Se hecha un polvo espectacular con el muchacho del gran almacen, mientras su marido compra.
Como cada sábado por la mañana, mi marido y yo fuimos a hacer la compra semanal a un gran supermercado, se agotan las existencias y tenemos que cargar para el resto de la semana.
Hacía un día espléndido, despejado con un sol radiante y bastante calor, así que decidí ponerme un ligero vestido estampado y unas zapatillas blancas.
Entramos en el centro y empezamos a recorrer los pasillos con el fin de coger todo aquello que nos faltaba en casa, verduras, legumbres, leche, refrescos, etc. En uno de los pasillos estaban reponiendo arroz y pasta, lo hacía un muchacho joven, de unos 18 o 19 años, alto y fuerte, moreno de cabello y tez, ojos claros, muy guapo, las niñas que iban con sus madres no paraban de contonearse por delate intentando captar la atención de aquel joven, la mayoría de las veces sin éxito.
Después de un carro lleno de enseres y víveres, mi marido y yo fuimos a la cafetería, a tomar un merecido café como premio a nuestra hazaña semanal. Yo no me quitaba de la cabeza a aquel joven, cogiendo cajas a pulso, mientras se le marcaban sus músculos del brazo a causa del esfuerzo físico, y decidí probar una nueva aventura. Le dije a mi marido:
-Cariño, me he dejado el arroz, ve pidiéndome que ahora vuelvo.
-Bien.
Volví a entrar al comercio, con ánimo de encontrarme al muchacho y allí estaba, seguía reponiendo las enormes estanterías, me acerqué a él y con voz sensual, casi susurrando le pregunté por una marca de arroz muy concreta, que es difícil de encontrar en una gran superficie, él me miró un tanto sorprendido y con sus
ojos recorrió mi cuerpo de arriba a bajo, y con una amplia sonrisa me dijo:
-Un momento, voy a mirar si hay dentro.
Le seguí hasta las puertas del almacén, y mirando a mi entorno para ver si nos observaba alguien, le di un empujón y lo metí hacia dentro; su carita de adolescente adoptó un gesto adulto y perverso que adivinaba que sabía que yo no buscaba solo el arroz.
Me cogió del brazo y me llevó hasta un montón de cajas de madera, que habían amontonadas de manera que detrás de ellas quedaba un acogedor espacio, suficiente para poder llevar a cabo nuestras lascivas intenciones.
Me acerqué a él y le agarré con fuerza la cabeza, como si se me fuera a escapar y le ofrecí mis labios y mi lengua, él los besó con frenesí mientras me levantaba el vestido y metía sus manos por debajo de mis bragas, me agarraba el culo con fuerza y me apretaba hacia su cuerpo. Con el roce yo notaba como debajo de sus pantalones había crecido notablemente su bulto mientras le iba desabrochando los botones de su camisa para poder acariciar y chupar aquel torso joven y fuerte. El bajaba su lengua por mi cuello mientras me abría el vestido y sacaba mis tetas del sujetador, las apretaba con fuerza y con su lengua deleitaba mis pezones, ya tiesos y duros, apuntando firmemente hacia su boca pidiendo ser lamidos. Yo le desabroché el pantalón y saque una hermosa verga, grande y dura como una estaca, no pude evitar bajar mi boca de golpe para poder saborear un capullo rosado y brillante mirándome insolentemente, lo rozaba con la lengua mientras mis labios lo apretaban suavemente dándole un masaje placentero. En pocos segundo la tenía en lo más profundo de mi garganta, de manera que con la lengua podía chupar todo lo largo y ancho de su polla, él me agarraba del pelo y ayudaba a mover mi cabeza para poder comerme mejor aquel manjar, me saqué la estaca de mi boca y soltó un chorro de leche caliente y dulce que impregnó toda mi cara.
Sin perder ni un minuto de nuestro precioso tiempo, se agachó y colocó su cara ante mi coño, ya húmedo y a punto de caramelo, me bajó las bragas de un tirón y con los dedos me abrió los labios para así introducir su lengua y lamer mi clítoris, de manera casi salvaje, lo chupaba y lo succionaba a la par que me metía sus dedos por el culo, mmm que gusto me estaba dando aquel niñato, yo me agarraba las tetas y me las sobaba, me las apretaba y estiraba mis pezones como si me los quisiera arrancar, en un respingo de placer saboreó mi chocho hasta la saciedad.
Se levantó y me dio la vuelta, de manera que quedé a inclinada y apoyada sobre los codos en una de las cajas de madera que allí había, me abrió el culo y lo lamió como lo había hecho antes con mi coño, cogió su nabo con las manos y lo introdujo en mi culo, suave y despacio, hasta el fondo en un mete y saca que me hacía agonizar de placer, le pedí que me follara también por el coño y así lo hizo, sacó su estaca de mi ano y la metió en mi chochito mojado, este se la tragó como si de una barra de chocolate se tratara, me folló con la fuerza de un toro hasta soltar la última gota de leche dentro de mi. Cuando sacó su polla, el líquido me chorreaba piernas abajo, se agachó y con la mano lo restregaba por mis muslos hacia arriba para untar mi suave coñito rasurado.
Después de componernos y limpiarnos un poco, salimos del almacén, me ofreció un paquete de arroz de una marca que no había visto en mi vida, pero ya me valía, pagué y me acerqué a mi marido para tomar aquel café, ya frío. El me preguntó:
-Dónde has estado tanto tiempo?
-Es que el chico ha ido a almacén a buscar a ver si había y al final lo ha encontrado, pero se ha tirado un buen rato.
-Bueno, te pido otro café?
-Si, lo necesito.
