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La Mansión de la Lujuria [05]

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La Mansión de la Lujuria [05]




Capítulo 05.

Historia de una Monja. 

Catriel se levantó temprano y tomó un desayuno ligero junto con su tía Soraya. Mailén les había aconsejado que, si pensaban buscar el cementerio, deberían partir durante las primeras horas del día, porque el camino podría hacerse complicado. También les sugirió que llevaran abundante agua y bocadillos para el camino.
Antes de partir Catriel le susurró a su hermana: «Si no volvemos antes de las cinco de la tarde, llamá a tus amigos los guías para que nos busquen». Mailén asintió muy seria, prometió que así lo haría. Ella no se toma a la ligera los peligros del monte. 
Soraya y Catriel salieron por la puerta de atrás, cruzaron el arroyo y se adentraron en la maleza. Catriel lideraba la marcha, cortando ramas con su machete. Minutos más tarde notó que su tía estaba nerviosa, miraba los arbustos y árboles como si en cualquier momento un puma fuera a saltar sobre ellos. El muchacho pensó que sería mejor charlar un poco, para que no se llenara la cabeza con ideas de muertes violentas u otra clase de peligros. 
—Tía, deberías vestirte así más seguido.
—¿Así cómo?
—Con escote… mostrando un poco esas tetazas que tenés.
—Pero che, no digas esas cosas —Soraya se puso muy roja, incluso atinó a cubrir sus pechos con un brazo—. No me visto así porque me guste mostrar las tetas, sino porque hace mucho calor, y la humedad es terrible. 
—Aún así considero que esta ropa te queda mejor que esos largos vestidos de colores tristes que usás siempre. Hasta la pollera te queda bien… para tus estándares debe ser como usar una minifalda.
—Mmm… y un poco así me siento.
Catriel se rió por lo bajo.
—Apenas está unos centímetros por encima de la rodilla. Deberías ver las que usa Mailén. Esas sí que son minifaldas. 
—Sí, y son bastante inapropiadas. Se le ve todo. Siempre pensé que una chica con su nivel educativo tendría un poco más de decencia.
—Yo también creí eso. Pero Mailén es una caja de sorpresas. Uno nunca sabe con qué va a salir después.
Marcharon largos minutos en silencio, el avance se hizo más ligero por un trecho considerable.
—Acá debió haber un camino —comentó Catriel—. Está más despejado que otras zonas.
—Entonces vamos bien, debe ser el camino que usaban antes para llegar al cementerio. No debemos estar muy lejos, quinientos metros serán como unas cinco cuadras.
—Sí, pero avanzar cien metros en esta espesura es como caminar diez cuadras. Y además tenemos que tomar en cuenta que nos podemos perder.
—Ay, no me digas esas cosas… 
Catriel vio como su tía se apartaba el cabello largo y rojo de la cara, era sumamente bella, y con ese atuendo parecía una mujer de treinta y pocos. 
—Era solo un chiste. Traje una brújula, estamos avanzando siempre hacia el norte. Para volver tenemos que ir hacia el sur, derecho, y listo… no hay forma de perderse, si no nos desviamos demasiado. 
A Soraya no le hizo gracia la broma. Siguió avanzando en silencio, mirando muy bien antes de poner el pie. Las raíces de los árboles son traicioneras. El terreno volvió a ponerse denso, lo que la hizo pensar que quizás estaban errando el rumbo. 
—¿Estás seguro de que es por acá? —Le preguntó a su sobrino.
—No. Ni siquiera sé de qué tamaño puede ser el cementerio.
—No creo que sea muy grande, es un cementerio familiar. Aunque quizás también lo usaban para los pueblerinos que fallecían. —Soraya sujetó con fuerza el crucifijo de madera que le colgaba del cuello, cuando lo dejó caer se posó en el canal que forman sus tetas al juntarse—. Ay, Catriel… no me mires de esa forma. Sabés que me pone incómoda.
El muchacho soltó una risita picarona. 
—Perdón, tía… es que… ya sabés… sos muy linda. Me gustan tus tetas. ¿Creés que podría mirarlas un ratito?
—No. Ya hablamos de eso, Catriel. Soy tu tía y vos sos mi sobrino. No es apropiado. Punto. Fin de la discusión. —Habló con esa rectitud que le habían enseñado en sus años como monja. 

