Todo desaparecía a su alrededor, la única imagen que tenía en mente era la de Yazmín. Ya lo excitaba desde la secu, cuando él aún era un calenturiento adolescente y ella la colegiala que tenía el mejor par de nalgas de la escuela. Empaquetadas en aquel vestido colegial, invitaban a tocarlas, apretujarlas, pellizcarlas, darles de nalgadas. ¡Ese amplio culazo!, de sólo verlo avivaba los espermas, acicateaba las ganas de culear. Era como si tales mejillas de carne atrajeran magnéticamente la semilla masculina; no sólo eso, ponían tal simiente en estado de ebullición. Daban ganas de repegarle la pelvis en ese trasero; deshacerse de cualquier forma dela ropa habida de por medio y meterle el pene por en medio; en medio de ese par de gajos de voluminosa carne que hacían hervir a aquellos espermas que, vivaces, luchaban por salir con el único objetivo de ser inyectados en aquel profundo surco, cuyo perfecto umbral eran esas fabulosas grupas.
Yazmín, la de buenas carnes, la sexosa, la gemebunda, la montadora de macho. Así la había visto, gimiendo, bufando, cual burra en celo siendo penetrada; y ahora él se masturbaba rememorando tal escena.
A Yazmín la habían penetrado deliciosamente, y él lo había visto, lo había atestiguado; esto activaba su libido y sus celos a la vez. Se sentía tan encabronado como excitado, y máxime porque aquel penetrador había sido su propio amigo; el experto en tal labor, Roberto.
¡Maldito cabrón!, “ el Penetreitor”, como solía decirle de apelativo a manera de guasa, sabedor de que ese era su oficio. Roberto era un stripper que no tenía empacho en coger a quien fuese, si le pagaban por ello.
Como alguna vez se lo contó, luego de que Álvaro le expresara su envidia por tener aquella profesión:
“No te creas Álvaro, en este oficio no todo son mujeres bellas y perfectas. Hay que dar placer también a las no tan agraciadas. Después de todo, una buena cogida se la merece cualquiera.
Hay que ser generosos, agradecidos por poder ejercer una actividad que se disfruta.
Te voy a contar una anécdota para queme entiendas. Hace unos días, luego de salir del show, me fui a comer unas quesadillas con un compañero.
—‘Ora sí Doña Lupe, ¿cuánto le debemos?—le pregunté a la Seño de las quecas; éramos sus últimos clientes.
—¿Les gustaron jóvenes? —nos preguntó sonriendo.
Noté algo peculiar en su mirada, pero le respondí con franqueza.
—Claro, supieron a gloria —y lo decía con sinceridad, pues ese día no había comido hasta esa hora.
—Qué bueno —replicó sencillamente.
—Bueno, ¿cuánto va ser? —dijo mi colega.
—No se preocupen jóvenes, déjenlo.
—¿Pero cómo? —respondimos a la vez.
La Doña nos miró de una forma peculiar, y luego desvió la mirada. Diría yo que un tanto chiveada, supongo que por lo que traía en mente.
—Pos... pos la mera verda’... quisiera pedirles algo.
—Díganos seño —dijo mi amigo.
—Sí, diga en qué podemos ayudarle —le dije yo.
—Un favor... bueno, más bien... Bueno, ustedes ay me dirán...¿en cuánto...? —pero no dijo más.
—¿En cuánto qué, Seño? —le dijo mi amigo.
—En cuánto... ¿Cuánto me cobrarían por...? ¿Cuánto porque me cojan? —y sin decir nada más vimos cómo se sonrojó como un jitomate.
Por supuesto que la Seño sabía a qué nos dedicábamos. Muchos de nosotros cenábamos allí, luego del trabajo. Supongo que ya traería la idea, o más bien las ganas, desde hacía tiempo. Quizás con nosotros sintió confianza. De cualquier manera, yo no me iba a negar —continuó Roberto—, y mi colega tampoco. Además, con lo buena que es haciendo sus quecas, si ella nos había llenado la panza con las de longaniza, pues bueno, nosotros bien podíamos llenarle la panocha con las nuestras; era lo que correspondía.
Está demás decir que no le cobramos nada.
Luego de que ella bajara la cortina del local, nos la chingamos ahí adentro.”
A la seño sele veía más como a una tía que como a una de esas mujeres alocadas que acudían al show, sin embargo, actuó como una viciosa sexual. Eso lo había podido ver Álvaro, ya que Roberto le mostró el video que su compañero había tomado. Más de una vez se orgasmeó la Seño montando verga. Sin embargo, cuando fue el turno de Roberto, tantos brincos dio que, habiéndose cansado, la mujer se levantó por su propio pie y se dio por saciada. Su espalda estaba bañada por la transpiración provocada por aquel ejercicio físico. Roberto ni siquiera se le había venido y ella ya estaba exhausta de tanto ayuntamiento.
