Escuchar la voz de mi hijo me hizo reaccionar rápidamente. Saqué la mano de su pantalón, y la coloqué en el volante.
—No, mi amor. Ya casi estamos llegando.
Puedo asegurar que casi no me enteré del partido. Ni siquiera conseguí estar atenta durante el tiempo que jugó mi hijo. Paco miraba constantemente hacia donde yo estaba, con una sonrisa en los labios.
Durante el camino de vuelta, no ocurrió nada más. Al contrario que en el viaje de ida, los chicos venían alborotados, hablando y discutiendo contantemente de algunas jugadas del partido. Paco se pasó todo el camino mirándome directamente las piernas. Nunca se había mostrado discreto y respetuoso conmigo, pero desde ese día, su forma de proceder fue mucho más descarada.
Recuerdo llegar cachonda a casa. Pero lo cierto, es que no podía quitarme la imagen de Paco, acariciándome las piernas y contemplando mis bragas. Incluso, podía sentir el tacto de su gruesa y dura verga, envuelta en la palma de mi mano. Era plenamente consciente de que, si mi hijo no se hubiera despertado justo en ese momento, lo hubiera hecho correrse allí mismo.
Creí que poco a poco se me iría pasando. Pero justo dos días después, cuando acerqué a mi hijo al entrenamiento de los martes por la tarde, al verlo de frente, mi corazón comenzó a latir con enorme fuerza, mostrándome nuevamente ansiosa y excitada. Me comportaba como una adolescente cuando se siente atraída por uno de sus profesores. Normalmente, siempre aprovechaba el rato que duraba el entrenamiento para irme de compras. Sin embargo, ese día me senté a esperar en la grada.
Podía escuchar su grave y áspera voz resonando por todo el campo, dando indicaciones y a animando a los chicos. Nuestras miradas se cruzaron tantas veces esa tarde, que llegué a temer que algunos de los padres presentes, pudiera percatarse de lo que estaba pasando con Paco y conmigo. Solamente con contemplar esa idea me sentía profundamente avergonzada. Sin embargo, ¿quién en su sano juicio podría sospechar que una mujer como yo, podía sentirse atraída de un hombre como Paco?
Mi obsesión por él, no se reducía únicamente cuando llevaba a mi hijo al fútbol. Por las noches, cuando hacía el amor con mi esposo, no podía evitar pensar en Paco. Me lo imaginaba en mil morbosas situaciones, que intentaba olvidar inmediatamente después de alcanzar el orgasmo.
Los días de partido o entrenamiento me pasaba cachonda todo el día. Incluso en el trabajo, en más de una ocasión tuve que salir de la oficina y encerrarme en el baño para masturbarme. No obstante, estaba convencida de que todo quedaría ahí, en un simple calentón.
Pero una tarde después del entrenamiento, nos hizo entrega a todos los padres de la nueva equipación que el equipo estrenaría, por fin, para el próximo partido. Cuando me tocó el turno y abrí la bolsa de mi hijo, comprobé que faltaba la camiseta y así se lo dije. Él me miró sonriendo, intuyendo inmediatamente lo que tramaba.
—Debe de haber sido un error. Pero no te preocupes, la reclamaré esta noche y mañana la tendremos aquí. Pásate cuando salgas de trabajar a recogerla.
Al día siguiente no había entrenamiento, por lo tanto, sospechaba que él había hecho aquello trampa. No recuerdo si fui capaz de responder, rodeada del resto de padres. Sin embargo, aún puedo sentir los nervios y el miedo que percibí en ese instante.
Desde que me levanté, me repetí en infinidad de ocasiones que no acudiría. Podría haber enviado a mi esposo a buscar la dichosa camiseta. Con eso se habría evitado todo lo que ocurrió a continuación. Pero lo cierto, es que nada más salir de trabajar me acerqué hasta allí. Iba nerviosa como una adolescente en su primera cita. «Puedo jugar un poco a calentarlo. Después usaré el viejo truco de mostrarme arrepentida y consternada. Recordándole, que soy una mujer casada». Era cierto que había empleado esa disculpa en infinidad de ocasiones, cuando me había divertido provocar a un hombre, sin desear llegar a nada más que ofrecerle un buen calentón.
