Me pasó éste domingo de elecciones. Yo todavía tengo mi domicilio en San Justo, así que luego de que mi marido votó en Capital, nos fuimos los cuatro a la casa de mis padres. Allí me esperarían hasta que yo hiciera lo mismo, y entonces iríamos a la plaza para que los chicos jueguen un rato.
Ni bien me puse en la fila correspondiente a mi mesa, escucho que alguien me dice desde atrás:
-Pero mirá en dónde te vengo a encontrar...-
Me doy la vuelta y me quedo mirando al hombre que tengo enfrente, tratando de reconocerlo.
-No me digas que no te acordás de mí...- se sonríe y ahí recién me cae la ficha
-¡Juanjo...!-
-El mismo...- asiente.
Juan José es un viejo amigo del barrio, compañero de Colegio, precisamente del mismo Colegio en el que estábamos votando. Hicimos toda la primaria juntos, y en séptimo grado fuimos algo así como noviecitos. Nada serio, por supuesto, nos agarrábamos de las manos, salíamos a pasear, íbamos al cine. Para el secundario se cambió a un industrial y dejamos de vernos tan seguido, aunque de vez en cuando coincidíamos en el cumpleaños de algún amigo en común.
Volví a encontrármelo luego en las habituales reuniones de egresados que se hacían cada cinco años, pero ya habían pasado casi diez de la última a la que yo había asistido. En ese entonces todavía tenía el pelo largo y la barbita candado que ya era parte de su personalidad, pero ahora se la había afeitado y estaba con el pelo bien corto, de ahí que no lo haya reconocido al instante.
Nos abrazamos, nos saludamos con un beso, y como sé que se lo deben estar preguntando, no, nunca pasó nada entre nosotros. No porque ninguno haya querido, sino porqué, siempre estuvimos a destiempo.
Primero éramos muy chicos, luego cuando nos vimos en alguna fiesta, uno de los dos estaba acompañado, y en la última juntada de egresados a la que fui con ganas de verlo y de saldar deudas de una vez por todas, él había ido con su flamante esposa. No le duró mucho el matrimonio, ya que según me contó, se separaron al año y medio. Tuvo otras parejas después, pero con ninguna pasó más del año de convivencia.
-Ahora estoy solo, disfrutando la soltería- repone.
-Yo estuve separada un tiempo, pero volvimos más por los chicos que por nosotros, ahora estamos bien, nunca se lo dije a mi marido, pero me sentí perdida el tiempo que estuvo fuera de casa- le cuento, sincera, reflexiva.
Con Juanjo siempre nos contábamos todo, y aún ahora, después de no verlo durante casi una década, seguía sintiendo con él esa complicidad que nos hizo tan unidos en algún momento de nuestras vidas.
Llega mi turno para votar, y mientras me dirijo hacia la mesa y realizo todo el trámite, trato de no perderlo de vista. Cuando salgo no lo veo. Suponía que estaría votando todavía, ya que había una demora con las máquinas, pero al salir al pasillo, ahí está, esperándome.
-Supongo que estará esperándote tu familia, pero ¿que te parece si tomamos un café?- me pregunta.
-Juanjo, si te soy sincera, creo que vos y yo nos debemos mucho más que un café...- le digo, expresando en palabras lo que ambos sentimos apenas nos saludamos en la fila.
-Te invito a mi casa, entonces- propone con una sonrisa.
Lo llamo a mi marido y le digo que todavía estoy esperando para votar, que mejor vayan yendo a la plaza, para no perder tiempo, que cuando termine los alcanzo.
Juan José vive a solo un par de cuadras del Colegio, por lo que llegamos enseguida. Cuando entramos, un perrito sale a recibirnos, saltando alegre a nuestro alrededor. Se llama Apolo, un bulldog francés negro.
Juanjo lo lleva a una habitación para que no nos moleste, y cuando vuelve nos lanzamos el uno a los brazos del otro, para darnos por fin ese beso que estuvo latente desde siempre entre nosotros.
Caemos en el sofá, sin dejar de chuponearnos, metiéndonos manos por todos lados, calientes, urgidos por ponernos al día, ansiosos por consumar de una vez por todas aquel cariño que siempre nos tuvimos.
Ahí, echada en el sofá, bajándome apenas el vaquero y la tanga, Juanjo me chupa la concha, haciéndome gemir de placer y satisfacción. Se me sacuden las piernas, a causa de los calambres que me provoca su lengua clavada en lo más profundo de mi sexo.
