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Darse el gusto

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Como siempre, podes escribirnos a dulces.placeres@live.com, te leemos

Gracias por los puntos y comentarios



DARSE EL GUSTO


Mi bisabuelo había sido el famoso comisario del pueblo, tiempo atrás, de hecho, a un lado, en la entrada a la comisaría puede verse un busto en su memoria, lo veo cada día, cuando llego, cuando me voy.
Eran otros tiempos, tiempos cuando los problemas más grandes eran el robo de una gallina entre vecinos, o un pleito entre ebrios en la taberna del pueblo.
Pero las cosas habían cambiado, el pueblo ya era una ciudad enorme, y las tonteras del pasado se habían transformado en robos de coches, asalto a mano armada, problemas de apuestas ilegales, drogas y un sin número de actividades delictivas de esta sociedad decadente en la que estamos inmersos

Mi abuelo había sido policía, mi padre también, algunos tíos y como un tema de herencia, me encontré con el uniforme defendiendo a la justicia.
Me hubiera encantado andar en el fango, en la acción, en la calle, cara a cara con los delincuentes de turno, pero claro, era mujer, la primera en la familia que estaba en la policía y mi padre se encargó personalmente de que yo me mantuviera anclada a un escritorio, en tareas administrativas y rutinarias, y movió sus contactos para que 'la nena' viviera segura. Podía entender sus temores, uno de sus hermanos, había sido abatido en un enfrentamiento en un robo callejero. También era cierto que mi sueldo de oficina era el doble de lo que me hubiera correspondido en la calle.
Así mi figura de mujer policía era un tanto de puras apariencias, a pesar de portar arma reglamentaria, chaleco, esposas y macana, solo eran accesorios para una imagen que distaba de ser real.

Mi empleo consiste más que nada en hacer trámites de papeleos burocráticos, tomar alguna que otra denuncia, manejar un poco la interna del despacho y cuidar de los que están guardados a la sombra por portarse mal.
Justamente, en general teníamos tras las rejas a ladroncitos de medio pelo, de poca monta, esos que están por unos días para escarmentar, los inofensivos que no pueden ser trasladados a cárceles complicadas donde serían de inmediato carne de cañón para sus casuales compañeros

Y era inevitable que ese roce del día a día trajera alguna que otra relación de amistad y se mezclaran las cosas.
Carlos Villalba era uno de los tantos, paraguayo de origen se ganaba la vida en Argentina como albañil. Era un flaco espigado, con unos cabellos llamativos, duros como alambre, con una tonada muy particular, un bonachón tirando a tonto.
Carlos tenía muy pegada una mala costumbre, era su manía de robar pavadas de las casas en las que estaba trabajando, un vuelto de dinero, algún objeto que le resultara llamativo, cosas por el estilo, que siempre le costaban unos días de visita por la comisaría, miles de veces le había explicado que lo que él podía ganar por algo que no era suyo, no compensaba el tiempo que no podía trabajar por estar detenido, pero él jamás entendería lo que trataba de explicarle, para él era solo un juego

Carlos estaba solo, su esposa lo había abandonado y en algún punto creí entender que él disfrutaba de estar tras las rejas, al menos tenía compañía, alguien que le llevarla la charla y parecía feliz en nuestro entorno. Compartíamos muchas horas y me apegué al él, más por lástima que por otra cosa, lo ponía a cebar mates, por cierto, los mejores mates que he tomado en mi vida y a veces lo mandaba a hacer alguna pavada, a la panadería, a la granja, o algún recado, sabiendo que el siempre volvía.
Mis compañeros tomaban a bromas la relación que se hacía más y más notoria entre una uniformada y un recluso de medio pelo, sin embargo, mi padre me advirtió que estaba equivocando mi camino, pero hay veces que las cosas solo suceden.

Y de esa relación entre presos y guardianes terminamos en un enredo que nos llevó a la cama, una rara situación, como amigos con derechos porque estaba más que claro que nunca habría convivencia entre nosotros, pero si teníamos la libertad como para solo juntarnos a coger, no había proyectos, había solo sexo, no había amor, había solo placer, no había un mañana, había solo vivir el momento
Carlos y yo éramos solo amantes de ocasión, por fuera de su trabajo de albañil y su defecto de quedarse con lo ajeno, era un buen tipo, complaciente y simpaticón.

