Hola a todos los seguidores de esta historia, retomo el relato luego de mucho tiempo sin escribir. Como conté anteriormente, Zoe conoció a un flaco con una verga enorme, durante un viaje a la ciudad de Córdoba, y estuvo dos semanas comiéndose ese porongón a gusto. De vuelta a nuestra ciudad siguió en contacto con el cordobés, intercambiando fotos y videos muy hot.
Cuando la calentura no pudo más quedaron en que el cordobés viajara a nuestra ciudad para sacarse las ganas de cogerse a mi mujer, y Zoe me dijo que le gustaría que el flaco se alojara en nuestra casa, para coger más cómodos, y que durante su estadía le cediera mi lugar en nuestra cama y yo durmiera en el sofá.
Esto no representaba una imposición, sino que lo hacía como una consulta, haciéndose la bebota traviesa mientras lo expresaba, acurrucándose contra mi cuerpo, toda mimosa. Me preguntaba si no me molestaba; que si yo no quería no había problema, que le decía que parara en un hotel.
La verdad es que de entrada no me hizo mucha gracia la propuesta. Me gusta que me hagan cornudo y no tengo problemas con que Zoe duerma con otros hombres, pero que se quedara en mi cama, y desplazándome, no me gustaba.
Por otro lado, me imaginaba la situación, que no me convencía mucho, y a la vez me calentaba un montón. Y más me calentaba la manera en que Zoe me lo pedía, haciéndose la bebota putita que le pide a su novio que le ceda su cama y su mujer a otro macho, mientras espera como buen cornudito pajero en el sofá.
Como se imaginarán no le pude decir que no, e inmediatamente después de haber aceptado entré en un estado entre angustia y calentura que me duró hasta que el flaco se fue.
Zoe acordó con el cordobés que vendría la semana siguiente, y durante el transcurso de la semana nos la pasamos cogiendo. Ella cogía por la calentura que tenía de que le diera verga el cordobés, era obvio que ni pensaba en mí. Durante esos días yo fui prácticamente un consolador, porque mientras cogíamos no hacía más que hablarme de la verga del cordobés, de las ganas que tenía de chuparle la pija, de que le rompiera bien el orto, que la llenara de leche, que la tratara como una puta.
Jamás la había visto tan caliente con un macho, ni adoptar ese papel de puta barata, guarra; porque si bien era terrible putona, su onda era más de putita intelectual. Y, como lo describí en el relato anterior, me preocupaba un poco, y también me excitaba más que nunca. A veces me calentaba tanto lo que decía que me hacía acabar enseguida, y ella, totalmente encendida me agarraba de los pelos y me hacía chuparle la concha llena de mi leche, hasta que la hacía acabar.
Cuando llegó el cordobés ella lo fue a buscar a aeropuerto y tardaron como una hora y media en llegar a casa. Me lo presentó, era un tipo muy fachero, buen lomo, más alto que yo, que me saludó con amabilidad, pero sin prestarme mucha atención, como quien saluda al hermano de la mina a la que se va a coger.
Le pregunté a Zoe si había pasado algo durante el viaje de vuelta, por la demora, y cómo respuesta me dio un beso de lengua que despejó todos mis interrogantes por el gusto a leche que tenía. Y mientras el cordobés se daba una ducha, ella se abrió la camisa y me dijo “mirá, ¿queres probar un poquito?”
Debajo de la camisa se veía parte del corpiño y las tetas empapadas, y el olor a leche era impresionante. Inmediatamente me puse a lamer todo lo que pude y a besarla, como desesperado. Me contó que no aguantaron y pararon a coger en el auto, a las apuradas. Estaban tan calientes que el flaco le bajó la calza, corrió la tanga y le metió toda la chota de golpe en la concha, que estaba empapada.
Cogieron a lo bruto, como desesperados; ella acabó enseguida, y él le dio un par de bombazos y le avisó que no aguantaba más, y que le quería acabar en la boca. Ella se había sacado la camisa y estaba con el corpiño puesto, con las tetas afuera, e inmediatamente el cordobés sacó esa tremenda pija a puto de explotar de su concha, y le descargó toda la leche en la boca, chorreando sus tetas y el corpiño.
Eso me lo contó mientras yo limpiaba toda la leche de su macho en sus tetas. Mi pija estaba que reventaba por la calentura después de todo eso. La quise coger y no me dejó, me dijo que fuera bueno y me aguantara un poco porque quería reservarse para su macho. Entonces le pedía que me la chupara, y accedió, pero me la chupo rápido, para hacerme acabar y nada más, escupiendo la leche en el piso, como haciéndome un favor. Me dijo que eso era lo último que le iba a dedicar a mi pija mientras estuviera el cordobés. Que esa mamada me la hacía como si fuera un mimo, porque me amaba, pero que entendiera que estaba muy caliente con el flaco, y que en ese momento sólo deseaba coger con él. Que sería por unos días, que por favor la entendiera. Además, me dijo que, en principio, iban a coger con la puerta cerrada, porque al cordobés no le calentaba mucho que yo los observara.
Todo esto lo decía nuevamente en tono de bebota traviesa, acariciándome la pija flácida, como quien acaricia un gatito. Me dio un beso suave en los labios, se sacó toda la ropa, dejándose sólo la tanga, y se fue a duchar con el cordobés.
