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UN TIPO CON SUERTE
Un tipo con suerte, creo que es la mejor manera de definir lo que leerán a continuación, haber caído en el momento adecuado en el sitio adecuado.
Mi nombre es Arturo, treinta y tres años, casado, padre de familia, tenemos dos hijos. Me gano la vida reparando electrodomésticos, digamos heladeras, aires acondicionados, lavarropas, microondas y todo ese tipo de artefactos que al menos en mi país se llaman comúnmente ‘línea blanca’.
No trabajo solo, Jorge es mi socio, mi fiel amigo de años, ambos terminamos los estudios secundarios y nos pusimos a probar suerte en el rubro, sin muchas pretensiones, pero después de diez años puedo decir que nos fue relativamente bien, y hoy tenemos lo que podemos llamar una microempresa, un lugarcito donde atendemos y reparamos cuando es necesario. De vez en cuando, su esposa o la mía nos ayudan con la parte administrativa, nos dan una mano con todo el papeleo haciendo las veces de secretaria, no podemos darnos el lujo de costear una, como verán, vivimos bien, pero hasta ahí nomás.
Jorge y yo solemos programar las agendas de visitas, hay muchas revisiones y reparaciones que hacemos directamente en los hogares de los clientes y solo cuando es imperiosamente necesario trasladamos los artefactos dañados al taller.
Todo empezó a principio del verano, con los primeros calores, mi socio tenía una ronda de visitas programadas para ese día y yo me quedaría en el taller haciendo unos trabajitos, Jorge se retrasó, me llamó al celular y me explicó que su suegra estaba con un problema de salud y si yo podía hacer las visitas en su lugar, cosas habituales que nos sucedían, como a todo el mundo.
Así que cargué mis herramientas en el coche, cerré el portón y me dispuse a visitar clientes, era más importante ‘enganchar’ nuevos trabajos y hacer esperar un poquito a los que ya teníamos en curso, además, si mi socio se desocupaba, seguro iría al taller a seguir con lo que yo había dejado.
Recuerdo que primero revisé el microondas de una vieja antipática, luego el ventilador de pared de una vieja rotisería, para dirigirme a un nuevo lugar en pleno centro de la ciudad.
A las once de la mañana tenía pactada esa cita, llegué con veinte minutos de demora, la impuntualidad me molestaba, era la imagen de mi trabajo, una voz femenina me atendió al otro lado del portero y me permitió el paso, tomé el ascensor que raudamente me llevó al piso once. Golpeé con los nudillos de mis dedos la madera de la puerta del departamento C, no tardaron en recibirme, una mujer de mi edad, calculé unos treinta, me extendió la mano y me dejó pasar, luego me saludó cordialmente su esposo, que notoriamente le llevaba unos años.
Ella tomó la palabra y si algo quedó en claro de entrada, es que ella era la voz predominante, la que decidía, la que explicaba, la que acordaba, Julio, su esposo, solo mantenía un rol pasivo, en segundo plano, limitado solo a observar y asentir con la cabeza cada palabra que Delfina, su esposa, pronunciaba, un tanto desentendido del tema.
Acomodé las cosas lentamente, escuchando los parloteos de la mujer, haciendo una inspección visual del entorno, solo soy curioso y me gustan los detalles de los sitios que la ocasión me lleva a conocer.
Era un monoambiente muy grande y cómodo, ideal para una pareja sin hijos, lo primero que llamó mi atención fue el orden y la limpieza que imperaba, todo reluciente, todo en su lugar, un confortable espacio para una mesa de roble con sillas de estilo abría el lugar, haciendo las veces de comedor, a un lado una improvisada barra con altos taburetes separaba una escueta cocina, al otro lado, una puerta cerrada que adiviné dirigía a los sanitarios, más atrás un abultado sillón en cuero negro para dos personas, esos amplios y cómodos para sentarse a pasar muchas horas, al frente un enorme led sobre la pared, separados por una alfombra de gruesos y coloridos pelos donde descansaba una mesita ratona, y pegado, ya sobre el fondo del cuarto, una enorme cama matrimonial , muy moderna, de alto colchón. En el rincón, una cinta para hacer ejercicios se veía fuera de sintonía con el resto, como forzada en ese sitio. Todo terminaba en un amplio ventanal corredizo que permitía el acceso al balcón que daba a la calle, imaginé que hacer el amor en esa cama, con las cortinas abiertas, a media luz, sería algo muy sexi.
