Si se lo cuento a una amiga, le resultaría algo burdo, grosero, hasta de mal gusto. Pero sé que ustedes van a entenderme.
Estoy en la plaza, con mis hijos. Son las cinco y media, seis de la tarde. Mientras Romi duerme en su cochecito, y el Ro juega con sus amigos, me distraigo revisando mensajes en el celular.
Con la puntualidad de un relojito, Romi se despierta, reclamando a puro llanto la merienda. La levanto, la recuesto sobre mi falda y cuando estoy por sacarme el pecho para alimentarla, llego a percibir que alguien me está mirando. Un tipo. Está paseando a sus perros, dos ovejeros alemanes, pero aunque sostiene a uno con cada mano, está más atento a lo que sucede en dónde estoy yo sentada.
-No te vayas a tropezar...- le digo cuando pasa por delante mío.
No dice nada, no sabe que responder, y aunque me sigue mirando, igual me saco el pecho, y sin pudor alguno, me pongo a amamantar a mi hija. Se le cae la baba de solo verme.
Quizás pueda resultar incómodo y hasta desagradable, que mientras estás dando de lactar, alguien te mire de una forma que no es, precisamente, de ternura hacia la maternidad.
Debería haberme sentido invadida, acosada, pero no... lo que sentí fue morbo, excitación. Soy una enfermita, lo sé, pero me mojé de solo sentir la mirada invasiva de ese hombre.
No era la primera vez que lo veía, ya lo había visto antes, ya que esos perrazos son inconfundibles, pero nunca había notado que me mirara de esa manera, como queriendo arrancarme a la beba de los brazos y colgarse él mismo de mis pechos.
Da un par de vueltas por el lugar, siempre mirándome en esa forma que me pone roja de excitación, pero cuando termino de amamantar, desaparece. Al otro día no pude ir por un tema laboral, pero al siguiente, un jueves, allí estuve, a la misma hora, sola con Romi ésta vez, ya que el Ro tenía su clase de fútbol. Acuérdense que ahora es titular en el equipo del Club.
Lo veo aparecer con sus perros, y ya desde lejos se me ponen los pezones en punta. Pero no era que me ponía así por él, sino por el morbo que me daba saber que venía a ver cómo le daba el pecho a mi hija.
No sé si sea una desviación sexual, ¿lactismo? ¿Existe algo así? Alguien que se excita sexualmente viendo a una mamá dándole el pecho a su bebé.
Alto, morocho, de buen porte, cuarenta y tantos, primero da una vuelta por la zona de mascotas, en dónde los perros hacen sus necesidades, y luego, ya sin ningún disimulo, viene hacía dónde estoy con mi beba.
Esta vez no espero a que Romi me dé la señal, la levanto, la recuesto en mi regazo, y me saco el pecho, dejándolo al descubierto más tiempo del necesario. Y no solo eso, sino que también me aprieto un pezón, soltando un chorrito de leche, tras lo cuál le doy el pecho a mi hija.
El tipo sigue caminando, aunque sin dejar de mirarme.
-¿Cómo se llaman?- le pregunto cuando está casi a mi lado, en alusión a los perros.
-Samsón y Dalila...- me responde.
-¡Son hermosos...!-
-Gracias...-
-Me gustan mucho los perros, pero ahora entre los chicos y el trabajo, se me dificulta tener uno, quizás más adelante cuando estén un poco más grandes- le digo como para darle charla y no se vaya, como la otra vez.
-Te recomiendo de ésta raza, son muy compañeros y guardianes-
-Quizás podrías asesorarme, ni mi marido ni yo sabemos mucho de perros- le sugiero.
-Bueno, en casa tengo material audiovisual de todas las razas, incluso de las más exóticas-
-¿Me estás invitando a tu casa?- le pregunto en un tono sugerente.
-No, digo que podría traerte para que lo veas... con tu marido- se apura en aclarar.
-Estoy bromeando...- le digo sonriente -No creo que a tu esposa le cause gracia que llegues a tu casa con una desconocida y un bebé-
-La verdad es que no diría nada porqué estamos separados... vivo solo-
Lo de "vivo solo" lo añade tras unos pocos segundos, como queriendo resaltar su condición de hombre soltero.
-Ahhhhh...!!! Entonces sí me estás invitando- le insisto.
Lo piensa un momento, tratando de dilucidar si le estoy hablando en serio o en broma. Pero antes de que diga nada, decido por él.