No sé por qué había pensado que no habría nadie en el campo ese día. Pero me equivoqué, a esa hora estaba entrenando un equipo de chicos mayores. Por un momento llegué a creer que no pasaría nada. Sintiéndome aliviada y decepcionada a un cincuenta por ciento.
—Hola, —saludé a un chico que estaba correteando cerca de una de las bandas—. ¿Sabes dónde está Paco, el entrenador de los infantiles? He quedado con él, pero no lo veo.
El muchacho dejó de correr y se acercó hasta la valla.
—Debe de estar en su oficina, me pareció verlo hace un rato. —Observó mis dudas— Tienes que entrar por ahí, y antes de llegar a los vestuarios, es la tercera puerta a la derecha, —añadió amablemente.
Avancé por el largo pasillo y me detuve ante su puerta. Escuché con atención, pero no percibí señal de que hubiera nadie dentro. Entonces llamé. Creí que me daría algo mientras esperaba.
—¡Adelante! —Escuché su avinagrado y brusco tono de voz.
Giré lentamente el picaporte y asomé medio cuerpo dentro.
—Hola, —saludé, nerviosa—. Vengo a buscar la camiseta de mí hijo.
Él estaba sentado en un viejo escritorio leyendo un periódico deportivo. Levantó la vista y me miró por encima de sus gafas de cerca. Trató de esbozar una sonrisa, que no encajaba demasiado bien en su rostro.
—¡Has venido! —Exclamó, sorprendido—. Pasa, . No te quedes ahí, parada en la puerta.
La oficina era pequeña y estaba mal ventilada. Simplemente, había un pequeño televisor sujeto a la pared. Yo me situé frente a él, que en ese momento se incorporó. Iba vestido como siempre, con un viejo pantalón de chándal y una camiseta de manga corta de algodón. En ese momento, al contemplarlo de cerca, estuve casi a punto de escapar corriendo de allí, nada físicamente en él me resultaba interesante. «¡Qué estaba haciendo yo allí!».
En el suelo, había una gran caja de cartón, la abrió y sacó una camiseta de futbol, que me entregó sonriendo.
—Gracias. se pondrá muy contento, —conseguí articular esas palabras.
—Estás preciosa con ese vestido negro —comentó, bordeando la mesa de su escritorio.
Yo me quedé congelada, sabiendo lo que vendría a continuación. Notaba como mis piernas temblaban. Estaba tan nerviosa, que ni quiera recuerdo si estaba realmente excitada.
—Paco, lo siento, pero tengo que irme. Mi esposo me está esperando en casa —titubeé.
—Claro, mujer… A mí también me está esperando mí esposa. —Se pegó tanto a mí, que incluso podía notar su olor a hombre. Yo mantenía la camiseta de mi hijo cogida en mis brazos, estaba como agarrotada, pero él me la quitó y la arrojó sobre la mesa. Entonces, noté sus manos cogiéndome por la cintura—. ¡Qué buena estás! ¿Eres consciente de lo cachondo que me pones, cuando vienes a los partidos así vestida?
Sus temblorosas manos trataron de bajar la parte de mi escote . Era consciente de que estaba totalmente obsesionado por mis pechos, y fue directo hacia ellos. Cuando hablábamos, incluso habiendo gente delante, rara vez era capaz de levantar sus ojos de mi escote.
—Paco, por favor, —comenté temerosa de que pudiera sorprendernos alguien.
—¡Que rico! Qué pedazo de tetas tienes, —indicó ordinariamente. Palpándomelas sin ningún tipo de preámbulo.
—Te recuerdo que hay gente ahí fuera, —protesté.
—Tranquila, reina. Cerraré la puerta, —dijo mostrándome la llave de su oficina en una de sus manos.
—Lo siento, Paco. Pero yo no puedo hacerle esto a mi esposo, —comenté afligida. Tratando de hacerlo entrar en razón—. Además, eres el entrenador de mi hijo y te idolatra.
—Lo sé, pero ahora no está y yo deseo divertirme un poco, con la buenorra y cachonda de su madre. Sé que lo estás deseando igual que yo, por lo tanto, no te hagas la santa conmigo.
Diciéndome eso, me empujó con enorme fuerza contra el escritorio. Obligándome a inclinarme sobre él, para no caerme. Aprovechándose de esa posición, levantó por detrás mi falda, mostrándole así mi pequeño tanga negro, encajado en medio de los grandes cachetes de mi culo.
