar de placer—. Está muy bien. Parece que tenés mucha energía viril. Esto es excelente. Vas a ser un elemento fundamental en nuestros rituales. Ahora parate frente a tu madre.
Catriel se posicionó delante de Rebeca, dejando el pene aún flácido colgado a pocos centímetros de su cara.
—¿Qué tengo que hacer? —Preguntó su madre, ya claramente nerviosa.
—Lo que quieras. Y eso es importante. El ritual no se puede forzar. Si hacés cosas contra tu voluntad, solo vas a lograr enfurecer a los espíritus. Cualquier cosa que hagas a partir de ahora, tiene que nacer de vos. De tu propio deseo.
—Pero… es mi hijo…
—Lo sé. Y no te olvides que el deseo incestuoso también está en las paredes, fue utilizado en el ritual y eso es muy poderoso. No se puede contrarrestar de otra forma.
—O sea… ¿tengo que desear la verga de mi propio hijo?
—Sí. Yo tal vez te pida cosas específicas; pero no deberías seguir mis palabras como si fueran órdenes. Solo son sugerencias. La que decide actuar sos vos. El deseo debe nacer en vos. De lo contrario, no sirve.
Rebeca se mordió el labio inferior y estiró lentamente la mano hasta el pene de su hijo. Ya lo había tocado antes… lo había masturbado. Culpó por eso a la influencia dañina de los espíritus. De otra forma no lo hubiera hecho, no hubiera llegado tan lejos. Pero ahora… ¿qué debía hacer? ¿Qué le dictaban sus propios deseos?
—Tranquila, mamá —dijo Catriel—. Nada de lo que hagas me va a molestar. Entiendo por qué lo hacés.
Catriel no estaba muy convencido con este asunto de los rituales. Ni siquiera estaba seguro de que los fantasmas existieran. Quizás Maylén tenía razón y todo es pura sugestión. Sin embargo, sabe muy bien que el resto de su familia no va a poder vivir en paz hasta que hagan algo al respecto.
Rebeca comenzó a sacudir la verga de su hijo y ésta se fue poniendo dura de a poco. Le resultaba chocante ser ella la causante de esta erección. Una madre haciendo que a su hijo se le ponga la verga dura como un garrote. Si le hubieran dicho que tenía que hacer algo en específico, solo por seguir órdenes y pasos específicos del ritual, hubiera apagado su cerebro. Intentaría tener la mente en blanco para actuar y no reprocharse nada. Pero debía sentirlo, para no enfurecer a los espíritus. El pene de Catriel es hermoso, viril, varonil, por eso lo pintó en sus cuadros. Podía ver cierto atractivo en eso. Quizás no un atractivo sexual, pero sí artístico. Se imaginó qué hermoso sería pintar un cuadro con esa verga entre sus tetas.
Rebeca se quitó la blusa y liberó sus espléndidos pechos. Colocó el miembro de su hijo entre ellos y apretó con las manos a los lados de las tetas. Narcisa asintió con la cabeza. Esto servía, pero necesitaban más. La alentó a seguir. Rebeca comenzó a masturbar a su hijo usando exclusivamente la presión generada por sus tetas. Catriel ya había experimentado algo similar con una amante; pero ninguna tenía los pechos como los de su madre. Se le puso aún más rígida, lo que facilitó la masturbación.
«Esto es agradable —pensó Rebeca—. No estoy engañando a los espíritus».
Aceleró el ritmo de la “paja turca”. Llevaba años sin hacer una, pero aún recordaba cómo hacerlo.
—¿Necesitás un poco de ayuda para entrar en calor? —Preguntó Narcisa—. Que estés excitada al hacerlo es muy importante.
—Em… sí —respondió Rebeca, sin entender cuál era realmente la propuesta de la bruja.
Narcisa se agachó junto a la pelirroja, flexionando las rodillas. Quedó con las piernas muy separadas y Catriel pudo ver que esa cinta frontal del vestido, colgando frente a su pubis, apenas era capaz de cubrirle la concha. Al estar tan abierta incluso se veían los gajos vaginales asomando por los lados. Lo único que quedaba oculto era el clítoris y la división de los labios. Aún así Narcisa no hizo esto para ayudar a Catriel. Metió la mano por debajo del pareo floreado que estaba usando Rebeca y apartó su tanga. Sin decir nada, comenzó a acariciarle la concha.
