Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 12.
Deseos Prohibidos.
Silvana se fijó en que Sonia tenía puesto un camisón bastante transparente. Como no tenía corpiño, podían verse claramente sus redondas tetas, las cuales se conservaban firmes, para ser una mujer de su edad. Debajo tenía puesta una sencilla bombacha, pero como era de encaje, dejaba entrever la zona del vello púbico.
—¿Querés que te preste algo de ropa? —Preguntó Sonia.
—No hace falta. Si ya me viste todo… a menos que a vos te moleste verme desnuda.
—No me molesta —mostró una cálida sonrisa—. No creo que exista alguien en el mundo a quien le moleste verte desnuda.
—Gracias, lo tomo como un halago.
—Entonces… ¿Dalina lo hace cornudo a su marido con el nuevo vecino senegalés? No me lo imaginé nunca. Dalina no parecía ser… esa clase de mujer.
Silvana entendió que la expresión “esa clase de mujer” se refería a: puta.
—Sé tanto del asunto como vos, Sonia. Dalina apareció en mi departamento, entrando por el balcón, y me pidió que la ayude.
— ¿Y por qué lo hiciste? No creo que seas de las que están a favor de la infidelidad.
—Claro que no. Detesto la infidelidad —y un impulso de culpabilidad le nació desde lo más hondo de su ser al recordar como Paulina le chupó la concha; pero… eso no cuenta ¿o si?—. La ayudé porque no quería que se armara una batalla campal en ese momento. Dalina tendrá que contarle a Silvio de sus andanzas con Malik, pero es mejor que lo haga cuando él esté tranquilo.
—Pobre tipo. Justo ahora que están por tener un hijo, esta mujer lo hace cornudo. Para colmo, ella daba la impresión de estar disfrutándolo mucho. Cuando entró no paró de decirme lo bien que la pasó con Malik y su… em… miembro de grandes proporciones. No sé por qué considera que eso pueda ser un atractivo, yo vi a Malik desnudo y sinceramente me da un poco de miedo.
—Pensamos igual, Sonia.
Tomaron un té juntas y charlaron de asuntos triviales. Silvana no pudo dejar de pensar en lo que le había dicho Malik sobre el nudismo. Se sintió realmente cómoda al estar desnuda en una situación no sexual charlando con Sonia. Se preguntó si algo similar sentiría su vecino al andar sin ropa. De ser así, no podía juzgarlo por hacerlo.
—Tengo que confesarte algo —dijo Sonia, evitando el contacto visual con Silvana. Dejó su taza de té vacía sobre la mesita junto al sillón—. Hice algo que te puede afectar, y quizás te enojes mucho conmigo. Prefiero decírtelo porque ahora que nos estamos llevando tan bien, no me gustaría perder una amiga por culpa de una tontería.
—¿Qué fue lo que hiciste? Te prometo que voy a hacer lo posible por no enojarme.
—Em… seguramente Osvaldo te habrá dicho algo por tu forma de vestir.
—Así fue.
—Es mi culpa. Yo fui la que presentó quejas.
—¿De verdad? —Silvana abrió mucho los ojos—. ¿Te molesta la forma en que me visto?
—No exactamente. Es un tema mucho más complicado.
—Podés contarme, y de verdad, quedate tranquila, no voy a enojarme con vos. Yo tampoco quiero arruinar nuestra amistad por esta tontería. Aunque me gustaría saber la verdad.
—Lo que pasa es que… uf, esto es incómodo. Me cuesta mucho decirlo en voz alta, porque es algo de lo que nunca hablé con nadie… y justamente te lo voy a contar a vos, que sos la raíz del problema.
—Voy a intentar comprenderte. Tomá aire y contamelo todo.
—Gracias. Creo que sos consciente de tu atractivo físico. Si no tuvieras tanta seguridad en tu propio cuerpo, no te vestirías de esa manera… ni andarías tan tranquila caminando desnuda por el pasillo. Ni siquiera atinaste a cubrirte el cuerpo mientras charlamos.
—Me considero una mujer atractiva, es cierto. Quizás a veces puedo pecar de egocéntrica, lo admito.
—Yo también sería egocéntrica si tuviera ese cuerpazo, Silvana —Sonia mostró una tímida sonrisa—. Y lo que pasó es que desde que empezaste a vestirte de forma provocativa, yo… empecé a tener pensamientos inapropiados. Me avergüenza mucho sentir esto por una mujer, porque te juro que no soy lesbiana. De hecho, nunca sentí esta clase de… atracción sexual por alguien del sexo femenino.
—Uy, eso no lo vi venir.
—Sé que es ridículo. Te debe desagradar mucho que la vieja solterona que vive frente a tu departamento se caliente mirándote el culo; pero es así, no lo puedo evitar. Cada vez que te veo vistiendo ropa sexy, se me van los ojos. Se me acelera el pulso.
—De hecho, me gusta lo que me estás contando.
—¿Ah sí? —De pronto Sonia abrió mucho los ojos—. Esperá, ¿no vas a decir que vos tenés… inclinaciones lésbicas?
—No exactamente. No sabría cómo describirlo. Admito que llegué a tener momentos muy candentes con mujeres, esto también es algo de lo que no suelo hablar con nadie.
—¿Qué serían exactamente esos “momentos candentes”?
—Besos… y toqueteos. Creo que disfruto mucho al sentirme deseada por otra persona… aunque sea una mujer. Por eso no me molesta lo que me estás diciendo, además… vos sos muy bonita, Sonia. Sé que sos mucho más linda de lo que vos pensás, porque me di cuenta de que tenés la manía de tirarte abajo, de creer que no tenés ningún atractivo. Pero sí que los tenés.
—Emm… muchas gracias. Me alivia mucho lo que me decís. Aunque… por más que a vos no te moleste que yo sienta estas cosas… a mí sí me molesta. No me gusta tener esta clase de deseos con una mujer. Me hace plantearme cosas de mi vida que no me agradan… como por ejemplo, mi soltería. Una noche pensé “¿Y si estoy soltera porque en realidad me gustan las mujeres”. Eso me disgustó tanto que al otro día presenté mi primera queja con Osvaldo, tenía la absurda creencia de que si vos empezabas a vestirte de otra manera, esos deseos desaparecerían. Ahora entiendo que la ropa no tiene nada que ver. Podés estar vestida de monja, o completamente desnuda, y los deseos aparecen igual.
—Mmm… se nota que estás sufriendo mucho por esto.
—Más de lo que te imaginás. Durante meses hice un gran esfuerzo por anular estos deseos, y no pude. Me resultó imposible. Ya no sé que hacer… y no te preocupes, que no pienso hacerte ninguna propuesta extraña. Esto es algo que tengo que manejar yo, y no quiero que te afecte de ninguna manera. Por eso te prometo que ya no me voy a quejar de tu forma de vestir. Le voy a pedir a Osvaldo que te deje en paz, y te pido disculpas por todo los problemas que te causé.
—Estaría bueno que Osvaldo me deje en paz. No me gusta que me digan cómo debo vestirme. Así que, gracias por eso.
—No me agradezcas, Silvana… si en primer lugar al problema lo causé yo. Y por lo demás, no te preocupes. Ya encontraré alguna manera de deshacerme de estos “deseos prohibidos”.
—Mmm… ¿y si te sacás las ganas? —Silvana mostró una gran sonrisa cargada de lujuria.