Sobre esa ventana, pegado al techo, el aire acondicionado me esperaba desafiante, el motivo por el cual yo me encontraba ahí.
Llevé mi escalera de mano, al pie del equipo, Julio se había desentendido de nosotros, había encendido el led y se había acomodado sobre el sillón, Delfina por su parte se quedó a mi lado, mirando fijamente, como inspeccionando mi trabajo, aunque la situación se hiciera digamos rara.
Mientras desarmaba e inspeccionaba, sentía la mirada de la dueña de casa quemándome, de reojo veía como ella mascaba un chicle y en una forma molesta lo estiraba con sus dedos y lo volvía a llevar a la boca, Delfina era una mujer de normal estatura, un poco rellenita, se marcaban sus piernas gruesas y un culo tentador bajo un pantalón negro, pero lo más llamativo eran sus pechos enormes, no muchas mujeres podían lucir ese tamaño de pechos, y toda esa situación me desconcentraba.
El diagnóstico era previsible, nadie limpia los filtros de estos equipos y cuando llega el calor, todos te llaman porque ‘el aire no enfría’, un trabajo de pocos minutos para quien sabe hacerlo, pero ya era tarde, mi socio me había avisado que no llegaría y había demasiado que hacer, así que le expliqué lo que era, le comenté cuanto saldría y reprogramamos una cita para dos días después.
Algo había quedado pendiente esa mañana, algo más allá de la reparación del equipo, muchas miradas se habían cruzado, muchos gestos habían dicho más que muchas palabras, Delfina, Julio, yo, nos habíamos cruzado por casualidad y la historia continuaría con mi próxima visita.
Dos días después visitaba nuevamente el departamento C del piso once, esta vez asegurándome de llegar a tiempo, incluso antes del horario pactado, nuevamente me atendió ella, con una sonrisa cómplice, noté que esta vez su marido no estaba presente y adiviné que sería nuestro momento.
De todas maneras, primero el trabajo, fui con mi escalera de mano, me acomodé, subí y empecé a sacar los filtros, pero Delfina estaba al pie de la escalera, con mirada de perra y yo que solo no podía concentrarme en lo que hacía deseando hacer otra cosa, y la atmósfera se fue calentando y empecé a sentir una erección entre mis piernas, tengo una verga normal, pero era notoria mi situación bajo el jogging que usaba en ese momento, y los ojos de la dueña de casa cambiaron de dirección, ella dejó de mirarme a los ojos y empezó a mirarme con regocijo la verga y dado que yo estaba habiendo equilibrio en los escalones, mi sexo estaba a la altura de su cabeza.
Ella tomó la iniciativa, empezó a manosearme la verga dura en una forma muy puta, la deje hacer un rato y salté de la escalera al piso como si fuera un gato, empecé a besarla, a apretarla por todos lados, su culo, sus tetas, sabía que iba a cogerla, había llegado el momento, pero en un momento ella retomó el control y me apartó de sus lado, me dijo que la perdonara, que su esposo, que no podía, que una cosa y que la otra, se acomodó las prendas que yo ya había sacado de lugar y tomó distancia, poniendo un témpano helado entre nosotros.
Me quedé sin comprender, con una erección terrible entre mis piernas, maldiciendo a las mujeres y sus putas actitudes infantiles, o sea, quiero, pero no quiero, así que solo cerré mi boca y me puse a terminar mi puto trabajo. Solo comprobé que todo funcionara, cobré mi dinero y adiós, nunca más me dije mientras ella trataba de sonar gentil, hecho que me importó poco y nada.
Una semana después, cuando yo ya me había olvidado del tema, me habla Jorge, mi socio, diciéndome que había recibido un reclamo por el trabajo que yo había realizado, que el equipo seguía fallando, y que como yo lo había revisado, pues bien, era mi trabajo volver a ese domicilio. Y por tercera vez me encontré golpeando la puerta del departamento C en el piso once.