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Aquel experto penetrador la había dejado gimiendo del placer recibido, igual que a Yazmín.
Álvaro no podía dejar de reconocer la habilidad y aguante de su amigo. Más cuando acababa de verlo cogerse al amor de su vida. Aquello le provocaba una mezcolanza de sensaciones, principalmente celos, encabronamiento, envidia y... ¡puta madreeee! ¡Ganas de cogerse a Yazmín igual!
Ver aquella cópula lo había dejado como cautín.
Las pasiones se entremezclaban, Álvaro, cual perro en celo viendo a perra en brama en apareamiento con otro, se le avivaban las ganas de cogérsela también, y tan bien como aquel macho penetrador se lo había hecho.
Obseso en su masturbación, mientras revivía la escena que apenas unos minutos había presenciado (Roberto fornicando a la mujer que él más amaba), sentía ser el macho que se lo hacía muy rico al amor de su vida. Por ello en ese momento se masturbaba sin parar, imaginando ser quien la tomaba de ambas nalgas; se adueñaba de sus ubres; la penetraba con fuerza y habilidad.
Fugado en su fantasía, sentía ser el hombre que había satisfecho a Yazmín en su necesidad femenina, que le había llenado la vagina con su carne.
Yazmín había ofrendando aquel hermoso culazo de mujer latina y él lo había atestiguado. Ella era el amor de su vida desde su adolescencia, y nunca le había dado ni siquiera un beso en los labios; pero la deseaba tanto.
No pudo aguantar más y, rememorando sus profundos gemidos, eyaculó abundantemente. No le importó que parte de aquel desparrame de placer absoluto cayera en su alfombra; todo era satisfacción en ese momento. Sin embargo, pasados unos minutos de haber eyaculado, se sintió vacío. Yazmín no estaba allí y la necesitaba. Además, le sobrevino la cruda realidad, Yazmín lo había hecho con otro hombre y lo había gozado.
«¡Pero qué pendejo había sido!» La había entregado a un fornicador experto, un hombre a quien apenas ella había conocido y él, que la amaba desde hacía tanto, ni siquiera... ¡Carajo...!, a él ni siquiera le había regalado un beso en los labios.
«¡Maldita desgraciada!», pensó inmediatamente.
Floreció entonces el odio, un odio hacia ella inconmensurable. El amor que hacía un breve momento lo había acompañado al clímax se había convertido en su opuesto total. Sintió ganas, necesidad, de perjudicarla. Y así fue.
«¡Puta madre, el video!», le vino al pensamiento.
En su celular tenía resguardada aquella grabación comprometedora. Había testimonio.
Sin pensarlo demasiado envió el video de Yazmín siendo penetrada sexualmente a aquél próximo a enlazar su vida con ella. Aquel hombre (novio de Yazmín) podría atestiguar cómo su futura esposa disfrutaba que un musculoso macho la fornicara.
Una vez enviado el archivo de video se sintió satisfecho de exponer a Yazmín; su antiguo amor; como una disoluta, o más bien como toda una puta. Atizado por la ambición de castigarla, ni siquiera pensó en las secuelas de su acción. Pero pasando los días le sobrevino el pesar de las repercusiones, las posibles consecuencias. Pues era cierto, aquello había sido precipitado, inmaduro, estúpido. ¿Quién más pudo haber grabado y enviado aquel video sino él? Él fue quien la llevó allí; él fue el único que la conocía en ese lugar.
Los días iban pasando y el pesar le carcomía las entrañas cada vez más. Las consecuencias de su acción malintencionada le angustiaban. Quizás perdería toda oportunidad de llegar a algo con Yazmín (ese era su mayor temor en aquel momento).
Pero la angustia terminó cuando recibió aquella llamada.
“Hola Álvaro, ¿cómo estás?”, se trataba de la sexy voz de Yazmín.
La perfecta musa de sus chaquetas lo sorprendió, pues le pedía verse de nuevo. Pero lo que más le asombró fue el lugar que aquella proponía para verse.
“¿Conoces el hotel Villas Patriotismo?”
No podía creerlo, la mujer lo convocaba a encontrarse en un hotel, y no en cualquiera, aquel era un conocido hotel en el que se realizaban encuentros de entrepiernas. ¡Prácticamente lo estaba invitando a coger!
Por supuesto, Álvaro aceptó; sin poner un pero en el día y la hora propuesta.
Y ahí estaba, en el restaurante de aquel hotel donde se habían citado. Álvaro fue el primero en llegar, y ya la esperaba con ansias. Mientras tanto ya encendía su libido el ver a las suripantas del placer que allí comían y bebían luego de su jornada laboral. El lugar era uno de esos templos del placer donde ellas ejercían su noble oficio.
