Después de mucho tiempo volví a estar con Juan Carlos, el colectivero. El también fue papá recientemente. Cuando yo lo conocí estaba casado con una mujer con la que tiene dos hijos, ya mayores, pero durante éste tiempo que estuvimos fuera del radar, se separó y se metió con una mucho más joven, con la que ya tiene un bebé.
Me puse contenta al recibir su mensaje, hasta intercambiamos fotos de nuestros hijos, tras lo cuál, obviamente, arreglamos para vernos.
Lo nuestro fue siempre de encontrarnos e ir directo a garchar. Nada de jugar a la parejita, sexo duro a full. Por eso cada tanto coincidimos. Cómo pareja seríamos un desastre, nos pondríamos los cuernos sin piedad, pero como compañeros de cama, somos cara y cruz de una misma moneda, nos complementamos a la perfección, y aunque su nueva mujer tenga diez años menos que yo, él mismo me lo dijo, ni sombra me hace.
-No cambias más vos, seguís igual de calentón...- le digo luego de echarnos el primer polvo.
Estoy en cuatro, sintiendo su acabada derramándose por entre mis muslos, tibia, espesa, cargada. Cuando ya estuvo a punto, se sacó el forro y me roció toda la retaguardia con una buena descarga.
Me levanto y voy al baño a enjuagarme y a orinar. Él se echa de espalda y prende un cigarrillo.
-La que no cambia sos vos... ¡Qué manera de garchar!- me elogia desde la cama.
-Con vos se hace fácil, me salta toda la líbido- le digo mientras me limpio y tiro la cadena.
Vuelvo y me acuesto a su lado, pegándome bien a su cuerpo, para sentir el calor de su piel.
Hablamos un rato de nosotros, de nuestros hijos, de la vida en general. Mientras, le estoy acariciando la poronga, que durante todo ese rato se mantiene gomosa, a medio armar.
Apaga el cigarrillo, me besa y escurriéndose por entre mis piernas, me chupa la concha en una forma que me deja pedaleando al aire. Aprovecha entonces esa humedad que acaba de provocarme y tras ponerse un forro, me la mete de nuevo, embistiéndome con golpes fuertes y precisos, de esos que parecen potenciarse unos a otros.
Mientras me coge, sujetándome las piernas contra su cuerpo, me acaricio el clítoris, y me pellizco los pezones, entregándome por completo a esos fulminantes mazazos. No soy de las que exageran en la cama, pero el colectivero me hace gritar como si me estuviera matando.
El polvo que nos echamos, es mucho más fuerte e intenso que el primero, y estoy segura que si hubiéramos ido por un tercero, lo sería aún mucho más, pero ahí nos quedamos. El colectivero tiene 54 años, y aunque se la vuelvo a chupar con insistencia, ya no se le para de nuevo.
No es que me haya quedado con ganas, pero después de tanto tiempo de no vernos, como que me hubiera venido bien una yapa...
Nos duchamos, nos prometemos un nuevo encuentro, más pronto que tarde, y salimos del telo, cada cuál por su lado. Ninguno mira hacia atrás, ya tuvimos lo que habíamos ido a buscar.
Mientras espero en la esquina para tomar un taxi y volver a la oficina, reviso mi celular, el del trabajo. Entre los mensajes de la Compañía y de algún que otro productor, hay una llamada perdida de Julián, el marido de Daniela. Había tratado de contactarme hacía poco más de media hora, prácticamente cuándo estaba en plena faena con el colectivero.
Dudé un instante en devolverle la llamada, pero lo hice, lo llamé. Solo quería saludarme, ver cómo estaba, y aunque me había propuesto no volver a cagar a mi amiga, cuando me preguntó si podíamos vernos, le dije que sí, que claro, que me gustaría.
-Pero no en tu casa ésta vez, eh...- me apuro en aclararle.
Se ríe, y aunque acabo de coger con el colectivero, le digo si le parece ahora, que estoy libre. Obvio que le parece. Así que le envío mi ubicación, y lo espero tomando un café en la confitería de la esquina.
Hago tiempo llamando a mi suegra, que se quedó cuidando a los chicos, a mi marido, que está por entrar a una reunión, y respondiendo alguno de los mensajes que me llegaron mientras estaba garchando.
Al rato llega Julián, con un ramo de flores. La antítesis del colectivero. Nos saludamos con un beso en los labios, estamos lejos del laburo de cualquiera de los dos, así que no hace falta disimular.