Menuda sorpresa me llevé cuando Julio me atendió al otro lado y me invitó a pasar, pero mi sorpresa fue mayor cuando noté que el ambiente parecía un freezer, evidentemente había una confusión, eso supuse, pues el acondicionador de aire evidentemente andaba muy bien. El tipo, un tanto parco me dijo que esperara unos minutos, que su esposa ya me atendería, y fue a sentarse al sillón, puso los pies extendidos sobre la mesa ratona y dirigió su vista al led de la pared donde veía alguna película.
Minutos más tarde empezaría la locura, se abrió la puerta del baño, y la figura de Delfina se hizo presente, lucía una bata roja que le llegaba a los tobillos, en un tul transparente que no dejaba nada a la imaginación, un culote del mismo tono la privaba de una desnudez completa, no pude dejar de reparar en sus enormes tetas, que caían con cadencia, casi llegando a su ombligo, creo que las aureolas de sus pezones eran del tamaño de mis manos.
No entendía nada, no salía de mi asombro, ella solo sonrió y me dijo
Disculpa, el otro día cuando te dije de mi esposo… era por esto, jamás hago nada a sus espaldas
Me tomó por la mano y fuimos al fondo, a la cama, pasamos por delante de Julio, quien se iba relajando en el sillón conforme pasaban los minutos y fui entendiendo de que se trataba la historia.
Ella empezó a besarme profundamente, como poseída, pero yo me sentía un poco incómodo por la situación y lo raro de todo, jamás me había pasado algo así, ella lo notó, se sentó al pie de la cama y empezó a acariciarme la verga por sobre el pantalón, pero yo no reaccionaba, su esposo había apagado el led y nos observaba en silencio, disfrutando lo que veía como una película pornográfica en vivo.
La mujer dejó caer la bata un lado, soltó la hebilla del pantalón, luego el botón, bajo la cremallera y tiró hacia abajo, desnudando mi sexo que ya a esa altura empezaba a mostrarse desafiante, lo acarició un poco y lo llevó a su boca, empezó a lamerlo, con esmero, cambiando el enfoque de sus miradas, ella alternaba entre mis ojos y los de su esposo, se esmeraba por asegurarse que ambos viéramos lo que ella hacía con su boquita, para mí era todo nuevo, todo confuso, mientras ella chupaba me fui desnudando, era evidente que Julio solo estaba en plan de espectador y entendí que el juego lo jugaríamos ella y yo.
Después de una buena mamada, Delfina tomó sus enormes tetas he hizo desaparecer mi pija al medio, eran tan enormes como suaves, empezó a masturbarme entre ellas y adiviné que se excitaba demasiado haciéndolo, mi verga caliente era estimulada por esas preciosas montañas de carne y todo se hacía predeciblemente exquisito.
Luego solo se corrió lentamente, tomó mis cabellos entre sus dedos y me guio en el camino que ella deseaba que recorriese, mis labios pasaron por sus labios, luego por su cuello y terminé perdido entre sus terribles tetas, fue mi rostro el que quedó prisionero entre ellas y solo me dediqué a lamerlas por completo, eran un postre demasiado grande para engullir, le mordisqueaba los pezones y Delfina parecía retorcerse en pecaminoso placer ante la pasividad de su marido, me obligó a seguir bajando hasta perderme entre sus piernas abiertas, empecé a lamerla con ganas, su flujo tenía un fuerte olor y emanaba en demasía, bañando todo su sexo, chorreando por los alrededores, embardunando su esfínter, haciendo toda esa zona una peligrosa pista de patinaje.
Me fui perdiendo poco a poco en el placer que le daba, en las contracciones y los gemidos de esa mujer, me olvidé de su esposo y me entraron ganas irrefrenables de cogerla, pero ella me mantenía ahí, solo practicándole un interminable cunnilingus, mis ojos estaban cerrados, tenía toda la concentración en hacer mi mejor trabajo
Algo en mi barbilla me trajo a la realidad, algo me golpeaba y buscaba apartarme, abrí los ojos y Delfina intentaba meterse una enorme verga de juguete en su concha, era gruesa, y tenía unos veinticinco centímetros, solo le di lugar y me excité observando como esa mujer se devoraba rápidamente ese monstruo entre sus piernas, empezó a meterlo y sacarlo con cadencia, y con su mano libre comenzó a masturbar su clítoris, yo ya no tenía acceso para darle sexo oral, solo se dejó caer de costado y me quedé como un observador de lujo, junto a su esposo que parecía petrificado en el sillón adjunto.
