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Capítulo 31.
La Rebelión de Yelena.
Algunos pensarán que para Yelena lo más difícil fue el tratamiento de cambio de sexo; sin embargo esto no fue difícil para ella. Incluso llegó a disfrutar del proceso porque al ver cómo su cuerpo iba cambiando y se parecía cada vez más al de su hermana, la alegría en su corazón creía. Lo más difícil fue alejarse de su familia, comenzar una nueva vida lejos de ellos. Decidió que lo mejor era dejar Mendoza atrás, se fue a vivir a otra provincia, en un departamento bonito; pero no demasiado costoso. Se lo podía permitir porque su madre le mandaba generosas sumas de dinero todas las semanas, sin falta.
Yelena habló con su madre sobre esto y le dijo que no era necesario que le mande tanto; pero Agustina fue implacable. Siguió mandando la misma suma como si fuera un pago semanal a uno de sus empleados. Yelena desistió y tuvo que reconocer que este ingreso de dinero le daba mucha tranquilidad. Tenía muchos problemas en su vida; pero ninguno era económico. Además el tratamiento de cambio de sexo no fue nada barato, a pesar de que consiguió un buen descuento por el médico a cargo ya que Yelena… le hizo algunos favores.
Rebeca quiso visitarla en más de una ocasión; pero Yelena no se lo permitió. Le dijo que la próxima vez que se vieran, las dos iban a parecer hermanas gemelas. De lo contrario no se verían. Rebeca aceptó estas condiciones y esperó paciente todo el tiempo que fue necesario.
Cuando por fin Rebeca pudo viajar a encontrarse con su querida hermana, se quedó sorprendida al verla.
—¡Wow! Estás idéntica a mí. No lo puedo creer. Hasta… la nariz, todo.
—Es que también aproveché para retocarme un poquito la nariz. La mía era demasiado ancha, en comparación a la tuya. Por cierto, mil gracias por todas las fotos que me mandaste, en especial las de las tetas. Me sirvieron como modelo perfecto para explicarle al doctor exactamente lo que quería.
—Sacate la ropa —le pidió Rebeca—. Quiero verte desnuda.
—Me imaginé que ibas a decir eso.
Yelena se despojó de toda su ropa y quedó completamente desnuda frente a su hermana. Rebeca la miró con fascinación. No solo parecían la misma persona por sus caras, sino también por sus cuerpos. Las nuevas tetas de Yelena tenían la misma forma y el mismo tamaño que las de Rebeca. Incluso ella también se desnudó y las compararon. Eran idénticas. Ambas posaron frente al espejo y fueron comparando distintas partes de sus cuerpos: las piernas, la cintura, la cadera, los glúteos. Todo era idéntico… excepto, claro, el detalle que le colgaba entre las piernas a Yelena.
—¿Ves? Te hice caso… depilación definitiva. ¿Acaso no quedó linda?
—Preciosa. Reconozco que me encanta tu pija, es la más linda que vi en mi vida.
—Eso lo decís porque sos un poquito narcisista y me estás viendo igualita a vos; pero con pene.
—Puede ser… si yo pudiera tener una verga por un día, me encantaría que fuera igual a la tuya… bien ancha, un poquito larga… con ese glande tan perfecto. Es… bonita. Y me alegra que no hayas intentado operarte esa parte también.
—Ni loca. Quiero ser mujer, pero me gusta mi verga… me sentiría mutilada sin ella.
—Así es… además, si no tuvieras verga… no podríamos divertirnos de la forma en que me gustaría hacerlo.
—¿De qué hablás?
Rebeca se puso de rodillas ante su hermana, las dos intercambiaron miradas a través del espejo.
—Esperá… no… ¿te volviste loca?
—No seas tarado, Crist… em… digo, Yelena. Me conocés muy bien, sabés lo mucho que admiro mi propio cuerpo. ¿Realmente creías que no iba a hacer nada sabiendo que en el mundo hay un clon de mí misma, pero con verga? Es la fantasía más morbosa que se me cruzó por la cabeza, y ahora tengo la oportunidad de hacerla realidad.
—Pero… sos mi hermana…
—Lo sé… y eso lo hace aún más morboso.
Rebeca abrió la boca y se tragó buena parte de la verga de Yelena. Empezó a chuparla con una devoción absoluta, como si estuviera complaciendo a una reina. Como si estuviera degustando el pedazo de carne más sabroso del mundo.
Yelena estaba un poco aturdida por tener a su hermana chupándole la pija; pero después de todas las charlas extremadamente íntimas que habían tenido, de los roces que se acercaban demasiado al acto sexual y de haber compartido cientos de fotos y videos pornográficos de ellos divirtiéndose con Ernesto y otros amantes, que hubieran llegado hasta este punto no parecía tan sorprendente. Incluso llegó a pensar que hasta se tardaron, esto podría haber ocurrido mucho antes.
Decidió relajarse, si Rebeca quería disfrutar de su verga, ella también disfrutaría el momento. Gracias a su hermana Yelena descubrió que el atractivo sexual que sentía no se limitaba solo a los hombres. Las mujeres le seguían pareciendo increíblemente sexys y se le paraba la verga cuando veía a alguna chica linda entangada o mostrando la concha.
Al acto lo continuaron en la cama de Yelena, Rebeca se abrió de piernas para ella y dijo:
—Tener una hermana con pija es lo más lindo que me pasó en la vida. Estamos hechas tal para cual. Mirá la concha que tengo para vos…
Se la abrió con los dedos y Yelena no pudo resistir a la calentura. Quería poseer a su hermana. Quería metérsela hasta el fondo. Se posicionó frente a ella, apuntó su verga y la penetró. Sintió que esa concha era pura gloria. Se amoldaba perfectamente al tamaño y a la forma de su verga. Tal y como dijo Rebeca, parecían hechas la una para la otra.
—Uf… sí, así… dame sin miedo. Cogeme bien cogida. Duro y parejo. Sin dudarlo. Sabés que soy muy puta… ya sabés cómo me gusta que me garchen.
La sujetó de las piernas y empezó a darle duras embestidas. Nunca antes había cogido de esta forma con alguien. Por lo general solía mostrarse más tranquila cuando se la metía a Marcos, a él le gustaba más suave. En cambio sabía que Rebeca era una puta insaciable que disfrutaba de una cogida brusca, bestial, donde ella sintiera que perdía el control de la situación y que pasaba a ser una muñeca sexual, a la merced de su amante.
Luego de estar un largo rato cogiendo en esta posición, Rebeca se puso en cuatro y pidió lo que Yelena tanto estaba esperando:
—Metemela por el orto. Y ya sabés… me gusta que me den duro. No tengas piedad conmigo. Puedo soportarlo. Este culo está bien entrenado.
Luego de haber visto tantos videos de Rebeca teniendo sexo anal (en especial el primero que recibió), Yelena ya tenía fijada en su mente la fantasía de probar ese culo. Pensaba que quizás había algo casi narcisista en hacerlo, porque coger con Rebeca se sentía como coger con ella misma. Pero no quería dejar pasar esta oportunidad.
Penetró ese culo como tantas veces lo hizo Ernesto y, era totalmente cierto, estaba bien entrenado. No hubo ningún tipo de resistencia, bastó un poco de lubricante y una erección bien firme para que la verga se deslizara hacia adentro.
—Uff… sí… rompeme toda…
Yelena sabía cuándo era el momento justo en el que la penetración anal se podía volver más dura, había experimentado mucho con su propio culo. Esperó hasta que su hermana lograra el punto de dilatación apropiado y luego empezó a darle más fuerte.
El culo de Rebeca recibió mucho castigo durante ese día, porque cuando Yelena aceptó que tendría sexo con su hermana cada vez que lo quisiera, aprovechó para metérsela varias veces. Además la misma Rebeca le pedía que lo hiciera. Ambas sentían que debían aprovechar cada minuto juntas, porque después no se verían durante meses.
Tuvieron sexo hasta quedar agotadas y solo se interrumpieron porque querían cenar algo. Pidieron una parrilla completa para dos personas a domicilio y luego bromearon por la forma en que el cadete se quedó mirando a Yelena.
—Tenía ganas de cogerte, hermanita —le dijo Rebeca.
—Espero que haya entendido que después le tocaría a él entregar la cola —respondió Yelena.
