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Salí campeón en el FIFA y me lleve una corona especial...

Florencia tiene un cuerpo perfecto (al menos para mi gusto). Es nada más verla y tener una erección. Es increíble lo que me sucede con ella. Nunca jamás me pasó algo parecido con nadie. Ni remotamente parecido.
Pero a ella no le sucede lo mismo. Nos amamos más allá de lo físico, claro. Pero debo confesar que si yo no sintiese semejante atracción y, por ende, miedo de perder eso tan preciado, nunca la hubiera dejado tener un amante fijo.
El amante se llama Diego y si lo ves, no podés creer cómo a mi novia le puede gustar. No es atlético ni buen mozo, para mí tiene cara de nabo, pelo enmarañado y ondulado, y encima tampoco es brillante. Pero el hijo de puta se la garcha, mínimo, una vez por semana. Y las semanas que se la coge dos veces, puede pasar que se la coja más que yo, lo cual, obviamente, trae reclamos míos hacia Florencia y peleas en la pareja.
En fin, que desde hace dos años Diego se la coge todas las semanas, y yo terminé acostumbrándome y aceptándolo como algo normal.
Hasta que un día Flor vino con una idea surrealista: quería que yo vaya a lo de su amante, y que de alguna manera estuviera en la casa mientras ella se lo cogía en la habitación.
-Vos estás loca -le dije.
Pero ella ya había pensado todo. Diego tenía una PlayStation 3 y un montón de juegos. Su idea era ir uno de los días que estuviera alguno de sus sobrinos, que lo visitaban justamente para darle toda la noche a la Play y, mientras el sobrino y yo jugábamos, Diego y ella irían a la habitación, casi a escondidas.
Le dije que no, pero esa misma noche, mientras me cogió como los dioses, me hizo claudicar y aceptar esa locura. No me importaba tampoco tanto, porque contaba con una ventaja: Diego no sabía que yo estaba al tanto de que él me cogía a Flor, de modo que lo más probable era que él no aceptara llevarla a la cama en mi presencia. Diego no era uno de esos tipos dominantes que atropellan y todo les importa un carajo. Me tranquilicé. Aquella idea morbosa de mi novia no iba a prosperar.
Sin embargo, dos viernes después fuimos a la casa de Diego con la excusa de jugar a la Play. Diego estaba visiblemente nervioso, pero no dijo nada. Yo tampoco. Lo saludé como otras veces que lo había visto. Flor estaba radiante y hermosa, tratando de que charláramos entre nosotros como viejos amigos.
La primera sorpresa me pegó como una trompada en la cara. El sobrinito de Diego no era tal. Era un flaco de unos 27 años llamado Matías, muy bien vestido y simpático. Flor no pareció sorprenderse por su presencia. Pero a mí me puso a la defensiva. ¿Por qué estaba ahí? ¿Ese flaco era el que iba a “distraerme”? La idea de quedarme jugando con un sobrinito mientras mi novia cogía en el otro cuarto me dejaba relativamente tranquilo porque el chico no se enteraría de gran cosa. Pero Matías se iba a dar cuenta y la perspectiva de quedar como un enorme cornudo no me hizo mucha gracia.
Comimos algo y tomamos unas cervezas, mientras charlábamos de boludeces. Era casi gracioso ver a los flacos aguantarse las miradas sobre mi novia. Ella se había ido con una minifalda bastante corta, una remera y unas botitas. Estaba muy sexy, sin parecer una puta. Por suerte evitó todo tipo de histerias o mostrarse en exceso. Disfrutaba de hacerse la legal delante de mí, y no de mostrarse puta. Yo me quería ir, pero no lo iba a hacer. En el fondo tenía miedo de que, si me iba, no solo Diego se garcharía a mi novia, sino también Matías.
Pronto estábamos los cuatro frente al televisor, joysticks en mano, jugando un partido de futbol.