Esa mujer que no conocía de nada, ahora la estaba masturbando. Rebeca no podía creer lo rápido que estaba ocurriendo todo. Para colmo lo hacía con gran maestría. Narcisa era capaz de encontrar puntos muy sensibles en su sexo y no dudó en meterle dos dedos.
—Estás lubricando muy bien —dijo la bruja—. Esa es una buena señal. Pero no te detengas. Necesitamos más que esto.
Rebeca tuvo que admitir que los toqueteos surtieron efecto. La calentura empezó a notarse y con eso llegó la pérdida de las inhibiciones. Empezó a mirar la verga de su hijo con otros ojos… y la tenía demasiado cerca como para ignorarlas. En un movimiento mal calculado, el glande le rozó los labios. Eso le hizo hervir la sangre.
Narcisa se colocó detrás de la pelirroja. Catriel se lamentó porque ya no podía verle la entrepierna, no imaginó que esto en realidad era bueno para él.
La bruja, dando cátedra de sensualidad, comenzó a rozar el cuello de Rebeca con sus labios. Al oído le susurraba palabras de aliento: “Seguí así, lo estás haciendo muy bien”. Esto, sumado a los dedos entrando y saliendo de su concha, hicieron vibrar a la pelirroja. No le agradaba que una mujer la hiciera sentir de esta manera, pero tampoco lo podía evitar.
—Tenés que ir un poco más allá, Rebeca… tenés que darle más a los espíritus.
La llama de las velas comenzó a bailar, una brisa había entrado a la habitación… ¿o era más que una simple brisa?
Narcisa lamió el cuello de Rebeca y cuando llegó a su mentón, buscó el glande de Catriel y lo lamió. Luego se lo tragó. Lo retuvo dentro de su boca apenas unos segundos. Después besó en los labios a Rebeca. Ella no se opuso. Lo que hacía la bruja era demasiado excitante como para rechazarlo. Esos labios tenían sabor a miel y se dio cuenta de que podría besarlos mil veces.
Ya decidida, con su instinto sexual a flor de piel, Rebeca lamió la verga de su hijo. “No está mal —pensó—. Nada mal”. En un sentido ético sí estaba mal, y lo sabía. Pero en la práctica, era agradable. Narcisa tragó una buena parte de la verga, la soltó y después Rebeca metió el glande en su boca. Lo dejó salir casi al instante, como si todavía no se animara a chuparlo realmente. La bruja insistió, mostrándole lo que debía hacer. Chupó la verga durante unos segundos, haciendo palpitar a Catriel. El muchacho no podía creer que tuviera esas dos hermosas mujeres jugando con su miembro.
Esta vez Rebeca chupó un poco más. Succionó el glande con firmeza y decisión. Permitió que Narcisa hiciera lo mismo y la próxima vez que la verga entró en la boca de la pelirroja, ésta empezó a chuparla. Movió la cabeza como si estuviera haciendo una auténtica mamada… y sin olvidar que esa verga era la de su hijo. Estaba haciéndole un genuino pete a Catriel… y Narcisa la estaba ayudando. Ni los dedos ni la lengua de la bruja se detuvieron. La concha de Rebeca estaba sumamente húmeda y Catriel se sintió en el paraíso. Cada sutil lamida de Narcisa era de una precisión extraordinaria. Encontraba los puntos más sensibles con suma facilidad. Rebeca notó esto y lamió las mismas zonas por las que había pasado la bruja. Después las dos se turnaron para darle a Catriel una buena mamada a dúo.
—¿La querés en la cara? —Preguntó la bruja—. ¿Querés que te deje llena de semen?
A Rebeca se le paralizó el corazón. Siguió chupando a buen ritmo, tragando el pene hasta donde le era posible. El semen le resultaba extrañamente atractivo… y llevaba tiempo sin probarlo. Sin realmente probarlo. Semen en su cara, en su boca… en su lengua.
—Sí, quiero que me acabe en la cara.
Esas fueron palabras mágicas para Catriel, que después de tanta paja turca y tantas mamadas, ya no podía aguantar más. En especial si tenía en cuenta el extraño morbo que le producía tener a su madre chupándosela.
Su verga soltó todo, como una manguera de bombero. Aquí fue cuando Narcisa se apartó, ella entendía que ese premio solo le correspondía a Rebeca. La pelirroja abrió la boca y la ofreció como receptáculo para todo el néctar sexual de su hijo. Una ofrenda para los espíritus… y para su propia libido. La leche le cubrió buena parte de la cara y también dejó una abundante cantidad dentro de su boca. Rebeca metió la verga en su boca y la chupó con fuerza, con esto no solo tragó el semen que ya tenía sobre la lengua sino que además tragó todo lo que salió después. Catriel, por puro instinto, movió su cadera, como si estuviera cogiendo la boca de su madre. Una última descarga de leche saltó y fue tragada por Rebeca al instante.