Se sienta y pide un café, sin prisa ni urgencia, como si de verdad quisiera compartir un momento conmigo, sin la necesidad de estar desnudos y en posición horizontal.
Igual que con Juan Carlos, charlamos de nosotros, de nuestras vidas, él y Dani no tienen hijos, pero según me cuenta, están buscando.
Luego de un rato y de tocar mil temas de conversación, por fin me pregunta lo que tanto quiero escuchar:
-¿Vamos...?-
No hace falta preguntar adónde.
-Dale, vamos...- le digo, agarrando las flores y levantándome.
Cruzamos la calle y entramos al mismo telo en el que acabo de estar con el colectivero. Ni me quiero imaginar lo que habrá pensado la chica que estaba en la recepción, al verme entrar de nuevo casi una hora después con un tipo distinto. Distinto no solo porqué se trate de otra persona, sino distinto en todo.
Juan Carlos: ya más de 50, descuidado, con panza, de jeans, zapatillas, remera negra de una banda de rock, y encima la camisa de trabajo, desabrochada, bordada con el logo de la empresa de colectivo en la que es chófer.
Julián: quince años menos, cuerpo trabajado en gimnasio, de traje, zapatos, y con un perfume que te alborota las feromonas.
Casualmente nos toca la misma habitación, ya limpia y arreglada, sin huellas del combate anterior.
Dejo las flores, lo abrazo y ahora sí, nos besamos con las ganas que nos tenemos. Con esa pasión y frenesí que se había manifestado tan de repente entre nosotros.
Aunque nos habíamos echado un muy buen polvo aquella vez en su casa, cuando lo sorprendí bañándose, me había prometido no reincidir. Dani es una buena mina, me ayudó bastante mientras estuve de licencia por maternidad, por lo que me parecía de hija de puta cogerme a su marido. Esa vez fue inevitable, pero ahora, cuando pude decirle que no, ahí estábamos, comiéndonos las bocas en un albergue transitorio. La carne es débil, y aunque ya había estado con Juan Carlos, al recibir el llamado de Julián, no pude negarme a un nuevo encuentro.
Mientras nos besamos, su cuerpo contra el mío, siento su erección combándose por debajo de la ropa. Se la aprieto y acaricio, poniéndosela más dura todavía.
Con la prisa lógica de ese momento, le desabrocho el pantalón, se la saco, se la sacudo, y de cuclillas se la chupo como su propia esposa jamás habrá de chupársela.
Me la como entera, literal, haciéndole garganta profunda, y aunque me ahogue y se me llenen los ojos de lágrimas, no la suelto, se la sigo comiendo hasta los pelos.
Cuando me levanto, limpiándome con el dorso de la mano el líquido preseminal que me chorrea por el mentón, Julián me arrastra hacia la cama, la misma en dónde el colectivero me tuvo bien abrochada un rato antes, me saca todo lo que tengo de la cintura para abajo, y abriéndome las piernas, me chupa la concha de esa forma que ya me había sorprendido gratamente la otra vez.
Con la lengua me recorre primero toda la grieta, de arriba abajo, me chupetea los labios, me los muerde, para luego meterme los dedos, y hacerme saltar el flujo con un efectivo movimiento de cuchara.
Lame y sorbetea todo lo que me sale de adentro, disfrutando el sabor de mi intimidad al igual que yo acabo de disfrutar del suyo.
Se levanta y se saca la ropa, yo me saco la mía, la que me queda. Con la pija me apunta amenazante. Se la agarro y se la sacudo, sintiendo como se estremece ante la presión de mis dedos.
Me agarra de los muslos, se mete entre entre mis piernas, y me la manda a guardar así, sin forro. Es tanta la calentura que no puedo reclamarle nada. Se me echa encima y me empieza a garchar. En eso también son muy distintos. El colectivero es de los que se mantiene con el torso erguido mientras te bombea, aguantando el peso con los brazos, en cambio Julián te cubre con todo el cuerpo, piel con piel, haciendo que lo envuelva con brazos y piernas, como a un capullo. Son distintos, pero los dos me gustan, al final lo que cuenta es lo bien que te cogen y ambos lo hacen de maravillas.
En algún momento se me pasa por la cabeza la idea de estar con los dos juntos, al mismo tiempo, sería un trío memorable, quizás si Julián hubiera llamado un rato antes, no sé, Juan Carlos no hubiera tenido problema en compartirme, ya me hizo un favor así una vez, pero bueno, no pudo ser, quizás en otro momento...
