Me había quedado en casa de un primo, pues la noche anterior habíamos celebrado el cumpleaños número dieciocho de Sofía, la hija de un hermano de él, quien desde hacía mucho se había ido, por lo que prácticamente quedó bajo el cuidado de Paco, el hermano menor. Por ello Sofi había crecido así, con una figura paterna que era más su hermano, o amigo, que un padre. Y es que aquí voy a hacer una crítica en este sentido: las generaciones actuales son muy diferentes a los que hace diez años pasamos por esa etapa, y no digamos las de la ciudad.
Ahora, sé que siempre es fácil criticar y juzgar sin ser parte del problema, pues yo no participé en su educación. La considero mi sobrina y ella me llama “tío”, pero, si bien somos parientes, en realidad no somos tan cercanos, digo, es la hija de un primo a quien no veo desde que yo aún era un chamaco. Y con este otro primo, pues no convivo todo el tiempo. Es decir nos vemos muy de vez en cuando, pues yo aún vivo en el pueblo de nuestros abuelos, mientras que Sofía y su tío en la ciudad. Y quizás por ello las diferencias “culturales”, por decirlo de una manera.
Diferencias culturales o de costumbre, pues esa madrugada no esperaba despertarme con eso ni mucho menos tan temprano y en esas circunstancias.
Oí voces y risas, lo que me despertó. Sintiendo que apenas si había dormido un poco, me levanté y vestí para salir al pasillo. Esforzándome para que mis ojos enfocaran me di cuenta de que Sofía estaba en el otro extremo del pasillo, en su cuarto, vistiendo un atuendo peculiar. Se veía como una colegiala.
Una colegiala muy sexosa, debo decir.
Con cierto vacilamiento me acerqué, aún no me sentía del todo despierto, hasta creí que estaba soñando. Pues para mí la escena era rara. Sofía posaba, teniendo una sábana como telón de fondo, y al ya estar cerca del cuarto vi que mi primo estaba allí. Él era quien la fotografiaba.
Me quedé un momento observando la escena. El primo tomándole fotos con su celular mientras que la sobrina posaba de forma extremadamente sugerente (y esto es decir poco). Era difícil de creer. En el pueblo eso se vería mal. Quizás sea porque soy de rancho, como dicen, pero, como que eso hasta para mí se me hacía chocante.
Cuando terminaron, la cabrona escuincla me miró toda coqueta mientras que su tío me explicó: “Es que le prometí a Sofía que, una vez cumplidos sus dieciocho, ya podría coger con su novio”
Seguramente yo me quedé con la cara de. «¡¿Qué...?!», porque la chamaca rió y trató de aclararme el asunto.
“Ay sí, o sea, Paco me hizo prometerle que hasta que no fuera mayor de edad no podría hacer el amor con mi novio. Y ahora, como yo cumplí él debe de cumplir. Y él prometió ayudarme, ¡¿verdad?!”, dijo en tono de niña chiqueada.
Así que Sofía recibiría en su propia casa al novio. Vestida en ese disfraz de fantasía se le iba a entregársele a su novio, y todo esto al visto bueno de su propio tío, su supuesta figura paterna, quien hasta le entregó toda una tira de preservativos para que su novio los usara en ella, háganme el favor.
De verdad que yo no entiendo a esta gente que vive en la ciudad, o a estas generaciones nuevas, no sé. Digo, no soy un viejo, pero... Qué es eso de que los supuestos adultos actúen como chamacos, siendo más amigos de sus hijos que sus padres. No sé, no entiendo.
Pero debo admitir sin embargo que, una vez la vi así, no perdí la oportunidad y le pedí tomarme una foto con ella “para el recuerdo”.
Y para colmo mi celular fallando justo en ese momento. ¡Carajo!, así que le pedí al primo que me la tomara.
Abracé a mi sobrina desde detrás, con mucho cariño.
“¡Ay tío!”, exclamó ella, y yo me reí sin dejar de apretujarla.
Es que no pude evitarlo, nada más sentirla se me erectó.
«Bueno, ya tiene dieciocho cumplidos», me dije, para calmar mi vieja moralidad de pueblo.
Ahora, sé que siempre es fácil criticar y juzgar sin ser parte del problema, pues yo no participé en su educación. La considero mi sobrina y ella me llama “tío”, pero, si bien somos parientes, en realidad no somos tan cercanos, digo, es la hija de un primo a quien no veo desde que yo aún era un chamaco. Y con este otro primo, pues no convivo todo el tiempo. Es decir nos vemos muy de vez en cuando, pues yo aún vivo en el pueblo de nuestros abuelos, mientras que Sofía y su tío en la ciudad. Y quizás por ello las diferencias “culturales”, por decirlo de una manera.
Diferencias culturales o de costumbre, pues esa madrugada no esperaba despertarme con eso ni mucho menos tan temprano y en esas circunstancias.
Oí voces y risas, lo que me despertó. Sintiendo que apenas si había dormido un poco, me levanté y vestí para salir al pasillo. Esforzándome para que mis ojos enfocaran me di cuenta de que Sofía estaba en el otro extremo del pasillo, en su cuarto, vistiendo un atuendo peculiar. Se veía como una colegiala.
Una colegiala muy sexosa, debo decir.
Con cierto vacilamiento me acerqué, aún no me sentía del todo despierto, hasta creí que estaba soñando. Pues para mí la escena era rara. Sofía posaba, teniendo una sábana como telón de fondo, y al ya estar cerca del cuarto vi que mi primo estaba allí. Él era quien la fotografiaba.
Me quedé un momento observando la escena. El primo tomándole fotos con su celular mientras que la sobrina posaba de forma extremadamente sugerente (y esto es decir poco). Era difícil de creer. En el pueblo eso se vería mal. Quizás sea porque soy de rancho, como dicen, pero, como que eso hasta para mí se me hacía chocante.
Cuando terminaron, la cabrona escuincla me miró toda coqueta mientras que su tío me explicó: “Es que le prometí a Sofía que, una vez cumplidos sus dieciocho, ya podría coger con su novio”
Seguramente yo me quedé con la cara de. «¡¿Qué...?!», porque la chamaca rió y trató de aclararme el asunto.
“Ay sí, o sea, Paco me hizo prometerle que hasta que no fuera mayor de edad no podría hacer el amor con mi novio. Y ahora, como yo cumplí él debe de cumplir. Y él prometió ayudarme, ¡¿verdad?!”, dijo en tono de niña chiqueada.
Así que Sofía recibiría en su propia casa al novio. Vestida en ese disfraz de fantasía se le iba a entregársele a su novio, y todo esto al visto bueno de su propio tío, su supuesta figura paterna, quien hasta le entregó toda una tira de preservativos para que su novio los usara en ella, háganme el favor.
De verdad que yo no entiendo a esta gente que vive en la ciudad, o a estas generaciones nuevas, no sé. Digo, no soy un viejo, pero... Qué es eso de que los supuestos adultos actúen como chamacos, siendo más amigos de sus hijos que sus padres. No sé, no entiendo.
Pero debo admitir sin embargo que, una vez la vi así, no perdí la oportunidad y le pedí tomarme una foto con ella “para el recuerdo”.
Y para colmo mi celular fallando justo en ese momento. ¡Carajo!, así que le pedí al primo que me la tomara.
Abracé a mi sobrina desde detrás, con mucho cariño.
“¡Ay tío!”, exclamó ella, y yo me reí sin dejar de apretujarla.
Es que no pude evitarlo, nada más sentirla se me erectó.
«Bueno, ya tiene dieciocho cumplidos», me dije, para calmar mi vieja moralidad de pueblo.
3 comentarios - La sobrinita