Me gusta ver cómo se levanta y se desabrocha el pantalón, pelando aquello por lo que, sin saberlo, estuve esperando tanto tiempo. Apenas lo reconocí y nos saludamos en la fila de la votación, supe que no tardaría en estar chupándole la pija, y ahí estoy, comiéndosela hasta los pelos, llenándome la boca con un pedazo tan jugoso que la baba se me cae por las comisuras de los labios.
Se la dejo a punto caramelo, con una erección que le resalta las venas y la hinchazón de la cabeza.
Me levanta de un tirón y agarrándome de la mano, como cuando éramos niños, me lleva al dormitorio. Al pie de la cama, nos sacamos toda la ropa, sin dejar de mirarnos, atentos a cada gesto del otro. Nos acercamos y volvemos a besarnos, agarrándole yo la poronga, metiéndome él los dedos en la concha. Me encanta cuando los saca y se los chupa, para luego seguir besándome, me resulta de lo más morboso.
-¡Soy toda tuya...!- le digo, abriéndome de gambas en la cama.
De algún lado saca una tira de preservativos, se pone uno y viene hacía mí, la pija en ese estado de tensión que provoca que se le curve hacia un lado.
Se echa encima mío, me la mete y me cumple todos los deseos, bombeándome puro placer con cada pijazo.
-¡Aaaahhhhhhhhhh...!- más que un suspiro de placer, lo que exhalo es una expresión de alivio, de regocijo, de sentir que, por fin, se está haciendo justicia.
No podía ser que nunca haya cogido con Juanjo, con lo importante que fue en una etapa temprana de mi vida, pero ahí estábamos, poniendo las cosas en su lugar... O sea, su pija en mi concha.
-¡Si... Siiii... Siiiiii... Dame... Dame... Cogeme...!- le digo exaltada, abriéndome toda, regando en sus sábanas mis densos y abundantes fluidos.
Estoy tan mojada, que el ruido húmedo de la penetración casi que resulta más fuerte que nuestros gemidos.
Nos besamos, rodando el uno sobre el otro, moviéndonos ambos en procura de ese placer infinito por el cuál nuestros cuerpos tanto habían esperado. Y cuando llegamos, al mismo tiempo, indistinguible un orgasmo del otro, nos quedamos aferrados, disfrutando juntos, esa explosión hormonal que nos absorbe.
Dejándome extasiada, Juanjo se levanta y va al baño. Se saca el forro repleto de semen, lo anuda para arrojarlo al tacho y se echa una meada larga y abundante. Cuando vuelve conmigo todavía está con la pija parada.
Me pongo en cuatro y lo invito a seguir cogiéndome. Se la sacude varias veces, para endurecerla y se pone otro forro. Se la agarra con una mano y tras frotármela por toda la raya, me la pone en el sitio exacto, me sujeta de la cintura y me la manda a guardar de un fuerte empujón.
-¡¡¡Aaaaaaahhhhhhhhhh...!!!-
Ésta penetración resulta incluso más satisfactoria que la primera, como si el polvo que nos echamos hacía tan solo unos momentos, me hubiera sensibilizado al máximo.
Con cada embestida me aplica una nalgada, de uno y otro lado, con la palma y el revés de la mano, haciendo que toda la cola se me prenda fuego.
Dejándome toda la pija metida adentro, me levanta, me voltea la cara y me busca la boca para besarme. Nuestras lenguas se frotan, se anudan, se lamen, se sacan chispas, hasta que me suelta y vuelve a darme con todo,como si quisiera comprobar hasta dónde puedo resistir antes de romperme.
-¡¡¡Dale sí... haceme mierda...!!!- le grito, ansiosa, exaltada, sintiendo como los fluidos de mi sexo se derraman profusamente por mis piernas.
Siempre aferrado a mis caderas, se mueve desde atrás, hilando un ensarte tras otro, con un ritmo demoledor, sin pausa, haciéndome ahogar con mis propios gemidos.
-¡Dale... Dale... Dale...!- le reclamo, sintiendo como en mis entrañas comienza a gestarse un nuevo estallido.
PLAP PLAP PLAP PLAP PLAP PLAP...
-¡Sí... Sí... Así... Dale... Más... Más... Ahhhhhhhhh...!- le sigo pidiendo, aunque ya me esté dando a reventar.