Su hermana le aseguró que se quedaría ahí durante unos días y a Yelena le encantó la idea. Se sentía sola, necesitaba tener un poco de compañía, en especial ahora, que ya había completado su tratamiento para el cambio de sexo. Era un alivio poder transitar esta etapa acompañada de una persona a la que quería tanto. Las viejas discusiones con Rebeca ya no ocurrían más. Ella parecía haber madurado y ya no hacía comentarios despectivos hacia los empleados… a menos que quisiera ser “castigada sexualmente”. Eso era distinto, era parte de un juego. La buena noticia era que ya no los veía como personas que valían menos, como claramente lo hacía antes.
—Al parecer Ernesto hizo un muy buen trabajo con vos —le dijo Yelena.
—Se podría decir que me educó a pijazos. Una vez, para demostrarle a sus compañeros que me tenía completamente amaestrada, me puso una correa en el cuello y me paseó completamente desnuda frente a ellos, como si yo fuera una perrita. Incluso me puso orejas de perro y una cola con un plug anal. Para humillarme aún más, me hizo mear en un árbol del patio levantando la patita, como una perra. Después tuve que chuparle la pija a él y a todos sus amigotes, cinco vergas me tragué ese día y todos me acabaron en la boca.
—Pero… ¿te cogieron los cinco?
—Obvio… lo de chuparles la pija fue solo el principio. Después me usaron como muñeca sexual. Me la metieron por todos lados… en especial con mi culo. Se ensañaron bastante con mi culo; pero los entiendo… estaban cumpliendo la fantasía de romperle el orto a la hija del jefe. Para ellos fue la mejor noche de sus vidas… y para mí también. No te das una idea de lo que me calentó ser tratada de esa manera. No es algo que haría todos los días, porque quizás mi cabeza no lo soportaría; pero sí estoy dispuesta a repetirlo, si se da la ocasión.
A Yelena le impresionó la forma en que su hermana se entregaba con Ernesto. Entendía la sumisión, ella misma se consideraba sumisa; pero aún no había llegado a ese extremo. Se preguntó si alguna vez lo haría.
—-------------
Cuando Yelena abrió la puerta no esperaba encontrarse con su madre. Agustina se abalanzó sobre ella al instante y le dio un fuerte abrazo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Estás preciosa —repitió una y otra vez—. Estás preciosa.
—Gracias, mamá… aunque… no esperaba que ésta fuera la primera vez que me vieras así. Te dije que íbamos a prepararnos bien para este momento.
—Lo sé, pero ya no podía esperar más. Hablé con Rebeca hace un par de días y… en fin… será mejor que entre, así charlamos.
—Sí, claro… adelante. Esta es tu casa. Literalmente, porque el alquiler lo estás pagando vos.
—No quiero que pienses así. Esta es tu casa, Yelena.
Que la llamara por su nuevo nombre de forma tan cariñosa la conmovió. Ayudó a su madre con las valijas, al parecer ella también planeaba quedarse varios días. Se preguntó dónde dormiría, porque en la casa había una sola cama. La otra habitación había sido preparada como un pequeño estudio de arte.
—¿Qué es todo esto? —Preguntó Agustina al ver los lienzos y las pinturas.
—Algo en lo que estoy intentando enfocarme. Me mantiene la cabeza despejada hasta que comience con los estudios.
—¿Vas a estudiar?
—Sí, ya pedí la inscripción para un instituto muy prestigioso de esta ciudad. Estoy esperando una respuesta. Mientras tanto… me entretengo con la pintura. Aprendo gracias a tutoriales y cursos de internet.
—Ay, me parece genial. No es bueno quedarse todo el día sin hacer nada. La cabeza juega muy malas pasadas, por eso yo me encargo de las finanzas en la empresa. Necesito hacer algo mientras Lisandro se encarga de las relaciones públicas. Pero me imagino que no querés hablar de tu padre.
—No, la verdad es que no.
—Muy bien, lo entiendo. Yo también estoy enojada con él —Agustina se sentó en un sofá y pidió algo rico para tomar, un café expreso estaría bien. Mientras Yelena lo preparaba continuó hablando—. ¿Te conté que ya no tengo más sexo con él?
—No sabía nada.
—Estamos oficialmente separados. Dormimos en piezas diferentes. Él se acuesta con sus prostitutas y yo… bueno, ya sabés. Ernesto y… algún otro de los empleados. Más de uno estuvo dispuesto a aceptar el mismo contrato que Ernesto.
—¿Es cierto lo de ese contrato? ¿De verdad les pagás para que tengan sexo con vos?
—Conmigo y con Rebeca. Es una forma de cuidarnos. Ellos cumplen con ciertas obligaciones y nosotras les pagamos por ello. Así nadie se siente forzado a hacer nada. Además pueden cancelar el contrato cuando quieran.
—Mmm… bueno, viéndolo de esa forma, suena bien. ¿Y vos y Rebeca estuvieron aprovechando mucho esos… servicios? —Yelena le alcanzó el café expreso.
—Sí, muchísimo. Casi todos los días. En especial los fines de semana en los que Lisandro no está. Esos son los mejores días. Ahí tenemos la casa para nosotras solas y solo dejamos a los empleados que están contratados para tener sexo con nosotras. Así que…
—Ay dios… eso debe ser… un cogedero tremendo.
—Es una orgía constante que dura entre dos y cuatro días, dependiendo de lo que tarde tu padre en volver.
—¿Pero de cuántos empleados estamos hablando, mamá?
—Mmm… la última vez fueron ocho.
—¿Y los ocho solo para vos y Rebeca?
—Así es. Somos unas privilegiadas —Agustina sonrió y dio un sorbo al café—. ¿Cómo lo puedo explicar para que se entienda? Mmmm… nosotras pasamos a ser las putas de estos tipos, es como si durante cuatro días Rebeca y yo trabajáramos para ellos… complaciendo todas sus fantasías sexuales.
—Pero… ¿por qué ustedes a ellos y no al revés?
—Es que de eso se trata el juego, Yelena. Cuando una está acostumbrada a tener tanto poder, dar órdenes se vuelve aburrido y poco gratificante. Gracias a Rebeca entendí lo excitante y gratificante que puede ser la sumisión total. Entregarse completamente… como si fuéramos las esclavas sexuales de estos tipos. Y es… uf… demasiado bueno. Nos cogen todo el tiempo, y solo cuando ellos quieren. A veces se preparan un asado, con buenas copas de vino, y nosotras tenemos que vestirnos de mucama… y ya te imaginarás cómo son esos conjuntos.
—Me los imagino como disfraces totalmente pornográficos —dijo Yelena, sonriendo. La situación comenzaba a divertirle. Nunca imaginó que su madre pudiera tener una faceta tan sexual, y sabía que Rebeca era la responsable de esto.
—Sí, porno total. Nos quedan muy sexis, por cierto. Y bueno, la cuestión es que nos manosean, nos tienen chupando pijas, nos acaban en la boca sin pedir permiso, nos obligan a tragarnos su semen… nos penetran analmente, nos hacen lo que quieren y cuando quieren. Son días de puro placer. Terminamos destruídas… pero felices.
—Y decime una cosa, mamá… ¿Entre vos y Rebeca pasaron cosas?
—Claro que sí —la respuesta vino de la propia Rebeca, que acababa de salir del dormitorio de Yelena, completamente desnuda. Estaba algo despeinada, porque recién se había despertado de una siesta tardía. Se acercó a su madre, la besó en la boca y se sentó junto a ella—. ¿Acaso creés que estos tipos nos van a coger durante todo un fin de semana y no van a aprovechar para cumplir la fantasía de ver a una madre y a una hija cogiendo?
—Bueno, poniéndolo de esa forma… sería un poco absurdo que lo dejen pasar.
—Fue una de las primeras cosas que hicieron —dijo Agustina—. Cuando entendieron que nosotras estábamos dispuestas a obedecerlos en casi todo, me pidieron que le chupe la concha a Rebeca… después de que uno de ellos le había acabado adentro. Yo tenía que limpiarla. Y claro, al principio me pareció una locura, pero antes de iniciar este episodio sexual, Rebeca me advirtió que algo así podría pasar. Me dijo que yo tenía que ir mentalmente preparada para cumplir con algunos mandatos que seguramente la involucrarían a ella. Y no soy tonta, supe en ese momento que si yo accedía a tener sexo con esos tipos durante todo el fin de semana, también debería tener sexo con mi propia hija. Y sí, ya sé lo que estás pensando —miró a Yelena con una sonrisa maliciosa—. ¿Por qué creés que estaba tan entusiasmada por visitarte?