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Inara se encontraba sola en su cuarto, inmersa en la lectura del diario de la monja Ivonne Berkel. Por fin había llegado a un punto interesante luego de leer sobre días completos de trabajo rutinario típico del convento. Estuvo a punto de abandonar la aburrida lectura pero se dijo a sí misma que debía haber más información sobre esos episodios en los que Sor Ivonne no podía controlar sus ganas de masturbarse. 
Cuando por fin volvió a hablar de ese asunto, mencionó algunos detalles que Inara encontró muy estimulantes. La jovencita los leyó mientras frotaba su vagina con una mano y sostenía el libro con la otra. Estaba completamente desnuda y sus pequeños pechos subían y bajaban al ritmo de su respiración.
«Debo hacer una confesión. Sé que pudo haber causado esta imperiosa necesidad de tocar mis partes íntimas».
A Inara le parecía gracioso y fascinante que Ivonne Berkel rara vez se animara a mencionar ese acto como “masturbación”. Y por supuesto, nunca aplicó el termino que ella misma hubiera utilizado: “Hacerse una paja”. 
«Todo empezó en el último año de mi noviciado, cuando conocí a un hombre llamado Norberto. Lo habían contratado para realizar tareas de mantenimiento en la capilla. Era un hombre corpulento, de espesa barba, manos grandes y pesadas… y mirada inquieta. Recuerdo que al principio me molestaba mucho la forma indiscreta en la que él me miraba. Como si estuviera desnudándome con la mirada. Si yo le hacía notar esta incomodidad, él se limitaba a sonreír y decía “Disculpe, es que usted es una mujer muy hermosa. Es imposible no admirarla”.»
«Estos episodios se repitieron cada vez que yo entraba a rezar a la capilla. Como no hacía más que mirar, decidí ignorarlo. Hasta que un día… Dios, no sé cómo contar esto sin morir de la vergüenza. Pero estaría faltándole el respeto a la verdad si no lo cuento. Al fin y al cabo ésto es una confesión. Debo ser sincera conmigo misma… y con el Señor.»
«Ese día, mientras realizaba mis plegarias, noté que alguien se me acercaba. Al girar la cabeza me encontré con el señor Norberto. Mejor dicho, me encontré con el miembro del señor Norberto… justo al lado de mi cara. Su pene flácido (aunque imponente), colgando ante mis ojos».
Inara cerró los ojos e imaginó la escena mientras se masturbaba enérgicamente. Pudo ver claramente a la bella Ivonne Berkel de rodilla entre los bancos de la capilla, y a ese barbudo corpulento ofreciéndole su enorme verga. Por un momento se imaginó a sí misma en el lugar de Ivonne y se preguntó qué hubiera hecho ella en una situación similar a ésta.

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Mientras avanzaba por la espesura Catriel recordó una charla que tuvo con su madre durante las sesiones en las que modeló para que ella lo pintara. Estaba estimulando su pene con una mano con la vista puesta en las tetas de Rebeca, las cuales asomaban por la bata abierta. En ese momento se le ocurrió hacer una pregunta:
—Mamá ¿alguna vez viste a la tía Soraya masturbándose?
Rebeca mostró media sonrisa sin dejar de dar pinceladas al lienzo.
—Sí. Pobrecita. Se pone muy nerviosa si alguien la sorprende haciéndolo.
—No la culpo. Se supone que la masturbación es algo privado.
—En eso no comparto. Considero que no hay nada de malo en ver cómo se masturba otra persona… siempre y cuando esa persona acepte ser vista, claro. 
—¿Eso significa que puedo mirar videos porno de chicas masturbándose?
—Mmm… el porno muestra una versión irreal del sexo, pero si son videos de pura masturbación, no me molesta.
—Tomo nota de eso. ¿Y cómo lo hace la tía Soraya? —Preguntó mientras se sacudía la verga con fuerza. 
—Uf… deberías verla —Rebeca soltó una risita—. Es muy enérgica. Le pone muchas ganas.
—¿De verdad? Como era monja creí que lo haría con timidez. 
—Justamente por ser monja es que lo hace con tantas ganas.
—No entiendo.
—Cada vez que lo hace, se siente culpable. Por eso intenta sacarse las ganas por completo y ya no hacerlo durante varios días. O meses. Sinceramente no sé cuánto tiempo aguanta sin masturbarse. Yo creo que no aguantaría ni una semana. 
De esa conversación hubo una frase que quedó resonando en la mente de Catriel: “Deberías verla”. Su madre lo dijo como si genuinamente le estuviera diciendo que debía hacerlo. 
Durante unas semanas Catriel prestó atención a los movimientos de la tía Soraya en la casa e intentó averiguar en qué momento específico se masturbaba. Al principio pensó que ella lo hacía en el baño, porque tardaba mucho en ducharse. Sin embargo esta teoría fue descartada por Rebeca. Le explicó que a Soraya le gustaba relajarse en la bañera y que, definitivamente, la masturbación no formaba parte de ese momento de relajación. 
Entonces quedaba una sola opción: debía hacerlo en su cuarto. ¿Pero cuándo? ¿Antes de dormir? ¿Al despertarse? ¿Después de ducharse?
Y fue cuando pensó en esa última pregunta cuando se le encendió la lamparita. 
«No, si la masturbación la altera tanto, entonces debe hacerlo antes de ducharse. Así después puede recuperar la calma en la bañera».
Tenía todo el sentido del mundo. 
Esperó paciente hasta que un día descubrió a su tía preparando el baño para una ducha. Luego ella se encerró en su pieza. Catriel le dio unos minutos de ventaja y después abrió la puerta. 