—¿A qué te referís? —Preguntó Sonia, con los ojos desencajados.
—Ya sabés… a eso… a que te saques las ganas, conmigo.
—¿Me estás hablando en serio, Silvana? —El corazón de Sonia comenzó a bombear con fuerza—. ¿Me estás proponiendo tener sexo con vos?
—No exactamente. Yo no haría nada. La que haría todo serías vos. Yo me quedo muy quietecita mientras vos hacés todo lo que quieras. Quizás eso te ayude a manejar mejor esos deseos prohibidos, como los llamás vos.
—A ver… ¿exactamente qué es lo que puedo hacer? Perdón, pero necesito escucharlo de tu boca.
—Te estoy diciendo que me podés chupar la concha, Sonia. ¿Querés hacerlo?
—No. Porque hacerlo solo complicaría más mi cabeza. Además de lidiar con los sentimientos eróticos que tengo hacia una mujer, tendría que lidiar con la experiencia de haberle chupado la concha.
—Oh, bueno, la propuesta sigue en pie por si…
—Pero lo voy a hacer.
—¿Eh? No entiendo. ¿Querés hacerlo o no?
—Como querer, no quiero; pero… Silvana, sos una de las mujeres más hermosas que conocí en mi vida. Debe haber cientos de personas que se mueren de ganas de acostarse con vos. Tendría que ser muy estúpida como para rechazar una propuesta semejante. Creo que ni una mujer heterosexual podría rechazar la oportunidad de chuparte la concha. Sos… demasiado hermosa.
—Ohh… qué dulce que sos, Sonia. Entonces… ¿vamos a tu pieza y lo hacemos’
—Sí… y me gustaría pedirte que tengas paciencia conmigo. No sé si me voy a animar a la primera; pero… lo tengo que hacer. Mi vida sexual es prácticamente nula, y no te voy a mentir, me vendría bien un poquito de acción. Algo en lo que pensar cuando… ya sabés.
—Cuando te hacés la paja.
Sonia soltó una risita tímida.
—Ese es un tema del que no me gusta hablar.
—Vamos, Sonia… sos una mujer soltera. ¿Quién puede criticarte por masturbarte de vez en cuando?
—Puede ser, aunque hoy no me vas a ver hacerlo. Me daría muchísima vergüenza hacerlo frente a otra persona.
—No te sientas presionada, hacé lo que quieras y nada más.
Entraron juntas al dormitorio de Sonia. Silvana se acostó en la cama y se preguntó si esto contaría como infidelidad. Definitivamente a Renzo no le agradaría saber que dejó que otra persona le comiera la concha… otra vez. Aunque… solo intentaba ayudar a Sonia con su problemita. No estaba buscando una satisfacción personal.
“¿Notaste que últimamente te acordás de Renzo solo cuando te portás mal?” Silvana intentó apartar ese pensamiento incómodo de su cabeza. Abrió las piernas para Sonia y la mujer se quedó mirándola, aún de pie junto a la cama, como si no supiera qué hacer.
—Empezá cuando quieras…
—Em… sí, claro. Perdón, es que… no sé si estoy preparada para esto. Quizás para vos sea más “normal”, porque soy más joven. Pero yo… a mi edad… teniendo mi primera experiencia lésbica… dios, es demasiado…
—Todo eso lo podés pensar después. Ahora dejá la mente en blanco y disfrutá. Vení, acostate en la cama. Quizás eso te lo hace más fácil.
Sonia le hizo caso. Se acostó entre las piernas de Silvana, boca abajo, y admiró esa perfecta vagina. El corazón se le aceleró como no pasaba desde hacía años. No podía creer que esa mujer tan hermosa estuviera en su cama, con las piernas abiertas, esperando por ella. Acarició los labios vaginales lentamente. Se sintieron suaves y húmedos.
¿De verdad pensaba chuparle la concha a su vecina?
Sabía que eso la dejaría con un montón de preguntas existenciales, pero ahora mismo no podía perder el tiempo con eso. Avanzó hacia la concha y le pasó la lengua tímidamente. El sabor le resultó muy agradable, por lo que volvió a lamer otra vez… y otra… y otra…
Cuando se dio cuenta, ya estaba buscando el clítoris con la punta de la lengua. Esta vez lo que la incentivó a seguir fue un ligero gemido de Silvana. “Le gusta —pensó Sonia—. Le gusta lo que estoy haciendo”.
Se aferró a los muslos de su vecina con ambas manos y hundió más la cabeza entre esas piernas. Sus labios quedaron pegados a la concha y comenzó a lamer y a succionar cada rincón. No tenía idea de qué estaba haciendo, nunca nadie le había explicado cómo cogían las lesbianas. Sabía la teoría básica, por supuesto; pero su práctica era nula.
Siguió con esas lamidas tímidas y apretó el clítoris con su boca una y otra vez.
—¿Y? ¿Qué tal está? —Preguntó Silvana.
—Es… más agradable de lo que me imaginaba. Aunque… me estoy poniendo muy nerviosa. Tengo miedo de que esto dañe nuestra relación como vecinas… y quizás como amigas.
—No te preocupes, Sonia. Eso no va a pasar. Vos seguí disfrutando tranquila.
Y eso hizo. Volvió a dejar su mente prácticamente en blanco y continuó lamiendo la vagina. Lo disfrutó, hasta donde los nervios se lo permitieron, y se mantuvo concentrada en la tarea al menos unos cinco minutos. Luego miró a Silvana a los ojos y le dijo:
—¿Te enojás si te pido que te vayas?
—¿Por qué? ¿Hice algo malo?
—No, no… al contrario. Me encantó tener esta oportunidad; pero ahora… em… necesito estar sola.
—Ah… ya entiendo —Silvana sonrió—. Ok, ok… no te voy a obligar a que lo hagas frente a mí. Espero que lo disfrutes. Ah… y ¿querés sacarme algunas fotos? Digo, para que te ayuden en ese momento.
—Emm… ¿de verdad me lo vas a permitir? Aunque, no soy de mirar esa clase de fotos, admito que me gustaría mucho tener algunas tuyas.
—Sí, claro… agarrá tu celu y sacame todas las fotos que necesites.
Sonia solamente tomó tres fotos: un primer plano de la concha; otra de cuerpo completo y la tercera de las tetas.
Silvana entendió que su vecina estaba apurada para empezar el “ritual de autosatisfacción”. No le insistió más. Le hubiera encantado que le siguieran chupando la concha, porque lo estaba disfrutando; pero fue justamente eso lo que la llevó a decir: “Es mejor marcharse”. Disfrutarlo demasiado sí podía ser infidelidad.
Regresó a su departamento sintiéndose muy bien por haber ayudado a Sonia, aunque al mismo tiempo se sintió culpable por haber colaborado con la infidelidad de Dalina.
“Me debe unas cuantas explicaciones”, pensó antes de irse a la cama.
Para poder conciliar el sueño, tuvo que hacerse la paja. Pensó en enviarle un mensaje a Sonia para decirle: “Nos estamos tocando al mismo tiempo”; pero descartó la idea. No quería incomodarla con eso. Ya le quedó claro que para Sonia no es fácil encarar los temas sexuales.
—-------------
La puerta del ascensor se abrió y Silvana entró al hall vistiendo su uniforme de oficina; pero con una minifalda exageradamente corta y ajustada. La tela parecía a punto de reventar por la presión ejercida por esas grandes nalgas y esos macizos muslos.
