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XXIII Su mejor amiga. No sé el porqué pero sí el cómo.

Cuando ingresé, estaba Pauli vestida con un pantalón de entre casa corto, una remera normal. No estaba provocativa. Frente a ella, Mario. Un tipo de unos cuarenta y tantos, petiso, morochon con las manos gruesas, propias de alguien que ha trabajado en el campo. Tenía su delantal y cuando me vió ingresar no se inmutó. No parecía ser nada fuera de lo normal, pero Pauli estaba al borde del llanto.

- ¿Qué pasa?- Cerré la puerta detrás de mí.
- ¿Cómo anda, Juan? Miré, vine a comentarles que el hijo de Lucio tuvo un accidente en el trabajo y como él se iba para que lo cuide. No podrá hacerlo.-

 Lo miré extraño. No sabía para dónde iba esto.

- ¿Y? ¿Qué haces acá?-
- No, nada. Vine a avisarles que él se quedará conmigo. Detrás de la verdulería vivo yo.- Hizo un gesto hacia atrás, cómo si estuviese ahí.
- Discúlpame...- Le dije, mirando a Paula que estaba muda.- No estoy entendiendo porqué nos estás avisando esto.-
- Ah, disculpe. Entiendo. Lo que pasa es que como ya se lo comenté a la señora y...- La miró a Pauli, nervioso y lo interrumpí.
- Decime por favor.-
- Don Lucio me comentó que son muy amigos y como la señora lo ayudaba en varias oportunidades vine a avisarles por si querían ir a visitarlo.- 

 Sonrío, muy calmo, cómo si nada estuviese pasando.

- Ah, no, bueno. Si usted lo va a ayudar seguro lo veremos en alguna oportunidad en la verdulería y lo saludaremos. Lo acompaño.- Le hice gestos hasta la puerta.
- Si, claro. Cuando gustes. Lucio habla muy bien de ustedes y como es un gran amigo, me lo pidió.- 

 Mario salió, saludando a Pauli que solo sonrió u levantó su mano. 

- Que desubicado.- Me senté en la mesa. Pauli seguía parada. - ¿Tomamos unos mates?-
- Juan...- Me dijo, casi llorando.
- Para...- Me detuve. No la vi, no lo pensé, no pregunté.- ¿Te hizo algo? ¿Se zarpó? ¿Te quiso...- La agarré de los brazos, preocupado 
- No, Juan. No.-
- ¿Y por qué estás así? ¿Qué te pasa?-
- Volvió, amor, ¿Entendés? ¿Y qué vamos a hacer?- Se mordía las uñas, nerviosa.
- Amor, vamos a otro lado y listo. Qué tanto te preocupa. Ya está.-
- Si, bueno. Está bien. Si.- Me dijo y se sentó en la mesa. 

Tomamos unos mates. Cenamos y nos acostamos. Últimamente yo venía muy caliente. Empecé a besarla, tocarla y ella no se movía.

- ¿Qué pasa?- Le pregunté.
- Nada, hoy no tengo ganas, amor. Perdón. - 

 No dije nada. Me di medía vuelta y me dormí.

 Habrán pasado unos cuantos días. Era sábado y como era obvio, saldríamos a comprar. No habíamos tocado el tema de Lucio, ni el verdulero. Salimos y Pauli enfiló hacía el lado de la verdulería.

- ¿Qué haces? ¿Por qué para allá?-
- Amor, toda nuestra vida está de ese lado. Vayamos.- Me respondió y empezó a caminar.

 Me sorprendí. Me sorprendí y sentí algo en el pecho. Había pasado un mes, pero nos habíamos jurado que todo había cambiado y en el trayecto realmente traté de recordar en qué momento lo juramos y ya estábamos próximos a la verdulería.

- Para...- La tomé del brazo. - ¿Vos ya viniste para acá?-
- Si, pero te juro amor que no lo ví a él, ni nada.- Se alteró, nerviosa.

 Llegamos, nos atendió Mario. Yo me quedé exactamente en la puerta, molestando el paso, corriéndome cada vez que él salía a buscar verdura. 

- Los otros días Lucio no estuvo. Fue a hacerse estudios. - Le dijo a Pauli.
- Qué bueno, ojalá ande bien.-
- Y ahí anda, está adentro.- Ingresó y comenzó a los gritos- ¡Lucio! ¡Lucio, sus amigos!- 
- No, no, espere. - Lo frené y ya Lucio estaba saliendo. Caminando más lento de lo esperado.
- ¡Queridos! ¿Cómo andan, mis amigos?- 

 Pauli fingió, un saludo. Yo le di la mano, con una falsa sonrisa. 

- Bueno, nosotros nos vamos, ¿Cuánto es?- Le dije a Mario. Pauli estaba muda. Tensa. 
- Ahí le digo. Escucheme, ¿Ustedes podrán revisar el celular de Lucio que creo que anda mal?- Me dijo Mario. 

 Traté de esquivar la pregunta pero había una señora detrás nuestro y no sé porqué ingresamos hacia el fondo. 

- Pasen, pasen...- Dijo Lucio con la mano. Atravesamos una cortina y un poquito desde el costado había una silla y una mesita. Todo muy limpio pero pequeño. La cortina se movía y se podía ver la verdulería. - Acá está. - Dejó el celular en la mesita y se sentó.

Sacó la clave y tenía la foto de una bombacha roja. 

- Acá estoy bien. Por lo menos hasta que me hijo se recomponga, ¿Ustedes bien?-

 Pauli asentó con la cabeza. 