-¿Junto mis cosas y vamos? Ésta niña ya comió suficiente como para quedarse dormida por un buen rato- le digo, acostando a Romi de nuevo en el cochecito, y mientras lo hago, me quedo con la teta al aire, goteando leche.
Tomándome todo el tiempo del mundo, para que él me vea, obvio, me limpio el pezón, húmedo e hinchado, con una toallita y recién entonces me guardo la teta, todo adelante de la atenta y escrutadora mirada de aquel hombre del cuál aún no sé ni el nombre.
-¿Sabés qué? Recién caigo en que estoy por ir a tu casa y no sé ni siquiera como te llamás, somos dos desconocidos- le digo tras guardar la mamadera, el babero y la manta.
-Ehhh, Juan... Me llamo Juan- responde con un leve titubeo, lo que me hace suponer que no es su nombre verdadero.
¿Porqué me mentiría? Quizás no sea cierto que esté separado. Por ahí su esposa no está en casa en ese momento y se está aprovechando del juego que le estoy proponiendo.
Cierro el bolso, me levanto y extendiendo la mano, lo saludo.
-Encantada de conocerte, Juan, yo soy Mariela- yo sí le digo mi nombre real.
Nos saludamos, ya presentados, y vamos hacia su casa. Él arrastrando sus perros, yo empujando el coche de mi hija.
Vive cerca de la plaza, solo tenemos que cruzar la avenida, seguir una cuadra, luego media a la derecha y llegamos. Un chalet de dos plantas, bien cuidado. Abre, suelta a los perros en el jardín y me hace pasar. Ni bien entro me doy cuenta de la impronta femenina en el ambiente. Es evidente que no vive solo, igual no digo nada.
Acomodo el cochecito de Romi en un rincón, y me siento, mientras él trae una laptop y me muestra una biblioteca que contiene todas las razas de perros. Cada raza viene con información del origen, tamaño, carácter, esperanza de vida y los cuidados que hay que brindarle.
Me invita un vaso de agua, mientras yo sigo revisando raza tras raza, con algún comentario suyo de por medio, aunque en ese momento estoy mucho más interesada en otra cosa.
Por suerte Romi se despierta y empieza a reclamar su alimento.
-Perdón...- le digo devolviéndole la laptop -¿No te molesta si le doy el pecho acá? No quiero llevármela llorando-
-Para nada, como en tu casa- me dice, con el entusiasmo brillándole en la mirada.
Levanto a Romi, me siento con ella en mi regazo, y aunque primero tendría que sacarme solo una teta, me bajo todo el escote, pelando las dos ubres a pleno.
Tengo las areolas empapadas de leche, y no porqué sea la hora de lactar, sino por la calentura que me incita todo ese momento. Romi toma primero de una teta, luego de la otra, todo ante la asertiva mirada de Juan.
Cuando termina, y se queda de nuevo dormida, la dejo en el coche, y me vuelvo hacia él, con las tetas al descubierto. Si él no tomaba la iniciativa, entonces la tomaría yo.
-No se tomó todo...- le digo, y sopesándome los pechos con las manos, le pregunto -¿Te gustaría...?-
¿Acaso me iba a decir que no? Se me viene encima, me rodea con sus brazos y me chupetea las tetas desesperado. La leche materna le chorrea por toda la pera, a la vez que con sus manos me agarra del culo y me levanta, manteniéndome sujeta en el aire todo el rato en que me succiona los pezones.
Cuando me suelta, le busco la boca y nos besamos. Sentir en sus labios mi sabor lácteo, me eriza de excitación.
-Te quiero coger...- me dice.
-¿Y para que te crees que vine?- le replico.
Me lleva a una habitación en dónde la presencia femenina es aún más notoria. Dejamos el cochecito de Romi en el pasillo, con la puerta entreabierta, para escucharla. Nos desvestimos, y nos tumbamos el uno sobre el otro, besándonos y metiéndonos manos por doquier.
Dejando por un momento su fetiche con mis pechos, me separa las piernas y me chupa la concha en una forma que me hace estremecer de placer. Cómo usa la lengua me resulta por demás estimulante.
-¡Ahhhhhh... Sí... Sí... Sí... Que rico me chupás... Seguí... No pares... Ahhhhhh... Ahhhhhh... !-
Hasta se me nubla la vista de tanto que me hace gozar. Se levanta, y con la pija dura e hinchada, se me pone encima y me la mete por la boca, haciéndomela comer casi por completo.
