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Compendio III
A medida que caminábamos por la calle, Isabella apenas podía ocultar su entusiasmo. Sus ojos chispeaban con una mirada traviesa y juguetona, habiendo disfrutado nuestra aventura en el ascensor.
· ¿Sabes, Marco? Te ves demasiado apuesto. Es una lástima que no te haya visto así antes. – comentó ella con coquetería.
- De nada me sirven tus halagos, pero también debo reconocer que luces bastante atractiva. - respondí de vuelta, haciendo que sus ánimos mejoraran todavía más.
Sus mejillas se sonrosaron sutilmente, apretando mi brazo inconscientemente mientras caminábamos.
· Pero, aunque no lo creas, es difícil para una mujer. – comentó, soltando un profundo suspiro, como si fuese una gran labor. – Tienes que cuidar tu cabello, ver tu dieta, ejercitar constantemente… para lograr salir con alguien tan atractivo como tú.
- ¿Discúlpame? Pero cuando Edith te confundió con mi esposa, claramente te ofendiste…
Su mirada se tornó preciosa cuando la sorprendí en su mentira…
· ¡Oh, no! ¡No! ¡Me malentendiste!- gesticuló ella, de una manera graciosa. – No quería hacerte pasar una vergüenza. Eso era todo.
- Ya veo…
· Aunque…- comentó ella con aparente timidez. – si hubiese sido al revés… si a ti, te hubiesen confundido con mi esposo… ¿Te habrías enfadado?
Podía darme cuenta de que ella buscaba un halago de mi parte…
- ¡Por supuesto! ¡Te falta mucho por madurar!
Ella hizo un coqueto mohín de falsa molestia…
· ¡Qué mal chico eres! Yo, que he sido tan generosa contigo, y me tratas de esa manera. ¡Chico malo! ¡Chico malo!¡Chico malo! – se quejó ella, pegándome suavemente en el hombro.
Pero los ánimos festivos de Isabella duraron hasta que llegamos frente a la tienda donde yo compraría sus regalos…
· ¿Qué hacemos aquí? – preguntó ella, al ver que me paraba frente a la puerta.
- Pues, voy a comprarte tus regalos. ¿Qué esperabas?
Estábamos frente a una tienda de juguetes sexuales.
· ¡PERO YO NO PUEDO ENTRAR ACÁ! –respondió ella, alzando la voz de nuevo. - ¡ESPERABA ALGO CON MÁS CLASE!
- Bien, te prometí regalos y aquí te los voy a comprar. – le dije, invitándola a entrar. – A menos, por supuesto, que no quieras tenerlos y quieras dejar la cita… sabiendo las implicancias.
Isabella hacía un tremendo esfuerzo por contener su molestia…
· ¡No será necesario! ¡Terminemos con esto cuanto antes!
Y como todo un caballero, le abrí la puerta a la tienda…
· ¡Créeme, te gustará lo que tengo pensado para ti!
- Lo dudo mucho. – respondió ella de mala gana.
Aparte de la cajera, había 3 personas: una pareja gay, que por su vestimenta de cuero y el hecho que estaban cotizando correas y cadenas, les debía ir con la onda masoquista y un tipo de unos 20 años, gordo y alto, que me recordaba un hámster gigante, que estaba revisando revistas hentai.
- ¡Hola, ando buscando un par de regalos para mi amiga! – le dije a la pequeña chica de flecos rosados, con un piercing en la nariz, bordeando los 20 años. – De casualidad, ¿Tienes vibradores con control remoto a distancia?
La cara de Isabella se caía de vergüenza… y la cajera, lo disfrutaba.
§ ¡Sí, por favor! ¡Sígame por acá! - me ofreció ella con bastante hospitalidad.
La chica nos llevó a un pasillo donde tenían una variedad limitada.
· Marco, ¿Qué estás haciendo? ¡Esto ya no es divertido! – me preguntó Isabella, mucho más preocupada.
- Claramente, no lo es. Pero te insisto: si quieres salir conmigo, tienes que responsabilizarte de las consecuencias. – respondí con seriedad. - ¿Quieres escoger tú tu obsequio?