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«Me asusté. No sabía qué hacer. Nunca había visto un miembro masculino desde tan cerca. Me sorprendió el tamaño, y esas venas perfectamente definidas. Me quedé atónita al ver ese glande sobresaliendo, como si fuera una cabeza. Por cierto, en ese momento ni sabía que eso se llamaba glande, lo aprendí después».
Inara acompañaba el relato explorando el interior de su vagina con dos dedos. Probablemente ella también se hubiera asustado si un hombre le mostraba el pene sin previo aviso… pero había algo en la situación que le parecía sumamente excitante, y no sabía qué era.
«Norberto no dijo nada. Se limitó a sonreír mientras sacudía su flácido miembro frente a mis ojos. Me lo estaba ofreciendo, eso me quedó clarísimo. Pero yo no sabía cómo actuar. ¿Qué se supone que debía hacer con eso? Cuando una se prepara para ser monja, nadie te explica absolutamente nada sobre el sexo. Ese tema está prohibido. Lo único que atiné a hacer en ese momento fue huir».
«Sin embargo Norberto sabía que yo debería volver a la capilla en algún momento. Hasta conocía el horario en el que yo entraba a rezar sola. Y así fue que durante varios días intentó exactamente la misma treta. Se aparecía ante mí con su miembro fuera del pantalón y lo sacudía, como si dijera: “Esto es para vos”».
«Pensé en pedirle a una de las hermanas que me acompañara a la capilla, pero no llegué a hacerlo. Estaba pensando en eso, mientras rezaba de rodillas, cuando Norberto volvió a aparecer. Mi corazón se aceleró porque sabía lo que vendría después. Solo que esta vez fue distinto. Cuando sacó su pene me quedé boquiabierta. Era enorme… y estaba rígido. No entendía cómo algo que antes era mucho más pequeño ahora se veía tan enorme. Ahí cometí una estupidez. Lo hice sin pensarlo, guiada por la curiosidad. Acerqué mi mano y lo toqué. Estaba genuinamente duro, no se trataba de una ilusión. Era como si de pronto un hueso hubiera crecido dentro de su miembro. Aún no entiendo cómo es que esto ocurre, pero más adelante Norberto me explicó que es algo que los hombres pueden hacer».
«Cuando mi mano estuvo ahí, sobre ese pene, Norberto me pidió que lo apretara con fuerza. Yo le dije: “Pero… te va a doler”. Él volvió a sonreír y me aseguró que no le dolería. “Lo que duele es tenerla tan dura”, me dijo. “Y el dolor se va a calmar si presionás con fuerza”. Quise poner esto a prueba. Presioné tan fuerte como pude, con mis frágiles dedos, y él ni siquiera dio señales de dolor. Su miembro se mantuvo tan firme como siempre. Manteniendo la presión, recorrí todo el pene, desde la punta hasta la base. Ahí fue cuando Norberto me dijo: “Se siente muy bien. Seguí haciendo eso”. Si alguien me preguntara por qué seguí haciéndolo, no sabría qué responder. Creo que fue por pura curiosidad… o porque me apiadé de él. Quizás Norberto solo necesitaba que alguien lo ayudara a aliviar su dolor».
La masturbación de Inara se hizo aún más intensa. Le parecía muy morboso que Ivonne Berkel fuera tan inocente, que supiera tan poco sobre el sexo, a pesar de ya tener dieciocho años. Pero tenía sentido, Inara sabía que en el pasado la gente no era tan abierta con los temas sexuales. Y ni siquiera había internet donde mirar pornografía. A esto hay que sumarle que Ivonne estaba por convertirse en monja. Mientras se pajeaba, Inara se preguntó si su tía Soraya alguna vez había visto un miembro masculino.