-¡Agggghhhhh... Agggghhhhh... Agggghhhhh...!-
Trato de chupársela lo más que puedo, aguantando las arcadas, mientras él bombea sin parar contra mi garganta.
¡PUM... PUM... PUM... PUM... PUM...!-
Cuando me la saca, rebosante de mis babas, le paso la lengua a todo lo largo, llegando hasta los huevos, a los que saboreo con unas suaves mordiditas.
Mientras se pone un preservativo, yo solo atino a abrirme de piernas y a esperar lo mejor. Cuando me penetra es como que todo se difumina a mi alrededor, y solo quedo yo y esa robustecida poronga que se hunde bien hasta los pelos en mí.
El tipo parecía de lo más normal, un vecino cualquiera, de esos que vemos día a día en las calles de nuestro barrio, pero ahí en la cama ee todo un animal, una bestia desatada cuyo único instinto es someter y destruir a su presa.
Me da con todo, fuerte, enérgico, haciéndome rebotar contra la cama con cada embestida, pero aún así yo le pido más... más... más...!!!
En eso momentos de calentura nada me es suficiente, lo quiero todo y mucho más también. Algunas veces te lo dan, otras no, pero este vecino en especial, se superaba con creces. Más le pedía y más me daba.
Me la saca, se levanta, la pija en su más glorioso esplendor, curvada hacia arriba de tan dura y parada que la tiene, me levanta a mí también, y empujándome contra la pared, me la vuelve a meter desde atrás. Bien plantado tras de mí, me sujeta de la cintura, mientras me descose a pijazos. Yo sigo gritando, totalmente sometida, mojada a más no poder, tanto que el caldo de mi sexo me chorrea por los muslos.
Me la saca de la concha, y abriéndome bien las nalgas, él mismo, con sus manos, me puntea el ojete.
Hasta hace poquito me dolía cuando trataban de metérmela por atrás, no sé, quizás una fisura de la que no me di cuenta en su momento, pero ya se me pasó, por lo que mi culito volvía a estar apto y dispuesto.
-¡Rompémelo... haceme mierda...!- le reclamo, casi como desafiándolo.
¡Para qué...! Me la clava de una, y tras unos pocos movimientos, para amoldarse, me empieza a culear divinamente. Sentía que me empujaba los intestinos hacia adentro con cada bombazo... bomba tras bomba...
Ahí, de parada, estampada contra la pared, me acabo la vida. Siento que pierdo las fuerzas y que me desarmo, pero él no me deja caer, me sigue dando pija, haciendo aún más grande el agujero de mi culo.
A veces, aunque la estés pasando joya, sentís que ya está, que ya fue suficiente. Eso sentía yo, la estaba pasando de maravilla, pero ya quería que se termine.
El tipo me sigue taladrando un poco más, hasta que al estar ya a punto, me tira sobre la cama, siempre con esos modos bruscos y violentos, se saca el forro, y sacudiéndosela unas cuantas veces, me acaba encima.
Los lechazos caen sobre mi cuerpo, sobre mi cara, empapándome con su gratificante tibieza. Cuando ya no tiene nada más que soltar, se la chupo, tratando de extraerle hasta la última gota.
El tipo cae derrumbado a mi lado, entre expresiones de júbilo y satisfacción.
Le pido prestado el baño, para ducharme, ya que estaba prácticamente empapada en semen. Es ahí que en el botiquín veo perfumes y cremas de mujer.
Luego, al salir, en la mesa de luz del cuarto veo una foto de él con una mujer, abrazados, con las Cataratas de fondo. Por la calentura, no había reparado antes en ella.
Ya me había cogido, así que sí, tuvo que admitir que era casado y que su esposa estaba de viaje.
-No tenías que mentirme...- le digo, acercándome a él, con el cuerpo todavía húmedo -Hubiera cogido con vos aún sabiendo que estás casado-
Le doy un beso y voy a ver a mi hija que sigue durmiendo como un angelito. Termino de vestirme, me despido de Juan y nos vamos con Romi de nuevo a la plaza, en dónde me quedo un rato más, hasta que se me pase esa euforia que te queda después del sexo. Luego paso a buscar al Ro por el Club y nos vamos todos a casa, como cualquier familia normal...