A los pocos minutos empecé a escuchar los gritos de placer de Zoe. Era evidente que el cordobés tenía una poronga enorme y que la sabía usar. Así estuvieron un rato, no mucho, hasta que Zoe acabó gritando como una marrana. Él no acabó; se secaron mientras conversaban y reían, se notaba que había mucha complicidad entre ellos, salieron desnudos del baño, se metieron en nuestra habitación, y cerraron la puerta.
Yo estaba en el sillón, intentando concentrarme en una película, y cuando ellos pasaron a la habitación pude ver la verga semi erecta del cordobés ¡Realmente era una pija hermosa! Y la verdad es que se me hizo agua la boca.
Estuvieron casi dos horas cogiendo como desaforados, entre pausas con charla y risas. Siempre con la puerta cerrada. Después salió Zoe de la habitación; es imposible describir la cara de satisfacción y agotamiento que tenía mi novia, todas sus zonas erógenas estaban algo hinchadas, el cuerpo sudoroso y con un olor a sexo embriagante. Me miró con cara de pícara y exhausta, pero sin decir nada.
Yo moría de la calentura e intriga. “¿Y? contame algo por favor”, le dije “¿Cómo fue?”.
“Mirá cómo fue” me dijo, se dio vuelta sacando la cola, se abrió con las dos manos, y lo que vi me volvió loco. Tenía el culo tan dilatado e hinchado como no lo había visto nunca, y la concha inflamada, muy rosada, llena de leche.
Me dijo “¿queres probarla, cornudito lindo?” mientras se apoyaba en la mesa abriendo más las piernas y parando bien la cola.
Inmediatamente separé las dos nalgas hermosas de mi mujer y me puse a lamer como un desquiciado toda la zanja recién cogida, bien enlechada. La combinación de aromas y sabores de flujo y semen me volvían loco. Mientras lamía como perrito tomando agua me hice una paja frenética y acabé cómo un animal, quedando de rodillas en el suelo, agotado.
Zoe me acarició la cabeza, agarró dos cervezas heladas de la heladera y volvió con su macho. Antes de entrar a la habitación me dijo, “¿te encargas vos de la cena, mi amor?” Entró a la habitación sin esperar mi respuesta, y cerró nuevamente la puerta.
Luego de reponerme me puse a preparar la cena y, cuando estuvo lista, golpeé la puerta de mi habitación para avisarle a Zoe, esperando que se levantaran a comer. Pero me dijo que por favor les alcanzara los dos platos en una bandeja, que iban a comer en la cama.
La situación nuevamente me disgustaba, pero no me podía negar. Estaba atravesando un tipo de humillación que definitivamente no me hacía bien, nunca nos manejábamos de esa manera. Era una faceta totalmente nueva en Zoe, y si bien no lo hacía con maldad, estaba disfrutando de ese juego, como si lo estuviera descubriendo sin proponérselo, y le gustaba. Y lo cierto es que, en parte, yo también lo disfrutaba.
Preparé la bandeja y golpeé nuevamente la puerta. Zoe me dijo que pasara y dejara la bandeja al lado de la cama. Cuando entré estaban los dos desnudos, mirando una película; ella descansaba sobre el pecho del cordobés, acariciando su verga que reposaba hacia un costado toda babeante, y él acariciaba en círculos, suavemente el esfínter dilatado de mi novia, que gemía suavemente.
El cordobés me miró cómo incrédulo y burlón, ella me miró con cara de ternura y me dijo “gracias, mi amor, sos un santo”.
Volví al sillón, a seguir mirando la película para distraerme un rato y cenar, pero casi no pude probar bocado. La mezcla de sensaciones que tenía era indescriptible, y a la vez tenía una excitación constante. Zoe ya me había dicho que no iba a coger conmigo mientras estuviera con el Cordobés, y por cómo se estaban dando las cosas era evidente que, por lo menos esa noche, no iba a poder coger con ella.
Entonces se me ocurrió escribirle a Fer, pensando en que si me daba una buena cogida me iba a tranquilizar bastante y me podía distraer un poco conversando con él, ya que siempre tenía palabras tranquilizadoras para esos momentos, pero me respondió que no podía.
Le escribí a Nicolás, pero no llegó el mensaje. A esa altura ya me estaba desesperando, porque me había hecho la idea de que me den pija para tranquilizarme, y me había entusiasmado con la idea.
Así que hice un último intento y el escribí a Juan, que a decir verdad no era el que más me gustaba para compartir esa situación, sabiendo que es muy morboso y le encanta humillarme. Pero la calentura pudo más.
Juan respondió, no muy entusiasmado. Pero cuando le conté que a Zoe se la estaba cogiendo un macho en mi cama, y me habían mandado al sillón, se puso como moto. “En media hora estoy ahí cornudo”, me dijo, “prepará bien la cola porque le vas a hacer competencia a la putita de tu mujer de todo el tiempo que te voy a coger. Desde ya te aviso que me acabo de tomar un viagra entero; y quiero que me esperes con lencería de putita”.
Le expliqué que la lencería estaba en la habitación en que estaba Zoe con su macho, y que no tenía la confianza suficiente con el cordobés como para vestirme de puta en su presencia, que me daba mucha vergüenza porque no era de esa onda el flaco. Por eso Zoe no me había dejado ver cómo cogían.
“Si no te vestís de putita no hay pija”, me dijo, “vos decidís”.
