CAPÍTULO 9// PERSECUCIÓN
Llevo diez minutos esperando a Elvira, echado en la misma cama donde ella duerme y coge con su marido Roberto por las noches.
Y me encuentro nervioso, sobre todo porque me ha dicho que se iría al baño a “disfrazarse de mi madre”
¡Joder!
La verdad es que no sé cómo procesar todo esto que está ocurriendo y que ha puesto patas arriba mi vida de un momento a otro. Un día era un chico común y corriente cursando la carrera de arquitectura, y de pronto me encuentro deseando sexualmente a mi madre, que día a día se me descubre como una zorra encubierta, y por si fuera poco, de buenas a primeras he pasado de ser el vecino soso del barrio al amante de la impresionante madre jamona de mi mejor amigo Gerónimo, cuyas mamas apenas le caben en sus blusitas y cuya cola se desborda en sus falditas.
¿WTF?
Me apena tener que hacerle esto a su esposo, ¡y a mi mejor amigo!, que encima los dos se han portado muy bien conmigo.
Pero sólo poseo fuerza de voluntad y cordura mientras estoy a solas, porque justo ahora que Elvira sale del baño vistiendo un juego de lencería negra que no logra contener sus abundantes tetas, piernas y culo, mi mente se vuelve paja y sólo consigo pensar con mi miembro.
—Jo---der--- El---viraaa.
Me sorprende su larga cabellera rubia a través de la peluca que se compró. Sin duda su intención de parecerse a mi madre ha sido verdadera. Sus gordos labios los tiene pintado con un rojo mate muy intenso.
Puedo oler ese aroma a hembra en celo que me conecta a ella como si fuésemos imanes.
Es inevitable no sentir sucios deseos por una madurita como Elvira, que a pesar de que tiene más de cuarenta y muchos años se sigue conservando sumamente bien. Además, no sólo son sus formas carnosas, las bubis que le cuelgan en el pecho ni las nalgas que le rebotan por detrás al caminar, sino su predisposición para la putería.
—¿Te gusta mi atuendo de Sugey en versión puta, cielito?
El sostén no tiene copas. En realidad sólo son un par de círculos negros que ahorcan sus dos obesas mamas desnudas desde la base, suspendiéndolas en el pecho.
—¡Estás riquísima, Elvira!
Me parece que ella disfruta excitando a un adolescente como yo. Como si gozara deleitándose con ponerme duro ante sus incitantes contoneos arriba de esos tacos tan altos y de plataformas transparentes que la hacen lucir como una autentica teibolera.
—Sácate la polla y los huevitos, cielito —me ordena ella, trepándose a la cama y gateando lentamente hasta mí—. Y ábrete las piernas, para poder acomodarme en medio de ellas.
Es un espectáculo dantesco ver sus enormes pezones apuntándome. Son más oscuros que los de mi madre, porque Elvira es más morena, aun así son fascinantes, y sin tocarlos adivino que están tan duros como unas piedras.
—¿Qué tienen las maduras que son tan tetonas, Elvira?
Le pregunto mientras sigue gateando hacia donde ya mi falo permanece erecto en mi mano derecha.
—Están almacenados de la leche que no mamaron nuestros hijos —responde, sacando la lengua como una gata que tuviese sed.
—¿Puedo mamarlos yo?
—Eso es lo que estoy esperando, cielito, pero primero déjame comerte la boca.
Cuando por fin se posiciona en medio de mis piernas, se sienta sobre sus pantorrillas, me agarra con fuerza de la polla y hunde su brava lengua dentro de mi boca, mientras sus globos me rozan el mentón.
“¡Muackkggghh!”
Mi miembro se endurece casi al instante, y la presión que ella ejerce en mi glande con sus dedos me vuelve loco de placer.
—¡Hoooohhh!
Mientras tanto, nuestras lenguas batallan, se golpetean, nos llenamos de humedad y de alguna manera nos chapoteamos. Estiro mis manos e intento rodear su torso, hasta llegar a sus grandotas nalgas, que tiemblan a mi tacto.
—Estrújamelas, nene, estrújamelas.
Entierro mis dedos en sus dos enormidades, y éstos se hunden entre sus carnes.
Elvira gime, jadea “Haaaah” “Haaaa…h”
Al abrir mis ojos quedo cuadrado; se ha puesto lentillas azules que me impactan de verdad. No me había dado cuenta de ello. Elvira tiene una mirada más golfa que la de mi madre, pero es precisamente lo que adoro de mi progenitora, que sea tan dulce en su mirar, pero tan caliente y perversa a la hora de intimar, o al menos de acuerdo a las pequeñas experiencias que hemos tenido.
—Chúpamela —le pido, cuando me quedo si aire luego de las lengüetadas que nos hemos dado.
Elvira se aparta. Se limpia los labios de la humedad que le queda, me sonríe cual golfa y se posiciona entre mis piernas de manera que su boca queda a la altura de mi falo.
—Quiero que dures, cabroncito, porque me gusta mamar pollas repletas de leche.
Trago saliva. Suspiro hondo y veo cómo ella, mirándome con fascinación, abre la boca, saca su lengua mojada y empieza a darme unas chupadas en el glande.
—¡Jodeeer! —exclamo con un salto.
Elvira sonríe. Ama volverme loco.
Sostiene mi pene con una de sus manos y lo vuelve apretar, ella escupe sobre él y luego se lo mete a la boca, y su calor me estremece y me escalofría desde la zona pélvica hasta mi cabeza.
—¡Hooooh! ¡Elviraaaa!
Las chupadas son como succiones continuas, a veces rápidas y a veces lentas. Ella usa la lengua para golpetear mi glande y luego la saca toda de la boca para deslizarla por todo el tallo de mi pene.
—Dime que soy tu mami, cielito.
—¡Eres mi mami!
Elvira sonríe. Vuelve a sacar la lengua y me la vuelve a lamer. Se echa para atrás, escupe sobre la punta, se acerca y usa sus labios para esparcir la saliva hasta la base.
—¡Jodeeer!
—¿Te gusta cómo mami te come la polla, mi amor?
—Sí… me gusta…
—¿Quieres que mami siga comiéndotela?
—¡Deja de hablar y chupaaaa! ¡Haaah!
Esta vez, luego del nuevo escupitajo, Elvira me muestra su capacidad para hacer una garganta profunda. Siento la punta de mi glande hundiéndose entre su garganta, y ella usando la lengua para golpear el tallo, al tiempo que la humedad de su boca se vuelve babaza y me la moja toda, mientras succiona fuerte y vuelve a lamer.
—¡Jodeeer! ¡Jodeer! ¡Mierdaaaa!
Tengo que levantar su cabeza para no correrme tan pronto. Esa mujer es muy buena haciendo orales, y no quiero que esto termine ya ni quedar en vergüenza como la última vez.
—¿En serio ibas a correrte ya? —se burla de mí, limpiándose la babaza de sus comisuras—. Sentí el sabor de tus pre seminales.
—Joder… es que… eres muy intensa.
—Bueno, ahora sigues tú.
—¿Eh?
—Cómeme el coño, ¿quieres?
—Oh, sí, sí quiero —respondo hambreado.
Me pongo de rodillas mientras Elvira se coloca donde yo estaba, apoyándose en la espalda con dos almohadones.
Es mirarla de nuevo y verla con las piernas abiertas, con sus gordos labios vaginales depilados, expuestos, goteando.
—Estás babeando mucho de ahí abajo —le dijo sonriendo, satisfecho—. Eres una mamá muy caliente.
—Y muy puta —me recuerda, apuntándome con sus largas uñas sus genitales—. Vamos, hijito mío, cómeme el coño.
No soy un experto en los orales, salvo por lo que he visto en las pelis porno. En realidad ninguna de mis novias era lo suficientemente liberal para permitirme hacerle algo así, salvo dos veces que lo intenté con Alicia, mi última adúltera novia, quien apenas si se dejaba abrir las piernas para mi boca.
Así que hago el intento. Al posarme en medio de sus muslos lo primero que hago es aspirar su aroma a jamona cachonda, que me vuelve loco, y después saco la lengua.
Ella solita se aparta los labios vaginales para que mi lengua ingrese, y comienzo a saborearla, sintiendo su caliente humedad empapándome la lengua, labios y comisuras.
—Golpea mi clítoris con la lengua… nene, méteme un dedo… ¡Haaaah!¡Que boquita neneee!
Me incorporo e identifico el capuchón que cubre su clítoris erecto. Lo separo con mis dedos y presiono mi lengua varias veces hasta que Elvira afloja las piernas y se estremece.
—¡Qué bien lo haces cabroncitoooo!
—¿Sí? —me ernorgullezco de mí mismo.
—¡Otra vez… otra vez…! ¡Uy que me estoy chorreando, nene!
Con mi lengua doy chupadas más certeras desde su abertura vaginal hasta su clítoris, y vuelve a temblar.
—¡Así, cielito, así! ¡Haz correr a tu mami! ¡Haz correr a la golfa de tu mami!
Esta vez absorbo su clítoris como si fuese un pezón. Siento la humedad que escapa de su orificio que calienta mi boca y mi mentón, y ella gritando:
“Hooooh siiiii”
Sus muslos tiemblan entre mi cabeza, que la aprieta cuando vibra, y yo aprovecho su humedad para chapoteo sus aguas calientes con mi lengua.
—¡Mete dos dedos sobre mi chocho, cielito, con las yemas hacia arriba!