· ¡No! ¡Solo quiero irme de aquí!– replicó ella, sujetándose los cabellos con las manos producto a su tensión.
Encontré uno bastante curioso. En realidad, me sorprendía que el tímido huevito que le había comprado a Marisol ya está obsoleto, habiendo otros que aparte de tener control remoto, se pueden ajustar a una aplicación al celular.
- ¿Es posible que pueda probárselo? – le pregunté a la cajera, al volver a la caja, que también disfrutaba del morbo de la incomodidad de Isabella. -Si quiere, le puedo pagar por adelantado…
La cajera me sonrió, revisó la caja, y añadió:
§ No, estos vienen con una duración de fábrica de 2 horas, aproximadamente. Si quiere, puede pasar a nuestro probador, para ver si a su esposa le gusta.
- ¡Amiga! – Aclaré, levantando mi anillo, para que apreciara la diferencia entre los diseños. – Es la esposa de otra persona…
A la cajera, también le gustó el morbo de la trampa…
· ¡No hay problemas! Su “amiga” y usted pueden pasar por 5 minutos, nada más.
Isabella estaba estática…
- ¿No te alegra que, por segunda vez en el día, te hayan confundido con mi esposa? - pregunté, tomándola de la mano.
Cuando ingresamos al probador, Isabella empezó a hiperventilarse.
· ¡Esto no puede ser!... ¡Debe ser una pesadilla!... ¿Por qué no puedo despertar?
- ¡No, no lo es! ¡Es la realidad!– le dije, mirándola a los ojos con seriedad y tomándola de los hombros. - ¿Por qué no me hiciste caso cuando te lo dije? ¿Por qué no me borraste de tus contactos? Te lo advertí en varias ocasiones…
· Pero Marco, yo…
Le puse un dedo en sus bellos y tiernos labios.
- ¿Qué puedo hacer para que bajes tu ropa interior?
· ¿Qué? - preguntó confundida.
- Quiero probar tu regalo. Confía en mí. Sé que te va a gustar. Pero necesito saber qué necesitas que haga para que bajes tu tanga. ¿Te conformas con un beso?
· ¿Un beso?
La tomé de la cintura y me perdí en su carnosidad carmesí. Isabella me besaba con ansia. Con gula. Se notaba que hace tiempo no era bien besada o que se moría de ganas por besarme.
Mis manos no encontraron resistencia cuando se metieron en su cálida entrepierna. De hecho, sus piernas se abrieron instantáneamente. El incesante mete y saca de mis dedos era bien recibido y la humedad en mis dedos era la prueba de ello.
· Agh… ¿Qué haces? – preguntó confundida, al verme arrodillar delante de ella.
- Voy a hacerte aquello que encuentras tan repugnante. – respondí, apegándome a su vientre.
Cuando sintió mi lengua en su sexo, se estremeció. Su vagina, lujuriosa y jugosa, todavía se notaba bastante rosada. Mastiqué y succioné un par de veces su clítoris, haciendo que clamara de placer. Y en vista que el tiempo apremiaba, le coloqué el dispositivo dentro de su ser.
§ ¡Un minuto! – Nos anunció la cajera.
· ¡Marco, por favor, sácalo! – me imploraba, cerrando las piernas mientras le levantaba su tanga empapada.
La volví a besar, levantándole la falda por detrás, afirmándome de su firme, fibroso, y terso trasero y mostrándole cómo el dedo del corazón derecho se incrustaba dentro de su ano virgen.
Soltó un suspiro leve, al notar cómo jugaba meneando su anillo.
Cuando volví al mostrador, Isabella volvía a ser la malcriada de siempre.
· ¡Marco, sácame esto! ¡No puedo tener esto dentro de mí!
- ¡Disculpe! – consulté a la cajera. – Mi esposa tiene un masajeador vaginal más antiguo, con forma de huevo. ¿Podría decirme para qué son estos botones en el control remoto?