A esa altura, entre todo el morbo de lo que estaba ocurriendo ya me moría por comerme esa pija. Así que le mandé un whatsapp a Zoe para pedirle que me alcanzara una tanga, portaligas y un corseé, pero tenía el celular apagado. Así que tuve que ir a golpearle la puerta, y pedirle que se asomara, para decirle algo.
Se acercó a la puerta y cuando le comenté en voz baja que necesitaba la lencería porque iba a venir Juan a cogerme, le dio mucha risa, por lo avergonzado que estaba; y en vez de mostrarse discreta, comenzó a hablar en voz alta, “No tenes por qué avergonzarte, mi amor, Martín (el cordobés) seguro que no tienen problemas en que te vistas como putita ¿No Martin?”
“No, para nada” dijo el cordobés, más que nada por quedar bien con Zoe, porque se notaba en su expresión que no salía del asombro, y que le parecía rarísimo todo lo que tenía que ver con mis gustos, que me gustara ser cornudo, que me gustara que me cojan y encima vestirme de trola.
Zoe se entusiasmó en ayudarme a vestir, siempre le divertía mucho hacerlo. Me acompañó al living y me ayudó a producirme, con maquillaje incluido. Cuando estuve listo lo llamó al cordobés para que me viera; yo le decía que no, que me daba vergüenza, pero no me hizo caso, a ella le parecía divertido y sinceramente no registraba la incomodidad que me generaba.
El cordobés vino inmediatamente por la curiosidad que le generaba verme así. Los primero que hizo fue mirarme como a un bicho raro, era claro que no le resultaba muy natural lo que veía. Zoe me hizo girar para que me viera la cola entangada.
“Mirá la colita que tiene mi cornudita” le dijo Zoe, haciedo que muriera de vergüenza. Me hizo inclinar un poco y me dio un chirlo en la cola. Me sorprendió que el cordobés se quedó mirando mi culo con una cara muy diferente a la que había puesto ni bien mie vio. Y noté que se le puso la verga morcillona.
“La verdad es que tiene buen culo tu novio cornudo”, dijo el cordobés, “y más, entangado así. Lástima que tenga cara de macho.” dijo, y volvió para mi cama.
Zoe me dijo, “bueno mi amor, estás divina para que te coja Juan. ¡Qué bien que hiciste un plan con él! Yo vuelvo a la cama con Martín, no sabes lo bien que me estuvo cogiendo ¡ya quiero que me vuelva a culear! Disfrutá de tu macho como yo, putita linda”. Y se fue con el cordobés dejando la puerta entreabierta.
Yo quedé sentado en el sofá, me serví un whisky triple, y por un momento me abstraje de la excitación. Me puse a reflexionar sobre lo que estaba viviendo; pensaba “Mi mujer se trajo un macho a nuestra habitación que se la está cogiendo como una puta, entregada y con la complicidad de una novia. Y yo acá sentado, entangado, con medias de red y porta ligas, un corsee, producido; esperando a un macho calentón y medio perverso para que me coja cómo a una puta del cabaret”.
Esos pensamientos, lejos de inquietarme, me excitaron muchísimo y, tal vez por ayuda del whisky, comencé a sentirme más desinhibido. Tomar conciencia de esa situación tan bizarra que estaba viviendo, asumiendo que gozaba con muchas variantes sexuales que la mayoría de la sociedad reprime por juicios morales, me hizo sentir muy libre, relajado y ¡muy caliente!
Estaba ensimismado en esos pensamientos cuando Juan tocó el timbre. Le abrí y lo primero que dijo cuando me vio fue “¡Muy bien putita! Veo que estuviste obediente”.
Yo me di vueltas y dejé mi culo entangado sobresaliendo para que lo mirara a gusto. El me agarró las nalgas con las dos manos, sin delicadeza, las manoseó un poco, me dio un chirlo fuerte, y dijo: “Hermoso culo, putita. Lástima que te va a quedar roto y abierto de la flor de culeada que te voy a dar”. Yo a esa altura moría de calentura. A través de la puerta entreabierta de mi habitación podía ver al cordobés dándole tremenda cogida a mi novia, que se dejaba ensartar completamente entregada.
Empujé a Juan sobre el sillón, desabroché su pantalón, se lo bajé lo más rápido que pude, hasta las rodillas; lo mismo hice con el boxer, quedando frente a mi cara su verga hermosa, semi parada, que no tardó ni un minuto en ponerse dura como un fierro, ya que, cumpliendo con lo que había advertido, se tomó un viagra antes de venir y ya estaba en pleno efecto.
Juan me miraba desconcertado, notando que mi actitud era muy diferente a la que había observado cuando le escribí para que viniera. Agarré su verga y me la tragué de golpe, la llené de saliva, lo masturbé, bajé hasta sus huevos, los lamí, me los metí en la boca, y volví a su pija.
Lamía la cabeza con devoción, saboreando el glande, disfrutando el gusto a pija, me la tragaba hasta el fondo, me atragantaba y volvía. Había aceptado una vez más jugar a la puta cornuda, y lo iba a hacer con esmero, porque me encantaba, porque el placer de todo ese juego era indescriptible.
Juan bufaba y gemía por la mamada que le estaba dando. “Parece que hoy estás más caliente que nunca, putita ¡qué buena chupada de verga que me estás pegando! ¡no sabes cómo te voy a coger ese orto de puta!”