—¿Yo? Em… mamá, no sé si deberíamos… me parece que…
—Ay, Yelena. No empieces —dijo Rebeca—. Mamá ya sabe todo lo que estuvimos haciendo en estos días. Creo que mientras más tiempo pasemos dudando, menos tiempo tendremos para pasarla bien. —Mientras ella hablaba, Agustina comenzó a desnudarse, estaba radiante, sus tetas clamaban por sexo.
—Tu hermana tiene razón, Yelena. No perdamos el tiempo. ¿Acaso ya te olvidaste que compartiste conmigo mi primera experiencia anal? Nos rompieron el orto a las dos juntas… ¿Me vas a decir que ahora te da vergüenza mostrarme la pija?
—Em… este… bueno, ya fue… solo quería un poco más de tiempo para pensarlo, nada más. Pero no tiene sentido discutir con ustedes —Yelena mostró una gran sonrisa—. Cuando se les mete algo en la cabeza, no hay quien las haga cambiar de opinión.
—Así me gusta, ahora dame esa pija, que hace rato que me muero de ganas de probarla.
Yelena obedeció a su madre, también se desnudó, mostrando con orgullo su nuevo cuerpo, y después de tanto tiempo sin verla, agradeció que esta fuera la forma de celebrar el reencuentro. Agustina se prendió a su verga con devoción y Rebeca hizo exactamente lo mismo. Yelena se preguntó cuántas veces habían compartido pijas estas dos, parecían bastante acostumbradas a hacerlo, incluso sabían coordinarse muy bien para chupar un rato cada una.
Después de una buena sesión de petes que duró unos veinte minutos, decidieron trasladar la acción al dormitorio de Yelena.
Allí Agustina se puso en cuatro y Rebeca empezó a chuparle la concha mientras le metía los dedos llenos de lubricante por el culo.
—Vas a empezar por ahí —dijo Agustina—. Desde que Ernesto me enseñó lo que es el sexo anal, te juro que no puedo parar.
—Cuando nos cogen entre varios —comentó Rebeca—, lo que más pide esta puta es que le den por el culo.
—Ah, claro, como si vos no lo pidieras…
—Bueno, sí… pero vos lo pedís más. Dale, Yelena… demostrarle a mami lo rica que puede ser tu pija por el orto. Ya vas a ver, mamá, no se compara con nada. Coger con una chica con verga es una experiencia completamente diferente.
—Mmm… no quiero que Yelena piense que quiere coger con ella solo porque es “una chica con verga”.
—No te preocupes, mamá… a mí no me molesta que me sexualicen de esa manera, al contrario, me gusta… siempre y cuando la persona que lo haga sea de mi agrado. Vos y Rebeca pueden hacerlo todo lo que quiera. Me encanta saber que disfrutan conmigo de una forma especial.
—Bien, entonces ya acalorado esto puedo decir… ¿qué esperás para metérmela por el culo?
Penetrar a su madre por detrás fue lo más morboso que hizo en su vida, se sintió incluso más prohibido que hacerlo con su propia hermana. Quizás se deba a que sabía muy bien el rechazo que había mantenido Agustina al sexo anal durante tantos años y que Yelena había estado presente el día que, por fin, se animó a probarlo. Ese recuerdo le sirvió para masturbarse miles de veces, y ahora estaba usando toda esa energía sexual acumulada para bombear contra el culo de su madre. Le dio tan duro que Agustina debió hundir la cara entre las piernas de su hija para no gritar. Rebeca aprovechó esto para restregarle toda la concha contra la cara y repitió todo el tiempo “¿Te gusta, puta? ¿Te gusta?”. Agustina no respondió, ni siquiera podía hablar; pero mostró su agrado con gemidos y con las constantes sacudidas de su cuerpo.
Yelena sentía que aún necesitaba adquirir mucha experiencia en el sexo, en especial cuando a ella le tocaba metérsela a otra persona. Sin embargo sintió que había hecho un buen trabajo con su madre, porque se dejó llevar por la calentura. Dejó que su instinto sexual se apoderase de ella y dirigiera su cuerpo.
Podría haber penetrado a Rebeca también, y de hecho intentó hacerlo; pero su hermana le dijo que éste era el momento de mamá. La pija sería toda para ella. Ya tendrían tiempo de repetir este encuentro y ahí recibirían las dos con mucho gusto.
Yelena entendió el punto, por eso se concentró en metérsela pura y exclusivamente a su madre. Agustina mantuvo su boca siempre ocupada, ya sea con la concha de Rebeca o con la pija de Yelena. Luego recibió la penetración por la concha, porque no se quedaría sin disfrutarla por todos los agujeros.
El acto sexual llegó a su fin varios minutos después de su inicio cuando Yelena eyaculó dentro de la boca de su madre.
Las tres sabían que, si querían, podían seguir cogiendo. Prefirieron no hacerlo porque, tal y como dijo Rebeca, ya tendrían la oportunidad de repetirlo. Tenían varios días por delante en los que el departamento sería para las tres… y además tendrían que compartir la misma cama.
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Yelena estaba disfrutando de sándwiches de pollo junto con su hermana y su madre, las tres estaban completamente desnudas y se reían por cualquier cosa. La algarabía era más que evidente; ya habían roto las últimas barreras sexuales que había entre ellas. Sin embargo un detalle les haría cambiar el humor. A Yelena se le ocurrió revisar su bandeja de mensajes, por si ya había recibido alguna información del instituto y allí fue cuando se enteró que había sido rechazada.
—Pero… ¿por qué? —Preguntó Agustina, entre molesta y sorprendida.
—No lo sé, simplemente dicen que en estos momentos el instituto no cuenta con la preparación adecuada para aceptarme, y un montón de sandeces más sobre protocolos institucionales.
—Esto es porque sos trans —aseguró Rebeca.
—No lo quería decir, pero… también lo estoy pensando. Porque la mujer que me hizo la entrevista, una tal Noemí García, parecía muy contenta de recibirme hasta que le dije que soy transgénero. En ese momento le cambió la cara.
—No nos vamos a quedar cruzadas de brazos —dijo Agustina—. Te van a aceptar en ese instituto sí o sí.
La situación se agravó aún más unas pocas horas más tarde, cuando Agustina, acompañada de Rebeca y Yelena se personificaron en la puerta del instituto. Allí las interceptó una chica rubia de coletas, muy bajita y con grandes ojos azules. Se presentó como Cándida Zambrano y dijo que era reportera de la revista Caleidoscopio.
—Nunca escuché hablar de esa revista —dijo Yelena.
—Yo sí, la leí un montón de veces —respondió Rebeca—. Es la típica revista sobre chimentos de la farándula y ese tipo de noticias sensacionalistas.
—Sí, no estoy muy orgullosa de eso —aseguró Cándida—, pero… me sirve la experiencia. De momento me gustaría hacerles unas preguntas sobre el incidente. Em… ¿cuál de ustedes es la chica trans? Perdón que pregunte. Me mostraron la foto de presentación para el instituto pero… a simple vista no sabría decir cuál de las dos es.
—Está bien —dijo Rebeca, con una gran sonrisa—, lo tomamos como un halago. Ella es Yelena, la que aplicó para ingresar al instituto. Me sorprende que se hayan enterado tan rápido. Hace poco leímos el email que le mandaron a mi hermana y no entiendo cómo una revista se enteró de esto.
—Ah, ya veo… no saben nada del video.
—¿Qué video? —Preguntó Yelena.
Cándida se apresuró a sacar su celular y les mostró la pantalla diciendo “Esto fue subido a internet hoy a la mañana”. En ese susodicho video se podía ver a Noemí García hablando con otra mujer de su edad. De su boca salieron las palabras: “No podemos permitir que un travesti arruine la reputación del instituto. Si lo aceptamos ¿qué va a pasar después? ¿tendremos que aceptar a cualquier payaso que venga disfrazado de mujer?”. “Sí, claro, lo entiendo —decía la otra mujer—. Es una locura. Ni siquiera tenemos un baño para transgénero. ¿Adónde iría?”.
—Ah, no… esto no se los voy a permitir —dijo Agustina—. Chiquita, si de verdad sos periodista, decile a tu editor que no vamos a parar hasta que Yelena sea aceptada en este instituto y que se la respete por lo que es. No saben con quién se metieron.
—Muy bien —la chica estaba grabando toda la conversación—. ¿Alguna declaración de la afectada? ¿Cómo te hace sentir esto?