—¡Eres un pendejo! —Manifesté, simulando sentirme enojada.
—Sé lo que has venido a buscar aquí y no te irás sin que yo te lo dé. Quieres verga, ¿verdad, zorrita? Seguro que el guaperas de tu marido no te sabe follar como a ti te gusta.
Después de su grosero comentario, percibí un fuerte azote sobre una de mis nalgas, haciéndome relamer de gusto. Sin embargo, intenté frenar un poco su osadía.
—¡Ay! —Me quejé como una niña que es castigada con dureza.
—¡Menudo culazo de zorra tienes! —Exclamó, palpándome con fuerza mis redondos cachetes—. Te gusta que te arreen, ¿No es cierto?
—Sí, —no pude evitar expresar. Ya totalmente sumergida en mi papel de mujer sumisa. Entonces escuché su grosera risa, al tiempo que me sacudía dos nuevos azotes, que debieron enrojecer al instante mis carnosas nalgas— ¡Ah…! —Estallé mordiéndome los labios y moviendo juguetonamente hacia él, mis caderas. Deseando que volviera a hacerlo—. ¡Dime que soy una perra! ¡Vamos, insúltame! —Solicité deseosa de sentir sus agravios vertidos sobre mí. Al tiempo, que girando mi cabeza lo miré retándolo directamente a los ojos. De nuevo escuché una grotesca carcajada.
Noté, como tiraba de mi pequeño tanga hacia abajo, dejándolo resbalar por mis piernas hasta que llegó a mis tobillos. Un momento después, sus dedos manoseaban mi vulva, tratando de encontrar la entrada de mi vagina. Tuve que quitarme los zapatos de tacón y agacharme un poco, inclinándome aún más sobre el frágil escritorio, para facilitarle la labor.
—¿Estás cachonda? —Me preguntó.
—¡Ah! —Gemí, al sentir sus dedos penetrar mi vagina—. Sí, estoy muy caliente. Me siento muy puta hoy —reconocí.
—Siempre he sabido que eras un auténtico zorrón. Lo dura que me la pones, cuando traes a tu hijo a los entrenamientos. Siempre vistiendo tan provocativa y moviendo este culazo al caminar.
Me gusta que los hombres me follen como si me odiaran. Por lo tanto, escuchar sus groseras palabras, conseguían encender al límite mi calentura. Sentí la punta de su polla, presionando sobre la entrada de mi vagina.
—Ponte un condón, —indiqué, abriéndome de piernas.
Con la mano que le quedaba libre me agarró con fuerza del pelo, impidiéndome así que me pudiese dar la vuelta
—No tengo. Tampoco creo que eso te importe demasiado en estos momentos —aseguró, embutiéndomela de un solo golpe de cadera.
Incontenidamente, lancé un fuerte alarido. Percibiendo como mi vagina se dilataba en un solo segundo, haciéndome sentir totalmente llena de hombre.
—¡Mmmm….! ¡Joder, que bien la siento dentro de mí! Es tan grande que duele, pero quiero más… Dame con todas tus fuerzas.
Paco comenzó a follarme con una intensidad, que hacía que mi cuerpo rebotara con tanta violencia, que temí que partiríamos el pequeño escritorio.
—¡Toma perra! Esto es lo que gusta, ¿verdad?
—Sí, —reconocí enloquecida—. ¡Me encanta! Lo necesito. Esto es lo que quiero.
El morbo y mi compleja sexualidad, me había llevado a estar encerrada en aquel cuartucho, totalmente entregada al sórdido entrenador de mi hijo. A pesar de que llevaba semanas deseándolo, nunca me hubiera imaginado que un hombre como Paco, supiera follarme con tanta vehemencia. No tardé en notar como mis piernas comenzaban a temblar, acogiendo la llegada de un brutal orgasmo, que me hicieron sentir la hembra más afortunada de este mundo. Él aceleró sus movimientos, haciéndome tocar el cielo con su bendita y enorme polla.
—Yo te daré toda la verga que necesitas. Pedazo de puta.
—¡Ah! ¡Qué bien la siento! ¡Joder…! ¡Ah… me corro! ¡Me da mucho gustito!