Delfina pareció explotar de repente, estalló, sus gemidos se hicieron gritos, y sus espasmos involuntarios decoraron la vista de los dos hombres que disfrutaban la situación.
Su marido esbozó una mueca cómplice en sus labios y me guiñó un ojo. Delfina volvió a la carga, como poseída me arrastró sobre el colchón, pasó una pierna a cada lado, tomó mi verga entre sus dedos y la condujo a su concha, honestamente, el juguete se la había dejado tan dilatada que me sentí pequeño en su interior.
Pero ella solo me cabalgó rítmicamente, sus tetas se balanceaban como dos campanas enormes ante mis ojos y yo me perdía ante semejante cuadro, ella era consciente del poder de sus pechos, y jugaba con eso, sabía que me excitaba y eso a ella la excitaba. Tomó una de mis manos y la condujo a su esfínter, llevando mis dedos a él, dejándome ver el camino, su culito estaba tan mojado por el flujo de su conchita que dos dedos se introdujeron cadi sin dificultad, Delfina tomó entonces la verga de juguete que había quedado a un lado, la puso en mi mano libre y me dijo
Jugá con la puntita en la puertita de mi culito, pero solo en la puertita…
Así lo hice, sin dejar de cogerla, sin dejar de lamer sus pechos mientras se balanceaban sobre mi rostro, jugué con la punta de ese pene de juguete en su trasero, solo presioné un poco, y otro poco, pero hice lo que todo hombre haría en mi lugar, probé sus límites, empuje un poco más fuerte y otro más, su rostro pareció desencajarse, y salvo que ella reclamara, yo no cesaría de forzar, y eso fue demasiado erótico, porque me daba cuenta que empezaba a dilatar su trasero, me lo decía su rostro, mezcla de dolor, mezcla de placer, y solo empujé tan profundo como pude, enterrándoselo por completo, ella gritó y como respuesta sentí sus afiladas uñas clavarse en mi pecho, ya estaba, ya la tenía, y jugaba un juego de doble penetración que me llevaba al infierno.
Mi verga estaba quieta en su concha, pero lo excitante del juego era sentir como el enorme juguete se metía una y otra vez en su culo, y como apretaba mi sexo al pasar por el otro canal, Delfina no cesaba de gemir e intentaba asfixiarme con sus impresionantes tetas, al tiempo que su esposo disfrutaba todo con una pasividad exasperante.
Giramos sobre la cama, ahora ella había quedado de espaldas y yo la cogía con vehemencia, entres sus piernas abiertas, yo había pasado mi mano por debajo y antes sus inútiles súplicas me aseguraba de tenerle bien enterrado en el culo ese enorme juguete, mientras mi verga resbalaba una y otra vez en su embadurnada rajita
Mis ojos se llenaron en sus imponentes tetas, en cada embate se mecían como dos enormes montañas, tan sexis, tan calientes, solo no resistí la tentación y fui sobre ellas, dejé mi pija al medio y la rodee con toda esa perfección, sentía su suavidad, su calor maternal, al final solo me separé unos centímetros y se las llené de leche, ella se mostró receptiva y su esposo aun parecía una momia, solo observando, mi semen llenó sus pechos, sus pezones, su cuello, ella solo gemía regodeándose de placer.
Me retiré a un lado, las últimas imágenes que cruzan por mi mente es ver a Delfina recostada lamiéndose sus propias tetas, limpiando con su boca todo lo que yo había dejado sobre ella, aún caliente, respirando excitada, con el juguete enterrado en su culo, su esposo dejando ver por primera vez una mueca en su rostro, una mueca de satisfacción que denotaba que estaba vivo.
Un intenso silencio llenó la atmósfera en esos momentos, y sentí como que ya había cumplido mi rol y empezaba a sobrar en el lugar, me cambié nuevamente, sin prisa, pero sin pausa, asumí que el matrimonio debería terminar el juego que yo había iniciado, saludé respetuosamente y solo emprendí mi partida.