—Como la mierda. Pensé que al tratarse de un instituto tan prestigioso no serían tan retrógrados. No quiero empezar mi vida como mujer rindiéndome ante el primer acto discriminatorio. Yo quiero cursar como cualquier otro estudiante, creo que tengo derecho a hacerlo.
La noticia voló rápido. Cándida Zambrano no fue la única reportera que les tomó declaraciones, pero sí fue la primera. Eso le sirvió para conseguir la primicia, que fue presentada en los demás medios como “exclusiva de la revista Caleidoscopio”. Eso le valió un buen bono extra en su sueldo.
Y a Yelena le vino muy bien que se hiciera tanto ruido con el asunto, el video de Noemí García fue una bomba mediática. Se volvió tendencia nacional en pocas horas y un montón de gente se agolpó en la entrada del instituto para reclamar por los derechos de Yelena, la mayoría eran otras personas transgénero que se habían acercado desde distintas ciudades cercanas. Yelena estaba conmovida, no creía que recibiría tanto apoyo.
Agustina también hizo muy bien su trabajo, usó la carta de “Dueña de importantes viñedos” y eso le abrió las puertas ante los medios más prestigiosos del país, que se disputaron una entrevista. Dio varias y en todas dejó en claro el mismo mensaje: “Yelena tiene derecho a estudiar y nadie, ni siquiera una vieja transfóbica, se lo va a impedir”.
Mario Dalessi, el decano del instituto, tuvo que salir a dar la cara ante la multitud enfurecida y los medios de comunicación. Aseguró mil una vez que las declaraciones de Noemí García no representaban la ideología de todo el instituto. Además de la presión mediática, también tuvo que lidiar con el ministerio de educación, que estuvieron a punto de desplazarlo del cargo, a menos que solucionara esto de la forma más diplomática posible.
Mario Dalessi tomó la resolución de aceptar como becada a Yelena; pero ella lo rechazó. Dijo que no necesitaba ninguna beca, porque podía pagar por sus estudios. Sin embargo aceptó que esa misma beca se le diera a otras personas trans en el futuro… y que Noemí García debía ser sancionada de alguna manera. A Mario Dallessi no le quedó más alternativa que aceptar estas condiciones y mientras se secaba la frente con un pañuelo, dijo a los medios de comunicación que Noemí García sería sancionada seis meses sin goce de sueldo, y que además debería asistir a un programa educativo contra la discriminación.
Desde la negativa que recibió por e-mail hasta que por fin fue aceptada en el instituto, pasaron tres semanas. Durante todo ese tiempo Rebeca y Agustina se quedaron en el departamento de Yelena. Esos días juntas fueron para ellas bastante caóticos y solían volver cansadas a casa; pero casi siempre tenían energías suficientes para el sexo. Era normal que terminaran las tres juntas en la cama, dándose con todo hasta quedar dormidas. Agustina se estaba volviendo una experta en montar la verga de Yelena por el culo y lo hacía con más motivación si además tenía a su hija comíendole la concha al mismo tiempo.
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Cuando Saria LeClerc le preguntó a Yelena por qué quería unirse al club de detectives, no supo qué responder. Se encontraban en la sede realizando la “entrevista oficial de aceptación”, como la había llamado Erika. En realidad era una simple charla informal porque, como también aclaró Erika, estaban desesperadas por incorporar nuevos miembros así que Yelena ya se podía considerar aceptada.
—Le dije mil veces a Erika que deje de mostrar nuestra desesperación ante cada nueva persona que conocemos —comentó Siara.
—Está bien, me cae simpática —dijo Yelena, con una sonrisa. Luego le dio un sorbo a su capuchino, con la esperanza de que ésto pudiera tranquilizarla un poco.
—No te sientas presionada —le dijo Oriana—, yo también soy relativamente nueva. Hace unas semanas ni siquiera conocía a estas chicas y ahora las considero mis amigas.
—Por eso quería unirme —Yelena decidió que lo mejor sería sincerarse, abrir un poquito su alma ante un grupo de desconocidas que, al menos le resultaban divertidas—. A ver… por mi condición de trans y por todo el escándalo que se armó antes de mi entrada al instituto, la gente no se me acerca mucho. No falta el boludo que me mira el orto y me hace algún comentario picante; hasta que se enteran que yo también tengo pene… ahí salen corriendo, temiendo por la virginidad de sus culos.
—Esa táctica tendría que empezar a usar yo —dijo Xamira—. Cada vez que sorprenda a un pelotudo mirándome el culo le voy a decir: “Mirá que tengo verga y después te toca a vos”. Además, no sería la primera vez que alguien insinúa que soy trans.
—Si fueras trans —comentó Yelena—, serías una muy bonita. Admito que yo también lo pensé, es muy loco saber que todos podemos tener algún prejuicio en la vida. Te pido perdón por eso. Vos fuiste la primera persona a la que intenté acercarme, aunque no lo sepas… y fue porque creí que eras trans.
—No me ofendo; pero… ¿qué te llevó a pensarlo?
—Los abdominales —la que respondió fue Erika. Le dio un sorbo a su café con chocolate y luego siguió—. La gente puede pensar que sos trans porque no están acostumbrados a ver una chica con los abdominales marcados.
—Exactamente fue por eso —dijo Yelena—, y pido disculpas, es un prejuicio absurdo.
—Está todo bien —aseguró Xamira—, además me da la impresión que si alguien sabe de prejuicios, esa sos vos.
—Así es. Por eso les pido que al menos me dejen intentarlo. Si no soy buena para este club, lo voy a entender. Pero…
—Quedate tranquila, Yelena —dijo Siara—. Nadie te va a poner a prueba. En este club aceptamos a cualquier persona que esté dispuesta a colaborar con nosotras. Es el único requisito.
—Eso quiere decir que…
—Que ya sos miembro oficial del club —la interrumpió Erika—. Bueno, técnicamente lo vas a ser cuando llenes el formulario en el Centro de Estudiantes; pero eso es solo un trámite.
—Ay… qué bueno —Yelena mostró una gran sonrisa—. De verdad estoy muy entusiasmada de colaborar con ustedes. Además… ¿la profesora Stefany Lemmens les habló de Diógenes?
—Sí, ¿cómo sabés eso? —Preguntó Siara—. Pasó hace apenas unos minutos…
—Es que ella también es mi profesora. Soy miembro del club de arte que, además de este, es el único en el que me aceptaron. La profesora Lemmens me comentó sus sospechas sobre las modelos que usa Diógenes para sus dibujos.
—Piensa que podría ser su propia madre —acotó Erika.
—Así es… y hay fuertes motivos para creer que es así. Me gustaría ayudarles en ese caso, para empezar. Si no les molesta.
Yelena no fue del todo sincera, no les dijo el verdadero motivo por el cual quería participar en ese caso. Tampoco les mencionó que Diógenes era la razón por la que decidió unirse al club de detectives. Cuando Yelena escuchó los rumores de que Diógenes podría estar haciendo “cosas extrañas” con su propia madre, todos los sentidos de Yelena se pusieron en alerta. Ella también había hecho “cosas extrañas” con su madre… y con su hermana. Necesitaba desesperadamente conocer a otra persona que hubiera atravesado experiencias similares. Necesitaba hablar de esto con alguien… y Diógenes le parecía un buen pibe. Si era cierto que sus dibujos estaban hechos usando a su madre como modelo, entonces quería saber más de ese asunto. Quería saberlo todo.
—Por mí está bien —dijo Erika—. Xamira y yo nos podemos hacer cargo del caso del club de boxeo. Mientras tanto Oriana, Yelena y Siara investigamos a Diógenes.
—No creo que hagan falta tres personas para investigar a un alumno del club de arte —comentó Oriana—. ¿Qué les parece si mientras ustedes trabajan en eso yo sigo haciendo investigaciones generales? Quizás así pueda encontrar un nuevo caso que valga la pena.
—Esa idea me gusta más —aseguró Siara—. No podemos depender totalmente de lo que nos traiga la gente. Tenemos que ser capaces de encontrar nuestros propios casos.
—Muy bien, chicas… —dijo Erika con una radiante sonrisa—. A trabajar. Tenemos que resolver estos asuntos lo antes posible, así la gente empieza a confiar más en nuestro club. Quizás así consigamos más miembros. Y por cierto, estoy muy feliz de que Yelena haya decidido unirse. Esto habrá que celebrarlo de alguna manera. Esta noche cenamos en la casa de Siara.
—Un día de estos mi mamá me va a echar de casa —dijo Siara.