Con la excusa del anfitrión, Diego me dejaba jugar todo el tiempo a mí. Matías simplemente acaparó uno de los controles y no lo soltaba con nada. Me di cuenta que Flor se había parado detrás del sillón, a mis espaldas. Cuando Diego se paró a su lado, Flor apoyó sus dedos en mi hombro.
Me costó concentrarme. No iba a darme vuelta porque le arruinaría el juego a mi novia, pero sabía que la minifalda era toda una invitación para el manoseo, y la había visto elegir una diminuta tanguita negra con encaje. Los dedos de mi novia me presionaron un poco y los ojos de Matías comenzaron a bailotear hacia ellos. Estaba más desconcentrado que yo y comencé a hacerle goles.
Le estaban manoseando a mis espaldas esa cola perfectísima, sobándola, hurgándola seguramente en sus agujeritos, y yo transpirando delante de ella y sin poder hacer nada. De pronto noté que tenía una leve erección y eso me dio más bronca que lo que estaba pasando atrás mío.
Flor se reclinó hacia mí, como para hablarme, pero de lo que se trataba era de dejarle la cola a completo merced de su Diego.
-Mi amor -me dijo con voz entrecortada. -Te están llenando el arco… Tenés que defenderlo mejor…
No quise darme vuelta. No sabía qué hacer, en realidad. Creo que Matías tampoco, porque miraba pero no quería mirar. Me llegué a preguntar si estaría sobre aviso, o era tan ignorante como -se suponía- lo era yo.
El timbre me sobresaltó. Pero solo a mí.
-¿Pidieron una pizza? -dije desde mi inocencia más completa.
Diego fue a abrir. Sin dejar de jugar, escuché gran alboroto en la puerta, saludos efusivos y risas. Todas masculinas. Giré un segundo para ver venir a tres flacos más, de entre 27 y 33 años, uno bajo y flaquito y dos grandotes, uno de ellos demasiado grandote y morocho, con una traza que metía miedo. Era el único que no sonreía y no hizo otra cosa que mirar a mi novia de arriba abajo como si fuera una cosa usable, o una puta. Nos presentaron. Se hizo un silencio incómodo cuando me anunciaron como “el novio de Florencia”. En ese momento supe que todos sabían lo cornudo que era. O al menos, que iba a ser. Porque si Flor se llevaba a Diego a la cama, iba a ser imposible parar al grandote.
Yo estaba desconcertado, aquello era demasiado. Matías ofreció su joystick y uno de los nuevos lo agarró, para comenzar a jugar. Yo debería haber hecho lo mismo. Si supuestamente no sabía lo que iban a hacer, por una cuestión de cortesía me correspondía tener el mismo gesto. Giré un poco para ofrecer el joystick y por el rabillo del ojo vi a mi novia detrás de mi respaldo, y al morocho grandote detrás de ella. Diego, rápido de reflejos, me atajó y me hizo girar nuevamente hacia adelante. Eso me dio la pauta que el grupo no sabía que yo sabía que mi novia estaba en plan de regalo.
-¿Hay algo para tomar? -dijo el morocho grandote. Su voz era firme.
-En la cocina -dijo Florencia. -Vení que te muestro.
Vi cómo mi novia iba bamboleando su minifalda, con el otro atrás, mirándole su andar.
-¿Jugamos un cuadrangular? -propuse.
-No, mejor “ganador queda” -dijo Diego.
La única forma de tenerme toda la noche sentado frente al televisor era que se dejaron ganar para que yo permanezca allí.
Comenzamos a jugar. Florencia apareció por detrás mío y preguntó dónde quedaba el toilette. Diego le indicó. Y ella salió del living hacia el pasillo que daba al baño y a las habitaciones.