- ¿Te falta mucho?- Me miró y le mostré la foto del celular. Ella se quedó petrificada. 
 - Usted es un hijo de puta. - Le Susurró Pauli.
- Pero nena, que te pasa...-
 - Usted se quedó con una tanga mía y le sacó una foto y la poso de fondo, ¡sucio!-
- Nena, soy un hombre mayor. Vos fuiste lo último que me queda de mí hombría. Mirá si no voy a aprovecharlo. Además, es apenas una foto.- Metió su mano del bolsillo y sacó la colaless. Se la llevó a la nariz y la olió profundamente. - Todavía tiene tu olor a concha. Cómo te mojabas, putita. - Dijo, detrás de una garraspera seca. 
- Vámonos. - Le dije y la tomé del brazo. 
- No le conviene. - Se paró Lucio. - Háganme el favor. Un último favor.-
- Esto se está convirtiendo en algo muy perverso. Creo que mejor nos vamos. - La volví a agarrar a Pauli.
- No será nada lindo que se entere Mario, sobre el pasado.-

 Me acerqué, alterado pero sin hacer mucho ruido. 

- Escúchame una cosa, viejo pelotudo. Me chupa tres hectáreas de putas que le digas a Mario que te cogiste a mi mujer porque si te cree, cosa que es raro porque mirá lo hembra que es... si te llega a creer, me voy a otro lado.-
- Creer me va a creer porque me ha visto meterle mano a tu mujer, nene.- 

 Me quedé petrificado. <<¿Otra vez?>> pensé. La miré a Pauli. Ella agachó la cabeza, sorprendida.

- ¿Esto es real?- Le pregunté por lo bajo.
- No sé, pensé que no se había dado cuenta, yo...-Balbuceó.
- Vámonos igual.- 
- Amor, no quiero que nadie se entere, yo...- Casi lloraba.
- Pero Pauli, esto no va a tener límites.- 
- ¿Qué querés?- Le preguntó, mirándome a mí y no al viejo.
- Una ayuda, cómo las de antes.- 
- ¿Cuál?-
- Y... vemos...-

 a Pauli se le caía una lágrima. 

-¿Dónde?- Preguntó ella.
- Acá. - 
- Ni, loca. Nos pueden ver.-
- Vos avísanos.- Me indicó. 
- Pero acá,no. -
- Mario, no entra nunca.-
- No, en serio. Acá...- Escuché que Pauli se cayó. Yo estaba cerca de la cortina, cerrandola.
- Mirá cómo la tengo. - Susurró Lucio.

 Giré y Pauli se mordía levemente los labios. 

- Haceme acabar como sabes.- Le mostraba la pija.
- ¿Qué es lo qué querés?-
- ¿Querés darle un beso?-

Pauli no contestó.

- ¿Querés o no?- 
- Bueno...- Sentí que tragó saliva. 

 Se agachó y le dió un beso.

- ¿Querés comertela?-
- Está bien...- Respondía sin convicción. 

 Se la metió entera y se la chupó un poco. Lucio gemía, tirado en la silla.

 - ¿Cuanto le falta?-
- Si me preguntas a cada instante, mucho. -

 Pauli miraba hacia afuera, con miedo. Yo observaba por la cortina y Mario no paraba de atender.

- Bajate el pantalón, dale. - Le ordenó.

 Pauli le hizo caso y le dio la espalda. 

- Sacate la bombachita y ponete esta que me voy a quedar. -
-No, está sucia...- Dijo Pauli, sacándose la tanga.
- Te metes la pija del culo a la boca. Sos mas puta que las putas y te jode que esté usada.-
- Rápido, Lucio.- Se la sacó y se colocó la que le dió Lucio.

 Lucio la agarró y comenzó a comerle el culo desesperado. Se pajeaba con velocidad. 

- Qué rico olor a culo, que olor a puta.- 

 Pauli gimió lentamente y yo ya veía dónde estábamos de nuevo.

- ¿Te gusta, puta?- Le dijo y ella no contestaba. - ¿Te gusta o no?- Le metió un dedo grueso en el culo y ella se aflojó. 
- Ahg... un poco...- 
- ¿Extrañabas estos dedos, puta?- 
- Un poco... ah... un poquito...ahg.-
- sentate. - 
- No, el culo, no. basta.-
- ¿ Querés que acabe rápido o no?-

 Paula suspiró y se sentó sobre la pija de Lucio. Hizo un pequeño grito y comenzó a saltar. No sé cuánto tiempo pasó pero en esa eternidad, Lucio acabó. Le llenó el culo de leche a Pauli que sonrió cuando lo sintió. Se sacó la colaless, se la tiró. Se cambió y nos fuimos. 
 Mario nos saludó como si nada. Llegamos a casa, otra vez volví a dormir al sillón. Ya ni me molestaba que se la cogiese otro. En algún punto, asumía mi rol y calentura de cornudo sumiso. Me dolía la mentira, la adrenalina no compartida, la... no sé qué más. Le escribí a Maca en reiteradas oportunidades, pero no me contestó. 
  Pasaron tres meses. Nuestro casamiento se acercaba. Seguimos adelante, ni yo sé porqué. No volvimos a reincidir. Bueno, por lo menos hasta donde yo sabía. Tres meses. Tres meses donde volví a verla a Maca, de pasada, caminando rápido por el centro de la Capital, pero el tiempo suficiente para saber que necesitaba recuperarla. Le grité y ella se dió vuelta. 

- Hola...- Sonreí, agitado porque corrí para alcanzarla. 
- ¿Qué haces acá?- Se sorprendió y no sé si un poco le brillaron los ojos.
- ¿Almorzamos?-
- ¿Te vas a casar?- 
- Hablemos....- 

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