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Capítulo 31.
La Rebelión de Yelena.
Algunos pensarán que para Yelena lo más difícil fue el tratamiento de cambio de sexo; sin embargo esto no fue difícil para ella. Incluso llegó a disfrutar del proceso porque al ver cómo su cuerpo iba cambiando y se parecía cada vez más al de su hermana, la alegría en su corazón creía. Lo más difícil fue alejarse de su familia, comenzar una nueva vida lejos de ellos. Decidió que lo mejor era dejar Mendoza atrás, se fue a vivir a otra provincia, en un departamento bonito; pero no demasiado costoso. Se lo podía permitir porque su madre le mandaba generosas sumas de dinero todas las semanas, sin falta.
Yelena habló con su madre sobre esto y le dijo que no era necesario que le mande tanto; pero Agustina fue implacable. Siguió mandando la misma suma como si fuera un pago semanal a uno de sus empleados. Yelena desistió y tuvo que reconocer que este ingreso de dinero le daba mucha tranquilidad. Tenía muchos problemas en su vida; pero ninguno era económico. Además el tratamiento de cambio de sexo no fue nada barato, a pesar de que consiguió un buen descuento por el médico a cargo ya que Yelena… le hizo algunos favores.
Rebeca quiso visitarla en más de una ocasión; pero Yelena no se lo permitió. Le dijo que la próxima vez que se vieran, las dos iban a parecer hermanas gemelas. De lo contrario no se verían. Rebeca aceptó estas condiciones y esperó paciente todo el tiempo que fue necesario.
Cuando por fin Rebeca pudo viajar a encontrarse con su querida hermana, se quedó sorprendida al verla.
—¡Wow! Estás idéntica a mí. No lo puedo creer. Hasta… la nariz, todo.
—Es que también aproveché para retocarme un poquito la nariz. La mía era demasiado ancha, en comparación a la tuya. Por cierto, mil gracias por todas las fotos que me mandaste, en especial las de las tetas. Me sirvieron como modelo perfecto para explicarle al doctor exactamente lo que quería.
—Sacate la ropa —le pidió Rebeca—. Quiero verte desnuda.
—Me imaginé que ibas a decir eso.
Yelena se despojó de toda su ropa y quedó completamente desnuda frente a su hermana. Rebeca la miró con fascinación. No solo parecían la misma persona por sus caras, sino también por sus cuerpos. Las nuevas tetas de Yelena tenían la misma forma y el mismo tamaño que las de Rebeca. Incluso ella también se desnudó y las compararon. Eran idénticas. Ambas posaron frente al espejo y fueron comparando distintas partes de sus cuerpos: las piernas, la cintura, la cadera, los glúteos. Todo era idéntico… excepto, claro, el detalle que le colgaba entre las piernas a Yelena.
—¿Ves? Te hice caso… depilación definitiva. ¿Acaso no quedó linda?
—Preciosa. Reconozco que me encanta tu pija, es la más linda que vi en mi vida.
—Eso lo decís porque sos un poquito narcisista y me estás viendo igualita a vos; pero con pene.
—Puede ser… si yo pudiera tener una verga por un día, me encantaría que fuera igual a la tuya… bien ancha, un poquito larga… con ese glande tan perfecto. Es… bonita. Y me alegra que no hayas intentado operarte esa parte también.
—Ni loca. Quiero ser mujer, pero me gusta mi verga… me sentiría mutilada sin ella.
—Así es… además, si no tuvieras verga… no podríamos divertirnos de la forma en que me gustaría hacerlo.
—¿De qué hablás?
Rebeca se puso de rodillas ante su hermana, las dos intercambiaron miradas a través del espejo.
—Esperá… no… ¿te volviste loca?
—No seas tarado, Crist… em… digo, Yelena. Me conocés muy bien, sabés lo mucho que admiro mi propio cuerpo. ¿Realmente creías que no iba a hacer nada sabiendo que en el mundo hay un clon de mí misma, pero con verga? Es la fantasía más morbosa que se me cruzó por la cabeza, y ahora tengo la oportunidad de hacerla realidad.
—Pero… sos mi hermana…
—Lo sé… y eso lo hace aún más morboso.
Rebeca abrió la boca y se tragó buena parte de la verga de Yelena. Empezó a chuparla con una devoción absoluta, como si estuviera complaciendo a una reina. Como si estuviera degustando el pedazo de carne más sabroso del mundo.
Yelena estaba un poco aturdida por tener a su hermana chupándole la pija; pero después de todas las charlas extremadamente íntimas que habían tenido, de los roces que se acercaban demasiado al acto sexual y de haber compartido cientos de fotos y videos pornográficos de ellos divirtiéndose con Ernesto y otros amantes, que hubieran llegado hasta este punto no parecía tan sorprendente. Incluso llegó a pensar que hasta se tardaron, esto podría haber ocurrido mucho antes.
Decidió relajarse, si Rebeca quería disfrutar de su verga, ella también disfrutaría el momento. Gracias a su hermana Yelena descubrió que el atractivo sexual que sentía no se limitaba solo a los hombres. Las mujeres le seguían pareciendo increíblemente sexys y se le paraba la verga cuando veía a alguna chica linda entangada o mostrando la concha.
Al acto lo continuaron en la cama de Yelena, Rebeca se abrió de piernas para ella y dijo:
—Tener una hermana con pija es lo más lindo que me pasó en la vida. Estamos hechas tal para cual. Mirá la concha que tengo para vos…
Se la abrió con los dedos y Yelena no pudo resistir a la calentura. Quería poseer a su hermana. Quería metérsela hasta el fondo. Se posicionó frente a ella, apuntó su verga y la penetró. Sintió que esa concha era pura gloria. Se amoldaba perfectamente al tamaño y a la forma de su verga. Tal y como dijo Rebeca, parecían hechas la una para la otra.
—Uf… sí, así… dame sin miedo. Cogeme bien cogida. Duro y parejo. Sin dudarlo. Sabés que soy muy puta… ya sabés cómo me gusta que me garchen.
La sujetó de las piernas y empezó a darle duras embestidas. Nunca antes había cogido de esta forma con alguien. Por lo general solía mostrarse más tranquila cuando se la metía a Marcos, a él le gustaba más suave. En cambio sabía que Rebeca era una puta insaciable que disfrutaba de una cogida brusca, bestial, donde ella sintiera que perdía el control de la situación y que pasaba a ser una muñeca sexual, a la merced de su amante.
Luego de estar un largo rato cogiendo en esta posición, Rebeca se puso en cuatro y pidió lo que Yelena tanto estaba esperando:
—Metemela por el orto. Y ya sabés… me gusta que me den duro. No tengas piedad conmigo. Puedo soportarlo. Este culo está bien entrenado.
Luego de haber visto tantos videos de Rebeca teniendo sexo anal (en especial el primero que recibió), Yelena ya tenía fijada en su mente la fantasía de probar ese culo. Pensaba que quizás había algo casi narcisista en hacerlo, porque coger con Rebeca se sentía como coger con ella misma. Pero no quería dejar pasar esta oportunidad.
Penetró ese culo como tantas veces lo hizo Ernesto y, era totalmente cierto, estaba bien entrenado. No hubo ningún tipo de resistencia, bastó un poco de lubricante y una erección bien firme para que la verga se deslizara hacia adentro.
—Uff… sí… rompeme toda…
Yelena sabía cuándo era el momento justo en el que la penetración anal se podía volver más dura, había experimentado mucho con su propio culo. Esperó hasta que su hermana lograra el punto de dilatación apropiado y luego empezó a darle más fuerte.
El culo de Rebeca recibió mucho castigo durante ese día, porque cuando Yelena aceptó que tendría sexo con su hermana cada vez que lo quisiera, aprovechó para metérsela varias veces. Además la misma Rebeca le pedía que lo hiciera. Ambas sentían que debían aprovechar cada minuto juntas, porque después no se verían durante meses.
Tuvieron sexo hasta quedar agotadas y solo se interrumpieron porque querían cenar algo. Pidieron una parrilla completa para dos personas a domicilio y luego bromearon por la forma en que el cadete se quedó mirando a Yelena.
—Tenía ganas de cogerte, hermanita —le dijo Rebeca.
—Espero que haya entendido que después le tocaría a él entregar la cola —respondió Yelena.