Jugué. Gané. Pasó otro y le iba ganando cuando escuché los pasos del morocho grandote yendo hacia las habitaciones. No dije nada, pero mi mente se fue del partido. Hice un esfuerzo sobrehumano para no girar mi cabeza, pero la distracción pagó con un gol. Los otros cuatro chicos estaban tensos y en completo silencio. El grandote se perdió en el pasillo y en seguida mi rival se dejó hacer un gol. Los partidos duraban unos diez minutos. Cuando terminó ese, el cual por supuesto gané, ni mi novia ni el grandote volvieron.
¡Hija de re mil putas! Florencia se estaba garchando al morocho sin haberlo acordado previamente conmigo. Yo había levantado temperatura, transpiraba. Y tenía una erección a medias, que repuntaba y se aflojaba según los pensamientos que tenía.
Al promediar el segundo partido hubo un par de segundos donde el juego se pausó y hubo un silencio casi total. Fue cuando se escucharon muy levemente unos suaves jadeos de mujer, que venían del pasillito. No fue tan evidente como para provocar un escándalo, el silencio fue tan breve que incluso para alguien que estuviera distraído -como yo, jugando- hasta habría pasado inadvertido.
Pero lo escuché. Y también lo escuchó Diego. Mi interés desde ese momento fue tratar de escuchar los jadeos de mi novia por encima del sonido del videojuego. Era realmente difícil. Pero unos minutos después, los jadeos de mi novia comenzaron a hacerse un poquito más fuertes y pude percibirlos nuevamente, aunque todavía bajos.
Diego se levantó y puso la radio en el equipo de música.
Luego del tercer partido que me dejaron ganar, el morocho todavía no había re aparecido. Negro turro, se la estaba gozando como un hijo de puta.
Casi al terminar el cuarto apareció. Solamente él. No mi novia. Se sentó en un sillón del costado, se tomó medio litro de cerveza de un tirón y se puso a mirarnos.
Me puso tan nervioso que aunque se dejaran ganar, terminé perdiendo. Me tuve que levantar y para evadir la mirada del morocho, me fui a la cocina y encontré media botella de vino. Me la mandé de una.
Estaba confundido, asustado, nervioso. Mi novia se había ido al carajo con todo ese jueguito. Volví luego de mojarme la cara. Faltaba uno de los chicos del grupo, el otro morocho. ¿Estaría en la pieza cogiéndose a mi novia, él también? Por la mirada de desprecio que me regalaba el grandote me di cuenta que sí. Estaba jugando y entonces aproveché para observarlo. Estaba totalmente despreocupado, muy seguro de sí. Empecé a imaginármelo cogiéndose a mi novia y tuve una erección instantánea. Tuve el morbo de verle el bulto pero con los pantalones holgados no pude adivinar nada. ¿Qué pretendía, yo? ¿Quería que la tuviese grande? ¿Por qué le miraba ahí? En ese momento se estaban cogiendo nuevamente a mi novia. Imaginármela con esa cola redonda y ese cuerpo perfecto, siendo poseída por estos desconocidos me estaba excitando cada vez peor. Algo andaba mal en mí.
Veinte minutos más tarde yo estaba ganando otro partido y Matías rumbeaba para la habitación. Yo ya estaba más cómodo, más relajado. Y un poco más en mi papel de cornudo boludo que le están cogiendo a la novia sin darse cuenta.
Hablaba mientras jugaba, los cargaba cuando les ganaba (o se dejaban ganar) y charlaba con ellos más distendido. El alcohol había hecho su efecto y los había soltado también a ellos. Los hijos de puta, cuando yo les hacía un gol o hacía alguna jugada destacada, a modo de agresión aprobatoria me insultaban, primero con el clásico “hijo de puta” pero enseguida se pusieron osados y comenzaron a decirme “cornudo”, no como cornudo sino como un insulto bueno.
“¡No seas cornudo, no me podés hacer es gol!”
“¡Cornudo, dejame meterte aunque sea una!”
Cornudo esto, cornudo aquello.