Introduzco mis dedos índice y medio mirando hacia arriba.
—Ahora palpa la pelvis con tu mano libre, como si quisieras que tu mano y los dedos que están dentro de mi vagina se tocaran… muy bien… y ahora sí… remueve dentro… y verás cómo… ¡aaaaahhhh! Síiiiiii ¡Bieeeeeeeeeeen!
No me puedo creer que mi ejecución surta efecto y Elvira enloquezca a espasmos, vertiendo fluidos desde su útero.
—¿Ha sido un orgasmo?
—¡Por eso prefiero a los de tu edad, neneee! —dice agitada—, son muy obedientes ante mis indicaciones para haberme bramar como lo has hecho.
Sonrío, me incorporo y saco mis dedos, que están mojadísimos y calientes.
—Cómetelos —me ordena relamiéndose los labios—, cométete los dedos y dime a qué saben los fluidos de mami.
Me los llevo al paladar. Los saboreo. Los relamo. Los aspiro.
—Saben a puta —le digo sonriendo.
Y ella se incorpora, se pone de rodillas, me empuja al cabezal y sostiene de nuevo mi miembro con una de sus manos, besándome con ganas.
—Vas aprendiendo, bebé.
Estiro mis pies, separo mis piernas y ella se acomoda mejor.
—¿Quieres una cubana? —me pregunta.
—Yo las conozco como rusas —le digo.
—Como sea, cielito, la cosa es poner tu polla entre mis tetas y masturbarte con ellas mientras tu glande choca con mi lengua.
—Ufff, Elvira, ¿lo harás?
Me responde dejando caer sus dos pesadas pelotas entre mi polla. Suspiro hondo y no puedo evitar estrujar cada una con mis manos, terminando mis caricias sobre sus pezoncitos.
—¿Te gustan? —me pregunta, y siendo cómo aplasta mi falo entre sus pechos.
—Joder, Elvira, son muy grandes.
—¿Sólo grandes?
—Y duras…
—¿Duras?
—Y suaves.
—¿Duras o suaves?
—Las dos cosas.
—¿Qué más?
—Pesadas… y los pezones muy grandes y duritos. ¿Puedo chupártelas?
—¿Las tetas? Vamos, cariño, son tuyas. Atáscate.
Y lo hago. Elvira suelta mi polla y se sienta sobre mis piernas, aplastando mi pene que rozan los contornos de su vulva. Ella misma agarra con sus manos sus dos mamas gigantescas y me aplasta la cara.
—¡Cómetelas, cielito… cómetelas!
Y yo con la lengua de fuera, lamiendo sus gordas carnes. Sus pezones hundiéndose en mis mejillas, frente, labios, boca, restregándomelos.
—¡Qué bien lo haces, cielitoooo!
Pasados unos minutos me las quita de la cara, se vuelve a echar entre mis piernas y vuelve a comprimir mi polla con sus tetas. No sé si mi pene es demasiado pequeño o sus bubis demasiado gigantes, aunque creo que es lo segundo.
Y en esa posición comienza a masturbarme. Cada vez que mi glande llega a la altura de su boca, con su lengua me los relame, luego aplasta con más presión mi sexo y lo sigue masturbando. Sus dos pechos están muy mojados por su propia saliva, y mi tallo parece nadar entre las viscosidades.
—¡Me corro…!
—¿Tan pronto?
—¡Jodeeer!
Cuando mi falo empieza a palpitar sobre sus montes, Elvira las descomprime, lo libera y se lo mete en la boca justo cuando rompo en una densa eyaculación.
—¡Hooooh Haaaaah¡!
Elvira sigue succionando, cosquillándome los testículos con la punta de sus uñas.
—¡Joder, Elvira! —digo cuando consigo liberarme de ella, echándome aún lado—. ¡Eres impresionanteee!
—Y tú muy precoz.
—¿Eh? ¡NO! ¡De hecho tú tienes la culpa por ser tan…!
—¿Tan puta?
—Pues sí.
Elvira ríe y noto que su boca está vacía.
—¿Te tragaste mis mecos?
—Colágeno puro, bebé.
—¡Mierda!
Me excito. Que una madura me haga una felación ya es de ensueño, pero que encima se coma mi eyaculación eso ya es para romperla toda.
Elvira se levanta, veo su culo hondearse mientras se acerca la al tocar para quitarse la peluca rubia, volviendo a parecer una tranzada cabellera roja atada en su nuca.
—¿Vamos a coger? —le pregunto, cuando me recupero.
—¿Quién?
—Tú y yo, quiero metértela, Elvira, quiero follarte.
Ella me mira a través del espejo y se sorprende de que ya la tenga dura de nuevo.
—Bendita juventud, bebé.
—¿Entonces? ¿Me dejas penetrarte? Tú misma sacaste los condones.
Sonríe de nuevo y me responde.
—Hoy no, ya no.
—¿Por qué? ¿Hice algo mal?
—¿Además de correrte tan pronto?
La cara se me pone caliente e intento defenderme:
—Duré más que la otra vez.
—Eso sí —coincide, quitándose los tacones.
—Y te saqué un orgasmo. Hasta se te torcieron los ojos —le recuerdo—. No pude estar tan mal.
—No estuviste mal, tontito, de hecho me encantas. Me causas ternura y me da placer pervertirte.
—Perviérteme más, entonces, dejándome penetrarte. ¿Por qué te quitas el disfraz de mamá? Me ha dado mucho morbo pensar que de verdad eras ella.
—¿Tan puta?
Guardo silencio. Me limpio las piernas de los restos de mi semen con unas toallas que hay en el buró.
—¿De veras mamá es tan puta?
—Tú no lo crees.
—Pues no.
—Allá tú.
Resignado a que no habrá más acción, me levanto y me visto.
—¿Puedo volver?
—Claro que puedes, cielito.
—¿Mañana?
—Vaya si estás ansioso.
—Quiero follarte.
—En ese caso, yo te aviso.
Suspiro.
—Gracias por este rato, Elvira, me la he pasado increíble.
Elvira se levanta, y vuelve a venir hasta mí para besarme cuando ya me estoy yendo. Me prendo de sus nalgas y siento que mi verga se me pone tiesa otra vez.
—Quieto, bonito —se carcajea—, quedamos que ya no más, y siento que tu amiguito me palpó el vientre.
Le sonrío, le doy un beso más de lengüita y me despido.
—Hasta mañana, pero vendré en la tarde, porque hoy ya falté a la facultad.
—Adiós, hijito.
—Adiós, mami.
Bajo las escaleras, miro un cuadro donde aparece Elvira con mi amigo y su esposo, suspiro hondo y salgo satisfecho de la casa de aquél mujerón.
***
Las cosas con mamá siguen tensas. Yo continúo ignorándola y a la espera de que se disculpe conmigo por su última actuación. Sugey me tiene muy confundido. Un día hace una cosa y al rato ya se le olvidó o se hace la virgen mártir que no rompe un plato.
Le he comido las tetas, mamá misma me ha masturbado, ¿y ahora se hace la digna y la arrepentida?
¡Ja!
Conmigo no va a estar jugando.
Por eso, esta tarde tengo la firme intención de perseguirla. Ella dice que irá nuevamente a una reunión parroquial, que disque a tomar el té con el padre Antonio en su casa, que está anexada en el mismo templo, pero yo no le creo nada.
Toda la mañana me la pasé fuera de casa, haciéndome pendejo realmente. Mi intención es que mamá no sospeche que la seguiré.
A las cinco menos quince de la tarde veo salir a mamá de casa. Su rubia cabellera está trenzada como cuando quiere mostrarse virginal y abnegada. Tiene puesta una blusa azul marino que se ciñe a su torso, aunque no logro ver si se le marcan mucho las tetas.
Lo que sí se le marcan son las nalgas, que lucen respingadas en esa falda negra de tubo que le llega más arriba de las caderas y que le perfila su hermoso contorno.
Ella avanza andando y yo comienzo a seguirla. Necesito saber si en verdad irá a la parroquia, que está como a diez minutos a pie de mi casa.
Me paso a la calle de enfrente y me voy muy adelante para visualizar mejor su trayecto.
Llego a la esquina de la cuadra y me meto a un OXXO que está situado allí para evitar que me vea y así darle tiempo a que se encamine más. Aprovecho mi visita a una de estas famosas tiendas de conveniencia y compro una bolsa de takis (frituras de empaque morado, pequeñas, con forma de taco, bañadas con chile y limón).
Necesito algo picoso que me haga concentrarme en el picor de la boca cuando me las coma y bajarle dos rayitas de intensidad a la persecución que pretendo iniciar con mi progenitora.
Dos mujeres están en la puerta del OXXO que chismorrean y me impiden el acceso. Yo quiero salir pronto antes de que se escape mi madre. Pero las mujeres parecen muy entretenidas bloqueando el acceso.
—Señoras —les digo desesperado—, ¿alguna vez las han empujado contra los cristales un viernes por la tarde?
—No, muchacho, ¿por qué lo dices? —pregunta una de las mujeres.
—¡PORQUE ME ESTÁN ESTORBANDO!
—¡Majadero! —brama una de ellas, pero luego se quitan de inmediato.
Cuando vuelvo a salir diviso que mamá ya va dos cuadras por delante. Y la sigo, asegurándome de tener unos buenos metros de distancia. No sabría cómo explicarle si me descubre siguiéndola cuando los dos sabemos que yo debería estar en la universidad.
