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Le pregunto si le gusta jugar con velas.

Le pregunto si le gusta jugar con velas.
Ella parece no escucharme, porque está hipnotizada mirando la llama.
Esa llama se pone azul, luego naranja y otra vez vuelve a ser ambarina.
Las siluetas se escurren entre las paredes, produciendo sombras gigantes.
Solo esa vela está encendida, derritiéndose a medida que se consume.
Pero a ella no le importa; sus lindos ojos siguen extasiados en esa llama.
Insisto, preguntándole si alguna vez ha experimentado con velas encendidas.
Otra vez no responde; ahora su dedo juega con la llama resplandeciente.
Ya empieza a aburrirme su falta de cortesía; pero me gusta su bello perfil.
La luz de la vela baña su hermoso rostro; su mirada parece fulgurar.
Al fin, el efecto narcótico del té termina por hacer efecto.
Sus ojos se cierran, mientras la llama oscila y amenaza con apagarse.
Un rato después, mi suave voz la hace despertar. Se debate, pero muy poco.
Ahora entenderá, por qué yo estaba tan interesada en saber si ella alguna vez había experimentado con una vela incandescente.

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