Álvaro sedaba sus buenos tacos de ojo con aquellas bellezas de amplios culos y tetas amamantadoras vestidas para atraer las miradas. Pero cuando Yazmín llegó toda su atención se enfocó en ella. Venía envuelta en un vestido entallado que delineaba perfectamente sus deliciosas formas femeninas. Cualquiera que la viera (y la vieron) pensaría que se trataba de otra dama del placer de alto arancel. Álvaro disfrutó ser el anfitrión de aquella dama, a quien recibió en su mesa. Sintió aquellas miradas que envidiaban la suerte de aquél quien se “comería” a tan sabroso manjar.
Sonriente, Yazmín lo besó casi en los labios.
“Hola, ¿cómo estás?”, le dijo ella.
“Bien, ¿y tú?”, torpemente contestó, estaba nervioso.
Solicitaron unas bebidas y conversaron.
“Oye, quería agradecerte lo de la otra noche”, expresó ella.
“¿Te divertiste?”, le dijo el otro, recordando lo que él mismo había atestiguado.
Ella sonrió, pero guardó silencio y luego dirigió la plática hacia otro tema, hablando de cosas más bien triviales.
Minutos después, era la mujer quien cortaba la conversación y mostraba la iniciativa de subir a una de las habitaciones. Para asombro de Álvaro, Yazmín ya tenía alquilada una habitación, así que ambos se dirigieron directamente al elevador.
No podía creer su buena suerte, mientras la veía a ella, y a sus reflejos en los espejos del elevador, Álvaro no podía dejar de admirarla.
El elevador se detuvo y sus puertas se abrieron. El corazón de Álvaro bombeaba sangre desesperadamente.
Llegaron a la habitación, Yazmín introdujo la tarjeta llave y abrió la puerta. Ambos entraron.
Apenas ingresó Álvaro fue besado por aquella musa de sus chaquetas diarias. Era la primera vez que ella le hacía eso, parecía un sueño. Cuando se despegó de él le dijo:
“Estoy por demostrarte lo agradecida que estoy por lo de la otra noche.”
Al parecer, después de todo, le guardaba gratitud por haberla llevado a aquel lugar donde gozó sexualmente.
Yazmín entonces, ante los ojos de Álvaro, se retiró el vestido descubriendo la lencería que había llevado debajo.
Aquello parecía un sueño; la satisfacción del más anhelado apetito. La mujer que más había deseado quedaba frente a él vestida sólo en prendas interiores. Su piel era tan morena, tan tersa; no había flacidez en ninguno de sus miembros. Todo su cuerpo estaba bien delineado en curvas que iban de lo sugerente a lo francamente incitador. «¡Y por Dios!, ¡esas nalgas, Señor, esas nalgas!». Eran una voluptuosa invitación a cogérsela de a perrito. Cuando le miró esas nalgas sintió que ahí mismo se le venía. Invitaban a palparlas y por fin lo hizo. Se le repegó por la espalda.
“Yo... te amo desde la secundaria”, le dijo con candidez, a la vez que le golpeaba repetidamente con su propio sexo aún resguardado debajo de su ropa.
“Ay, tu amigo está... a todo lo que da”, Yazmín le señaló en reconocimiento al bulto que sintió en el surco que hacía de división entre sus nalgas.
Se volteó y le sonrió pícara.
“Ahora, ¿estás listo? ¡Desnúdate! Porque si quieres penetración, tendrás que hacer exactamente lo que yo te diga”, le dijo ella.
La sola insinuación de “...si quieres penetración...” lo obnubiló de tal forma que aceptó sin reservas lo que ella posteriormente comandó, pese a lo extraño de su solicitud.
Primero Álvaro, muy obediente, se quitó toda ropa. Yazmín, entonces, le mandó que se echara en la cama boca abajo. En esta posición aquella lo sujetó con implementos que ella ya tenía preparados. Según le dijo, lo quería inmóvil para hacer de él lo que ella quisiera. Álvaro estaba dispuesto, se dejó hacer.
“Te voy a recompensar como te mereces”, le dijo Yazmín cuando ajustó el último amarre.
Ahora Álvaro estaba cautivo. Pese a la incómoda posición (sus extremidades se estiraban a cada una de las cuatro esquinas de la cama) aquel hombre estaba extasiado esperando por lo que vendría. Esperaba el placer que esa mujer podría brindarle.
Sin embargo, después de unos minutos, notó que Yazmín había salido de su campo visual. No la veía ni la escuchaba.
“¡Yazmín!”, gritó cuando le colmó la inquietud.
Afinando el oído la escuchó hablar, pero hablaba con alguien más. Al parecer en el pasillo. Luego las voces se escucharon más cerca. Cuando la volvió a ver con el rabillo del ojo notó que Yazmín venía acompañada.
“Hola Álvaro”, le dijo el hombre.