Y las cosas estaban tan claras en la cama como en nuestras vidas, acostumbrados a que yo era la cara de la autoridad en la comisaría, la que impartía las órdenes y hacía todo a mi voluntad, como un espejo, lo mismo sucedía en la cama, yo era la voz de mando, la que elegía, la que dominaba y Carlos solo era complaciente conmigo.
Dejé caer mis más oscuros deseos castrados de andar imponiendo la ley en la calle a esa cama de intimidad, las esposas, el arma, el uniforme y la macana los llevé a ese ámbito
Carlos me dejó hacerlo y jugábamos que yo lo sorprendía delinquiendo, simulábamos un arresto, una pelea y siempre terminaba doblegándolo, usaba las esposas para arrestarlo, y hasta la macana para apalearlo.
Era inevitable, en esas situaciones de poder y dominio me encendía, me calentaba demasiado y mi rol dominante era el disparador de terribles orgasmos y ante la permisividad de mi sumiso albañil todo era posible


Darse el gusto


Y di riendas sueltas a mis fantasías, no sé el motivo, pero imaginarlo a Carlos en un trío con otro hombre me excitaba demasiado, la sola idea me encendía y solo empecé a sugerirlo, él me decía que estaba loca, que era una degenerada, pero sabía que era buena insistiendo y usé mis mejores armas para que 'mi' fantasía se transformara en 'nuestra' fantasía.
Recuerdo que la primera vez yo lo estaba montando muy rico, estaba semi vestida, o semi desnuda, aún tenía la gorra de lado y los borceguíes puestos, era algo que a Carlos le gustaba mucho, tomé la macana con la cual le había dado unos azotes para calentar el ambiente y se me ocurrió chuparla un poco como si se tratara de otra verga, él me miraba en silencio, entonces me recliné un poco y se la metí en su boca, le dije que lo hiciera, un reo debía cumplir las órdenes de la penitenciaría y quería ver como él la lamía y me puso muy caliente, a veces la chupaba yo, a veces la chupaba él.

Entonces compré una verga de juguete de un sex shop, muy real, color piel, con un glande que se veía muy bien logrado, necesitaba probarlo, y noté que Carlos la lamió con muchas ganas, fue muy verídico y entendí que él poco a poco iba cediendo en mis deseos, y entiendo que la forma en que yo me acababa viendo ese espectáculo a él también lo ponía.
Solo necesitaba dar otro paso, seguir avanzando en la conquista, porque hablábamos mucho y le decía una y otra vez que me cumpliera la fantasía de verlo chupar otra verga, e incluso quería que se la dieran por el culo, y mi amigo paraguayo respondía con silencios, pero con su pija dura estallando en increíbles orgasmos.

Me interné en ese mundo bizarro que tanto me excitaba y tenía al paraguayo, como mi ratita de laboratorio a disposición.
No dudé en mi siguiente compra de sex-shop, un arnés ajustable donde poder montar una verga enorme, y solo debía esperar la oportunidad para ponerla en uso.
Hacía un tiempo que no tenía noticias de mi albañil, hasta que apareció de visitas una mañana como cualquiera, es que él era así, casi como que el personal policial ya era como su familia, y todos los saludaban con sonrisas inocentes cuando andaba en las buenas, y lo metían a la sombra cuando se mandaba alguna de las suyas.
Y esa mañana tenía un brillo especial en los ojos, como esos niños que hicieron una travesura y no resisten la necesidad de compartirlo con el alguien.
El esperó el momento a que nadie nos prestara atención, tomó una de mis manos y puso en ella una gargantilla con un gran diamante, muy fina, muy delicada, muy costosa.

Le pregunté donde había robado eso, en su vida podría haberla pagado, y él solo me dijo que era un obsequio para mí, que no importaba de donde lo había sacado, y supe de inmediato que esta vez su error había sido demasiado grande, lo guardé con apuro para que nadie más lo viera, no podía seguir discutiendo con él en ese lugar, era discutir con la pared y alguno de mis compañeros lo notaría en breve, le dije que por la noche nos encontraríamos, él ya sabía dónde, mi casa, como de costumbre. Le recomendé que fuera precavido.