El control remoto era mucho más complejo que el mío. Aparte de tener una forma de manopla, bastante discreta, tenía una serie de botones que como indicaba la caja, le permitía sincronizarse a una gran variedad de dispositivos.
§ Son diferentes funciones. – me explicó la cajera. – Algunas, son para sincronizarla a dispositivos de celular. Otras, para coordinar el alcance. Incluso, este modelo puede sincronizarse con su lista musical.
Le sonreí con malicia…
- ¿Y podría enseñarme cómo funciona?
· ¡No, Marco! ¡No puedes hacerme esto!
§ ¡Por supuesto! Solo debe presionar el botón rojo grande…- comentó la cajera, con gran satisfacción.
Le cedí los honores…
· ¡No, Marco! ¡No lo hagas!...aagh…
De una forma parecida a como le pasó a mi ruiseñor para el aniversario de matrimonio de sus padres, Isabella trastabilló en sus pasos, jadeando sutilmente.
- ¿Y cuántas velocidades tiene esto?
· Cinco. Este es el nivel uno.
Subí a nivel 2. Inconscientemente, las piernas de Isabella se doblaron, al punto que tuve que ir a atajarla, antes que tropezara.
- ¡Me lo llevo! Además, me gustaría incluir un consolador anal para principiantes.
La cara de Isabella era un encanto…
- Mi amiga tiene trabajo para las vacaciones.
La cajera nos entregó los paquetes en una bolsa de la tienda. Mientras que, por un lado, mostraba el explicito logo de la tienda, por el otro, era completamente blanco.
- ¡Lleva tus regalos! – ordené a Isabella, quien roja de vergüenza, ocultó el lado del logo al recibirlo. - ¡No seas así! ¡Debemos ser agradecidos y hacer propaganda!
· ¡Por favor, Marco! ¡No me hagas hacer esto! – suplicó, mirándome casi a punto de ponerse a llorar.
La miré con seriedad…
- Sabes las reglas. – subí el vibrador a intensidad 2.- En castigo, tendrás que ir a la cita así.
Al salir del local, el caminar de Isabella era bastante raro: resultaba tenso y a veces, un tanto robótico, por lo que la sujetaba de la cintura. Sin embargo, era prudente con ella, dado que el bolso de la tienda reposaba entre su cuerpo y el mío, pasando desapercibido por el resto de las personas.
- ¿Te sientes bien? Si quieres, puedo bajar la intensidad…
Isabella sonrió coqueta.
· Gracias… pero creo poder manejarlo…- comentó ella, arreglándose los cabellos.
- ¿Te he dicho lo sexy que te ves hoy? – le susurré al oído.
Mis palabras la hicieron retorcer un poco más las piernas y abochornarse levemente.
Cuando llegamos a la pequeña heladería, aparte de apagar el vibrador, el entusiasmo de Isabella volvía a ser burbujeante. Sus ojos miraban con anticipación y me miraba con una sonrisa deslumbrante que me paraba el corazón. Honestamente, se veía verdaderamente radiante, con su morena melena cayendo como cascada sobre sus hombros y sus labios rojos que ensalzaban sus cautivantes atributos.
· ¿De verdad comeremos aquí? –canturreó Isabella, envolviendo mi brazo con mayor fuerza, a medida que nos acercábamos al mostrador.
- ¡Por supuesto! – asentí, incapaz de resistir su sonrisa encantadora.
Mientras observaba el menú, pendiente también del gran reloj en la pared, consideré apropiado un cono grande simple para acabar la cita de manera expedita. Pero antes que pudiera realizar la orden, Isabella se adelantó con su habitual estilo de extravagancia.
· ¡Me gustaría comer un Banana Split!
Aunque el dinero para mí no era problema, sí lo era el tiempo y un helado de esa envergadura, me atrasaría irremediablemente…
- ¡Espera un poco! – le dije a la vendedora, que se disponía a preparar la orden. – Isabella, tenía pensado invitarte un cono grande simple, porque no tengo tiempo.
· ¡Pero no quiero comer un cono simple! ¡Quiero comer un Banana Split! – respondió ella, en un berrinche que nada envidiaría al de su hija Lily.