Los días pasaron, y siempre me volvían la memoria las locas vivencias de esa jornada, ellos me llamaron en algunas ocasiones más, pero ya no como el service de un aire acondicionado, no, ahora me llamaban para jugar en la cama, a pesar de eso, yo ya me había dado el gusto y preferí evadir cada propuesta, no quería iniciar un juego que no sabía cómo podía terminar, solo cerré la puerta, hasta que ellos dejaron de llamarme...
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No trabajo solo, Jorge es mi socio, mi fiel amigo de años, ambos terminamos los estudios secundarios y nos pusimos a probar suerte en el rubro, sin muchas pretensiones, pero después de diez años puedo decir que nos fue relativamente bien, y hoy tenemos lo que podemos llamar una microempresa, un lugarcito donde atendemos y reparamos cuando es necesario. De vez en cuando, su esposa o la mía nos ayudan con la parte administrativa, nos dan una mano con todo el papeleo haciendo las veces de secretaria, no podemos darnos el lujo de costear una, como verán, vivimos bien, pero hasta ahí nomás.
Jorge y yo solemos programar las agendas de visitas, hay muchas revisiones y reparaciones que hacemos directamente en los hogares de los clientes y solo cuando es imperiosamente necesario trasladamos los artefactos dañados al taller.
Todo empezó a principio del verano, con los primeros calores, mi socio tenía una ronda de visitas programadas para ese día y yo me quedaría en el taller haciendo unos trabajitos, Jorge se retrasó, me llamó al celular y me explicó que su suegra estaba con un problema de salud y si yo podía hacer las visitas en su lugar, cosas habituales que nos sucedían, como a todo el mundo.
Así que cargué mis herramientas en el coche, cerré el portón y me dispuse a visitar clientes, era más importante ‘enganchar’ nuevos trabajos y hacer esperar un poquito a los que ya teníamos en curso, además, si mi socio se desocupaba, seguro iría al taller a seguir con lo que yo había dejado.
Recuerdo que primero revisé el microondas de una vieja antipática, luego el ventilador de pared de una vieja rotisería, para dirigirme a un nuevo lugar en pleno centro de la ciudad.
A las once de la mañana tenía pactada esa cita, llegué con veinte minutos de demora, la impuntualidad me molestaba, era la imagen de mi trabajo, una voz femenina me atendió al otro lado del portero y me permitió el paso, tomé el ascensor que raudamente me llevó al piso once. Golpeé con los nudillos de mis dedos la madera de la puerta del departamento C, no tardaron en recibirme, una mujer de mi edad, calculé unos treinta, me extendió la mano y me dejó pasar, luego me saludó cordialmente su esposo, que notoriamente le llevaba unos años.
Ella tomó la palabra y si algo quedó en claro de entrada, es que ella era la voz predominante, la que decidía, la que explicaba, la que acordaba, Julio, su esposo, solo mantenía un rol pasivo, en segundo plano, limitado solo a observar y asentir con la cabeza cada palabra que Delfina, su esposa, pronunciaba, un tanto desentendido del tema.
Acomodé las cosas lentamente, escuchando los parloteos de la mujer, haciendo una inspección visual del entorno, solo soy curioso y me gustan los detalles de los sitios que la ocasión me lleva a conocer.
Era un monoambiente muy grande y cómodo, ideal para una pareja sin hijos, lo primero que llamó mi atención fue el orden y la limpieza que imperaba, todo reluciente, todo en su lugar, un confortable espacio para una mesa de roble con sillas de estilo abría el lugar, haciendo las veces de comedor, a un lado una improvisada barra con altos taburetes separaba una escueta cocina, al otro lado, una puerta cerrada que adiviné dirigía a los sanitarios, más atrás un abultado sillón en cuero negro para dos personas, esos amplios y cómodos para sentarse a pasar muchas horas, al frente un enorme led sobre la pared, separados por una alfombra de gruesos y coloridos pelos donde descansaba una mesita ratona, y pegado, ya sobre el fondo del cuarto, una enorme cama matrimonial , muy moderna, de alto colchón. En el rincón, una cinta para hacer ejercicios se veía fuera de sintonía con el resto, como forzada en ese sitio. Todo terminaba en un amplio ventanal corredizo que permitía el acceso al balcón que daba a la calle, imaginé que hacer el amor en esa cama, con las cortinas abiertas, a media luz, sería algo muy sexi.