Yo no paraba de chupar y lamer esa verga, orgullosa de hacer gozar a mi macho. De pronto Juan me corrió de su pija, se paró, me hizo poner en cuatro en el sillón, con los brazos en el respaldo, corrió el hilo de la tanga, y empezó a chuparme el culo. Yo lo abría bien para que entrara toda su lengua, mojando toda mi cola, mientras gemía despacio.
En un momento no aguanté más y le dije “quiero que me cojas, la quiero tener adentro, y la quiero sin forro”.
“Siiii, putita, te la voy a dar a pelo, para que sientas bien mi verga”, me dijo Juan. Me puse lubricante en la cola, unté lsu verga, y me la metí yo sola, me fui sentando lentamente; haciendo pausas, mientras mi cola se iba abriendo, y seguí hasta que sentí sus huevos en mi culo.
Me quedé sentado un par de minutos, de espaldas a Juan, y mientras mi ano se acostumbraba al tamaño de su verga, movía la cola en círculos, suavemente, dándome placer y haciendo gozar a Juan. De a poco empecé a subir y bajar, subía hasta que quedaba la punta de la cabeza adentro y volvía a bajar, primero despacio y después subiendo el ritmo.
Juan bufaba como un toro, mientras yo subía y bajaba, cada vez más rápido, y más caliente. De pronto me paré, me puse en cuatro, con las manos en el respaldo del sofá, y le dije a Juan: “¡Vení, ahora sí, rompeme bien el orto como vos querías, vení papito, haceme sentir muy puta!”
Juan se acomodó atrás mío, apuntó su pija en la entrada de mi culo, y la dejó ir hasta el fondo. Con la dilatación que tenía entró como si nada. Me agarró de las caderas y comenzó a bombear como toro en celo. Literalmente me estaba rompiendo el culo ¡pero me encantaba! Yo gritaba, por la mezcla de placer y dolor que me provocaba, pero no quería que pare ¡le pedía que me coja! Estaba desatado.
“¡Dale hijo de puta, rompeme bien el culo!” Le decía yo, mientras empujaba mi cola para recibir más pija. El me daba más fuerte y me decía “¡Sí, tomá puta culo roto!¡Como te gusta que te rompan el orto, no tenes cura!”
“¡Síii, me encanta!” Le decía yo “¡me encanta ser tu putita!” Juan seguía dándome pija y pija sin piedad. Yo completamente entregado.
“¿Te gusta que te haga mi putita mientras otro se recontra coge a tu mujer, cornudito?” me decía Juan.
“¡Siiii, claro que me gusta, me encanta que cojan a mi mujer como una puta, que me haga bien cornudo mientras un macho me emputece a mí!”
Mientras decía eso a los gritos, y me pajeaba, empecé a acabar como una marrana, fue un polvo increíble, muy largo. Jamás había soltado mi lado puto tan libremente como ese momento, literalmente exploté en un polvo, y quedé derrumbado en el sillón.
El que no quedó derrumbado fue Jua, que me seguía cogiendo como un poseso, totalmente desbordado de la calentura por todas las guarradas sin filtro que yo había dicho y por la tremenda cogida que nos estábamos pegando, hasta que no aguantó más y me descargó toda la leche acumulada de la calentura adentro de mi culo, en un polvo que también pareció interminable.
Juan quedo bufando un rato sobre mi hasta que su pija se fue ablandando un poco y liberó mi culo. Sabía que esa cogida la iba a sentir un par de días, por cómo había quedado mi cola, pero me sentía completamente satisfecho, el culo me desbordaba de leche, me había encantado esa culeada. En un momento miro hacia la puerta de mi habitación, y allí estaban parados, Zoe y el cordobés, en silencio y con cara de asombro.
El cordobés no terminaba de asimilar todo lo que ocurría en nuestra sexualidad, porque, en definitiva, él sólo quería cogerse a Zoe, no conocía el mundo del cuckold, le había entusiasmado el juego por videollamada, pero en vivo lo descolocaba un poco.
Y Zoe estaba algo asombrada porque nunca me había visto tan desatado en mi “modo putita”, pero por su forma de ser, le encantó esa variante. Se acercó a besarme y me dijo “Mi amor, me encanta que te atrevas a ser tan putita, amo esas cosas de vos. Y que aceptes que yo pueda gozar con quien quiera. Si querés tengo un regalito para vos”, dijo señalándose la concha chorreante de leche.
“¡Claro que quiero!” le dije. Me acosté boca arriba en el sofá y ella abrió sus piernas y puso su concha sobre mi cara. Lamí despacio, ya no tan excitado, pero quería recibir el regalo que me daba mi amor, en nuestra complicidad. Lamí esa concha con amor, limpiando cada resto le semen que pudiera quedar, y también su cola.
Después se retiró de mi cara, me dio un beso tierno, agarró al cordobés de la verga, y se fueron a la habitación. Yo no daba más, estaba totalmente agotado de toda la jornada sexual y, sobre todo, de la culiada que me había dado Juan.
En ese momento me acordé de Juan, y cuando me di vuelta para verlo, él me miraba sonriente, con cara pícara, señalando su verga, que se había vuelto a para y estaba como un mástil nuevamente, por efecto del viagra, y de lo que le había calentado verme limpiando la concha enlechada de Zoe.