- Isabella, acepté llevarte en una cita bajo mis condiciones y te digo que, si aceptas comer un cono grande simple, lo invito yo. Pero si quieres comer otra cosa, tendrá que salir de tu bolsillo.
Entonces, la vendedora tomó parte en la discusión…
§ ¡Disculpe, pero es cortesía común que cuando un hombre invita a una mujer a salir, que él se haga cargo de los gastos!
La vendedora, una mujer mayor y al parecer, con un carácter más tosco, sugería que estaba siendo maleducado.
- Señora, yo creo en el respeto mutuo y la igualdad. - respondí educadamente. - Pero también debe entender que, si un hombre le ofrece una cortesía a una mujer, la mujer debería ajustarse a la cortesía que el hombre le puede brindar.
· ¡Pero yo quiero un Banana Split! – insistió Isabella, volviendo a su habitual ser…
No tuve otra opción más que doblegarla, con solo presionar un botón…
- ¿Disculpa? ¿Dijiste algo? –pregunté, al ver que se doblegaban sus rodillas de nuevo.
· No… por favor… espera…- me pidió, conteniendo su respiración.
§ ¡Vamos, niña! ¡Dile a él qué es lo que mereces! – Azuzaba la vendedora.
- Sí, Isabella. Dinos qué quieres…- ordené, presionando el botón una vez más…
El placer la hizo contorsionarse entera…
· ¡C-c-cono! – logró balbucear ella antes de perder el equilibrio.
La atajé de nuevo y la abracé, ante la mirada molesta de la vendedora.
Nos sentamos frente a frente en la butaca y disfrutamos nuestros helados en silencio. Isabella se notaba cansada y de peor ánimo.
· ¡Esta cita no salió como yo esperaba! – comentó suavemente en un tono de decepción y resignación, mientras jugueteaba con su cuchara con el helado derretido…
No pude evitar sentir un poco de remordimientos…
- Te pido disculpas si piensas así. Es solo que hoy, ha sido un día difícil para mí.
Sus ojitos empezaron a brillar…
· ¿Por qué? ¿Es por mí?
- ¡No! ¡No! ¡Al contrario! – le dije, tomando su cálida izquierda. - ¿Recuerdas a la mujer rubia, que acompañaba a Edith?
Isabella soltó un profundo suspiro y retiró su mano de la mía…
· Por favor, no digas que la encuentras más sexy que yo…- exclamó, esquivando mi mirada.
No pude evitar sonreír…
- ¡Para nada! De hecho, te encuentro mucho más atractiva que ella.
Me miró con mayor atención, con sus ojos sedientos porque la valorase físicamente como mujer.
- Esa mujer se llama Madeleine.Trabaja en el departamento de recursos humanos y durante casi 3 años, estuvo acosándome para que me acostara con ella…
Isabella soltó un suspiro de sorpresa…
· ¡Marco, no es necesario que mientas! – exclamó ella, en un “esfuerzo gigantesco de su parte” para doblegar su ego. – Es natural que hombres se acuesten con mujeres como ella.
Aproveché de tomarle la mano nuevamente…
- La verdad, no. – le respondí con una sonrisa de simpatía, acariciando sus dedos. - No niego que es una mujer muy atractiva, pero su carácter es terrible y manipulador y para personas como yo, la apariencia no lo es todo.
Sus mejillas se ruborizaron levemente, mientras que sus ojos se dilataron un poco, en vista que Isabella evalúa todo conforme a lo que se aprecia con los ojos.
- Esa mujer nos hizo mucho daño a mí y a mi esposa… y cuando hablé contigo por primera vez, me trajiste muchos recuerdos de ella. Por eso, creo que debo pedirte disculpas.
Podía darme cuenta de que mis palabras afinaban nuestras asperezas, al notar el tímido resplandor del entendimiento en sus ojos.
- De hecho, pienso que eres mucho más sexy que ella.
Sus ojos desbordaban de felicidad…
· ¿De verdad?