Seguramente, escucharme gritar de esa forma, fue el límite que pudo aguantar el pobre hombre. Porque un segundo después, él también comenzó a correrse dentro de mi vagina.
—¡Toma, mi leche! ¡Llévatela toda a tu casa, como una buena zorra! ¡Me corro…!
Paco se quedó dentro de mí un rato más, como queriendo alargar ese truculento momento al máximo. Después, al tiempo que me daba una cachetada, sacó su verga.
Para mí fue como despertar y toparme con la cruda realidad. Sintiéndome tremendamente avergonzada y arrepentida por haberme dejado follar por aquel sátiro. Me subí las bragas y me puse el vestido, sin ni siquiera girarme. A continuación, me puse los zapatos y cogí la camiseta de mi hijo, que permanecía tirada sobre la mesa
—Ábreme, mi esposo me está esperando en casa —indique, sin ser capaz de mirarlo a la cara. Preguntándome, «qué estaba haciendo yo allí», en aquel oscuro y pequeño cuartucho, dejándome follar por un gordo viejo, que además era el entrenador de mi hijo.
Paco, aún permanecía con los pantalones del chándal bajados hasta medio muslo, mostrándome, sin ningún pudor, su ya mortecina verga. La imagen era de lo más ordinaria. Enseñándome, la llave en una mano, me sonrió.
—¿Vendrás a por más otro día? Hoy me vine muy rápido porque estaba muy cachondo y no aguanté más
—Ni lo sueñes. Eres un cerdo —respondí, con enorme resentimiento. Casi con odio hacia él.
—Sé que te ha gustado y que regresarás a buscar más. Tú también los sabes, ¿verdad, perrita?
En ese momento estaba completamente segura de que no quería volver a verlo en toda mi vida. Aborrecía aquel grueso y cateto hombre, que acababa de follarme contra la mesa de su cutre escritorio. Podía sentir su semen empapando mis bragas y saliendo de mi vagina.
—Abre la puerta, cabrón —reiteré, anunciando mi acuciante deseo de escapar de allí cuanto antes.
Él introdujo la llave en la cerradura, como tratando de aplacarme un poco.
—Ya está, princesa. Ahora ya puedes regresar con el cornudo de tu esposo, a tu perfecta vida de cuento de hadas.
—¡Vete a la mierda! —Solté con rabia—. ¡Eres un imbécil!
Pero al pasar a su lado noté sus manos cogiéndome de nuevo por la cintura. Intentándome atraer hacia él, con la intención de besarme.
Noté su lengua chupando asquerosamente mis labios, y cerré con fuerza la boca. Dándole un fuerte empujón, conseguí apartarlo y salir de aquel mugriento agujero. Recuerdo la sensación de caminar por aquel largo pasillo. El mismo que atravesaba mi hijo y sus compañeros, cuando salían a jugar al campo. Al mover mis piernas, podía percibir como su espeso y viscoso semen, manaba de mi vulva mojando mi tanga.
Recuerdo que me crucé con dos hombres, que se me quedaron mirando. Uno me pareció el mismo chico al que le había preguntado por Paco un rato antes. Juro que sentí sus miradas clavadas a fuego en mi cuerpo. Aceleré mis pasos, avergonzada de que hubieran podido escuchar o intuir algo.
—Mamá, ¿Has ido a recoger mi camiseta? —Preguntó mi hijo, saliendo a mi encuentro en el pasillo.
—Claro mi amor, aquí la tienes, —respondí entregándosela. Intentando mostrarme como esa madre y esposa perfecta, que todos creen que soy.
—¿Hablaste con el señor Paco? ¿Te dijo si la tenemos que llevar para el próximo partido?
—Sí, me comentó que tienes que llevar esa para los partidos, y la vieja para los entrenamientos, —respondí, encaminándome hasta mi habitación, con la intención de darme una buena ducha y cambiarme las bragas. No podía evitar sentirme tremendamente sucia.
Pero todos esos sentimientos encontrados, se fueron transformando a los pocos días. Y tal y como había profetizado el propio Paco, una semana más tarde, sin haber quedado con él, yo caminaba de nuevo en su busca, por aquel oscuro y largo pasillo. Iba embutida en un ajustado vestido y subida a unos altos zapatos de tacón. Aún puedo recordar la adrenalina que sentí cuando giré el pomo de esa puerta.
