Andrea a los 19 años no tenía demasiados problemas en la vida. Graduada del bachillerato con honores, había ingresado a la facultad a estudiar la carrera que quería y sin la necesidad de tener que trabajar, ya que sus padres la mantenían para que pueda enfocarse en sus estudios. Ella retribuía con excelentes calificaciones y un buen comportamiento.
Siempre fue una chica tranquila, nunca le causó ningún dolor de cabeza a quienes le dieron la vida. Como toda jovencita, de vez en cuando salía con sus amigas o tomaba un poco de alcohol, se fumaba un porro y a veces unos cuantos cigarrillos para alivianar el estrés de la carrera. También uno que otro chico con el cual no siempre llegaba a coger, ya que sus estándares siempre fueron altos.
En lo sexual siempre disfrutó de masturbarse, pero un poco de miedo le generaba ver penes tan grandes en las películas porno. En la vida real había tenido relaciones con 3 muchachos nada más, y lo más loco que había hecho fue en una fiesta durante unas vacaciones, cuando se la chupó a dos desconocidos a la vez. 5 pijas había visto en persona a lo largo de toda su vida y ninguna demasiado grande, tampoco pequeñas; lo que se dice "normales".
Ya hacía casi dos semanas que se la notaba un poco rara: ojerosa, con pocas energías y distraída. Algo andaba mal.
Su madre lo notó y le preguntó qué pasaba, ella con timidez le dijo que se trataba de unos suelos extraños que estaba teniendo y que no la dejaban descansar bien. Pero no quiso entrar a detalles.
Es así que a la señora se le ocurrió llevar a su hija a un terapeuta, a ver si podía ayudarla con esas pesadillas. Andy aceptó sin problemas, sabía que la solución podía estar ahí.
Llegaron a la casa del psicólogo, donde funcionaba su consultorio. Una casa muy grande y bonita, con estilo antiguo pero excelentemente cuidada. Los muebles relucían, el blanco de las paredes era impecable.
La mamá quedó en el pasillo y nuestra protagonista entró a la oficina del profesional. Se recostó en el diván y él con bolígrafo y papel en mano, comenzó a indagar.
Ella tenía miedo de abrirse, pero pasado un tiempo; finalmente develó qué veía en esos sueños: hombres negros, altos y fornidos; con enormes pijas largas y gruesas. Los soñaba todas las noches, le aterraban. Decía que tenía miedo de que esas enormes vergas la destrocen para siempre, creía que los tamaños tan grandes no eran para chicas tan pequeñas físicamente como ella. El terapeuta asentía y anotaba.
Finalmente el psicólogo le consultó a Andrea si estaba dispuesta a probar un tratamiento alternativo, de "shock". Ella sintió miedo, no entendía a qué se refería. Creía que lo de los sueños no estaba realmente ligado a algo sexual.
El terapeuta le dijo que al ser mayor de edad, ella debía autorizar el tratamiento sin necesidad de que su madre esté o no de acuerdo. Ella no entendió el por qué de la información que acababa de recibir, pero terminó aceptando.
Fue entonces que el hombre salió un rato al pasillo donde se encontraba la madre de Andy, le comentó que ella había accedido a un tratamiento alternativo y que tomaría un rato, la invitó a pasar a la sala donde le servirían un café y podría esperar más cómoda. Volvió a la oficina, donde la chica esperaba con ansiedad y temor.
"Hay situaciones que nos generan miedo, pero ese miedo debe ser enfrentado para poder superarlo", afirmó el psicólogo. Luego le pasó un antifaz a Andrea que le cobrió totalmente los ojos.
"Adelante", escuchó decir al doctor tras abrir la puerta y comenzó a escuchar pasos de pies descalsos en el suelo. No entendía nada.
Cuando le ordenaron que se retire el antifaz, lo que vio la aterró como nunca en la vida: 15 negros con vergas gigantes la rodeaban, mientras ella quedaba petrificada del asombro en el diván. No pudo reaccionar.
Se acercaron a ella con sus miembros gigantescos a puntandola, ella aún no tenía reacción. Quería llorar, fue lo primero que hizo. Uno de los negros hizo que lo empiece a pajear, otro repitió la acción con la mano que quedaba libre. Uno más le metió la pija en la boca, que había quedado abierta del asombro. Ella empezó a chupar y pajear esas enormes pijas con podía, mientras aún temblaba de miedo. Su pesadilla se hizo realidad.
