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Compendio I
Los siguientes segundos fueron críticos. No tuve más de 15 segundos para cerrar y aplicar el cerrojo, antes que Miles empezara a azotar la puerta, amenazando con tirarla.
Por fortuna, solo necesité 5 y el restante, lo usé para fortalecer nuestro refugio improvisado.
Afortunadamente, la entrada al dormitorio quedaba frente a un closet, tras el que se extendía el pasillo del baño, cumpliendo 2 objetivos: aislando el ruido del living y dando privacidad al dormitorio.
Debido a eso, no fue difícil hallar una silla de acero inoxidable que trancara el picaporte con la base de la pared, volviendo el dormitorio una fortaleza impenetrable, a menos que Miles hubiese intentado recrear la clásica escena de “El resplandor”…
Pero por lo visto, no tenía el hacha.
Ø ¡MARCO, NO! ¡MALDITO TRAMPOSO!- Gritaba como poseso, azotando la puerta como un gorila.
Involuntariamente, Doris me regaló una sonrisa de alivio, con la misma satisfacción que un trabajador del zoológico se la da a un compañero cuando logran recapturar a un depredador en fuga.
Mas ese sentimiento fue efímero en ella, dado que le significaba estar atrapada con un desconocido que solo había conocido esa misma tarde.
Peor fue su fortuna al retroceder sin mirar atrás, cayendo completamente indefensa y sentada en la cama, a medida que yo avanzaba hacia la habitación.
Sin embargo, el pánico cambió drásticamente en confusión, al verme que no solo le hice el quite y que avance por el costado de la cama, hacia el extremo con menor bullicio, para levantarle el dedo, en señal de pedir silencio… para llamar por mi celular.
- ¿Aló, Ruiseñor?
o ¿Amor, eres tú? - preguntó mi media naranja, preocupada por los voceríos de la habitación.
Noté que Doris intentaba ver con quién hablaba, por lo que, en una de las raras ocasiones, le hablé a mi esposa en inglés por teléfono.
- Sí. Te llamo porque llegaré un poco tarde.
o ¡Oh! ¿Estás bien? - preguntó, al escuchar las incesantes amenazas de muerte y los azotes en la puerta.
- Sí… o sea… hubo problemas con las apuestas. - le respondí en el tono más casual que pude.
Y con ese sexto sentido tan propio de mi mujer, preguntó:
o ¿Y estás con una mujer?
Sabía por el tono de su voz lo que realmente preguntaba…
Es decir, Marisol siempre me ha dicho que soy un tipo tan simpático, que no necesito más que un par de horas conversando con una mujer para llevármela a la cama…
Y aunque evidentemente, esa sería la oportunidad perfecta de probar su teoría, todavía me rehusaba a afrontarla…
- Sí. - le respondí, mirando a Doris que seguía atenta a mi conversación. - Pero no tienes que preocuparte… No pasará nada, si ella no lo quiere.
(Nothing will happen unless she wants to…)
Aquellas crípticas palabras hicieron mella en mi compañera de prisión, así como en su tiempo lo hicieron con Gloria, cuando era mi secretaria.
o Oh… ok…- respondió mi esposa, añadiendo un breve suspiro lujurioso, confirmándome que empezaba a tocarse. -¿Llegarás… pronto?
- No, lo siento. - respondí, riéndome para mis adentros, sabiendo lo que eso le desencadenaría…- trataré devolver antes que amanezca…
Mi esposa jadeó un poquito más fuerte, para responder con un brevísimo “Ok” y cortó.
Miré a Doris, que todavía seguía confundida.
- Lo siento. Tenía que excusarme con mi esposa.
Los ojos claros de Doris eran enormes como huevos fritos…
· ¿Eres casado?
- Sí. Siento haberte metido en todo esto.
Con este gesto, gané el permiso para sentarme en el colchón de la cama, que como era de esperarse, rara vez se hacía o se ventilaban sus sabanas.