Por fortuna la acera es ancha y hay gente yendo y viniendo entre quienes me puedo camuflar. Mamá de vez en cuando ha mirado hacia atrás, cautelosa, y sus sospechosas hojeadas hacia todos lados me ponen en alerta. ¿Y si en lugar de irse a la parroquia de pronto dobla una calle y se va a otro lado? ¿Y si ha quedado de verse con Nacho en algún sitio, y si de pronto llega un auto y se la lleva?
El corazón me martilla.
Mi madre no puede ser una cualquiera. ¡No puede ser una adúltera! Yo no lo soportaría.
Me escondo entre los árboles y los jardines que de pronto aparecen por el trayecto. Pero a medida que pasan las cuadras concluyo que todo parece indicar que sí se dirige a la iglesia.
Aparecen las cúpulas de la parroquia de la Virgen de la Medalla Milagrosa. El imponente templo de dos torres está en medio de un jardín arbolado donde hay bancas, pequeños jardincitos repleto de flores, vendedores ambulantes, una fuente en el centro que tira chorros de agua, y al lado del templo un edificio de dos pisos al que llaman “Casa de Pastoral”, lugar donde se llevan a cabo las reuniones mensuales, en que se congregan los diferentes grupos pastorales de los barrios que componen la parroquia.
Las asambleas semanales de esos grupos son por barrios, y cada semana se turnan las casas de los integrantes donde se efectuará la reunión: incluso algunas veces ya han venido a la nuestra cuando a mamá le ha tocado presidir la reunión.
Ahí en la esquina mamá se detiene. Mira el reloj y no atraviesa la calle para dirigirse al salón. Ya son las cinco de la tarde. Me preocupa que no cruce. Y mi angustia se concretiza cuando advierto que, incluso, las puertas de la Casa Pastoral están cerradas.
¡Joder mamá!
El colmo de mi terror llega a su límite cuando mis peores miedos se materializan. Un auto blanco se detiene en la esquina, donde mamá espera. Un hombre alto, barbado, de buen ver baja del coche, saluda a mi madre con dos besos en las mejillas. Le indica que rodee el vehículo, le abre la puerta y ella se sube.
Mi corazón remece. Mi sangre se seca en mis venas. Estoy asustado. Más bien rabioso, ¿qué mierdas está pasando? ¿Por qué se ha subido al auto? ¿Por qué no han abierto el salón? ¿A dónde mierdas se la lleva el tal Nacho?
La última vez que me sentí celoso, traicionado, y que mi pecho me ahogaba, fue cuando descubrí a Alicia, mi ex novia, y a Julián, mi ex mejor amigo, besándose en la fiesta de una amiga en común que tenemos. En esa ocasión yo me sentía muy enfermo, e informé en el grupo de whats de amigos que no me presentaría.
Todos dijeron “Okey”, hasta que Iván, mejor conocido como el Cara de Pan, por lo redondo de su cabeza, me dijo algo como “Tito, yo ya no puedo con esto, creo que se están pasando de la raya. Te están viendo la cara de menso. Vente a la fiesta. Alicia y Julián se están dando una buena morreada delante de todos. Se están burlando de ti.”
Esa noche tenía más mocos que cerebro, y así, todo congestionado, sin decir nada a nadie salí de casa y me presenté a la fiesta.
No hubo falta buscarlos en ningún escondrijo. Todo era un descaro total. Alicia y Julián estaban en el centro de la pista, agasajándose indecentemente, con las lenguas de fuera, comiéndose las bocas, las manos de Julián masajeando sus nalgas y ella restregándose cual puta con mi amigo.
Alguien les advirtió de mi presencia y se separaron. A Alicia se le fueron los colores cuando me vio. Parecía una máscara de yeso sin pintar. Miró hacia otro lado y le vi gesticular un “mierda, ya nos cachó”, mientras que Julián me sonreía con descarado, lanzándome una mirada y un “pues ya qué, Tito, ni hablar.”
Lo que más me dolió fue que todos mis amigos lo sabían. Como digo, yo había estado enfermo por casi dos semanas. Pero es obvio que llevaban tiempo. Nadie me dijo nada, hasta ese día, Cara de Pan me lo informó porque estaba borracho. En sus cinco sentidos me lo habría seguido ocultando.
Me sentí traicionado y me dieron muchas ganas de llorar.
Todos mis amigos miraron para otro lado y yo no me podía creer tanta hipocresía. Tanto descaro. Tantas mentiras. Alicia fue obligada por Julián a venir hasta mí y hacerme frente de una vez: “ya, Alicia, ni modo, ya nos cachó, mejor zanjarlo todo. Creo que hasta es mejor así. Esto de andarnos escondiendo ya me estaba cansando.”
Alicia evitaba mirarme cuando se puso frente a mí. Julián sonrió de nuevo y me dijo “mira, Tito, diga lo que te diga, para ti no va valer, así que como son las cosas, tu novia y yo ya somos pareja, y solo me resta decirte que lo siento, pero a veces se gana, y a veces se pierde, y a ti te tocó perder, bro.”
¿Bro? ¿Me había dicho “bro” el cabrón traidor?
“Ya, Julián” le dijo Alicia, avergonzada, “ya no hagas más leña del árbol caído.”
Yo me reí de los dos, y les dije “de perder nada, pues gané yo, al ver a tiempo la clase de mierda que tenía en mi vida. Y de perder, ¿pues qué perdí?, sólo a una puta que simuló amarme y a un cabrón traidor que no vale ni un gramo de mierda.”
Quise contentarme con esas palabras, pero no pude. Mucho menos cuando Julián se burló de mí y le dio una nalgada a la que todavía era novia, en mi presencia.
Así que cuando pasó a mi lado un camarero que llevaba una bandeja con refrescos, se la quité, empujé la bandeja sobre Alicia y Julián y les tiré los refrescos encima. Julián se encabritó y me llamó “pardillo de mierda” “mal perdedor” y hasta “cornudo”. Y antes de que me diera el primer chingazo en la jeta, yo agarré vuelo con la bandeja y le di un bandejazo en la cabeza.
Se testereó, chocó contra Alicia y ella cayó al suelo. Julián, como todo un caballero, la dejó tirada y se impulsó contra mí. Fue una guerra de patadas que me propinada contra una lluvia de bandejazos.
Quedé sofocado de la panza por sus patadas. Si somos sinceros, nunca tuve muchas posibilidades de ganar, obvio: mi figura escueta vs su figura atlética a simple ojo de cubero me daba la de perder. Pero yo no me le dejé. El cabrón sus buenos bandejazos se ganó, por todo el lomo y por toda la cara. Para nada se fue limpio. Creo que hasta le rompí el labio inferior y le saqué la sangre, y cuando un contrincante sangra y el otro no, pues creo hay un vencedor.
Igual yo terminé en el suelo como costal de boxeo, y lo mismo Julián me habría dejado como chiquero de marrano, como mierda molida, de no ser porque alguien me lo quitó de encima.
Y a pesar de eso, de haber perdido a mis amigos, (excepto al hijo de Elvira, que por suerte no pertenece a ese grupito) la sensación de vacío, celos y rabia que siento ahora no se compara.
Mamá no es cualquier mujer que un día está conmigo y al otro no. Mamá no es una simple chiquilla de esas que vienen y van, que un día te seducen para que les hagas los deberes del bachiller, y al otro día se van con otro que tenga la cara más bonita. A mamá no la conozco de días. Mi madre es todo para mí; la mujer que me dio la vida, la mujer que más amo, que más deseo, que más me cuida y que también me quiere de verdad.
Y ahora me ha mentido, diciéndome que iría a la reunión parroquial, cuando la realidad es que se ha trepado al coche de un pedazo de mierda llamado Nacho que se la lleva a no sé dónde.
—¡Mamá! —grito cuando el auto da marcha y se va.
No creo que me haya oído, pero la gente de mi alrededor sí. Me miran como si yo fuese un idiota enloquecido que le habla al viento.
—¡Mierda, má! ¿A dónde te fuiste?
Siento un nudo en la garganta. Quiero llamarla por teléfono, exigirle explicaciones, pero… de hacerlo, ¿cómo voy a explicarle que la estaba siguiendo, sin que mi actitud tóxica resulte sospechosa?
Me resigno, enojado, y me pongo a dar dos vueltas por el jardín del templo parroquial. Me limpio dos lágrimas y corriendo me dirijo a la tienda de paletas de hielo, para bajar mi coraje y la enchilada que me puse tragándome los takis de fuego.
Y por si me hicieran falta más desgracias, en la tienda de paletas está Julián y Alicia. Mi ex amigo y mi ex novia. El corneador y la adúltera. Y ni siquiera es domingo para que se anden exhibiendo, pues los domingos los novios sacan a pasear a sus novias como si fuesen sus cachorritas.
Quisiera salirme, pero no quiero que Julián piense que le tengo miedo o que Alicia suponga que huyo porque me duele verlos juntos y crea que todavía la amo.
El beso de lengua que se dan delante de mí es para hacerme daño. O al menos creen que lo hacen. Incluso tienen el tiempo de hacer comentarios hirientes cuyo propósito es humillarme.
—¿Cómo quieres tu paleta, Alicia? —pregunta mi ex amigo en voz alta, mientras fingen mirar las heladeras—, ¿paleta grande o pequeña?
—Grande, amorcito —le dice ella, mordiéndose los labios.