Se miraban entre ellos y se reían. Y se pasaban de la raya constantemente. La cerveza los hacía más osados, y el vino, a mí, me hacía más permisivo.
Para cuando los cinco se habían garchado a mi novia a mis espaldas, ya todos me nombraban únicamente por cornudo. Se había convertido en mi sobrenombre.
-Cornudo, pasame el celular que tengo que llamar a unos amigos.
Y yo se lo pasaba y respondía a ese mote con total naturalidad.
Entonces apareció mi hermosa novia, pero solo por un rato. Con el cabello más revuelto, la ropa hecha un desastre pero con la minifalda puesta. Al menos, conservaba las formas. Tomó Coca Cola, tomó cerveza y estuvo charlando un rato.
Pero en cuanto a mí me tocó jugar un partido, se levantó y se fue nuevamente a la habitación, y detrás de ella, literalmente detrás de ella, ya sin el más mínimo disimulo, el hijo de puta del grandote la siguió y se metieron en el pasillito que llevaba las habitaciones.
Jugué un partido completo y parte de otro y el morocho se la seguía cogiendo. Pero mi vejiga explotaba y necesitaba ir al baño. Tenía la cabeza tan llena de alcohol que no me era sencillo pensar ni moverme. Le di el joystick a Diego y me fui al baño.
El baño estaba a un costado del pasillito. Pero la habitación estaba al fondo, pegado, y la puerta no del todo cerrada. La claridad con la que se escuchaban los jadeos de mi novia y del grandote me sorprendieron. Fui al baño e hice lo más rápido que pude. Salí y disfruté de ese concierto exquisito que era mi novia jadeando con pija nueva.
No eran jadeos electrizantes ni de película porno. Eran jadeos tranquilos, sensuales, cadenciosos. Cada tanto se escuchaba la voz del morocho diciéndole alguna cosa, pero no se entendía bien. Y mi novia respondía con algún gemido más excitado. Tenía una erección formidable que ya me molestaba en el pantalón. Metí mi mano para acomodarme la pija y sentí un alivio doble, por zafarla de esa posición, y por el roce con mi mano.
De ahí a acariciarme hubo un solo paso. Me asomé por el hilo de luz que dejaba la puerta y pude ver el movimiento de los cuerpos. No se veía mucho y mi semi ebriedad no ayudaba, pero el cuerpito perfecto de mi novia siendo usado por ese hijo de puta se adivinaba bien. Me acaricié un poco la pija sin sacarla del pantalón.
Taté de acompañar los jadeos de ella con mis movimientos. En un ratito la muy puta de mi novia recibió no solo toda la pija sino también toda la leche tibia de su nuevo macho.
-Sí, mi amor… -susurraba.- dámela toda… dame toda la lechita.
Y el bufido semi gutural del morocho acabándole como un animal en celo. Casi me voy en la mano con la escena, pero la adrenalina me puso un poco más sobrio y tomé conciencia de que si me descubrían allí, se perdía el juego de mi novia.
Me fui a jugar al PlayStation nuevamente. Nadie sospechó nada.
En fin, esa noche mi novia terminó siendo usada por segunda vez por los amigos de Diego. No solo eso, a las 4 de la mañana cayeron tres tipos más, que pudieron disfrutar de Flor al menos una vez cada uno.
Desde esa noche ya nada volvió a ser igual en nuestra pareja. Florencia tuvo que convencer a Diego y sus amigos de que yo no sabía nada, de que era medio tonto y que con alcohol era capaz de no ver lo evidente. Todo para satisfacer su morbo.
Y ahora, más o menos mes por medio, nos reunimos con Diego y sus cada vez más numerosos amigos en reuniones donde corre el alcohol, yo me hago el borracho o el dormido, y veo o estoy en presencia de cómo uno por uno van, sigilosamente, pasando al cuartito donde los espera mi novia para ofrecerles ese cuerpito perfecto que debiera ser mío y nada más que mío.

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