Esa noche no sería una más, había dejado ese collar sobre la mesa principal, no podía quitarle los ojos de encima y su sola presencia en mi hogar me crispaba los nervios. Fui por una ducha, salí, me vestí sexi y esperé su llegada.
Carlos llegó con su inocencia habitual, era tan tonto que me hacía enojar, no comprendía el problema en el que me había metido, pero es que solo al final de cuentas, no podía estar molesta con él
Me volvió a decir que era para mi, que seguro se vería hermoso en mí y yo solo no pude resistirlo
Fui frente al espejo principal, me recogí los cabellos con mis manos y dejé que él por detrás la ajustara a mi cuello, me supo a demasiado y vi en mi una imagen de alguien que nunca sería, jamás tendría un nivel económico tan elevado como para poder tenerla en forma legal, pero que diablos, al menos por una noche podía jugar, podía merecerlo.

Pero Carlos era un ladrón, y debía pagar por ello, nos besamos, nos tocamos, él quería cogerme, pero yo no dejaría que lo hiciera, al menos tan fácil, yo era la ley, nos cruzamos y trastabillamos hasta el dormitorio, enredándonos con nuestras propias prendas, su verga estaba dura, mis pezones hambrientos bajo el sostén, mi conchita inundada en deseos, y al final me empujó sobre la cama, se abalanzó sobre mi pero logré esquivarlo, como un juego erótico de peleas, de ladrones y policías, me tomó por una de mis piernas y me arrastró a su lado, quiso manosearme, pero lo empujé con uno de mis pies apoyándolo con fuerzas en su vientre, me tiré a un lado de la cama, el vino por mí y me arrastró sobre el colchón casi tirándome de los cabellos, no podía de igual a igual con él, era hombre, así que saqué a relucir mis mejores armas, el papel de víctima, y le dije que me había hecho mal, que me había doblado un brazo y apenas él aflojó y se preocupó por mí, en un abrir y cerrar de ojos se encontró con una esposa en su muñeca derecha que a su vez se ajustaba por el otro lado al espaldar de la cama.
Fue una jugada de ajedrez, pero Carlos estaba a mi merced.

Le dejé saber que las cosas se harían a mi manera, fui por mi nuevo arnés, el que tenía por estrenar, y lo miraba de reojo mientras lo ponía entre mis piernas y ajustaba el enorme juguete que había comprado para él.
Lo hice poner en cuatro patas, no quería, pero le di unas nalgadas y le dije que no me hiciera enojar, porque las consecuencias serían peores.
Cuando estuvo en posición me llené la vista con sus formas, y le acaricié la verga con una mano, se la masturbé, mientras que con la otra le acariciaba el esfínter, le colé un dedito y luego unté con lubricante, la excitación me embargaba, lo iba hacer, al fin lo iba a hacer.
Mi paraguayito me suplicaba para que me detuviera pero tenia al diablo en mi sangre, me gustaba, y apoyé la punta del juguete en su culito, empujé un poco y otro poco, pero se zafó hacia un lado, y volvió a zafarse en su segundo intento mientras a mis oídos llegaban las súplicas de clemencia de mi prisionero.

Al final, haciendo centro perfecto el juguete fue desapareciendo lentamente de mi vista, centímetro a centímetro, hasta hacer tope en sus intestinos cuando aun quedaba parte por meter.
Empecé a moverme, metiendo y sacando, poco a poco, más lento, más rápido, y la presión que hacía ese arnés de cuero sobre mi clítoris me animaba a seguir.
Carlos bramaba al otro extremo, en gemidos que no podía reprimir, cada tanto sacaba el juguete de su trasero y me llenaba la vista con su esfínter todo dilatado, pobre Carlos! trataba de cerrarlo sin éxito, y solo volvía a metérselo para arrancarle otro grito, al fin de alguna manera podía entender lo que sentía un hombre en mi posición, y solo seguí y seguí, más y más, hasta obtener un hermoso orgasmo, solo con la fricción que tenía en mi sexo.

Solté la esposa que lo mantenía al espaldar de la cama, puesto que su muñeca se tornaba violácea por los forcejeos.
Me acosté en su lugar, y le ordené que me cabalgara, metiéndole nuevamente la verga por detrás. Era muy rico ver a ese hombre como se movía solo porque yo se lo ordenaba, solo se conformaba con acariciarme los pechos y yo lo masturbaba lentamente, su verga estaba dura y me encantaba hacerlo
De pronto, su semen caliente saltó por mi bajo vientre, por mi ombligo, por mi mano, hasta que Carlos cayó rendido y me beso profundamente
Seguimos cogiendo un rato más en forma tradicional, pero para mi, lo mejor ya había pasado.