—¿Grande como la mía? —le pregunta Julián, que obvio no se refiere al tamaño de la paleta.
—Sí —se ríe Alicia como estúpida con la indirecta que me echan—. Así grande como la tuya.
—Ya oyó a mi novia, señorita —le dice Julián a la paletera—, désela grande, que las pequeñitas no la llenan y luego por eso los dejan y los cambian por otras más grandes.
En ese rato Julián me observa y se burla de mí. La paletera no entiende y se lo hace saber.
A saber lo que le ha dicho Alicia del tamaño de mi pene, que para mí es de tamaño promedio. Y falta que me crezca más, pues dicen que se deja de desarrollar hasta los 21, por lo que me faltan tres años más.
Bufo, pero no hago caso. Me quieren lastimar. Pero no van a conseguirlo. Claro que me duele verlos en ese plan, a Julián, que fue uno de mis mejores amigos, morreándose con Alicia, que fue mi novia y la chica con la pasé por año y medio grandes momentos. Pero no me siento mal porque esté enamorado de ella, sino por la traición. El ego.
Pero que se vayan a la mierda sin boleto de retorno.
—Esta paleta está grande, rubita hermosa —le dice Julián—. Te llenará muy bien.
Alicia es una chica rubita (siempre me han gustado las rubias, siguiendo los patrones de mamá), pequeñita, poco culo, pechos medianos, bonita de cara pero con una boquita mamadora que hace maravillas en el falo aunque de momento nadie gana a Elvira: ella es una puta ama para mamar penes. Habrá que ver cómo la chupa mamá.
—Hola, Tito —me dice la paletera cuando me toca ser atendido—, ¿qué vas a querer hoy?
Como soy su cliente frecuente ya sabe mi nombre. Me da pena confesar que, sin embargo, yo no me he aprendido el suyo. Sólo la identifico como la muchacha gordita con boca de cartera.
—Una paleta de tamarindo para llevar, por favor.
—¿La quieres en bolsa, Tito?
—Solo ábrela poquito de arriba para que le pongas chamoy —le digo.
El chamoy es una salsa líquida con sabor saladito, ácido y dulce a la vez muy famosa en el norte. No es tan picosa, y sabe muy rica.
—¿La quieres muy abierta? —me pregunta la inocente refiriéndose a la bolsa de la paleta.
—No —le digo—, no me gustan tan abiertas, porque están guangas y ya no aprietan. Luego parecen túneles ferrocarrileros o la boca del payaso pennywise en la escena de la película “It” donde abre la boca de manera gigantesca.
Alicia respinga cuando capta la indirecta. Julián aplasta la boca y frunce el ceño, encanijado. Mi comentario a la bolsa de la paleta no tiene sentido pero me ha parecido bien hacerle pasar un mal rato a esos dos. La muchacha gordita con boca de cartera me observa con las cejas levantadas y me indica que no entiende.
—Mejor dámela así —le digo, para evitar explicarle nada más—, con la bolsa cerrada, en mi casa le pongo chamoy.
Salgo de la tienda, me como la paleta, y al rato, frustrado, dolido, decepcionado, vuelvo a casa, me doy una ducha y me tumbo a dormir.
***
—¡No quiero! —grito como a eso de las nueve de la noche cuando mamá me manda llamar para la cena.
Por las dudas corro a la puerta y la aseguro por dentro. Ella intenta abrir pero no puede.
—¡Hijo, por favor!
—¡No tengo hambre!
Sus gritos me han despertado.
Al parecer dormí toda la puta tarde y ni cuenta me he dado de a qué hora llegó de con su maldito amante de mierda.
—Tito, ¿podrías dejar de tratarme así? Yo no te he hecho nada.
—¡No, claro que no, porque tú eres una santa que nunca hace nada, ¿no Sugey?!
—¡Por Dios, Ernesto! ¿También me llamarás Sugey, como tu hermana?
No le respondo.
—Pues que sepas que no voy a tolerarte ningún berrinche más. Merezco consideración de tu parte ya que yo no te he hecho nada. ¿O acaso a ti te gustaría que yo te faltara al respeto?
—¿Más faltas de respeto, mamá? No creo que puedas ofenderme más.
—¿Pero qué dices, mi amor? ¿Qué es lo que te he hecho yo? Ábreme la puerta, por favor, tenemos qué hablar.
—Déjame dormir, que mañana tengo que madrugar para la facultad.
—¡Pero Tito!
—Vete.
Escucho un gemido del otro lado de la puerta. No sé si es de lamento o de enfado. Noto que sigue en la puerta, recargada, hasta que me dice:
—Está bien, me voy, pero quiero que sepas, mi bebé hermoso, que tú eres lo más importante que tengo en la vida. Te amo como no tienes una idea, mi niño, y me duele mucho esta hostilidad que tienes hacia mí. Te dejo dormir, amor, pero mañana sí o sí tendremos que hablar.
Y se va. Yo no le he respondido nada.
—Mentirosa —susurro cuando se marcha.
Me dirijo al escritorio que tengo en el rincón del cuarto y enciendo mi ordenador con el único propósito de crearme una cuenta falsa con la cual contactar a “Sugey 69.”
Primero entro a mi face personal, donde encuentro que Lucy ha subido al facebook que le hizo a papá (el pobre no sabe ni cómo se da un me gusta a una publicación) una foto donde él aparece con el Gato Borja, el hijo de su ídolo el Pantera Borja.
Al parecer papá, como amante del fútbol, ha llevado a Lucy a algunos partidos donde el Gato juega.
Me sorprende que el tipo sea joven, quizá tres o cuatro años mayor que yo, tostado de piel, apuesto, alto, fornido, atlético, ojos de gato como su alias (verdes o azules) y un tanto peludo, tal y como le gustan a mamá, según recuerdo lo que le dijo a Elvira en aquella conversación.
Y hago clic.
¡Eso es!
Busco las redes sociales del Gato Borja y me descargo un par de fotos para hacerme un facebook con ellas.
Tampoco es como si mi madre sea muy lista para esto de la tecnología y descubra de inmediato que soy un usurpador. Incluso dudo que ella conozca físicamente al Gato Borja, y mucho menos que sea el hijo del ídolo de mi padre.
Tengo entendido que el verdadero nombre del Gato Borja es Anthony, aunque pocos lo conozcan así, por lo que ideo llamarme en mi nuevo perfil de la siguiente manera:
Anton Jorba.
El apellido es Borja al revés, bueno, al menos las sílabas.Muy estúpido, lo sé, pero no tengo mucho tiempo para ponerme más ingenioso.
Encima, el morbo me ha estado comiendo la cabeza.
¿Mamá es tan puta como Elvira insinúa cada vez que se da la ocasión? De momento yo sólo he podido constatar que tiene una forma bastante… rarita de comportarse conmigo.
Me habla de moral, de rectitud, pero ya me ha masturbado y me ha permitido que le agarre y le chupe las tetas porque según ella “eso no es tan malo, porque de bebé también le mamé las tetas.”
Mi conflicto es que no sé qué voy hacer si descubro que Sugey 69 es mamá, y que a través de ese perfil alternativo de Face ha estado puteando con otros hombres.
Sin embargo, de sólo imaginarme que a través de otra identidad puedo seducirla, ganarme su confianza, de tal forma que me cuente sus fantasías (en las que probablemente podría estar la de follarse a su propio hijo), enamorarla, ¿y por qué no?, concertar una cita, cuando la relación entre mi perfil falso (Anton Jorba) y ella esté más afianzada: quedar en un motel de paso, hacerla vestir como una puta. Que ella me espere en esa habitación, pensando que soy otra persona, y que cuando llegue yo… ella simplemente tenga que tragar con lo que se viene.
¿Qué pasaría si lograra mi cometido? ¿Qué explicaciones me daría ella al descubrir que el tal Anton Jorba soy yo, su hijo?
¿Yo me atrevería a chantajearla para follarla, aprovechándome de todos los secretos que descubra a través de “Sugey 69”?
¡Joder!
Debo admitir que me pone caliente saber que mi madre sea una bomba sexual. Una mujer ansiosa de verga. Que le gusta beber esperma. Que ama ser follada de una y mil maneras. Me da morbo imaginarla de forma tan sexual. Tan caliente. Sin ética y sin moral.
Y es que si Elvira tiene razón, me será más fácil corromperla. ¿A caso hay algo más morboso que el hijo sea quien corrompa sexualmente a su propia madre?
Aunque, ¿qué podría corromper ya si al final resultara que ella ya está corrompida?
Eso sí. Yo no querría que ella fuese de nadie más, solo mía. Porque joder, que es mi madre, y la amo.
De momento, acabo de terminar de hacer mi perfil, y ahora me dispongo a buscarla a ella. Lo primero es bloquear la cuenta real del Gato Borja, para que un día mientras navega por redes no descubra que hay otro con sus fotos.
Encuentro el supuesto perfil falso de mamá entre 12 sugerencias de amistad. La identifico porque la foto de perfil es la misma que me enseñó Elvira en su momento; se le ve el pelo rubio y dos gordas tetas sonrosadas que permanecen ocultas debajo de un minúsculo sostén con transparencias.
¡Pffff!
Entro al perfil y le mando invitación.
—Muy bien, Sugey 69, llegó la hora de descubrir qué tan puta eres.