Sobre esa ventana, pegado al techo, el aire acondicionado me esperaba desafiante, el motivo por el cual yo me encontraba ahí.
Llevé mi escalera de mano, al pie del equipo, Julio se había desentendido de nosotros, había encendido el led y se había acomodado sobre el sillón, Delfina por su parte se quedó a mi lado, mirando fijamente, como inspeccionando mi trabajo, aunque la situación se hiciera digamos rara.
Mientras desarmaba e inspeccionaba, sentía la mirada de la dueña de casa quemándome, de reojo veía como ella mascaba un chicle y en una forma molesta lo estiraba con sus dedos y lo volvía a llevar a la boca, Delfina era una mujer de normal estatura, un poco rellenita, se marcaban sus piernas gruesas y un culo tentador bajo un pantalón negro, pero lo más llamativo eran sus pechos enormes, no muchas mujeres podían lucir ese tamaño de pechos, y toda esa situación me desconcentraba.
El diagnóstico era previsible, nadie limpia los filtros de estos equipos y cuando llega el calor, todos te llaman porque ‘el aire no enfría’, un trabajo de pocos minutos para quien sabe hacerlo, pero ya era tarde, mi socio me había avisado que no llegaría y había demasiado que hacer, así que le expliqué lo que era, le comenté cuanto saldría y reprogramamos una cita para dos días después.
Algo había quedado pendiente esa mañana, algo más allá de la reparación del equipo, muchas miradas se habían cruzado, muchos gestos habían dicho más que muchas palabras, Delfina, Julio, yo, nos habíamos cruzado por casualidad y la historia continuaría con mi próxima visita.
Dos días después visitaba nuevamente el departamento C del piso once, esta vez asegurándome de llegar a tiempo, incluso antes del horario pactado, nuevamente me atendió ella, con una sonrisa cómplice, noté que esta vez su marido no estaba presente y adiviné que sería nuestro momento.
De todas maneras, primero el trabajo, fui con mi escalera de mano, me acomodé, subí y empecé a sacar los filtros, pero Delfina estaba al pie de la escalera, con mirada de perra y yo que solo no podía concentrarme en lo que hacía deseando hacer otra cosa, y la atmósfera se fue calentando y empecé a sentir una erección entre mis piernas, tengo una verga normal, pero era notoria mi situación bajo el jogging que usaba en ese momento, y los ojos de la dueña de casa cambiaron de dirección, ella dejó de mirarme a los ojos y empezó a mirarme con regocijo la verga y dado que yo estaba habiendo equilibrio en los escalones, mi sexo estaba a la altura de su cabeza.
Ella tomó la iniciativa, empezó a manosearme la verga dura en una forma muy puta, la deje hacer un rato y salté de la escalera al piso como si fuera un gato, empecé a besarla, a apretarla por todos lados, su culo, sus tetas, sabía que iba a cogerla, había llegado el momento, pero en un momento ella retomó el control y me apartó de sus lado, me dijo que la perdonara, que su esposo, que no podía, que una cosa y que la otra, se acomodó las prendas que yo ya había sacado de lugar y tomó distancia, poniendo un témpano helado entre nosotros.
Me quedé sin comprender, con una erección terrible entre mis piernas, maldiciendo a las mujeres y sus putas actitudes infantiles, o sea, quiero, pero no quiero, así que solo cerré mi boca y me puse a terminar mi puto trabajo. Solo comprobé que todo funcionara, cobré mi dinero y adiós, nunca más me dije mientras ella trataba de sonar gentil, hecho que me importó poco y nada.
Una semana después, cuando yo ya me había olvidado del tema, me habla Jorge, mi socio, diciéndome que había recibido un reclamo por el trabajo que yo había realizado, que el equipo seguía fallando, y que como yo lo había revisado, pues bien, era mi trabajo volver a ese domicilio. Y por tercera vez me encontré golpeando la puerta del departamento C en el piso once.
Menuda sorpresa me llevé cuando Julio me atendió al otro lado y me invitó a pasar, pero mi sorpresa fue mayor cuando noté que el ambiente parecía un freezer, evidentemente había una confusión, eso supuse, pues el acondicionador de aire evidentemente andaba muy bien. El tipo, un tanto parco me dijo que esperara unos minutos, que su esposa ya me atendería, y fue a sentarse al sillón, puso los pies extendidos sobre la mesa ratona y dirigió su vista al led de la pared donde veía alguna película.