Me da tan fuerte, con tanto brío y frenesí, que me derrumba sobre la cama, y echándose tras de mí, de costadito, me sigue garchando, a full, colapsándome a pura pija.
Ésta vez acabo yo primero, estallando en gemidos y jadeos por demás intensos, arrebatados. Juanjo me sigue cogiendo un rato más, hasta que él también acaba, quedándose abrazado a mí hasta desagotarse por completo.
-¡Ahhhhhh... estuve esperando tanto por esto!- admite, acariciándome las tetas, sin salirse aún de mi interior.
-Yo también...- coincido -Es increíble que... nunca... hayamos estado así antes-
-Quizás no era nuestro momento- teoriza.
-Esperemos entonces que haya segunda vuelta...- le digo .
Nos reímos, sin soltarnos aún, como no queriendo que aquel encuentro fortuito se termine.
Luego del sexo, ya vestidos, Juanjo me invita el café que me había prometido. Bebo tan solo un sorbo, ya que mi marido y mis hijos me esperan en la plaza. Recibo una foto de ellos en los juegos.
Intercambiamos números, un último beso, y voy al encuentro de mi familia. Al verme el Ro corre a abrazarme. Parece que no me hubiera visto en años, aunque hace tan solo un par de horas que salí de la casa de mis padres para ir a votar.
Mi marido está con Romi en brazos. Me acerco y los saludo a cada uno con un beso. Y como siempre me pasa, no puedo evitar sentir un leve temor de que se me note que estuve garchando, que me huela a sexo, a semen. Tengo un posgrado en infidelidad, y mi marido debe tener los cuernos más grandes que el Everest, pero aún asi ese sentimiento de culpabilidad nunca se va. No de arrepentimiento, porqué no me arrepiento, pero sí la culpa, el cargo de conciencia.
Por suerte no nota nada, así que jugamos un rato con los chicos y luego vamos a casa a comer con el resto de la familia, a esperar el resultado de las elecciones. Unos están con uno, otros con otro, algún perdido con otra, no hay unanimidad en la mesa. Ahí también existe la grieta.
Solo cuando me preguntan quién quiero que gane, respondo:
-Estoy segura de que habrá segunda vuelta...-
Ni bien me puse en la fila correspondiente a mi mesa, escucho que alguien me dice desde atrás:
-Pero mirá en dónde te vengo a encontrar...-
Me doy la vuelta y me quedo mirando al hombre que tengo enfrente, tratando de reconocerlo.
-No me digas que no te acordás de mí...- se sonríe y ahí recién me cae la ficha
-¡Juanjo...!-
-El mismo...- asiente.
Juan José es un viejo amigo del barrio, compañero de Colegio, precisamente del mismo Colegio en el que estábamos votando. Hicimos toda la primaria juntos, y en séptimo grado fuimos algo así como noviecitos. Nada serio, por supuesto, nos agarrábamos de las manos, salíamos a pasear, íbamos al cine. Para el secundario se cambió a un industrial y dejamos de vernos tan seguido, aunque de vez en cuando coincidíamos en el cumpleaños de algún amigo en común.
Volví a encontrármelo luego en las habituales reuniones de egresados que se hacían cada cinco años, pero ya habían pasado casi diez de la última a la que yo había asistido. En ese entonces todavía tenía el pelo largo y la barbita candado que ya era parte de su personalidad, pero ahora se la había afeitado y estaba con el pelo bien corto, de ahí que no lo haya reconocido al instante.
Nos abrazamos, nos saludamos con un beso, y como sé que se lo deben estar preguntando, no, nunca pasó nada entre nosotros. No porque ninguno haya querido, sino porqué, siempre estuvimos a destiempo.
Primero éramos muy chicos, luego cuando nos vimos en alguna fiesta, uno de los dos estaba acompañado, y en la última juntada de egresados a la que fui con ganas de verlo y de saldar deudas de una vez por todas, él había ido con su flamante esposa. No le duró mucho el matrimonio, ya que según me contó, se separaron al año y medio. Tuvo otras parejas después, pero con ninguna pasó más del año de convivencia.
-Ahora estoy solo, disfrutando la soltería- repone.
-Yo estuve separada un tiempo, pero volvimos más por los chicos que por nosotros, ahora estamos bien, nunca se lo dije a mi marido, pero me sentí perdida el tiempo que estuvo fuera de casa- le cuento, sincera, reflexiva.
Con Juanjo siempre nos contábamos todo, y aún ahora, después de no verlo durante casi una década, seguía sintiendo con él esa complicidad que nos hizo tan unidos en algún momento de nuestras vidas.