“¡¿Roberto?!¡¿Qué... qué haces aquí?!”, dijo el hombre atado, tomando consciencia de su vulnerable situación.
Estaba atado, desnudo y expuesto en esa posición supina mientras que aquel otro, Roberto, ya comenzaba a desnudarse.
“¿Yazmín... ¡qué está pasando!?”, esta vez dijo dirigiéndose a la mujer.
“Roberto es parte de la sorpresa que te preparé”, le dijo la muy cínica.
El terror se disparó entonces en Álvaro llenando su ser de espanto por lo que vendría.
“¡Suéltame...!”,gritó, ya entendiendo de lo que se trataba.
La mujer lo veía sonriendo de satisfacción por su reacción aterrorizada.
“¡Roberto...suéltame!”, dijo, ahora dirigiéndose al hombre quien anteriormente creía su amigo, pero aquél seguía desvistiéndose.
“Mira hermano, no creas que esto es cosa mía, eh. A mí sólo se me contrató para realizar lo que hago. Y tú me conoces, es mi oficio, en esto no hay sentimientos”.
“Pues yo sí asumo la responsabilidad de lo que te va a ocurrir”, pronunció Yazmín, totalmente empoderada.
El asustado hombre, con dificultad, volvió la vista a ella.
“Así como tú deberías asumir las consecuencias de tu descaro. ¡¿Qué pretendías al mandarle ese video a mi novio, eh?!”, continuó diciendo aquella.
“Yo sólo...Sólo quería estar contigo. No quería perjudicarte, sólo quería que estuvieras conmigo”, le dijo casi a punto de llorar. “Perdóname. Te pido que me perdones”.
“Pues ya es demasiado tarde, jodiste mi matrimonio, mi vida. Ahora toca joderte a ti”, le dijo Yazmín, a la vez que utilizó su celular para grabar lo que estaba ocurriendo.
Roberto retiró por fin sus calzoncillos, dejando así libre al morsolote que allí se había resguardado. El vigoroso apéndice se erectó de inmediato mecánicamente, como si se tratara de una afinada herramienta. El musculoso hombre procedió a subirse ala cama.
“¡No! ¡No! ¡No! ¡¡¡Nooo!!!”, gritó el impedido hombre al sentir el peso del macho sobre la misma cama en la que él estaba.
El grueso y vergudo miembro de aquél, que en ese momento lo estaba montando a horcajadas, rozó uno de sus muslos y la sensación fue horrible para el imposibilitado hombre que estaba debajo.
“Tranquilo amigo. Déjate hacer y ya. Te prometo que voy a ser profesional”, dijo Roberto.
“¡Ayuda!¡Alguien... ayúdenme!”, gritó el sometido, lo más alto que pudo.
Yazmín se acercó con el celular en mano, como para encuadrar mejor la expresión de su aterrorizado rostro.
Roberto sacó un preservativo de una pequeña talega que llevaba consigo, atada a uno de sus voluminosos brazos. Se colocó el profiláctico con habilidad. De la misma talega, sacó un envase de lubricante que untó en su masculino miembro ya envuelto por el látex.
Roberto, ala vez que untaba el lubricante en el orificio anal de Álvaro se inclinó hacia su oído, como para hablarle en confianza.
“Mira, te voy a dar un tip, tú sólo piensa que te voy a aplicar un supositorio, y que es necesario que lo aceptes por el bien de tu salud”, dijo aquel futuro invasor.
Roberto inició la incursión.
“¡Hijo de tu puta madre!”, gritó Álvaro, quien se sacudió tanto como le permitían sus amarras.
“Cálmate, relájate, si te tensas te va a doler más. Apenas es la cabeza, ahora viene el cuerpo”.
Los miembros del siniestrado temblaron espasmódicamente, mientras que las rodillas del asaltante, apoyadas a los costados de su víctima, avanzaron hacia adelante.
“Ahora haz de cuenta que...”, pronunció el hombre que estaba arriba.
“¡¡¡¡Aaaahhhhh...!!!”,exclamó el de abajo.
“...piensa que te estás cagando, pero que tu excremento es tan grande que tienes que devolverlo”, continuó diciendo el invasor.
“¡Hijo de tu reputííísiiimaaa...!”.
La cara de Yazmín no podría estar más extasiada mientras veía consumarse su venganza en la pantalla de su celular; Álvaro pudo atestiguarlo.
En su interior, el pobre hombre que estaba siendo penetrado experimentaba una explosión de indecibles sensaciones: estaba viviendo algo horroroso, una invasión no deseada a su cuerpo; pero también, ver a aquella mujer causante de su desgracia vestida en prendas íntimas, despertaba su libido de un modo inconsciente, pese a su horrible situación.