Y le besé dulcemente.
Como cada sábado por la mañana, mi marido y yo fuimos a hacer la compra semanal a un gran supermercado, se agotan las existencias y tenemos que cargar para el resto de la semana.
Hacía un día espléndido, despejado con un sol radiante y bastante calor, así que decidí ponerme un ligero vestido estampado y unas zapatillas blancas.
Entramos en el centro y empezamos a recorrer los pasillos con el fin de coger todo aquello que nos faltaba en casa, verduras, legumbres, leche, refrescos, etc. En uno de los pasillos estaban reponiendo arroz y pasta, lo hacía un muchacho joven, de unos 18 o 19 años, alto y fuerte, moreno de cabello y tez, ojos claros, muy guapo, las niñas que iban con sus madres no paraban de contonearse por delate intentando captar la atención de aquel joven, la mayoría de las veces sin éxito.
Después de un carro lleno de enseres y víveres, mi marido y yo fuimos a la cafetería, a tomar un merecido café como premio a nuestra hazaña semanal. Yo no me quitaba de la cabeza a aquel joven, cogiendo cajas a pulso, mientras se le marcaban sus músculos del brazo a causa del esfuerzo físico, y decidí probar una nueva aventura. Le dije a mi marido:
-Cariño, me he dejado el arroz, ve pidiéndome que ahora vuelvo.
-Bien.
Volví a entrar al comercio, con ánimo de encontrarme al muchacho y allí estaba, seguía reponiendo las enormes estanterías, me acerqué a él y con voz sensual, casi susurrando le pregunté por una marca de arroz muy concreta, que es difícil de encontrar en una gran superficie, él me miró un tanto sorprendido y con sus
ojos recorrió mi cuerpo de arriba a bajo, y con una amplia sonrisa me dijo:
-Un momento, voy a mirar si hay dentro.
Le seguí hasta las puertas del almacén, y mirando a mi entorno para ver si nos observaba alguien, le di un empujón y lo metí hacia dentro; su carita de adolescente adoptó un gesto adulto y perverso que adivinaba que sabía que yo no buscaba solo el arroz.
Me cogió del brazo y me llevó hasta un montón de cajas de madera, que habían amontonadas de manera que detrás de ellas quedaba un acogedor espacio, suficiente para poder llevar a cabo nuestras lascivas intenciones.
Me acerqué a él y le agarré con fuerza la cabeza, como si se me fuera a escapar y le ofrecí mis labios y mi lengua, él los besó con frenesí mientras me levantaba el vestido y metía sus manos por debajo de mis bragas, me agarraba el culo con fuerza y me apretaba hacia su cuerpo. Con el roce yo notaba como debajo de sus pantalones había crecido notablemente su bulto mientras le iba desabrochando los botones de su camisa para poder acariciar y chupar aquel torso joven y fuerte. El bajaba su lengua por mi cuello mientras me abría el vestido y sacaba mis tetas del sujetador, las apretaba con fuerza y con su lengua deleitaba mis pezones, ya tiesos y duros, apuntando firmemente hacia su boca pidiendo ser lamidos. Yo le desabroché el pantalón y saque una hermosa verga, grande y dura como una estaca, no pude evitar bajar mi boca de golpe para poder saborear un capullo rosado y brillante mirándome insolentemente, lo rozaba con la lengua mientras mis labios lo apretaban suavemente dándole un masaje placentero. En pocos segundo la tenía en lo más profundo de mi garganta, de manera que con la lengua podía chupar todo lo largo y ancho de su polla, él me agarraba del pelo y ayudaba a mover mi cabeza para poder comerme mejor aquel manjar, me saqué la estaca de mi boca y soltó un chorro de leche caliente y dulce que impregnó toda mi cara.
Sin perder ni un minuto de nuestro precioso tiempo, se agachó y colocó su cara ante mi coño, ya húmedo y a punto de caramelo, me bajó las bragas de un tirón y con los dedos me abrió los labios para así introducir su lengua y lamer mi clítoris, de manera casi salvaje, lo chupaba y lo succionaba a la par que me metía sus dedos por el culo, mmm que gusto me estaba dando aquel niñato, yo me agarraba las tetas y me las sobaba, me las apretaba y estiraba mis pezones como si me los quisiera arrancar, en un respingo de placer saboreó mi chocho hasta la saciedad.
Se levantó y me dio la vuelta, de manera que quedé a inclinada y apoyada sobre los codos en una de las cajas de madera que allí había, me abrió el culo y lo lamió como lo había hecho antes con mi coño, cogió su nabo con las manos y lo introdujo en mi culo, suave y despacio, hasta el fondo en un mete y saca que me hacía agonizar de placer, le pedí que me follara también por el coño y así lo hizo, sacó su estaca de mi ano y la metió en mi chochito mojado, este se la tragó como si de una barra de chocolate se tratara, me folló con la fuerza de un toro hasta soltar la última gota de leche dentro de mi. Cuando sacó su polla, el líquido me chorreaba piernas abajo, se agachó y con la mano lo restregaba por mis muslos hacia arriba para untar mi suave coñito rasurado.
Después de componernos y limpiarnos un poco, salimos del almacén, me ofreció un paquete de arroz de una marca que no había visto en mi vida, pero ya me valía, pagué y me acerqué a mi marido para tomar aquel café, ya frío. El me preguntó:
-Dónde has estado tanto tiempo?
-Es que el chico ha ido a almacén a buscar a ver si había y al final lo ha encontrado, pero se ha tirado un buen rato.
-Bueno, te pido otro café?
-Si, lo necesito.
Y le besé dulcemente.
0 comentarios - La compra