Le comenté lo que había pasado: que quería marcharme, pero Miles no quería parar con las apuestas y que le había propuesto apostar algo que yo nunca habría apostado…
· Bueno… él es así. – respondió, justificándole con resignación. - Cuando siente que está en una racha ganadora, no puede parar.
Esa respuesta me dejó anonadado…
- Pero yo sería incapaz de apostar así a mi esposa.
Ella volvió a sonreír, algo triste y tal vez, con algo de envidia…
· Bueno… no todos son como tú…-dijo sonriendo, recordando seguramente cuando le pedí té.
Y al notar el tipo de persona que yo era, llegó a la conclusión…
· Entonces, significa que puedes marcharte cuando quieras. - dijo, instándome a que siguiera su sugerencia, poniéndose de pie y guiándome hacia la puerta.
Mi estómago sintió un intenso retorcijón…
Le comenté que en el trabajo, Miles también me acosaba y si no cumplía con lo que había apostado, menoscabaría aún más mi autoridad.
Aunque ya no intentaba romper la puerta, Miles balaba como oveja herida y en cierta forma, nos daba algo de paz.
Aun así, la noté cómoda conmigo. Es decir, ella se daba cuenta que no era el tipo de personas que había buscado aprovecharse de la situación y si bien mantenía cautela, no estaba tan nerviosa como al principio.
Pero por otro lado, creo que Marisol tiene razón al decir que tengo un cierto atractivo, ya que no me siento que destaque más de lo normal. Tengo 41 años, cabello negro con algunas canas, mido 1.80 y en lo físico, no encuentro que sea tan espectacular, porque a pesar que voy al gimnasio, lo hago exclusivamente para no encorvarme como papa de tanto trabajar frente a la pantalla y porque tengo 3 hijas que disfrutan que las cargue sobre mis hombros.
No obstante, lo que más le gusta a mi esposa es que constantemente le miro a los ojos y al parecer, esa es la clave con la que llamo la atención de las damas.
Encendimos el televisor para pasar el tiempo y disimular el ruido, aunque en realidad, nos pusimos a conversar.
Aun me preguntó por qué nos sentíamos tan a gusto, a pesar de las circunstancias que nos habían llevado a ese dormitorio. Le mostré las fotos de mi esposa y mis hijas. Se sorprendió al ver lo guapa que es mi mujer y lo tiernas que son mis retoños.
Ellos llevaban 2 años viviendo juntos. Me daba a entender que poco o nada de romance había en la relación, dado que nuevamente tenía esa sonrisa vacía, dolida y con tonos de envidia cuando le mencionaba de las atenciones que le doy a Marisol y a mis hijas.
Pero por otro lado, también reforzaba mis percepciones con respecto a las mujeres, puesto que a diferencia de mi esposa, Doris era casi solamente una dueña de casa. No que esto sea particularmente malo, pero le significaba depender exclusivamente de los modestos ingresos que Miles le proporcionaba y al parecer, le era suficiente para ser feliz.
En contraste, para mí fue siempre primordial que Marisol completara sus estudios, porque quería darle la libertad de elegir si ejercer o dedicarse a la casa y aguanté el ascenso que me tenía Sonia hasta que mi esposa logró titularse. De la misma manera pasó con Lizzie, cuando nos mudamos de ciudad, quien ahora puede decir que es una “emprendedora”, dado que su tienda ya está generando utilidades.
Pero aparte de ser ludópata, Miles ocasionalmente le hacía a la coca, por lo que muchas veces, apenas podían cancelar las deudas del mes.
Aun así, la conversación resultó tan amena, que apenas nos dimos cuenta cuando las estaciones locales de televisión cerraron transmisiones alrededor de las 2 am y al no tener cable ni Netflix, nuestra espera se hizo más larga.
- Si quieres, puedes dormir…- le dije, al notar que bostezaba cansada
.
· No, está bien. Puedo esperar un poco más…- respondió solidaria, restregándose los ojos.
De alguna manera, alcanzamos un nivel de confianza donde ya no le incomodaba mi presencia. Sin embargo, el aburrimiento y el cansancio hacían que mi mente divagara más y más dentro del poco mobiliario del dormitorio, hasta que eventualmente, encontré un paquete de crema humectante para manos.