—Ah, hola Osvaldo. Buen día. —El portero la miró sin demostrar un interés en particular—. Me gustaría hablar un minuto con usted, en privado. ¿Es posible?
—Sí, claro… pase por mi oficina.
Entraron juntos al cuartito al que el portero se refería como “oficina”. La falta de interés de Osvaldo no le sentó del todo bien a Silvana, sabía que estaba vestida de una forma muy llamativa, incluso había dejado desabrochados varios botones de su camisa, llegando a exponer el inicio de su corpiño blanco de encaje. Pero este tipo no es como los demás, ahora entiende que él la observa más con una mirada crítica y analítica que con lujuria.
—¿De qué quería hablarme, Silvana?
—Sobre las quejas sobre mi forma de vestir. Sé que vinieron de parte de Sonia, mi vecina del piso 19. Pero ya hablé con ella y aclaramos todo el asunto. Me prometió que ya no presentaría más quejas y me aseguró que yo puedo vestirme como se me dé la gana.
—Ah, ya veo… ¿eso explica este atuendo tan revelador?
—Puede ser… pero ya no me puede decir nada al respecto.
—No es cierto, Silvana. Porque Sonia no fue la única que presentó quejas.
—¿Hay más?
—Sí, de hecho hay otra persona que es mucho más insistente que Sonia.
—¿Quién?
—Eso no puedo decírselo, y lo sabe muy bien.
—Ok, pero dígale a esa persona que su actitud me resulta muy cobarde. Si tiene un problema conmigo, que me lo diga en la cara.
—Se lo voy a comunicar. Mientras tanto… agradecería que al menos se ponga ropa interior si pretende usar minifaldas tan cortas. Eso sí que daría una mala imagen al edificio.
Silvana se quedó petrificada. ¿Cómo sabía Osvaldo que ella no tenía puesta ropa interior debajo de la minifalda? Sintió miedo ¿realmente era tan fácil descubrirlo? Todo este asunto de ir sin nada debajo empezó muy temprano a la mañana, cuando su amiga Paulina le mandó un mensaje que decía:
“Tengo que contarte (y mostrarte) algo muy importante; pero esto te va a costar, yegua”.
A Silvana le resultó gracioso que Paulina la llamara “yegua”, de otra persona le hubiera molestado, sin embargo acá podía notar esa complicidad amistosa que le gustaba tanto. Le preguntó cuál sería el precio a pagar por esa información privilegiada y después de negociar durante un rato, decidieron que Silvana debía ir a trabajar usando una minifalda muy corta, sin nada debajo.
Ella aceptó y al ponerse la ropa tuvo su primer atisbo de dudas. La minifalda le quedaba más corta de lo que recordaba. “Es que ahora estoy más culona, por hacer tanto ejercicio”, se dijo. Aún así, corroboró que su concha no se asomara por debajo al caminar. Solo se podía ver si ella se agachaba un poco. “Habrá que caminar bien firme durante todo el día”.
—¿Por qué dice que no tengo ropa interior?
—No estoy cien por ciento seguro, pero cuando la vi saliendo del ascensor usted se inclinó para acomodar sus medias de nylon, y me pareció ver su vagina en el espejo.
—Esas son tonterías. Claro que tengo puesta ropa interior, Osvaldo. ¿Por qué clase de mujer me toma?
—Está bien, hagamos una cosa. Prometo decirle el nombre de la persona que presentó quejas contra usted.
—¿Ah sí?
—Sí, pero siempre y cuando usted me demuestre que estoy equivocado.
—Es que está equivocado, y no necesito demostrar nada. Si quiere mirar, mire… —se dio la vuelta, apoyó las manos sobre el escritorio, separó ligeramente las piernas y levantó la cola—. Pero antes le advierto que si usted no confía en mi palabra, en la próxima reunión de propietarios no va a contar con mi apoyo. Y tampoco tendrá el apoyo de Dalina, que es una buena amiga mía. Además le recuerdo que Sonia también es propietaria y ella me va a respaldar.
Silvana sabía que la permanencia de Osvaldo como encargado del edificio dependía de las decisiones tomadas en las reuniones que organizaban los dueños de los departamentos. Sonrió victoriosa al notar que el hombre estaba evaluando la situación a conciencia. “No se va a animar a poner ni un dedo en la minifalda”.
—Está bien —dijo Osvaldo—. Cuento con el apoyo de muchos propietarios, puedo darme el lujo de perder a algunos.
Silvana se puso pálida, no esperaba esa respuesta. Había apostado todo a una mala combinación de cartas y creyó que podría ganar.
Cuando Osvaldo le levantó la minifalda, se sintió como una estúpida. Así de fácil el tipo demostró que ella estaba metiendo.
—No entiendo por qué hace esto, Silvana —dijo el portero—. ¿Es alguna clase de juego? Yo intento ayudarla, para ahorrarle momentos incómodos tanto a usted como al resto d elos inquilinos; pero no me está poniendo las cosas nada fácil. Con esta minifalda no se requiere mucho para cometer un error y estar mostrándole su vagina a cualquiera que ande cerca.
—Mire, ya se lo dije una y mil veces: yo me visto como se me dé la gana.
“¿En serio, Silvana? —Pensó—. ¿Esa es la única excusa que se te ocurre?” Y así era, porque no tenía cómo defenderse ante esta situación.
—Para colmo, otra vez está teniendo una… pequeña fuga.
Osvaldo se agachó detrás de ella y, sin pedir permiso, llevó sus toscos dedos hasta la vagina de Silvana. Estaba muy húmeda. Había hilitos se flujo colgando de ella.
—Hey… ¿quién le dijo que podía tocar?
—¿Tiene algo para secarse? —Preguntó el portero, ignorando las palabras de la mujer.
Silvana puso los ojos en blanco. Se armó de paciencia y recordó que este tipo es asexual y que, en su extraña forma de ser, solo intentaba ayudarla.
—Em… sí, tengo algunos pañuelos descartables en mi bolso.
Ella lo abrió rápido, sacó los pañuelos, y volvió a cerrarlo. Le entregó el paquete a Osvaldo quien, sin perder tiempo, comenzó a secarle la vulva.
—Creo que es inútil —dijo el hombre, después de unos segundos—. Sigue saliendo flujo vaginal.
Esta vez uno de sus dedos exploró el agujero de Silvana, se metió completo y tanteó todo el interior, haciendo que ella se retorciera… ¿de placer?
—Hey… hey… si sigue tocando de esa manera, solo va a hacer que me moje más.
—¿Y a qué se debe esto de estar tan mojada? ¿Acaso estuvo masturbándose en el ascensor?
Silvana se quedó muy rígida, el dedo siguió hurgando dentro de su sexo. “No puede saberlo —pensó—. En los ascensores no hay cámaras”. Recordaba que en la junta de propietarios se había pedido quitar las cámaras del interior de los ascensores, porque los inquilinos lo consideraban una violación a su privacidad.
Y sí, Silvana estuvo haciéndose tremenda paja mientras el ascensor descendía. Incluso se sacó fotos de lo más sugerentes, para enviárselas a Paulina.
—No sé qué lo lleva a pensar eso, Osvaldo.
—Es por la cantidad de “juguito” que había en su vagina… y por la cantidad que sigue saliendo. Es mucho más que la última vez. —Otro dedo entró a explorar junto con el primero. Silvana tuvo que reprimir un gemido—. Eso es lo que me lleva a pensar que usted estuvo tocándose apenas hace unos minutos.