Su hermana le aseguró que se quedaría ahí durante unos días y a Yelena le encantó la idea. Se sentía sola, necesitaba tener un poco de compañía, en especial ahora, que ya había completado su tratamiento para el cambio de sexo. Era un alivio poder transitar esta etapa acompañada de una persona a la que quería tanto. Las viejas discusiones con Rebeca ya no ocurrían más. Ella parecía haber madurado y ya no hacía comentarios despectivos hacia los empleados… a menos que quisiera ser “castigada sexualmente”. Eso era distinto, era parte de un juego. La buena noticia era que ya no los veía como personas que valían menos, como claramente lo hacía antes.
—Al parecer Ernesto hizo un muy buen trabajo con vos —le dijo Yelena.
—Se podría decir que me educó a pijazos. Una vez, para demostrarle a sus compañeros que me tenía completamente amaestrada, me puso una correa en el cuello y me paseó completamente desnuda frente a ellos, como si yo fuera una perrita. Incluso me puso orejas de perro y una cola con un plug anal. Para humillarme aún más, me hizo mear en un árbol del patio levantando la patita, como una perra. Después tuve que chuparle la pija a él y a todos sus amigotes, cinco vergas me tragué ese día y todos me acabaron en la boca.
—Pero… ¿te cogieron los cinco?
—Obvio… lo de chuparles la pija fue solo el principio. Después me usaron como muñeca sexual. Me la metieron por todos lados… en especial con mi culo. Se ensañaron bastante con mi culo; pero los entiendo… estaban cumpliendo la fantasía de romperle el orto a la hija del jefe. Para ellos fue la mejor noche de sus vidas… y para mí también. No te das una idea de lo que me calentó ser tratada de esa manera. No es algo que haría todos los días, porque quizás mi cabeza no lo soportaría; pero sí estoy dispuesta a repetirlo, si se da la ocasión.
A Yelena le impresionó la forma en que su hermana se entregaba con Ernesto. Entendía la sumisión, ella misma se consideraba sumisa; pero aún no había llegado a ese extremo. Se preguntó si alguna vez lo haría.
—-------------
Cuando Yelena abrió la puerta no esperaba encontrarse con su madre. Agustina se abalanzó sobre ella al instante y le dio un fuerte abrazo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Estás preciosa —repitió una y otra vez—. Estás preciosa.
—Gracias, mamá… aunque… no esperaba que ésta fuera la primera vez que me vieras así. Te dije que íbamos a prepararnos bien para este momento.
—Lo sé, pero ya no podía esperar más. Hablé con Rebeca hace un par de días y… en fin… será mejor que entre, así charlamos.
—Sí, claro… adelante. Esta es tu casa. Literalmente, porque el alquiler lo estás pagando vos.
—No quiero que pienses así. Esta es tu casa, Yelena.
Que la llamara por su nuevo nombre de forma tan cariñosa la conmovió. Ayudó a su madre con las valijas, al parecer ella también planeaba quedarse varios días. Se preguntó dónde dormiría, porque en la casa había una sola cama. La otra habitación había sido preparada como un pequeño estudio de arte.
—¿Qué es todo esto? —Preguntó Agustina al ver los lienzos y las pinturas.
—Algo en lo que estoy intentando enfocarme. Me mantiene la cabeza despejada hasta que comience con los estudios.
—¿Vas a estudiar?
—Sí, ya pedí la inscripción para un instituto muy prestigioso de esta ciudad. Estoy esperando una respuesta. Mientras tanto… me entretengo con la pintura. Aprendo gracias a tutoriales y cursos de internet.
—Ay, me parece genial. No es bueno quedarse todo el día sin hacer nada. La cabeza juega muy malas pasadas, por eso yo me encargo de las finanzas en la empresa. Necesito hacer algo mientras Lisandro se encarga de las relaciones públicas. Pero me imagino que no querés hablar de tu padre.
—No, la verdad es que no.
—Muy bien, lo entiendo. Yo también estoy enojada con él —Agustina se sentó en un sofá y pidió algo rico para tomar, un café expreso estaría bien. Mientras Yelena lo preparaba continuó hablando—. ¿Te conté que ya no tengo más sexo con él?
—No sabía nada.
—Estamos oficialmente separados. Dormimos en piezas diferentes. Él se acuesta con sus prostitutas y yo… bueno, ya sabés. Ernesto y… algún otro de los empleados. Más de uno estuvo dispuesto a aceptar el mismo contrato que Ernesto.
—¿Es cierto lo de ese contrato? ¿De verdad les pagás para que tengan sexo con vos?
—Conmigo y con Rebeca. Es una forma de cuidarnos. Ellos cumplen con ciertas obligaciones y nosotras les pagamos por ello. Así nadie se siente forzado a hacer nada. Además pueden cancelar el contrato cuando quieran.
—Mmm… bueno, viéndolo de esa forma, suena bien. ¿Y vos y Rebeca estuvieron aprovechando mucho esos… servicios? —Yelena le alcanzó el café expreso.
—Sí, muchísimo. Casi todos los días. En especial los fines de semana en los que Lisandro no está. Esos son los mejores días. Ahí tenemos la casa para nosotras solas y solo dejamos a los empleados que están contratados para tener sexo con nosotras. Así que…
—Ay dios… eso debe ser… un cogedero tremendo.
—Es una orgía constante que dura entre dos y cuatro días, dependiendo de lo que tarde tu padre en volver.
—¿Pero de cuántos empleados estamos hablando, mamá?
—Mmm… la última vez fueron ocho.
—¿Y los ocho solo para vos y Rebeca?
—Así es. Somos unas privilegiadas —Agustina sonrió y dio un sorbo al café—. ¿Cómo lo puedo explicar para que se entienda? Mmmm… nosotras pasamos a ser las putas de estos tipos, es como si durante cuatro días Rebeca y yo trabajáramos para ellos… complaciendo todas sus fantasías sexuales.
—Pero… ¿por qué ustedes a ellos y no al revés?
—Es que de eso se trata el juego, Yelena. Cuando una está acostumbrada a tener tanto poder, dar órdenes se vuelve aburrido y poco gratificante. Gracias a Rebeca entendí lo excitante y gratificante que puede ser la sumisión total. Entregarse completamente… como si fuéramos las esclavas sexuales de estos tipos. Y es… uf… demasiado bueno. Nos cogen todo el tiempo, y solo cuando ellos quieren. A veces se preparan un asado, con buenas copas de vino, y nosotras tenemos que vestirnos de mucama… y ya te imaginarás cómo son esos conjuntos.
—Me los imagino como disfraces totalmente pornográficos —dijo Yelena, sonriendo. La situación comenzaba a divertirle. Nunca imaginó que su madre pudiera tener una faceta tan sexual, y sabía que Rebeca era la responsable de esto.
—Sí, porno total. Nos quedan muy sexis, por cierto. Y bueno, la cuestión es que nos manosean, nos tienen chupando pijas, nos acaban en la boca sin pedir permiso, nos obligan a tragarnos su semen… nos penetran analmente, nos hacen lo que quieren y cuando quieren. Son días de puro placer. Terminamos destruídas… pero felices.
—Y decime una cosa, mamá… ¿Entre vos y Rebeca pasaron cosas?
—Claro que sí —la respuesta vino de la propia Rebeca, que acababa de salir del dormitorio de Yelena, completamente desnuda. Estaba algo despeinada, porque recién se había despertado de una siesta tardía. Se acercó a su madre, la besó en la boca y se sentó junto a ella—. ¿Acaso creés que estos tipos nos van a coger durante todo un fin de semana y no van a aprovechar para cumplir la fantasía de ver a una madre y a una hija cogiendo?
—Bueno, poniéndolo de esa forma… sería un poco absurdo que lo dejen pasar.
—Fue una de las primeras cosas que hicieron —dijo Agustina—. Cuando entendieron que nosotras estábamos dispuestas a obedecerlos en casi todo, me pidieron que le chupe la concha a Rebeca… después de que uno de ellos le había acabado adentro. Yo tenía que limpiarla. Y claro, al principio me pareció una locura, pero antes de iniciar este episodio sexual, Rebeca me advirtió que algo así podría pasar. Me dijo que yo tenía que ir mentalmente preparada para cumplir con algunos mandatos que seguramente la involucrarían a ella. Y no soy tonta, supe en ese momento que si yo accedía a tener sexo con esos tipos durante todo el fin de semana, también debería tener sexo con mi propia hija. Y sí, ya sé lo que estás pensando —miró a Yelena con una sonrisa maliciosa—. ¿Por qué creés que estaba tan entusiasmada por visitarte?