Así que respiré hondo, tomé un poco más de whisky, agradecí para mis adentros poder cumplir tantas fantasías, y me puse nuevamente a mamar con devoción la verga de Juan, mientras mi mujer dormía con su macho.
Cuando la calentura no pudo más quedaron en que el cordobés viajara a nuestra ciudad para sacarse las ganas de cogerse a mi mujer, y Zoe me dijo que le gustaría que el flaco se alojara en nuestra casa, para coger más cómodos, y que durante su estadía le cediera mi lugar en nuestra cama y yo durmiera en el sofá.
Esto no representaba una imposición, sino que lo hacía como una consulta, haciéndose la bebota traviesa mientras lo expresaba, acurrucándose contra mi cuerpo, toda mimosa. Me preguntaba si no me molestaba; que si yo no quería no había problema, que le decía que parara en un hotel.
La verdad es que de entrada no me hizo mucha gracia la propuesta. Me gusta que me hagan cornudo y no tengo problemas con que Zoe duerma con otros hombres, pero que se quedara en mi cama, y desplazándome, no me gustaba.
Por otro lado, me imaginaba la situación, que no me convencía mucho, y a la vez me calentaba un montón. Y más me calentaba la manera en que Zoe me lo pedía, haciéndose la bebota putita que le pide a su novio que le ceda su cama y su mujer a otro macho, mientras espera como buen cornudito pajero en el sofá.
Como se imaginarán no le pude decir que no, e inmediatamente después de haber aceptado entré en un estado entre angustia y calentura que me duró hasta que el flaco se fue.
Zoe acordó con el cordobés que vendría la semana siguiente, y durante el transcurso de la semana nos la pasamos cogiendo. Ella cogía por la calentura que tenía de que le diera verga el cordobés, era obvio que ni pensaba en mí. Durante esos días yo fui prácticamente un consolador, porque mientras cogíamos no hacía más que hablarme de la verga del cordobés, de las ganas que tenía de chuparle la pija, de que le rompiera bien el orto, que la llenara de leche, que la tratara como una puta.
Jamás la había visto tan caliente con un macho, ni adoptar ese papel de puta barata, guarra; porque si bien era terrible putona, su onda era más de putita intelectual. Y, como lo describí en el relato anterior, me preocupaba un poco, y también me excitaba más que nunca. A veces me calentaba tanto lo que decía que me hacía acabar enseguida, y ella, totalmente encendida me agarraba de los pelos y me hacía chuparle la concha llena de mi leche, hasta que la hacía acabar.
Cuando llegó el cordobés ella lo fue a buscar a aeropuerto y tardaron como una hora y media en llegar a casa. Me lo presentó, era un tipo muy fachero, buen lomo, más alto que yo, que me saludó con amabilidad, pero sin prestarme mucha atención, como quien saluda al hermano de la mina a la que se va a coger.
Le pregunté a Zoe si había pasado algo durante el viaje de vuelta, por la demora, y cómo respuesta me dio un beso de lengua que despejó todos mis interrogantes por el gusto a leche que tenía. Y mientras el cordobés se daba una ducha, ella se abrió la camisa y me dijo “mirá, ¿queres probar un poquito?”
Debajo de la camisa se veía parte del corpiño y las tetas empapadas, y el olor a leche era impresionante. Inmediatamente me puse a lamer todo lo que pude y a besarla, como desesperado. Me contó que no aguantaron y pararon a coger en el auto, a las apuradas. Estaban tan calientes que el flaco le bajó la calza, corrió la tanga y le metió toda la chota de golpe en la concha, que estaba empapada.
Cogieron a lo bruto, como desesperados; ella acabó enseguida, y él le dio un par de bombazos y le avisó que no aguantaba más, y que le quería acabar en la boca. Ella se había sacado la camisa y estaba con el corpiño puesto, con las tetas afuera, e inmediatamente el cordobés sacó esa tremenda pija a puto de explotar de su concha, y le descargó toda la leche en la boca, chorreando sus tetas y el corpiño.
Eso me lo contó mientras yo limpiaba toda la leche de su macho en sus tetas. Mi pija estaba que reventaba por la calentura después de todo eso. La quise coger y no me dejó, me dijo que fuera bueno y me aguantara un poco porque quería reservarse para su macho. Entonces le pedía que me la chupara, y accedió, pero me la chupo rápido, para hacerme acabar y nada más, escupiendo la leche en el piso, como haciéndome un favor. Me dijo que eso era lo último que le iba a dedicar a mi pija mientras estuviera el cordobés. Que esa mamada me la hacía como si fuera un mimo, porque me amaba, pero que entendiera que estaba muy caliente con el flaco, y que en ese momento sólo deseaba coger con él. Que sería por unos días, que por favor la entendiera. Además, me dijo que, en principio, iban a coger con la puerta cerrada, porque al cordobés no le calentaba mucho que yo los observara.
Todo esto lo decía nuevamente en tono de bebota traviesa, acariciándome la pija flácida, como quien acaricia un gatito. Me dio un beso suave en los labios, se sacó toda la ropa, dejándose sólo la tanga, y se fue a duchar con el cordobés.
A los pocos minutos empecé a escuchar los gritos de placer de Zoe. Era evidente que el cordobés tenía una poronga enorme y que la sabía usar. Así estuvieron un rato, no mucho, hasta que Zoe acabó gritando como una marrana. Él no acabó; se secaron mientras conversaban y reían, se notaba que había mucha complicidad entre ellos, salieron desnudos del baño, se metieron en nuestra habitación, y cerraron la puerta.