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Cuando la puerta se abrió, Catriel se arrepintió al instante de haber actuado de esta manera, y no porque su plan hubiera fallado, sino porque funcionó a la perfección. 
Su tía Soraya lo miró desde la cama, con los ojos desencajados. La pelirroja era más voluptuosa de lo que Catriel había imaginado. Esas tetas enormes y redondas de pezones bien definidos lo miraban desafiante. Los muslos gruesos se abrían de par en par, permitiéndole ver una concha de labios carnosos cubierta por pequeños pelitos rojos. Los dedos de Soraya estaban justo ahí, dedicando toda su energía a estimular el clítoris.    
—¡Ay, Catriel! ¿Pero qué hacés?
Él nunca fue cobarde. Siempre le hizo frente al miedo y a los peligros porque desde que falleció su padre siente que es el responsable del bienestar de su familia. Sin embargo ese día se asustó tanto que respondió con la excusa más estúpida que le vino a la mente.
—Em… perdón, es que… mi mamá me dijo que debería ver cómo te masturbás.
Soraya se quedó muy quieta, mirándolo fijamente, con los dedos aún sobre su vagina. Lo único que se movían eran sus tetas, al ritmo de la respiración. 
—Tendría que haber sospechado que todo esto era idea de Rebeca. 
—Ella dice que no tiene nada de malo ver cómo otros se masturban… siempre y cuando la persona acceda.
—Tu madre y yo tenemos filosofías muy diferentes. Pero tranquilo, no me voy a enojar con vos. Sé que no lo hiciste por maldad. Es solo que… me tomaste por sorpresa. A mí me pone muy incómoda que la gente me vea desnuda… en especial si estoy haciendo esto. Debiste avisarme antes de entrar. 
—Es que mi mamá me dijo que si te avisaba antes, te negarías —otra mentira; pero sabía que en un caso de emergencia Rebeca lo respaldaría. Porque, al fin y al cabo, ella le metió estas ideas en la cabeza.
—Bueno, en eso tiene razón. Te hubiera dicho que no, sin dudarlo.
Catriel notó que su tía estaba mirando a un punto específico de su pantalón. Cuando él bajó la mirada se encontró con una sugerente carpa. Se le había puesto dura y ni siquiera se había dado cuenta. 
—Em… esto fue un error. Mejor me voy. Perdón por molestar.
Giró en dirección a la puerta y justo antes de salir la voz de su tía lo detuvo:
—Esperá un momento. Vení para acá —Catriel la observó confundido—. Dale, acercate… quiero ver algo. 
El muchacho hizo lo que le ordenó Soraya. Se acercó tanto que tuvo que ponerse de rodillas en la cama. Ella miró detenidamente el bulto y antes de que él pudiera decir algo, le dio un tirón al pantalón. La verga erecta quedó palpitando ante la desconcertada mirada de Catriel.