Lo que importa es estar ahí con Julián, y sentir que, aunque Daniela sea una buena mina y me parezca de lo peor estar cagándola de esa manera, que su marido le esté poniendo los cuernos conmigo, me da un morbo tal que cualquier preocupación al respecto pasa a un segundo plano.
De nuevo nos echamos un polvo hermoso, magnífico, incluso superior al de aquella primera vez que estuvimos juntos, un polvo tan intenso que nos quedamos un rato en shock, borrados de la matriz, como si la vida misma se difuminara a nuestro alrededor y quedásemos solo nosotros, fundidos, abrochados, en otro plano existencial, lejos del mundo físico, material.
Cuando volvemos a éste plano, Julián se levanta y se va al baño a mear. Yo me quedo estirada en la cama, desbordada de placer, de sensaciones únicas y excelsas.
Cuando vuelve, con la pija todavía parada, le digo que se acueste, de espalda, me pongo en cuatro por entre sus piernas y se la chupo. Le hago de nuevo garganta profunda, soltándosela con un ¡¡¡Aaaaahhhhhhh...!!! cada vez.
Me le subo entonces encima, a caballito, y acomodándomela yo misma ahí, en la parte más caliente de mi cuerpo, lo empiezo a montar, despacio primero, disfrutando cada golpe, cada metida. De a poco voy acelerando, hasta que ya mis pechos se agitan locos y frenéticos. Julián me los agarra y aprieta, hasta que de nuevo acabamos juntos, con esa intensidad que nos marea y absorbe.
Caigo deshecha sobre su cuerpo, entre suspiros, deseando que todo se detenga en ese momento y ese placer me dure por siempre. Pero nada es eterno, todo es efímero, así que al rato me levanto y tras darle un beso, voy al baño. Mientras camino, la leche del marido de Daniela me sale en grumos de la concha.
Viene conmigo y nos duchamos juntos, entre besos y caricias, con él si que jugamos a la parejita.
Obvio que después de toda la calentura, me entra la culpa y el cargo de conciencia, no por mí, sino por Daniela, que es una buena mina, pero como ya dije, la carne es débil y aunque a veces tendría que decir NO, termino diciendo SÍ...
Me puse contenta al recibir su mensaje, hasta intercambiamos fotos de nuestros hijos, tras lo cuál, obviamente, arreglamos para vernos.
Lo nuestro fue siempre de encontrarnos e ir directo a garchar. Nada de jugar a la parejita, sexo duro a full. Por eso cada tanto coincidimos. Cómo pareja seríamos un desastre, nos pondríamos los cuernos sin piedad, pero como compañeros de cama, somos cara y cruz de una misma moneda, nos complementamos a la perfección, y aunque su nueva mujer tenga diez años menos que yo, él mismo me lo dijo, ni sombra me hace.
-No cambias más vos, seguís igual de calentón...- le digo luego de echarnos el primer polvo.
Estoy en cuatro, sintiendo su acabada derramándose por entre mis muslos, tibia, espesa, cargada. Cuando ya estuvo a punto, se sacó el forro y me roció toda la retaguardia con una buena descarga.
Me levanto y voy al baño a enjuagarme y a orinar. Él se echa de espalda y prende un cigarrillo.
-La que no cambia sos vos... ¡Qué manera de garchar!- me elogia desde la cama.
-Con vos se hace fácil, me salta toda la líbido- le digo mientras me limpio y tiro la cadena.
Vuelvo y me acuesto a su lado, pegándome bien a su cuerpo, para sentir el calor de su piel.
Hablamos un rato de nosotros, de nuestros hijos, de la vida en general. Mientras, le estoy acariciando la poronga, que durante todo ese rato se mantiene gomosa, a medio armar.
Apaga el cigarrillo, me besa y escurriéndose por entre mis piernas, me chupa la concha en una forma que me deja pedaleando al aire. Aprovecha entonces esa humedad que acaba de provocarme y tras ponerse un forro, me la mete de nuevo, embistiéndome con golpes fuertes y precisos, de esos que parecen potenciarse unos a otros.
Mientras me coge, sujetándome las piernas contra su cuerpo, me acaricio el clítoris, y me pellizco los pezones, entregándome por completo a esos fulminantes mazazos. No soy de las que exageran en la cama, pero el colectivero me hace gritar como si me estuviera matando.