Continuará....
—No, mi amor. Ya casi estamos llegando.
Puedo asegurar que casi no me enteré del partido. Ni siquiera conseguí estar atenta durante el tiempo que jugó mi hijo. Paco miraba constantemente hacia donde yo estaba, con una sonrisa en los labios.
Durante el camino de vuelta, no ocurrió nada más. Al contrario que en el viaje de ida, los chicos venían alborotados, hablando y discutiendo contantemente de algunas jugadas del partido. Paco se pasó todo el camino mirándome directamente las piernas. Nunca se había mostrado discreto y respetuoso conmigo, pero desde ese día, su forma de proceder fue mucho más descarada.
Recuerdo llegar cachonda a casa. Pero lo cierto, es que no podía quitarme la imagen de Paco, acariciándome las piernas y contemplando mis bragas. Incluso, podía sentir el tacto de su gruesa y dura verga, envuelta en la palma de mi mano. Era plenamente consciente de que, si mi hijo no se hubiera despertado justo en ese momento, lo hubiera hecho correrse allí mismo.
Creí que poco a poco se me iría pasando. Pero justo dos días después, cuando acerqué a mi hijo al entrenamiento de los martes por la tarde, al verlo de frente, mi corazón comenzó a latir con enorme fuerza, mostrándome nuevamente ansiosa y excitada. Me comportaba como una adolescente cuando se siente atraída por uno de sus profesores. Normalmente, siempre aprovechaba el rato que duraba el entrenamiento para irme de compras. Sin embargo, ese día me senté a esperar en la grada.
Podía escuchar su grave y áspera voz resonando por todo el campo, dando indicaciones y a animando a los chicos. Nuestras miradas se cruzaron tantas veces esa tarde, que llegué a temer que algunos de los padres presentes, pudiera percatarse de lo que estaba pasando con Paco y conmigo. Solamente con contemplar esa idea me sentía profundamente avergonzada. Sin embargo, ¿quién en su sano juicio podría sospechar que una mujer como yo, podía sentirse atraída de un hombre como Paco?
Mi obsesión por él, no se reducía únicamente cuando llevaba a mi hijo al fútbol. Por las noches, cuando hacía el amor con mi esposo, no podía evitar pensar en Paco. Me lo imaginaba en mil morbosas situaciones, que intentaba olvidar inmediatamente después de alcanzar el orgasmo.
Los días de partido o entrenamiento me pasaba cachonda todo el día. Incluso en el trabajo, en más de una ocasión tuve que salir de la oficina y encerrarme en el baño para masturbarme. No obstante, estaba convencida de que todo quedaría ahí, en un simple calentón.
Pero una tarde después del entrenamiento, nos hizo entrega a todos los padres de la nueva equipación que el equipo estrenaría, por fin, para el próximo partido. Cuando me tocó el turno y abrí la bolsa de mi hijo, comprobé que faltaba la camiseta y así se lo dije. Él me miró sonriendo, intuyendo inmediatamente lo que tramaba.
—Debe de haber sido un error. Pero no te preocupes, la reclamaré esta noche y mañana la tendremos aquí. Pásate cuando salgas de trabajar a recogerla.
Al día siguiente no había entrenamiento, por lo tanto, sospechaba que él había hecho aquello trampa. No recuerdo si fui capaz de responder, rodeada del resto de padres. Sin embargo, aún puedo sentir los nervios y el miedo que percibí en ese instante.
Desde que me levanté, me repetí en infinidad de ocasiones que no acudiría. Podría haber enviado a mi esposo a buscar la dichosa camiseta. Con eso se habría evitado todo lo que ocurrió a continuación. Pero lo cierto, es que nada más salir de trabajar me acerqué hasta allí. Iba nerviosa como una adolescente en su primera cita. «Puedo jugar un poco a calentarlo. Después usaré el viejo truco de mostrarme arrepentida y consternada. Recordándole, que soy una mujer casada». Era cierto que había empleado esa disculpa en infinidad de ocasiones, cuando me había divertido provocar a un hombre, sin desear llegar a nada más que ofrecerle un buen calentón.