“Eso es...ya ves. Ya casi está toda adentro. Ahora trátala de expulsar de poco para que...aaahhh... ¡...ay, qué rico cabrón! ¡Qué rico me la estás exprimiendo...! Ya ves, esto no tiene que ser algo desagradable. Si sólo es dejar que el cuerpo siga su instinto, nada más. Déjate hacer y disfruta”, decía el verdugo.
La mano de éste se metió entre el colchón y el cuerpo del otro.
“Ya ves, ya hasta se te puso dura”, dijo el penetrador, cuando hubo tomado de la verga a su amigo.
Yazmín, la de buenas carnes, la sexosa, la gemebunda, la montadora de macho. Así la había visto, gimiendo, bufando, cual burra en celo siendo penetrada; y ahora él se masturbaba rememorando tal escena.
A Yazmín la habían penetrado deliciosamente, y él lo había visto, lo había atestiguado; esto activaba su libido y sus celos a la vez. Se sentía tan encabronado como excitado, y máxime porque aquel penetrador había sido su propio amigo; el experto en tal labor, Roberto.
¡Maldito cabrón!, “ el Penetreitor”, como solía decirle de apelativo a manera de guasa, sabedor de que ese era su oficio. Roberto era un stripper que no tenía empacho en coger a quien fuese, si le pagaban por ello.
Como alguna vez se lo contó, luego de que Álvaro le expresara su envidia por tener aquella profesión:
“No te creas Álvaro, en este oficio no todo son mujeres bellas y perfectas. Hay que dar placer también a las no tan agraciadas. Después de todo, una buena cogida se la merece cualquiera.
Hay que ser generosos, agradecidos por poder ejercer una actividad que se disfruta.
Te voy a contar una anécdota para queme entiendas. Hace unos días, luego de salir del show, me fui a comer unas quesadillas con un compañero.
—‘Ora sí Doña Lupe, ¿cuánto le debemos?—le pregunté a la Seño de las quecas; éramos sus últimos clientes.
—¿Les gustaron jóvenes? —nos preguntó sonriendo.
Noté algo peculiar en su mirada, pero le respondí con franqueza.
—Claro, supieron a gloria —y lo decía con sinceridad, pues ese día no había comido hasta esa hora.
—Qué bueno —replicó sencillamente.
—Bueno, ¿cuánto va ser? —dijo mi colega.
—No se preocupen jóvenes, déjenlo.
—¿Pero cómo? —respondimos a la vez.
La Doña nos miró de una forma peculiar, y luego desvió la mirada. Diría yo que un tanto chiveada, supongo que por lo que traía en mente.
—Pos... pos la mera verda’... quisiera pedirles algo.
—Díganos seño —dijo mi amigo.
—Sí, diga en qué podemos ayudarle —le dije yo.
—Un favor... bueno, más bien... Bueno, ustedes ay me dirán...¿en cuánto...? —pero no dijo más.
—¿En cuánto qué, Seño? —le dijo mi amigo.
—En cuánto... ¿Cuánto me cobrarían por...? ¿Cuánto porque me cojan? —y sin decir nada más vimos cómo se sonrojó como un jitomate.
Por supuesto que la Seño sabía a qué nos dedicábamos. Muchos de nosotros cenábamos allí, luego del trabajo. Supongo que ya traería la idea, o más bien las ganas, desde hacía tiempo. Quizás con nosotros sintió confianza. De cualquier manera, yo no me iba a negar —continuó Roberto—, y mi colega tampoco. Además, con lo buena que es haciendo sus quecas, si ella nos había llenado la panza con las de longaniza, pues bueno, nosotros bien podíamos llenarle la panocha con las nuestras; era lo que correspondía.
Está demás decir que no le cobramos nada.
Luego de que ella bajara la cortina del local, nos la chingamos ahí adentro.”
A la seño sele veía más como a una tía que como a una de esas mujeres alocadas que acudían al show, sin embargo, actuó como una viciosa sexual. Eso lo había podido ver Álvaro, ya que Roberto le mostró el video que su compañero había tomado. Más de una vez se orgasmeó la Seño montando verga. Sin embargo, cuando fue el turno de Roberto, tantos brincos dio que, habiéndose cansado, la mujer se levantó por su propio pie y se dio por saciada. Su espalda estaba bañada por la transpiración provocada por aquel ejercicio físico. Roberto ni siquiera se le había venido y ella ya estaba exhausta de tanto ayuntamiento.
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Aquel experto penetrador la había dejado gimiendo del placer recibido, igual que a Yazmín.
Álvaro no podía dejar de reconocer la habilidad y aguante de su amigo. Más cuando acababa de verlo cogerse al amor de su vida. Aquello le provocaba una mezcolanza de sensaciones, principalmente celos, encabronamiento, envidia y... ¡puta madreeee! ¡Ganas de cogerse a Yazmín igual!