Yo estaba en el sillón, intentando concentrarme en una película, y cuando ellos pasaron a la habitación pude ver la verga semi erecta del cordobés ¡Realmente era una pija hermosa! Y la verdad es que se me hizo agua la boca.
Estuvieron casi dos horas cogiendo como desaforados, entre pausas con charla y risas. Siempre con la puerta cerrada. Después salió Zoe de la habitación; es imposible describir la cara de satisfacción y agotamiento que tenía mi novia, todas sus zonas erógenas estaban algo hinchadas, el cuerpo sudoroso y con un olor a sexo embriagante. Me miró con cara de pícara y exhausta, pero sin decir nada.
Yo moría de la calentura e intriga. “¿Y? contame algo por favor”, le dije “¿Cómo fue?”.
“Mirá cómo fue” me dijo, se dio vuelta sacando la cola, se abrió con las dos manos, y lo que vi me volvió loco. Tenía el culo tan dilatado e hinchado como no lo había visto nunca, y la concha inflamada, muy rosada, llena de leche.
Me dijo “¿queres probarla, cornudito lindo?” mientras se apoyaba en la mesa abriendo más las piernas y parando bien la cola.
Inmediatamente separé las dos nalgas hermosas de mi mujer y me puse a lamer como un desquiciado toda la zanja recién cogida, bien enlechada. La combinación de aromas y sabores de flujo y semen me volvían loco. Mientras lamía como perrito tomando agua me hice una paja frenética y acabé cómo un animal, quedando de rodillas en el suelo, agotado.
Zoe me acarició la cabeza, agarró dos cervezas heladas de la heladera y volvió con su macho. Antes de entrar a la habitación me dijo, “¿te encargas vos de la cena, mi amor?” Entró a la habitación sin esperar mi respuesta, y cerró nuevamente la puerta.
Luego de reponerme me puse a preparar la cena y, cuando estuvo lista, golpeé la puerta de mi habitación para avisarle a Zoe, esperando que se levantaran a comer. Pero me dijo que por favor les alcanzara los dos platos en una bandeja, que iban a comer en la cama.
La situación nuevamente me disgustaba, pero no me podía negar. Estaba atravesando un tipo de humillación que definitivamente no me hacía bien, nunca nos manejábamos de esa manera. Era una faceta totalmente nueva en Zoe, y si bien no lo hacía con maldad, estaba disfrutando de ese juego, como si lo estuviera descubriendo sin proponérselo, y le gustaba. Y lo cierto es que, en parte, yo también lo disfrutaba.
Preparé la bandeja y golpeé nuevamente la puerta. Zoe me dijo que pasara y dejara la bandeja al lado de la cama. Cuando entré estaban los dos desnudos, mirando una película; ella descansaba sobre el pecho del cordobés, acariciando su verga que reposaba hacia un costado toda babeante, y él acariciaba en círculos, suavemente el esfínter dilatado de mi novia, que gemía suavemente.
El cordobés me miró cómo incrédulo y burlón, ella me miró con cara de ternura y me dijo “gracias, mi amor, sos un santo”.
Volví al sillón, a seguir mirando la película para distraerme un rato y cenar, pero casi no pude probar bocado. La mezcla de sensaciones que tenía era indescriptible, y a la vez tenía una excitación constante. Zoe ya me había dicho que no iba a coger conmigo mientras estuviera con el Cordobés, y por cómo se estaban dando las cosas era evidente que, por lo menos esa noche, no iba a poder coger con ella.
Entonces se me ocurrió escribirle a Fer, pensando en que si me daba una buena cogida me iba a tranquilizar bastante y me podía distraer un poco conversando con él, ya que siempre tenía palabras tranquilizadoras para esos momentos, pero me respondió que no podía.
Le escribí a Nicolás, pero no llegó el mensaje. A esa altura ya me estaba desesperando, porque me había hecho la idea de que me den pija para tranquilizarme, y me había entusiasmado con la idea.
Así que hice un último intento y el escribí a Juan, que a decir verdad no era el que más me gustaba para compartir esa situación, sabiendo que es muy morboso y le encanta humillarme. Pero la calentura pudo más.
Juan respondió, no muy entusiasmado. Pero cuando le conté que a Zoe se la estaba cogiendo un macho en mi cama, y me habían mandado al sillón, se puso como moto. “En media hora estoy ahí cornudo”, me dijo, “prepará bien la cola porque le vas a hacer competencia a la putita de tu mujer de todo el tiempo que te voy a coger. Desde ya te aviso que me acabo de tomar un viagra entero; y quiero que me esperes con lencería de putita”.
Le expliqué que la lencería estaba en la habitación en que estaba Zoe con su macho, y que no tenía la confianza suficiente con el cordobés como para vestirme de puta en su presencia, que me daba mucha vergüenza porque no era de esa onda el flaco. Por eso Zoe no me había dejado ver cómo cogían.
“Si no te vestís de putita no hay pija”, me dijo, “vos decidís”.
A esa altura, entre todo el morbo de lo que estaba ocurriendo ya me moría por comerme esa pija. Así que le mandé un whatsapp a Zoe para pedirle que me alcanzara una tanga, portaligas y un corseé, pero tenía el celular apagado. Así que tuve que ir a golpearle la puerta, y pedirle que se asomara, para decirle algo.