Llega mi turno para votar, y mientras me dirijo hacia la mesa y realizo todo el trámite, trato de no perderlo de vista. Cuando salgo no lo veo. Suponía que estaría votando todavía, ya que había una demora con las máquinas, pero al salir al pasillo, ahí está, esperándome.
-Supongo que estará esperándote tu familia, pero ¿que te parece si tomamos un café?- me pregunta.
-Juanjo, si te soy sincera, creo que vos y yo nos debemos mucho más que un café...- le digo, expresando en palabras lo que ambos sentimos apenas nos saludamos en la fila.
-Te invito a mi casa, entonces- propone con una sonrisa.
Lo llamo a mi marido y le digo que todavía estoy esperando para votar, que mejor vayan yendo a la plaza, para no perder tiempo, que cuando termine los alcanzo.
Juan José vive a solo un par de cuadras del Colegio, por lo que llegamos enseguida. Cuando entramos, un perrito sale a recibirnos, saltando alegre a nuestro alrededor. Se llama Apolo, un bulldog francés negro.
Juanjo lo lleva a una habitación para que no nos moleste, y cuando vuelve nos lanzamos el uno a los brazos del otro, para darnos por fin ese beso que estuvo latente desde siempre entre nosotros.
Caemos en el sofá, sin dejar de chuponearnos, metiéndonos manos por todos lados, calientes, urgidos por ponernos al día, ansiosos por consumar de una vez por todas aquel cariño que siempre nos tuvimos.
Ahí, echada en el sofá, bajándome apenas el vaquero y la tanga, Juanjo me chupa la concha, haciéndome gemir de placer y satisfacción. Se me sacuden las piernas, a causa de los calambres que me provoca su lengua clavada en lo más profundo de mi sexo.
Me gusta ver cómo se levanta y se desabrocha el pantalón, pelando aquello por lo que, sin saberlo, estuve esperando tanto tiempo. Apenas lo reconocí y nos saludamos en la fila de la votación, supe que no tardaría en estar chupándole la pija, y ahí estoy, comiéndosela hasta los pelos, llenándome la boca con un pedazo tan jugoso que la baba se me cae por las comisuras de los labios.
Se la dejo a punto caramelo, con una erección que le resalta las venas y la hinchazón de la cabeza.
Me levanta de un tirón y agarrándome de la mano, como cuando éramos niños, me lleva al dormitorio. Al pie de la cama, nos sacamos toda la ropa, sin dejar de mirarnos, atentos a cada gesto del otro. Nos acercamos y volvemos a besarnos, agarrándole yo la poronga, metiéndome él los dedos en la concha. Me encanta cuando los saca y se los chupa, para luego seguir besándome, me resulta de lo más morboso.
-¡Soy toda tuya...!- le digo, abriéndome de gambas en la cama.
De algún lado saca una tira de preservativos, se pone uno y viene hacía mí, la pija en ese estado de tensión que provoca que se le curve hacia un lado.
Se echa encima mío, me la mete y me cumple todos los deseos, bombeándome puro placer con cada pijazo.
-¡Aaaahhhhhhhhhh...!- más que un suspiro de placer, lo que exhalo es una expresión de alivio, de regocijo, de sentir que, por fin, se está haciendo justicia.
No podía ser que nunca haya cogido con Juanjo, con lo importante que fue en una etapa temprana de mi vida, pero ahí estábamos, poniendo las cosas en su lugar... O sea, su pija en mi concha.
-¡Si... Siiii... Siiiiii... Dame... Dame... Cogeme...!- le digo exaltada, abriéndome toda, regando en sus sábanas mis densos y abundantes fluidos.
Estoy tan mojada, que el ruido húmedo de la penetración casi que resulta más fuerte que nuestros gemidos.
Nos besamos, rodando el uno sobre el otro, moviéndonos ambos en procura de ese placer infinito por el cuál nuestros cuerpos tanto habían esperado. Y cuando llegamos, al mismo tiempo, indistinguible un orgasmo del otro, nos quedamos aferrados, disfrutando juntos, esa explosión hormonal que nos absorbe.
Dejándome extasiada, Juanjo se levanta y va al baño. Se saca el forro repleto de semen, lo anuda para arrojarlo al tacho y se echa una meada larga y abundante. Cuando vuelve conmigo todavía está con la pija parada.