No sé por qué había pensado que no habría nadie en el campo ese día. Pero me equivoqué, a esa hora estaba entrenando un equipo de chicos mayores. Por un momento llegué a creer que no pasaría nada. Sintiéndome aliviada y decepcionada a un cincuenta por ciento.
—Hola, —saludé a un chico que estaba correteando cerca de una de las bandas—. ¿Sabes dónde está Paco, el entrenador de los infantiles? He quedado con él, pero no lo veo.
El muchacho dejó de correr y se acercó hasta la valla.
—Debe de estar en su oficina, me pareció verlo hace un rato. —Observó mis dudas— Tienes que entrar por ahí, y antes de llegar a los vestuarios, es la tercera puerta a la derecha, —añadió amablemente.
Avancé por el largo pasillo y me detuve ante su puerta. Escuché con atención, pero no percibí señal de que hubiera nadie dentro. Entonces llamé. Creí que me daría algo mientras esperaba.
—¡Adelante! —Escuché su avinagrado y brusco tono de voz.
Giré lentamente el picaporte y asomé medio cuerpo dentro.
—Hola, —saludé, nerviosa—. Vengo a buscar la camiseta de mí hijo.
Él estaba sentado en un viejo escritorio leyendo un periódico deportivo. Levantó la vista y me miró por encima de sus gafas de cerca. Trató de esbozar una sonrisa, que no encajaba demasiado bien en su rostro.
—¡Has venido! —Exclamó, sorprendido—. Pasa, . No te quedes ahí, parada en la puerta.
La oficina era pequeña y estaba mal ventilada. Simplemente, había un pequeño televisor sujeto a la pared. Yo me situé frente a él, que en ese momento se incorporó. Iba vestido como siempre, con un viejo pantalón de chándal y una camiseta de manga corta de algodón. En ese momento, al contemplarlo de cerca, estuve casi a punto de escapar corriendo de allí, nada físicamente en él me resultaba interesante. «¡Qué estaba haciendo yo allí!».
En el suelo, había una gran caja de cartón, la abrió y sacó una camiseta de futbol, que me entregó sonriendo.
—Gracias. se pondrá muy contento, —conseguí articular esas palabras.
—Estás preciosa con ese vestido negro —comentó, bordeando la mesa de su escritorio.
Yo me quedé congelada, sabiendo lo que vendría a continuación. Notaba como mis piernas temblaban. Estaba tan nerviosa, que ni quiera recuerdo si estaba realmente excitada.
—Paco, lo siento, pero tengo que irme. Mi esposo me está esperando en casa —titubeé.
—Claro, mujer… A mí también me está esperando mí esposa. —Se pegó tanto a mí, que incluso podía notar su olor a hombre. Yo mantenía la camiseta de mi hijo cogida en mis brazos, estaba como agarrotada, pero él me la quitó y la arrojó sobre la mesa. Entonces, noté sus manos cogiéndome por la cintura—. ¡Qué buena estás! ¿Eres consciente de lo cachondo que me pones, cuando vienes a los partidos así vestida?
Sus temblorosas manos trataron de bajar la parte de mi escote . Era consciente de que estaba totalmente obsesionado por mis pechos, y fue directo hacia ellos. Cuando hablábamos, incluso habiendo gente delante, rara vez era capaz de levantar sus ojos de mi escote.
—Paco, por favor, —comenté temerosa de que pudiera sorprendernos alguien.
—¡Que rico! Qué pedazo de tetas tienes, —indicó ordinariamente. Palpándomelas sin ningún tipo de preámbulo.
—Te recuerdo que hay gente ahí fuera, —protesté.
—Tranquila, reina. Cerraré la puerta, —dijo mostrándome la llave de su oficina en una de sus manos.
—Lo siento, Paco. Pero yo no puedo hacerle esto a mi esposo, —comenté afligida. Tratando de hacerlo entrar en razón—. Además, eres el entrenador de mi hijo y te idolatra.
—Lo sé, pero ahora no está y yo deseo divertirme un poco, con la buenorra y cachonda de su madre. Sé que lo estás deseando igual que yo, por lo tanto, no te hagas la santa conmigo.
Diciéndome eso, me empujó con enorme fuerza contra el escritorio. Obligándome a inclinarme sobre él, para no caerme. Aprovechándose de esa posición, levantó por detrás mi falda, mostrándole así mi pequeño tanga negro, encajado en medio de los grandes cachetes de mi culo.