—¿Yo? Em… mamá, no sé si deberíamos… me parece que…
—Ay, Yelena. No empieces —dijo Rebeca—. Mamá ya sabe todo lo que estuvimos haciendo en estos días. Creo que mientras más tiempo pasemos dudando, menos tiempo tendremos para pasarla bien. —Mientras ella hablaba, Agustina comenzó a desnudarse, estaba radiante, sus tetas clamaban por sexo.
—Tu hermana tiene razón, Yelena. No perdamos el tiempo. ¿Acaso ya te olvidaste que compartiste conmigo mi primera experiencia anal? Nos rompieron el orto a las dos juntas… ¿Me vas a decir que ahora te da vergüenza mostrarme la pija?
—Em… este… bueno, ya fue… solo quería un poco más de tiempo para pensarlo, nada más. Pero no tiene sentido discutir con ustedes —Yelena mostró una gran sonrisa—. Cuando se les mete algo en la cabeza, no hay quien las haga cambiar de opinión.
—Así me gusta, ahora dame esa pija, que hace rato que me muero de ganas de probarla.
Yelena obedeció a su madre, también se desnudó, mostrando con orgullo su nuevo cuerpo, y después de tanto tiempo sin verla, agradeció que esta fuera la forma de celebrar el reencuentro. Agustina se prendió a su verga con devoción y Rebeca hizo exactamente lo mismo. Yelena se preguntó cuántas veces habían compartido pijas estas dos, parecían bastante acostumbradas a hacerlo, incluso sabían coordinarse muy bien para chupar un rato cada una.
Después de una buena sesión de petes que duró unos veinte minutos, decidieron trasladar la acción al dormitorio de Yelena.
Allí Agustina se puso en cuatro y Rebeca empezó a chuparle la concha mientras le metía los dedos llenos de lubricante por el culo.
—Vas a empezar por ahí —dijo Agustina—. Desde que Ernesto me enseñó lo que es el sexo anal, te juro que no puedo parar.
—Cuando nos cogen entre varios —comentó Rebeca—, lo que más pide esta puta es que le den por el culo.
—Ah, claro, como si vos no lo pidieras…
—Bueno, sí… pero vos lo pedís más. Dale, Yelena… demostrarle a mami lo rica que puede ser tu pija por el orto. Ya vas a ver, mamá, no se compara con nada. Coger con una chica con verga es una experiencia completamente diferente.
—Mmm… no quiero que Yelena piense que quiere coger con ella solo porque es “una chica con verga”.
—No te preocupes, mamá… a mí no me molesta que me sexualicen de esa manera, al contrario, me gusta… siempre y cuando la persona que lo haga sea de mi agrado. Vos y Rebeca pueden hacerlo todo lo que quiera. Me encanta saber que disfrutan conmigo de una forma especial.
—Bien, entonces ya acalorado esto puedo decir… ¿qué esperás para metérmela por el culo?
Penetrar a su madre por detrás fue lo más morboso que hizo en su vida, se sintió incluso más prohibido que hacerlo con su propia hermana. Quizás se deba a que sabía muy bien el rechazo que había mantenido Agustina al sexo anal durante tantos años y que Yelena había estado presente el día que, por fin, se animó a probarlo. Ese recuerdo le sirvió para masturbarse miles de veces, y ahora estaba usando toda esa energía sexual acumulada para bombear contra el culo de su madre. Le dio tan duro que Agustina debió hundir la cara entre las piernas de su hija para no gritar. Rebeca aprovechó esto para restregarle toda la concha contra la cara y repitió todo el tiempo “¿Te gusta, puta? ¿Te gusta?”. Agustina no respondió, ni siquiera podía hablar; pero mostró su agrado con gemidos y con las constantes sacudidas de su cuerpo.
Yelena sentía que aún necesitaba adquirir mucha experiencia en el sexo, en especial cuando a ella le tocaba metérsela a otra persona. Sin embargo sintió que había hecho un buen trabajo con su madre, porque se dejó llevar por la calentura. Dejó que su instinto sexual se apoderase de ella y dirigiera su cuerpo.
Podría haber penetrado a Rebeca también, y de hecho intentó hacerlo; pero su hermana le dijo que éste era el momento de mamá. La pija sería toda para ella. Ya tendrían tiempo de repetir este encuentro y ahí recibirían las dos con mucho gusto.
Yelena entendió el punto, por eso se concentró en metérsela pura y exclusivamente a su madre. Agustina mantuvo su boca siempre ocupada, ya sea con la concha de Rebeca o con la pija de Yelena. Luego recibió la penetración por la concha, porque no se quedaría sin disfrutarla por todos los agujeros.
El acto sexual llegó a su fin varios minutos después de su inicio cuando Yelena eyaculó dentro de la boca de su madre.
Las tres sabían que, si querían, podían seguir cogiendo. Prefirieron no hacerlo porque, tal y como dijo Rebeca, ya tendrían la oportunidad de repetirlo. Tenían varios días por delante en los que el departamento sería para las tres… y además tendrían que compartir la misma cama.
—--------
Yelena estaba disfrutando de sándwiches de pollo junto con su hermana y su madre, las tres estaban completamente desnudas y se reían por cualquier cosa. La algarabía era más que evidente; ya habían roto las últimas barreras sexuales que había entre ellas. Sin embargo un detalle les haría cambiar el humor. A Yelena se le ocurrió revisar su bandeja de mensajes, por si ya había recibido alguna información del instituto y allí fue cuando se enteró que había sido rechazada.
—Pero… ¿por qué? —Preguntó Agustina, entre molesta y sorprendida.
—No lo sé, simplemente dicen que en estos momentos el instituto no cuenta con la preparación adecuada para aceptarme, y un montón de sandeces más sobre protocolos institucionales.
—Esto es porque sos trans —aseguró Rebeca.
—No lo quería decir, pero… también lo estoy pensando. Porque la mujer que me hizo la entrevista, una tal Noemí García, parecía muy contenta de recibirme hasta que le dije que soy transgénero. En ese momento le cambió la cara.
—No nos vamos a quedar cruzadas de brazos —dijo Agustina—. Te van a aceptar en ese instituto sí o sí.
La situación se agravó aún más unas pocas horas más tarde, cuando Agustina, acompañada de Rebeca y Yelena se personificaron en la puerta del instituto. Allí las interceptó una chica rubia de coletas, muy bajita y con grandes ojos azules. Se presentó como Cándida Zambrano y dijo que era reportera de la revista Caleidoscopio.
—Nunca escuché hablar de esa revista —dijo Yelena.
—Yo sí, la leí un montón de veces —respondió Rebeca—. Es la típica revista sobre chimentos de la farándula y ese tipo de noticias sensacionalistas.
—Sí, no estoy muy orgullosa de eso —aseguró Cándida—, pero… me sirve la experiencia. De momento me gustaría hacerles unas preguntas sobre el incidente. Em… ¿cuál de ustedes es la chica trans? Perdón que pregunte. Me mostraron la foto de presentación para el instituto pero… a simple vista no sabría decir cuál de las dos es.
—Está bien —dijo Rebeca, con una gran sonrisa—, lo tomamos como un halago. Ella es Yelena, la que aplicó para ingresar al instituto. Me sorprende que se hayan enterado tan rápido. Hace poco leímos el email que le mandaron a mi hermana y no entiendo cómo una revista se enteró de esto.
—Ah, ya veo… no saben nada del video.
—¿Qué video? —Preguntó Yelena.
Cándida se apresuró a sacar su celular y les mostró la pantalla diciendo “Esto fue subido a internet hoy a la mañana”. En ese susodicho video se podía ver a Noemí García hablando con otra mujer de su edad. De su boca salieron las palabras: “No podemos permitir que un travesti arruine la reputación del instituto. Si lo aceptamos ¿qué va a pasar después? ¿tendremos que aceptar a cualquier payaso que venga disfrazado de mujer?”. “Sí, claro, lo entiendo —decía la otra mujer—. Es una locura. Ni siquiera tenemos un baño para transgénero. ¿Adónde iría?”.
—Ah, no… esto no se los voy a permitir —dijo Agustina—. Chiquita, si de verdad sos periodista, decile a tu editor que no vamos a parar hasta que Yelena sea aceptada en este instituto y que se la respete por lo que es. No saben con quién se metieron.
—Muy bien —la chica estaba grabando toda la conversación—. ¿Alguna declaración de la afectada? ¿Cómo te hace sentir esto?