Estoy en la plaza, con mis hijos. Son las cinco y media, seis de la tarde. Mientras Romi duerme en su cochecito, y el Ro juega con sus amigos, me distraigo revisando mensajes en el celular.
Con la puntualidad de un relojito, Romi se despierta, reclamando a puro llanto la merienda. La levanto, la recuesto sobre mi falda y cuando estoy por sacarme el pecho para alimentarla, llego a percibir que alguien me está mirando. Un tipo. Está paseando a sus perros, dos ovejeros alemanes, pero aunque sostiene a uno con cada mano, está más atento a lo que sucede en dónde estoy yo sentada.
-No te vayas a tropezar...- le digo cuando pasa por delante mío.
No dice nada, no sabe que responder, y aunque me sigue mirando, igual me saco el pecho, y sin pudor alguno, me pongo a amamantar a mi hija. Se le cae la baba de solo verme.
Quizás pueda resultar incómodo y hasta desagradable, que mientras estás dando de lactar, alguien te mire de una forma que no es, precisamente, de ternura hacia la maternidad.
Debería haberme sentido invadida, acosada, pero no... lo que sentí fue morbo, excitación. Soy una enfermita, lo sé, pero me mojé de solo sentir la mirada invasiva de ese hombre.
No era la primera vez que lo veía, ya lo había visto antes, ya que esos perrazos son inconfundibles, pero nunca había notado que me mirara de esa manera, como queriendo arrancarme a la beba de los brazos y colgarse él mismo de mis pechos.
Da un par de vueltas por el lugar, siempre mirándome en esa forma que me pone roja de excitación, pero cuando termino de amamantar, desaparece. Al otro día no pude ir por un tema laboral, pero al siguiente, un jueves, allí estuve, a la misma hora, sola con Romi ésta vez, ya que el Ro tenía su clase de fútbol. Acuérdense que ahora es titular en el equipo del Club.
Lo veo aparecer con sus perros, y ya desde lejos se me ponen los pezones en punta. Pero no era que me ponía así por él, sino por el morbo que me daba saber que venía a ver cómo le daba el pecho a mi hija.
No sé si sea una desviación sexual, ¿lactismo? ¿Existe algo así? Alguien que se excita sexualmente viendo a una mamá dándole el pecho a su bebé.
Alto, morocho, de buen porte, cuarenta y tantos, primero da una vuelta por la zona de mascotas, en dónde los perros hacen sus necesidades, y luego, ya sin ningún disimulo, viene hacía dónde estoy con mi beba.
Esta vez no espero a que Romi me dé la señal, la levanto, la recuesto en mi regazo, y me saco el pecho, dejándolo al descubierto más tiempo del necesario. Y no solo eso, sino que también me aprieto un pezón, soltando un chorrito de leche, tras lo cuál le doy el pecho a mi hija.
El tipo sigue caminando, aunque sin dejar de mirarme.
-¿Cómo se llaman?- le pregunto cuando está casi a mi lado, en alusión a los perros.
-Samsón y Dalila...- me responde.
-¡Son hermosos...!-
-Gracias...-
-Me gustan mucho los perros, pero ahora entre los chicos y el trabajo, se me dificulta tener uno, quizás más adelante cuando estén un poco más grandes- le digo como para darle charla y no se vaya, como la otra vez.
-Te recomiendo de ésta raza, son muy compañeros y guardianes-
-Quizás podrías asesorarme, ni mi marido ni yo sabemos mucho de perros- le sugiero.
-Bueno, en casa tengo material audiovisual de todas las razas, incluso de las más exóticas-
-¿Me estás invitando a tu casa?- le pregunto en un tono sugerente.
-No, digo que podría traerte para que lo veas... con tu marido- se apura en aclarar.
-Estoy bromeando...- le digo sonriente -No creo que a tu esposa le cause gracia que llegues a tu casa con una desconocida y un bebé-
-La verdad es que no diría nada porqué estamos separados... vivo solo-
Lo de "vivo solo" lo añade tras unos pocos segundos, como queriendo resaltar su condición de hombre soltero.
-Ahhhhh...!!! Entonces sí me estás invitando- le insisto.
Lo piensa un momento, tratando de dilucidar si le estoy hablando en serio o en broma. Pero antes de que diga nada, decido por él.
-¿Junto mis cosas y vamos? Ésta niña ya comió suficiente como para quedarse dormida por un buen rato- le digo, acostando a Romi de nuevo en el cochecito, y mientras lo hago, me quedo con la teta al aire, goteando leche.