—Está bien, lo admito… estuve masturbándome; pero no lo hice en el ascensor, sino en mi departamento.
—Mmm, me cuesta creer eso.
—¿Por qué?
—Porque si así fuera, se hubiera limpiado antes de salir. La cantidad de flujos que vi me dan a entender que se tocó justo antes de salir del ascensor.
¿Acaso Osvaldo es un detective sexual? Podrá parecer un tipo extraño, con pensamientos difíciles de comprender, sin embargo Silvana no podía negar su capacidad de observación.
—Y de ser así, ¿usted se lo contaría a alguien?
—No, Silvana. Claro que no. Siempre y cuando me prometa que ya no lo va a hacer. Imagínese lo que pasaría si alguien quiere entrar al ascensor y la descubre a usted masturbándose.
Esa es una posibilidad que Silvana pensó mientras se hacía la paja, y que alguien la descubriera la hizo excitar mucho. Por supuesto no quería que eso ocurriera; pero el riesgo la volvía loca.
—Está bien, prometo que no lo haré más…
Ese tipo no dejaba de mover los dedos dentro de su sexo y los efectos de la paja interrumpida ya se estaban haciendo notar.
—Hay otro asunto que me genera preocupación —dijo Osvaldo.
—¿Qué cosa? —Preguntó Silvana, las rodillas le temblaban ante el toqueteo que crecía en intensidad.
—¿Puede abrir sus nalgas un momento?
—Mmm… ¿como si esto fuera una revisión médica?
—Algo así…
Si se hubiera tratado de otro tipo, o de una situación diferente, hubiera dicho que no de inmediato; pero era Osvaldo y sentía que él la había derrotado en su juego de mentiras. “Perdiste, Silvana… si te quiere mirar el orto, se lo ganó”.
Abrió sus nalgas y levantó la cola, exponiéndose totalmente ante ese sujeto que estaba agachado detrás de ella hurgándole la concha con dos dedos.
—Sí, lo que yo me imaginaba —comentó Osvaldo—. Usted se metió algo por acá… —acarició el orificio anal con tanta suavidad que hizo estremecer a Silvana.
—¿Pero qué dice?
—Es que… lo tiene muy dilatado. ¿Esto también lo hizo en el ascensor?
—No… porque no lo hice en ningún lado.
—No mienta, Silvana. Sé que estuvo introduciendo algo por acá… si hasta se puede notar que usó alguna clase de gel como lubricante.
Uno de los dedos de la otra mano se introdujo en el culo con suma facilidad.
—Ya está diciendo tonterías, Osvaldo.
—¿Ah sí? Mire, Silvana… cuando abrió su bolso, para sacar lo pañuelos descartables, noté algo que me resultó familiar.
—Hey, deje mi bolso…
El hombre la ignoró otra vez, abrió el bolso y de él extrajo el mismo consolador que había encontrado en el departamento de Silvana.
—Si usted no estuvo metiéndose esto en el ascensor, entonces no debería entrarle.
Antes de que Silvana pudiera reaccionar, la punta del dildo se posó en su culo y Osvaldo lo empujó hacia adentro. El agujero se le abrió como una flor en primavera y dejó entrar buena parte del juguete sexual.
—Ay, Osvaldo… no me lo meta por el culo. Yo no hago esas cosas…
—No le creo, Silvana. Está entrando demasiado fácil, y sé que si lo muevo un poco, va a entrar completo.
—No, Osvaldo… le aseguro que no va a entrar completo… uf… despacito… ay… dios. Me va a romper el culo. No me lo meta tan adentro… auch…
— ¿De verdad le duele o solo está actuando? Porque con lo fácil que está entrando esto, me queda clarísimo que usted lo usó en el ascensor.
—Ay, carajo… está bien. Lo admito. Sí lo usé en el ascensor. Pero no es porque sea una pajera que necesita hacerlo en lugares públicos. Yo… estaba intentando sacar una foto.
— ¿Una foto? ¿Para qué?
—Em… para alguien que aprecio mucho. No se meta en mis asuntos privados y… ay… despacito con eso.
El dildo se hundió casi al completo en su culo. El problema no es que le doliera, sino que le estaba gustando demasiado. Tanto que sus dedos la traicionaron y empezaron a acariciar su clítoris. “Mmm… dios, esto se siente muy bien… y muy humillante”. Su culo estaba siendo profanado por el portero del edificio. Por suerte lo estaba haciendo con un juguete, y no de forma directa.
—¿Y logró sacar esa foto?
—Más o menos… creo que no quedó bien. Es difícil sacarse una foto del culo, aunque se esté usando un espejo.
—Si quiere la puedo ayudar con eso.
“ ¿Otra humillación más, Silvana? ¿Vas a posar con un dildo metido en el culo frente a este tipo? ¿De verdad vas a caer tan bajo?”
—Está bien, puede ayudarme.
Necesitaba esa foto. Era otra de las exigencias de Paulina, por eso llevaba el dildo en el bolso. Además debía sacarse una foto usándolo en la oficina, algo que la aterraba un poco. Era demasiado arriesgado. Sin embargo, no podía dejar de pensar en qué era lo que Paulina quería contarle. También se estaba volviendo adicta al riesgo. Fue descubierta por el portero y eso la tenía muy cachonda, con el corazón acelerado y la concha bien mojada.
Le prestó su celular a Osvaldo y posó con las nalgas bien levantadas, mientras hacía el esfuerzo de mirar para atrás. Para la segunda foto añadió un importante detalle: se abrió la concha con los dedos. Se sintió raro, fue casi como si le estuviera diciendo al portero: “Míreme la argolla Osvaldo. ¿Le gusta”. Aunque en realidad lo estaba haciendo para Paulina, y prefería convencerse de eso.
Después de la breve sesión de fotos, se limpió el fluído de la concha y los restos de gel lubricante del culo. Guardó el dildo en su bolso y se acomodó la minifalda.
—¿De verdad piensa ir a trabajar vestida así?
—Sí, Osvaldo. Voy a ir así.
—¿Y no le da miedo que su jefe descubra que no tiene ropa interior?
Claro que le daba miedo. Esa idea le aterraba. Pero…
—No se meta en mis asuntos privados, ya se lo dije.
—Ok, ok… puede retirarse —dijo, como si fuera un oficial de policía—. Le pido por favor que no siga con estos jueguitos en el ascensor. Eso solo nos traería problemas.
—Con respecto a eso, quédese tranquilo, Osvaldo. Lo de hoy no se hará costumbre. Fue solo… un jueguito inocente, algo de una sola vez.
—Mmm… eso espero. Me gustaría creerle.
Silvana se retiró, con la dignidad toda pisoteada. Había pasado un momento de lo más humillante, y lo más denigrante era que Osvaldo (sí, el portero de su edificio) había logrado calentarla mucho con sus toqueteos… y en especial cuando le metió el dildo por el culo.
“Dios, Silvana… ¿qué te está pasando? Tenés que empezar a asumir el control sobre tu vida, porque sino vas a terminar mal”.
Se subió a su auto y se preguntó si no estaba cometiendo una locura en ir a su trabajo con una minifalda tan corta y sin ropa interior debajo.
Todos mis links:
https://magic.ly/Nokomi
Capítulo 12.