—Como la mierda. Pensé que al tratarse de un instituto tan prestigioso no serían tan retrógrados. No quiero empezar mi vida como mujer rindiéndome ante el primer acto discriminatorio. Yo quiero cursar como cualquier otro estudiante, creo que tengo derecho a hacerlo.
La noticia voló rápido. Cándida Zambrano no fue la única reportera que les tomó declaraciones, pero sí fue la primera. Eso le sirvió para conseguir la primicia, que fue presentada en los demás medios como “exclusiva de la revista Caleidoscopio”. Eso le valió un buen bono extra en su sueldo.
Y a Yelena le vino muy bien que se hiciera tanto ruido con el asunto, el video de Noemí García fue una bomba mediática. Se volvió tendencia nacional en pocas horas y un montón de gente se agolpó en la entrada del instituto para reclamar por los derechos de Yelena, la mayoría eran otras personas transgénero que se habían acercado desde distintas ciudades cercanas. Yelena estaba conmovida, no creía que recibiría tanto apoyo.
Agustina también hizo muy bien su trabajo, usó la carta de “Dueña de importantes viñedos” y eso le abrió las puertas ante los medios más prestigiosos del país, que se disputaron una entrevista. Dio varias y en todas dejó en claro el mismo mensaje: “Yelena tiene derecho a estudiar y nadie, ni siquiera una vieja transfóbica, se lo va a impedir”.
Mario Dalessi, el decano del instituto, tuvo que salir a dar la cara ante la multitud enfurecida y los medios de comunicación. Aseguró mil una vez que las declaraciones de Noemí García no representaban la ideología de todo el instituto. Además de la presión mediática, también tuvo que lidiar con el ministerio de educación, que estuvieron a punto de desplazarlo del cargo, a menos que solucionara esto de la forma más diplomática posible.
Mario Dalessi tomó la resolución de aceptar como becada a Yelena; pero ella lo rechazó. Dijo que no necesitaba ninguna beca, porque podía pagar por sus estudios. Sin embargo aceptó que esa misma beca se le diera a otras personas trans en el futuro… y que Noemí García debía ser sancionada de alguna manera. A Mario Dallessi no le quedó más alternativa que aceptar estas condiciones y mientras se secaba la frente con un pañuelo, dijo a los medios de comunicación que Noemí García sería sancionada seis meses sin goce de sueldo, y que además debería asistir a un programa educativo contra la discriminación.
Desde la negativa que recibió por e-mail hasta que por fin fue aceptada en el instituto, pasaron tres semanas. Durante todo ese tiempo Rebeca y Agustina se quedaron en el departamento de Yelena. Esos días juntas fueron para ellas bastante caóticos y solían volver cansadas a casa; pero casi siempre tenían energías suficientes para el sexo. Era normal que terminaran las tres juntas en la cama, dándose con todo hasta quedar dormidas. Agustina se estaba volviendo una experta en montar la verga de Yelena por el culo y lo hacía con más motivación si además tenía a su hija comíendole la concha al mismo tiempo.
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Cuando Saria LeClerc le preguntó a Yelena por qué quería unirse al club de detectives, no supo qué responder. Se encontraban en la sede realizando la “entrevista oficial de aceptación”, como la había llamado Erika. En realidad era una simple charla informal porque, como también aclaró Erika, estaban desesperadas por incorporar nuevos miembros así que Yelena ya se podía considerar aceptada.
—Le dije mil veces a Erika que deje de mostrar nuestra desesperación ante cada nueva persona que conocemos —comentó Siara.
—Está bien, me cae simpática —dijo Yelena, con una sonrisa. Luego le dio un sorbo a su capuchino, con la esperanza de que ésto pudiera tranquilizarla un poco.
—No te sientas presionada —le dijo Oriana—, yo también soy relativamente nueva. Hace unas semanas ni siquiera conocía a estas chicas y ahora las considero mis amigas.
—Por eso quería unirme —Yelena decidió que lo mejor sería sincerarse, abrir un poquito su alma ante un grupo de desconocidas que, al menos le resultaban divertidas—. A ver… por mi condición de trans y por todo el escándalo que se armó antes de mi entrada al instituto, la gente no se me acerca mucho. No falta el boludo que me mira el orto y me hace algún comentario picante; hasta que se enteran que yo también tengo pene… ahí salen corriendo, temiendo por la virginidad de sus culos.
—Esa táctica tendría que empezar a usar yo —dijo Xamira—. Cada vez que sorprenda a un pelotudo mirándome el culo le voy a decir: “Mirá que tengo verga y después te toca a vos”. Además, no sería la primera vez que alguien insinúa que soy trans.
—Si fueras trans —comentó Yelena—, serías una muy bonita. Admito que yo también lo pensé, es muy loco saber que todos podemos tener algún prejuicio en la vida. Te pido perdón por eso. Vos fuiste la primera persona a la que intenté acercarme, aunque no lo sepas… y fue porque creí que eras trans.
—No me ofendo; pero… ¿qué te llevó a pensarlo?
—Los abdominales —la que respondió fue Erika. Le dio un sorbo a su café con chocolate y luego siguió—. La gente puede pensar que sos trans porque no están acostumbrados a ver una chica con los abdominales marcados.
—Exactamente fue por eso —dijo Yelena—, y pido disculpas, es un prejuicio absurdo.
—Está todo bien —aseguró Xamira—, además me da la impresión que si alguien sabe de prejuicios, esa sos vos.
—Así es. Por eso les pido que al menos me dejen intentarlo. Si no soy buena para este club, lo voy a entender. Pero…
—Quedate tranquila, Yelena —dijo Siara—. Nadie te va a poner a prueba. En este club aceptamos a cualquier persona que esté dispuesta a colaborar con nosotras. Es el único requisito.
—Eso quiere decir que…
—Que ya sos miembro oficial del club —la interrumpió Erika—. Bueno, técnicamente lo vas a ser cuando llenes el formulario en el Centro de Estudiantes; pero eso es solo un trámite.
—Ay… qué bueno —Yelena mostró una gran sonrisa—. De verdad estoy muy entusiasmada de colaborar con ustedes. Además… ¿la profesora Stefany Lemmens les habló de Diógenes?
—Sí, ¿cómo sabés eso? —Preguntó Siara—. Pasó hace apenas unos minutos…
—Es que ella también es mi profesora. Soy miembro del club de arte que, además de este, es el único en el que me aceptaron. La profesora Lemmens me comentó sus sospechas sobre las modelos que usa Diógenes para sus dibujos.
—Piensa que podría ser su propia madre —acotó Erika.
—Así es… y hay fuertes motivos para creer que es así. Me gustaría ayudarles en ese caso, para empezar. Si no les molesta.
Yelena no fue del todo sincera, no les dijo el verdadero motivo por el cual quería participar en ese caso. Tampoco les mencionó que Diógenes era la razón por la que decidió unirse al club de detectives. Cuando Yelena escuchó los rumores de que Diógenes podría estar haciendo “cosas extrañas” con su propia madre, todos los sentidos de Yelena se pusieron en alerta. Ella también había hecho “cosas extrañas” con su madre… y con su hermana. Necesitaba desesperadamente conocer a otra persona que hubiera atravesado experiencias similares. Necesitaba hablar de esto con alguien… y Diógenes le parecía un buen pibe. Si era cierto que sus dibujos estaban hechos usando a su madre como modelo, entonces quería saber más de ese asunto. Quería saberlo todo.
—Por mí está bien —dijo Erika—. Xamira y yo nos podemos hacer cargo del caso del club de boxeo. Mientras tanto Oriana, Yelena y Siara investigamos a Diógenes.
—No creo que hagan falta tres personas para investigar a un alumno del club de arte —comentó Oriana—. ¿Qué les parece si mientras ustedes trabajan en eso yo sigo haciendo investigaciones generales? Quizás así pueda encontrar un nuevo caso que valga la pena.
—Esa idea me gusta más —aseguró Siara—. No podemos depender totalmente de lo que nos traiga la gente. Tenemos que ser capaces de encontrar nuestros propios casos.
—Muy bien, chicas… —dijo Erika con una radiante sonrisa—. A trabajar. Tenemos que resolver estos asuntos lo antes posible, así la gente empieza a confiar más en nuestro club. Quizás así consigamos más miembros. Y por cierto, estoy muy feliz de que Yelena haya decidido unirse. Esto habrá que celebrarlo de alguna manera. Esta noche cenamos en la casa de Siara.
—Un día de estos mi mamá me va a echar de casa —dijo Siara.
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