Mi amiga me lo había recomendado, diciendo que era muy bueno en lo suyo.
Entré a su negocio y me gustó lo que pude ver: paredes tapizadas con unos cuadros y fotos de tatuajes muy interesantes.
Me salió al encuentro y también me gustó lo que vi.
Era un morocho flaco y largo, desgarbado, aunque me imaginé que cargaría algo interesante dentro de las bermudas que calzaba.
Le mostré el dibujo que quería me tatuara entre los omóplatos.
Me hizo sentar en una silla especial, con los brazos apoyados adelante.
Me pidió que me relajara y él se sentó a mis espaldas.
La máquina comenzó a zumbar; pero entonces, noté que él alzaba mis caderas y me hacía sentar sobre su regazo. Sentí que nuestras pieles estaban en contacto; pero no, no podía ser…
Sentí los primeros pinchazos en mi piel, junto con la otra aguja gigante, que se deslizó con mucha facilidad dentro de mi bien lubricada raja…
Cerré los ojos y me relajé. Mi amiga tenía razón.
El tipo era muy bueno en lo suyo…
Entré a su negocio y me gustó lo que pude ver: paredes tapizadas con unos cuadros y fotos de tatuajes muy interesantes.
Me salió al encuentro y también me gustó lo que vi.
Era un morocho flaco y largo, desgarbado, aunque me imaginé que cargaría algo interesante dentro de las bermudas que calzaba.
Le mostré el dibujo que quería me tatuara entre los omóplatos.
Me hizo sentar en una silla especial, con los brazos apoyados adelante.
Me pidió que me relajara y él se sentó a mis espaldas.
La máquina comenzó a zumbar; pero entonces, noté que él alzaba mis caderas y me hacía sentar sobre su regazo. Sentí que nuestras pieles estaban en contacto; pero no, no podía ser…
Sentí los primeros pinchazos en mi piel, junto con la otra aguja gigante, que se deslizó con mucha facilidad dentro de mi bien lubricada raja…
Cerré los ojos y me relajé. Mi amiga tenía razón.
El tipo era muy bueno en lo suyo…
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