—¡Eres un pendejo! —Manifesté, simulando sentirme enojada.
—Sé lo que has venido a buscar aquí y no te irás sin que yo te lo dé. Quieres verga, ¿verdad, zorrita? Seguro que el guaperas de tu marido no te sabe follar como a ti te gusta.
Después de su grosero comentario, percibí un fuerte azote sobre una de mis nalgas, haciéndome relamer de gusto. Sin embargo, intenté frenar un poco su osadía.
—¡Ay! —Me quejé como una niña que es castigada con dureza.
—¡Menudo culazo de zorra tienes! —Exclamó, palpándome con fuerza mis redondos cachetes—. Te gusta que te arreen, ¿No es cierto?
—Sí, —no pude evitar expresar. Ya totalmente sumergida en mi papel de mujer sumisa. Entonces escuché su grosera risa, al tiempo que me sacudía dos nuevos azotes, que debieron enrojecer al instante mis carnosas nalgas— ¡Ah…! —Estallé mordiéndome los labios y moviendo juguetonamente hacia él, mis caderas. Deseando que volviera a hacerlo—. ¡Dime que soy una perra! ¡Vamos, insúltame! —Solicité deseosa de sentir sus agravios vertidos sobre mí. Al tiempo, que girando mi cabeza lo miré retándolo directamente a los ojos. De nuevo escuché una grotesca carcajada.
Noté, como tiraba de mi pequeño tanga hacia abajo, dejándolo resbalar por mis piernas hasta que llegó a mis tobillos. Un momento después, sus dedos manoseaban mi vulva, tratando de encontrar la entrada de mi vagina. Tuve que quitarme los zapatos de tacón y agacharme un poco, inclinándome aún más sobre el frágil escritorio, para facilitarle la labor.
—¿Estás cachonda? —Me preguntó.
—¡Ah! —Gemí, al sentir sus dedos penetrar mi vagina—. Sí, estoy muy caliente. Me siento muy puta hoy —reconocí.
—Siempre he sabido que eras un auténtico zorrón. Lo dura que me la pones, cuando traes a tu hijo a los entrenamientos. Siempre vistiendo tan provocativa y moviendo este culazo al caminar.
Me gusta que los hombres me follen como si me odiaran. Por lo tanto, escuchar sus groseras palabras, conseguían encender al límite mi calentura. Sentí la punta de su polla, presionando sobre la entrada de mi vagina.
—Ponte un condón, —indiqué, abriéndome de piernas.
Con la mano que le quedaba libre me agarró con fuerza del pelo, impidiéndome así que me pudiese dar la vuelta
—No tengo. Tampoco creo que eso te importe demasiado en estos momentos —aseguró, embutiéndomela de un solo golpe de cadera.
Incontenidamente, lancé un fuerte alarido. Percibiendo como mi vagina se dilataba en un solo segundo, haciéndome sentir totalmente llena de hombre.
—¡Mmmm….! ¡Joder, que bien la siento dentro de mí! Es tan grande que duele, pero quiero más… Dame con todas tus fuerzas.
Paco comenzó a follarme con una intensidad, que hacía que mi cuerpo rebotara con tanta violencia, que temí que partiríamos el pequeño escritorio.
—¡Toma perra! Esto es lo que gusta, ¿verdad?
—Sí, —reconocí enloquecida—. ¡Me encanta! Lo necesito. Esto es lo que quiero.
El morbo y mi compleja sexualidad, me había llevado a estar encerrada en aquel cuartucho, totalmente entregada al sórdido entrenador de mi hijo. A pesar de que llevaba semanas deseándolo, nunca me hubiera imaginado que un hombre como Paco, supiera follarme con tanta vehemencia. No tardé en notar como mis piernas comenzaban a temblar, acogiendo la llegada de un brutal orgasmo, que me hicieron sentir la hembra más afortunada de este mundo. Él aceleró sus movimientos, haciéndome tocar el cielo con su bendita y enorme polla.
—Yo te daré toda la verga que necesitas. Pedazo de puta.
—¡Ah! ¡Qué bien la siento! ¡Joder…! ¡Ah… me corro! ¡Me da mucho gustito!