Me pongo en cuatro y lo invito a seguir cogiéndome. Se la sacude varias veces, para endurecerla y se pone otro forro. Se la agarra con una mano y tras frotármela por toda la raya, me la pone en el sitio exacto, me sujeta de la cintura y me la manda a guardar de un fuerte empujón.
-¡¡¡Aaaaaaahhhhhhhhhh...!!!-
Ésta penetración resulta incluso más satisfactoria que la primera, como si el polvo que nos echamos hacía tan solo unos momentos, me hubiera sensibilizado al máximo.
Con cada embestida me aplica una nalgada, de uno y otro lado, con la palma y el revés de la mano, haciendo que toda la cola se me prenda fuego.
Dejándome toda la pija metida adentro, me levanta, me voltea la cara y me busca la boca para besarme. Nuestras lenguas se frotan, se anudan, se lamen, se sacan chispas, hasta que me suelta y vuelve a darme con todo,como si quisiera comprobar hasta dónde puedo resistir antes de romperme.
-¡¡¡Dale sí... haceme mierda...!!!- le grito, ansiosa, exaltada, sintiendo como los fluidos de mi sexo se derraman profusamente por mis piernas.
Siempre aferrado a mis caderas, se mueve desde atrás, hilando un ensarte tras otro, con un ritmo demoledor, sin pausa, haciéndome ahogar con mis propios gemidos.
-¡Dale... Dale... Dale...!- le reclamo, sintiendo como en mis entrañas comienza a gestarse un nuevo estallido.
PLAP PLAP PLAP PLAP PLAP PLAP...
-¡Sí... Sí... Así... Dale... Más... Más... Ahhhhhhhhh...!- le sigo pidiendo, aunque ya me esté dando a reventar.
Me da tan fuerte, con tanto brío y frenesí, que me derrumba sobre la cama, y echándose tras de mí, de costadito, me sigue garchando, a full, colapsándome a pura pija.
Ésta vez acabo yo primero, estallando en gemidos y jadeos por demás intensos, arrebatados. Juanjo me sigue cogiendo un rato más, hasta que él también acaba, quedándose abrazado a mí hasta desagotarse por completo.
-¡Ahhhhhh... estuve esperando tanto por esto!- admite, acariciándome las tetas, sin salirse aún de mi interior.
-Yo también...- coincido -Es increíble que... nunca... hayamos estado así antes-
-Quizás no era nuestro momento- teoriza.
-Esperemos entonces que haya segunda vuelta...- le digo .
Nos reímos, sin soltarnos aún, como no queriendo que aquel encuentro fortuito se termine.
Luego del sexo, ya vestidos, Juanjo me invita el café que me había prometido. Bebo tan solo un sorbo, ya que mi marido y mis hijos me esperan en la plaza. Recibo una foto de ellos en los juegos.
Intercambiamos números, un último beso, y voy al encuentro de mi familia. Al verme el Ro corre a abrazarme. Parece que no me hubiera visto en años, aunque hace tan solo un par de horas que salí de la casa de mis padres para ir a votar.
Mi marido está con Romi en brazos. Me acerco y los saludo a cada uno con un beso. Y como siempre me pasa, no puedo evitar sentir un leve temor de que se me note que estuve garchando, que me huela a sexo, a semen. Tengo un posgrado en infidelidad, y mi marido debe tener los cuernos más grandes que el Everest, pero aún asi ese sentimiento de culpabilidad nunca se va. No de arrepentimiento, porqué no me arrepiento, pero sí la culpa, el cargo de conciencia.
Por suerte no nota nada, así que jugamos un rato con los chicos y luego vamos a casa a comer con el resto de la familia, a esperar el resultado de las elecciones. Unos están con uno, otros con otro, algún perdido con otra, no hay unanimidad en la mesa. Ahí también existe la grieta.
Solo cuando me preguntan quién quiero que gane, respondo:
-Estoy segura de que habrá segunda vuelta...-
29 comentarios - Día de elecciones...
No es la primera vez que le metes los cuernos a tu marido, pero el miedo de que el se de cuenta siempre está.
Sigue disfrutando de la vida, la vida es una.
como siempre con la pija dura deseando see un dia el afortunado de poder conocerte!!!
Excelentes y muy morbosos tus relatos
Lindo todo, y recontra hermosas las fotis, sobre todo la de los labios que dan unas ganas de tranzarlos que ni te cuento.
esperemos que sigas calentandonos con tus aventuras.
Saluditos.