Deseos Prohibidos.
Silvana se fijó en que Sonia tenía puesto un camisón bastante transparente. Como no tenía corpiño, podían verse claramente sus redondas tetas, las cuales se conservaban firmes, para ser una mujer de su edad. Debajo tenía puesta una sencilla bombacha, pero como era de encaje, dejaba entrever la zona del vello púbico.
—¿Querés que te preste algo de ropa? —Preguntó Sonia.
—No hace falta. Si ya me viste todo… a menos que a vos te moleste verme desnuda.
—No me molesta —mostró una cálida sonrisa—. No creo que exista alguien en el mundo a quien le moleste verte desnuda.
—Gracias, lo tomo como un halago.
—Entonces… ¿Dalina lo hace cornudo a su marido con el nuevo vecino senegalés? No me lo imaginé nunca. Dalina no parecía ser… esa clase de mujer.
Silvana entendió que la expresión “esa clase de mujer” se refería a: puta.
—Sé tanto del asunto como vos, Sonia. Dalina apareció en mi departamento, entrando por el balcón, y me pidió que la ayude.
— ¿Y por qué lo hiciste? No creo que seas de las que están a favor de la infidelidad.
—Claro que no. Detesto la infidelidad —y un impulso de culpabilidad le nació desde lo más hondo de su ser al recordar como Paulina le chupó la concha; pero… eso no cuenta ¿o si?—. La ayudé porque no quería que se armara una batalla campal en ese momento. Dalina tendrá que contarle a Silvio de sus andanzas con Malik, pero es mejor que lo haga cuando él esté tranquilo.
—Pobre tipo. Justo ahora que están por tener un hijo, esta mujer lo hace cornudo. Para colmo, ella daba la impresión de estar disfrutándolo mucho. Cuando entró no paró de decirme lo bien que la pasó con Malik y su… em… miembro de grandes proporciones. No sé por qué considera que eso pueda ser un atractivo, yo vi a Malik desnudo y sinceramente me da un poco de miedo.
—Pensamos igual, Sonia.
Tomaron un té juntas y charlaron de asuntos triviales. Silvana no pudo dejar de pensar en lo que le había dicho Malik sobre el nudismo. Se sintió realmente cómoda al estar desnuda en una situación no sexual charlando con Sonia. Se preguntó si algo similar sentiría su vecino al andar sin ropa. De ser así, no podía juzgarlo por hacerlo.
—Tengo que confesarte algo —dijo Sonia, evitando el contacto visual con Silvana. Dejó su taza de té vacía sobre la mesita junto al sillón—. Hice algo que te puede afectar, y quizás te enojes mucho conmigo. Prefiero decírtelo porque ahora que nos estamos llevando tan bien, no me gustaría perder una amiga por culpa de una tontería.
—¿Qué fue lo que hiciste? Te prometo que voy a hacer lo posible por no enojarme.
—Em… seguramente Osvaldo te habrá dicho algo por tu forma de vestir.
—Así fue.
—Es mi culpa. Yo fui la que presentó quejas.
—¿De verdad? —Silvana abrió mucho los ojos—. ¿Te molesta la forma en que me visto?
—No exactamente. Es un tema mucho más complicado.
—Podés contarme, y de verdad, quedate tranquila, no voy a enojarme con vos. Yo tampoco quiero arruinar nuestra amistad por esta tontería. Aunque me gustaría saber la verdad.
—Lo que pasa es que… uf, esto es incómodo. Me cuesta mucho decirlo en voz alta, porque es algo de lo que nunca hablé con nadie… y justamente te lo voy a contar a vos, que sos la raíz del problema.
—Voy a intentar comprenderte. Tomá aire y contamelo todo.
—Gracias. Creo que sos consciente de tu atractivo físico. Si no tuvieras tanta seguridad en tu propio cuerpo, no te vestirías de esa manera… ni andarías tan tranquila caminando desnuda por el pasillo. Ni siquiera atinaste a cubrirte el cuerpo mientras charlamos.
—Me considero una mujer atractiva, es cierto. Quizás a veces puedo pecar de egocéntrica, lo admito.
—Yo también sería egocéntrica si tuviera ese cuerpazo, Silvana —Sonia mostró una tímida sonrisa—. Y lo que pasó es que desde que empezaste a vestirte de forma provocativa, yo… empecé a tener pensamientos inapropiados. Me avergüenza mucho sentir esto por una mujer, porque te juro que no soy lesbiana. De hecho, nunca sentí esta clase de… atracción sexual por alguien del sexo femenino.
—Uy, eso no lo vi venir.
—Sé que es ridículo. Te debe desagradar mucho que la vieja solterona que vive frente a tu departamento se caliente mirándote el culo; pero es así, no lo puedo evitar. Cada vez que te veo vistiendo ropa sexy, se me van los ojos. Se me acelera el pulso.
—De hecho, me gusta lo que me estás contando.
—¿Ah sí? —De pronto Sonia abrió mucho los ojos—. Esperá, ¿no vas a decir que vos tenés… inclinaciones lésbicas?
—No exactamente. No sabría cómo describirlo. Admito que llegué a tener momentos muy candentes con mujeres, esto también es algo de lo que no suelo hablar con nadie.
—¿Qué serían exactamente esos “momentos candentes”?
—Besos… y toqueteos. Creo que disfruto mucho al sentirme deseada por otra persona… aunque sea una mujer. Por eso no me molesta lo que me estás diciendo, además… vos sos muy bonita, Sonia. Sé que sos mucho más linda de lo que vos pensás, porque me di cuenta de que tenés la manía de tirarte abajo, de creer que no tenés ningún atractivo. Pero sí que los tenés.
—Emm… muchas gracias. Me alivia mucho lo que me decís. Aunque… por más que a vos no te moleste que yo sienta estas cosas… a mí sí me molesta. No me gusta tener esta clase de deseos con una mujer. Me hace plantearme cosas de mi vida que no me agradan… como por ejemplo, mi soltería. Una noche pensé “¿Y si estoy soltera porque en realidad me gustan las mujeres”. Eso me disgustó tanto que al otro día presenté mi primera queja con Osvaldo, tenía la absurda creencia de que si vos empezabas a vestirte de otra manera, esos deseos desaparecerían. Ahora entiendo que la ropa no tiene nada que ver. Podés estar vestida de monja, o completamente desnuda, y los deseos aparecen igual.
—Mmm… se nota que estás sufriendo mucho por esto.
—Más de lo que te imaginás. Durante meses hice un gran esfuerzo por anular estos deseos, y no pude. Me resultó imposible. Ya no sé que hacer… y no te preocupes, que no pienso hacerte ninguna propuesta extraña. Esto es algo que tengo que manejar yo, y no quiero que te afecte de ninguna manera. Por eso te prometo que ya no me voy a quejar de tu forma de vestir. Le voy a pedir a Osvaldo que te deje en paz, y te pido disculpas por todo los problemas que te causé.
—Estaría bueno que Osvaldo me deje en paz. No me gusta que me digan cómo debo vestirme. Así que, gracias por eso.
—No me agradezcas, Silvana… si en primer lugar al problema lo causé yo. Y por lo demás, no te preocupes. Ya encontraré alguna manera de deshacerme de estos “deseos prohibidos”.
—Mmm… ¿y si te sacás las ganas? —Silvana mostró una gran sonrisa cargada de lujuria.