El terapeuta seguía ahí, en su escritorio; diciéndole: "vamos, Andrea. Enfrentá tus miedos".
Andrea se sentía sucia, atemorizada; pero a la vez excitada como nunca. Le arrancaron la ropa y ella comenzó a chupar todas las vergas que podía, ya con más entusiasmo. Se sentía sofocada por tantos hombres calientes a su alrededor. No sabía qué hacer, era como si le estuviesen lloviendo pijas por todos lados.
Desnuda, arrodillada en el piso y con los negros turnandose para cogerle la garganta, mientras la que hasta hace un rato era una joven con miedo se convertía lentamente en una obediente puta sumisa. Uno, dos, tres, perdió la cuenta. Eran demasiados. Los ojos le lloraban, la garganta se sentía irritada, salivaba como nunca. Pero era solo el principio.
En un momento uno de esos hombres la agarró del pelo y la estiró hasta el escritorio del doctor, la recostó sobre el mismo y mientras ella miraba a su terapeuta, comenzaron uno por uno a reventarle la concha a pijazos.
Nalgadas, estirones de pelo, bofetadas, le agarraban las tetas, la ahorcaban; se estaban deleitando con el cuerpazo de la jovencita mientras ella sentía un dolor y un placer que no había sentido jamás. Las piernas le temblaban, los orgasmos eran cada vez más intensos y seguidos que llegó a hacer un squirt; sentía la vagina demasiado sensible.
La volvieron a llevar al diván mientras continuaban abusando de toda ella, mientras aprendía a gozar el dolor, a encontrar placer en la rabia de esos monstruos vergudos que la embestían con fuerza y la trataban como un simple objeto al servicio de su apetito sexual.
Era obvio que en algún momento se la iban a meter por el culo, ella lo intuyó pero nada la pudo preparar para sentir lo que parecía una piedra hecha de carne metiéndose con fuerza en ese ano que pasó de virgen a roto en un segundo. Sus gritos se ahogaban en la verga que otro negro se la metía hasta lo más profundo de la garganta.
La penetraban en los dos agujeros, mientras pajeaba una pija con cada mano y tenía otra más en la boca; así se iban turnando uno a uno los pijudos negros que la sometian. El sonido de los cuerpos chocando, la mezcla de sudor y fluidos en su cuerpo, en los de ellos, el diván y en el suelo; generaban un aroma inconfundible de sexo, que acompañaba al ambiente húmedo y pesado a causa de las temperaturas corporales. Ella sentía que estaba en una versión del paraíso solamente reservada para las que se atreven a ser lo suficientemente putas como para cogerse a semejante cantidad de hombres.
Llegado el momento, empezaron a eyacular. Algunos en su ano, otros en su concha, otros tantos en su boca —se lo tragaba todo sin pensarlo siquiera—, y en cualquier parte de su cuerpo. Terminó la sesión absolutamente cubierta de semen, sobre todo en la cara. Además de lo que le chorreaba de los orificios.
El doctor guió a los muchachos a la salida, ella se quedó tendida en el suelo sin poder reaccionar. Se quedó dormida del cansancio. La despertó el doctor, que le preguntaba como se sentía. Apenas pudo balbucear: "bien".
Le pidió a su anfitrión un cigarrillo, este se lo dio. Apenas pudo levantarse para recostarse de nuevo en el diván. Sucia, con el cabello despeinado, las lagrimas secas en el rostro mezcladas con la leche que le dejaron ahí, así como en todo el cuerpo. Se le pegaba el cuerpo al cuero del diván, temblaba mientras le contaba al especialista todo lo que había sentido.
Paraba un rato su relato para juntar con sus manos lo que quedaba de semen pegoteado a su cuerpo y lo lamía, se lo quería tragar todo. Algo había cambiado en ella.
Lo que comenzó como una fobia a las pijas grandes, se volvió una obsesión.
Cuando pudo vestirse y salir, su madre la vio y quedó asombrada. Parecía que la habían arrastrado y maltratado, se notaba a leguas. Preguntó sobre qué fue el tratamiento y por qué tardó tanto, ella apenas podía responder.
Volvieron a la casa, ella al día siguiente inventó algo que contarle a su madre y finalmente el problema se solucionó.
No, no dejó de soñar con penes gigantes; pero en vez de ser pesadillas, se convirtieron en sueños húmedos y pajas interminables.
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