El polvo que nos echamos, es mucho más fuerte e intenso que el primero, y estoy segura que si hubiéramos ido por un tercero, lo sería aún mucho más, pero ahí nos quedamos. El colectivero tiene 54 años, y aunque se la vuelvo a chupar con insistencia, ya no se le para de nuevo.
No es que me haya quedado con ganas, pero después de tanto tiempo de no vernos, como que me hubiera venido bien una yapa...
Nos duchamos, nos prometemos un nuevo encuentro, más pronto que tarde, y salimos del telo, cada cuál por su lado. Ninguno mira hacia atrás, ya tuvimos lo que habíamos ido a buscar.
Mientras espero en la esquina para tomar un taxi y volver a la oficina, reviso mi celular, el del trabajo. Entre los mensajes de la Compañía y de algún que otro productor, hay una llamada perdida de Julián, el marido de Daniela. Había tratado de contactarme hacía poco más de media hora, prácticamente cuándo estaba en plena faena con el colectivero.
Dudé un instante en devolverle la llamada, pero lo hice, lo llamé. Solo quería saludarme, ver cómo estaba, y aunque me había propuesto no volver a cagar a mi amiga, cuando me preguntó si podíamos vernos, le dije que sí, que claro, que me gustaría.
-Pero no en tu casa ésta vez, eh...- me apuro en aclararle.
Se ríe, y aunque acabo de coger con el colectivero, le digo si le parece ahora, que estoy libre. Obvio que le parece. Así que le envío mi ubicación, y lo espero tomando un café en la confitería de la esquina.
Hago tiempo llamando a mi suegra, que se quedó cuidando a los chicos, a mi marido, que está por entrar a una reunión, y respondiendo alguno de los mensajes que me llegaron mientras estaba garchando.
Al rato llega Julián, con un ramo de flores. La antítesis del colectivero. Nos saludamos con un beso en los labios, estamos lejos del laburo de cualquiera de los dos, así que no hace falta disimular.
Se sienta y pide un café, sin prisa ni urgencia, como si de verdad quisiera compartir un momento conmigo, sin la necesidad de estar desnudos y en posición horizontal.
Igual que con Juan Carlos, charlamos de nosotros, de nuestras vidas, él y Dani no tienen hijos, pero según me cuenta, están buscando.
Luego de un rato y de tocar mil temas de conversación, por fin me pregunta lo que tanto quiero escuchar:
-¿Vamos...?-
No hace falta preguntar adónde.
-Dale, vamos...- le digo, agarrando las flores y levantándome.
Cruzamos la calle y entramos al mismo telo en el que acabo de estar con el colectivero. Ni me quiero imaginar lo que habrá pensado la chica que estaba en la recepción, al verme entrar de nuevo casi una hora después con un tipo distinto. Distinto no solo porqué se trate de otra persona, sino distinto en todo.
Juan Carlos: ya más de 50, descuidado, con panza, de jeans, zapatillas, remera negra de una banda de rock, y encima la camisa de trabajo, desabrochada, bordada con el logo de la empresa de colectivo en la que es chófer.
Julián: quince años menos, cuerpo trabajado en gimnasio, de traje, zapatos, y con un perfume que te alborota las feromonas.
Casualmente nos toca la misma habitación, ya limpia y arreglada, sin huellas del combate anterior.
Dejo las flores, lo abrazo y ahora sí, nos besamos con las ganas que nos tenemos. Con esa pasión y frenesí que se había manifestado tan de repente entre nosotros.
Aunque nos habíamos echado un muy buen polvo aquella vez en su casa, cuando lo sorprendí bañándose, me había prometido no reincidir. Dani es una buena mina, me ayudó bastante mientras estuve de licencia por maternidad, por lo que me parecía de hija de puta cogerme a su marido. Esa vez fue inevitable, pero ahora, cuando pude decirle que no, ahí estábamos, comiéndonos las bocas en un albergue transitorio. La carne es débil, y aunque ya había estado con Juan Carlos, al recibir el llamado de Julián, no pude negarme a un nuevo encuentro.
Mientras nos besamos, su cuerpo contra el mío, siento su erección combándose por debajo de la ropa. Se la aprieto y acaricio, poniéndosela más dura todavía.
Con la prisa lógica de ese momento, le desabrocho el pantalón, se la saco, se la sacudo, y de cuclillas se la chupo como su propia esposa jamás habrá de chupársela.