- ¿Qué es esto? - le pregunté, dado que mi esposa nunca usa ese tipo de productos.
· ¡Ah, esto!... es para suavizar mis manos. Se ponen resecas.
- Pero eres tan joven. - exclamé, creyendo que era anti-edad.
Ella se rió y me dio una demostración.
· ¿Ves? Huele bien, ¿No?
Ese fue el momento en donde algo pasó…
Tomé su mano con delicadeza y suavidad y la acerqué a mi nariz, siguiendo la trayectoria que sus dedos habían trazado.
No sé cómo describirlo (Marisol dijo que sintió un escalofrío parecido a como los príncipes de las películas besan la mano de la heroína…),pero nuestros ojos se encontraron… y ella retiró su mano.
· ¿Y cómo… cómo hiciste el truco de las cartas? - preguntó, tratando de mantener la compostura.
- ¡Oh, eso…!
Y me armé de valor para comentarle por mis obsesiones.
Le conté que cuando era más niño y jugaba cartas con mis padres, era del tipo de personas que podía reconocer las cartas por el dorso, las manchas y los dobleces.
Como mi padre era un jugador de estrategia y todavía no entendía la extensión de mis manías, le podía citar incluso las fechas en que tal carta se manchó o se perdió.
“¿Recuerda que ese día, estábamos comiendo galletas y salpicó un poco de crema?”
O…
“Esa fue la carta que se quedó debajo de la cama el verano pasado.”
Al igual que Marisol, Doris se reía de buena gana.
· Entonces… no estabas haciendo trampa.
Ya eran las 3 y cuarto y estábamos aburridos a más no poder…
Habíamos parado de ver nuestros celulares, porque nuestra vista se había cansado y la migraña no dejaba disfrutar de los memes.
Pero, por otro lado, dejar de usarlos nos significaba conversar con ese otro extraño que, hasta ese día, nunca habíamos conocido.
De un momento para otro, noté que Doris estaba adolorida del cuello.
- ¿Planchas demasiado? -pregunté, dado que Miles parecía seguir las tendencias machistas al pie de la letra…
· No… es solo que estos cojines me molestan el cuello.
- Si quieres, te puedo dar un masaje…
· ¡No, estoy bien!
- Mi esposa dice que doy unos muy buenos masajes…
Y una vez más, sonrió con coquetería…
· ¿Y no se enojará si se entera…?
Tuve que morderme la lengua, imaginando que, en esos momentos, debía estar tocándose a más no poder…
- ¡Vamos, relájate! ¡Todo estará bien!
A regañadientes, la convencí de que se acostara en la cama. Aunque su cuerpo era sensual, realmente me preocupaban sus molestias.
· Ahhh… ahhh… se siente… bien-jadeaba levemente, mientras soltaba los nudos de su espalda.
- ¡Te lo dije! - le respondí, continuando con mayor entusiasmo. - Mi esposa es profesora y también, cuando llega tensa, le ordeno que se meta a la tina y que le daré un masaje.
· Eso suena… bien.
De a poco, empecé a soltar su espalda y esta daba algunos crujidos extraños, los cuales nos causaba risa…
Eventualmente, llegué a la base de su cintura y el comienzo de su retaguardia.
- ¿Quieres que continúe por tus pies?
· No es necesario…
- No es molestia…
Y proseguí con lo mío, masajeando de la misma manera como lo hago con Marisol: partiendo de los tobillos, las rodillas, los muslos y el comienzo de la entrepierna.
Esta última parte fue particularmente más difícil, dado que al principio, cerraba el acceso y no me dejaba mover las manos. Pero poco a poco, noté que abría más sus piernas.
Para esas alturas, miré el reloj: faltaban solamente 20 minutos para ser libres…
Se lo hice saber.
Nos miramos a los ojos una vez más…
Y nos empezamos a comer la boca de forma maquinal…
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1 comentarios - Siete por siete (200, penúltimo): 4 horas con tu mujer (II)