Ver aquella cópula lo había dejado como cautín.
Las pasiones se entremezclaban, Álvaro, cual perro en celo viendo a perra en brama en apareamiento con otro, se le avivaban las ganas de cogérsela también, y tan bien como aquel macho penetrador se lo había hecho.
Obseso en su masturbación, mientras revivía la escena que apenas unos minutos había presenciado (Roberto fornicando a la mujer que él más amaba), sentía ser el macho que se lo hacía muy rico al amor de su vida. Por ello en ese momento se masturbaba sin parar, imaginando ser quien la tomaba de ambas nalgas; se adueñaba de sus ubres; la penetraba con fuerza y habilidad.
Fugado en su fantasía, sentía ser el hombre que había satisfecho a Yazmín en su necesidad femenina, que le había llenado la vagina con su carne.
Yazmín había ofrendando aquel hermoso culazo de mujer latina y él lo había atestiguado. Ella era el amor de su vida desde su adolescencia, y nunca le había dado ni siquiera un beso en los labios; pero la deseaba tanto.
No pudo aguantar más y, rememorando sus profundos gemidos, eyaculó abundantemente. No le importó que parte de aquel desparrame de placer absoluto cayera en su alfombra; todo era satisfacción en ese momento. Sin embargo, pasados unos minutos de haber eyaculado, se sintió vacío. Yazmín no estaba allí y la necesitaba. Además, le sobrevino la cruda realidad, Yazmín lo había hecho con otro hombre y lo había gozado.
«¡Pero qué pendejo había sido!» La había entregado a un fornicador experto, un hombre a quien apenas ella había conocido y él, que la amaba desde hacía tanto, ni siquiera... ¡Carajo...!, a él ni siquiera le había regalado un beso en los labios.
«¡Maldita desgraciada!», pensó inmediatamente.
Floreció entonces el odio, un odio hacia ella inconmensurable. El amor que hacía un breve momento lo había acompañado al clímax se había convertido en su opuesto total. Sintió ganas, necesidad, de perjudicarla. Y así fue.
«¡Puta madre, el video!», le vino al pensamiento.
En su celular tenía resguardada aquella grabación comprometedora. Había testimonio.
Sin pensarlo demasiado envió el video de Yazmín siendo penetrada sexualmente a aquél próximo a enlazar su vida con ella. Aquel hombre (novio de Yazmín) podría atestiguar cómo su futura esposa disfrutaba que un musculoso macho la fornicara.
Una vez enviado el archivo de video se sintió satisfecho de exponer a Yazmín; su antiguo amor; como una disoluta, o más bien como toda una puta. Atizado por la ambición de castigarla, ni siquiera pensó en las secuelas de su acción. Pero pasando los días le sobrevino el pesar de las repercusiones, las posibles consecuencias. Pues era cierto, aquello había sido precipitado, inmaduro, estúpido. ¿Quién más pudo haber grabado y enviado aquel video sino él? Él fue quien la llevó allí; él fue el único que la conocía en ese lugar.
Los días iban pasando y el pesar le carcomía las entrañas cada vez más. Las consecuencias de su acción malintencionada le angustiaban. Quizás perdería toda oportunidad de llegar a algo con Yazmín (ese era su mayor temor en aquel momento).
Pero la angustia terminó cuando recibió aquella llamada.
“Hola Álvaro, ¿cómo estás?”, se trataba de la sexy voz de Yazmín.
La perfecta musa de sus chaquetas lo sorprendió, pues le pedía verse de nuevo. Pero lo que más le asombró fue el lugar que aquella proponía para verse.
“¿Conoces el hotel Villas Patriotismo?”
No podía creerlo, la mujer lo convocaba a encontrarse en un hotel, y no en cualquiera, aquel era un conocido hotel en el que se realizaban encuentros de entrepiernas. ¡Prácticamente lo estaba invitando a coger!
Por supuesto, Álvaro aceptó; sin poner un pero en el día y la hora propuesta.
Y ahí estaba, en el restaurante de aquel hotel donde se habían citado. Álvaro fue el primero en llegar, y ya la esperaba con ansias. Mientras tanto ya encendía su libido el ver a las suripantas del placer que allí comían y bebían luego de su jornada laboral. El lugar era uno de esos templos del placer donde ellas ejercían su noble oficio.
Álvaro sedaba sus buenos tacos de ojo con aquellas bellezas de amplios culos y tetas amamantadoras vestidas para atraer las miradas. Pero cuando Yazmín llegó toda su atención se enfocó en ella. Venía envuelta en un vestido entallado que delineaba perfectamente sus deliciosas formas femeninas. Cualquiera que la viera (y la vieron) pensaría que se trataba de otra dama del placer de alto arancel. Álvaro disfrutó ser el anfitrión de aquella dama, a quien recibió en su mesa. Sintió aquellas miradas que envidiaban la suerte de aquél quien se “comería” a tan sabroso manjar.