Seguramente, escucharme gritar de esa forma, fue el límite que pudo aguantar el pobre hombre. Porque un segundo después, él también comenzó a correrse dentro de mi vagina.
—¡Toma, mi leche! ¡Llévatela toda a tu casa, como una buena zorra! ¡Me corro…!
Paco se quedó dentro de mí un rato más, como queriendo alargar ese truculento momento al máximo. Después, al tiempo que me daba una cachetada, sacó su verga.
Para mí fue como despertar y toparme con la cruda realidad. Sintiéndome tremendamente avergonzada y arrepentida por haberme dejado follar por aquel sátiro. Me subí las bragas y me puse el vestido, sin ni siquiera girarme. A continuación, me puse los zapatos y cogí la camiseta de mi hijo, que permanecía tirada sobre la mesa
—Ábreme, mi esposo me está esperando en casa —indique, sin ser capaz de mirarlo a la cara. Preguntándome, «qué estaba haciendo yo allí», en aquel oscuro y pequeño cuartucho, dejándome follar por un gordo viejo, que además era el entrenador de mi hijo.
Paco, aún permanecía con los pantalones del chándal bajados hasta medio muslo, mostrándome, sin ningún pudor, su ya mortecina verga. La imagen era de lo más ordinaria. Enseñándome, la llave en una mano, me sonrió.
—¿Vendrás a por más otro día? Hoy me vine muy rápido porque estaba muy cachondo y no aguanté más
—Ni lo sueñes. Eres un cerdo —respondí, con enorme resentimiento. Casi con odio hacia él.
—Sé que te ha gustado y que regresarás a buscar más. Tú también los sabes, ¿verdad, perrita?
En ese momento estaba completamente segura de que no quería volver a verlo en toda mi vida. Aborrecía aquel grueso y cateto hombre, que acababa de follarme contra la mesa de su cutre escritorio. Podía sentir su semen empapando mis bragas y saliendo de mi vagina.
—Abre la puerta, cabrón —reiteré, anunciando mi acuciante deseo de escapar de allí cuanto antes.
Él introdujo la llave en la cerradura, como tratando de aplacarme un poco.
—Ya está, princesa. Ahora ya puedes regresar con el cornudo de tu esposo, a tu perfecta vida de cuento de hadas.
—¡Vete a la mierda! —Solté con rabia—. ¡Eres un imbécil!
Pero al pasar a su lado noté sus manos cogiéndome de nuevo por la cintura. Intentándome atraer hacia él, con la intención de besarme.
Noté su lengua chupando asquerosamente mis labios, y cerré con fuerza la boca. Dándole un fuerte empujón, conseguí apartarlo y salir de aquel mugriento agujero. Recuerdo la sensación de caminar por aquel largo pasillo. El mismo que atravesaba mi hijo y sus compañeros, cuando salían a jugar al campo. Al mover mis piernas, podía percibir como su espeso y viscoso semen, manaba de mi vulva mojando mi tanga.
Recuerdo que me crucé con dos hombres, que se me quedaron mirando. Uno me pareció el mismo chico al que le había preguntado por Paco un rato antes. Juro que sentí sus miradas clavadas a fuego en mi cuerpo. Aceleré mis pasos, avergonzada de que hubieran podido escuchar o intuir algo.
—Mamá, ¿Has ido a recoger mi camiseta? —Preguntó mi hijo, saliendo a mi encuentro en el pasillo.
—Claro mi amor, aquí la tienes, —respondí entregándosela. Intentando mostrarme como esa madre y esposa perfecta, que todos creen que soy.
—¿Hablaste con el señor Paco? ¿Te dijo si la tenemos que llevar para el próximo partido?
—Sí, me comentó que tienes que llevar esa para los partidos, y la vieja para los entrenamientos, —respondí, encaminándome hasta mi habitación, con la intención de darme una buena ducha y cambiarme las bragas. No podía evitar sentirme tremendamente sucia.
Pero todos esos sentimientos encontrados, se fueron transformando a los pocos días. Y tal y como había profetizado el propio Paco, una semana más tarde, sin haber quedado con él, yo caminaba de nuevo en su busca, por aquel oscuro y largo pasillo. Iba embutida en un ajustado vestido y subida a unos altos zapatos de tacón. Aún puedo recordar la adrenalina que sentí cuando giré el pomo de esa puerta.
Continuará....
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