El reloj despertador sonó antes que amaneciera, Carlos debía irse, la oscuridad sería nuestra aliada y debíamos mantener el bajo perfil, fui al baño, me miré al espejo y acaricié con nostalgia ese collar antes de quitarlo de mi cuello. Se lo di a Carlos, hice que me jurara que lo devolvería, y no lo dejé partir hasta obtener su juramento, pero mi sorpresa sería mayúscula al notar luego que el se fuera, el delicado collar seguía inmóvil, descansando en el mismo espaldar de la cama donde antes lo había esposado
Este muchacho no tenía dos dedos de frente y volvería a equivocarse, en unos días harían en mis narices la denuncia del robo y poco después llegaría esposado, y me dio pena por él y miedo por mí.
El albañil había metido la pata en grande, ya no eran sonseras, ya no eran pavadas, me había hecho cómplice del robo y todo sabía a mierda

Fui cobarde y egoísta, ya no podía retroceder, y en verdad quería para mi esa joya, y dejé que Carlos se fuera al mismo infierno, porque era demasiado hombre como para delatarme como cómplice
Sabía que esta vez no saldría fácil, los dueños de collar eran personas importantes, con influencias, y entre una posible deportación a Paraguay, el juez decidió su traslado a la cárcel de la gran ciudad, el tonto ahora si jugaría en las grandes ligas. No pude interceder ante el juez, como dije, los perjudicados eran personas de la alta sociedad y no aceptarían un castigo menor para mi pobre muchachito

Juan José Cuello era el bastardo que estaba al frente de la penitenciaría, en el ambiente nos conocemos todos y él tipo no tenía una buena reputación, era millonario, nunca hubiera podido justificar su patrimonio, y en un país decente hubiera estado entre las rejas, pero acá, tenía muchos socios poderosos con la cola sucia, y todos comían del mismo plato, eran sabidos sus negocios en paralelo que en forma ilegal mantenía con la mafia interna de la propia cárcel, drogas, prostitución, robos, todo pasaba bajo su ojo y de todo tenía su tajada, en su palacio la justicia y la mafia formaban las dos caras de una misma monera
Lo mismo pasaba con su vida afectiva, por fuera de la cárcel, esposa, hijos, el padre ejemplar, la familia perfecta que todos admiraban y envidiaban, pero puertas adentro era un sádico sin sangre, por favores, por deseos, hasta por venganza, se cogía todo lo que se movía, hombres, mujeres, travestis, esposas de reclusos, compañeras de trabajo y lo que él quisiera, amo y señor, y si, lo sabía por experiencia propia, también me había cogido en su momento

Y no pude más con mi conciencia, con mi culpa, no podía dormir y el colgante con la piedra preciosa brillaba en la oscuridad y todo me sabía horrible, y solo ya no pude con todo
Tenía contactos que me debían algunos favores, por lo que pedí un permiso especial para acompañar a mi paraguayo hasta su nueva morada, sabía que Carlos sería una palomita en una jaula de leones
JuanJo me atendió en su despacho, a puertas cerradas, y no dudó en sobarme el culo y darme una nalgada, por Dios, podría haber sido su hija, me besó el cuello y no dudó ni un segundo, sentí el asco de su aliento a tabaco y la incomodidad de sus bigotes pinchando en mi cuello
Lo separé y le dije que quería solo hablar con él, y un poco parecí implorarle en cada palabra, él me escuchaba tras sus lentes de aumento, mientras yo narraba cada palabra desde el principio. El, no me interrumpió ni una sola vez, pero al final en forma sobrada comenzó a reírse y dijo

Mirá vos, quien diría, parece que acá tenemos una conchuda caliente preocupada por su noviecito, que además es putito! y que gano yo con este enorme favor?

Por favor JuanJo!, ya te dije, es algo muy personal...