—¿A qué te referís? —Preguntó Sonia, con los ojos desencajados.
—Ya sabés… a eso… a que te saques las ganas, conmigo.
—¿Me estás hablando en serio, Silvana? —El corazón de Sonia comenzó a bombear con fuerza—. ¿Me estás proponiendo tener sexo con vos?
—No exactamente. Yo no haría nada. La que haría todo serías vos. Yo me quedo muy quietecita mientras vos hacés todo lo que quieras. Quizás eso te ayude a manejar mejor esos deseos prohibidos, como los llamás vos.
—A ver… ¿exactamente qué es lo que puedo hacer? Perdón, pero necesito escucharlo de tu boca.
—Te estoy diciendo que me podés chupar la concha, Sonia. ¿Querés hacerlo?
—No. Porque hacerlo solo complicaría más mi cabeza. Además de lidiar con los sentimientos eróticos que tengo hacia una mujer, tendría que lidiar con la experiencia de haberle chupado la concha.
—Oh, bueno, la propuesta sigue en pie por si…
—Pero lo voy a hacer.
—¿Eh? No entiendo. ¿Querés hacerlo o no?
—Como querer, no quiero; pero… Silvana, sos una de las mujeres más hermosas que conocí en mi vida. Debe haber cientos de personas que se mueren de ganas de acostarse con vos. Tendría que ser muy estúpida como para rechazar una propuesta semejante. Creo que ni una mujer heterosexual podría rechazar la oportunidad de chuparte la concha. Sos… demasiado hermosa.
—Ohh… qué dulce que sos, Sonia. Entonces… ¿vamos a tu pieza y lo hacemos’
—Sí… y me gustaría pedirte que tengas paciencia conmigo. No sé si me voy a animar a la primera; pero… lo tengo que hacer. Mi vida sexual es prácticamente nula, y no te voy a mentir, me vendría bien un poquito de acción. Algo en lo que pensar cuando… ya sabés.
—Cuando te hacés la paja.
Sonia soltó una risita tímida.
—Ese es un tema del que no me gusta hablar.
—Vamos, Sonia… sos una mujer soltera. ¿Quién puede criticarte por masturbarte de vez en cuando?
—Puede ser, aunque hoy no me vas a ver hacerlo. Me daría muchísima vergüenza hacerlo frente a otra persona.
—No te sientas presionada, hacé lo que quieras y nada más.
Entraron juntas al dormitorio de Sonia. Silvana se acostó en la cama y se preguntó si esto contaría como infidelidad. Definitivamente a Renzo no le agradaría saber que dejó que otra persona le comiera la concha… otra vez. Aunque… solo intentaba ayudar a Sonia con su problemita. No estaba buscando una satisfacción personal.
“¿Notaste que últimamente te acordás de Renzo solo cuando te portás mal?” Silvana intentó apartar ese pensamiento incómodo de su cabeza. Abrió las piernas para Sonia y la mujer se quedó mirándola, aún de pie junto a la cama, como si no supiera qué hacer.
—Empezá cuando quieras…
—Em… sí, claro. Perdón, es que… no sé si estoy preparada para esto. Quizás para vos sea más “normal”, porque soy más joven. Pero yo… a mi edad… teniendo mi primera experiencia lésbica… dios, es demasiado…
—Todo eso lo podés pensar después. Ahora dejá la mente en blanco y disfrutá. Vení, acostate en la cama. Quizás eso te lo hace más fácil.
Sonia le hizo caso. Se acostó entre las piernas de Silvana, boca abajo, y admiró esa perfecta vagina. El corazón se le aceleró como no pasaba desde hacía años. No podía creer que esa mujer tan hermosa estuviera en su cama, con las piernas abiertas, esperando por ella. Acarició los labios vaginales lentamente. Se sintieron suaves y húmedos.
¿De verdad pensaba chuparle la concha a su vecina?
Sabía que eso la dejaría con un montón de preguntas existenciales, pero ahora mismo no podía perder el tiempo con eso. Avanzó hacia la concha y le pasó la lengua tímidamente. El sabor le resultó muy agradable, por lo que volvió a lamer otra vez… y otra… y otra…
Cuando se dio cuenta, ya estaba buscando el clítoris con la punta de la lengua. Esta vez lo que la incentivó a seguir fue un ligero gemido de Silvana. “Le gusta —pensó Sonia—. Le gusta lo que estoy haciendo”.
Se aferró a los muslos de su vecina con ambas manos y hundió más la cabeza entre esas piernas. Sus labios quedaron pegados a la concha y comenzó a lamer y a succionar cada rincón. No tenía idea de qué estaba haciendo, nunca nadie le había explicado cómo cogían las lesbianas. Sabía la teoría básica, por supuesto; pero su práctica era nula.
Siguió con esas lamidas tímidas y apretó el clítoris con su boca una y otra vez.
—¿Y? ¿Qué tal está? —Preguntó Silvana.
—Es… más agradable de lo que me imaginaba. Aunque… me estoy poniendo muy nerviosa. Tengo miedo de que esto dañe nuestra relación como vecinas… y quizás como amigas.
—No te preocupes, Sonia. Eso no va a pasar. Vos seguí disfrutando tranquila.
Y eso hizo. Volvió a dejar su mente prácticamente en blanco y continuó lamiendo la vagina. Lo disfrutó, hasta donde los nervios se lo permitieron, y se mantuvo concentrada en la tarea al menos unos cinco minutos. Luego miró a Silvana a los ojos y le dijo:
—¿Te enojás si te pido que te vayas?
—¿Por qué? ¿Hice algo malo?
—No, no… al contrario. Me encantó tener esta oportunidad; pero ahora… em… necesito estar sola.
—Ah… ya entiendo —Silvana sonrió—. Ok, ok… no te voy a obligar a que lo hagas frente a mí. Espero que lo disfrutes. Ah… y ¿querés sacarme algunas fotos? Digo, para que te ayuden en ese momento.
—Emm… ¿de verdad me lo vas a permitir? Aunque, no soy de mirar esa clase de fotos, admito que me gustaría mucho tener algunas tuyas.
—Sí, claro… agarrá tu celu y sacame todas las fotos que necesites.
Sonia solamente tomó tres fotos: un primer plano de la concha; otra de cuerpo completo y la tercera de las tetas.
Silvana entendió que su vecina estaba apurada para empezar el “ritual de autosatisfacción”. No le insistió más. Le hubiera encantado que le siguieran chupando la concha, porque lo estaba disfrutando; pero fue justamente eso lo que la llevó a decir: “Es mejor marcharse”. Disfrutarlo demasiado sí podía ser infidelidad.
Regresó a su departamento sintiéndose muy bien por haber ayudado a Sonia, aunque al mismo tiempo se sintió culpable por haber colaborado con la infidelidad de Dalina.
“Me debe unas cuantas explicaciones”, pensó antes de irse a la cama.
Para poder conciliar el sueño, tuvo que hacerse la paja. Pensó en enviarle un mensaje a Sonia para decirle: “Nos estamos tocando al mismo tiempo”; pero descartó la idea. No quería incomodarla con eso. Ya le quedó claro que para Sonia no es fácil encarar los temas sexuales.
—-------------
La puerta del ascensor se abrió y Silvana entró al hall vistiendo su uniforme de oficina; pero con una minifalda exageradamente corta y ajustada. La tela parecía a punto de reventar por la presión ejercida por esas grandes nalgas y esos macizos muslos.