Minutos más tarde empezaría la locura, se abrió la puerta del baño, y la figura de Delfina se hizo presente, lucía una bata roja que le llegaba a los tobillos, en un tul transparente que no dejaba nada a la imaginación, un culote del mismo tono la privaba de una desnudez completa, no pude dejar de reparar en sus enormes tetas, que caían con cadencia, casi llegando a su ombligo, creo que las aureolas de sus pezones eran del tamaño de mis manos.
No entendía nada, no salía de mi asombro, ella solo sonrió y me dijo
Disculpa, el otro día cuando te dije de mi esposo… era por esto, jamás hago nada a sus espaldas
Me tomó por la mano y fuimos al fondo, a la cama, pasamos por delante de Julio, quien se iba relajando en el sillón conforme pasaban los minutos y fui entendiendo de que se trataba la historia.
Ella empezó a besarme profundamente, como poseída, pero yo me sentía un poco incómodo por la situación y lo raro de todo, jamás me había pasado algo así, ella lo notó, se sentó al pie de la cama y empezó a acariciarme la verga por sobre el pantalón, pero yo no reaccionaba, su esposo había apagado el led y nos observaba en silencio, disfrutando lo que veía como una película pornográfica en vivo.
La mujer dejó caer la bata un lado, soltó la hebilla del pantalón, luego el botón, bajo la cremallera y tiró hacia abajo, desnudando mi sexo que ya a esa altura empezaba a mostrarse desafiante, lo acarició un poco y lo llevó a su boca, empezó a lamerlo, con esmero, cambiando el enfoque de sus miradas, ella alternaba entre mis ojos y los de su esposo, se esmeraba por asegurarse que ambos viéramos lo que ella hacía con su boquita, para mí era todo nuevo, todo confuso, mientras ella chupaba me fui desnudando, era evidente que Julio solo estaba en plan de espectador y entendí que el juego lo jugaríamos ella y yo.
Después de una buena mamada, Delfina tomó sus enormes tetas he hizo desaparecer mi pija al medio, eran tan enormes como suaves, empezó a masturbarme entre ellas y adiviné que se excitaba demasiado haciéndolo, mi verga caliente era estimulada por esas preciosas montañas de carne y todo se hacía predeciblemente exquisito.
Luego solo se corrió lentamente, tomó mis cabellos entre sus dedos y me guio en el camino que ella deseaba que recorriese, mis labios pasaron por sus labios, luego por su cuello y terminé perdido entre sus terribles tetas, fue mi rostro el que quedó prisionero entre ellas y solo me dediqué a lamerlas por completo, eran un postre demasiado grande para engullir, le mordisqueaba los pezones y Delfina parecía retorcerse en pecaminoso placer ante la pasividad de su marido, me obligó a seguir bajando hasta perderme entre sus piernas abiertas, empecé a lamerla con ganas, su flujo tenía un fuerte olor y emanaba en demasía, bañando todo su sexo, chorreando por los alrededores, embardunando su esfínter, haciendo toda esa zona una peligrosa pista de patinaje.
Me fui perdiendo poco a poco en el placer que le daba, en las contracciones y los gemidos de esa mujer, me olvidé de su esposo y me entraron ganas irrefrenables de cogerla, pero ella me mantenía ahí, solo practicándole un interminable cunnilingus, mis ojos estaban cerrados, tenía toda la concentración en hacer mi mejor trabajo
Algo en mi barbilla me trajo a la realidad, algo me golpeaba y buscaba apartarme, abrí los ojos y Delfina intentaba meterse una enorme verga de juguete en su concha, era gruesa, y tenía unos veinticinco centímetros, solo le di lugar y me excité observando como esa mujer se devoraba rápidamente ese monstruo entre sus piernas, empezó a meterlo y sacarlo con cadencia, y con su mano libre comenzó a masturbar su clítoris, yo ya no tenía acceso para darle sexo oral, solo se dejó caer de costado y me quedé como un observador de lujo, junto a su esposo que parecía petrificado en el sillón adjunto.
Delfina pareció explotar de repente, estalló, sus gemidos se hicieron gritos, y sus espasmos involuntarios decoraron la vista de los dos hombres que disfrutaban la situación.