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«En ese momento no supe si lo que estaba haciendo era pecado o una buena acción. Me llevó tiempo entender que no debí tocar a Norberto de esa manera. En especial porque hacerlo le dio rienda suelta para que siguiera ofreciéndome su miembro para que yo “lo apriete con fuerza”. Todos los días aparecía a la misma hora y me pedía que lo tocara un poco. Hubo veces en las que me negué a hacerlo, sin embargo esas fueron las excepciones. Por lo general aceptaba, ya que el acto duraba solo unos pocos segundos… y Norberto se marchaba aliviado de su dolor. O al menos eso me decía».
«Mis principales protestas fueron porque era demasiado arriesgado. Alguien podría sorprendernos en la capilla, aunque a esa hora estuviera casi siempre vacía. Pensé que esto lo detendría. Me equivoqué».
«Norberto comenzó a aparecer en mi cuarto, cuando todas las demás monjas y novicias se habían ido a la cama. Mi habitación era muy pequeña, apenas tenía espacio para una cama de una plaza y un diminuto escritorio. Si Norberto entraba no tenía más alternativa que permitirle sentarse en mi cama o en la única silla. Para el caso era lo mismo, yo debía sentarme muy cerca de él. Y por supuesto, debía acariciar su miembro. Nunca fueron más de unos pocos minutos, hasta que…»
«Una noche cambió todo».
«Norberto parecía especialmente alterado. Caminó dentro de mi cuarto, de un lado a otro, como un tigre enjaulado, repitiendo la frase: “No aguanto más, no aguanto más”. Le pregunté que le sucedía. Me dijo que yo debía ayudarlo a aliviar su sufrimiento. Sacó el miembro, tan duro y firme como las últimas veces, y añadió: “Esta vez no será suficiente con tu mano”».
Inara ni siquiera era consciente de que estaba pajeándose sin parar. Pasaba las páginas inmersa en la historia de Ivonne. Lo que más la fascinaba era que se trataba de una historia real de una chica que fue monja… y que vivió en la misma casa que ella. Quizás era la primera persona en leer esas palabras. Sentía que Ivonne le estaba contando todo a ella, a través de los años.
«No comprendí a qué se refería. Si no podía usar mi mano, ¿entonces qué más podría hacer? Le pedí que se calmara y comencé a acariciar su miembro. Me imaginé que debía dolerle mucho. A mí también me dolería tener una parte de mi cuerpo tan rígida. ¿Se sentiría como un calambre? El pobre hombre parecía tan desesperado que quería ayudarlo como fuera. Le pregunté qué podía hacer y él me dijo: “Podrías usar tu boca”».

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—¿Te pasa algo, Catriel? —Preguntó Soraya, al ver que su sobrino no avanzaba.
—No, nada… es que… me quedé pensando en algo.
—Ah… ya me imagino en qué estabas pensando. Debí imaginarme que esto iba a ocurrir si me veías con escote. ¿Estás enojado conmigo?
—No, claro que no… ¿por qué debería estar enojado? 
Se sentaron en el tronco de un árbol caído para descansar un poco. 
—Me da la sensación de que te quedaste molesto conmigo después de lo que pasó.
—Es curioso, porque yo pensaba que vos eras la que estaba enojada conmigo. 
—No, Catriel… para nada —Soraya lo miró con preocupación—. Yo te sigo queriendo como si fueras un hijo. Ya sabés que desde que tu padre falleció, yo me quedé junto a Rebeca, ayudándola con todo. 
—Lo sé. Vos también nos criaste. Siempre le digo a mis hermanas que perdimos un padre, pero ganamos una segunda madre. 