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CONTINÚA
Más capítulos de esta serie y de otros relatos ya se encuentran disponibles en mi nueva cuenta de Patreon
Llevo diez minutos esperando a Elvira, echado en la misma cama donde ella duerme y coge con su marido Roberto por las noches.
Y me encuentro nervioso, sobre todo porque me ha dicho que se iría al baño a “disfrazarse de mi madre”
¡Joder!
La verdad es que no sé cómo procesar todo esto que está ocurriendo y que ha puesto patas arriba mi vida de un momento a otro. Un día era un chico común y corriente cursando la carrera de arquitectura, y de pronto me encuentro deseando sexualmente a mi madre, que día a día se me descubre como una zorra encubierta, y por si fuera poco, de buenas a primeras he pasado de ser el vecino soso del barrio al amante de la impresionante madre jamona de mi mejor amigo Gerónimo, cuyas mamas apenas le caben en sus blusitas y cuya cola se desborda en sus falditas.
¿WTF?
Me apena tener que hacerle esto a su esposo, ¡y a mi mejor amigo!, que encima los dos se han portado muy bien conmigo.
Pero sólo poseo fuerza de voluntad y cordura mientras estoy a solas, porque justo ahora que Elvira sale del baño vistiendo un juego de lencería negra que no logra contener sus abundantes tetas, piernas y culo, mi mente se vuelve paja y sólo consigo pensar con mi miembro.
—Jo---der--- El---viraaa.
Me sorprende su larga cabellera rubia a través de la peluca que se compró. Sin duda su intención de parecerse a mi madre ha sido verdadera. Sus gordos labios los tiene pintado con un rojo mate muy intenso.
Puedo oler ese aroma a hembra en celo que me conecta a ella como si fuésemos imanes.
Es inevitable no sentir sucios deseos por una madurita como Elvira, que a pesar de que tiene más de cuarenta y muchos años se sigue conservando sumamente bien. Además, no sólo son sus formas carnosas, las bubis que le cuelgan en el pecho ni las nalgas que le rebotan por detrás al caminar, sino su predisposición para la putería.
—¿Te gusta mi atuendo de Sugey en versión puta, cielito?
El sostén no tiene copas. En realidad sólo son un par de círculos negros que ahorcan sus dos obesas mamas desnudas desde la base, suspendiéndolas en el pecho.
—¡Estás riquísima, Elvira!
Me parece que ella disfruta excitando a un adolescente como yo. Como si gozara deleitándose con ponerme duro ante sus incitantes contoneos arriba de esos tacos tan altos y de plataformas transparentes que la hacen lucir como una autentica teibolera.
—Sácate la polla y los huevitos, cielito —me ordena ella, trepándose a la cama y gateando lentamente hasta mí—. Y ábrete las piernas, para poder acomodarme en medio de ellas.
Es un espectáculo dantesco ver sus enormes pezones apuntándome. Son más oscuros que los de mi madre, porque Elvira es más morena, aun así son fascinantes, y sin tocarlos adivino que están tan duros como unas piedras.
—¿Qué tienen las maduras que son tan tetonas, Elvira?
Le pregunto mientras sigue gateando hacia donde ya mi falo permanece erecto en mi mano derecha.
—Están almacenados de la leche que no mamaron nuestros hijos —responde, sacando la lengua como una gata que tuviese sed.
—¿Puedo mamarlos yo?
—Eso es lo que estoy esperando, cielito, pero primero déjame comerte la boca.
Cuando por fin se posiciona en medio de mis piernas, se sienta sobre sus pantorrillas, me agarra con fuerza de la polla y hunde su brava lengua dentro de mi boca, mientras sus globos me rozan el mentón.
“¡Muackkggghh!”
Mi miembro se endurece casi al instante, y la presión que ella ejerce en mi glande con sus dedos me vuelve loco de placer.
—¡Hoooohhh!
Mientras tanto, nuestras lenguas batallan, se golpetean, nos llenamos de humedad y de alguna manera nos chapoteamos. Estiro mis manos e intento rodear su torso, hasta llegar a sus grandotas nalgas, que tiemblan a mi tacto.
—Estrújamelas, nene, estrújamelas.
Entierro mis dedos en sus dos enormidades, y éstos se hunden entre sus carnes.
Elvira gime, jadea “Haaaah” “Haaaa…h”
Al abrir mis ojos quedo cuadrado; se ha puesto lentillas azules que me impactan de verdad. No me había dado cuenta de ello. Elvira tiene una mirada más golfa que la de mi madre, pero es precisamente lo que adoro de mi progenitora, que sea tan dulce en su mirar, pero tan caliente y perversa a la hora de intimar, o al menos de acuerdo a las pequeñas experiencias que hemos tenido.
—Chúpamela —le pido, cuando me quedo si aire luego de las lengüetadas que nos hemos dado.
Elvira se aparta. Se limpia los labios de la humedad que le queda, me sonríe cual golfa y se posiciona entre mis piernas de manera que su boca queda a la altura de mi falo.
—Quiero que dures, cabroncito, porque me gusta mamar pollas repletas de leche.
Trago saliva. Suspiro hondo y veo cómo ella, mirándome con fascinación, abre la boca, saca su lengua mojada y empieza a darme unas chupadas en el glande.
—¡Jodeeer! —exclamo con un salto.
Elvira sonríe. Ama volverme loco.
Sostiene mi pene con una de sus manos y lo vuelve apretar, ella escupe sobre él y luego se lo mete a la boca, y su calor me estremece y me escalofría desde la zona pélvica hasta mi cabeza.
—¡Hooooh! ¡Elviraaaa!
Las chupadas son como succiones continuas, a veces rápidas y a veces lentas. Ella usa la lengua para golpetear mi glande y luego la saca toda de la boca para deslizarla por todo el tallo de mi pene.
—Dime que soy tu mami, cielito.
—¡Eres mi mami!
Elvira sonríe. Vuelve a sacar la lengua y me la vuelve a lamer. Se echa para atrás, escupe sobre la punta, se acerca y usa sus labios para esparcir la saliva hasta la base.
—¡Jodeeer!
—¿Te gusta cómo mami te come la polla, mi amor?
—Sí… me gusta…
—¿Quieres que mami siga comiéndotela?
—¡Deja de hablar y chupaaaa! ¡Haaah!
Esta vez, luego del nuevo escupitajo, Elvira me muestra su capacidad para hacer una garganta profunda. Siento la punta de mi glande hundiéndose entre su garganta, y ella usando la lengua para golpear el tallo, al tiempo que la humedad de su boca se vuelve babaza y me la moja toda, mientras succiona fuerte y vuelve a lamer.
—¡Jodeeer! ¡Jodeer! ¡Mierdaaaa!
Tengo que levantar su cabeza para no correrme tan pronto. Esa mujer es muy buena haciendo orales, y no quiero que esto termine ya ni quedar en vergüenza como la última vez.
—¿En serio ibas a correrte ya? —se burla de mí, limpiándose la babaza de sus comisuras—. Sentí el sabor de tus pre seminales.
—Joder… es que… eres muy intensa.
—Bueno, ahora sigues tú.
—¿Eh?
—Cómeme el coño, ¿quieres?
—Oh, sí, sí quiero —respondo hambreado.
Me pongo de rodillas mientras Elvira se coloca donde yo estaba, apoyándose en la espalda con dos almohadones.
Es mirarla de nuevo y verla con las piernas abiertas, con sus gordos labios vaginales depilados, expuestos, goteando.
—Estás babeando mucho de ahí abajo —le dijo sonriendo, satisfecho—. Eres una mamá muy caliente.
—Y muy puta —me recuerda, apuntándome con sus largas uñas sus genitales—. Vamos, hijito mío, cómeme el coño.
No soy un experto en los orales, salvo por lo que he visto en las pelis porno. En realidad ninguna de mis novias era lo suficientemente liberal para permitirme hacerle algo así, salvo dos veces que lo intenté con Alicia, mi última adúltera novia, quien apenas si se dejaba abrir las piernas para mi boca.
Así que hago el intento. Al posarme en medio de sus muslos lo primero que hago es aspirar su aroma a jamona cachonda, que me vuelve loco, y después saco la lengua.
Ella solita se aparta los labios vaginales para que mi lengua ingrese, y comienzo a saborearla, sintiendo su caliente humedad empapándome la lengua, labios y comisuras.
—Golpea mi clítoris con la lengua… nene, méteme un dedo… ¡Haaaah!¡Que boquita neneee!
Me incorporo e identifico el capuchón que cubre su clítoris erecto. Lo separo con mis dedos y presiono mi lengua varias veces hasta que Elvira afloja las piernas y se estremece.
—¡Qué bien lo haces cabroncitoooo!
—¿Sí? —me ernorgullezco de mí mismo.
—¡Otra vez… otra vez…! ¡Uy que me estoy chorreando, nene!
Con mi lengua doy chupadas más certeras desde su abertura vaginal hasta su clítoris, y vuelve a temblar.
—¡Así, cielito, así! ¡Haz correr a tu mami! ¡Haz correr a la golfa de tu mami!
Esta vez absorbo su clítoris como si fuese un pezón. Siento la humedad que escapa de su orificio que calienta mi boca y mi mentón, y ella gritando:
“Hooooh siiiii”
Sus muslos tiemblan entre mi cabeza, que la aprieta cuando vibra, y yo aprovecho su humedad para chapoteo sus aguas calientes con mi lengua.
—¡Mete dos dedos sobre mi chocho, cielito, con las yemas hacia arriba!