Se acercó a la puerta y cuando le comenté en voz baja que necesitaba la lencería porque iba a venir Juan a cogerme, le dio mucha risa, por lo avergonzado que estaba; y en vez de mostrarse discreta, comenzó a hablar en voz alta, “No tenes por qué avergonzarte, mi amor, Martín (el cordobés) seguro que no tienen problemas en que te vistas como putita ¿No Martin?”
“No, para nada” dijo el cordobés, más que nada por quedar bien con Zoe, porque se notaba en su expresión que no salía del asombro, y que le parecía rarísimo todo lo que tenía que ver con mis gustos, que me gustara ser cornudo, que me gustara que me cojan y encima vestirme de trola.
Zoe se entusiasmó en ayudarme a vestir, siempre le divertía mucho hacerlo. Me acompañó al living y me ayudó a producirme, con maquillaje incluido. Cuando estuve listo lo llamó al cordobés para que me viera; yo le decía que no, que me daba vergüenza, pero no me hizo caso, a ella le parecía divertido y sinceramente no registraba la incomodidad que me generaba.
El cordobés vino inmediatamente por la curiosidad que le generaba verme así. Los primero que hizo fue mirarme como a un bicho raro, era claro que no le resultaba muy natural lo que veía. Zoe me hizo girar para que me viera la cola entangada.
“Mirá la colita que tiene mi cornudita” le dijo Zoe, haciedo que muriera de vergüenza. Me hizo inclinar un poco y me dio un chirlo en la cola. Me sorprendió que el cordobés se quedó mirando mi culo con una cara muy diferente a la que había puesto ni bien mie vio. Y noté que se le puso la verga morcillona.
“La verdad es que tiene buen culo tu novio cornudo”, dijo el cordobés, “y más, entangado así. Lástima que tenga cara de macho.” dijo, y volvió para mi cama.
Zoe me dijo, “bueno mi amor, estás divina para que te coja Juan. ¡Qué bien que hiciste un plan con él! Yo vuelvo a la cama con Martín, no sabes lo bien que me estuvo cogiendo ¡ya quiero que me vuelva a culear! Disfrutá de tu macho como yo, putita linda”. Y se fue con el cordobés dejando la puerta entreabierta.
Yo quedé sentado en el sofá, me serví un whisky triple, y por un momento me abstraje de la excitación. Me puse a reflexionar sobre lo que estaba viviendo; pensaba “Mi mujer se trajo un macho a nuestra habitación que se la está cogiendo como una puta, entregada y con la complicidad de una novia. Y yo acá sentado, entangado, con medias de red y porta ligas, un corsee, producido; esperando a un macho calentón y medio perverso para que me coja cómo a una puta del cabaret”.
Esos pensamientos, lejos de inquietarme, me excitaron muchísimo y, tal vez por ayuda del whisky, comencé a sentirme más desinhibido. Tomar conciencia de esa situación tan bizarra que estaba viviendo, asumiendo que gozaba con muchas variantes sexuales que la mayoría de la sociedad reprime por juicios morales, me hizo sentir muy libre, relajado y ¡muy caliente!
Estaba ensimismado en esos pensamientos cuando Juan tocó el timbre. Le abrí y lo primero que dijo cuando me vio fue “¡Muy bien putita! Veo que estuviste obediente”.
Yo me di vueltas y dejé mi culo entangado sobresaliendo para que lo mirara a gusto. El me agarró las nalgas con las dos manos, sin delicadeza, las manoseó un poco, me dio un chirlo fuerte, y dijo: “Hermoso culo, putita. Lástima que te va a quedar roto y abierto de la flor de culeada que te voy a dar”. Yo a esa altura moría de calentura. A través de la puerta entreabierta de mi habitación podía ver al cordobés dándole tremenda cogida a mi novia, que se dejaba ensartar completamente entregada.
Empujé a Juan sobre el sillón, desabroché su pantalón, se lo bajé lo más rápido que pude, hasta las rodillas; lo mismo hice con el boxer, quedando frente a mi cara su verga hermosa, semi parada, que no tardó ni un minuto en ponerse dura como un fierro, ya que, cumpliendo con lo que había advertido, se tomó un viagra antes de venir y ya estaba en pleno efecto.
Juan me miraba desconcertado, notando que mi actitud era muy diferente a la que había observado cuando le escribí para que viniera. Agarré su verga y me la tragué de golpe, la llené de saliva, lo masturbé, bajé hasta sus huevos, los lamí, me los metí en la boca, y volví a su pija.
Lamía la cabeza con devoción, saboreando el glande, disfrutando el gusto a pija, me la tragaba hasta el fondo, me atragantaba y volvía. Había aceptado una vez más jugar a la puta cornuda, y lo iba a hacer con esmero, porque me encantaba, porque el placer de todo ese juego era indescriptible.
Juan bufaba y gemía por la mamada que le estaba dando. “Parece que hoy estás más caliente que nunca, putita ¡qué buena chupada de verga que me estás pegando! ¡no sabes cómo te voy a coger ese orto de puta!”
Yo no paraba de chupar y lamer esa verga, orgullosa de hacer gozar a mi macho. De pronto Juan me corrió de su pija, se paró, me hizo poner en cuatro en el sillón, con los brazos en el respaldo, corrió el hilo de la tanga, y empezó a chuparme el culo. Yo lo abría bien para que entrara toda su lengua, mojando toda mi cola, mientras gemía despacio.