Sonriente, Yazmín lo besó casi en los labios.
“Hola, ¿cómo estás?”, le dijo ella.
“Bien, ¿y tú?”, torpemente contestó, estaba nervioso.
Solicitaron unas bebidas y conversaron.
“Oye, quería agradecerte lo de la otra noche”, expresó ella.
“¿Te divertiste?”, le dijo el otro, recordando lo que él mismo había atestiguado.
Ella sonrió, pero guardó silencio y luego dirigió la plática hacia otro tema, hablando de cosas más bien triviales.
Minutos después, era la mujer quien cortaba la conversación y mostraba la iniciativa de subir a una de las habitaciones. Para asombro de Álvaro, Yazmín ya tenía alquilada una habitación, así que ambos se dirigieron directamente al elevador.
No podía creer su buena suerte, mientras la veía a ella, y a sus reflejos en los espejos del elevador, Álvaro no podía dejar de admirarla.
El elevador se detuvo y sus puertas se abrieron. El corazón de Álvaro bombeaba sangre desesperadamente.
Llegaron a la habitación, Yazmín introdujo la tarjeta llave y abrió la puerta. Ambos entraron.
Apenas ingresó Álvaro fue besado por aquella musa de sus chaquetas diarias. Era la primera vez que ella le hacía eso, parecía un sueño. Cuando se despegó de él le dijo:
“Estoy por demostrarte lo agradecida que estoy por lo de la otra noche.”
Al parecer, después de todo, le guardaba gratitud por haberla llevado a aquel lugar donde gozó sexualmente.
Yazmín entonces, ante los ojos de Álvaro, se retiró el vestido descubriendo la lencería que había llevado debajo.
Aquello parecía un sueño; la satisfacción del más anhelado apetito. La mujer que más había deseado quedaba frente a él vestida sólo en prendas interiores. Su piel era tan morena, tan tersa; no había flacidez en ninguno de sus miembros. Todo su cuerpo estaba bien delineado en curvas que iban de lo sugerente a lo francamente incitador. «¡Y por Dios!, ¡esas nalgas, Señor, esas nalgas!». Eran una voluptuosa invitación a cogérsela de a perrito. Cuando le miró esas nalgas sintió que ahí mismo se le venía. Invitaban a palparlas y por fin lo hizo. Se le repegó por la espalda.
“Yo... te amo desde la secundaria”, le dijo con candidez, a la vez que le golpeaba repetidamente con su propio sexo aún resguardado debajo de su ropa.
“Ay, tu amigo está... a todo lo que da”, Yazmín le señaló en reconocimiento al bulto que sintió en el surco que hacía de división entre sus nalgas.
Se volteó y le sonrió pícara.
“Ahora, ¿estás listo? ¡Desnúdate! Porque si quieres penetración, tendrás que hacer exactamente lo que yo te diga”, le dijo ella.
La sola insinuación de “...si quieres penetración...” lo obnubiló de tal forma que aceptó sin reservas lo que ella posteriormente comandó, pese a lo extraño de su solicitud.
Primero Álvaro, muy obediente, se quitó toda ropa. Yazmín, entonces, le mandó que se echara en la cama boca abajo. En esta posición aquella lo sujetó con implementos que ella ya tenía preparados. Según le dijo, lo quería inmóvil para hacer de él lo que ella quisiera. Álvaro estaba dispuesto, se dejó hacer.
“Te voy a recompensar como te mereces”, le dijo Yazmín cuando ajustó el último amarre.
Ahora Álvaro estaba cautivo. Pese a la incómoda posición (sus extremidades se estiraban a cada una de las cuatro esquinas de la cama) aquel hombre estaba extasiado esperando por lo que vendría. Esperaba el placer que esa mujer podría brindarle.
Sin embargo, después de unos minutos, notó que Yazmín había salido de su campo visual. No la veía ni la escuchaba.
“¡Yazmín!”, gritó cuando le colmó la inquietud.
Afinando el oído la escuchó hablar, pero hablaba con alguien más. Al parecer en el pasillo. Luego las voces se escucharon más cerca. Cuando la volvió a ver con el rabillo del ojo notó que Yazmín venía acompañada.
“Hola Álvaro”, le dijo el hombre.
“¡¿Roberto?!¡¿Qué... qué haces aquí?!”, dijo el hombre atado, tomando consciencia de su vulnerable situación.
Estaba atado, desnudo y expuesto en esa posición supina mientras que aquel otro, Roberto, ya comenzaba a desnudarse.
“¿Yazmín... ¡qué está pasando!?”, esta vez dijo dirigiéndose a la mujer.
“Roberto es parte de la sorpresa que te preparé”, le dijo la muy cínica.