Introduzco mis dedos índice y medio mirando hacia arriba.
—Ahora palpa la pelvis con tu mano libre, como si quisieras que tu mano y los dedos que están dentro de mi vagina se tocaran… muy bien… y ahora sí… remueve dentro… y verás cómo… ¡aaaaahhhh! Síiiiiii ¡Bieeeeeeeeeeen!
No me puedo creer que mi ejecución surta efecto y Elvira enloquezca a espasmos, vertiendo fluidos desde su útero.
—¿Ha sido un orgasmo?
—¡Por eso prefiero a los de tu edad, neneee! —dice agitada—, son muy obedientes ante mis indicaciones para haberme bramar como lo has hecho.
Sonrío, me incorporo y saco mis dedos, que están mojadísimos y calientes.
—Cómetelos —me ordena relamiéndose los labios—, cométete los dedos y dime a qué saben los fluidos de mami.
Me los llevo al paladar. Los saboreo. Los relamo. Los aspiro.
—Saben a puta —le digo sonriendo.
Y ella se incorpora, se pone de rodillas, me empuja al cabezal y sostiene de nuevo mi miembro con una de sus manos, besándome con ganas.
—Vas aprendiendo, bebé.
Estiro mis pies, separo mis piernas y ella se acomoda mejor.
—¿Quieres una cubana? —me pregunta.
—Yo las conozco como rusas —le digo.
—Como sea, cielito, la cosa es poner tu polla entre mis tetas y masturbarte con ellas mientras tu glande choca con mi lengua.
—Ufff, Elvira, ¿lo harás?
Me responde dejando caer sus dos pesadas pelotas entre mi polla. Suspiro hondo y no puedo evitar estrujar cada una con mis manos, terminando mis caricias sobre sus pezoncitos.
—¿Te gustan? —me pregunta, y siendo cómo aplasta mi falo entre sus pechos.
—Joder, Elvira, son muy grandes.
—¿Sólo grandes?
—Y duras…
—¿Duras?
—Y suaves.
—¿Duras o suaves?
—Las dos cosas.
—¿Qué más?
—Pesadas… y los pezones muy grandes y duritos. ¿Puedo chupártelas?
—¿Las tetas? Vamos, cariño, son tuyas. Atáscate.
Y lo hago. Elvira suelta mi polla y se sienta sobre mis piernas, aplastando mi pene que rozan los contornos de su vulva. Ella misma agarra con sus manos sus dos mamas gigantescas y me aplasta la cara.
—¡Cómetelas, cielito… cómetelas!
Y yo con la lengua de fuera, lamiendo sus gordas carnes. Sus pezones hundiéndose en mis mejillas, frente, labios, boca, restregándomelos.
—¡Qué bien lo haces, cielitoooo!
Pasados unos minutos me las quita de la cara, se vuelve a echar entre mis piernas y vuelve a comprimir mi polla con sus tetas. No sé si mi pene es demasiado pequeño o sus bubis demasiado gigantes, aunque creo que es lo segundo.
Y en esa posición comienza a masturbarme. Cada vez que mi glande llega a la altura de su boca, con su lengua me los relame, luego aplasta con más presión mi sexo y lo sigue masturbando. Sus dos pechos están muy mojados por su propia saliva, y mi tallo parece nadar entre las viscosidades.
—¡Me corro…!
—¿Tan pronto?
—¡Jodeeer!
Cuando mi falo empieza a palpitar sobre sus montes, Elvira las descomprime, lo libera y se lo mete en la boca justo cuando rompo en una densa eyaculación.
—¡Hooooh Haaaaah¡!
Elvira sigue succionando, cosquillándome los testículos con la punta de sus uñas.
—¡Joder, Elvira! —digo cuando consigo liberarme de ella, echándome aún lado—. ¡Eres impresionanteee!
—Y tú muy precoz.
—¿Eh? ¡NO! ¡De hecho tú tienes la culpa por ser tan…!
—¿Tan puta?
—Pues sí.
Elvira ríe y noto que su boca está vacía.
—¿Te tragaste mis mecos?
—Colágeno puro, bebé.
—¡Mierda!
Me excito. Que una madura me haga una felación ya es de ensueño, pero que encima se coma mi eyaculación eso ya es para romperla toda.
Elvira se levanta, veo su culo hondearse mientras se acerca la al tocar para quitarse la peluca rubia, volviendo a parecer una tranzada cabellera roja atada en su nuca.
—¿Vamos a coger? —le pregunto, cuando me recupero.
—¿Quién?
—Tú y yo, quiero metértela, Elvira, quiero follarte.
Ella me mira a través del espejo y se sorprende de que ya la tenga dura de nuevo.
—Bendita juventud, bebé.
—¿Entonces? ¿Me dejas penetrarte? Tú misma sacaste los condones.
Sonríe de nuevo y me responde.
—Hoy no, ya no.
—¿Por qué? ¿Hice algo mal?
—¿Además de correrte tan pronto?
La cara se me pone caliente e intento defenderme:
—Duré más que la otra vez.
—Eso sí —coincide, quitándose los tacones.
—Y te saqué un orgasmo. Hasta se te torcieron los ojos —le recuerdo—. No pude estar tan mal.
—No estuviste mal, tontito, de hecho me encantas. Me causas ternura y me da placer pervertirte.
—Perviérteme más, entonces, dejándome penetrarte. ¿Por qué te quitas el disfraz de mamá? Me ha dado mucho morbo pensar que de verdad eras ella.
—¿Tan puta?
Guardo silencio. Me limpio las piernas de los restos de mi semen con unas toallas que hay en el buró.
—¿De veras mamá es tan puta?
—Tú no lo crees.
—Pues no.
—Allá tú.
Resignado a que no habrá más acción, me levanto y me visto.
—¿Puedo volver?
—Claro que puedes, cielito.
—¿Mañana?
—Vaya si estás ansioso.
—Quiero follarte.
—En ese caso, yo te aviso.
Suspiro.
—Gracias por este rato, Elvira, me la he pasado increíble.
Elvira se levanta, y vuelve a venir hasta mí para besarme cuando ya me estoy yendo. Me prendo de sus nalgas y siento que mi verga se me pone tiesa otra vez.
—Quieto, bonito —se carcajea—, quedamos que ya no más, y siento que tu amiguito me palpó el vientre.
Le sonrío, le doy un beso más de lengüita y me despido.
—Hasta mañana, pero vendré en la tarde, porque hoy ya falté a la facultad.
—Adiós, hijito.
—Adiós, mami.
Bajo las escaleras, miro un cuadro donde aparece Elvira con mi amigo y su esposo, suspiro hondo y salgo satisfecho de la casa de aquél mujerón.
***
Las cosas con mamá siguen tensas. Yo continúo ignorándola y a la espera de que se disculpe conmigo por su última actuación. Sugey me tiene muy confundido. Un día hace una cosa y al rato ya se le olvidó o se hace la virgen mártir que no rompe un plato.
Le he comido las tetas, mamá misma me ha masturbado, ¿y ahora se hace la digna y la arrepentida?
¡Ja!
Conmigo no va a estar jugando.
Por eso, esta tarde tengo la firme intención de perseguirla. Ella dice que irá nuevamente a una reunión parroquial, que disque a tomar el té con el padre Antonio en su casa, que está anexada en el mismo templo, pero yo no le creo nada.
Toda la mañana me la pasé fuera de casa, haciéndome pendejo realmente. Mi intención es que mamá no sospeche que la seguiré.
A las cinco menos quince de la tarde veo salir a mamá de casa. Su rubia cabellera está trenzada como cuando quiere mostrarse virginal y abnegada. Tiene puesta una blusa azul marino que se ciñe a su torso, aunque no logro ver si se le marcan mucho las tetas.
Lo que sí se le marcan son las nalgas, que lucen respingadas en esa falda negra de tubo que le llega más arriba de las caderas y que le perfila su hermoso contorno.
Ella avanza andando y yo comienzo a seguirla. Necesito saber si en verdad irá a la parroquia, que está como a diez minutos a pie de mi casa.
Me paso a la calle de enfrente y me voy muy adelante para visualizar mejor su trayecto.
Llego a la esquina de la cuadra y me meto a un OXXO que está situado allí para evitar que me vea y así darle tiempo a que se encamine más. Aprovecho mi visita a una de estas famosas tiendas de conveniencia y compro una bolsa de takis (frituras de empaque morado, pequeñas, con forma de taco, bañadas con chile y limón).
Necesito algo picoso que me haga concentrarme en el picor de la boca cuando me las coma y bajarle dos rayitas de intensidad a la persecución que pretendo iniciar con mi progenitora.
Dos mujeres están en la puerta del OXXO que chismorrean y me impiden el acceso. Yo quiero salir pronto antes de que se escape mi madre. Pero las mujeres parecen muy entretenidas bloqueando el acceso.
—Señoras —les digo desesperado—, ¿alguna vez las han empujado contra los cristales un viernes por la tarde?
—No, muchacho, ¿por qué lo dices? —pregunta una de las mujeres.
—¡PORQUE ME ESTÁN ESTORBANDO!
—¡Majadero! —brama una de ellas, pero luego se quitan de inmediato.
Cuando vuelvo a salir diviso que mamá ya va dos cuadras por delante. Y la sigo, asegurándome de tener unos buenos metros de distancia. No sabría cómo explicarle si me descubre siguiéndola cuando los dos sabemos que yo debería estar en la universidad.