Soraya sonrió, sus ojos se humedecieron por la emoción.
—Eso es muy lindo. Gracias.    
—Y por eso creí que estabas enojada conmigo. Quizás te quedó la sensación de que yo me comporté de forma inapropiada aquella vez que abrí la puerta de tu cuarto sin pedir permiso.
—La que se comportó de forma inapropiada fui yo. Vos no tenés que pedirme disculpas. Entraste por curioso, eso lo puedo entender… en especial con la madre que tenés y su filosofía de “la masturbación es la vía de liberación del espíritu”. La que se aprovechó de la situación fui yo. 
Un escalofrío recorrió la espalda de Catriel, el mismo sentimiento que tuvo aquella tarde en el cuarto de Soraya, cuando ella le pidió que se acercara. Nada lo había preparado para semejante acción. Jamás se imaginó que su tía, con todos los años que tuvo de monja, se metería la verga en la boca sin siquiera anunciarlo. 
Su pene comenzó a despertarse mientras recordaba cómo los labios de Soraya se aferraron a él. Ella usó su lengua, para estimularlo, y luego comenzó el clásico movimiento de cabeza de una buena mamada. No era la primera vez que le chupaban la verga; pero se sintió como si lo fuera. No podía creer que su propia tía (casi una segunda madre) le estuviera devorando la pija de esa manera… al mismo tiempo que se masturbaba. Catriel se quedó mirando cómo los dedos de Soraya atacaban su concha con gran determinación. “Es muy enérgica”, le había dicho Rebeca… y tenía razón.
—No estoy enojado con vos, tía. Ni un poquito. Lo que hiciste me gustó mucho.
—Pero… ¿entendés que estuvo mal?
—Sí, lo sé. Aunque eso no quita que yo lo haya disfrutado.
—Entiendo. La madre superiora de mi convento solía decirme que muchos pecados son difíciles de evitar porque se disfrutan.
—¿Y eso no los convierte en algo bueno?
—No, claro que no. Así es como el maligno nos tienta… con el deseo, el placer… la lujuria. Son tentaciones que debemos evitar. Ese día yo caí en sus garras, fui débil. No sé lo que me pasó. Mil veces me pregunté por qué hice una cosa así… con mi sobrino. Y te juro que no lo entiendo. Actué sin pensar. Estaba muy excitada. No medí mis actos… y me arrepiento de haberlo hecho. Debés pensar muy mal de mí por haber actuado de esa manera.
—Claro que no, tía. Fuiste monja durante un montón de años… pero ya habías dejado los hábitos. Habrás pasado mucho tiempo aguantando las ganas de…
—De chupar una verga —dijo Soraya, con la vista clavada en la frondosa vegetación—. Creo que eso fue lo que me hizo perder el control. A veces me pregunto si hice bien en dedicar mi vida a Dios, no porque Él me desagrade, sino por todo lo que tuve que sacrificar en el camino.
—¿Y sentís que valió la pena el sacrificio?
—No. 
—¿Por eso dejaste los hábitos?
—No exactamente. Aunque tiene un poco que ver con eso. 
—Entonces no creo que debas sentirte culpable por haber chupado una verga.
—Eso no es lo que más me preocupa. Es que lo hice con mi sobrino. Te puse en una situación incómoda. 
—Te aseguro que me gustó mucho.
Soraya miró de reojo el bulto de su sobrino, notó que ya tenía una potente erección.
—Y ahora te pasa eso cuando estás solo conmigo. Es culpa mía. 
—No, tía… yo… 
—¿Querés que te ayude a bajarla?
Catriel se quedó mudo. No se esperaba esa respuesta de su tía, así como tampoco esperaba que ella se tragara su verga aquella tarde.