—Ah, hola Osvaldo. Buen día. —El portero la miró sin demostrar un interés en particular—. Me gustaría hablar un minuto con usted, en privado. ¿Es posible?
—Sí, claro… pase por mi oficina.
Entraron juntos al cuartito al que el portero se refería como “oficina”. La falta de interés de Osvaldo no le sentó del todo bien a Silvana, sabía que estaba vestida de una forma muy llamativa, incluso había dejado desabrochados varios botones de su camisa, llegando a exponer el inicio de su corpiño blanco de encaje. Pero este tipo no es como los demás, ahora entiende que él la observa más con una mirada crítica y analítica que con lujuria.
—¿De qué quería hablarme, Silvana?
—Sobre las quejas sobre mi forma de vestir. Sé que vinieron de parte de Sonia, mi vecina del piso 19. Pero ya hablé con ella y aclaramos todo el asunto. Me prometió que ya no presentaría más quejas y me aseguró que yo puedo vestirme como se me dé la gana.
—Ah, ya veo… ¿eso explica este atuendo tan revelador?
—Puede ser… pero ya no me puede decir nada al respecto.
—No es cierto, Silvana. Porque Sonia no fue la única que presentó quejas.
—¿Hay más?
—Sí, de hecho hay otra persona que es mucho más insistente que Sonia.
—¿Quién?
—Eso no puedo decírselo, y lo sabe muy bien.
—Ok, pero dígale a esa persona que su actitud me resulta muy cobarde. Si tiene un problema conmigo, que me lo diga en la cara.
—Se lo voy a comunicar. Mientras tanto… agradecería que al menos se ponga ropa interior si pretende usar minifaldas tan cortas. Eso sí que daría una mala imagen al edificio.
Silvana se quedó petrificada. ¿Cómo sabía Osvaldo que ella no tenía puesta ropa interior debajo de la minifalda? Sintió miedo ¿realmente era tan fácil descubrirlo? Todo este asunto de ir sin nada debajo empezó muy temprano a la mañana, cuando su amiga Paulina le mandó un mensaje que decía:
“Tengo que contarte (y mostrarte) algo muy importante; pero esto te va a costar, yegua”.
A Silvana le resultó gracioso que Paulina la llamara “yegua”, de otra persona le hubiera molestado, sin embargo acá podía notar esa complicidad amistosa que le gustaba tanto. Le preguntó cuál sería el precio a pagar por esa información privilegiada y después de negociar durante un rato, decidieron que Silvana debía ir a trabajar usando una minifalda muy corta, sin nada debajo.
Ella aceptó y al ponerse la ropa tuvo su primer atisbo de dudas. La minifalda le quedaba más corta de lo que recordaba. “Es que ahora estoy más culona, por hacer tanto ejercicio”, se dijo. Aún así, corroboró que su concha no se asomara por debajo al caminar. Solo se podía ver si ella se agachaba un poco. “Habrá que caminar bien firme durante todo el día”.
—¿Por qué dice que no tengo ropa interior?
—No estoy cien por ciento seguro, pero cuando la vi saliendo del ascensor usted se inclinó para acomodar sus medias de nylon, y me pareció ver su vagina en el espejo.
—Esas son tonterías. Claro que tengo puesta ropa interior, Osvaldo. ¿Por qué clase de mujer me toma?
—Está bien, hagamos una cosa. Prometo decirle el nombre de la persona que presentó quejas contra usted.
—¿Ah sí?
—Sí, pero siempre y cuando usted me demuestre que estoy equivocado.
—Es que está equivocado, y no necesito demostrar nada. Si quiere mirar, mire… —se dio la vuelta, apoyó las manos sobre el escritorio, separó ligeramente las piernas y levantó la cola—. Pero antes le advierto que si usted no confía en mi palabra, en la próxima reunión de propietarios no va a contar con mi apoyo. Y tampoco tendrá el apoyo de Dalina, que es una buena amiga mía. Además le recuerdo que Sonia también es propietaria y ella me va a respaldar.
Silvana sabía que la permanencia de Osvaldo como encargado del edificio dependía de las decisiones tomadas en las reuniones que organizaban los dueños de los departamentos. Sonrió victoriosa al notar que el hombre estaba evaluando la situación a conciencia. “No se va a animar a poner ni un dedo en la minifalda”.
—Está bien —dijo Osvaldo—. Cuento con el apoyo de muchos propietarios, puedo darme el lujo de perder a algunos.
Silvana se puso pálida, no esperaba esa respuesta. Había apostado todo a una mala combinación de cartas y creyó que podría ganar.
Cuando Osvaldo le levantó la minifalda, se sintió como una estúpida. Así de fácil el tipo demostró que ella estaba metiendo.
—No entiendo por qué hace esto, Silvana —dijo el portero—. ¿Es alguna clase de juego? Yo intento ayudarla, para ahorrarle momentos incómodos tanto a usted como al resto d elos inquilinos; pero no me está poniendo las cosas nada fácil. Con esta minifalda no se requiere mucho para cometer un error y estar mostrándole su vagina a cualquiera que ande cerca.
—Mire, ya se lo dije una y mil veces: yo me visto como se me dé la gana.
“¿En serio, Silvana? —Pensó—. ¿Esa es la única excusa que se te ocurre?” Y así era, porque no tenía cómo defenderse ante esta situación.
—Para colmo, otra vez está teniendo una… pequeña fuga.
Osvaldo se agachó detrás de ella y, sin pedir permiso, llevó sus toscos dedos hasta la vagina de Silvana. Estaba muy húmeda. Había hilitos se flujo colgando de ella.
—Hey… ¿quién le dijo que podía tocar?
—¿Tiene algo para secarse? —Preguntó el portero, ignorando las palabras de la mujer.
Silvana puso los ojos en blanco. Se armó de paciencia y recordó que este tipo es asexual y que, en su extraña forma de ser, solo intentaba ayudarla.
—Em… sí, tengo algunos pañuelos descartables en mi bolso.
Ella lo abrió rápido, sacó los pañuelos, y volvió a cerrarlo. Le entregó el paquete a Osvaldo quien, sin perder tiempo, comenzó a secarle la vulva.
—Creo que es inútil —dijo el hombre, después de unos segundos—. Sigue saliendo flujo vaginal.
Esta vez uno de sus dedos exploró el agujero de Silvana, se metió completo y tanteó todo el interior, haciendo que ella se retorciera… ¿de placer?
—Hey… hey… si sigue tocando de esa manera, solo va a hacer que me moje más.
—¿Y a qué se debe esto de estar tan mojada? ¿Acaso estuvo masturbándose en el ascensor?
Silvana se quedó muy rígida, el dedo siguió hurgando dentro de su sexo. “No puede saberlo —pensó—. En los ascensores no hay cámaras”. Recordaba que en la junta de propietarios se había pedido quitar las cámaras del interior de los ascensores, porque los inquilinos lo consideraban una violación a su privacidad.
Y sí, Silvana estuvo haciéndose tremenda paja mientras el ascensor descendía. Incluso se sacó fotos de lo más sugerentes, para enviárselas a Paulina.
—No sé qué lo lleva a pensar eso, Osvaldo.
—Es por la cantidad de “juguito” que había en su vagina… y por la cantidad que sigue saliendo. Es mucho más que la última vez. —Otro dedo entró a explorar junto con el primero. Silvana tuvo que reprimir un gemido—. Eso es lo que me lleva a pensar que usted estuvo tocándose apenas hace unos minutos.