Tomándome todo el tiempo del mundo, para que él me vea, obvio, me limpio el pezón, húmedo e hinchado, con una toallita y recién entonces me guardo la teta, todo adelante de la atenta y escrutadora mirada de aquel hombre del cuál aún no sé ni el nombre.
-¿Sabés qué? Recién caigo en que estoy por ir a tu casa y no sé ni siquiera como te llamás, somos dos desconocidos- le digo tras guardar la mamadera, el babero y la manta.
-Ehhh, Juan... Me llamo Juan- responde con un leve titubeo, lo que me hace suponer que no es su nombre verdadero.
¿Porqué me mentiría? Quizás no sea cierto que esté separado. Por ahí su esposa no está en casa en ese momento y se está aprovechando del juego que le estoy proponiendo.
Cierro el bolso, me levanto y extendiendo la mano, lo saludo.
-Encantada de conocerte, Juan, yo soy Mariela- yo sí le digo mi nombre real.
Nos saludamos, ya presentados, y vamos hacia su casa. Él arrastrando sus perros, yo empujando el coche de mi hija.
Vive cerca de la plaza, solo tenemos que cruzar la avenida, seguir una cuadra, luego media a la derecha y llegamos. Un chalet de dos plantas, bien cuidado. Abre, suelta a los perros en el jardín y me hace pasar. Ni bien entro me doy cuenta de la impronta femenina en el ambiente. Es evidente que no vive solo, igual no digo nada.
Acomodo el cochecito de Romi en un rincón, y me siento, mientras él trae una laptop y me muestra una biblioteca que contiene todas las razas de perros. Cada raza viene con información del origen, tamaño, carácter, esperanza de vida y los cuidados que hay que brindarle.
Me invita un vaso de agua, mientras yo sigo revisando raza tras raza, con algún comentario suyo de por medio, aunque en ese momento estoy mucho más interesada en otra cosa.
Por suerte Romi se despierta y empieza a reclamar su alimento.
-Perdón...- le digo devolviéndole la laptop -¿No te molesta si le doy el pecho acá? No quiero llevármela llorando-
-Para nada, como en tu casa- me dice, con el entusiasmo brillándole en la mirada.
Levanto a Romi, me siento con ella en mi regazo, y aunque primero tendría que sacarme solo una teta, me bajo todo el escote, pelando las dos ubres a pleno.
Tengo las areolas empapadas de leche, y no porqué sea la hora de lactar, sino por la calentura que me incita todo ese momento. Romi toma primero de una teta, luego de la otra, todo ante la asertiva mirada de Juan.
Cuando termina, y se queda de nuevo dormida, la dejo en el coche, y me vuelvo hacia él, con las tetas al descubierto. Si él no tomaba la iniciativa, entonces la tomaría yo.
-No se tomó todo...- le digo, y sopesándome los pechos con las manos, le pregunto -¿Te gustaría...?-
¿Acaso me iba a decir que no? Se me viene encima, me rodea con sus brazos y me chupetea las tetas desesperado. La leche materna le chorrea por toda la pera, a la vez que con sus manos me agarra del culo y me levanta, manteniéndome sujeta en el aire todo el rato en que me succiona los pezones.
Cuando me suelta, le busco la boca y nos besamos. Sentir en sus labios mi sabor lácteo, me eriza de excitación.
-Te quiero coger...- me dice.
-¿Y para que te crees que vine?- le replico.
Me lleva a una habitación en dónde la presencia femenina es aún más notoria. Dejamos el cochecito de Romi en el pasillo, con la puerta entreabierta, para escucharla. Nos desvestimos, y nos tumbamos el uno sobre el otro, besándonos y metiéndonos manos por doquier.
Dejando por un momento su fetiche con mis pechos, me separa las piernas y me chupa la concha en una forma que me hace estremecer de placer. Cómo usa la lengua me resulta por demás estimulante.
-¡Ahhhhhh... Sí... Sí... Sí... Que rico me chupás... Seguí... No pares... Ahhhhhh... Ahhhhhh... !-
Hasta se me nubla la vista de tanto que me hace gozar. Se levanta, y con la pija dura e hinchada, se me pone encima y me la mete por la boca, haciéndomela comer casi por completo.