Por fortuna la acera es ancha y hay gente yendo y viniendo entre quienes me puedo camuflar. Mamá de vez en cuando ha mirado hacia atrás, cautelosa, y sus sospechosas hojeadas hacia todos lados me ponen en alerta. ¿Y si en lugar de irse a la parroquia de pronto dobla una calle y se va a otro lado? ¿Y si ha quedado de verse con Nacho en algún sitio, y si de pronto llega un auto y se la lleva?
El corazón me martilla.
Mi madre no puede ser una cualquiera. ¡No puede ser una adúltera! Yo no lo soportaría.
Me escondo entre los árboles y los jardines que de pronto aparecen por el trayecto. Pero a medida que pasan las cuadras concluyo que todo parece indicar que sí se dirige a la iglesia.
Aparecen las cúpulas de la parroquia de la Virgen de la Medalla Milagrosa. El imponente templo de dos torres está en medio de un jardín arbolado donde hay bancas, pequeños jardincitos repleto de flores, vendedores ambulantes, una fuente en el centro que tira chorros de agua, y al lado del templo un edificio de dos pisos al que llaman “Casa de Pastoral”, lugar donde se llevan a cabo las reuniones mensuales, en que se congregan los diferentes grupos pastorales de los barrios que componen la parroquia.
Las asambleas semanales de esos grupos son por barrios, y cada semana se turnan las casas de los integrantes donde se efectuará la reunión: incluso algunas veces ya han venido a la nuestra cuando a mamá le ha tocado presidir la reunión.
Ahí en la esquina mamá se detiene. Mira el reloj y no atraviesa la calle para dirigirse al salón. Ya son las cinco de la tarde. Me preocupa que no cruce. Y mi angustia se concretiza cuando advierto que, incluso, las puertas de la Casa Pastoral están cerradas.
¡Joder mamá!
El colmo de mi terror llega a su límite cuando mis peores miedos se materializan. Un auto blanco se detiene en la esquina, donde mamá espera. Un hombre alto, barbado, de buen ver baja del coche, saluda a mi madre con dos besos en las mejillas. Le indica que rodee el vehículo, le abre la puerta y ella se sube.
Mi corazón remece. Mi sangre se seca en mis venas. Estoy asustado. Más bien rabioso, ¿qué mierdas está pasando? ¿Por qué se ha subido al auto? ¿Por qué no han abierto el salón? ¿A dónde mierdas se la lleva el tal Nacho?
La última vez que me sentí celoso, traicionado, y que mi pecho me ahogaba, fue cuando descubrí a Alicia, mi ex novia, y a Julián, mi ex mejor amigo, besándose en la fiesta de una amiga en común que tenemos. En esa ocasión yo me sentía muy enfermo, e informé en el grupo de whats de amigos que no me presentaría.
Todos dijeron “Okey”, hasta que Iván, mejor conocido como el Cara de Pan, por lo redondo de su cabeza, me dijo algo como “Tito, yo ya no puedo con esto, creo que se están pasando de la raya. Te están viendo la cara de menso. Vente a la fiesta. Alicia y Julián se están dando una buena morreada delante de todos. Se están burlando de ti.”
Esa noche tenía más mocos que cerebro, y así, todo congestionado, sin decir nada a nadie salí de casa y me presenté a la fiesta.
No hubo falta buscarlos en ningún escondrijo. Todo era un descaro total. Alicia y Julián estaban en el centro de la pista, agasajándose indecentemente, con las lenguas de fuera, comiéndose las bocas, las manos de Julián masajeando sus nalgas y ella restregándose cual puta con mi amigo.
Alguien les advirtió de mi presencia y se separaron. A Alicia se le fueron los colores cuando me vio. Parecía una máscara de yeso sin pintar. Miró hacia otro lado y le vi gesticular un “mierda, ya nos cachó”, mientras que Julián me sonreía con descarado, lanzándome una mirada y un “pues ya qué, Tito, ni hablar.”
Lo que más me dolió fue que todos mis amigos lo sabían. Como digo, yo había estado enfermo por casi dos semanas. Pero es obvio que llevaban tiempo. Nadie me dijo nada, hasta ese día, Cara de Pan me lo informó porque estaba borracho. En sus cinco sentidos me lo habría seguido ocultando.
Me sentí traicionado y me dieron muchas ganas de llorar.
Todos mis amigos miraron para otro lado y yo no me podía creer tanta hipocresía. Tanto descaro. Tantas mentiras. Alicia fue obligada por Julián a venir hasta mí y hacerme frente de una vez: “ya, Alicia, ni modo, ya nos cachó, mejor zanjarlo todo. Creo que hasta es mejor así. Esto de andarnos escondiendo ya me estaba cansando.”
Alicia evitaba mirarme cuando se puso frente a mí. Julián sonrió de nuevo y me dijo “mira, Tito, diga lo que te diga, para ti no va valer, así que como son las cosas, tu novia y yo ya somos pareja, y solo me resta decirte que lo siento, pero a veces se gana, y a veces se pierde, y a ti te tocó perder, bro.”
¿Bro? ¿Me había dicho “bro” el cabrón traidor?
“Ya, Julián” le dijo Alicia, avergonzada, “ya no hagas más leña del árbol caído.”
Yo me reí de los dos, y les dije “de perder nada, pues gané yo, al ver a tiempo la clase de mierda que tenía en mi vida. Y de perder, ¿pues qué perdí?, sólo a una puta que simuló amarme y a un cabrón traidor que no vale ni un gramo de mierda.”
Quise contentarme con esas palabras, pero no pude. Mucho menos cuando Julián se burló de mí y le dio una nalgada a la que todavía era novia, en mi presencia.
Así que cuando pasó a mi lado un camarero que llevaba una bandeja con refrescos, se la quité, empujé la bandeja sobre Alicia y Julián y les tiré los refrescos encima. Julián se encabritó y me llamó “pardillo de mierda” “mal perdedor” y hasta “cornudo”. Y antes de que me diera el primer chingazo en la jeta, yo agarré vuelo con la bandeja y le di un bandejazo en la cabeza.
Se testereó, chocó contra Alicia y ella cayó al suelo. Julián, como todo un caballero, la dejó tirada y se impulsó contra mí. Fue una guerra de patadas que me propinada contra una lluvia de bandejazos.
Quedé sofocado de la panza por sus patadas. Si somos sinceros, nunca tuve muchas posibilidades de ganar, obvio: mi figura escueta vs su figura atlética a simple ojo de cubero me daba la de perder. Pero yo no me le dejé. El cabrón sus buenos bandejazos se ganó, por todo el lomo y por toda la cara. Para nada se fue limpio. Creo que hasta le rompí el labio inferior y le saqué la sangre, y cuando un contrincante sangra y el otro no, pues creo hay un vencedor.
Igual yo terminé en el suelo como costal de boxeo, y lo mismo Julián me habría dejado como chiquero de marrano, como mierda molida, de no ser porque alguien me lo quitó de encima.
Y a pesar de eso, de haber perdido a mis amigos, (excepto al hijo de Elvira, que por suerte no pertenece a ese grupito) la sensación de vacío, celos y rabia que siento ahora no se compara.
Mamá no es cualquier mujer que un día está conmigo y al otro no. Mamá no es una simple chiquilla de esas que vienen y van, que un día te seducen para que les hagas los deberes del bachiller, y al otro día se van con otro que tenga la cara más bonita. A mamá no la conozco de días. Mi madre es todo para mí; la mujer que me dio la vida, la mujer que más amo, que más deseo, que más me cuida y que también me quiere de verdad.
Y ahora me ha mentido, diciéndome que iría a la reunión parroquial, cuando la realidad es que se ha trepado al coche de un pedazo de mierda llamado Nacho que se la lleva a no sé dónde.
—¡Mamá! —grito cuando el auto da marcha y se va.
No creo que me haya oído, pero la gente de mi alrededor sí. Me miran como si yo fuese un idiota enloquecido que le habla al viento.
—¡Mierda, má! ¿A dónde te fuiste?
Siento un nudo en la garganta. Quiero llamarla por teléfono, exigirle explicaciones, pero… de hacerlo, ¿cómo voy a explicarle que la estaba siguiendo, sin que mi actitud tóxica resulte sospechosa?
Me resigno, enojado, y me pongo a dar dos vueltas por el jardín del templo parroquial. Me limpio dos lágrimas y corriendo me dirijo a la tienda de paletas de hielo, para bajar mi coraje y la enchilada que me puse tragándome los takis de fuego.
Y por si me hicieran falta más desgracias, en la tienda de paletas está Julián y Alicia. Mi ex amigo y mi ex novia. El corneador y la adúltera. Y ni siquiera es domingo para que se anden exhibiendo, pues los domingos los novios sacan a pasear a sus novias como si fuesen sus cachorritas.
Quisiera salirme, pero no quiero que Julián piense que le tengo miedo o que Alicia suponga que huyo porque me duele verlos juntos y crea que todavía la amo.
El beso de lengua que se dan delante de mí es para hacerme daño. O al menos creen que lo hacen. Incluso tienen el tiempo de hacer comentarios hirientes cuyo propósito es humillarme.
—¿Cómo quieres tu paleta, Alicia? —pregunta mi ex amigo en voz alta, mientras fingen mirar las heladeras—, ¿paleta grande o pequeña?
—Grande, amorcito —le dice ella, mordiéndose los labios.