—Está bien, lo admito… estuve masturbándome; pero no lo hice en el ascensor, sino en mi departamento.
—Mmm, me cuesta creer eso.
—¿Por qué?
—Porque si así fuera, se hubiera limpiado antes de salir. La cantidad de flujos que vi me dan a entender que se tocó justo antes de salir del ascensor.
¿Acaso Osvaldo es un detective sexual? Podrá parecer un tipo extraño, con pensamientos difíciles de comprender, sin embargo Silvana no podía negar su capacidad de observación.
—Y de ser así, ¿usted se lo contaría a alguien?
—No, Silvana. Claro que no. Siempre y cuando me prometa que ya no lo va a hacer. Imagínese lo que pasaría si alguien quiere entrar al ascensor y la descubre a usted masturbándose.
Esa es una posibilidad que Silvana pensó mientras se hacía la paja, y que alguien la descubriera la hizo excitar mucho. Por supuesto no quería que eso ocurriera; pero el riesgo la volvía loca.
—Está bien, prometo que no lo haré más…
Ese tipo no dejaba de mover los dedos dentro de su sexo y los efectos de la paja interrumpida ya se estaban haciendo notar.
—Hay otro asunto que me genera preocupación —dijo Osvaldo.
—¿Qué cosa? —Preguntó Silvana, las rodillas le temblaban ante el toqueteo que crecía en intensidad.
—¿Puede abrir sus nalgas un momento?
—Mmm… ¿como si esto fuera una revisión médica?
—Algo así…
Si se hubiera tratado de otro tipo, o de una situación diferente, hubiera dicho que no de inmediato; pero era Osvaldo y sentía que él la había derrotado en su juego de mentiras. “Perdiste, Silvana… si te quiere mirar el orto, se lo ganó”.
Abrió sus nalgas y levantó la cola, exponiéndose totalmente ante ese sujeto que estaba agachado detrás de ella hurgándole la concha con dos dedos.
—Sí, lo que yo me imaginaba —comentó Osvaldo—. Usted se metió algo por acá… —acarició el orificio anal con tanta suavidad que hizo estremecer a Silvana.
—¿Pero qué dice?
—Es que… lo tiene muy dilatado. ¿Esto también lo hizo en el ascensor?
—No… porque no lo hice en ningún lado.
—No mienta, Silvana. Sé que estuvo introduciendo algo por acá… si hasta se puede notar que usó alguna clase de gel como lubricante.
Uno de los dedos de la otra mano se introdujo en el culo con suma facilidad.
—Ya está diciendo tonterías, Osvaldo.
—¿Ah sí? Mire, Silvana… cuando abrió su bolso, para sacar lo pañuelos descartables, noté algo que me resultó familiar.
—Hey, deje mi bolso…
El hombre la ignoró otra vez, abrió el bolso y de él extrajo el mismo consolador que había encontrado en el departamento de Silvana.
—Si usted no estuvo metiéndose esto en el ascensor, entonces no debería entrarle.
Antes de que Silvana pudiera reaccionar, la punta del dildo se posó en su culo y Osvaldo lo empujó hacia adentro. El agujero se le abrió como una flor en primavera y dejó entrar buena parte del juguete sexual.
—Ay, Osvaldo… no me lo meta por el culo. Yo no hago esas cosas…
—No le creo, Silvana. Está entrando demasiado fácil, y sé que si lo muevo un poco, va a entrar completo.
—No, Osvaldo… le aseguro que no va a entrar completo… uf… despacito… ay… dios. Me va a romper el culo. No me lo meta tan adentro… auch…
— ¿De verdad le duele o solo está actuando? Porque con lo fácil que está entrando esto, me queda clarísimo que usted lo usó en el ascensor.
—Ay, carajo… está bien. Lo admito. Sí lo usé en el ascensor. Pero no es porque sea una pajera que necesita hacerlo en lugares públicos. Yo… estaba intentando sacar una foto.
— ¿Una foto? ¿Para qué?
—Em… para alguien que aprecio mucho. No se meta en mis asuntos privados y… ay… despacito con eso.
El dildo se hundió casi al completo en su culo. El problema no es que le doliera, sino que le estaba gustando demasiado. Tanto que sus dedos la traicionaron y empezaron a acariciar su clítoris. “Mmm… dios, esto se siente muy bien… y muy humillante”. Su culo estaba siendo profanado por el portero del edificio. Por suerte lo estaba haciendo con un juguete, y no de forma directa.
—¿Y logró sacar esa foto?
—Más o menos… creo que no quedó bien. Es difícil sacarse una foto del culo, aunque se esté usando un espejo.
—Si quiere la puedo ayudar con eso.
“ ¿Otra humillación más, Silvana? ¿Vas a posar con un dildo metido en el culo frente a este tipo? ¿De verdad vas a caer tan bajo?”
—Está bien, puede ayudarme.
Necesitaba esa foto. Era otra de las exigencias de Paulina, por eso llevaba el dildo en el bolso. Además debía sacarse una foto usándolo en la oficina, algo que la aterraba un poco. Era demasiado arriesgado. Sin embargo, no podía dejar de pensar en qué era lo que Paulina quería contarle. También se estaba volviendo adicta al riesgo. Fue descubierta por el portero y eso la tenía muy cachonda, con el corazón acelerado y la concha bien mojada.
Le prestó su celular a Osvaldo y posó con las nalgas bien levantadas, mientras hacía el esfuerzo de mirar para atrás. Para la segunda foto añadió un importante detalle: se abrió la concha con los dedos. Se sintió raro, fue casi como si le estuviera diciendo al portero: “Míreme la argolla Osvaldo. ¿Le gusta”. Aunque en realidad lo estaba haciendo para Paulina, y prefería convencerse de eso.
Después de la breve sesión de fotos, se limpió el fluído de la concha y los restos de gel lubricante del culo. Guardó el dildo en su bolso y se acomodó la minifalda.
—¿De verdad piensa ir a trabajar vestida así?
—Sí, Osvaldo. Voy a ir así.
—¿Y no le da miedo que su jefe descubra que no tiene ropa interior?
Claro que le daba miedo. Esa idea le aterraba. Pero…
—No se meta en mis asuntos privados, ya se lo dije.
—Ok, ok… puede retirarse —dijo, como si fuera un oficial de policía—. Le pido por favor que no siga con estos jueguitos en el ascensor. Eso solo nos traería problemas.
—Con respecto a eso, quédese tranquilo, Osvaldo. Lo de hoy no se hará costumbre. Fue solo… un jueguito inocente, algo de una sola vez.
—Mmm… eso espero. Me gustaría creerle.
Silvana se retiró, con la dignidad toda pisoteada. Había pasado un momento de lo más humillante, y lo más denigrante era que Osvaldo (sí, el portero de su edificio) había logrado calentarla mucho con sus toqueteos… y en especial cuando le metió el dildo por el culo.
“Dios, Silvana… ¿qué te está pasando? Tenés que empezar a asumir el control sobre tu vida, porque sino vas a terminar mal”.
Se subió a su auto y se preguntó si no estaba cometiendo una locura en ir a su trabajo con una minifalda tan corta y sin ropa interior debajo.
Todos mis links:
https://magic.ly/Nokomi
1 comentarios - Mi Vecino Superdotado [12].