Su marido esbozó una mueca cómplice en sus labios y me guiñó un ojo. Delfina volvió a la carga, como poseída me arrastró sobre el colchón, pasó una pierna a cada lado, tomó mi verga entre sus dedos y la condujo a su concha, honestamente, el juguete se la había dejado tan dilatada que me sentí pequeño en su interior.
Pero ella solo me cabalgó rítmicamente, sus tetas se balanceaban como dos campanas enormes ante mis ojos y yo me perdía ante semejante cuadro, ella era consciente del poder de sus pechos, y jugaba con eso, sabía que me excitaba y eso a ella la excitaba. Tomó una de mis manos y la condujo a su esfínter, llevando mis dedos a él, dejándome ver el camino, su culito estaba tan mojado por el flujo de su conchita que dos dedos se introdujeron cadi sin dificultad, Delfina tomó entonces la verga de juguete que había quedado a un lado, la puso en mi mano libre y me dijo
Jugá con la puntita en la puertita de mi culito, pero solo en la puertita…
Así lo hice, sin dejar de cogerla, sin dejar de lamer sus pechos mientras se balanceaban sobre mi rostro, jugué con la punta de ese pene de juguete en su trasero, solo presioné un poco, y otro poco, pero hice lo que todo hombre haría en mi lugar, probé sus límites, empuje un poco más fuerte y otro más, su rostro pareció desencajarse, y salvo que ella reclamara, yo no cesaría de forzar, y eso fue demasiado erótico, porque me daba cuenta que empezaba a dilatar su trasero, me lo decía su rostro, mezcla de dolor, mezcla de placer, y solo empujé tan profundo como pude, enterrándoselo por completo, ella gritó y como respuesta sentí sus afiladas uñas clavarse en mi pecho, ya estaba, ya la tenía, y jugaba un juego de doble penetración que me llevaba al infierno.
Mi verga estaba quieta en su concha, pero lo excitante del juego era sentir como el enorme juguete se metía una y otra vez en su culo, y como apretaba mi sexo al pasar por el otro canal, Delfina no cesaba de gemir e intentaba asfixiarme con sus impresionantes tetas, al tiempo que su esposo disfrutaba todo con una pasividad exasperante.
Giramos sobre la cama, ahora ella había quedado de espaldas y yo la cogía con vehemencia, entres sus piernas abiertas, yo había pasado mi mano por debajo y antes sus inútiles súplicas me aseguraba de tenerle bien enterrado en el culo ese enorme juguete, mientras mi verga resbalaba una y otra vez en su embadurnada rajita
Mis ojos se llenaron en sus imponentes tetas, en cada embate se mecían como dos enormes montañas, tan sexis, tan calientes, solo no resistí la tentación y fui sobre ellas, dejé mi pija al medio y la rodee con toda esa perfección, sentía su suavidad, su calor maternal, al final solo me separé unos centímetros y se las llené de leche, ella se mostró receptiva y su esposo aun parecía una momia, solo observando, mi semen llenó sus pechos, sus pezones, su cuello, ella solo gemía regodeándose de placer.
Me retiré a un lado, las últimas imágenes que cruzan por mi mente es ver a Delfina recostada lamiéndose sus propias tetas, limpiando con su boca todo lo que yo había dejado sobre ella, aún caliente, respirando excitada, con el juguete enterrado en su culo, su esposo dejando ver por primera vez una mueca en su rostro, una mueca de satisfacción que denotaba que estaba vivo.
Un intenso silencio llenó la atmósfera en esos momentos, y sentí como que ya había cumplido mi rol y empezaba a sobrar en el lugar, me cambié nuevamente, sin prisa, pero sin pausa, asumí que el matrimonio debería terminar el juego que yo había iniciado, saludé respetuosamente y solo emprendí mi partida.
Los días pasaron, y siempre me volvían la memoria las locas vivencias de esa jornada, ellos me llamaron en algunas ocasiones más, pero ya no como el service de un aire acondicionado, no, ahora me llamaban para jugar en la cama, a pesar de eso, yo ya me había dado el gusto y preferí evadir cada propuesta, no quería iniciar un juego que no sabía cómo podía terminar, solo cerré la puerta, hasta que ellos dejaron de llamarme...
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