Me la como entera, literal, haciéndole garganta profunda, y aunque me ahogue y se me llenen los ojos de lágrimas, no la suelto, se la sigo comiendo hasta los pelos.
Cuando me levanto, limpiándome con el dorso de la mano el líquido preseminal que me chorrea por el mentón, Julián me arrastra hacia la cama, la misma en dónde el colectivero me tuvo bien abrochada un rato antes, me saca todo lo que tengo de la cintura para abajo, y abriéndome las piernas, me chupa la concha de esa forma que ya me había sorprendido gratamente la otra vez.
Con la lengua me recorre primero toda la grieta, de arriba abajo, me chupetea los labios, me los muerde, para luego meterme los dedos, y hacerme saltar el flujo con un efectivo movimiento de cuchara.
Lame y sorbetea todo lo que me sale de adentro, disfrutando el sabor de mi intimidad al igual que yo acabo de disfrutar del suyo.
Se levanta y se saca la ropa, yo me saco la mía, la que me queda. Con la pija me apunta amenazante. Se la agarro y se la sacudo, sintiendo como se estremece ante la presión de mis dedos.
Me agarra de los muslos, se mete entre entre mis piernas, y me la manda a guardar así, sin forro. Es tanta la calentura que no puedo reclamarle nada. Se me echa encima y me empieza a garchar. En eso también son muy distintos. El colectivero es de los que se mantiene con el torso erguido mientras te bombea, aguantando el peso con los brazos, en cambio Julián te cubre con todo el cuerpo, piel con piel, haciendo que lo envuelva con brazos y piernas, como a un capullo. Son distintos, pero los dos me gustan, al final lo que cuenta es lo bien que te cogen y ambos lo hacen de maravillas.
En algún momento se me pasa por la cabeza la idea de estar con los dos juntos, al mismo tiempo, sería un trío memorable, quizás si Julián hubiera llamado un rato antes, no sé, Juan Carlos no hubiera tenido problema en compartirme, ya me hizo un favor así una vez, pero bueno, no pudo ser, quizás en otro momento...
Lo que importa es estar ahí con Julián, y sentir que, aunque Daniela sea una buena mina y me parezca de lo peor estar cagándola de esa manera, que su marido le esté poniendo los cuernos conmigo, me da un morbo tal que cualquier preocupación al respecto pasa a un segundo plano.
De nuevo nos echamos un polvo hermoso, magnífico, incluso superior al de aquella primera vez que estuvimos juntos, un polvo tan intenso que nos quedamos un rato en shock, borrados de la matriz, como si la vida misma se difuminara a nuestro alrededor y quedásemos solo nosotros, fundidos, abrochados, en otro plano existencial, lejos del mundo físico, material.
Cuando volvemos a éste plano, Julián se levanta y se va al baño a mear. Yo me quedo estirada en la cama, desbordada de placer, de sensaciones únicas y excelsas.
Cuando vuelve, con la pija todavía parada, le digo que se acueste, de espalda, me pongo en cuatro por entre sus piernas y se la chupo. Le hago de nuevo garganta profunda, soltándosela con un ¡¡¡Aaaaahhhhhhh...!!! cada vez.
Me le subo entonces encima, a caballito, y acomodándomela yo misma ahí, en la parte más caliente de mi cuerpo, lo empiezo a montar, despacio primero, disfrutando cada golpe, cada metida. De a poco voy acelerando, hasta que ya mis pechos se agitan locos y frenéticos. Julián me los agarra y aprieta, hasta que de nuevo acabamos juntos, con esa intensidad que nos marea y absorbe.
Caigo deshecha sobre su cuerpo, entre suspiros, deseando que todo se detenga en ese momento y ese placer me dure por siempre. Pero nada es eterno, todo es efímero, así que al rato me levanto y tras darle un beso, voy al baño. Mientras camino, la leche del marido de Daniela me sale en grumos de la concha.
Viene conmigo y nos duchamos juntos, entre besos y caricias, con él si que jugamos a la parejita.
Obvio que después de toda la calentura, me entra la culpa y el cargo de conciencia, no por mí, sino por Daniela, que es una buena mina, pero como ya dije, la carne es débil y aunque a veces tendría que decir NO, termino diciendo SÍ...
24 comentarios - Reincidente...
Un abrazo , y como siempre, esperando el siguiente capítulo 😉
Saludos! 😘
Como sea, un fuego tus relatos.
necesitamos mas maritas haciendo feliz al mundo 😍🔥🤤
Van puntos.