-¡Agggghhhhh... Agggghhhhh... Agggghhhhh...!-
Trato de chupársela lo más que puedo, aguantando las arcadas, mientras él bombea sin parar contra mi garganta.
¡PUM... PUM... PUM... PUM... PUM...!-
Cuando me la saca, rebosante de mis babas, le paso la lengua a todo lo largo, llegando hasta los huevos, a los que saboreo con unas suaves mordiditas.
Mientras se pone un preservativo, yo solo atino a abrirme de piernas y a esperar lo mejor. Cuando me penetra es como que todo se difumina a mi alrededor, y solo quedo yo y esa robustecida poronga que se hunde bien hasta los pelos en mí.
El tipo parecía de lo más normal, un vecino cualquiera, de esos que vemos día a día en las calles de nuestro barrio, pero ahí en la cama ee todo un animal, una bestia desatada cuyo único instinto es someter y destruir a su presa.
Me da con todo, fuerte, enérgico, haciéndome rebotar contra la cama con cada embestida, pero aún así yo le pido más... más... más...!!!
En eso momentos de calentura nada me es suficiente, lo quiero todo y mucho más también. Algunas veces te lo dan, otras no, pero este vecino en especial, se superaba con creces. Más le pedía y más me daba.
Me la saca, se levanta, la pija en su más glorioso esplendor, curvada hacia arriba de tan dura y parada que la tiene, me levanta a mí también, y empujándome contra la pared, me la vuelve a meter desde atrás. Bien plantado tras de mí, me sujeta de la cintura, mientras me descose a pijazos. Yo sigo gritando, totalmente sometida, mojada a más no poder, tanto que el caldo de mi sexo me chorrea por los muslos.
Me la saca de la concha, y abriéndome bien las nalgas, él mismo, con sus manos, me puntea el ojete.
Hasta hace poquito me dolía cuando trataban de metérmela por atrás, no sé, quizás una fisura de la que no me di cuenta en su momento, pero ya se me pasó, por lo que mi culito volvía a estar apto y dispuesto.
-¡Rompémelo... haceme mierda...!- le reclamo, casi como desafiándolo.
¡Para qué...! Me la clava de una, y tras unos pocos movimientos, para amoldarse, me empieza a culear divinamente. Sentía que me empujaba los intestinos hacia adentro con cada bombazo... bomba tras bomba...
Ahí, de parada, estampada contra la pared, me acabo la vida. Siento que pierdo las fuerzas y que me desarmo, pero él no me deja caer, me sigue dando pija, haciendo aún más grande el agujero de mi culo.
A veces, aunque la estés pasando joya, sentís que ya está, que ya fue suficiente. Eso sentía yo, la estaba pasando de maravilla, pero ya quería que se termine.
El tipo me sigue taladrando un poco más, hasta que al estar ya a punto, me tira sobre la cama, siempre con esos modos bruscos y violentos, se saca el forro, y sacudiéndosela unas cuantas veces, me acaba encima.
Los lechazos caen sobre mi cuerpo, sobre mi cara, empapándome con su gratificante tibieza. Cuando ya no tiene nada más que soltar, se la chupo, tratando de extraerle hasta la última gota.
El tipo cae derrumbado a mi lado, entre expresiones de júbilo y satisfacción.
Le pido prestado el baño, para ducharme, ya que estaba prácticamente empapada en semen. Es ahí que en el botiquín veo perfumes y cremas de mujer.
Luego, al salir, en la mesa de luz del cuarto veo una foto de él con una mujer, abrazados, con las Cataratas de fondo. Por la calentura, no había reparado antes en ella.
Ya me había cogido, así que sí, tuvo que admitir que era casado y que su esposa estaba de viaje.
-No tenías que mentirme...- le digo, acercándome a él, con el cuerpo todavía húmedo -Hubiera cogido con vos aún sabiendo que estás casado-
Le doy un beso y voy a ver a mi hija que sigue durmiendo como un angelito. Termino de vestirme, me despido de Juan y nos vamos con Romi de nuevo a la plaza, en dónde me quedo un rato más, hasta que se me pase esa euforia que te queda después del sexo. Luego paso a buscar al Ro por el Club y nos vamos todos a casa, como cualquier familia normal...
36 comentarios - El arte de la lactancia...
Besotes amiga
Y que hermosos morbo sos mujer.
Van 10 ptos y una paja para.vos
Saludos marita
Un sueño poder cruzarte y tener la suerte de juan.
Que andes de 10.
Saludos