En un momento no aguanté más y le dije “quiero que me cojas, la quiero tener adentro, y la quiero sin forro”.
“Siiii, putita, te la voy a dar a pelo, para que sientas bien mi verga”, me dijo Juan. Me puse lubricante en la cola, unté lsu verga, y me la metí yo sola, me fui sentando lentamente; haciendo pausas, mientras mi cola se iba abriendo, y seguí hasta que sentí sus huevos en mi culo.
Me quedé sentado un par de minutos, de espaldas a Juan, y mientras mi ano se acostumbraba al tamaño de su verga, movía la cola en círculos, suavemente, dándome placer y haciendo gozar a Juan. De a poco empecé a subir y bajar, subía hasta que quedaba la punta de la cabeza adentro y volvía a bajar, primero despacio y después subiendo el ritmo.
Juan bufaba como un toro, mientras yo subía y bajaba, cada vez más rápido, y más caliente. De pronto me paré, me puse en cuatro, con las manos en el respaldo del sofá, y le dije a Juan: “¡Vení, ahora sí, rompeme bien el orto como vos querías, vení papito, haceme sentir muy puta!”
Juan se acomodó atrás mío, apuntó su pija en la entrada de mi culo, y la dejó ir hasta el fondo. Con la dilatación que tenía entró como si nada. Me agarró de las caderas y comenzó a bombear como toro en celo. Literalmente me estaba rompiendo el culo ¡pero me encantaba! Yo gritaba, por la mezcla de placer y dolor que me provocaba, pero no quería que pare ¡le pedía que me coja! Estaba desatado.
“¡Dale hijo de puta, rompeme bien el culo!” Le decía yo, mientras empujaba mi cola para recibir más pija. El me daba más fuerte y me decía “¡Sí, tomá puta culo roto!¡Como te gusta que te rompan el orto, no tenes cura!”
“¡Síii, me encanta!” Le decía yo “¡me encanta ser tu putita!” Juan seguía dándome pija y pija sin piedad. Yo completamente entregado.
“¿Te gusta que te haga mi putita mientras otro se recontra coge a tu mujer, cornudito?” me decía Juan.
“¡Siiii, claro que me gusta, me encanta que cojan a mi mujer como una puta, que me haga bien cornudo mientras un macho me emputece a mí!”
Mientras decía eso a los gritos, y me pajeaba, empecé a acabar como una marrana, fue un polvo increíble, muy largo. Jamás había soltado mi lado puto tan libremente como ese momento, literalmente exploté en un polvo, y quedé derrumbado en el sillón.
El que no quedó derrumbado fue Jua, que me seguía cogiendo como un poseso, totalmente desbordado de la calentura por todas las guarradas sin filtro que yo había dicho y por la tremenda cogida que nos estábamos pegando, hasta que no aguantó más y me descargó toda la leche acumulada de la calentura adentro de mi culo, en un polvo que también pareció interminable.
Juan quedo bufando un rato sobre mi hasta que su pija se fue ablandando un poco y liberó mi culo. Sabía que esa cogida la iba a sentir un par de días, por cómo había quedado mi cola, pero me sentía completamente satisfecho, el culo me desbordaba de leche, me había encantado esa culeada. En un momento miro hacia la puerta de mi habitación, y allí estaban parados, Zoe y el cordobés, en silencio y con cara de asombro.
El cordobés no terminaba de asimilar todo lo que ocurría en nuestra sexualidad, porque, en definitiva, él sólo quería cogerse a Zoe, no conocía el mundo del cuckold, le había entusiasmado el juego por videollamada, pero en vivo lo descolocaba un poco.
Y Zoe estaba algo asombrada porque nunca me había visto tan desatado en mi “modo putita”, pero por su forma de ser, le encantó esa variante. Se acercó a besarme y me dijo “Mi amor, me encanta que te atrevas a ser tan putita, amo esas cosas de vos. Y que aceptes que yo pueda gozar con quien quiera. Si querés tengo un regalito para vos”, dijo señalándose la concha chorreante de leche.
“¡Claro que quiero!” le dije. Me acosté boca arriba en el sofá y ella abrió sus piernas y puso su concha sobre mi cara. Lamí despacio, ya no tan excitado, pero quería recibir el regalo que me daba mi amor, en nuestra complicidad. Lamí esa concha con amor, limpiando cada resto le semen que pudiera quedar, y también su cola.
Después se retiró de mi cara, me dio un beso tierno, agarró al cordobés de la verga, y se fueron a la habitación. Yo no daba más, estaba totalmente agotado de toda la jornada sexual y, sobre todo, de la culiada que me había dado Juan.
En ese momento me acordé de Juan, y cuando me di vuelta para verlo, él me miraba sonriente, con cara pícara, señalando su verga, que se había vuelto a para y estaba como un mástil nuevamente, por efecto del viagra, y de lo que le había calentado verme limpiando la concha enlechada de Zoe.
Así que respiré hondo, tomé un poco más de whisky, agradecí para mis adentros poder cumplir tantas fantasías, y me puse nuevamente a mamar con devoción la verga de Juan, mientras mi mujer dormía con su macho.
4 comentarios - cuando no te podes negar a ser un cornudo emputecido