El terror se disparó entonces en Álvaro llenando su ser de espanto por lo que vendría.
“¡Suéltame...!”,gritó, ya entendiendo de lo que se trataba.
La mujer lo veía sonriendo de satisfacción por su reacción aterrorizada.
“¡Roberto...suéltame!”, dijo, ahora dirigiéndose al hombre quien anteriormente creía su amigo, pero aquél seguía desvistiéndose.
“Mira hermano, no creas que esto es cosa mía, eh. A mí sólo se me contrató para realizar lo que hago. Y tú me conoces, es mi oficio, en esto no hay sentimientos”.
“Pues yo sí asumo la responsabilidad de lo que te va a ocurrir”, pronunció Yazmín, totalmente empoderada.
El asustado hombre, con dificultad, volvió la vista a ella.
“Así como tú deberías asumir las consecuencias de tu descaro. ¡¿Qué pretendías al mandarle ese video a mi novio, eh?!”, continuó diciendo aquella.
“Yo sólo...Sólo quería estar contigo. No quería perjudicarte, sólo quería que estuvieras conmigo”, le dijo casi a punto de llorar. “Perdóname. Te pido que me perdones”.
“Pues ya es demasiado tarde, jodiste mi matrimonio, mi vida. Ahora toca joderte a ti”, le dijo Yazmín, a la vez que utilizó su celular para grabar lo que estaba ocurriendo.
Roberto retiró por fin sus calzoncillos, dejando así libre al morsolote que allí se había resguardado. El vigoroso apéndice se erectó de inmediato mecánicamente, como si se tratara de una afinada herramienta. El musculoso hombre procedió a subirse ala cama.
“¡No! ¡No! ¡No! ¡¡¡Nooo!!!”, gritó el impedido hombre al sentir el peso del macho sobre la misma cama en la que él estaba.
El grueso y vergudo miembro de aquél, que en ese momento lo estaba montando a horcajadas, rozó uno de sus muslos y la sensación fue horrible para el imposibilitado hombre que estaba debajo.
“Tranquilo amigo. Déjate hacer y ya. Te prometo que voy a ser profesional”, dijo Roberto.
“¡Ayuda!¡Alguien... ayúdenme!”, gritó el sometido, lo más alto que pudo.
Yazmín se acercó con el celular en mano, como para encuadrar mejor la expresión de su aterrorizado rostro.
Roberto sacó un preservativo de una pequeña talega que llevaba consigo, atada a uno de sus voluminosos brazos. Se colocó el profiláctico con habilidad. De la misma talega, sacó un envase de lubricante que untó en su masculino miembro ya envuelto por el látex.
Roberto, ala vez que untaba el lubricante en el orificio anal de Álvaro se inclinó hacia su oído, como para hablarle en confianza.
“Mira, te voy a dar un tip, tú sólo piensa que te voy a aplicar un supositorio, y que es necesario que lo aceptes por el bien de tu salud”, dijo aquel futuro invasor.
Roberto inició la incursión.
“¡Hijo de tu puta madre!”, gritó Álvaro, quien se sacudió tanto como le permitían sus amarras.
“Cálmate, relájate, si te tensas te va a doler más. Apenas es la cabeza, ahora viene el cuerpo”.
Los miembros del siniestrado temblaron espasmódicamente, mientras que las rodillas del asaltante, apoyadas a los costados de su víctima, avanzaron hacia adelante.
“Ahora haz de cuenta que...”, pronunció el hombre que estaba arriba.
“¡¡¡¡Aaaahhhhh...!!!”,exclamó el de abajo.
“...piensa que te estás cagando, pero que tu excremento es tan grande que tienes que devolverlo”, continuó diciendo el invasor.
“¡Hijo de tu reputííísiiimaaa...!”.
La cara de Yazmín no podría estar más extasiada mientras veía consumarse su venganza en la pantalla de su celular; Álvaro pudo atestiguarlo.
En su interior, el pobre hombre que estaba siendo penetrado experimentaba una explosión de indecibles sensaciones: estaba viviendo algo horroroso, una invasión no deseada a su cuerpo; pero también, ver a aquella mujer causante de su desgracia vestida en prendas íntimas, despertaba su libido de un modo inconsciente, pese a su horrible situación.
“Eso es...ya ves. Ya casi está toda adentro. Ahora trátala de expulsar de poco para que...aaahhh... ¡...ay, qué rico cabrón! ¡Qué rico me la estás exprimiendo...! Ya ves, esto no tiene que ser algo desagradable. Si sólo es dejar que el cuerpo siga su instinto, nada más. Déjate hacer y disfruta”, decía el verdugo.
La mano de éste se metió entre el colchón y el cuerpo del otro.
“Ya ves, ya hasta se te puso dura”, dijo el penetrador, cuando hubo tomado de la verga a su amigo.
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