—¿Grande como la mía? —le pregunta Julián, que obvio no se refiere al tamaño de la paleta.
—Sí —se ríe Alicia como estúpida con la indirecta que me echan—. Así grande como la tuya.
—Ya oyó a mi novia, señorita —le dice Julián a la paletera—, désela grande, que las pequeñitas no la llenan y luego por eso los dejan y los cambian por otras más grandes.
En ese rato Julián me observa y se burla de mí. La paletera no entiende y se lo hace saber.
A saber lo que le ha dicho Alicia del tamaño de mi pene, que para mí es de tamaño promedio. Y falta que me crezca más, pues dicen que se deja de desarrollar hasta los 21, por lo que me faltan tres años más.
Bufo, pero no hago caso. Me quieren lastimar. Pero no van a conseguirlo. Claro que me duele verlos en ese plan, a Julián, que fue uno de mis mejores amigos, morreándose con Alicia, que fue mi novia y la chica con la pasé por año y medio grandes momentos. Pero no me siento mal porque esté enamorado de ella, sino por la traición. El ego.
Pero que se vayan a la mierda sin boleto de retorno.
—Esta paleta está grande, rubita hermosa —le dice Julián—. Te llenará muy bien.
Alicia es una chica rubita (siempre me han gustado las rubias, siguiendo los patrones de mamá), pequeñita, poco culo, pechos medianos, bonita de cara pero con una boquita mamadora que hace maravillas en el falo aunque de momento nadie gana a Elvira: ella es una puta ama para mamar penes. Habrá que ver cómo la chupa mamá.
—Hola, Tito —me dice la paletera cuando me toca ser atendido—, ¿qué vas a querer hoy?
Como soy su cliente frecuente ya sabe mi nombre. Me da pena confesar que, sin embargo, yo no me he aprendido el suyo. Sólo la identifico como la muchacha gordita con boca de cartera.
—Una paleta de tamarindo para llevar, por favor.
—¿La quieres en bolsa, Tito?
—Solo ábrela poquito de arriba para que le pongas chamoy —le digo.
El chamoy es una salsa líquida con sabor saladito, ácido y dulce a la vez muy famosa en el norte. No es tan picosa, y sabe muy rica.
—¿La quieres muy abierta? —me pregunta la inocente refiriéndose a la bolsa de la paleta.
—No —le digo—, no me gustan tan abiertas, porque están guangas y ya no aprietan. Luego parecen túneles ferrocarrileros o la boca del payaso pennywise en la escena de la película “It” donde abre la boca de manera gigantesca.
Alicia respinga cuando capta la indirecta. Julián aplasta la boca y frunce el ceño, encanijado. Mi comentario a la bolsa de la paleta no tiene sentido pero me ha parecido bien hacerle pasar un mal rato a esos dos. La muchacha gordita con boca de cartera me observa con las cejas levantadas y me indica que no entiende.
—Mejor dámela así —le digo, para evitar explicarle nada más—, con la bolsa cerrada, en mi casa le pongo chamoy.
Salgo de la tienda, me como la paleta, y al rato, frustrado, dolido, decepcionado, vuelvo a casa, me doy una ducha y me tumbo a dormir.
***
—¡No quiero! —grito como a eso de las nueve de la noche cuando mamá me manda llamar para la cena.
Por las dudas corro a la puerta y la aseguro por dentro. Ella intenta abrir pero no puede.
—¡Hijo, por favor!
—¡No tengo hambre!
Sus gritos me han despertado.
Al parecer dormí toda la puta tarde y ni cuenta me he dado de a qué hora llegó de con su maldito amante de mierda.
—Tito, ¿podrías dejar de tratarme así? Yo no te he hecho nada.
—¡No, claro que no, porque tú eres una santa que nunca hace nada, ¿no Sugey?!
—¡Por Dios, Ernesto! ¿También me llamarás Sugey, como tu hermana?
No le respondo.
—Pues que sepas que no voy a tolerarte ningún berrinche más. Merezco consideración de tu parte ya que yo no te he hecho nada. ¿O acaso a ti te gustaría que yo te faltara al respeto?
—¿Más faltas de respeto, mamá? No creo que puedas ofenderme más.
—¿Pero qué dices, mi amor? ¿Qué es lo que te he hecho yo? Ábreme la puerta, por favor, tenemos qué hablar.
—Déjame dormir, que mañana tengo que madrugar para la facultad.
—¡Pero Tito!
—Vete.
Escucho un gemido del otro lado de la puerta. No sé si es de lamento o de enfado. Noto que sigue en la puerta, recargada, hasta que me dice:
—Está bien, me voy, pero quiero que sepas, mi bebé hermoso, que tú eres lo más importante que tengo en la vida. Te amo como no tienes una idea, mi niño, y me duele mucho esta hostilidad que tienes hacia mí. Te dejo dormir, amor, pero mañana sí o sí tendremos que hablar.
Y se va. Yo no le he respondido nada.
—Mentirosa —susurro cuando se marcha.
Me dirijo al escritorio que tengo en el rincón del cuarto y enciendo mi ordenador con el único propósito de crearme una cuenta falsa con la cual contactar a “Sugey 69.”
Primero entro a mi face personal, donde encuentro que Lucy ha subido al facebook que le hizo a papá (el pobre no sabe ni cómo se da un me gusta a una publicación) una foto donde él aparece con el Gato Borja, el hijo de su ídolo el Pantera Borja.
Al parecer papá, como amante del fútbol, ha llevado a Lucy a algunos partidos donde el Gato juega.
Me sorprende que el tipo sea joven, quizá tres o cuatro años mayor que yo, tostado de piel, apuesto, alto, fornido, atlético, ojos de gato como su alias (verdes o azules) y un tanto peludo, tal y como le gustan a mamá, según recuerdo lo que le dijo a Elvira en aquella conversación.
Y hago clic.
¡Eso es!
Busco las redes sociales del Gato Borja y me descargo un par de fotos para hacerme un facebook con ellas.
Tampoco es como si mi madre sea muy lista para esto de la tecnología y descubra de inmediato que soy un usurpador. Incluso dudo que ella conozca físicamente al Gato Borja, y mucho menos que sea el hijo del ídolo de mi padre.
Tengo entendido que el verdadero nombre del Gato Borja es Anthony, aunque pocos lo conozcan así, por lo que ideo llamarme en mi nuevo perfil de la siguiente manera:
Anton Jorba.
El apellido es Borja al revés, bueno, al menos las sílabas.Muy estúpido, lo sé, pero no tengo mucho tiempo para ponerme más ingenioso.
Encima, el morbo me ha estado comiendo la cabeza.
¿Mamá es tan puta como Elvira insinúa cada vez que se da la ocasión? De momento yo sólo he podido constatar que tiene una forma bastante… rarita de comportarse conmigo.
Me habla de moral, de rectitud, pero ya me ha masturbado y me ha permitido que le agarre y le chupe las tetas porque según ella “eso no es tan malo, porque de bebé también le mamé las tetas.”
Mi conflicto es que no sé qué voy hacer si descubro que Sugey 69 es mamá, y que a través de ese perfil alternativo de Face ha estado puteando con otros hombres.
Sin embargo, de sólo imaginarme que a través de otra identidad puedo seducirla, ganarme su confianza, de tal forma que me cuente sus fantasías (en las que probablemente podría estar la de follarse a su propio hijo), enamorarla, ¿y por qué no?, concertar una cita, cuando la relación entre mi perfil falso (Anton Jorba) y ella esté más afianzada: quedar en un motel de paso, hacerla vestir como una puta. Que ella me espere en esa habitación, pensando que soy otra persona, y que cuando llegue yo… ella simplemente tenga que tragar con lo que se viene.
¿Qué pasaría si lograra mi cometido? ¿Qué explicaciones me daría ella al descubrir que el tal Anton Jorba soy yo, su hijo?
¿Yo me atrevería a chantajearla para follarla, aprovechándome de todos los secretos que descubra a través de “Sugey 69”?
¡Joder!
Debo admitir que me pone caliente saber que mi madre sea una bomba sexual. Una mujer ansiosa de verga. Que le gusta beber esperma. Que ama ser follada de una y mil maneras. Me da morbo imaginarla de forma tan sexual. Tan caliente. Sin ética y sin moral.
Y es que si Elvira tiene razón, me será más fácil corromperla. ¿A caso hay algo más morboso que el hijo sea quien corrompa sexualmente a su propia madre?
Aunque, ¿qué podría corromper ya si al final resultara que ella ya está corrompida?
Eso sí. Yo no querría que ella fuese de nadie más, solo mía. Porque joder, que es mi madre, y la amo.
De momento, acabo de terminar de hacer mi perfil, y ahora me dispongo a buscarla a ella. Lo primero es bloquear la cuenta real del Gato Borja, para que un día mientras navega por redes no descubra que hay otro con sus fotos.
Encuentro el supuesto perfil falso de mamá entre 12 sugerencias de amistad. La identifico porque la foto de perfil es la misma que me enseñó Elvira en su momento; se le ve el pelo rubio y dos gordas tetas sonrosadas que permanecen ocultas debajo de un minúsculo sostén con transparencias.
¡Pffff!
Entro al perfil y le mando invitación.
—Muy bien, Sugey 69, llegó la hora de descubrir qué tan puta eres.
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CONTINÚA
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1 comentarios - Corrompiendo a mamá// cap. 9