Si es tan personal, tendrás algo más para negociar, si te tomaste el trabajo de venir hasta acá, no soy tan tonto, ni sos tan tonta, nos conocemos demasiado bien

Y si, lo conocía demasiado bien, metí la mano en el bolsillo y saqué la cadenita con la piedra preciosa, la misma que el paraguayo había hurtado y que era la culpable de esta situación, se la dí, sin decir palabra esperando su respuesta, JuanJo la tomó y se quedó mirándola, como no creyendo lo que veía, después me miró a los ojos, moviéndola como un péndulo entre sus dedos exclamó

Guau! quien lo diría, la señorita es cómplice! con razón tanto interés! tu bisabuelo, tu tío, se deben estar revolcándose en la tumba, si supiera tu viejo! que deshonra!

JuanJo era un bastardo que sabía donde pegar para hacerme sentir una mierda, y yo solo respiraba resignada, entonces prosiguió al tiempo que guardaba la joya en el bolsillo de su saco

Está bien, con esto alcanza para darle un trato vip a ese paraguayito culo roto, pero vos? vos también tenés que pagar tus culpas, de eso de trata la justicia

El ya se había quitado el saco, se había incorporado y se había arremangado la camisa, yo seguía de pie sin decir palabra, él se acercó lentamente a mi lado sobándose el pantalón y diciendo

Pendeja, pendeja, me vas a tener que dar la mejor mamada de tu vida...

Yo no lo dudé, me arrodillé y dejé que me metiera su pija en la boca, y solo empecé a chupársela de la mejor manera que podía hacerlo, sabía al emprender el viaje que las cosas terminarían así, porque JuanJo era así, y me había mentalizado para hacerlo, solo seguí y seguí, por un buen rato.
JuanJo me hizo incorporar cuando se sintió satisfecho, me llevó cerca del escritorio para meterme una mano bajo la camisa y buscar sobarme las tetas yendo bajo mi sostén, me miraba en forma lasciva y un hilo de baba de satisfacción parecía chorrear por la comisura de sus labios, porque el disfrutaba cogerme, pero más disfrutaba humillarme, sentirse el amo y señor de todo su imperio

Me hizo girar, con su mano sobre mi espalda me hizo apoyar sobre el escritorio, y mi trasero quedó a su lado, me levantó la pollera, y me bajó la bombacha, me tanteó y solo me preparé para lo que seguía, apenas con un poco de saliva me la ensartó por el culo y empezó a dármela con rudeza, con firmeza, de esos empellones secos, profundos, pausados pero contantes, y en cada empuje me arrancaba un grito

Que putita que sos! cómo te gusta que te rompa el culo! - dijo el con su manera tan pedante de decirlo -

Solo siguió hasta llegar en mi interior y saciar sus bajos instintos, solo importándole su placer, como si yo solo fuera un pedazo de carne
JuanJo se retiró de su lugar, luego de dejarme los intestinos llenos de leche, ya había guardado su pija dentro de su pantalón y me dijo

Dale che!, no es para tanto, apenas un polvito rápido, cuantos favores habrá pagado ese culo ya, cierto?

Me mordía la lengua para no contestar, me subí la ropa interior, me acomodé la pollera, y le imploré que cumpliera su parte del trato, me dijo que me quedara tranquila, mientras por el intercomunicador le avisaba a su secretaria que yo estaba por retirarme y que mi móvil de retorno estuviera listo, sin embargo, antes de retirarme, me daría su última bocanada de maldad

Gorda, voy a hablar con tus superiores para que te manden a la calle, un poco de acción, te parece? lo que siempre quisiste, digo, para 'ponerte en forma', porque tenes el culo bastante gordo y adiposo, se ve que tanto estar sentada al pedo todo el día te está haciendo mal

Lo miré con furia, él tenía esa risa macabra y asquerosa dibujada y se acomodaba el nudo de la corbata, esperaba que lo insultara, porque disfrutaba de esas situaciones, pero solo le regalé una última falsa sonrisa

JuanJo era un bastardo, pero cumplía su palabra, por eso me dejaba humillar, no se como lo hizo, pero él tenía contactos, y la historia oficial dice que en un traslado de control rutinario Carlos se había fugado y había escapado al Paraguay, pero yo sabía que todo lo había armado él
Temí que Carlos volviera por estos pagos, porque él era tan tonto como para intentarlo, pero hace ya tres años que no tengo noticias de él, al menos, a mi manera, puede darme el gusto y hoy puedo dormir tranquila


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