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«No fue una pregunta. Fue una petición… casi una súplica».
«Me quedé mirando la punta de su miembro sin saber qué hacer. Nadie me había explicado cómo se suponía que debía usar mi boca en esta situación. Después me sentí una estúpida, la respuesta era obvia e intuitiva. Sin embargo, en ese momento mi mente se nubló».
«Norberto se dio cuenta de que yo no haría nada, porque no sabía qué hacer. Usando su pulgar separó mis labios y luego posó en ellos su glande. Allí entendí, al menos en parte, qué iba a pasar. Su miembro fue entrando en mi boca lentamente, porque yo lo permití. Cuando ya estuvo dentro una buena parte, él me pidió que apretara los labios y comenzara a chupar… y eso fue lo que hice».

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—No tenés que hacer nada, tía. En serio…
—¿Sabés por qué te lo estoy ofreciendo, Catriel?
—No, ni idea…
—Porque la primera lo hice para satisfacer una de mis necesidades. Fue un acto egoísta. Ni siquiera pensé en vos ni en cómo esto iba a afectar nuestra relación. Y siento que la única forma de balancear las cosas es que ahora lo haga por vos.  
Catriel se quedó en silencio mirando a su tía a los ojos. Dentro del pantalón la verga le palpitaba, como si le estuviera gritando: “Decile que sí… decile que sí”. 
—No hace falta que lo digas en voz alta —dijo Soraya, posando una mano sobre el bulto de su sobrino—. Si no querés que lo haga, podés detenerme cuando quieras. Pero… si no hacés nada para detenerme, lo voy a hacer.
Todo el cuerpo de Catriel se sintió caliente cuando vio a su tía poniéndose de rodillas ante él. Muy lentamente ella fue liberando el pene del pantalón, dándole tiempo a él a arrepentirse. Sin embargo, Catriel no la detuvo. 
A Soraya no le hacía mucha gracia tener que repetir este acto, pero ella tiene la convicción de que la vida es circular. Todo lo que se da, luego regresa. Todo el daño causado, debe ser compensado. Todo error debe ser remendado.
Y eso era lo que intentaba hacer cuando se llevó a la boca la verga de su sobrino, allí, rodeados de maleza, sin que nadie pudiera verlos. Le impresionó la rigidez del miembro, tanto como lo había hecho la última vez que lo tragó. En aquella ocasión se había masturbado durante todo el acto. No hubo un segundo en el que ella estuviera chupando pija y que sus dedos no estuvieran castigando su vagina. Pero esta vez no se dio tal lujo. Se castigó a sí misma y se dijo que no podía disfrutarlo. Simplemente debía hacerlo. 
La situación empezó igual que la última vez, con un Catriel muy pasivo, disfrutando del inmenso placer que le producía tener una lengua jugueteando con su glande. Se dio el gusto de admirar el escote de su tía y como si ella hubiera adivinado sus pensamientos, las liberó. Permitió que las viera todo lo que le diera la gana. No protestó cuando Catriel comenzó a acariciar uno de sus pechos, lo había hecho la última vez y tenía sentido que lo repitiera.
Soraya no es lo que se dice “una petera experta”, y es consciente de eso. Aún así, le puso muchas ganas al proceso. Movió rápido la cabeza y tragó tanto como pudo, aunque no fue ni la mitad del pene. 
Después de estar chupando durante un buen rato, miró a su sobrino a los ojos y le dijo:
—¿Lo vas a hacer?
—¿Qué cosa?
—Ya sabés… lo que hiciste la última vez.
—Creí que eso te había molestado.
—Sí, me molestó un poco, porque lo hiciste sin consultar. Aunque no me puedo quejar, yo provoqué esa situación. Esta vez te estoy dando permiso para hacerlo.
Volvió a su tarea de mamar el pene. Catriel evaluó la situación por unos segundos y llegó a la conclusión de que quería hacer lo que había hecho aquella vez. 
Se puso de pie, tomó a su tía por los pelos con ambas manos y empezó a hundirle la verga en la boca. Ella se quedó muy quieta, no sabía cómo comportarse en estas situaciones. Simplemente permitió que su sobrino “le cogiera” la boca. Catriel tuvo más piedad por ella que en la vez anterior. En aquella ocasión quizás le metió la pija demasiado fuerte. Aún así lo disfrutó.
Y al igual que en aquella tarde en que irrumpió en el cuarto de su tía, no le avisó cuando estuvo a punto de llegar al clímax. Acabó con todo dentro de su boca.  

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«Ahora entiendo que mi mamada fue torpe. Me comporté como una auténtica novata. Y lo era… en esa época ni siquiera sabía qué significaba “hacer una mamada”. Nadie me explicó nada sobre el sexo oral. Eso lo aprendí después. De lo que sí estaba segura era de que eso debía ser pecado. Este acto debería ir en contra de mi voto de castidad… y eso me hizo sentir muy culpable».
«Aún así, no me detuve. Fue un momento casi mágico. Actué, como después diría Norberto, por puro instinto. Simplemente me dejé llevar y la chupé… y la chupé… y la chupé».
«El acto en sí no estuvo tan mal. Lo que sí me dejó sumamente desconcertada fue el final». 
«Nunca nadie me explicó que del pene de los hombres pudiera salir un líquido blanco, similar a la leche… y todo eso terminó dentro de mi boca. A montones. Me asusté mucho cuando pasó… y casi me ahogo. Tosí y Norberto se vio obligado a apartar su miembro. De la punta de su pene salieron más chorros de ese líquido blanco, que fueron a impactar justo contra mi cara. ¿Y lo que estaba dentro de mi boca? Lo tragué. Lo hice sin darme cuenta. Otro acto instintivo. Se fue por el fondo de mi garganta y desapareció». 
«Hacer esto también debe ser pecado. Espero que Dios pueda perdonarme».     

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Inara se sacudió en la cama, sus dedos entraban y salían de su concha, y con ellos también salía un montón de flujos que salpicaban las sábanas. No podía detenerse, había llegado al clímax. Estaba experimentando un potente orgasmo imaginando cómo Ivonne Berkel, le había chupado la verga a Norberto. Se imaginó lo hermosa que habría quedado esa joven novicia con la cara llena de leche. 
«Yo le hubiera pasado la lengua por la cara, sin dudarlo».
Inara pensó en esto sin sospechar que a menos de quinientos metros de allí su tía Soraya estaba tragando el semen de Catriel. 


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4 comentarios - La Mansión de la Lujuria [05]

JCGL77 +1
Ese ácido el mejor capitulo hasta ahora
Yoramiro
Quiero mas jajajaja. Que caliente se esta poniendo este relato.