- Sí. Mírate. Luces elegante y seductora. Eres de esas mujeres que da para pensar qué es necesario hacer para que te saques la ropa.
Sonrió levemente con vanidad…
· ¡Vamos, Marco! – resumió su personalidad seductora. – Para hombres como tú, no necesitan tanto esfuerzo…
- Pero lo que me atrae de mujeres como tú es que son tan enigmáticas. – le dije, mirándola a los ojos profundamente.
Isabella me contemplaba intrigada…
· ¿Por qué dices eso?
- Por tus gestos y tus acciones.– le dije, contemplando su mano, cuyas uñas me parecieron sorpresivamente bastante largas. – Sé que tratas de manipularme y comprendo que nunca me dices exactamente qué es lo que quieres. Por eso, te encuentro misteriosa e intrigante.
Isabella sonrió con un poco de rubor.
· ¡Marco, no somos tan difíciles de entender! – comentó, mirando cómo mis manos tomaban las suyas. – Buscamos sentirnos seguras. Vivas. Deseadas. Atractivas…
- ¡Tienes al marido perfecto! -repliqué.
Ella me miró a los ojos con un poco de frustración…
· Que no le importa si su esposa se queda en el lobby, mirando a otros hombres. – sentenció mucho más sombría. –Necesitamos a alguien que te sorprenda…que te mantenga divertida… que te de su atención… y por supuesto, alguien que se vea más apuesto usando una corbata.
Y fue en esos momentos que se disparó la alarma en mi celular…
- ¡Debo irme! – dije, apurando mi helado. - ¿Tienes transporte? ¿Quieres que te lleve a alguna parte?
· ¿Qué? ¿Por qué te vas? ¡Pensé que podríamos ir a otra parte! - preguntó desesperada.
- Lo siento. Debo juntarme con Marisol. Debemos comprarles sandalias a mis hijas.
· ¿Sandalias? – exclamó ella, sin poder creerlo.
- Sí. Saldremos el lunes de vacaciones y las niñas necesitan zapatos nuevos.
· Pero pensé que nosotros podríamos divertirnos más…- replicó desolada.
La besé suavemente en los labios…
- ¡Lo sé y lo entiendo! ¡De hecho, creo que te debo otra cita por esto! - le respondí con una mueca de arrepentimiento, al entregarle la manopla de su consolador, haciendo que me regalase una sonrisa deliciosa. – Pero son mis hijas y mi esposa. Lo más importante en mi vida. Y de hecho… me gustaría pedirte que pasaras más tiempo con Lily.
· ¿Por qué? - preguntó, radiantemente contenta que me sentara un par de segundos a su lado.
- Porque son las vacaciones y es injusto que niñas como tu hija lo pasen solas. Además, debe haber gustos que comparten en común y se nota mucho que tu hija necesita de tu compañía.
Isabella sonrió complacida…
· Te gustan esas cosas, ¿Cierto?
- Una de las razones por las que amo a mi esposa son sus instintos maternales. Creo que varios hombres piensan de la misma manera.
E iba de salida, cuando Isabella tomó mi brazo…
· ¡Espera! ¡Quiero hacerte una sola consulta!
- Dime…
Su rostro se avergonzó levemente…
· ¿Por qué… te gusta tanto… mi culo?... quiero decir… no parece tan distinto al de la santurrona…
Y nuevamente, tuve que sentarme al lado de ella…
- ¡Mira! No es solo que sea sexy. Es solo que imagino que es una de las pocas cosas que imagino que te queda virgen. Y que tú me encuentres lo suficientemente especial, para que me dejes desflorarlo, es algo que me excita terriblemente…
Mis palabras tuvieron algún efecto, porque ella se avergonzó levemente…
Pero mientras yo iba de salida, alcancé a escucharla hablarse a sí misma…
· ¿Víctor y yo habríamos comprado sandalias juntos?
Lo último que vi de ella fue su mirada fuera de la ventana, perdida en sus recuerdos, riéndose contenta mientras comía el resto de su helado…
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1 comentarios - PDB 15 Iba de salida… (II y final)
Marco no te quedes afuera 😂