—Esto salió mucho mejor de lo que me imaginaba —aseguró Narcisa—. No creí que el primer ritual fuera a resultar tan bien. Aunque no crean que solo con esto será suficiente. Debemos ofrecerle diversidad a los espíritus. Y situaciones con energía sexual más poderosa.
—¿Pero por ahora podemos darlo por concluído? —Preguntó Soraya.
—Sí, por ahora sí. Seguiremos otro día.
El ritual llegó a su fin y Rebeca se limpió el semen de la cara usando su blusa. Dándole la espalda al resto tragó el esperma que había quedado en sus dedos. Estaba delicioso… porque venía con el sabor del morbo. Algo que ella había intentado evitar toda su vida, y que ahora estaba comenzando a disfrutar. Esto la hizo sentir culpable. Aunque no podía lidiar con estas dudas ahora mismo.
Apagaron las velas y el hornito de incienso, pero dejaron todos los accesorios dentro de la habitación, volverían a necesitarlos.
En el hall de entrada, antes de despedirse, Narcisa dijo:
—Masturbarse, en cualquier lugar de la casa, ayuda al ritual.
—Uf, mi mamá se va a encargar de eso —dijo Lilén—. Es la más pajera de la familia.
—También sirve contarle anécdotas sexuales a otra persona, siempre y cuando esa persona no haya escuchado antes esa misma anécdota. La confesión, al igual que en la fe católica, tiene efectos muy poderosos. —Soraya mostró una sonrisa, algunas cosas de estos rituales le resultaban agradables, otras no tanto—. Y si van a hacer algo sexual, más allá de la masturbación… bueno, lo mejor es que no se limiten. Mientras más rienda suelta le den a sus actos, es mejor.
—Siempre y cuando sintamos genuino deseo de hacerlo —comentó Inara.
—Exacto. Me alegra que hayan entendido todo tan bien. Deberían tomarse muy en serio estos rituales y las energías que acechan en esta casa. Estamos lidiando con fuerzas muy poderosas… y potencialmente dañinas. Necesito recolectar algunas cosas, para futuros rituales. Pero, debido a lo delicada que es la situación, tengo que pedirles que me preparen una habitación. Esto llevará tiempo y es mejor si estoy acá para ver qué ocurre.
—Por eso no hay problema —aseguró Rebeca—. Nos sobran las habitaciones. Acá no vas a ser ninguna molestia.
Soraya no estaba tan convencida de dejar a una desconocida compartir la casa con ellos. Pero no se atrevió a negarse. No quería iniciar una discusión familiar.
—Creo que eso sería todo… ah, una última cosa. Les aconsejo que hagan algunas amistades en el pueblo, podríamos necesitar ayuda externa. Aunque sea para reparar la casa y el cementerio. Y por nada del mundo le cuenten a nadie sobre los rituales, y eviten hablar de fantasmas o espectros. En este pueblo son demasiado susceptibles. Si creen que corren peligro, va a haber problemas.
—En el pueblo odian a los pelirrojos —dijo Lilén—. ¿Cómo vamos a hacer para agradarles?
—No todos en el pueblo tienen la misma superstición. Eso les va a dar una señal de a quién deben acercarse y a quien mejor es ignorar. Y a vos, Soraya, tengo que pedirte que no reces dentro de la casa hasta que terminemos los rituales.
—¿Por qué no? —Preguntó ofuscada.
—Se podría decir que tu fe proviene de una fuente de energía diferente… y eso confundiría a los espíritus. Los volvería más agresivos. Deberías quitar todos los crucifijos, pero no los tires. Llevalos al cementerio. Ahí sí podés rezar.
—Bueno, al menos me queda un lugar para hacerlo.
—Y no se preocupen por Maylén. Sé que está bien. Puedo sentirlo.
Narcisa salió de la casa, dejando a la familia Korvacik mirando la puerta en silencio. Estaban aterrados y confundidos. De pronto todo este asunto de los espíritus se sentía más real que nunca. ¿Qué pasaría si no eran capaces de expulsarlos a tiempo?
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6 comentarios - La Mansión de la Lujuria [08]
Muchas gracias por tu talento.